7

Lucía estuvo toda la mañana nerviosa. Esa noche cuando sus hijos se fueran con su padre, Ángel la llevaría a Deséame, el mismo sitio al que había ido hacía pocas semanas con Miguel y del que había salido corriendo. No debía de serle muy difícil decirle a Ángel que aquello no le gustaba, entonces ¿de qué tenía miedo?

—Esta noche cuando lleguemos al pub, nos trataremos como si tan solo fuéramos una pareja sexual. Si te gusta algún hombre me lo dirás y yo te daré el visto bueno. —dijo Ángel mientras almorzaban.

—Ángel, por favor, ¿cómo te voy a decir que me gusta otro hombre? Me gustas tú.

—¿Te gustaba el amigo de Miguel?

—Me pareció atractivo pero de ahí a gustarme...

—Y en cambio te puso cachonda.

Lucía lo miró avergonzada. Sabía que tenía razón y eso la debilitaba porque se encontraba sin fundamentos para rebatirle nada.

—Está bien —dijo ella —Iremos a ese estúpido pub y te darás cuenta de que solo quiero hacer el amor contigo.

Se levantó de su sitio y se dispuso a marcharse. Ángel la siguió. No le gustaba que los empleados se dieran cuenta de sus discusiones.

Entraron en el ascensor y Ángel le dio al botón de Stop. Lucía lo miró con cara de “se puede saber qué haces” pero antes de que pudiera decir nada, su jefe la agarró de las nalgas y la subió arrastrando su trasero por la pared. Ella lo rodeó con sus piernas y ambos se besaron como si se acabara el mundo. Ambos sentían que esa noche los marcaría de una manera u otra y que la posibilidad de echarse a perder era superior a la de que todo siguiera igual. Ella todavía no entendía por qué Ángel arriesgaba tanto su relación, pero ese momento de sexo desenfrenado en el ascensor estaba compensando cualquier cosa que pudiera llegar después. La mirada verde y penetrante de Ángel la volvía loca, y durante esa semana sus ojos además le decían “eres mía y de nadie más” y eso le gustaba. Pero esa noche la tendría que compartir, y no sabía cómo acabaría todo.

Miguel llegó puntual a por los mellizos, y aunque Ángel insistió en estar con ella para cuando llegara, Lucía no lo dejó, así que quedó con él después. Temía que los dos hombres acabaran peleándose por ella en el rellano. Odiaba las peleas, siempre las había odiado, y la forma en la que su pareja y su exmarido se miraban denotaba un “en cuanto digas o hagas algo te voy a meter una...” que Lucía trató de evitar.

—¿Estás sola? —preguntó Miguel cuando Lucía abrió la puerta.

Lucía tuvo ganas de decirle “y a ti qué te importa” pero estaba tan cansada de decírselo...

—¿Cuándo vas a dejar de meterte en mi vida?

—No lo sé, nena. No sé si algún día conseguiré dejar de quererte y que me dé igual lo que hagas o dejes de hacer. —Miguel se retiró un mechón rubio que le caía por la frente, y ese gesto hizo que algo se removiera en el interior de Lucía. Siempre le había gustado ese mechón que en cuanto le crecía un poco el pelo acababa cayéndole por la frente. Miguel le sonrió porque sabía lo que estaba pensando y ella, al ver su sonrisa se sonrojó. —¿Ves como todavía sientes algo?

—Miguel, por favor, será mejor que me olvides, yo ya lo he hecho.

—¿Estás enamorada del trajes?

Lucía se quedó callada. Quería a Ángel, lo amaba pero ¿estaba enamorada? Ni siquiera sabía ya lo que era eso. Había amado tanto a su marido que pensó que nunca amaría a nadie igual y ahora sentía algo muy especial por su jefe pero ¿era estar enamorada?

—Gracias, nena. Tú silencio me responde por ti.

—Cuida de mis hijos. —dijo ella besuqueándolos como de costumbre por todos los besos que no les daría el resto de la semana.

—Por supuesto. También son mis hijos.

