Capítulo 10

HAY un trabajo en Bali...

Kate caminaba junto a Craig por la playa, tratando de asimilar lo que le estaba diciendo.

-Bueno, no es exactamente un trabajo, pero tengo algunos amigos allí, y es un lugar genial para el surf. Hace tiempo que quería irme.

-¿Y por qué no te has ido?

-Quería asegurarme de que estabais bien. Sé que no soy un buen padre, pero ahora que sé que Georgie y tú estáis bien... siento que ya puedo irme. Le escribiré y ahorraré para que pueda venir durante las vacaciones. Mis padres esperan tenerla un par de semanas... Toma -al parecer, Craig no solo no quería dinero, sino que pensaba ofrecérselo-. Sé que recordaré los cumpleaños, pero para cuando saque buenas notas.

Kate aceptó lo que Craig le dio para su hija, aunque fuera a destiempo.

-Queremos cosas diferentes para nuestra hija, Kate -continuó él-. Yo quiero olas y libertad, y tú colegios y rutinas.

-Georgie quiere rutinas. Los niños las necesitan -dijo Kate, aunque sin afán de discutir. Craig no podía ser considerado precisamente padre del año, pero quería a Georgie a su manera, y Kate pensaba decirle eso siempre a su hija.

-¿Dejarás que mis padres la lleven a verme?

-Por supuesto -dijo Kate, conmovida por el hecho de que Craig hubiera decidido permanecer por allí hasta asegurarse de que estaban bien.

Lo que Craig no sabía era que aquel «estar bien» era una completa mentira.

-Tengo buen gusto para los canallas -trató de bromear, aunque por dentro estaba llorando por Georgie y por sí misma.

Pero, tras despedirse de Craig con un breve beso, y mientras se encaminaba de vuelta a la casa, se sorprendió al sentirse más ligera, más libre.

Por su parte, Aleksi también estaba teniendo otra revelación.

-Tómalo.

Había llegado a la oficina dispuesto a pelear como un tiburón con su madre y, de pronto, Nina le estaba ofreciendo su propia cabeza.

-No puedo luchar más contigo.

Aleksi no se sintió conmovido por las lágrimas de su madre.

-Quédate con Kolovsky, con Krasavitsa, pero haz el favor de escuchar a Belenki. Puede que esté equivocada, puede que haya sido demasiado codiciosa, pero creo que algunas de sus ideas son buenas.

Aleksi no entendía de qué estaba hablando su madre. Aunque viviera mil años, nunca la entendería. Siempre la odiaría, pero a veces se preguntaba si sería capaz de sentir también un poco de amor por ella.

-Has cambiado de opinión -dijo, sintiéndose repentinamente cansado de todo aquello-. ¿Por qué?

-El jeque Amallah ha cancelado el encargo del vestido para la princesa, y ha habido otras cancelaciones. Lavinia me ha dicho que lo deja, que solo va a trabajar para ti. También me lo han dicho otros. Sé que no soy buena para los negocios -continuó Nina con un profundo suspiro-. Por mucho que me guste, soy consciente de que podría arruinar todo lo que tu padre construyó.

-En ese caso, déjalo.

-Estoy dejándolo. Voy a concentrarme en nuestras obras de beneficencia. Pero, por favor, reúnete con Belenki.

-Belenki no da muchas muestras de querer reunirse conmigo -dijo Aleksi con cautela.

-Está aquí -repuso Nina, y Aleksi sintió que se le helaba la sangre-. Más bien llega esta mañana; se supone que voy a recogerlo al aeropuerto. Habla con él, por favor, Aleksi. Siempre me confunde; es tan fuerte, tan enérgico... Siempre acabo aceptando lo que propone, e insiste en que estoy ayudando mucho a los huérfanos...

Aleksi comprendió que lo que movía a su madre era la culpabilidad.

Mientras conducía de vuelta a su casa la adrenalina seguía circulando por sus venas, porque había esperado tener un duro enfrentamiento con su madre y lo que había obtenido sin ningún esfuerzo habían sido sus lágrimas y su capitulación. Se sentía culpable por haber abandonado a su hijo y a su hijastro en orfanatos rusos y trataba de compensar sus acciones invirtiendo millones en obras benéficas.

