Capítulo 4

NO había emoción.

Aleksi apostó un millón al negro y contempló cómo giraba la ruleta.

Ganar, perder.

Ya no había emoción.

No necesitaba el dinero, y no necesitaba Kolovsky.

Ni siquiera sabía si quería la empresa.

Ganó.

Escuchó los gritos y aplausos a sus espaldas, se volvió hacia la que sin duda debía de ser una de las mujeres más guapas del mundo y aceptó su beso en los labios... pero aún no había logrado recordar su nombre. Le devolvió el beso y, por un instante, la atrajo hacia sí, buscó su olor, sus pechos, su cuerpo, algo que curara su entumecimiento. Acababa de ganar cincuenta millones y ni siquiera podía llegar a excitarse con la bellísima mujer que tenía entre sus brazos.

Pero conocía su cuerpo. Nunca le había fallado, y tampoco le falló en aquel momento.

Allí estaba, la respuesta primaria, la leyenda Kolovsky, que nunca se debilitaba, y también la sonrisa de triunfo de ella cuando finalmente notó de forma palpable su excitación.

¿Cómo se llamaba?

-Disculpa un momento.

Aleksi fue al servicio, donde buscó alivio. Tras subirse la bragueta se lavó las manos y la cara. Mientras se secaba se miró en el espejo.

El pelo estaba en su sitio.

No tenía los ojos rojos.

Su piel tenía un aspecto perfecto.

La semibarba le sentaba estupendamente.

Era el jefe de Kolovsky.

Se aflojó el nudo de la corbata al sentir la palpitación de su pulso contra el cuello de la camisa.

Lo sabía.

No recordaba qué... ¡pero sabía algo importante!

Más que su hermano Levander, que lo había vivido.

Más que su gemelo, Iosef, que se había enfrentado a ello.

Más que su hermana, Annika.

Era más listo que todos ellos... y serlo era una maldición.

Él «sabía». Sabía mucho más que cualquiera de ellos, y aunque quería negárselo a sí mismo, aunque su padre lo apaleó para silenciarlo porque la verdad lo habría cambiado todo, cada vez le costaba más ocultarse de ello.

Había un recuerdo, una imagen, pero cada vez que trataba de retenerla se le escapaba.

¿Por qué no podía recordar?

Apoyó la frente contra el espejo y suspiró. Esperaba que haber dejado por completo los analgésicos le sirviera para despejarse la mente. Porque sabía que había que hacer algo.

Pero no sabía exactamente qué.

El móvil sonó en su bolsillo, reclamando su regreso a su inmaculado mundo. Suspiró de nuevo y se encaminó hacia la puerta. Cuando el teléfono volvió a sonar, miró la pantalla.

Brandy.

Así era como se llamaba. Debía de estar preguntándose dónde estaba.

En lugar de girar a la derecha en el pasillo, Aleksi giró a la izquierda y acabó en la cocina. Desde allí llamó a su conductor para que se asegurara de llevar a Brandy de vuelta a casa, o a donde quisiera ir.

-¿Algún mensaje personal? -preguntó el conductor.

-No -contestó Aleksi. Tras colgar el teléfono, lo arrojó a una freidora sin pensárselo dos veces.

En cuanto salió hizo parar a un taxi.

-¿Adónde vamos, señor? -preguntó el taxista.

-Al aeropuerto.

Mientras avanzaban, Aleksi sintió que el trayecto le resultaba familiar. Había estado allí antes... recordó que la noche del accidente conducía por allí como si lo persiguiera el diablo, pero no logró recordar por qué. Tal vez para no pensar..., Tal vez era eso lo que buscaba aquella noche, lo que buscaba en aquellos momentos.

-Lléveme de regreso a la ciudad -dijo cuando el taxista estaba a punto de parar en la terminal de salidas del aeropuerto.

El taxista empezó a protestar, pero se calló al ver los billetes que le ofreció

Aleksi.

-Limítese a conducir.

Dieron la una y las dos de la madrugada antes de que volviera a hablar.