Lucía entró en el patio y cerró la puerta. Después, se giró para ver desde el cristal cómo sus hijos se iban con su padre. Miguel había cogido a Noa y la había sentado en su cuello pasando sus piernecitas por delante de él. A Leandro lo llevaba de la mano y a Lucía le pareció que iban cantando mientras se dirigían al coche. Le gustó ver a sus hijos felices y por un momento pensó en lo bonito que hubiera sido que sus mellizos se hubieran criado con sus padres juntos. Pero Miguel tenía una forma de pensar muy diferente a ella y saber que le había sido infiel durante todo el tiempo en el que habían estado juntos le parecía imperdonable.

Subió a su casa y empezó a vestirse para salir, Ángel no tardaría mucho en llegar. Le había dicho que se preparara para salir a cenar antes de acudir a Deséame y ella se vistió como si lo segundo no fuera a pasar. Aun así, como hacía calor, se puso una camiseta de seda de tirantes y una falda acampanada, y no pudo evitar recordar cuando Miguel le pidió que se pusiera falda para ir a aquel sitio.

La oscuridad de Deséame volvió a hacer que en un principio Lucía no se diera cuenta de lo que pasaba allí. Ángel la condujo hasta la barra como si conociera ese sitio y ella imagino con cierto pesar qué habría hecho su novio en ese pub cuando todavía no la conocía. No había taburetes vacíos así que se quedaron de pie esperando a que llegara el camarero.

—¿Qué quieres tomar? —preguntó Ángel.

—Algo fuerte. —y pensándolo un poco, añadió —Un whisky con mucho hielo.

Ángel la miró sorprendido. Nunca la había visto tomar whisky solo y notó que su chica estaba nerviosa. Sabía que le estaba haciendo pasar por un mal trago pero si había accedido a ir allí con su exmarido, él también merecía verla en aquel entorno porque solo así sabría si realmente le desagradaba tanto como le quería hacer entender, pues Miguel le había dicho todo lo contrario.

Cogieron la bebida y se apoyaron en la barra, dando la espalda a los camareros. Lucía intentaba acostumbrarse a aquella oscuridad y poco a poco fue viendo a las parejas en la pista bailando sensualmente, manoseándose y besándose con pasión. Habían tríos formados por dos hombres y una mujer en medio, una mujer y un hombre dando placer a otra mujer, parejas de mujeres... Lucía estaba sorprendida por la diversidad de escenas que estaba presenciando y en cierto modo se sentía excitada. “Mierda”, pensó, “esto no debería gustarme”.

Un hombre moreno de ojos azules se acercó a Lucía y le lamió la oreja dándole un susto ya que no se lo esperaba. Ángel lo miró con la frente arrugada porque el tipo había atacado a su chica sin previo aviso.

—Lárgate de aquí. —le dijo intentando no sonar demasiado enfadado. Al fin y al cabo habían ido allí para eso, solo que no se esperaba que ocurriera tan pronto ni de esa manera.

El hombre en cuestión se marchó sin decir nada, había más mujeres con las que tener sexo y no había ido allí a discutir con nadie.

Entonces, Ángel se dio cuenta de que un hombre en la pista no le quitaba el ojo a su pareja.

—Mira aquel tipo de la camisa morada. —le dijo —¿Te gusta?

Lucía miró al hombre que Ángel decía y se dio cuenta de que era un tipo alto, bastante atractivo.

—No está mal. —contestó ella con cierto miedo a poder ofender a su novio.

Ángel miró al hombre y le indicó con la mano que se acercara. El tipo no se hizo de rogar y caminó hacia ellos con una sonrisa en los labios. Se colocó al lado de Lucía y le preguntó su nombre.

—Yo me llamo Gabi. —dijo él, acariciando el rostro de ella.

Gabi miró a Ángel pidiendo permiso ya que se había dado cuenta de que aquella chica era suya, y Ángel asintió con la cabeza. Entonces Gabi agarró a Lucía de una nalga y la arrimó hasta él, apretándola y haciéndole notar su prominente paquete. El hombre fue a besarla, pero Ángel le puso la mano en los labios y le advirtió:

—Nada de besos.

—Claro, tú mandas. —le contestó Gabi, metiéndole la mano por debajo de la falda a Lucía.

