Capítulo 3

RIMINIC IVAN Kolovsky.

Aleksi escribió el nombre en la página de búsqueda de Internet, pero no obtuvo ninguna información.

No sabía bien por dónde empezar. Miró a su madre, que estaba repasando los mensajes de su teléfono, y jugueteó con la idea de enviarle un correo con el nombre para ver su reacción. Pero Lavinia andaba merodeando a su alrededor, pidiendo una clave para conseguir unas cifras que serían necesarias aquella noche.

-Kate lo resolverá -dijo Aleksi sin mirarla.

Era viernes, y a lo largo de aquellos días había quedado bien claro quién mandaba allí, pensarán lo que pensasen Nina y los miembros de la junta. Ya se habían producido algunos despidos y todo el mundo andaba con pies de plomo en torno a Aleksi.

Todo el mundo excepto Kate, que ya hacía tiempo que había aprendido que Aleksi podía oler el miedo como los tiburones la sangre, y se negaba a doblegarse a su voluntad.

Se negaba a estar en deuda con él. Era el único modo que conocía de sobrevivir.

-Necesito preparar las cosas para tu conferencia con Belenki -insistió Lavinia-. La reunión no será hasta las seis, y Kate se va a las cinco.

-Tiene que recoger a Georgie -replicó Aleksi.

-Esta noche no -aclaró Kate con dulzura-. Así que no te preocupes, Lavinia. Yo me ocuparé de la reunión.

Aleksi no apartó la mirada del ordenador mientras Lavinia salía del despacho, claramente enfurruñada.

-Pareces cansada -comentó cuando se quedó a solas con Kate.

-No he podido dormir mucho últimamente -contestó ella.

-Escucha... -de pronto, Aleksi pareció atípicamente incómodo-. Lo que dije el lunes...

-No tiene nada que ver con mi falta de sueño -le interrumpió Kate-. He estado ocupada con Georgie.

-¿Cómo está?

-Tiene algunos problemas para adaptarse al colegio, pero está bien.

-¿Demasiado bien? -preguntó Aleksi, y Kate se las arregló para sonreír ante el hecho de que hubiera recordado su situación anterior al accidente-. ¿No ibas a hablar con la dirección?

-Lo hice, y están tratando de hacer bien las cosas. Puede que la adelanten un curso.

-Pero si aún no ha cumplido los cinco años.

-Pero es muy lista.

-Debería seguir relacionándose con niños de su edad. Los niños de seis o siete años pensarán que aún es un bebé y les molestará que ya pueda hacer sus trabajos. ¿Echaste un vistazo a la escuela que te sugerí?

-Sí. Y lo lamento.

-La oferta sigue en pie. Ya te he dicho que si trabajas a tiempo completo para mí me ocuparé de la educación de Georgie. Con o sin Casa Kolovsky, sobreviviré sin ningún problema económico, Kate, y siempre necesitaré una secretaria.

-El compromiso que me pides solo puedo ofrecérselo a mi hija, Aleksi -Kate quería la educación que le ofrecía para su hija, pero lo que no quería era tener que contratar a una niñera para que se ocupara de Georgie cuando tuviera que seguir inevitablemente por todo el mundo a Aleksi, cuando tuviera que trabajar hasta altas horas de la noche, o atender a algún cliente...

La secretaria personal de Aleksi Kolovsky no podía ser la madre que ella quería para su hija.

-Estará bien donde está -añadió, sin la más mínima esperanza de llegar a creérselo.

-¡Por favor! -bufó Aleksi-. No tardará en ser más lista que sus profesores -dijo, con una convicción surgida de la experiencia-. Se aburrirá, se sentirá inquieta y se meterá en líos.

-Estoy ahorrando para llevarla a una buena escuela de secundaria.

Aleksi no se sorprendió al escuchar aquello. De hecho, la admiraba por aquello, y por su decisión de no trabajar a jornada completa para él, pero también le irritaba. Quería tenerla a su lado, quería contar con su eficiencia. Le molestaba que la única secretaria con la que podía trabajar a gusto se negara a comprometerse. Él siempre conseguía lo que quería. Siempre.