-Gire aquí a la izquierda -dijo cuando empezaban a alejarse de nuevo de la ciudad-. Tome la siguiente salida, gire a la derecha en la rotonda y luego otra vez a la derecha.

Unos minutos después vio la casa de Kate. La hierba de la parte delantera necesitaba un corte, y su coche, aparcado ante la casa, necesitaba un buen lavado. Había un cartel de En Venta fuera.

-Pare aquí.

El taxista detuvo el coche y esperó pacientemente mientras Aleksi debatía en silencio consigo mismo.

Se había jurado no volver nunca allí.

Se odiaba a sí mismo por estar dando esperanzas a Kate cuando sabía que de aquello no podía surgir nada real.

Había acudido allí en tres ocasiones, y se despreciaba por ello.

Y al día siguiente, cuando amaneciera, volvería a arrepentirse.

«No vuelvas a cometer el mismo error», se dijo.

Pero...

Salió del coche.

-Váyase -le dijo al taxista.

-Puedo esperar. Asegúrese antes de que hay alguien en la casa...

-Váyase -repitió Aleksi.

Mientras el taxi se alejaba, Aleksi permaneció en la acera, preguntándose de nuevo qué diablos hacía allí.

Apartó aquellas dudas y trató de alejar los recuerdos de sus visitas anteriores, pero no lo logró.

Kate era la mujer con la que más tiempo había estado.

Era la primera vez que pensaba aquello. Con alguna intermitencia, Kate había estado a su lado cinco años, más que ninguna otra mujer. Aleksi viajaba ligero; cuando una relación terminaba, terminaba, y en cuanto a amistades femeninas... nunca había sabido muy bien cómo llevarlo...

Pero había tenido que hacerlo con Kate.

Avanzó por el sendero y se detuvo ante la puerta, diciéndose que podía manejar la situación. Respiró profundamente y llamó.

Kate encendió la luz al oír la llamada, un instante antes de que Bruce, su supuesto perro guardián, empezara a ladrar. Bajó las escaleras medio dormida, tratando de no alimentar sus esperanzas.

A veces se preguntaba si se imaginaría aquellas visitas, porque después nunca eran mencionadas.

En realidad, no entendía por qué acudía Aleksi a su casa, pero ya había sucedido en tres ocasiones. La primera, un par de semanas después de haber empezado a trabajar en Kolovsky. Aleksi le dijo que la prensa lo estaba persiguiendo y que, para quitárselos de encima, había acabado allí. Kate le prestó el sofá y, para cuando se levantó, ya no estaba allí.

Unas semanas después tuvieron una pelea y Kate renunció a su puesto cuando Aleksi le exigió que se quedara trabajando más allá de su horario. Aquella noche acudió a verla y le pidió que reconsiderara su decisión, ofreciendo ser más riguroso a la hora de respetar el acuerdo al que habían llegado respecto a sus horarios. Después de que Kate aceptara, Aleksi apenas tardó unos minutos en quedarse dormido en el sofá,

Volvió una tercera vez después del baile de beneficencia, incoherente, enfadado con todo el mundo, furioso con Belenki, con su familia y con el mundo. Se dieron un segundo beso, un beso dulce y desconcertante, porque, incluso antes de que terminara, Kate captó el conflicto en la mirada de Aleksi. Una vez más, cuando se despertó por la mañana, Aleksi había desaparecido. Y después tuvo lugar el accidente.

Y ahora había regresado a su casa, cruel, inquieto, enfadado.

-Mi pierna... -fue todo lo que dijo Aleksi cuando le abrió.

Kate vio el sudor que bañaba su frente cuando cruzó cojeando el umbral de su puerta.

-¿Has tomado tu analgésico? -nunca lo había visto así, al menos desde los primeros días en el hospital, mientras trataban de encontrar la cantidad de medicación adecuada-. Tal vez necesites una inyección.

-He dejado de tomar todo.

Aleksi estaba tan pálido que Kate temió que fuera a desmayarse.

