—LLÁMAME PIRO —dijo Arthur, tocándole el codo para guiarla por la calle principal—. Mace me ha mandado a buscarte. Llevo horas vigilando ese callejón. Ha pensado que necesitarás una ayudita para salir de aquí.
—No me vendrá mal. ¿Sabes algo de Leon?
—Más o menos. No te pares.
—¿Dónde está? ¿Sigue aquí?
—Ajá.
—¿Está bien? —inquirió Gaia—. ¿Cómo puedo encontrarlo?
—Eso más tarde. Por ahora preferiría que no me arrestaran por ir contigo. ¿Qué tal si salimos primero y hablamos después?
—¿Por qué llevas esa urna?
—Es una excusa. Hay un hombre fuera del muro que las arregla. ¿Seguimos?
Él andaba con calma, así que Gaia aflojó el paso. La puerta, cada vez más cercana, arrojaba una sombra definida bajo el arco. Varias doctoras entraban al Enclave, seguidas por unos hombres que acarreaban cajas de material sanitario. El registro de ADN debía de haber continuado en ausencia de Gaia, lo que significaba que habían tomado muestras de más personas, a no ser que hubieran prolongado la farsa del día anterior.
—Tú tranquila —dijo Piro—. Sigue mi ejemplo.
Cuando recorrían la zona abierta situada antes del arco, uno de los guardias levantó la mano y dijo:
—¡Hola, Piro! ¿Qué tal? ¿Habrá fuegos esta noche en la fiesta?
—Esta noche no —contestó con soltura el hermano de Gaia—. ¿Cómo va Lou? No seguirá cabreado por haber perdido su reina, ¿verdad?
—No, ya se le ha pasado. ¿Vendrás al torneo de la próxima semana?
—Claro, allí estaré.
—¿Quién te acompaña? —preguntó el guardia, acercándose.
Gaia mantuvo la cabeza girada para disimular la cicatriz.
—Enséñale la cara, Stella —dijo Piro con el mismo tono relajado—. De eso se trata, ¿no?
Con el corazón desbocado, Gaia miró de frente al guardia.
—¿No eres la comadrona? —preguntó él, sorprendido.
Piro soltó una risa.
—¡Perfecto! Se ha maquillado así para estudiar las reacciones de la gente ante la desfiguración. Un trabajo de psicología, ya sabes. ¿A que da el pego?
El guardia frunció el ceño y se acercó aún más.
—Yo creo que has exagerado la fealdad —comentó—, pero por otra parte es muy convincente.
—Ya puede —dijo Piro—, lleva un montón de tiempo preparándose. Venga, Stella. Tenemos que irnos.
Al recodar el consejo de Rita, Gaia alzó un poco el mentón para fingir altanería y dijo:
—Me complace servir al Enclave.
—Nos complace. —Tras contestar la frase de rigor, el guardia se tocó el ala del sombrero y los dejó pasar.
Poco después Gaia y su hermano atravesaban la puerta sur para bajar la cuesta que conducía a Wharfton.
—Esta es la primera vez que me disfrazo de mí misma —dijo Gaia.
—Y ha funcionado —contestó Piro.
Estaban en la Taberna de Peg, donde amigos de Wharfton y de Nueva Sailum se apretujaban para pedir cerveza. Gaia fue recibida con abrazos y regañinas, pues las noticias volaban.
Llevó a Piro a una mesa bañada por el sol de una ventana.
—Háblame de Leon. ¿Sabes cuándo saldrá?
—Creo que pronto. Iba a llevar a Jack a casa de sus padres y a atar un par de cabos sueltos. Me pasaré a ver a Mace y después me encontraré aquí con Leon.
—¿Estaba Leon detrás del corte de agua de esta mañana? —preguntó Gaia, que no se había quedado nada tranquila.
—Pues claro —contestó Piro muy sonriente—. Quería gastarle una broma a su padre y darle algún que otro quebradero de cabeza. Le puso un par de sus viejos libros de cuentos en el lavabo del baño y después cortamos el agua.