-Georgie necesita a sus compañeros. Necesita niños de su edad con los que jugar.

-Tu no tuviste eso -dijo Kate, que ya sabía que Aleksi había sido educado en su casa, con tutores particulares-. ¡Y no parece haberte ido mal!

-Odié cada momento -aclaró Aleksi-. Para cuando cumplí los catorce años mi tutora ya no tenía nada que enseñarme. Para cuando cumplí los dieciséis, mientras Iosef estudiaba para ser médico, yo empecé a trabajar con mi profesora de un modo más... personal, diríamos. Eran clases de biología humana...

Kate sintió que le ardían las mejillas. A veces no sabía si Aleksi decía aquel tipo de cosas para hacerle reaccionar, o para escandalizarla.

-¡Era muy buena profesora! -Aleksi se rio con ironía-. Pero para cuando cumplí los diecisiete ya sabía más que ella, y a los diecisiete y medio le estaba enseñando que las cosas se podían hacer aún mejor.

Kate se levantó con cierta brusquedad, ruborizada, y Aleksi se rio.

-¿Te he avergonzado, Kate?

-En absoluto -dijo ella con frialdad-. Me encantaría quedarme y escuchar los recuerdos de tu depravada adolescencia, pero la hija del jeque está a punto de llegar y tengo que acompañarla a las pruebas con la modista y asegurarme de que todo está en orden.

-Lavinia podría ocuparse de eso, ¿no?

-Pero yo lo haré mejor -replicó Kate con firmeza.

Cuando su mirada se cruzó con la de Aleksi, Kate volvió a ruborizarse y temió haberse pasado de la raya. Solo había dicho algo que era evidente: que Lavinia era un desastre con los clientes especiales. No captaba las sutilezas, especialmente con los árabes.

-Estoy seguro de que lo harías maravillosamente -dijo Aleksi sin apartar su oscura y penetrante mirada.

Kate fue la primera en apartar la mirada.

Nunca habían flirteado.

Jamás había habido un intercambio de palabras sugerente.

Ella se ruborizaba a menudo, pero solo por el «libertinaje» de Aleksi...

No logró entender lo que había pasado mientras iba a buscar a la hija del jeque. Y lo mismo habría dado que hubiera ido Lavinia, porque, incapaz de quitarse a Aleksi de la cabeza, le resultó muy difícil concentrarse en la princesa mientras una pareja de vigilantes del cuerpo de seguridad abría la sala de pruebas de las novias. Se trataba de un lugar especial, una joya de sala en la que muy pocos entraban.

La distinguida cliente de Kolovsky tendría que pasar algunos días en Melbourne en manos de las selectas modistas, costureras y fotógrafos que se ocuparían de convertir en realidad el diseño único y exclusivo del vestido.

En la sala había expuestos en diversas vitrinas varios de los diseños más famosos de la Casa Kolovsky, pero la princesa se sintió inmediatamente atraída por el que se hallaba en la vitrina central.

-Quiero este -dijo de inmediato.

-Este vestido no puede reproducirse -explicó Kate con una sonrisa-. Es el famoso vestido Kolovsky, diseñado para una Kolovsky o una futura novia Kolovsky.

-Lo quiero -insistió la princesa, y su madre asintió, porque no había nada en el mundo que aquella familia no pudiera permitirse... excepto lo que no estaba en venta.

-Su vestido será exclusivamente diseñado pensando en usted, en su físico y su personalidad -explicó Kate sin perder la sonrisa-. Este vestido fue diseñado para otra persona.

Afortunadamente, las costureras encargadas de tomar las medidas entraron en la sala en aquel momento y fueron a saludar a la novia y a su madre a la vez que, sin que apenas se dieran cuenta, las conducían hacia el estrado.

