Capítulo 2
ESTÁS guapa! -dijo Georgie mientras Kate ponía mermelada en su tostada.
-Gracias -contestó Kate con una semi sonrisa. A fin de cuentas, Georgie era su fan número uno, y solía dedicarle a menudo aquel cumplido.
-Muy guapa -Georgie frunció el ceño-. Llevas mucho pintalabios.
-¿Ah, sí?
-¿El vestido es nuevo? -Georgina examinó con ojos perspicaces el atuendo de su madre.
-Hace años que lo tengo -Kate añadió un poco de mermelada a su tostada a la vez que se reprendía por no mantener su dieta. Se había consolado pensando que aún faltaban al menos dos meses para que volviera, pero, gracias a la entrometida Nina, ¡Aleksi iba a regresar al despacho aquella misma mañana!
-¿Vuelve hoy Aleksi? -preguntó Georgie con los ojos entrecerrados.
-No estoy segura... -Kate no sabía muy bien qué decir, asombrada ante la minibruja que había creado. Casi esperaba que arrugara la nariz para lanzar un embrujo, pero lo cierto era que a Georgie le gustaba Aleksi.
No solo le gustaba, sino que lo adoraba.
El día que fue a visitarla al hospital, Kate creyó que sería la última vez que lo vería. De hecho, probablemente lo habría olvidado por completo si no hubiera recibido ocasionalmente una tarjeta suya desde los lugares más remotos de la tierra, o algún regalo totalmente inadecuado para Georgie.
Kate había tenido diversos trabajos y había seguido por la prensa las andanzas de la familia Kolovsky. Cuando Ivan murió, Levander renunció a ocupar su puesto, y corrió la noticia de que Aleksi iba a volver a Australia. Kate se sintió en ascuas hasta que, finalmente, bastante después del regreso de Aleksi, este la llamó para ofrecerle un trabajo al que no pudo renunciar.
-¡Me gusta Aleksi!
-Claro que te gusta -dijo Kate con ironía-. Siempre es muy agradable contigo -añadió, recordando que incluso en los momentos más tensos de su trabajo Aleksi tenía una sonrisa para Georgie.
-¿Aleksi tiene novia?
-Aleksi es muy popular con las mujeres -contestó Kate, que decidió cambiar rápidamente de tema-. Vamos, come. Tienes que ir al cole.
-No quiero ir.
-Sabes que luego lo pasas bien -aseguró Kate, pero al ver que los ojos de su hija se llenaban de lágrimas tuvo dificultades para mantener la sonrisa.
-No les caigo bien a mis compañeros, mami.
-¿Quieres que vuelva a hablar con la señorita Nugent?
Kate había hablado a menudo con la profesora. Georgie era muy lista. Ya sabía leer y escribir, pero también era divertida y traviesa, y la señorita Nugent tenía problemas más acuciantes en la clase que una niña que ya podía leer y escribir.
-Si hablas con ella se portarán peor conmigo -dijo Georgie con voz llorosa, y Kate sintió que se le encogía el corazón-. ¿Por qué no les gusto?
La respuesta no era sencilla. Georgie lo había pasado mal en la guardería y no lo estaba pasando mejor en la escuela. Aunque la niña siempre estaba deseando reunirse con sus compañeros a la hora del recreo, estos no la incluían en sus juegos porque en la clase no encajaba. Ya sabía leer y escribir, y también sabía leer la hora. Aburrida, molestaba a los demás compañeros y a los profesores con sus incesantes preguntas, y había habido algunos incidentes por los que había acabado siendo etiquetada de «difícil».
Tras dejar a la niña en el colegio, y mientras conducía hacia el trabajo,
Kate volvió a plantearse por enésima vez la oferta de Aleksi: si aceptaba trabajar para él a tiempo completo, se ocuparía de pagar la educación de Georgie. Kate ya había encontrado una escuela maravillosa para niños especialmente dotados, una escuela en la que comprendían los problemas que acompañaban a la recompensa de tener un hijo especialmente brillante. Pero, sobre todo, Kate supo en cuanto visitó el colegio que Georgie encajaría en él de inmediato. Allí sería una más entre sus compañeros.
