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Pienso acerca de lo que digo. Todas esas palabras, «salterio», «mitrado», «ángeles», «címbalos», no pertenecen a su vocabulario. Eso al menos creía yo, pero él se rió de mí.

No, no se rió de mí, se «sonrió» de mí, me apartó de sí con una mirada venida de muy lejos. La relación con este hombre será la más corta de mi vida y, sin embargo, lo recordaré todo, como si hubiera durado una eternidad. Sé que después de haber estado con él, ya no podré sentir nada parecido con ningún hombre, pero no me importa. Él ha llegado justo a tiempo. Hay muchas cosas que no alcanzo a comprender. Nuestros rostros son transparentes, el suyo no. Su rostro podría ser de ónice, no deja traslucir nada. ¿Que de dónde era él? Me enseñó un mapa, Australia, con su misma forma de siempre, algo parecido a una vaca dormida sin cabeza. Un mapa sin fronteras políticas, sólo manchas de colores en cuyo centro figuran palabras: ngaanyatjarra, wawula, pitjantjatjara, tribus desaparecidas o todavía existentes, no lo sé. A cada uno de esos nombres le pertenece o pertenecía una lengua. «No deberías emplear la palabra “aborigen”», me advirtió él, pero no me dijo a qué tribu pertenecía. Él no quiere hablar de ninguno de esos conceptos que me atrajeron hacia esta tierra: los mitos, la edad de ensueño, las criaturas maravillosas, sus raíces. En el catálogo de su obra expuesta en la galería hay una historia acerca de su tótem, la iguana del desierto, pero cuando le pregunto por ella, él se encoge de hombros.

—¿Has dejado de creer en tu tótem? —inquirí.

—Si creyera todavía en él, no me estaría permitido hablar de él.

—¿De modo que ya no crees en él?

—Dicho así resulta demasiado simple.

Fin de la conversación.

Procuro verlo todo desde la distancia, con cierta frialdad, como a través de unos ojos ajenos: quién soy, mi historia, cómo he llegado hasta aquí, mis sueños sobre esa tierra que ha resultado muy distinta de lo que me imaginaba, los meses que llevo aquí. Quiero saber si me he engañado a mí misma, pero no, todo encaja, no estoy loca. De existir el éxtasis, éste que estoy viviendo es el más puro, una sensación que siempre he deseado y que no tiene por qué durar. Es más, ésa es precisamente su condición: que no dure. Tal vez sea contrario a las leyes, inconcebible, que alguien te mire, pose sus manos sobre tus hombros y te diga que tiene que marcharse dentro de una semana y que no regresará, como obligándote así a comprimir toda una vida en una semana.