21
Esa noche, sola en la habitación con su padre, como notó que éste empezaba a hablar cada vez más, no pudo evitar volver a preguntar qué le había pasado en la carretera.
—Estaba lejos... aburrido de estar siempre solo... quería llegar al cumpleaños de mis pequeños... y conduje sin descanso.
—El cumpleaños de Noa y Leandro, ¿por eso te dormiste? ¿Porque querías llegar a tiempo?
—Sí... lo siento cariño.
—No tienes nada que sentir. Lo siento yo, papá. —dijo Lucía abrazándose a su cuerpo.
—Os echo mucho de menos, a ti, a tu hermana, a tu madre... —dijo Diego con pesar —Sé que Carmen es feliz con Sebastián y lo admiro por ello... pero me cansa saber que siempre estaré solo.
—Papá, ¿por qué no cambias de trabajo? Creo que es el momento ¿no te parece?
—Creo que sí pero... he sido camionero toda mi vida... ¿qué puedo hacer? ¿No sé a qué dedicarme?
—Algo habrá, estoy segura. Yo también te echo de menos. Quiero mucho a Sebastián, no te lo voy a negar, pero mi padre eres tú, y necesito tenerte cerca.
Esa noche, cuando Diego se hubo dormido, Lucía cogió su móvil y abrió el correo, descargó el archivo en pdf que le había mandado la abogada de Miguel y lo estuvo leyendo.
“Hola Sara, te adjunto convenio redactado por la abogada de Miguel para que le eches un vistazo. No sé qué hacer y necesito tu consejo. Gracias, guapa”, escribió Lucía a su abogada, Sara López.
Unos minutos después, Sara contestó a su whatsapp.
“Si es lo que habéis decidido, yo lo veo bien. Qué dudas tienes?”
“El problema es que no lo he decidido yo. Me lo han mandado para que yo lo firme pero yo ahí no he hecho nada”
“Yo no lo veo mal. Como te dije, es lo que se suele hacer hoy en día cuando no hay bienes gananciales. El piso hay que repartirlo de una manera u otra. Ojala pudiera ayudarte más pero la ley es así y no se puede hacer nada”
“No te preocupes, ya haces bastante preocupándote por mí. Me temo que tendré que aceptar lo que proponen a mi pesar”
“Lo siento, guapa”
“Y yo”
Lucía despertó, como siempre con la entrada de la enfermera que pasaba a poner el termómetro a su padre y a suministrarle medicación. Una hora después entraron las auxiliares a lavar a Diego y su hija tuvo que salir de la habitación.
—Aprovecha para bajar a desayunar, cariño. Yo estoy bien. —dijo Diego, animado porque cada día se encontraba mejor.
—¿Ya te mueves? —le preguntó la auxiliar.
—No he bajado aún de la cama, si te refieres a eso. Pero sí, muevo las manos, los pies... Cada vez que pasa el doctor me mueve las articulaciones.
—Te lo decía por si preferías hoy darte una ducha pero esperaré a hablarlo con el doctor. A ver si hoy te da permiso para empezar a andar.
Lucía escuchaba la conversación sin darse cuenta de que hasta el momento no habían hablado de empezar a andar, algo muy importante en su recuperación y que habían pasado por alto.
—Hija, ve a desayunar. —le recordó su padre.
A mediodía, Eva llamó para saber de su padre y Lucía le contó que el doctor había hecho que Diego bajara de la cama. Tan solo había dado dos pasos porque estaba engarrotado pero le había programado empezar la rehabilitación al día siguiente.
—¡Oh, eso es genial! —exclamó Eva, entusiasmada.
—Y a ti, ¿cómo te ha salido el examen?
—Bastante bien para lo poco que estudié, la verdad. El de esta tarde es el que no las tengo todas conmigo. No sé si no presentarme y dedicarme a preparar mejor el de mañana.
—Pues lo que tú veas, yo no te puedo aconsejar en eso.
—Lo sé. En fin, te dejo que voy a comer y a meditar qué hago, jajaja. Mañana hablamos.
—Hasta mañana ¡Suerte!
Al día siguiente Diego empezó la rehabilitación en el hospital, acompañado de su hija. Cuando preguntó si podía estar con él le dijeron que no solo podía sino que le vendría bien tener ayuda, así que Lucía permaneció junto a su padre durante todos los ejercicios ayudándolo a desarrollarlos y ejerciendo de escudo protector por si perdía el equilibrio y caía. Aunque poco habría podido hacer ella si el enorme cuerpo de su padre le hubiera caído encima, pensó.
El viernes por la noche regresó Eva, con ganas de estar con su padre y ver los avances que había tenido durante los tres días que hacía que no lo veía. Se había presentado a tres exámenes y no pensaba presentarse a más.
—Pero ¿te queda alguno?
—Sí, me queda uno el lunes, pero no me da tiempo a prepararlo así que... Si apruebo los de esta semana me daré por contenta, no importa.
Lucía la miró con admiración. Por lo menos sabía que ahora tenía a Carlos para trabajar por ella y que el curso siguiente, sin tener que trabajar los fines de semana, podría hacer más de lo que había hecho durante los últimos tres años.
