CIENCIAS SOCIALES
DURANTE el resto de las clases de la mañana, Dani se sintió algo inquieto. Oía susurros a su alrededor, y no creía que se equivocara mucho pensando en que algo tenían que ver con él. Sentía miradas de soslayo, risitas apagadas, y algún dedo acusador oculto. Sin embargo, llegó el final del día y se dirigió a la parada de autobús con paso rápido. Había una hora hasta su casa debido al cambio de instituto. Tenía ganas de llegar y pasar la tarde con sus colegas jugando al baloncesto o la Play.
No cambiaría a Jorge, Rafa y Edu ni por una súper mamada de varias horas. Bueno, quizás por un revolcón con aquel tío de ojos azules —que emanaba heterosexualidad por todos sus músculos—, pensaría en cambiar a Jorge cuando rayaba contando cómo se tiraba a una y otra cada fin de semana.
Edu también era gay. A Jorge y Rafa les gustaba llamarlos “los amantes”, pero nada más lejos de la realidad. A Edu lo conocía desde pequeño. Curiosamente, fue uno de aquellos niños que se estuvieron bañando en el lago cuando Dani descubrió que le gustaba más una buena anaconda que una ostra con premio dentro. Pero por alguna razón, siempre consideró a su amigo como… eso, su amigo. Jorge y Rafa entraron en su vida más tarde, justo cuando se cambió de instituto por primera vez. A todos les gustaba el baloncesto y eso fue lo que hizo que su amistad cuajara, sin importar si te gustaba más dar o recibir, o ambas.
—¿Cómo fue tu primer día? ¿Has hecho ya amigos rompiendo algunos culos? —El doble sentido que Jorge le daba a casi todos sus comentarios cuando quería molestar a Dani, ya lo tenía escarmentado.
—Sí, pero esta vez he sido niño bueno y he guardado la última ronda para ti —contestó Dani, quitándole el balón y encestando desde la línea de triples.
—¿Dónde está “tu amante”? —Ese era Rafa, sentado en el banco situado al lado de la cancha de baloncesto, donde dos veces por semana se reunían para jugar un dos contra dos, atándose los cordones de sus zapatillas de deporte.
—¡Aquí estoy! —Edu corría ligero hacia ellos listo para el juego.
—Venga, empecemos de una vez. A ver si después me da tiempo y voy al centro comercial que tengo que hacer algunas compras —dijo Dani mientras se estiraba preparándose para el partido.
—Oye, ¿cómo estuvo tu día? ¿Algo interesante?
Dani sabía perfectamente lo que Edu definía por “interesante”: tío follable, a ser posible grande y machote. Así le gustaban a su amigo. Él era más “del recibir”.
—Tanteando el terreno —contestó con un ligero encogimiento de hombros.
—No tantees tanto y trabaja sobre él, que como sigas con los tanteos, el terreno se seca, como estás tú: seco, a dos velas desde… ¿hace cuánto? ¿Tres meses? —Edu rió, levantando los dedos y contando hasta tres.
—Cállate ya, cabrón, y vamos a jugar.
* * *
A la mañana siguiente, aquel picor en su nuca con el que se fue del instituto el día anterior era más palpable aún. Las tímidas miradas hacia él se hacían más numerosas, al igual que los cuchicheos. Se sentó en el mismo lugar y sacó sus libros.
—¿Perdona? ¿No te importa que me siente contigo? Olvidé el libro de Mates en casa y…, bueno…, si no te molesta…
Dani levantó su mirada hacia el muchacho que le hablaba: rubio, de pelo corto y menudo. Unos ojos color chocolate lo observaban expectantes, esperando su respuesta con algo de miedo.
—¡Claro! ¡Por supuesto! Siéntate —contestó Dani, haciendo un hueco en el banco para que el chico se acomodara.
—Gracias, soy Pedro —dijo el muchacho, extendiendo su mano hacia Dani.
—Daniel. Mmm…, mejor Dani —se presentó, estrechando la de Pedro.
—¿Qué te parece por ahora tu nueva “cárcel”? —preguntó Pedro, mostrando una perfecta sonrisa de dientes blancos.
—Tanteando el terreno. —Dani rió para sí mismo por su propia contestación.
—No creo que sea muy diferente a otros institutos, a pesar de lo que hayas oído sobre lo que se cuece aquí dentro.
