EDUCACIÓN FÍSICA

—¡JODER, tíos! Ahora sí que creo que rompí el culo de quien no debía.

Dani manejaba los botones del mando de la Play rápidamente mientras Jorge, Rafa y Edu apuñalaban los suyos, intentando matarse mutuamente en el juego que se vislumbraba en la pantalla del ordenador.

—¿Qué? ¿El chaval se quedó con ganas de más y ahora babea por todos los rincones detrás de ti? —Jorge, cómo no, con sus estúpidos comentarios.

—A lo mejor se confundió y resultó ser una tía. No sería la primera vez. —A la risa de Rafa le siguió la de Edu y Jorge. Dani cerró los ojos. Odiaba que le recordaran aquello. Sólo fue en una ocasión, y porque aquella chica tenía una espalda que no envidiaría nada a la de cualquier bombero de un calendario.

—Mamones —terminó diciendo Dani mientras mataba al avatar de Rafa y Edu a la misma vez—. ¡Toma! Eso por gilipollas bocazas… No es nada de eso. Es que en el instituto casi me lío a hostias con el que parece ser el mafioso del lugar. Aunque, bueno, a sus lacayos sí que los pateé un poquito.

Los tres chicos volvieron sus cabezas al mismo tiempo y tan rápido, que Dani juraría que alguno de ellos podría llegar a parecerse a la niña de El exorcista si seguían con las trayectorias de sus cuellos.

—¡¿Hiciste qué?! —gritaron Edu y Rafa a la vez.

—Joder, Dani, vas a terminar pasando por todos los institutos de toda la ciudad sólo porque no aguantas que te insulten. Que te digan maricón es tan insultante como que a cualquiera le digan hijo de puta —sentenció Rafa.

—Es que no sólo me insultaron a mí, también a Pedro —murmuró Dani, desechando el comentario de su amigo, ya que no era la primera vez que lo escuchaba.

Ahora sí, definitivamente había tres niñas de El exorcista sentadas junto a Dani en el sofá.

—¿Qué insultaron a quién? ¿Pedro? ¿Y quién coño es Pedro? —preguntó Edu, hablando seguramente por todos los demás.

—Es un chico del instituto. El pobre es un fideo andante, pero un tío guay. Y cuando Goyle lo llamó hadita, me encendió hasta tal punt…

—¡Espera, espera, espera! —lo interrumpió Jorge, levantando la mano y dando al pause del juego de la Play—. Dime cómo sólo en tres días te has hecho amigo de Mochilo[4], te has peleado con unos “lacayos”, y has conocido a uno de los personajes de Harry Potter.

Dani no sabía a cuál de los tres mirar, pues todos lo observaban esperando la respuesta de aquel rompecabezas. Les explicó más o menos cómo había sido la cosa —ocultando, por supuesto, el comentario que le había soltado a Ray con respecto a dónde metería su miembro—, esperando la aprobación por parte de sus amigos del alma.

—Yo que sé, Dani. ¿Por qué no pasas de esos tíos hasta que termine el curso? Sólo faltan tres meses y es tu último año.

Dani no estaba muy seguro que fuera tan fácil de hacer, sobre todo después de aquel intenso intercambio de miradas entre Ray y él, que reflejaba claramente que aquello no había hecho más que empezar.

* * *

Las miradas seguían, pero ahora había una admiración en ellas. Incluso algunas chicas, y algún que otro chico, le habían saludado sin él saber quiénes eran. Pedro, desde luego, se parecía cada vez más a Mochilo —como lo había bautizado Jorge—, con su encorvado cuerpo simulando a un plátano y pegado todo el rato a la espalda de Dani como si fuera su mochila. No le molestaba en absoluto, ya que, a decir verdad, se estaba encariñando con el chaval. A veces pensaba que Pedro se había acercado a él porque lo veía como una especie de protector. Y, básicamente, eso era lo que sentía hacia el chico: protección.