Los whatsapps y las llamadas entre Ángel y Lucía desaparecieron esos días. Tanto el uno como el otro esperaba que el otro llamara primero, Ángel porque era él quien estaba enfadado y consideraba que era ella quien tenía que esforzarse por recuperar su confianza; Lucía, porque a pesar de que sabía que lo que le había hecho era algo imperdonable, no dejaba de pensar en sus palabras cuando estaba tan seguro de que le perdonaría fuera lo fuera que hubiera hecho y después de como se fue de allí el martes, de aquella forma tan fría, esperaba que fuera él quien diera la siguiente muestra de cariño. Al menos ella lo había besado. Sin embargo él había salido huyendo y cada vez que lo recordaba se le partía el corazón.
“¿Por qué tenía que haberle dicho que se fuera?”, se lamentaba Lucía, “¿Por qué no insistió en quedarse? ¿Por qué no le dijo que estaba allí porque la amaba con toda su alma?”
El lunes llegó con buenas noticias. Diego, aunque muy despacio, andaba. Había recuperado todas sus funciones vitales y se le podía dar el alta, como las hermanas deseaban, para que pudieran volver a Valencia.
—Todavía es muy pronto para mandarlo a casa, pero os voy a dar un escrito y con él tendréis que llevarlo al hospital que elijáis. Llegará a Valencia en ambulancia, solo tenéis que rellenar estos papeles e irá directo al hospital. —dijo el doctor entregándoles los documentos.
Lucía los cogió y empezó a leer de qué se trataba.
—En el informe que os voy a dar para el hospital explicaré como llegó aquí y el trascurso de estas últimas semanas.
—Gracias. —dijo Eva.
Cuando el doctor se hubo marchado, las dos mujeres empezaron a dar saltitos de alegría y Diego las miró orgulloso de sus hijas. Le encantaba verlas reír y se sentía muy mal cuando las veía padecer, como cualquier padre, solo que él, añoraba no haberlo podido hacer más.
Dos horas después, volvía el doctor con la información que les había prometido y los papeles del alta. Diego ya estaba aseado y listo para viajar, así que Lucía organizó que Eva fuera en la ambulancia con su padre y ella se encargaría de ir al hotel, recoger las cosas de ambas y pagar la cuenta.
—Pero Lucía, yo no puedo permitir que te hagas cargo de todo. —dijo Eva, un poco nerviosa porque hasta el momento no había pensado en el gasto que suponía estar allí tanto tiempo.
—No tienes de qué preocuparte, alguien se tiene que ir con él para acompañarle en el hospital y dar los papeles cuando llegue.
Eva aceptó resignada sin evitar sentirse culpable por no hacerse cargo del hotel. Una vez en Valencia le preguntaría a su hermana cuánto había subido la cuenta e intentaría ingeniárselas para pagarlo a medias.
Lucía se despidió de su padre y se dirigió al hotel, hizo maletas y bajó a recepción.
—La cuenta de las habitaciones 346 y 347 por favor. —dijo Lucía, una vez en el mostrador.
La recepcionista buscó en el ordenador y unos minutos después entregó una factura a Lucía, despidiéndose de ella.
—¿Qué le debo? —preguntó Lucía, extrañada.
—Su cuenta está pagada. —dijo la chica.
—¿Cómo? —Lucía miró la factura. En ella estaban los días que habían ocupado las habitaciones, los extras de comidas o cenas y la fecha de salida. No aparecía importe alguno, tan solo era un documento que acreditaba que las habitaciones estaban pagadas.
Lucía no dudó en sacar su móvil y llamar a su jefe. No podía consentir que en la situación en la que se hallaban se hiciera cargo de sus facturas.
—Hola. —dijo Ángel al aparato, y Lucía se sintió perdida.
—Ángel, no deberías haber pagado el hotel. —fue lo único que pudo decir, y no tan enfadada como en un principio había pensado hacerlo.
—Claro que sí. Si cambiasteis al hotel fue porque yo quise y por eso debía hacerme cargo yo.
—Pero, no puedo aceptarlo en estos momentos. Yo... te lo pagaré cuando pueda. Ahora solo pensar en el tema de mi piso...
—No tienes que devolverme nada. Además, ¿qué quieres decir con “en estos momentos”?
—Creo que está muy claro, en estos momentos no estamos bien, por lo que no veo que sea apropiado que me tengas que pagar nada.
—Ya veo. Bueno, en todo caso te repito que lo del hotel fue por mí y es cuenta mía. No te preocupes por eso. ¿Quiere decir que ya vuelves a Valencia?
—Sí. Mi padre está ya de camino junto a mi hermana en la ambulancia y yo salgo en breve.
—Estaría más tranquilo si volvieras en avión.
—No puedo, tengo que llevar el coche a Valencia.
—Embárcalo.
—No, prefiero conducir.
—¿No lo harías aunque solo fuera por mí? ¿Por que no esté padeciendo hasta que me digas que ya has llegado?
—Ángel, no me hagas esto, por favor. Me apetece conducir, así evito pensar en nada.
—Como quieras. Avísame cuando estés aquí.
Lucía metió las maletas en el coche y arrancó, nerviosa por la conversación con su ángel. Apagó el coche, se quedó unos minutos analizando cada palabra, y cuando su cuerpo dejó de temblar, volvió a arrancar y se dispuso a buscar la salida hacia Valencia. En la radio sonaba Locked Out Of Heaven, de Bruno Mars, así que se puso a cantar recordando que el español que canta su mal espanta, y así siguió hasta que llegó a Valencia.