Dani sólo le sonrió cuando el profesor de Matemáticas entró. Durante la clase, compartieron el libro e hicieron juntos los ejercicios que el maestro mandaba. Por lo menos en su segundo día ya hablaba con alguien. Eso había sido mejor que en los otros centros, que al tercer día, sin haber cruzado palabra con nadie, lo que sí había hecho fue cruzar puños.
Al término de la clase, mientras llegaba el otro profesor, Dani observó que algunos alumnos les echaban miradas expiatorias a ambos.
—Esto…, Pedro, ¿hay alguna razón por la que deba sentirme tan observado? ¿No llevo la ropa adecuada o es que no os gustan los nuevos?
—Pues… —Pedro soltó una ligera sonrisa, dejando ver cautela y un poco de comprensión—. Es que… hay un rumor… de… ti…
—¡Vaya! ¿El rumor dice que si te acercas, muerdo o algo así? —preguntó Dani, sonriendo ligeramente
—No…, sólo dice… la razón por la que estás aquí. —Pedro bajó su mirada hacia sus manos en su regazo.
—¿Y ese rumor se basa en….? —dijo Dani con una mirada exasperada, haciendo un ademán con la mano instando a Pedro a seguir.
—Que…, que te han echado de otros institutos porque eres maric…, eh, gay y pegaste a otros tíos por meterse contigo. —Dani lo miró por unos segundos fijamente, observándolo como él solía hacerlo. Luego soltó un suspiro que sonó más engreído que otra cosa y negó con su cabeza rodando los ojos. El chico continuó—: Es que… aquí…, al pasado y a lo que es cada uno se le da mucha importancia. Es como…, no sé… Ver si puedes encajar y dónde.
—¿Te refieres a si debo encajar en el grupo de los tontos, de los chulos, o los chupapollas? —Quizás el tono que utilizó Dani fue más severo de lo que pretendía. Al fin y al cabo, aquel escuálido muchacho no había dicho nada que no fuera cierto.
—Si…, bueno…, algo así —murmuró Pedro cabizbajo.
—Y dime, Pedro, ¿en qué grupo encajas tú?
El chico levantó su cabeza, mirándolo en silencio durante unos segundos antes de contestar:
—En el de los chupapollas.
Al escuchar aquello, Dani no pudo reprimir una gran sonrisa en su cara. Su gay-radar nunca fallaba. Definitivamente, había hecho un nuevo amigo.
A la hora del recreo, se sentó en una mesa de la cafetería junto a Pedro para tomar el desayuno. Aquel niño era interesante; sonreía mucho y Dani podía jurar que había descubierto hacía poco que le iban las pollas. Vamos, que el chaval era virgen. Lo rodeaba un aura de inocencia y no sabía por qué, pero aquello instaba a Dani a… ¿protegerlo? No estaba seguro, pero se sentía a gusto con Pedro.
De repente, mientras terminaba su café, sintió que el murmullo que hasta entonces había vagado por la cafetería, disminuyó ligeramente. Extrañado, Dani miró hacia la puerta. Flanqueando ésta se encontraba el chico de ojos azules con dos tipos a ambos lados, a los cuales sólo les faltaba tener el letrero de “matones” escrito en la frente.
Ray entró seguido por los otros dos como perros falderos y se sentó en una mesa que estaba vacía junto a la barra de la cafetería. A Dani le pareció extraño que aún siguiera sin gente aquella mesa, ya que había muchos estudiantes de pie. Pedro giró su cabeza hacia donde miraba Dani, y éste pudo ver un pequeño estremecimiento apoderarse del cuerpo del joven.
—¿Quién es? —dijo sin apartar la mirada del tío que, cada vez que lo veía, a Dani se le antojaba que estaba más bueno.
—Ray —contestó Pedro en un susurro, volviéndose hacia Dani. Casi diría que dijo aquel nombre con una cautela extrema.
—¿Algún rumor acerca de él? —preguntó con una sonrisa petulante incluso para él mismo.
—Digamos que el grupo al que nosotros pertenecemos y el suyo no se llevan bien.
—¿No te habrán hecho daño verdad? —«¡Coño! Ese sentimiento protector otra vez».