A la hora del recreo, pensó que debería estar preparado para cualquier cosa; más bien para cualquier represalia. Sin embargo, nada ocurrió. Ni Ray ni sus matones aparecieron por la cafetería, y tras el recreo se dirigió a las dos horas que le esperaban de Educación Física. Entró al vestuario pensando que no estaba nada mal, entendiendo que aquel instituto no se encontraba en los mejores barrios de la ciudad y teniendo en cuenta su reputación. Había amplios bancos con taquillas incrustadas en la pared, y la parte de atrás daba a unas duchas bastante espaciadas entre sí. Se cambió de ropa y salió al gimnasio. Debía ser de los primeros, pues sólo dos chicos más estaban fuera.

Aquella era la única asignatura que no hacía con la totalidad de los compañeros de su clase habitual. Pedro le dijo que él la daba los lunes y a Dani le tocaba los jueves junto con el Bachillerato de Tecnología. Él estudiaba el de Ciencias. Le preguntó por qué no daba la asignatura con él, pero tampoco insistió mucho en su respuesta, ya que Pedro sólo le contestó con un escueto: “no puedo”.

Poco a poco, el gimnasio se fue llenando de alumnos y alumnas para comenzar las dos horas de Gimnasia. En su modo observación, reconoció a algunos de ellos de la cafetería, de su propia clase, y otros que lo habían saludado por los pasillos sin saber quiénes eran. Y entonces… «¡No! ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Esto sí que no!». De nuevo negro contra azul, “yo más que tú”.

Ray se paró en seco a unos tres metros de Dani cuando levantó su cabeza tras haber terminado de acordonar sus zapatillas de deporte. Se fundieron en una intensa mirada hasta que unas palmadas los sacaron de sus respectivos ensimismamientos.

—¡A ver, chicos! Vamos a seguir con las clases de Defensa Personal. —«¿Defensa Personal? ¿Pero qué coño aprende la gente aquí? ¿Es que no tienen el típico balón medicinal o las insufribles pruebas de resistencia?»—. Poneros cada uno con una pareja para hacer los estiramientos. ¡Ah! Tú eres el chico nuevo, ¿eh? Está bien, vamos a ver… —Mientras decía esto, el profesor giró su cabeza reconociendo a varios muchachos que se encontraban alrededor—. ¡Roberto! Ayuda al chico y enséñale los estiramientos.

Como el profesor estaba de espaldas a Dani, no supo quién era ese tal Roberto hasta que el susodicho habló y a Dani se le heló la sangre:

—Jesús, la verdad es que preferiría formar pareja con un hombre y no con un chupapollas.

«¿¡Pero es que este tío cada vez que hable me va a dejar congelado en el sitio!?».

Primero: esa voz, ¡Esa maldita voz! Esta vez el clic lo sintió directo en su polla. Segundo: ¿había llamado por su nombre al profesor con tanta confianza? Y tercero: ¿se atrevía el gilipollas a llamarlo chupapollas delante del profesor y de la clase entera? Estaba tan absorto intentando asimilar aquellas tres cuestiones, que su mente aún no había procesado el nombre de Roberto.

—¡Ray! Aquí se hace lo que yo digo. El papel de mafioso lo dejas para fuera de mi clase, ¿entendido? —gritó el profesor severamente hacia Ray. «¡Joder! El profesor tiene huevos», pensó Dani. Estaba a punto de abrir su boca para decirle a Jesús que tampoco le interesaba la compañía del cabrón, cuando el profesor se dirigió a él con un dedo acusador—: ¡Y tú! Como oiga una sola queja, te vas derechito al despacho del director. Así que, venga, ¡todo el mundo a estirar! —Y de este modo, el profesor dio por zanjada la discusión.

