15
Las manos de la mujer trazaban largos círculos descriptivos sobre la espalda de Erik. A continuación notó el gesto que ya conocía, la señal que indicaba que debía incorporarse. Pero él no quería incorporarse, no quería incorporarse nunca más. Se incorporó. La vida es un invento sin sentido, pensó. Ella le miró. La sonrisa pícara, expectante.
—¿Por qué te largaste aquella noche a toda prisa?
—No tenía permiso de trabajo. No quería que me echaran del país.
—¿Acaso no era el planeta Tierra tu casa?
Ella se encogió de hombros. Luego colocó la mano derecha sobre su hombro izquierdo y preguntó:
—¿Recuerdas ya lo que te dije?
—No —contestó él—. Nunca lo supe, porque el ruido me impidió entender tus palabras. ¿Qué fue lo que me dijiste?
—Que los ángeles no pertenecen al mundo de los hombres.
Erik permaneció un instante en silencio. Luego sintió cómo la mano de ella le empujaba hacia la puerta, con suavidad pero con firmeza. Al salir, vio a Herr Dr. Krüger sentado en una silla esperando su turno. Mientras éste le saludaba afablemente, Erik aún oyó a sus espaldas la voz de ella:
—Till next time then, right?
Pero ya era demasiado tarde para contestar.