-Se supone que deberías ir reduciendo poco a poco la dosis.

-La he reducido por completo.

-¿Cuándo?

-Hoy.

-¡Aleksi! -exclamó Kate, sinceramente horrorizada-. Dijeron que debías reducir la dosis poco a poco, que pasarían meses antes de que pudieras dejarla del todo.

-Pues acabo de dejarla del todo. Necesito pensar con claridad.

-¡No se puede pensar con claridad mientras se tiene dolor! -insistió Kate.

Aleksi la tomó por la muñeca y cuando habló lo hizo casi con urgencia.

-Desde el accidente apenas he sido capaz de pensar con claridad...

-Eso era de esperar.

-Exacto. No quieren que piense con claridad. Desde que me trata ese nuevo doctor no hacen más que mandarme pastillas...

-Es el mejor -dijo Kate-. Tu madre lo buscó concienzudamente... -se interrumpió, incapaz de creer que Nina hubiera podido caer tan bajo.

-Pienso volver a ponerme en manos del hospital. Tengo una cita el lunes. En cuanto pueda pensar con claridad volveré con ellos, no con un doctor elegido por mi madre -Kate captó en la expresión de Aleksi un dolor que iba mucho más allá de lo físico-. Supongo que pensarás que me estoy volviendo paranoico...

Kate permaneció un momento en silencio.

-Me temo que no. Puede que ambos estemos volviéndonos paranoicos, pero está claro que no te fías de ella.

-Si logro superar esta noche podré pensar con claridad...

Kate entendía aquello.

Pero aún había demasiadas cosas que no entendía en absoluto.

Debería haberle resultado incómodo, o molesto, tal vez, pero no era aquello lo que sentía Kate cuando Aleksi estaba en su casa. No dejaba de ser el Aleksi mordaz y odioso de siempre, pero allí parecía sentirse cómodo, aunque le doliera la pierna.

-¿Cómo se puede perder un tapón? -preguntó Aleksi desde el umbral de la puerta del baño.

Kate le había sugerido que tomara un baño y, dado que probablemente no se había preparado en su vida uno, decidió hacer una excepción y ofrecerse a preparárselo. ¡Pero no lograba encontrar el tapón de la bañera!

-Tal vez lo ha escondido Georgie... ¿Qué te parecería una ducha?

-Te has pasado los últimos diez minutos contándome lo bien que me sentaría un baño, y ahora...

-¡Aquí está! -Kate encontró finalmente el liso tapón entre las páginas del libro que había estado leyendo en el baño.

Tras poner el tapón, abrir los grifos y preparar unas toallas se dispuso a salir, pero Aleksi bloqueó la puerta y extendió una mano hacia ella. Reacia, Kate le entregó la novela.

-A mí también me gusta leer en el baño -explicó Aleksi.

Debía de gustarle realmente, porque se pasó un buen rato en el baño.

Mientras, Kate no paraba de preguntarse por qué acudiría a verla, aunque sabía que, si lo interrogaba al respecto, se cerraría la pequeña puerta de comunicación que había entre ellos.

Lo más lógico y sofisticado sería no volver a responder a su llamada.

Fingir que estaba fuera.

Pero estaba en casa.

Y, definitivamente, estaba en casa para Aleksi.

Tenía una vida.

Una profesión.

Una familia.

Pero Aleksi era la emoción de su vida.

Un secreto culpable y delicioso, una pregunta interminable sin respuestas.

Sabía que, aquella noche, Aleksi estaba sufriendo el síndrome de abstinencia de los analgésicos y que, al día siguiente, cuando se despertara, ya se habría ido y entonces sería ella la que sufriría el síndrome de abstinencia.

-¿Vuelve con él? -Aleksi apareció en la puerta del dormitorio de Kate, empapado, con una toalla en torno a la cintura. Kate saltó de la cama, en la que estaba tumbada, y trató de reordenar sus pensamientos-. Me refiero a Jessica -aclaró Aleksi.

De manera que sí había estado leyendo.