Ella se sentía extraña. Le excitaba cualquier acto que tuviera que ver con el sexo y eso la contrariaba. Se suponía que solo la tenía que excitar su pareja, que solo debía disfrutar con él. Entonces, ¿por qué le ponía cuando otro hombre la sobaba?

De pronto, notó que tenía una mano metida por su trasero y otra por delante, acariciando su sexo por encima de sus braguitas. Era Ángel. Se había acercado a ella de manera que se sentía la mezcla de un sándwich. Mientras el desconocido le apretaba el culo y le metía una mano por debajo de la camiseta para llegar a sus pechos y sobarlos, Ángel le había metido la mano dentro de las braguitas y comprobaba su humedad.

“Mierda”, pensó él, “Esto era lo que me temía. Está muy excitada”. Entonces los celos y la posesión que sentía hacia su chica hizo que la separarán de aquel desconocido e indicándole con una mano que se fuera, Gabi se marchó en busca de otra presa, un poco malhumorado porque no se lo esperaba.

Ángel llevó a su chica hasta la pista y ambos empezaron a bailar sensualmente al ritmo Enya y Enigma. Estaban muy cerca y Lucía cada vez se sentía más excitada. Tenía ganas de sexo y sintió que aquel sitio tenía la culpa. Ver a la gente tan excitada la ponía a ella más, y sentir la erección de su novio sobre su entrepierna la hacía desearlo con toda su alma.

—Ángel, ¿podemos irnos de aquí ya?

—No.

Ángel metió la lengua en su boca hasta el fondo haciendo que su novia se derritiera. Apretó su trasero por encima de la falda y bajó la mano hasta donde terminaba para subirla un poco y provocarla.

De pronto, sintió cómo alguien la despegaba de sus brazos tirando de ella y sus ojos se encendieron encolerizados.

—Menuda sorpresa, al final voy a pensar que te gustó este sitio. —dijo Miguel a su exmujer agarrándola por la cintura.

—Miguel. —Lucía se puso nerviosa, sabía que Ángel no tardaría en intervenir y se esperaba lo peor. —Deberías estar con tus hijos.

—Mis hijos están bien atendidos. Nena, no sabes cuánto me gusta verte aquí.

Miguel la acercó hasta su cuerpo caliente y ella olió su perfume. Seguía usando el mismo de siempre, ese que tanto le gustaba a ella, y no pudo evitar aspirarlo recordando viejos tiempos. Miguel sonrió y acarició su mejilla.

—Oh, nena, nena. No puedo vivir sin ti, lo sabes ¿verdad?

—Sí, claro, ya lo veo. Te veo muy apenado viniendo a este sitio. —contestó Lucía con sarcasmo preguntándose por qué Ángel no la había apartado ya de los brazos de su ex. Miró hacia atrás y no lo vio.

—Me parece que tu novio se ha ido en busca de otra mujer. No me habías dicho que a él también le gustara esto.

—Y no le gusta. Hemos venido solo por lo que tú le dijiste.

—Yo no estaría tan seguro. Sabía que me sonaba su cara y ahora creo que puedo confirmar que lo he visto por aquí alguna vez.

—No me ha ocultado que haya venido, pero eso era antes de estar conmigo.

—¿Cómo puedes estar segura?

—Porque confío en él.

—¿En serio? También confiabas en mí ¿verdad? Mira hacia la barra.

Lucía hizo caso a su ex y entre la oscuridad, pudo distinguir a Ángel de pie en la barra hablando con una mujer que pretendía meterle los pechos dentro de la boca.

—Tu novio no es distinto a mí. A los hombres nos van estas cosas aunque haya quien no lo quiera reconocer. —dijo Miguel mientras metía la mano por dentro de la camiseta de Lucía para acariciar su espalda. —Y las mujeres... las mujeres sois peor todavía.

Miguel se acercó a ella y le besó el cuello. Lucía intentó retirarse pero miró hacia la barra y vio como Ángel sonreía a la tetona, de manera que los celos la pudieron y se dejó hacer por el hombre que había sido el amor de su vida.

—Miguel, déjame por favor. —le imploró aun así.

—No puedo nena, eres tan bella... Solo te faltaba para ser perfecta que te gustaran las mismas cosas que a mí, y ahora estás aquí...

