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Leigh Shore contempló su ensalada. Se había permitido algunos excesos: trocitos de pan tostado y de queso, tiras de pollo frito y el aderezo más apetecible de cuantos había (que parecía más una salsa de postre que de ensalada). En total, se había dejado casi quince dólares en la cola del bufé libre. Apenas había tomado dos bocados.
Terminó por ensartar el tenedor en la ensalada y se limpió las manos con la servilleta de papel. La arrugó y la arrojó sobre la bandeja. Con aire ausente, cogió su móvil y lo abrió. En la pantalla apareció la página Reddit, con una sola publicación en la parte superior.
Al final de la página, dos frases breves:
EL MAÑANA ES HOY.
ESTAS SON LAS COSAS QUE SUCEDERÁN.
Debajo aparecía un listado: veinte resúmenes breves de acontecimientos, ninguno más extenso que unas pocas frases y cada uno acompañado de una fecha, en un intervalo total de unos seis meses. El listado estaba por toda la red —cada sitio de noticias difundía una copia, con el despliegue respectivo de miles de comentarios en la parte inferior—, pero la página Reddit era donde había aparecido por primera vez, con un enlace que dirigía a un sitio anónimo, que era desde donde había sido subido a la red.
El Sitio. Todo el mundo sabía ahora lo que eso implicaba.
Leigh desplazó el listado hasta llegar a la última entrada. Nada había cambiado en los cinco minutos transcurridos desde la última vez que lo había mirado. Alzó la vista del móvil. De las diez personas que había en el establecimiento, ocho de ellas estaban atentas a sus teléfonos. Desde donde se encontraba Leigh podía ver que al menos dos de esas pantallitas tenían desplegado el Sitio.
Después abrió su correo electrónico. No había nada, o al menos no el correo que ella esperaba.
Dudó un instante, frunciendo el ceño, y enseguida desplegó otro documento —un artículo, su artículo— de unas tres mil palabras, gratamente acompañado de imágenes, enlaces… y todo lo que los perspicaces lectores de Urbanity.com esperaban de los contenidos en esa página.
El artículo era acerca del Sitio. Leigh podría haber escogido cualquier otro tema, pero el Sitio le parecía simplemente fascinante y, desde su aparición, lo único importante de verdad, el único enigma digno de resolverse.
Mientras hacía cola en un Starbucks su móvil vibró con un mensaje: un enlace remitido por su amiga Kimmy Tong. Leigh lo desplegó de inmediato, sin entender la razón por la que Kimmy lo consideraba digno de su atención. Hizo su pedido y navegó un rato mientras esperaba el latte; empezaba a entender lo que el Sitio proclamaba que era, y al cabo de poco quedó absolutamente prendada de la pantalla. Leyó una y otra vez lo que en ella aparecía, sin escuchar siquiera su nombre cuando el dependiente la llamó, quien terminó gritándoselo a la cara con la inflexión más malévola de que fue capaz.
El Sitio entró en la conciencia pública con tanta celeridad que fue como si hubiera aparecido un ovni sobrevolando Washington. De un día para otro —a ella le parecía, en su recuerdo, que había ocurrido de un segundo para otro—, se convirtió en lo único de lo que todo el mundo hablaba.
Eran veinte acontecimientos, todos acompañados de una fecha. Los primeros dos ya habían sucedido cuando el Sitio se hizo viral, pero los demás eran todos anuncios futuros. Desde entonces, cuatro más de esas fechas ya habían discurrido y, en cada ocasión, el acontecimiento incluido en el Sitio había ocurrido exactamente tal y como se describía. O, para ser más precisos, como había predicho alguna persona, un superordenador, una presencia extraña o un alienígena al que muy pronto se llegó a conocer como el Oráculo, de la misma manera que al Sitio se le conocía como tal.
Leigh continuó escaneando su propio artículo, verificando por última vez que no hubiera errores de contenido u ortográficos. Había elegido escribir sobre el Oráculo precisamente porque el tema ya había sido tratado de manera exhaustiva en otros medios. Era una elección estratégica por su parte: si era capaz de aportar un enfoque nuevo, una nueva lectura del asunto, resultaría casi más impactante que escribir sobre un tema menos conocido.