-Al menos una temporada -contestó Kate mientras él entraba en la habitación. Por algún motivo, sabía que aquella noche no iba a haber sofá para ninguno de los dos, que iban a pasarla juntos-. Después...

-¿Después qué? -dijo Aleksi mientras se sentaba en el borde de la cama-. ¿Se dio cuenta de que estaba mejor sin él? -añadió a la vez que se tumbaba y se estiraba junto a Kate, tan solo cubierto por la toalla. A pesar de cuánto le habría gustado mirarlo, Kate se contuvo.

-No he llegado tan lejos -al ver que Aleksi cerraba los ojos, Kate se atrevió a mirar. Sentada contra las almohadas contempló aquel magnífico ejemplar de hombre, tumbado junto a ella, con sus pómulos perfectos, su fuerte mandíbula, su asombroso cuerpo semidesnudo...

-¿Vas a vender tu casa? -Aleksi logró que su voz sonara muy normal, y Kate trató de hacer lo mismo.

-La vende mi casero. Por eso le he pedido a mi hermana que se quede con Georgie. Necesito encontrar un lugar este fin de semana.

-Supongo que te habrá avisado con tiempo, ¿no? -preguntó Aleksi con el ceño fruncido.

-Sí, pero he tenido unos días realmente ajetreados. El pasado fin de semana me dijiste que venías. Este fin de semana empezaré a buscar y espero haber encontrado algo para el siguiente... Al menos si mi jefe me da unas buenas referencias -añadió un poco enfadada al recordar.

Aleksi abrió los ojos para mirarla.

-Tal vez fui un poco brusco...

-Nada de tal vez -replicó Kate, indignada.

-No puedo permitirme que te vayas ahora.

-Habría bastado con que hubieras dicho eso.

Cuando recordara aquella noche, y Kate estaba segura de que así sería, no sabía si recordaría cómo empezó a tocarlo. Pero mientras lo vivía, mientras lo sentía, resultó tan perfecto, tan natural que, tras charlar un rato, tras un rato de silencio y de nuevo otro de charla, cuando la pierna de Aleksi se encogió en un doloroso calambre, fue una reacción instintiva lo que le llevó a apoyar una mano en su muslo. Una vez allí, una vez dado el paso, no quiso regresar a un mundo en el que no pudiera sentir a Aleksi bajo su mano, aunque supiera que al día siguiente sería así.

Su piel era cálida, firme, tensa y el contacto con ella puso los nervios de Kate en una intensa alerta. Trató de concentrarse, de calmar su respiración. Las sirenas de alarma fueron calmándose poco a poco y finalmente pudo respirar con más tranquilidad a la vez que empezaba a masajear el muslo de Aleksi. Al ver las marcas que le habían quedado tras el accidente, tomó un poco de aceite para bebé y comenzó a frotarlas con delicadeza, y luego con más firmeza.

Le llevó tiempo, pero, finalmente, el tenso músculo de Aleksi pareció ceder bajo sus dedos. Pero apenas unos segundos después volvió a contraerse. Kate lo oyó maldecir, y vio que apretaba los dientes.

-Cuando tuve a Georgie... -empezó.

-¡No! -Aleksi se rio a la vez que le dedicaba una severa mirada de advertencia-. No digas que sabes lo que siento...

-Pero lo sé -dijo Kate mientras seguía masajeándolo-. Estaba sola y las enfermeras no paraban de decirme que lo estaba haciendo muy bien, pero yo empecé a rogar para que me dieran algo. No podía creer lo mucho que me dolía. Sabía que los partos podían ser dolorosos, pero no esperaba aquella agonía...

-¿Cuánto tiempo duró?

-Toda la noche. Pensé que nunca lo superaría, pero lo logré.

-No quiero drogas -dijo Aleksi, enfurruñado, y Kate sonrió.

-Yo dije lo mismo -Kate presionó con más fuerza el muslo de Aleksi para tratar de deshacer el nudo de sus músculos y él contuvo el aliento. Finalmente, el músculo se aflojó y Kate siguió masajeándolo.