Detuvo el coche ante un semáforo y movió la cabeza a la vez que ponía la radio. Georgie necesitaba una mamá más de lo que Aleksi necesitaba una secretaria a tiempo completo, y no estaba dispuesta a ofrecer a su hija un futuro del que podía verse privada si Aleksi Kolovsky cambiara de repente de opinión sobre pagar la educación de Georgie.
Y Kate no quería estar en deuda con él.
-Me alegro de volver a verlo, señor.
Normalmente, Aleksi al menos habría devuelto el saludo con un asentimiento de la cabeza, pero no aquella mañana. Cuando su chófer le había abierto la puerta había recordado las escaleras que llevaban hasta el impresionante vestíbulo del edificio en que la Casa Kolovsky tenía sus oficinas.
Aún no había llegado a dominar el arduo trabajo físico de subir unas escaleras, pero lo haría aquella misma mañana. Viéndolo caminar hacia la entrada, con su impecable aspecto, nadie habría pensado que llevaba cuatro meses sin subir unas escaleras. Pero la facilidad de sus movimientos ocultaba el supremo esfuerzo de concentración que estaba haciendo Aleksi.
-¿Aleksi? -Kate escuchó el rumor que recorrió en un instante el edificio-. ¿Qué quieres decir con que está aquí?
A pesar de poder sentir el pánico generalizado, ella permaneció tranquilamente sentada a su escritorio, escribiendo en el ordenador, y agradeció
la capa extra de maquillaje que se había dado aquella mañana con la esperanza de pasar el escrutinio de Nina.
La planta en que trabajaba Aleksi siempre era muy bulliciosa. Él tenía su propio y amplio despacho, pero en torno a este había una zona abierta que frecuentaba a menudo. Allí era donde trabajaba Kate, así como Lavinia, la secretaria personal. Sintió que varias miradas se posaban sobre ella cuando la madre de Aleksi se acercó a su escritorio.
-¿Sabías algo de esto?
-¿De qué? -preguntó Kate con el ceño fruncido.
-¡Ha venido Aleksi! -siseó Nina, entrecerrando los ojos-. Si me entero de que has tenido algo que ver con esto, ya puedes ir despidiéndote.
-No sé de qué está hablando -Kate trató de mostrarse sinceramente sorprendida ante la noticia-. Se supone que Aleksi aún va a tardar unos meses en volver.
De pronto se produjo una especie de estampida cuando todo el mundo corrió a los servicios a comprobar su aspecto. Aunque Kate parecía tranquila, en el fondo estaba hecha un manojo de nervios. A fin de cuentas, en unos segundos iba a volver a ver a Aleksi.
Lo sintió, lo olió, casi pudo saborearlo antes de verlo.
Su formidable e inconfundible presencia llenó por completo el espacio y Kate alzó la mirada mientras se acercaba... y entonces recordó la conmoción que suponía su presencia, cómo subía la energía cuando estaba cerca.
-¿Qué haces aquí, Aleksi? -no necesitó fingir sorpresa; el mero hecho de verlo siempre la sorprendía, y más aún en aquella ocasión, pues esperaba encontrarse con un Aleksi pálido y convaleciente, no con un Aleksi moreno, tonificado, lleno de energía, guapísimo.
-Es un placer tenerte de vuelta -susurró Lavinia-. Te hemos echado de menos.
Aleksi se limitó a asentir y a pedir que le llevaran un café mientras se encaminaba a su despacho. Al ver que Lavinia se ponía de inmediato en pie, matizó su orden.
-Que me lo traiga Kate.
-¡Pobrecita! -dijo Lavinia con su voz aflautada mientras Kate se ocupaba del café-. Si Nina se entera de que has tenido algo que ver con el regreso de Aleksi te va a hacer la vida imposible.
-Yo no he tenido nada que ver -contestó Kate-. Además, Aleksi es el presidente de Kolovsky, no Nina.
-¿Aún no te has dado cuenta de que las cosas están cambiando? Los días de Aleksi como presidente están contados.
