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Durante la semana, la pareja de novios salió a cenar, al cine, a pasear, se quedaron en casa de Lucía viendo televisión, volvieron a salir a cenar... El caso es que estuvieron juntos a toda hora, durante el día en el trabajo, por la noche disfrutando de la libertad que el no tener a los niños les daba. Lucía recordó las palabras que unas semanas atrás le había dicho su abogada, Sara López, cuando ella le había dicho lo mal que llevaría la custodia compartida de sus hijos. Sara le había dicho que disfrutara haciendo las cosas que con ellos no podía hacer, y así lo estaba haciendo, y le estaba sentando de maravilla. Era como si hubiera vuelto a vivir. Le recordaba un poco cuando empezó a salir con Miguel, solo que ellos eran adolescentes que vivían con sus padres y sacaban tiempo para verse saltándose clases o los fines de semana. Con Ángel, estaba todo el día y aun así no se cansaba de él sino todo lo contrario. Cada día lo deseaba más, lo amaba más, lo necesitaba más, y eso en cierta manera no podía evitar que le diera un poco de miedo. ¿Y si no salía bien? Pero luego cuando su ángel la tocaba, la besaba, la devoraba, se daba cuenta de que le daba igual el futuro cuando su presente era tan maravilloso. No podía vivir siempre pensando en lo peor de las cosas porque una vez no saliera bien. Miraba a su ángel y se derretía cada vez que esos ojos verdes la penetraban como si quisieran ver dentro de ella. Y a veces sentía que conseguían hacerlo, pues le parecía que Ángel veía hasta en el fondo de su alma.
El lunes por la tarde, día en el que volverían Noa y Leandro, Ángel había ido a casa de Lucía con la intención de prepararle una suculenta cena. Como estarían los niños no podían salir a cenar fuera así que él le prepararía todo de manera que Lucía se sintiera como en el mejor restaurante. Le encantaba cocinar, y sabiendo que sería su novia la que lo degustara, más todavía.
No eran ni las ocho cuando tocaron al timbre de arriba. Lucía se estaba duchando aprovechando que no estaban sus hijos para así en cuanto llegaran poder dedicarse a ellos. Ángel estaba en la cocina preparando unos entrecots y al ver que su novia no podía salir a abrir la puerta, se limpió las manos y fue él.
Su sorpresa fue cuando se encontró con los mellizos y su padre, quien al ver el hombre que había abierto la puerta, cambió su sonrisa por un entrecejo apretado.
—Ah, otra vez tú aquí. —fue lo primero que se le ocurrió decir al ex.
Los niños entraron corriendo en la casa en busca de su madre.
—Y las que haga falta. —le contestó Ángel de malos humos.
—No me gustas. —le dijo Miguel, directo.
—Ni tú a mí, sobre todo sabiendo lo que sé. Tú sin embargo no eres quién para opinar sobre nada. —le dijo tajante.
—Oh, claro que sí. Si estás con mi mujer estás con mis hijos, y he de cuidar de ellos y de con quién están.
—Tus hijos están muy bien cuidados por su madre, de eso no te tienes que preocupar.
—Dime, ¿acaso vives en mi casa?
—Si así fuera a ti no te importa.
—Claro que me importa porque es MI casa.
—También es de Lucía y ella puede vivir con quien quiera.
—No me has contestado.
—Ni lo haré. —dijo Ángel, mirando a su rival perdonándole la vida.
Durante unos segundos los dos hombres se quedaron observándose mutuamente. Ángel no entendía por qué seguía el otro allí, pero algo le hacía no cerrarle la puerta en las narices.
—Dime, ¿ya te ha contado Lucía al sitio donde la llevé hace tan solo unas semanas? Entonces no me dijo que tuviera novio, así que no creo que seas demasiado importante.
—Habíamos discutido y sí, me lo ha contado, así como que no le gustó.
—¿Eso te ha dicho? Caray con mi mujercita, ahora resulta que también sabe mentir.
—¿Qué quieres decir?
Miguel lo miró sonriendo, sabía que lo había picado y ahora jugaba con esa baza. Se sostuvieron la mirada durante segundos, retándose.
—No me pareció que le disgustara cuando mi amigo la tocó.
—¿Qué tu amigo qué? Te juro que te...
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Lucía, que ya había salido de la ducha y estaba oyendo a los dos hombres enfrentados.
—¿No le has contado a tu novio que te dejaste tocar por un desconocido en Deséame y que además te gustó?
—Cállate. —le ordenó su ex.