-¿Pero cediste?

-Desde luego -Kate sonrió-. Grité como una loca para conseguirlo.

Aleksi también sonrió.

-Yo no pienso ceder.

Kate sabía que así sería.

-¿Es muy doloroso?

-No -Aleksi la sorprendió con su respuesta-. No es tanto el dolor como los pensamientos. Resultaría más fácil tomarme algo, pero necesito superar esto.

-Lo conseguirás -dijo Kate-. Solo tienes que relajarte.

-Eso es más fácil de decir que de hacer -replicó Aleksi con ironía.

-Tú inténtalo.

Y Aleksi lo intentó.

Permaneció tumbado, pensando tan solo en las manos de Kate. En el hospital no le había gustado nada que lo tocaran, que invadieran su cuerpo mientras le decían que se relajara, pero solo en aquella ocasión logró relajarse y, cuando lo hizo, fue como si sus músculos se estuvieran derritiendo.

Nunca lo habían cuidado mejor. Nunca se había sentido tan cómodo y relajado con otro ser humano.

Siempre estaba actuando.

Durante las comidas, los negocios, en la cama, en el hospital... siempre era él quien conducía la conversación, el trato, el orgasmo, la recuperación. Cualquiera que fuera la meta, la perseguía sin tregua. Pero aquella noche permaneció tumbado y dejó descansar su mente, su cuerpo, se permitió simplemente ser... hasta que su pierna volvió a contraerse y su mente volvió a tensarse con el dolor del recuerdo, con el despertar de su memoria. El sonido de las ruedas derrapando sobre el asfalto, el olor a goma quemada, su coche fuera de control porque tenía la cabeza llena de cosas...

Kate siguió masajeando su muslo y él quiso gritar porque recordar era un auténtico infierno.

-No pienses en nada -dijo Kate con delicadeza.

De manera que Aleksi la miró a ella en lugar de mirar en el interior de su mente. Estaba muy concentrada, y Aleksi bajó instintivamente la mirada hacia su escote, deseando que se abriera, que se abriera un poco. Pero solo deseándolo no iba a lograrlo.

Estaba cubierto por la toalla, pero los atentos cuidados de Kate habían sido claramente reconocidos por otra parte de su cuerpo.

-No te preocupes -dijo Kate avergonzada a la vez que apartaba el rostro-. Estoy segura de que es normal... -debía de serlo, con todas las fisioterapeutas y enfermeras que debían de haberlo tocado.

Seguía con la mano en el muslo de Aleksi, detenida. Podría haberse ido en aquel momento, pero no lo hizo. Aquello era algo que nunca comprendería, porque estando allí, a solas con Aleksi en su casa, se sintió preciosa.

Por primera vez en su vida, cuando él la miró con sus ojos grises, se sintió como si fuera otra mujer.

Una mujer atrevida, sensual.

Pero no lo era.

La idea del sexo iba unida a la de la vergüenza para ella. Su primer intento con Craig había dado como resultado a Georgie. Craig reaccionó diciendo que estaba intentando atraparlo para casarse, y, cuando empezó a reprocharle que estuviera engordando, Kate le pidió que se fuera.

El alivio de Craig fue palpable al verse libre del compromiso de la paternidad. Sus padres y él veían a Georgie de vez en cuando. Le enviaba tarjetas y regalos por Navidad, pero esa era toda su implicación en la vida de su hija.

Después de eso, Kate juró que nunca volvería a pasar por aquello.

Era una madre, y quería ser la mejor madre para Georgie, y prefería hacerlo sola, sin un hombre, en lugar de someter a Georgie a sus errores.

Pero en aquellos momentos Aleksi estaba en su cama, y ella era algo más que una madre aquella noche. Por primera vez en mucho tiempo, volvía a ser una mujer.