Cuando el Kolovsky más joven, el presidente del imperio, sufrió un espectacular accidente de circulación, la población de Australia contuvo el aliento mientras Aleksi permanecía inconsciente en la cama del hospital. Pronto desaparecieron los rumores de posibles daños cerebrales, y de amputaciones, pero los médicos tuvieron otras cosas a las que enfrentarse.
La noticia de que Levander Kolovsky había sido criado en un orfanato en Rusia mientras su padre llevaba una vida de lujo con su esposa, una información cuidadosamente preservada por la familia, había salido a la luz.
La Casa de Kolovsky se había enfrentado a uno de sus momentos más complicados, pero lo habían superado. La trágica figura de Nina saliendo del hospital tras visitar a Aleksi había despertado la compasión pública. Su casi obscena fortuna y los escándalos habían quedado en segundo plano gracias a su reciente labor filantrópica en Rusia. La boda de su hija, seguida de la noticia de que Levander iba a adoptar a un huérfano ruso, y su implicación con el magnate europeo Zakahr Belenki, le habían sido de gran ayuda. De pronto, la opinión pública había decidido dar todo su apoyo a los Kolovsky.
Respecto a Aleksi, Nina había optado por no hacer comentarios cuando la prensa le preguntaba, pero Kate recordaba muy bien el asombro que le habían producido sus palabras en una reunión de la junta.
-Sin Aleksi al timón, la Casa Kolovsky irá viento en popa.
Dos horas después, Kate había llamado a su jefe.
-¡Es a Nina a quien tienes que engatusar, no a Aleksi! -la voz de Lavinia se entrometió en los pensamientos de Kate, que de pronto decidió que ya había tenido suficiente.
-Lo cierto es que lo siento por ti, Lavinia -replicó Kate-. Todos sabemos lo que tienes que hacer para seguir con el jefe... ¡y no puedo ni imaginarme a qué sabrá Nina después de haber probado a Aleksi!
-Estás temblando -comentó Aleksi cuando Kate dejó la taza de café en su escritorio.
-¡No creas que es por ti! -Kate sopló para apartarse el flequillo de la frente-. Acabo de tener unas palabras con Lavinia.
-No deberías perder el tiempo con ella.
-Oh, solo he perdido unos segundos.
Por una vez, Aleksi no hizo uno de sus mordaces comentarios. Caminar hasta su despacho le había supuesto un gran esfuerzo. Le dolía terriblemente la pierna, pero no dejó que se le notara. En lugar de ello tomó un sorbo de café y, finalmente, tras haber bebido durante varias semanas el brebaje del hospital y los intentos fallidos del servicio en las Antillas, pudo disfrutar del café que realmente le gustaba. Tomó otro sorbo, descansó la espalda contra el respaldo de su sillón y miró a Kate con expresión complacida.
-¡Hay un ataque de pánico generalizado! -dijo Kate con una risita-. He recibido una llamada frenética alertándome de que estabas subiendo y todo el mundo se ha puesto a correr. Incluso he visto correr a Nina.
-Sí, a borrar los archivos que tan atareada está corrompiendo -replicó Aleksi con ironía.
-Solo intenta que los negocios vayan bien.
-Su único dios es el dinero -Aleksi se encogió de hombros-. Tres meses más y ya no quedaría nada de Casa Kolovsky, o, al menos, nada de lo que sentirse orgulloso.
-Las cosas no están tan mal -respondió Kate diligentemente, aunque sin el suficiente entusiasmo-. No debería haberte llamado.
-Yo me alegro de que lo hicieras. He estado hablando con la sección de mercadotecnia. «Toda mujer merece un trocito de Kolovsky» -dijo Aleksi en tono despectivo-. Esa es la última sugerencia de mi madre. Aparte de estar manipulando el tema de los vestidos de novia y Krasavitsa, se está planteando sacar una línea de ropa de cama para una cadena de supermercados.
-Una cadena muy exclusiva -dijo Kate, intentando calmarlo, pero Aleksi masculló una maldición en ruso.
-¡Chush' sobach'ya! -Aleksi vio que Kate estaba dejando una hilera de pastillas junto a su café-. No las necesito.