Pero Aleksi no sabía si le quedaba suficiente alma para perdonarse a sí mismo, y menos aún a Nina, por no haber tratado de reparar las cosas mucho tiempo antes.

Cuando entró en su casa, vio que había arena en las baldosas de la entrada y algunos juguetes de Georgie tirados por el suelo. La asistenta lo miró con expresión agobiada.

-Lo siento. Aún no he podido,,,

-No pasa nada -dijo Aleksi sinceramente-. Olvídelo y tómese el día libre -ofreció, porque necesitaba estar a solas.

Desde que Kate y Georgie se habían trasladado a su casa todo era distinto, incluso el contenido de la nevera, pensó mientras la abría. Se había acostumbrado a despertarse escuchando risas, jaleo y caos, porque, a pesar de todo el servicio que tenía, Georgie siempre perdía algo cada mañana y acababan teniendo que irse corriendo.

Pero aquello no iba a durar.

Ya no necesitaba a Kate.

Aunque tal vez sí la necesitaba.

Al entrar en el dormitorio se fijó en el libro que había en la mesilla de Kate. El marcador estaba en la página 342 y sabía que en el avión de regreso de Londres estaba en la 210. De manera que había estado leyendo mientras él suponía que habría estado enfurruñada.

Por algún motivo, aquello le hizo sonreír. Kate había tratado de hablar con él desde su revelación, le había asegurado que trataría de comprender, de que tal vez no era demasiado tarde para buscar a su hermano.

¿Podría hacerlo? ¿Sería capaz de dejar entrar a Kate en su vida? ¿Podía fiarse, no ya de ella, sino de sí mismo? ¿Querría estar Kate con un hombre que había optado por dar la espalda a un hermano?

No solo era monogamia lo que quería Kate, sino su verdad, sus pensamientos, su alma. Suponía mucho entregar todo aquello, y sin embargo... Volvió a dejar el libro en la mesilla, aspiró su aroma en la habitación y comprendió que también tenía mucho que perder.

Más de lo que podría soportar.

Podía decirle... lo que ni él mismo sabía, hablarle del miedo que lo despertaba cada noche, de la respuesta que siempre estaba a punto de recordar, de la vergüenza que sentía cada vez que pensaba en Riminic, el hermano que había dejado de lado todos aquellos años.

¿Cómo podía pedirle a Kate que tuviera fe en él si ni él mismo conocía su propia verdad?

Se encaminó hacia la ventana y contempló distraídamente las magníficas vistas del océano mientras en su mente resonaban las palabras de su padre. Nyekamoo doveerye. «No confíes en nadie».

Y entonces comprendió que su padre tenía razón.

Kate caminaba junto a la orilla de la playa. Un sarong blanco la cubría, aunque no lo suficiente. Incluso desde aquella distancia podían distinguirse sus curvas.

El dinero le sentaba bien, pensó Aleksi sombríamente.

Los salvajes rizos de su pelo estaban más domados, brillaban más, y su piel resplandecía. Emanaba de ella una recién encontrada confianza en sí misma que no era tan tonto como para creer que le había dado él.

«No confíes en nadie».

El hombre era tan rubio como Georgie, y Aleksi supo de inmediato que era Craig quien caminaba junto a Kate.

Estaban juntos.

Había una especie de comodidad en su forma de estar juntos que le desgarró el corazón, una sensación de unión que desató en él la furia de un perro rabioso.

Se sintió terriblemente estúpido por haberse atrevido a creer por un momento que ella era distinta... y que él también podía llegar a serlo.

Pero, cuando Craig la besó, cuando la rodeó con sus brazos y ella se inclinó un instante hacia él, no fueron los celos los que consumieron a Aleksi, unos celos que llegarían diez segundos después, sino el pesar.

El pesar por no ser él.

El pesar por que Georgie no fuera suya.

El pesar por haber constatado que, finalmente, nunca podría haber un «ellos».

-¡Hey! -Kate pareció sinceramente sorprendida y encantada al ver a Aleksi-. ¿Qué haces de vuelta en casa?

A pesar de que su cuerpo estaba gritando por una pelea, por un enfrentamiento, Aleksi se contuvo.