—No…, no físico… Es que… Dani, a ellos no se les toca, bueno, a él. Una vez, un chico le dijo que se metiera su chulería por donde le cupiese. Al salir de clase, sin siquiera importarle quién pudiera estar viendo, lo estampó contra la pared y en menos de diez segundos le había roto la nariz y partido el labio. Le dijo que como volviera a meterse en su camino, el siguiente sería su hermano. Eso es otra cosa que él tiene. No sé cómo lo hace, pero sabe de la vida de cada una de las personas de aquí dentro.
Dani volvió a mirar a Ray. Desde luego lo chulo le salía por los cuatro costados. Sentado en una silla, con el codo apoyado en el respaldo, la otra mano sujetando un café sobre la mesa, y sus pies cruzados uno sobre otro sobre la silla justo enfrente suyo. Sin esperarlo, Dani se vio atrapado en el inmenso azul de aquellos ojos cuando Ray giró su cabeza hacia él. Y ahí estaba otra vez: aquella profunda mirada, aquel “te estoy observando, tanteando”. Cinco segundos… Cinco segundos de sostener sus miradas sin apartarse, sin ceder el uno al otro, hasta que la campana del final del recreo los hizo volver a sus clases.
Dani se despidió de Pedro diciéndole que si algún día quería, podía venir a echarse un partido de baloncesto con los suyos. A Pedro no le apasionaba aquel deporte, pero contestó que alguna tarde se pasaría.
* * *
Al día siguiente, Pedro fue a sentarse directamente junto a Dani, lo cual éste agradeció bastante, ya que era el único estudiante que había hablado con él en los tres días que llevaba en su nuevo “hogar”. A la hora del recreo, iban camino de la cafetería cuando tropezó con el pequeño cuerpo de Pedro que sólo lo cubría hasta su mentón.
—Pedro, ¿pero qué…? —Dani dejó de hablar. Uno de los matones de Ray estaba apoyado sobre la pared junto a la puerta de la cafetería, con un cigarro en una de sus manos y la otra apoyada en el pequeño pecho de Pedro, impidiéndole el paso hacia adentro. Dani levantó una ceja, primero con asombro, para luego mostrar una cara de “¿Qué mierda te crees que estás haciendo?”.
El matón número dos, justo al lado del número uno, preguntó con un deje de voz tan dominante que Dani se imaginó todas aquellas sesiones que su amigo Edu le había contado acerca de cómo ser un buen sumiso si un buen Dom te acompañaba:
—¿A dónde te crees que vas, hadita?
«¿Hadita? ¡¿Hadita?! ¿Pero de qué coño va este gilipollas?».
—Necesitamos unos cuantos euros para el desayuno, cielito —escupió el matón número uno, aún sosteniendo su mano en el pecho de Pedro.
—Yo… sólo tengo… para mí —dijo el chico con la voz más temblorosa que Dani creyó escuchar jamás.
—Pedrito, Pedrito, Pedrito —se burló el matón número dos con aquella voz de ultratumba—. ¿Es que no aprendes, truchilla[1]?
«¡Bueno! ¡Esto ya es el colmo!».
—A ver, Goyle[2] —gruñó Dani, cogiendo fuertemente la mano del matón que sostenía a Pedro y apartándola de un tirón—. Si no tienes dinero te lo sacas del culo, o que te lo dé tu mamaíta, y si no, se lo pides aquí a Crabbe[3].
Dani estaba entrando en su modo pit-bull, pues a pesar de que no habían utilizado aquellas palabras que más encendían a Dani a la hora de los insultos gratuitos hacia los gais, estos nuevos términos bien podría incluirlos en su diccionario anti-gilipollas homófobos.
Al segundo siguiente de decir aquello, Pedro se petrificó en el lugar y los dos matones se irguieron en su totalidad. La verdad, no es que fueran más grandes que Dani, ni tampoco sería la primera vez que se enfrentara a dos tipos.
—¿Qué pasa, maricón? ¿Eres su chulo, o qué? —preguntó Goyle despectivamente, haciendo que Crabbe le siguiera con una risa maquiavélica.
¡Crash! Eso fue lo que se escuchó antes de que un silencio ensordecedor se incrustara en la cafetería y fuera de ella. Goyle levantó su mirada con la nariz sangrando y probablemente rota.
—¡Maldito chupapollas! —gritó Crabbe, lazando su puño hacia Dani.