Aunque ni mucho menos estaba liquidada entre aquellos dos, que se miraban como si se estuvieran destripando vivos. Dani desvió la mirada y observó en qué consistían los estiramientos: un compañero sobre el otro mientras el de arriba apoyaba su peso sobre la pierna flexionada del de abajo.

Una pequeña sonrisa se dibujó en la cara de Dani. «Vas a ver, mamón. Ahora vamos a jugar a mi juego». Se acercó al chico con una sonrisa de suficiencia y los brazos cruzados sobre su pecho.

—Así que, ¿cómo me quieres? —El rostro de Ray era un poema. ¡Cómo iba a disfrutar Dani con esto!

—¿Qué? —preguntó el muchacho con una cara de asco que rivalizaría con la mismísima Cruella de Vil.

—¿Arriba o abajo?

Ray subió tanto sus cejas que Dani pensó que se confundirían con aquel frondoso pelo negro. Pero tras un par de segundos, la mirada de Ray se volvió de entendimiento ante el juego de palabras y apareció aquella sonrisa que Dani vio el primer día. «¡Dios! Si tan sólo te dejaras, cabrón…». Se acercó un poco a Dani y le dijo:

—Yo, siempre estoy arriba.

—Eso ya lo veremos. Pero hoy te permito elegir. —Sin más, Dani se tumbó sobre una colchoneta y flexionó su pierna derecha contra su torso. Ray lo miró dubitativo durante un rato, pero no tardó en posicionarse sobre su cuerpo. Apoyó su pecho en la pantorrilla de Dani, su mano la posó sobre la rodilla y la otra en la colchoneta para sujetar su peso. Poco a poco, dejó caer su cuerpo mientras sus miradas se conectaban de nuevo—. Mmm… —El gemido salió a cosa hecha de Dani. Quizás no tanto a cosa hecha, pero la intención era llevar a Ray al límite.

—Maldito cabrón, estás jugando con fuego —dijo el muchacho entre dientes a la misma vez que se separaba un poco.

—A lo mejor me gusta quemarme —contestó Dani, curvando sus labios en una sonrisa con intenciones.

—¡Cambio! —gritó el profesor a toda la clase, dando una palmada.

Ambos se levantaron para cambiar posiciones, pero antes que Ray se tendiera sobre la colchoneta, agarró la camisa de Dani en un puño y le gruñó:

—Intenta algo, y esa polla gorda que dices que tienes no volverá a enterrarse en ningún culo virgen, jamás.

Dani, suave y sonrientemente, cogió la muñeca de Ray que estrangulaba su camiseta y la apartó. —Te toca abajo, machote.

Ray cerró los ojos un momento. Dani podía sentir cómo contaba hasta diez. Tras abrirlos, se tumbó sin dejar de mirarlo y subió su pierna.

«¡Joder! ¡Esto cada vez es más divertido!».

Se cernió sobre él, pero puso ambos brazos alrededor del chico, no en la rodilla como lo había hecho Ray. Comenzó a bajar lentamente, más que lento, suave, aprisionando poco a poco la pierna de Ray en su pecho e intensificando la mirada en él. Cuando ya no pudo ir más abajo, permaneció quieto. Sus ojos se escrutaban mientras Dani mantenía sus brazos ligeramente doblados a los lados de la cabeza de Ray, pudiendo verse los músculos bien formados en ellos. Su torso estaba pegado a la pantorrilla del chico con las caderas a escasos centímetros una de la otra. Para poner a Ray más nervioso, Dani bajó su mirada entre sus cuerpos fijándose en la posición que habían quedado sus entrepiernas.

—¡Vaya, machote! Tienes algo grande ahí, ¿eh?

En el momento que Dani alzó la vista hacia su compañero de estiramiento, un jadeo casi imperceptible salió de la garganta de Ray. Sin esperar a la palmada de Jesús, el chico apartó con brusquedad a Dani de encima suyo y se puso de pie en menos que cantaba un gallo. El grito del profesor se escuchó haciendo eco en el gimnasio y todos los alumnos se levantaron al unísono.