-He mirado tu tratamiento y debes tomar estas pastillas cada cuatro horas -insistió Kate. Incluso en el hospital se había negado a tomar calmantes, y sedantes por la noche. Siempre estaba rígido, alerta... incluso cuando dormía.
Kate había pasado muchas horas a su lado, tomando notas, manteniéndolo informado. Había sido testigo de cómo lo evadía constantemente el sueño. A veces dormitaba, pero el más leve ruido o movimiento hacía que se despertara.
Kate esperaba que en las Antillas pudiera relajarse, pero lo cierto era que estaba más delgado, más tenso, más hambriento de acción y, por mucho que lo negara, estaba claro para ella que estaba sufriendo.
-Haz pasar a mi madre.
-Estoy aquí -dijo Nina a la vez que entraba.
Superaba los cincuenta años, pero no parecía tener más de cuarenta. Había perdido peso tras la muerte de su marido, Ivan, pero el poder que había ganado parecía haberle sentado bien. Cuando entró en el despacho, acompañada de Lavinia, ignoró a Kate, como de costumbre.
-Me alegra volver a verte, Aleksi -dijo sin ningún sentimiento.
Kate sintió que se le encogía el corazón. Aquel era su hijo, un hijo que había estado muy enfermo... y aquella era la manera de saludarlo de su madre.
-¿En serio? -replicó Aleksi con una ceja alzada-. No suenas muy convincente.
-Estoy preocupada como lo estaría cualquier madre. Creo que has vuelto demasiado pronto.
-Yo creo que es casi demasiado tarde. Ya he visto tus propuestas para el negocio.
-¡Ordené específicamente que no se te molestara con los detalles! -Nina dedicó una iracunda mirada a Kate, que, inevitablemente, se ruborizó-. ¡Déjanos! -ordenó-. Ya me encargaré de ti luego. Asumo que esto ha sido cosa tuya.
-Ha sido cosa «tuya» -la corrigió Aleksi-. Ha sido tu afán por conseguir efectivo lo que ha acelerado mi recuperación. Puedes irte -añadió mirando a Kate.
Para Kate fue un alivio salir de allí.
Y también fue humillante. Antes de cerrar la puerta escuchó el venenoso tono de Nina.
-Dile a tu secretaria que se supone que debe quitar la percha antes de ponerse la falda -dijo, y Kate oyó la estúpida risita de Lavinia en respuesta al cruel comentario.
Buscando un poco de tranquilidad, fue a los servicios, pero allí tampoco la encontró. Todas las paredes estaban cubiertas de espejos y se vio reflejada en ellos desde todos los ángulos. Ni siquiera aquel traje gris lograba disimular sus curvas, curvas que habrían dado igual en cualquier otro sitio, pero que rompían todas las reglas en la Casa Kolovsky. Fuera donde fuese las cabezas se volvían hacia ella, y sus dueños no ponían precisamente buena cara.
Cuando una de las bellezas que deambulaban por las oficinas entró en el servicio, Kate fingió estar lavándose las manos. La modelo dio un pequeño toque a su maquillaje, se subió los pechos, prácticamente inexistentes, y se retocó un momento el pelo antes de salir.
Ni siquiera se molestó en mirar un segundo a Kate. Kate no era nada. No suponía un reto, una competidora. Nada.
Si supiera la verdad..., pensó Kate, mientras la otra mujer salía.
Si supieran su secreto...
Que, a veces, Kate era incapaz de contener una sonrisa al pensar en los recuerdos que acumulaba con Aleksi. A veces, cuando Georgie estaba con sus abuelos, Aleksi acudía a ella, abandonaba el oropel y el glamour de su vida habitual y se presentaba en su puerta en medio de la noche.
Nunca hablaban de ello. Aleksi siempre se había ido por la mañana. Y no era como si hubieran dormido juntos. De hecho, a lo largo de toda su historia solo habían compartido dos besos: el que Aleksi le dio cuando nació Georgie y el de la noche anterior al accidente.
Aunque era cierto que un beso de un Kolovsky significaba muy poco. Era algo habitual para ellos, algo ganado sin esfuerzo y gastado con despreocupación, pero para Kate era su recuerdo más atesorado.