Mientras se alejaban, Kate fue incapaz de apartar la mirada del vestido. Según se rumoreaba, la seda Kolovsky era como un ópalo: cambiaba según el humor y el carácter de la mujer cuya piel vestía. Cada vez que Kate lo veía parecía ligeramente distinto; dorado, plateado, blanco, incluso transparente. Llevaba pequeñas piedras preciosas cosidas al corpiño y había aún más escondidas en el dobladillo, que fue como Ivan y Nina ocultaron sus tesoros cuando huyeron de Rusia a Australia.

Aquel vestido debería haber pasado de las novias de los hermanos a Annika, hija de Ivan y Nina.

Pero todas lo habían rechazado.

Millie, la esposa de Levander, estuvo a punto de casarse con él puesto, pero el día de la boda se lo quitó, lo dejó hecho un ovillo en el suelo y se escapó... para casarse con Levander horas después vestida con unos vaqueros.

Iosef se casó pocas semanas después de la muerte de Ivan, y su esposa y él consideraron poco adecuado utilizar el vestido.

Solo quedaba Aleksi, de manera que lo más probable era que el vestido siguiera mucho tiempo encerrado en su urna de cristal.

-¿Soñando despierta?

Aleksi sobresaltó a Kate al hablar tras ella.

-No -mintió Kate-. ¿Qué estás haciendo aquí?

-Solo quería asegurarme de que todo iba bien con nuestra estimada clienta.

-Todo va como la seda. La princesa y su madre están con el equipo de costura y están deseando volver a cenar con Nina esta noche. Oh, y he llamado a tu hermana, que ha aceptado acompañarlas esta vez. He pensado que merecía la pena hacer un esfuerzo extra para compensar.

-Sabes hacer las cosas mejor que Nina. ¡Imagínala a cargo de le empresa! Todos llevaríamos insignias con nuestros nombres y cajas registradoras por todos lados...

-¡Y cobraríamos por las bolsas! -bromeó Kate mientras volvía a mirar inevitablemente el vestido con una pregunta en la punta de la lengua. Pero se contuvo.

-¿Qué ibas a preguntar? -dijo Aleksi.

-¿Tendría algún sentido hacerlo?

-Probablemente no, pero inténtalo.

-¿Por qué huyó Millie de su boda?

-Sabes que no voy a contestar a eso -al ver que Kate entrecerraba los ojos, Aleksi añadió-: La Casa Kolovsky es una casa de secretos.

-Y, por supuesto, vuestros secretos son mejores que los de cualquier otro -replicó Kate, molesta.

Las pasadas semanas habían sido un infierno. Se había debatido incesantemente entre llamar o no llamar a Aleksi, arriesgando su trabajo al hacerlo, porque si Aleksi no hubiera podido volver y su indiscreción hubiera salido a la luz, Nina no habría tardado ni un segundo en despedirla. Sin embargo, Aleksi había aparecido, se había interesado por su hija, por sus problemas, por su vida... y no le había contado nada de la suya.

-Eres un esnob, Aleksi, incluso con las intrigas de tu familia.

-Pero nuestros secretos son mucho mejores que los tuyos -bromeó Aleksi, como solía hacer.

Pero en aquella ocasión, en lugar de disfrutar de la broma, Kate rompió a llorar. Aleksi se quedó muy sorprendido. Nunca la había visto llorar; ni siquiera el día que fue a visitarla al hospital, donde estaba completamente sola tras un largo y arduo parto.

-¿Qué sucede? -preguntó.

-¿Tú qué crees? -Kate no se molestó en ocultar su enfado-. ¿Qué diablos crees que sucede?

-Oh... -Aleksi pareció repentinamente incómodo-. Lo siento. Se me olvidan ese tipo de cosas...

-¡No puedo creerlo! ¿Crees que se trata del síndrome premenstrual? -preguntó, boquiabierta.

-Entonces, ¿qué te pasa? -dijo Aleksi, desconcertado.

-¡Que estuviste a punto de morir! -le espetó Kate, que enseguida vio que Aleksi no se estaba enterando de nada. No tenía idea de lo dura que había sido aquella semana, aquellos meses, se dijo Kate, comprendiendo que ni ella misma se había dado cuenta de lo que había estado reprimiendo. Estaba Georgie, con sus pesadillas y sus problemas en el colegio, Nina amargándola en el trabajo, sus problemas económicos, y a todo ello se había sumado el accidente de Aleksi, la posibilidad muy real de que no lograra sobrevivir a sus heridas.