Aleksi la estaba mirando y ella le devolvió la mirada sin apartar la mano de su muslo. Volvió a moverla, lo acarició, y ambos supieron que aquello era algo más que un masaje. Sintió que el muslo volvía a contraerse, sintió la oleada de dolor que recorrió a Aleksi. Pero pensaba aliviarlo con otro tipo de caricias.

-Kate... -Aleksi cubrió con su mano la de Kate cuando notó que ascendía por su muslo-. No tienes por qué...

-Lo sé -susurró Kate, sintiendo como se adueñaba de ella el deseo. Sí, aquello cambiaría las cosas... pero en realidad ya habían cambiado.

Sabía que nunca podría conservar a Aleksi, pero sí quería al menos haberlo tenido.

Nunca había tomado a un hombre en su mano, y lo hizo por primera vez. Rodeó su miembro como si tuviera derecho a ello, con los dedos aún deslizantes por el aceite para masajes.

-Kate... -volvió a murmurar Aleksi, casi instándola a detenerse. Su dolor, su culpabilidad y su vergüenza seguirían allí al día siguiente, pero en aquellos momentos todo ello se disolvió bajo la bendición de las caricias de Kate. Unas caricias sin avidez, sin exigencias, lentas, rítmicas, que le hicieron permanecer en silencio y cerrar los ojos.

Eran unas caricias inexperimentadas, que casi habría querido corregir. Pero, mientras se entregaba a ellas, comprendió que no podían ser mejores.

Había un profundo placer en lo inesperado.

La falta de experiencia convertía cada caricia en una sorpresa.

«Cuidado», pensó, pero no lo dijo.

Kate siguió subiendo y bajando la mano con delicadeza, totalmente absorta en la belleza y perfección del hombre que tenía a su lado. Lo que estaba sucediendo era más maravilloso de lo que jamás había soñado, y el hecho de que fuera real alentó su audacia.

Una intensa excitación se iba acumulando en su interior, una excitación que la llevó a inclinarse sobre él para besar sus planos pezones. Primero lo besó con delicadeza, pero, al sentir que se agitaba su respiración, lo besó con el mismo fervor con que deseaba que él la besara a ella.

Cuando sintió que Aleksi deslizaba una mano bajo su camisón, se la apartó y siguió besándolo, deslizando los labios hacia su estómago. Disfrutó intensamente de cada caricia, de cada lametón, pues sabía que viviría durante semanas de aquellos recuerdos. Sin pensárselo dos veces, cada vez más lanzada y jadeante, lo tomó en su boca, lo saboreó, lo sumergió profunda y lentamente en su cálido y húmedo interior.

Para Aleksi fue toda una revelación limitarse a estar tumbado, sin hacer nada más, sin pensar, sintiendo tan solo las deliciosas caricias de los labios de Kate.

Cuando sus caderas se alzaron pensó que no quería que acabara tan pronto, pero no pudo evitar subirse al torbellino de sensaciones que se adueñaron de su cuerpo.

-Kate... -jadeó, y sus caderas volvieron a alzarse. Sintió que se le humedecían los ojos y los cerró con fuerza.

No quería que dejara de acariciarlo, pero, finalmente, su cuerpo se estremeció con fuerza proporcionándole su anhelado alivio. Nunca había estado en un lugar como aquel, un lugar quieto, silencioso, donde solo existían los labios de Kate, su aliento y una noche fuera del tiempo.

No conocía aquel lugar carente de exigencias, de derechos recíprocos, aquel desconocido lugar en el que pudo abrir los ojos y ver a su compañera de cama sin resentimiento, sin sentir rechazo ante la idea de compartir el lecho con ella.

La atrajo hacia sí, disfrutando de las curvas y la tersa carne que palpó con sus manos, del aroma de su pelo y del peso de sus pechos contra el suyo.

La palabra adecuada había evadido su mente a menudo aquellos pasados meses, y, cuando llegó, pensó que debía de ser un error.

«Calma».

Nunca la había conocido, ni sentido, y, a pesar de que trató de buscar otra, aquella palabra permaneció en su cabeza hasta que, finalmente, un plácido y profundo sueño se adueñó de él.