Ahora pensaba que quizá lo hubiera logrado: se había empeñado en introducirse en la mente del Oráculo de un modo que la mayoría de los articulistas no pretendían, ignorando toda discusión respecto al efecto que tendrían las profecías del Sitio en el mundo y centrándose en el modo en que eso podía afectar al mismo profeta. Esa era cuando menos la idea. Para entonces ya había releído demasiadas veces su texto para estar segura de a lo que aludía, pero su intención seguía siendo buena.
Los artículos de Leigh en Urbanity.com aparecían en la sección «cultura urbana», que desplegaba enlaces-señuelo sobre clubes y espectáculos neoyorquinos, rencillas entre celebridades y datos respecto a las mejores rosquillas de Brooklyn. Urbanity ofrecía ocasionalmente auténticos reportajes —no muchos, alguno que otro en las secciones restantes— y su propio artículo sobre el Oráculo fue un intento de sortear por un momento los temas habituales.
Leigh volvió a su cuenta de correo; todavía nada. Frunció el ceño, frustrada; luego tecleó en el teléfono varias veces y su artículo salió publicado; ahora ya estaba accesible gratuitamente para cualquiera de los millones de lectores de la página. La suerte estaba echada.
Se levantó de la mesa y fue a vaciar su bandeja en el recipiente de la basura, experimentando un leve resquemor por el desperdicio. Luego caminó las dos calles de vuelta a la oficina con el estómago revuelto.
Urbanity ocupaba dos plantas en un edificio inclasificable de la Quinta con la Tercera. Apenas una colmena de cubículos con salas de reuniones a su alrededor en la sexta planta, y los despachos directivos en la undécima.
Leigh se sentó a su escritorio y miró el pequeño espejo que había en una de las paredes del cubículo. La relación que tenía con su reflejo evolucionaba con perfiles frustrantes a medida que se acercaba la treintena, y cada nuevo vistazo venía acompañado por un breve suspiro. No sabía qué esperar exactamente de la imagen; quizá algún eco del rostro de su madre, algunas hebras de color blanco entre sus cabellos o las arrugas desplegándose en torno a la piel oscura, bajo sus ojos.
«¿Por qué lo has hecho?», se preguntó.
Tenía un empleo en Nueva York y vivía de lo que escribía, amparada de hecho en su título de periodista. Más o menos. Podía pagar las facturas, aunque todos los meses debía arrastrarse un poco cuando recurría a humillantes llamadas a su casa. Pero la mitad de sus amigos no tenían algo así ni de lejos.
«Entonces… ¿por qué lo has hecho?», se repitió.
Una cabeza asomó por encima de una de las paredes del cubículo; era Eddie, uno de los fotógrafos de la empresa, que comenzaba a adentrarse en la madurez sin resistirse demasiado y muy bueno en su trabajo. Había hecho algunas de las fotos para su artículo del Sitio y la ayudó a montarlo.
Eddie estaba sonriendo.
—Tu artículo acaba de aparecer, Leigh, acabo de verlo. Bien hecho. Te dije que era muy sólido… ¿Han dicho algo de transferirte a la sección de crónicas o ha sido solo esta única vez? De todas formas, casi nunca recurren a gente de otras secciones, al menos en el tiempo que llevo aquí. Deberías estar orgullosa de que te hayan dado luz verde.
Leigh se lo quedó mirando sin decir nada. Eddie entornó ligeramente los ojos.
—No te la dieron —dijo.
La verdad fundamental respecto a Leigh Shore —algo de lo que se había percatado años atrás, pero que no había variado gran cosa desde entonces, sin importar las muchas oportunidades, relaciones estables y nivel de felicidad general que insistía en negarse— era que nada le resultaba más tedioso que lo que ya había conseguido. Y, al mismo tiempo, nada le parecía más interesante que lo que alguien le decía que no podía tener.