-¿Dónde estabas? -preguntó secamente.

-Estaba paseando por la playa -contestó Kate con una sonrisa-. Hace un día maravilloso. Pero ¿por qué has vuelto?

-Belenki está aquí -Aleksi observó la piel de Kate, el polvo de arena que había en sus piernas, y luego su rostro, los labios que le sonreían a pesar de que acababa de besar a otro hombre-. Vístete. Tenemos una reunión con él dentro de una hora en la oficina.

Kate no quería vestirse. Sentía una especie de euforia vital que no había esperado. Se sentía liberada, sensual, y ante sí tenía a Aleksi. Podía sentir su tensión, probablemente debida al cercano encuentro con Belenki y, como ya había hecho en una ocasión anterior, quiso aliviar su tensión.

-Solo tardaremos media hora en llegar -susurró a la vez que se acercaba a él.

Aleksi dejó que se arrimara a él, que lo besara. Estaba tan enfadado que se excitó de inmediato. La presión de su palpitante sexo contra la bragueta resultó casi dolorosa.

El sarong de Kate cayó al suelo mientras se besaban, seguido del sujetador de su bikini, y Aleksi no supo si había sido él quien se lo había quitado. Al sentir la presión de los generosos pechos de Kate contra el suyo, deslizó instintivamente las manos hacia sus tersos y curvilíneos glúteos. Se sentía tan excitado que quería olvidar lo que había visto. Deseaba tanto a Kate que le resultaba doloroso resistirse.

Permitió que lo besara, que su cuerpo reaccionara libremente a sus caricias. Cuando, ya jadeante, Kate empezó a mordisquearle el cuello, él deslizó una mano en el interior de las braguitas de su bikini, buscando la húmeda calidez que ya lo aguardaba.

Se sintió como un adicto en busca de una última dosis, pero él era más fuerte que eso. Si había sido capaz de la noche a la mañana de prescindir de los analgésicos a pesar de estar sufriendo, sin duda podría contenerse.

Pero Kate era más adictiva que cualquier analgésico, y no hizo nada para impedirle que liberara su sexo de la bragueta.

Quería quitarle el bikini, pero ni siquiera había tiempo para eso, de manera que apartó la tela directamente con su erección y la penetró, sintiendo el roce de la costura del bikini a lo largo de su miembro según entraba más y más en ella. Al sentir la palpitación de su orgasmo en torno a su sexo y escuchar sus gemidos estuvo a punto de perder el control.

Pero él era más fuerte que eso. Mientras Kate se aferraba a él, exigiendo su respuesta, repitiendo su nombre, él fue capaz de salir de ella, triunfante, aún erecto, insatisfecho... y de mirarla con auténtico desprecio.

-¿Aleksi? -murmuró Kate, aún aturdida, temblorosa.

Nunca se había sentido tan desnuda, tan expuesta, tan confundida como al ver aquella mirada mientras los temblores del orgasmo aún recorrían su cuerpo.

-Ya te lo había dicho -Aleksi se subió lentamente la cremallera del pantalón mientras la condenaba con la mirada-. Vístete.

Para Kate, aquel fue el rechazo definitivo.

Una vocecita interior le decía que Aleksi estaba cansado, tenso, preocupado porque llegaba tarde a la reunión, pero su instinto le decía otra cosa.

Mientras Aleksi conducía en silencio, ella se devanó los sesos tratando de recordar los detalles de lo sucedido, de buscar un motivo para su actitud. Al principio se había mostrado ligeramente reacio a sus avances, pero enseguida había cedido y se había excitado de forma evidente. Los motivos que la habían llevado a actuar así no habían sido precisamente virtuosos, pero sí habían sido puros; solo había pretendido hacer el amor con él.

Contempló el perfil de Aleksi mientras conducía y vio a un desconocido de expresión torva e impenetrable.

Cuando el coche se detuvo ante las puertas de las oficinas de Kolovsky, el portero se acercó rápidamente al vehículo. Aleksi parecía impaciente por ir a reunirse con Belenki, pero Kate no hizo amago de moverse.

-¿Qué es lo que acaba de pasar en casa? -preguntó con suavidad.