—¿Por qué? Por lo que tu novio me quiere dar a entender, le cuentas todo ¿no es así? Entonces, ¿por qué no le has dicho la verdad? ¿Le has contado que me besaste o eso tampoco?
—Porque no fue así... y porque lo del beso no tuvo importancia. —contestó Lucía empezando a ponerse nerviosa.
—Claro que fue así. Te pusiste cachonda, no lo niegues. Y en cuanto a lo nuestro, creo que será mejor que tu novio decida si tiene importancia o no. Desde luego para mí la tuvo, eso significa que aún sientes algo por mí.
—Miguel, lárgate y déjanos en paz. Y no te hagas ilusiones, porque fue un simple beso sin sentimientos. —dijo Lucía, cerrando la puerta en sus narices.
—No lo creo, nena. —se escuchó decir a Miguel desde el rellano.
Ángel se quedó mirándola extrañado. ¿Acaso tenía razón ese cretino?
—No me mires así. —le pidió Lucía levantando las manos y empezando a andar hacia el comedor.
—Espera. —dijo Ángel, cogiéndola del brazo. —¿De verdad dejaste que te tocara un extraño?
—Ángel, acaban de llegar mis hijos, por favor, luego lo hablamos ¿vale?
—No, necesito hablarlo ahora.
—Por favor.
—Solo te he hecho una pregunta, contestar solo te llevará un segundo.
Lucía se quedó mirándolo deseando que la soltara y sin atreverse a decir nada. Sabía que había hecho mal y que Ángel tendría derecho a enfadarse, pero quería hablarlo tranquilamente y explicarle por qué lo hizo, y ese no era el momento ya que sus hijos la esperaban en la bañera y ella estaba ansiosa por estar con ellos.
—Está bien, como quieras. —dijo Ángel finalmente soltándola y dejando que se fuera.
Ángel se quedó en el recibidor durante unos segundos pensando qué hacer. No podía creer que la mujer que amaba fuera capaz de entregarse de la manera en la que había descrito su exmarido, y el no contestar a una simple pregunta le había confirmado lo que ya suponía. La rabia que sintió lo dominó de tal manera, que fue hasta el baño en el que Lucía estaba con sus hijos y le dijo:
—Cuando quieras contestar a mi pregunta, ya sabes dónde encontrarme. Adiós.
—¿Te vas? —preguntó Lucía, saliendo tras él.
—Sí.
—Ángel, por favor, quédate y después lo hablamos, no me hagas suplicarte. —se acercó hasta él para besarlo pero éste se echó hacia atrás. Era la primera vez que se lo hacía y se sintió tan mal que fue incapaz de continuar. Lucía volvió al baño e intentando no llorar delante de sus hijos, siguió jugando con ellos y a los pocos segundos, escuchó el ruido de la puerta al cerrarse.
Después de sacar a los niños de la bañera, les hizo unas hamburguesas y recogió los entrecots que Ángel hacía unos minutos había empezado a preparar. Los metió en la nevera y acudió al comedor donde estaban cenando sus hijos. Los observó con la mente ausente. No quería pensar en nada, porque si lo hacía, no conseguiría entender cómo había cambiado todo en tan solo unos minutos.
Ángel llegó a su casa en apenas ocho minutos. Puso el Mercedes a más de doscientos por hora por carretera porque necesitaba sentir la velocidad e intentar no pensar en Lucía. Una vez en su casa, la imagen de Miguel en el rellano de su novia volvió a su cabeza. No solo le molestaba pensar que a Lucía le pudiera haber gustado que un desconocido la tocara, el hecho en sí era que se había dejado hacer, y otra cosa muy importante, era que no se lo había contado. Si se lo había ocultado era por algo, eso lo podía entender cualquiera. Ella le había contado que había salido con Miguel, el tipo de pub al que había ido, pero le había asegurado que no le había gustado y que había salido de allí corriendo y asustada. No le había contado que antes de eso se había dejado tocar ni que además, había besado a su exmarido y eso le atormentaba demasiado como para dejarlo correr. La quería solo para él, se lo había dicho, creía que lo había entendido, pero por lo visto a ella eso le daba igual. Cierto que cuando fue a Deséame con Miguel ellos habían discutido porque ella se había sentido engañada tras saber que él había inventado un puesto de trabajo para ella y se sentía el hazmerreír de Ángelus, pero se suponía que seguían juntos, en ningún momento habían dicho lo contrario, y ella se había dado a conocer algo que incluso sabía de antemano que no iba con su forma de ser. ¿Lo había hecho adrede para causarle dolor? Pues lo había conseguido. Y besar a Miguel... ¿cómo podía haberle ocultado eso? ¿Acaso sentía todavía algo por él?