—Estaba cansada de esperar, Eddie. Les envié por correo electrónico el artículo hace más de una semana y no se dignaron siquiera a responderme. Tú conoces mis capacidades, acabas de mencionarlo. Necesitaba demostrarles algo. Pronto hará dos años que llevo pidiéndoles un cambio, pero insisten en seguir enviándome a cubrir la inauguración de un club de tres al cuarto, esas cosas. Me parece que este artículo habla por sí mismo o lo hará cuando los jefes lo vean, aunque sea una apuesta a ciegas. Solo que…
Eddie soltó un fuerte bufido, más parecido a un gruñido que a un suspiro.
—Sabes que este sitio es propiedad de un conglomerado multinacional del espectáculo, ¿verdad? No puedes subir… lo que te dé la gana. No se trata de tu muro personal. Esa clase de acciones suelen traer consigo demandas legales y, casi siempre, el despido.
Eddie rodeó el cubículo.
—Voy a verificar tu jodido artículo y reza para que no me hayas mencionado en los créditos.
Leigh abrió la boca para decir que quitaría el texto del sitio de Urbanity, pero ¿de qué serviría, realmente? El asunto ya debía de estar en toda la red.
La primera predicción que se cumplió cuando la gente estaba pendiente del fenómeno fue el anuncio de que, el 8 de octubre, catorce bebés nacerían en el Hospital General de Northside en Houston, seis niños y ocho niñas. El anuncio resultó absolutamente correcto, aunque el último bebé nació faltando apenas dos minutos para la medianoche y la madre apareció por el hospital media hora antes. La mujer ni siquiera era residente de la zona, solo estaba de paso mientras iba en coche con su marido.
No era fácil de manipular, pero los detractores de siempre lo hicieron, en blogs y otros tabloides, subiendo toda clase de especulaciones respecto a cómo podían haberse conseguido las predicciones. La versión más popular fue que la CIA administraba el Sitio y había propiciado el parto en cierto número de mujeres, en unas instalaciones secretas próximas al hospital, alineándolas como yeguas de cría para asegurarse de que todo saliera como estaba planeado, y que habían enviado a la afortunada mujer al hospital poco antes de la medianoche.
A nadie le importó mucho que la CIA solo operara exclusivamente fuera de Estados Unidos, o que inducir un parto estuviese lejos de constituir una maniobra exacta y con una precisión de segundos, y que tampoco se entendiera muy bien por qué una mujer aceptaría hacer algo semejante, y suma y sigue.
La siguiente predicción estaba fechada dos semanas después de los nacimientos:
EL VUELO 256 DE PACIFIC AIRLINES SUFRE LA DESPRESURIZACIÓN DE LA CABINA DURANTE EL DESCENSO HACIA KUALA LUMPUR. AUNQUE EL AVIÓN ATERRIZA SIN PROBLEMAS, DIECISIETE PERSONAS RESULTAN HERIDAS.
NO HAY FALLECIDOS.
Una vez más, el Sitio dio en el clavo. Un pájaro había chocado contra una de las ventanillas del avión, ya dañada por falta de mantenimiento, y la había agrietado lo suficiente para provocar la succión de aire al exterior. Exactamente, diecisiete pasajeros resultaron heridos, ni uno más, ni uno menos. Hasta eso era susceptible de montaje, alegaron algunos, pero en esta ocasión el mundo entero estuvo mucho menos dispuesto a tomarse en serio las especulaciones de los teóricos de la conspiración, dado que el acontecimiento había sido registrado.
Un grupo de emprendedores indonesios instaló una cámara junto al aeropuerto y filmó el vuelo 256 cuando se disponía a aterrizar. El vídeo circuló en las redes durante horas y mostraba claramente el instante en que la bandada de pájaros entraba en el encuadre. La mayoría de ellos viraban en el último momento, pero unos pocos no lo hicieron. Cuando se preguntaba a la gente si creía que la CIA había desarrollado alguna suerte de control remoto sobre los pájaros o si había manipulado el avión de algún modo para que solo diecisiete personas resultaran heridas, a muchos les pareció más fácil pensar simplemente que el Sitio era real.
Alguien en la red era capaz de predecir el futuro. El Oráculo.