Si la gente supiera que, a veces, a altas horas de la noche, Aleksi Kolovsky acudía a su puerta, buscando su compañía...
-Tienes que pasar al despacho -dijo Lavinia con gesto malhumorado cuando Kate volvió. Estaba claro que no le hacía ninguna gracia que le hubieran hecho salir.
De no haber estado informada, Kate nunca habría adivinado que las dos personas que estaban allí eran madre e hijo. El ambiente casi parecía crepitar de odio, y la tensión era palpable. Aleksi estaba al teléfono, hablando en árabe, una más de sus impresionantes habilidades, y cuando colgó no perdió ni un segundo en ir al grano.
-Nina ha aceptado retrasar quince días una petición formal a la junta, pero entonces propondrá hacerse cargo de la compañía. La junta tendrá que votar en dos meses.
Kate miró a Nina mientras Aleksi hablaba. No se movió ni un músculo de su rostro, ya tratado en varias ocasiones con botox.
-Mi madre dice que la junta está preocupada por mi comportamiento y que ella está preocupada por mi salud -Aleksi arrastró las palabras mientras hablaba y sus labios se curvaron en un gesto de profundo desagrado-. Quiero que en la votación se trate la Casa Kolovsky y Krasavitsa como dos entidades separadas. A cambio, Nina quiere todos los informes sobre la trayectoria de Krasavitsa, además de su pasada contabilidad.
Krasavitsa significaba «mujer bella», y se trataba de una línea de ropa y accesorios dirigidos a un mercado juvenil. La idea había sido de Aleksi. De hecho, había sido su proyecto principal cuando había tomado el timón de la empresa. El lanzamiento había ido bien y Krasavitsa había triunfado en París.
-Nina ya tiene todas las cuentas -dijo Kate, y Nina bufó.
-Quiero la «verdadera» contabilidad, no la retocada.
-Puede que lleve un tiempo conseguirla -dijo Aleksi con aspereza-. Antes debo resolver otros asuntos. Acabó de recibir una llamada de la secretaria privada del jeque Amallah...
Kate notó que, sorprendentemente, Nina pareció ponerse un poco nerviosa.
-Harían falta cientos de los vestidos de novia baratos que estás planeando lanzar al mercado para alcanzar el precio del de la hija del jeque -aunque no estaba gritando, se notaba que Aleksi estaba realmente enfadado-. ¡Sin embargo, ni siquiera te molestaste en ir a recibirla al aeropuerto!
-¡Envié a Lavinia! -replicó Nina a la defensiva.
-¡Lavinia! -Aleksi se rio sin ningún humor-. No lo captas, ¿verdad? No entiendes nada -se volvió hacia Kate-. Organiza una cena y di que Nina está deseando asistir.
-¡No pienso ir a cenar a ningún sitio esta noche! -exclamó Nina-. Ve tú. Hablas su lengua.
-¡No creo que el jeque quiera que su hija virgen salga a cenar conmigo! -Aleksi no se molestó en contener su voz-. De momento yo estoy a cargo de la empresa, y no lo olvides. ¡De momento se harán las cosas como yo diga!
-Quiero esa contabilidad el lunes -dijo Nina, fulminando a su hijo con la mirada-. Solo entonces tomaré una decisión.
-Puedes luchar conmigo por Kolovsky -le espetó Aleksi-. Pero jamás renunciaré a Krasavitsa.
-Krasavitsa no sería nada sin el nombre de mi marido...
Al ver que temblaba un músculo de la mejilla de Aleksi, Kate supo que aquello le había dolido. Insinuar que sin Kolovsky él no sería nada era lo que realmente le enfadaba.
-No tienes ni idea de lo que estás haciendo -murmuró, mirando a su madre-. Con tus planes, el nombre Kolovsky no valdrá nada en unos años.
-Vivimos tiempos difíciles -Nina se levantó para salir-. Tenemos que hacer lo necesario para sobrevivir.
-¿Corre realmente peligro Kolovsky? -preguntó Kate en cuanto Nina salió.