—Me refiero a que me olvides para siempre.

Lucía no pudo evitar gemir cuando Miguel la abrazó tan fuerte que el brazo que tenía pasado desde atrás le llegó al pecho y se lo apretó.

—Esto no me lo va a perdonar Ángel. —se lamentó.

—Claro que sí, cariño. Te ha traído aquí para esto, ¿para qué si no?

—Sí, pero no contigo.

Lucía intentó soltarse pero Miguel se lo impidió. Entonces alguien la rescató y la apretó contra su cuerpo. Ángel la cogió de un brazo y la llevó hasta un reservado, se sentó en un sofá e hizo que ella se sentara sobre sus piernas de espalda a él. Entonces, metió la mano por dentro de su falda hasta llegar a las braguitas empapadas y pudo comprobar lo excitada que estaba.

—Y bien, Lucía... —le susurró al oído con la voz ronca —Ya veo que esto no te gusta nada.

—Ángel yo... te lo puedo explicar...

—¿Cómo? —preguntó él introduciéndole dos dedos en su sexo mojado con una mano mientras la otra la metía por debajo de la camiseta hasta llegar a sus pechos.

Lucía gimió, y con la respiración entrecortada, trató de contestar:

—Te he visto con esa mujer... y he dejado que Miguel me tocara porque me ha enfadado.

—Solo hablábamos. Lucía, no te has enfadado, te has excitado. Te pone cachonda que te toquen desconocidos, pero lo peor de todo, es que te pone cachonda que te toque alguien sabiendo que yo te estoy mirando.

—No... no es... así... —Lucía casi no podía hablar, apunto de correrse como estaba.

—¿Quieres correrte con mi mano? ¿O prefieres que llame a Miguel?

—Contigo... contigo... por favor. —suplicó Lucía.

—Joder, nena, ¿tenía que ser Miguel?

—Yo... creí que no me dejarías con él... pero te has... oooooh... —Lucía intentó no gritar mientras se corría porque pese a que la música habría evitado que cualquiera la pudiera oír, y la intimidad del reservado hacía que difícilmente alguien la estuviera viendo, no podía evitar saber que estaba en un sitio público donde aunque todos estuvieran haciendo lo mismo, la vergüenza podía con ella.

—¿Me he qué?

—Te has... ido, joderrrrr.

—Me he ido porque tenía que hacerlo.

Lucía lo miró encogiendo las cejas.

—¿Tenías que hacerlo?

—Claro. Yo no soy quien para obligarte a estar con nadie. Si querías estar con él yo no me iba a meter en medio.

—Has decidido antes quién se podía acercar a mí y quién no, ¿por qué iba a ser distinto con Miguel?

—Porque por él sientes algo, y has de ser tú quien decidas con quién quieres estar.

—Contigo, por supuesto que contigo. —dijo Lucía sabiendo desde el principio que ir a aquel sitio iba a repercutir en su relación.

—Yo no estaría tan seguro. Anda, vámonos. —dijo Ángel haciendo que Lucía se incorporara para poder levantarse del sofá.

La cogió de la mano y se dispusieron a salir de allí. Cuando pasaron por la pista, Lucía vio a Miguel bailando mientras una rubia bastante guapa lo sobaba de arriba abajo. Su exmujer lo miró con pena cuando pasó por su lado y Miguel le sonrió, dedicándole un beso al viento mientras veía cómo se marchaba.

Miguel, después de ver allí a su exmujer, sintió por primera vez que podría recuperarla. Sabía que aquello a ella no le gustaba, estaba seguro de que había ido obligada por su novio, pero el caso es que había ido y había notado su cuerpo excitado. Tal vez poco a poco podría aventurarla en el mundo del sexo intentando que diferenciara el cuerpo del corazón, porque sabía que le seguía queriendo, por más que ella le dijera lo contrario. Él había sido el amor de su vida y aunque hubiera conocido a un ricachón que le estuviera prometiendo fidelidad, él trataría por todos los medios de hacerle entender que ese hombre era como cualquier otro y que si se le ponía una mujer en bandeja, no la iba a rechazar, por más que quisiera a Lucía.