Jesús empezó a explicar algunas tácticas de defensa personal. Dani pensó que no se diferenciaban mucho de la manera en que él utilizaba la ventaja de su gran cuerpo y sus puños para defenderse.

—Haremos parejas para ir practicando —explicó el profesor.

«Y dale con las parejitas. ¿Es que no puedes ponerte tú, como maestro que eres, y enseñarnos a cada uno, uno por uno?», pensó Dani, rezando porque lo pusiera con Ray, ya que ¡ufff! ¡Cómo pensaba desquitarse, Dios! Al parecer, ese tal Dios sí que lo escuchó, porque cuando el profesor dijo sus nombres, Dani no cabía en sí de gozo. Ray tampoco parecía estar descontento con la decisión de Jesús, a juzgar por la sonrisa de triunfo que mostraba su cara.

Las parejas fueron enfrentándose una a una en el centro de un tatami improvisado con colchonetas. Cuando les tocó el turno a Dani y Ray, la tensión se sintió en el gimnasio, no sólo entre ellos dos, sino por el resto de la clase también. Ray era una institución no reglada ni oficial en el instituto, pero sólo la mención de su nombre hacía que chicos y chicas desearan no estar en la posición de Dani. De todos era sabido el enfrentamiento del día anterior entre ambos, como buen cotilleo que corría rápido. Ray era consciente de aquello, y no iba a dejar que un simple maricón de mierda le quitara aquel estatus.

El profesor dio la palmada del inicio y “la pelea” comenzó: patadas, puñetazos, gruñidos. Aquello parecía una reyerta callejera más que una clase didáctica de Defensa Personal. Jesús tuvo que separarlos varias veces y regañarles por no seguir los pasos que él previamente había instruido.

Dani pensó que el cabrón era fuerte. Pocos con los que se había enfrentado habían conseguido llegar tan lejos con él. Y los que se echaba a la cara no eran del estilo de Pedro ni mucho menos, ya que esos ni se atrevían a mirarle debido a su ancho cuerpo.

En el último “asalto”, Ray consiguió enderezar un puñetazo certero en la mandíbula de Dani. Éste intuyó que se había desencajado un poco. Justo cuando se llevaba la mano a su quijada para enderezársela, oyó decir a Ray bien alto para que todos escuchasen:

—Y ahora, puto maricón de mierda, vas a tener que chupar con pajita porque las pollas se acabaron para ti. —Dicho aquello, le asestó un último golpe al otro lado de la mandíbula haciendo que Dani cayera sobre las colchonetas con un pequeño río de sangre saliendo por su boca.

Mientras se recuperaba del impacto —o más bien de la paliza—, y aun veía estrellitas en sus ojos, escuchaba vagamente cómo el profesor mandaba a todo el mundo a los vestuarios y cómo le gritaba a Ray. Consiguió enderezase, no sin sentir un leve mareo al ponerse de pie. Una vez que pudo enfocar sus ojos, su mirada se detuvo en Ray. «Te voy a reventar».

—¡Qué os quede muy claro a los dos! ¡No pienso tolerar este comportamiento en mi clase! ¡Podéis moleros a palos fuera, pero no aquí! Primer y último aviso, chicos. Y Roberto, sabes de sobra que no te conviene una expulsión. A los vestuarios. ¡Ahora!

Ray iba con paso firme delante de Dani. Una vez dentro, tres o cuatro alumnos estaban terminando de ducharse y recogiendo sus cosas. Tanto uno como otro comenzaron a desnudarse para meterse en las duchas.

La mente de Dani era un hervidero de emociones: rabia, ganas de estrangular, furia, ira. No sabía cuál de ellas pesaba más. Su mandíbula dolía un huevo. No apartó la vista de Ray, y a pesar de que estaba desnudo —ambos lo estaban—, Dani no se dedicó a observar aquellos músculos recorridos por el agua como habría hecho en cualquier otra situación. Su modo pit-bull estaba On.