-Lo correrá -Aleksi apoyó los codos en la mesa y se presionó las sienes con los dedos-. Belenki ha sugerido esa nueva línea de vestidos de novia y de ropa de cama. Se supone que va a ser algo excepcional, que solo va a durar un año y que el diez por ciento de los beneficios va a ser para nuestras organizaciones benéficas, sus servicios sociales y los orfanatos que patrocina mi madre. ¿Qué piensas de todo eso, Kate?
Aleksi nunca había pedido su opinión a Kate y, de hecho, respondió él mismo antes de que ella lo hiciera.
-Parece una buena idea, pero yo sé que ese será el principio del fin de Kolovsky. Estoy seguro de que Belenki lo sabe; el único motivo por el que Kolovsky ha sobrevivido tanto tiempo es su exclusividad. No me gusta ese tipo... -Aleksi se interrumpió y frunció el ceño al ver que Kate asentía.
-Dijiste que no te fiabas de él.
-¿Cuándo dije eso?
-La noche anterior al accidente... -Kate se ruborizó intensamente-. Cuando viniste a mi casa.
Fue evidente que Aleksi no se sentía cómodo con aquel recuerdo, porque adoptó de inmediato una actitud de negocios.
-Prepara la contabilidad para mí. La verdadera. Pero no se la des a Nina hasta que yo la haya repasado.
-Si cambias algo lo notará.
-No podría leer la palabra «estúpido» ni aunque la tuviera escrita delante con legras gigantes -dijo Aleksi en tono despectivo-. Prepárame esa contabilidad -cuando Kate se volvió para salir, añadió en tono de advertencia-: O estás dentro, o estás fuera.
-¿Disculpa? -Kate se volvió de nuevo hacia él.
-O estás conmigo, o más vale que recojas tus cosas y te vayas ahora mismo.
-Ya sabes que estoy de tu lado -replicó Kate con el ceño fruncido.
-Bien. Pero si decides quedarte y me entero de que estás buscando otro trabajo, te despediré de inmediato, y no esperes que te dé una carta con buenas referencias.
-No me amenaces, Aleksi. Tengo mis derechos -el rubor del rostro de Kate se debía tanto a su enfado como a la vergüenza, porque, dada la conversación que acababan de tener, ya había decidido pasar la noche enviando su currículum a todas partes. Pero Aleksi no tenía ni idea de por lo que estaba pasando en aquellos momentos, no estaba al tanto de lo funesta que era su situación económica.
-Ejercita tus derechos -dijo Aleksi con un encogimiento de hombros-. Pero no olvides que yo también sé jugar duro.
-No capto tu retorcida lógica, Aleksi -Kate ya estaba más que enfadada-. Todo lo que tenías que hacer era pedirme que me quedara, pero has preferido lanzarte directamente a la yugular.
-Lo encuentro más efectivo -Aleksi hizo una pausa antes de añadir-: Entonces, ¿no te estabas planteando marcharte?
-En realidad no. Pero si Nina gana... -Kate cerró los ojos-. No creo que vaya a hacerlo, pero si lo hace... Tengo una hija que mantener.
-En ese caso, apoya al ganador -dijo Aleksi-. ¿Estás dentro o fuera?
No le estaba dando ni un momento para pensar, pero así era él: lanzaba sus órdenes y exigía una respuesta inmediata.
-Estoy dentro -dijo Kate.
-Bien. Pero si averiguo que...
-Ya he dicho que estoy contigo -le interrumpió Kate-, que no voy a buscar otro trabajo. Vas a tener que fiarte de mí.
-¿Y por qué iba a hacerlo? -preguntó Aleksi con una mordaz sonrisa.
A veces, Kate sentía que lo odiaba.
De regreso en su escritorio estuvo tentada de ponerse a buscar de inmediato un trabajo... ¡solo para enseñarle lo que era bueno!
Pero, cuando lo vio salir, cojeando ligeramente, y vio que Lavinia le dedicaba una íntima sonrisa y trataba de meterlo en una conversación que sin duda acabaría llegando a oídos de Nina, su rabia se desinfló.
Si su propia madre estaba tratando de destruirlo, ¿por qué iba a fiarse de nadie?
¿Por qué iba a fiarse de ella?
Lo único que sabía Kate con certeza era que podía hacerlo.