-¿Qué? -Aleksi frunció el ceño como si no supiera de qué estaba hablando.

-¿Qué es lo que ha pasado? -casi gritó Kate.

-Que he cambiado de opinión -una cruel sonrisa curvó los labios de Aleksi antes de que añadiera-: Es una prerrogativa de los hombres.

Cuando Kate lo abofeteó en la mejilla, él no hizo el más mínimo movimiento para impedirlo. Ni siquiera pareció reaccionar. Aturdida, Kate vio que el portero se retiraba discretamente del coche.

-Confiaba en ti -ante el silencio y la imperturbabilidad de Aleksi, Kate siguió hablando-. Había aceptado que lo nuestro no iba a durar siempre, había aceptado tus reglas, tu retorcida lógica. Pero en la cama, cuando hacíamos el amor, confiaba en ti -la única reacción de Aleksi fue un parpadeo, pero bastó para alentar a Kate a seguir hablando-. Incluso cuando me susurrabas que siempre me desearías, me ceñí a las reglas y me dije que era la pasión la que hablaba. Pero no me merecía lo que me has hecho hoy. Te había confiado mi cuerpo. Contigo me sentía a salvo, preciosa, y libre de toda vergüenza. Creía que al menos eso era sincero entre nosotros.

-¿También te has sentido a salvo, preciosa y libre de toda vergüenza cuando has estado en la playa con Craig? -le espetó Aleksi en un tono repentinamente venenoso. Quería ver la reacción de Kate cuando comprendiera que sabía la verdad, quería observar cómo se derrumbaba y trataba de buscar excusas y explicaciones para su comportamiento.

-Lo cierto es que sí -contestó Kate con sencillez antes de abrir la puerta de su lado para salir del coche-. Te recuerdo que tenemos una reunión a la que asistir.

-Me has sido infiel -masculló Aleksi despectivamente.

-No -Kate se encaminó hacia los ascensores con la cabeza alta y no volvió a hablar hasta que estuvieron dentro-. Finalmente me he sentido libre porque Craig me ha dicho que se va. Me he sentido libre porque no me ha pedido dinero ni ha decidido de repente que quiere llevarse a Georgie. Me he sentido libre porque por fin hemos dejado bien claro todo lo relacionado con Georgie. Podrías haberme preguntado qué hacía con él, podrías haberme pedido que te explicara lo que estaba pasando.

-¿Y darte la oportunidad de buscar excusas? -preguntó Aleksi en tono sarcástico.

-No necesito tus oportunidades, ni tu desconfianza, Aleksi. Y no necesito poner excusas -Kate lo miró con firmeza a los ojos al añadir-: Hemos acabado.

-Entonces, ¿por qué sigues aquí?

-Porque, a diferencia de ti, tengo ética. También tengo una hija y, cuanto más clara sea la ruptura, menos sufrirá. Si no te importa, me gustaría decírselo cuando llegue a casa, y luego buscaré un hotel.

-Dime qué estabas haciendo con Craig y tal vez...

-¿Me perdonarás? ¿O volveré a ser repentinamente aceptable para ti? ¿Y la próxima vez, Aleksi? ¿Qué pasará la próxima vez que decidas que no soy de fiar? -Kate negó con la cabeza, tan enfadada que habría podido volver a abofetearlo-. Nunca entenderé ni te perdonaré lo que me has hecho en casa. Y no pienso comportarme como una mártir y devolverte el dinero; después de lo que me has hecho considero que me he ganado hasta el último céntimo de tu millón de dólares. ¡De hecho, tú estás en deuda conmigo!

Aquellas palabras deberían haber dolido a Aleksi, deberían haberlo avergonzado, pero estaba más allá de aquellos sentimientos. Estaba aturdido, entumecido, paralizado, pero no por las palabras de Kate.

En aquellos momentos avanzaba hacia él una pesadilla viviente, una pesadilla de la que nunca lograría despertar, que nunca había logrado recordar o describir adecuadamente. Pero en aquel instante se unieron todos los cabos en su mente con claridad meridiana.

-Aleksi -dijo Zakahr Belenki a la vez que se detenía ante él-. Creo que tenemos mucho de qué hablar.