Había una fabulosa cafetería en la segunda planta del edificio, pero Kate no quería encontrarse con nadie, de manera que salieron y fueron a una cafetería cercana, donde se secó rápidamente las lágrimas con una servilleta de papel.

-¡Pensaba que ibas a morir! -sollozó-. ¡Nos dijeron que podías morir!

-Pero no me morí -replicó Aleksi con una lógica totalmente carente de sutileza.

-Y ahora estás aquí de vuelta... como si nada hubiera pasado...

-Kate... -a punto de decir algo, Aleksi se interrumpió y movió la cabeza. No pensaba revelar a Kate ni a nadie cuántas cosas habían cambiado desde su accidente. Tenía que luchar con tantas cosas que se preguntaba si realmente debería haber vuelto a trabajar ya-. Estoy bien.

-¡Ya sé que estás bien! -Kate sabía que estaba siendo irracional, ilógica. Ojalá hubiera ido a los servicios a llorar un poco en lugar de haber salido a tomar algo con Aleksi-. Es solo que...

-¿Solo qué?

-No sé... verte así. Estabas gravemente herido cuando empezaste la rehabilitación, y ahora estás de vuelta... como si nada hubiera pasado. Todo el asunto con tu madre, Krasavitsa, las discusiones, Belenki... -Kate cerró los ojos, respiró profundamente y trató de expresar lo que estaba pensando-. Todo el mundo ha vuelto directamente a trabajar como antes, pero a mí me está costando un poco más que a los demás olvidar lo mal que estuvieron las cosas. ¡Estuviste a punto de morir!

Aleksi pensó que era cierto que tras su accidente no había habido un respiro, un periodo de inactividad, de reflexión. Al principio, su mente había estado demasiado adormecida por los calmantes como para pensar en algo más que en recuperarse, para volver a la actividad siendo tan bueno, o más, que antes.

Pero en aquellos momentos, sentado a la mesa de aquel café, vio por primera vez lo que había estado a punto de perder, vio la emoción de la que había carecido su recuperación, su vida.

-Gracias -dijo, algo que apenas solía hacer-. Por tus cálidos y amables pensamientos y por tu ayuda. No había pensado en lo difícil que ha debido de ser esto para ti. Pero ahora he vuelto y estoy bien.

Kate asintió, sintiéndose un poco tonta por aquel despliegue de emocionalidad.

-Ahora tengo que enseñar al mundo lo bien que estoy.

-¿Qué quieres decir?

-El viejo Aleksi ha vuelto.

-¿No crees que deberías relajar un poco las cosas? -Kate sabía que no era asunto suyo cómo viviera su vida Aleksi, pero, dadas las circunstancias, decidió arriesgarse-. Al menos hasta que la junta tome su decisión.

-Supongo que sería conveniente que me retirara temprano algunas noches para convencerlos de que he cambiado. Pero no -añadió Aleksi a la vez que se levantaba-. No pienso cambiar solo para apaciguarlos.

-¿Pensarás al menos en ello?

-Acabo de hacerlo -dijo Aleksi, y a continuación dedicó a Kate la sonrisa que hacía que su estómago se llenara de mariposas.

Aunque Kate le devolvió la sonrisa, se le encogió el corazón en cuanto volvieron a las oficinas, pues, de inmediato, toda amabilidad y ternura desaparecieron de la actitud de Aleksi para dar paso a su habitual ser frío, duro y profesional... aunque sí recordó preguntarle si podía quedarse un rato más cuando dieron las cinco.

-No hay problema -contestó Kate-. Mi hermana se va a ocupar de recoger a Georgie.

-¿Vive en el campo?

Con la garganta repentinamente seca, Kate asintió y se las arregló para ocultar su rubor.

-Sí. Georgie va a pasar allí el fin de semana.

