Prólogo

 

 

 

«Tienes toda una vida para explorar y después

de esa exploración vuelves a donde empezaste»

 

T.S. ELIOT

 

Madrid.

Una noche cualquiera.

Hace diez años

 

A veces, doy un paso adelante y cinco atrás. Veo a la gente pasar tras un velo opaco, mezclándose, riéndose, viviendo, juntos, en pareja, separados... y comprendo que yo nunca podré ser una de ellos.

Comprendo que estando sola estoy a salvo.

Intento absorber cada sonido, cada olor, cada imagen, para impregnarme de su esencia y que ésta me acompañe todas las noches. Porque puedo controlar mi mundo despierta, pero dormida nadie puede luchar contra sus deseos escondidos en un sueño profundo.

Dormida no puedo controlar con quién sueño estar.

Sí, hoy he soñado contigo. Sé que es una frase gastada, ajada y demasiado utilizada; pero es dolorosamente cierta.

En la calidez y el olvido de la inconsciencia tú volvías a aparecer como si nunca te hubieras alejado. Era invierno y la nieve cubría los árboles con un manto blanco y silencioso. Estaba sentada en nuestro banco. A lo lejos podía vislumbrar el lago refulgiendo plateado entre las sombras. Solos tú y yo. El ruido del tráfico había desaparecido y no se oía nada más que el crujir de alguna rama y el corretear de una ardilla arañando la madera.

Te acercabas a paso lento y seguro. Tus pisadas quedaban marcadas en el suelo como una huella indeleble en el camino. Te detenías justo frente a mí y yo me obligaba a levantar la vista para observarte con detenimiento. Llevabas la cazadora negra abrochada hasta el cuello y el cabello oscuro tapado con la capucha. Te ofrecía una sonrisa y tú alargabas la mano hasta tocar mi mejilla con dedos largos y fríos. Tus ojos brillaban de forma especial cuando se posaban en mi rostro, y tus labios se movían para pronunciar una frase, con tu particular voz rota.

—¿Todavía me recuerdas?

Suspiraba al evocar ese sonido que me hacía estremecer y reclinaba la cabeza cerrando los ojos, mientras notaba la suavidad de tu piel contra la mía.

—¿Cómo podría no hacerlo si nunca te he olvidado?

Sonreías con inconmensurable tristeza y yo, sintiendo que te perdía de nuevo, elevaba los ojos al cielo gris plomizo y dejaba que la nieve cayera sobre mí empapándome.

He parpadeado sobresaltada y he apagado el despertador antes de que interrumpiera el opresivo silencio que me rodeaba. El sueño había desaparecido y, con él, tú de nuevo. He apretado el puño y me he mordido los nudillos con furia, ahogando un grito que ha muerto en mi boca. La nieve se ha convertido en lágrimas y he deseado no haber soñado contigo.

He deseado no recordarte y he rezado por no olvidarte nunca.

Dime sólo una cosa: ¿tú sigues recordándome?