Gaia se imaginaba cómo se habría puesto el Protector. Encima de la molestia y del trastorno, ya sabía que Leon era capaz de moverse libremente por el Bastión y que representaba una seria amenaza.
—¿Has dicho que Jack estaba con Leon? —preguntó Dinah.
Ella y Peter se habían sentado a la misma mesa. Norris abrió las dos ventanas más próximas para que entrara aire y más luz, y se apoyó en el alféizar. Myrna se puso a su lado, cruzada de brazos.
—Ajá —contestó Piro—. No estaba bien del todo, pero se nos pegó, igual que un hermanito pequeño, y la pequeña eres tú —añadió dando a Gaia palmaditas en la mano—. Eso me encanta.
Piro sonreía con los labios cerrados, de una forma que a Gaia le recordaba a su madre y le resultaba muy querida.
—¿Cuánto hace que lo sabes? —preguntó Gaia.
—El Protector me mandó llamar para hacerme no sé qué de la sangre poco después de que tú huyeses a los páramos. Cuando le eché un vistazo a mi historial, vi que eras mi hermana. Me pareció estupendo. Eres famosa, ¿sabes?
—¿Y tú qué, Gaia? —preguntó Will, que le dio un plato caliente y acercó un taburete para sentarse a su lado—. ¿Qué has hecho tú en el Enclave?
Gaia se moría de hambre, y la tortilla de queso estaba deliciosa. Les contó que había encontrado a Angie en casa de los Jackson y que se había perdido en los túneles. Luego miró alrededor en busca de sus viejos vecinos del Sector Occidental Tres.
—Tenemos que darle un mensaje al abuelo de Sasha —dijo y les explicó que la había encontrado viviendo en un túnel.
La indignación fue en aumento cuando algunas familias de Wharfton se dieron cuenta de que sus hijas podían sentirse desgraciadas en el Instituto de Gestación, como Sasha.
—Hoy ha nacido el primer niño —añadió Gaia—. Esa madre quizá nos dé otra versión cuando salga, que será pronto.
—Si la mitad de las madres se sienten como Sasha, el programa se irá al traste. El Instituto no podrá crecer —dijo Will y le pasó a Gaia una servilleta, sonriéndole e indicándole con gestos dónde debía limpiarse—. ¿Seguro que estás bien?
Gaia asintió con la boca llena. Tragó y se humedeció los labios.
—Estoy hecha polvo, pero sobre todo avergonzada, por pasarme tanto tiempo dando vueltas por los túneles. ¿Qué me he perdido por aquí?
Los ocupantes de la mesa le contaron las novedades. Peter dijo que las comunidades de Wharfton y de Nueva Sailum habían acaparado agua para dos días más, reduciendo los lavados y llenando recipientes sin parar en las espitas. El Protector no había mandado agua pese a que el registro de ADN estaba completo, en teoría. Tampoco había enviado ningún mensaje, por lo que las negociaciones se encontraban en un punto muerto. La familia Jackson, avisada de que podía ser detenida e interrogada, había salido del Enclave con lo puesto y se alojaba provisionalmente en casa de Derek. Angie seguía con ellos, así que también estaba a salvo. Los mineros habían decidido por fin dónde excavar su túnel.
Gaia se reclinó en el asiento, pasó los dientes del tenedor por el plato vacío y dijo:
—Da la impresión de que todo el mundo se apaña muy bien sin mí.
Will, que había estado manoseando con aire ausente una hebra de hilo, se paralizó al escuchar el comentario. Luego se volvió para mirarla y alzó un poco las cejas antes de responder:
—Estás muy equivocada. Te echábamos de menos.
Sus ojos serenos y graves le sostuvieron la mirada, hasta que Gaia se vio obligada a desviar la suya.
El tabernero llego con una bandeja de pintas, más pequeñas que las jarras habituales.
—Racionamiento —dijo antes de volver a la barra.
Gaia se dirigió de nuevo a su hermano:
—¿Sabía Leon que yo estaba en el Enclave?