Ray lo miró. —¿Qué pasa, chupapollas? ¿Te has quedado con ganas de más?

Dani hizo caso omiso al insulto por primera vez en su vida. Su mente trabajaba rápido. Ni siquiera cambió su expresión a una petulante o de rabia. Estaba allí de pie, desnudo, con el agua mojando su cabello y su cuerpo. Por fin oyó lo que esperaba: la voz del último alumno que quedaba en los vestuarios se apagó. Y ahora sí, una sonrisa de rabia y satisfacción se dibujó en su cara.

Sin esperarlo, un puño se estampó sobre los labios de Ray, de los cuales empezó a brotar sangre. Cayó de culo sobre el suelo de las duchas y Dani se abalanzó sobre él. Su mente no pensaba, sus puños actuaban con vida propia. El amasijo de piernas, brazos y músculos hacía imposible distinguir cuál pertenecía a quién. En un momento de confusión en el cual se separaron, ambos se levantaron jadeantes por el esfuerzo. Ray quedó apoyado con su espalda en la pared de azulejos, y Dani frente a él sujetándose sobre sus propios muslos.

Alzó la vista a Ray, y sobre su cabeza vio un cinturón blanco, probablemente de un traje de karate, colgando de un cabezal de ducha justo encima del chico. No pensó, actuó. En menos de un segundo, presionó pecho contra pecho y alzó sus muñecas hacia la alcachofa. Debido a no esperarlo, Ray no reaccionó lo suficientemente rápido, momento que Dani aprovechó para atar las manos del chico al cinturón y amarrarlas fuerte al grifo.

—Pero, ¿qué? ¡Maldito gilipollas! ¡Suéltame, cabrón! —Ray forcejeaba sin éxito. El cinturón estaba bien atado a sus muñecas—. ¿Qué vas a hacer, eh? ¡Puto maricón de mierda! ¿Follarme? ¿Eso es lo que vas a hacer?

Dani lo observaba mientras sus cuerpos aún seguían pegados. No supo si fue por aquel acercamiento de sus torsos desnudos o por las palabras de Ray que habían rebotado como eco en sus oídos, pero una idea bastante clara apareció en su mente al igual que en su cara. Quedamente, dijo:

—No, Roberto, no voy a follarte. —Las manos de Dani agarraron las nalgas de Ray, subiéndolas hasta que sus miembros se tocaron. Empujó el cuerpo del chico contra los azulejos y pasó las manos del culo a los muslos. Los abrió completamente para que abrazaran sus caderas mientras le gruñía entre dientes—: Este puto maricón de mierda va hacer que te corras.

La cara de Ray era una mezcla entre terror y asco, pero Dani no le dio mucha opción a pensar. Con un movimiento de sus caderas, juntó sus penes en un roce resbaladizo por el agua, sacando un jadeo ahogado del muchacho que sonó a miedo. Esta vez, Ray sí reaccionó rápido e intentó darle un cabezazo. Dani lo intuyó y, antes de que sus frentes se juntasen, agarró el cabello del chico con fuerza tirando de él hacia atrás, sin poder evitar que la cabeza chocara contra los azulejos.

—¡Mírame! —gritó autoritario Dani.

—¡Que te jodan!

—Mírame —repitió con tono más suave, acercándose al oído—, o te lo haré tan fuerte que vas a ser tú el que no pueda follar culos vírgenes.

Dani no tenía ni idea de dónde sacaba aquellas palabras y frases. Le gustaba duro, sí, pero nunca había tenido un deseo tan grande de empotrar a un tío a la pared y ser el dominante completo de la situación. Sin quitar el agarre en el pelo de Ray, el otro brazo que aún sostenía uno de los muslos lo pasó bajo el culo, afianzando más sus penes juntos y sosteniendo mejor al chico.