Aleksi no hizo ningún comentario. Kate ni siquiera sabía si la había escuchado, si había captado el mensaje.

Repasando las noches que había acudido Aleksi a su casa, el único común denominador era que Georgie no había estado en casa.

De haber estado, probablemente no lo habría invitado a entrar.

De regreso en su escritorio se centró en preparar las cifras para la reunión con Belenki. Cuando, un rato después, Aleksi salió de su despacho con cara de pocos amigos, le informó de que ya había reservado para aquella noche la mejor mesa del casino para él y su cita.

Finalmente, tras un largo día de trabajo, recogió su bolso mientras Aleksi se disponía a salir para asistir a su cita. Vestía su habitual esmoquin, con el que estaba realmente elegante, pero Kate notó con sorpresa que llevaba el pelo ligeramente desarreglado.

-¿Has asistido a tu cita?

-¿Disculpa?

Kate bajó la mirada hacia las manos de Aleksi. Sus uñas estaban tan limpias como siempre, pero no tan lustrosas. Todos los viernes, Aleksi acudía a una exclusiva peluquería donde le peinaban, afeitaban y hacían la manicura.

Kate misma se había ocupado de llamar para decir que su jefe volvía a retomar la costumbre. Pero también notó que llevaba el pelo un poco largo, y que la sombra de su barba era demasiado natural como para que hubiera pasado por la peluquería.

-La peluquería... -empezó a decir Kate, pero Aleksi hizo una mueca que la interrumpió.

-Diles que se pasen ellos por aquí. Estoy harto de ir a la peluquería.

-Por supuesto -Kate tomó rápidamente nota en su diario. No era una solicitud poco habitual. Aleksi cambiaba a menudo de opinión, y su trabajo consistía en averiguar cuándo lo hacía-. Que pases buena noche...

-Tú también -respondió Aleksi-. ¿Tienes algún plan?

-Tomar un baño y meterme en la cama -dijo Kate, y sonrió-. ¡O puede que salga a recorrer los clubs nocturnos!

-Oh, es verdad. Había olvidado que esta noche no tienes a Georgie.

-No -Kate ya estaba junto a los ascensores, y volvió la mirada hacia los botones para que Aleksi no viera cómo se ruborizaba-. Nos vemos el lunes.

-Por supuesto.

Por supuesto que se verían el lunes, se dijo Aleksi. Ni un momento antes.

Contempló a Kate mientras se marchaba, vio cómo bostezaba mientras pulsaba el botón del ascensor y, por un peligroso momento, se la imaginó quitándose los zapatos, el traje, metiéndose en la bañera, saboreando el fin de semana, el final del día.

Para él, la noche acababa de empezar.

Estaba cansado, pero bloqueó aquel pensamiento. También tenía dolor, pero ya llevaba veinticuatro horas sin tomar analgésicos, y pensaba seguir así, porque lo aturdían.

Cuando entró en el ascensor permaneció un momento indeciso. No debía pulsar el botón de la primera planta, sino el de recepción. Había cometido aquel error en varias ocasiones aquella semana.

Nadie habría podido adivinarlo. Ni siquiera Kate.

Se pasó una mano por el pelo y, cuando entró en el ascensor, cerró los ojos y se esforzó de nuevo en recordar dónde estaba su peluquería. Abrió los ojos cuando oyó que las puertas se abrían.

-Buenas noches, señor Kolovsky.

Aleksi dedicó un asentimiento de cabeza a la recepcionista y bajó las escaleras del acceso al edificio con aparente soltura. Fuera le esperaba el coche.

Aquella noche iba a demostrar al mundo que estaba de vuelta. Iba a hacer que todos los rumores se desvanecieran.

Besó a su cita concienzudamente. Habían salido unas cuantas veces antes del accidente y, mientras se dirigían al casino, ella le dijo que estaba encantada de volver a verlo y se lo demostró arrimándose a él.

-Es un placer estar de vuelta -dijo Aleksi, y volvió a besarla... pero solo porque resultaba más cómodo que hablar.

Resultaba mucho más fácil besarla que decirle que no recordaba su nombre.