—No sé cómo —contestó Piro—. Yo no me enteré hasta que me lo dijo Mace.
Gaia pensó que el panadero estaba más implicado que nunca. Recordó que había perdido a su hija mayor a causa de la hemofilia, y se preguntó si entonces había supuesto lo mucho que esa pérdida cambiaría su vida.
—¿Sabes si tú también llevas en la sangre el gen antihemofílico? —preguntó Gaia.
—No —contestó Piro—. Según he oído, lo han encontrado en muy poca gente. ¿Lo tienes tú?
—Sí, el Protector me lo dijo el otro día.
Piro silbó y repuso:
—Pues querrá que tengas bebés dentro de nada. ¿Ya te ha invitado a vivir en el Enclave?
Gaia sintió que convergían en ella todas las miradas. ¿Qué pensarían sus amigos si supieran que la respuesta era que sí?
—No tengo la menor intención de vivir ahí dentro —respondió.
—Solo iba a decir que si necesitas un lugar donde vivir ahí dentro con Leon, a mis padres y a mí nos encantará que te quedes en nuestra casa. Por si no quieres ir al Bastión. Nuestra casa no es tan lujosa, claro, pero bueno…
—Eres muy amable —dijo Gaia, conmovida por la oferta—, pero mi casa está aquí fuera, con la gente de Nueva Sailum.
Peter se enderezó y la miro a los ojos.
—Me alegro de que te acuerdes de nosotros —dijo—. Tú no vas a volver al Enclave sin una escolta, que lo sepas. Ir sola ha sido un grave error.
No había levantado la voz, pero las charlas que rodeaban la mesa se acallaron.
—Lo sé —reconoció Gaia y, por debajo de la mesa, se apretó las manos con fuerza—, y lo siento. No debería haberme ido como me fui.
—Mentiste, Mam’selle Gaia —reprochó Peter.
—Lo sé —repuso Gaia, avergonzada—. Lo siento.
Poco a poco, el murmullo de voces se reanudó, pero Gaia no era capaz de levantar los ojos del plato. Cuando por fin lo consiguió, Will la contemplaba con cara de preocupación.
—Tu intención era buena —le dijo amablemente el hermano de Peter.
—Puede, pero metí la pata —contestó Gaia con una risa suave y dolida.
—Entonces déjanos colaborar.
Gaia pensó que eso tendría que hacer, en cierto modo.
—¿Cómo te ganas la vida, Piro? —preguntó Peter.
—Con fuegos artificiales. Mi familia tiene un contrato exclusivo con el Bastión desde hace generaciones.
—Así que entiendes de explosivos —dijo Peter.
Bill y varios mineros más se volvieron para observar a Piro.
—Sí —respondió este—, siempre me ha gustado volar cosas.
Hubo movimiento en la puerta y entraron dos guardias del Enclave. Peter se levantó y desenvainó la espada con un único y fluido movimiento. La mitad de sus acompañantes buscaron sus armas. Gaia se puso en pie.
Los guardias subieron despacio las manos.
—Tranquilos —dijo Márquez, el hombre del cuartel general del Protector—, solo traigo un mensaje para la hermana Stone. Nada más.
Agitó un sobre en el aire. Peter lo asió y se lo dio a Gaia.
—Gracias, hermano —le dijo esta a Márquez—, más vale que te vayas.
El guardia le dedicó una inclinación de cabeza y salió con su compañero. Gaia abrió el sobre y sacó una invitación impresa en cartulina de color crema:
El Protector y el Instituto de Gestación
solicitan tu asistencia a la ceremonia
del nacimiento de Theresa Sanni Goade
de 3,6 kilos y 51,5 cm
que será presentada a su padre
Matthew Aloysius Goade
a las 7:00 de la tarde del dos de octubre
de 2410, en el Bastión del Enclave
En la esquina superior, habían escrito a mano:
Estoy deseando continuar nuestra conversación.
Tu novio te envía recuerdos.
Atentamente,
Miles