Empezó un vaivén lento pero profundo de sus caderas. Aquellos movimientos los acompañaba también con su estómago, rozando así las cabezas de sus penes. El de Dani comenzó a ganar grosor y, para sorpresa de éste, el miembro de Ray se tiñó de un color rosáceo dejando entrever la punta a través de la piel que se deslizaba lentamente. Una pequeña gota de semen apareció por la rendija.

Dani alzó la vista a Ray. Sus ojos permanecían cerrados con la cabeza ligeramente hacia arriba debido al agarre en su cabello, y con los dientes mordiendo su labio inferior en un intento de acallar los posibles gemidos, o eso quería pensar Dani. Éste acercó peligrosamente sus labios a los de Ray y, echando su aliento jadeante sobre la boca, susurró:

—Mi. Ra. Me. —Acompañó cada sílaba con una dura estocada.

Ray no lo hizo. Sin dudarlo, Dani empujó su cadera tan fuerte que ambos gimieron. Ahora sí, Ray lo miró y Dani estrelló sus cuerpos de nuevo, con movimientos rápidos y erráticos. Ray lo observaba con rabia, pero de su boca ligeramente abierta salían pequeños gemidos con cada nuevo choque.

El cuerpo de Ray se tensó. Dani sabía lo que se avecinaba. Sus embestidas se hicieron más fuertes y profundas. Con una media sonrisa, acercó su boca a la de Ray sin llegar a tocarse y suavizó el agarre en su pelo. Entre jadeos, murmuró:

—Vamos, machote… Córrete para mí.

Ray cerró los ojos fuertemente, y sin poder evitarlo, por mucho que lo intentara, se derramó sobre ambos pechos y vientres. Cuerda tras cuerda de semen que vertía iba acompañada de un gemido gritado, haciendo eco en las paredes de las duchas.

La visión de Ray a su merced junto con aquellos sonidos que eran —como típicamente se dice— música para sus oídos, hicieron que el orgasmo de Dani llegara justo después del último grito de Ray, manchando el camino ya marcado por su compañero de estiramientos.

Mientras sus respiraciones se tranquilizaban, Ray seguía con los ojos cerrados. Dani lo observó. «¡Mierda! ¡¿Qué coño he hecho?! ¿Qué mierda me ha poseído? He…, he… Vale, no he violado al tío, pero… ¡Joder!».

Se separó de Ray y, tranquilamente, lo bajó de sus caderas. El chico aún no lo miraba. Su cabeza permanecía baja entre sus brazos alzados y atados. Dani deshizo el nudo del cinturón y los brazos de Ray cayeron laxos a ambos lados de su cuerpo. Sin mirar atrás, salió lo más rápido que pudo de las duchas del vestuario.

Ray permanecía pegado a la pared, con su cabeza cabizbaja y sus brazos entumecidos colgando sin fuerza. No entendía cómo sus piernas aun le mantenían en pie. Poco a poco, se fue resbalando por la pared de azulejos hasta que su culo tocó el suelo mojado. Aún escuchaba las dos duchas que seguían funcionando debido a que ninguno las cerró. Levantó como pudo ambos brazos y los apoyó sobre sus rodillas flexionadas. Miró su estómago. Brillantes restos de semen adornaban su vientre.

El grito que retumbó en las duchas probablemente se escuchó en todo el gimnasio. No había nadie, ya que suponía que habrían entrado al escuchar los gemidos y jadeos. Aquel grito ensordecedor duró más de lo que Ray hubiera esperado.

Una vez más tranquilo, y con sus cuerdas vocales a flor de piel debido al rugido, su voz sonó ronca:

—Maldito cabrón… Vas a pagar por esto, te lo juro —decía mientras apoyaba su barbilla sobre uno de sus brazos—. «Aunque haya sido el mejor puto orgasmo de mi puta vida».

Eso último, fue incapaz de decirlo en voz alta.