La mayoría de los grupos religiosos denunciaron al Sitio, o bien lo ignoraron de manera intencionada. Unos pocos se adhirieron a él. Los políticos y comentaristas incorporaron sin vacilar el Sitio en su retórica. El Oráculo recibió invitaciones a eventos exclusivos, ofertas de favores sexuales, pagos y empleos varios, todo lo cual fue ignorado por el propio Oráculo, hasta donde pudo saberse.
Surgieron modas inspiradas en el contenido de las predicciones: la leche con chocolate se convirtió en la bebida preferida de niños y adultos debido a que:
EL 24 DE ABRIL, LA SEÑORA LUISA ÁLVAREZ, RESIDENTE EN LA CIUDAD DE EL PASO, TEXAS, ADQUIERE UNA BOTELLA DE LECHE CON CHOCOLATE, ALGO QUE LLEVA VEINTE AÑOS SIN HACER, PARA COMPROBAR SI AÚN DISFRUTA DE SU SABOR TANTO COMO CUANDO ERA NIÑA.
Los camareros de todo el país aprendieron a preparar un cóctel especial: leche con chocolate, amaretto y vodka.
Y aunque el Oráculo, hombre o mujer, seguía sin darse a conocer, el público en general se sentía satisfecho con que algunas personas fueran nombradas en las predicciones. La industria chocolatera Hershey’s se abalanzó sobre Luisa Álvarez para convertirla en su portavoz. La mujer pareció disfrutar inmensamente de la fama, hasta que alguna clase de fanático intentó asesinarla en una conferencia de prensa. El motivo del homicida frustrado: evitar que la predicción del Oráculo se hiciera realidad y «salvar al mundo» de la influencia perniciosa de un falso profeta.
Después de eso, se mantuvo a Luisa bajo estrictas medidas de seguridad y sus apariciones en público se redujeron drásticamente. Hershey’s no quería que nada interfiriera con su capacidad de adquirir la muestra de leche con chocolate cuando el gran día llegara.
Anonymous y sus distintas entidades aliadas en el pirateo de las redes declararon que el Sitio había sido creado utilizando herramientas ya existentes y más simples para mantener el anonimato, las cuales garantizaban que nadie excepto el Oráculo supiera quién era el Oráculo, o que fuese capaz de emitir nuevas predicciones. Su veredicto era, de momento, que quienquiera que hubiese programado el Oráculo era en extremo versado en los pros y contras de cómo mantener los datos a salvo. Más allá de eso, tenían poco que aportar.
Los mercados mundiales hubieron de soportar, con los anuncios, una serie de altibajos. El resultado eventual de las siguientes elecciones presidenciales se volvió repentinamente incierto cuando Daniel Green, el presidente en ejercicio, se mostró vago al comentar en sus intervenciones públicas lo que implicaba para el país la irrupción del Sitio.
Y es que no había respuestas, no aún, al menos; solo la esperanza de que en algún momento todo ello cobrara sentido. Había claramente un plan en juego, pero era difícil saber cuál era o de qué modo ocurriría, o dónde y cuándo… y, lo más importante, por qué. Nadie lo sabía. Aún.
Leigh se recostó en la silla mientras leía las últimas líneas de su artículo. Era bastante mejor de lo que recordaba. No era perfecto, pero como mínimo era tan bueno como la mayor parte de lo que Urbanity publicaba en la sección de crónicas. Eddie podía estar tranquilo.
Sonó un pitido breve y metálico que indicaba que un correo electrónico acababa de entrar en su bandeja. Leigh lo abrió y desplegó en pantalla.
De: jreimer@urbanity.com
Diríjase a la planta superior, si es tan amable.
Reimer.
Leigh escrutó el monitor unos diez segundos o más. Su mano se deslizó muy lentamente hacia el ratón y clicó, minimizando el correo electrónico en pantalla y revelando la página de un navegador oculta tras la ventana. Mostraba, evidentemente, el Sitio.
Absorta, Leigh movió su mano. Apretó el botón de actualizar, sintiendo que algo se encogía levemente en su interior: el Sitio jamás se modificaba.
Pero ahora acababa de hacerlo.
Al pie de la página, después de la última predicción, habían aparecido siete nuevas palabras:
ESTO NO ES TODO LO QUE SÉ.
Y, debajo, una dirección de correo electrónico.