Éste lo esquivó y hundió el suyo en los abdominales del chico, haciendo que se doblara debido al dolor. Goyle cogió a Dani del cuello con intención de estamparle la cara en la pared, pero Dani fue rápido y se volvió pegándole un rodillazo en la ingle, quien, al igual que su amigo, se dobló y cayó al suelo con el dolor escrito es su cara.
El silencio seguía envolviéndolos. Pedro se había apartado mirando con ojos como platos la escena. Varios estudiantes habían salido a la puerta de la cafetería para ver lo que allí sucedía. Algunos murmullos comenzaron pero duraron poco, ya que bajando lentamente por las escaleras situadas justo al lado de la cafetería, una presencia que emanaba rabia y poder se paró frente ellos.
—Ray… —susurró Pedro apenas audible, mientras pasaba por su cara un arcoíris de colores que terminó en un blanco pajizo.
Lo que se presentaba ante Ray era inaudito. Sus dos amigos, Tony y Ramón, tirados en el suelo, muertos de dolor. El pequeño sarasa estaba apoyado en la pared, más blanco que la cal, y aquel tío…, aquel que se había atrevido a sostenerle la mirada…, aquel… maricón. Lo miró fijamente, más profundo y exhaustivo que las dos veces anteriores. El cabrón seguía sin apartar la mirada.
Con una voz que Dani sintió cómo le entraba por los oídos y se iba desplazando como un rayo por todas las terminaciones nerviosas de las que un cuerpo humano constaba, Ray dijo:
—¿Quién coño te crees que eres, puto maricón de mierda?
Shock. Ese fue el primer sentimiento que capturó Dani tras aquella pregunta. Shock por cómo aquella voz oscura, gutural —y que le hizo un clic en sus bolas—, lo dejó casi tan petrificado como a Pedro varios minutos atrás. Shock por cómo aquella mirada se metía tan dentro de él, acompañando el recorrido que la voz hizo por todo su cuerpo. Y shock porque, por mucho que aquel tío despertara en él unas sensaciones que ni Dani sabía cómo catalogar, al fin y al cabo, acababa de pronunciar esas cuatro palabras non-gratas para su persona.
Todo aquel que había osado referirse a Dani con aquella frase, había acabado en el hospital con varios huesos rotos. No supo por qué esta vez fue diferente. No supo por qué, en lugar de estar preparando sus nudillos para romperle la cara al tipo, se acercaba lentamente, paso a paso hacia él. Una vez enfrente, a tan sólo escasos veinte centímetros, habló suavemente pero con mando:
—Vuelve a llamarme puto maricón de mierda y tendrás mi gorda polla incrustada en tu culo virgen.
¡Guau! Ni él mismo creía que podía haber dicho eso. Sin embargo, sostuvo la mirada a Ray, quien, sin esperarlo Dani, dibujó una pequeña sonrisa chulesca, dejando claro que no se iba a amedrentar por un comentario así. Calmado, paciente, seguro de sí mismo, y acortando la distancia entre ambos, Ray enfatizó palabra tras palabra:
—Puto. Maricón. De. Mierda.
Dani se acercó un poco más. Ninguno se movía de su posición, ninguno reculaba, intentando dejar claro que nadie cedería. Girando sus labios hacia el oído de Ray, Dani susurró:
—Vigila tu espalda.
La tensión estaba en todos lados. Se palpaba en Pedro, que aún seguía pegado a la pared; en los matones, que se habían levantado —no sin problemas—, uno acunado sus huevos y el otro abrazándose a sí mismo por el vientre; y en los estudiantes, que incrédulos habían presenciado aquel enfrentamiento de poderes casi sin soltar sus respiraciones.
La campana del recreo sonó, llevando a todos los presentes de vuelta a la realidad. Increíblemente, ningún profesor había hecho acto de presencia, cosa que Dani agradeció sumamente. No tenía ganas de lidiar con sus padres cuando sólo llevaba tres días allí. Se apartó de Ray, dirigiéndole una última mirada inquisitiva, y agarró a Pedro para llevarlo dentro.
Durante las clases siguientes, aquellos murmullos y miradas que lo habían acompañado desde su primer día se intensificaron, pero bien sabía Dani que eran muy diferentes a las anteriores. Recogiendo sus cosas, pudo llegar a oír que una muchacha le susurraba a otra:
—¡Vaya con el marica! Además de estar que te cagas de bueno, le acaba de plantar cara a Ray. ¡Ufff! Lo que queda de curso va a estar muyyy interesante.