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El lunes a Miguel le tocaba llevarse a los niños para que estuvieran con él la semana. Ángel empezó a planear los sitios a los que llevaría a su novia, esa semana que estaba sola. Todavía le costaba mucho desprenderse de sus hijos y Ángel había decidido que la semana que no estuvieran la compensaría para que lo pasara lo mejor posible. Además, quería hacer con Lucía cuanto pudiera, aprovechando que sus hijos seguían viviendo con los abuelos. Aunque Ángel iba a visitarlos siempre que podía, el no tenerlos con él le daba libertad ya que aunque Javier ya tenía doce años y María diez, todavía los consideraba pequeños como para que se quedaran en casa solos. Tenía que salir con su novia y conocerla como ella quería antes de que a Javier le quitaran la escayola y empezara andar. Para entonces, irían a vivir con él como les había prometido y no podrían salir por las noches como tenía pensado hacer.

Lucía había llegado esa tarde pronto a casa. Ángel le había dado la tarde libre para que pudiera estar con sus hijos desde la salida del colegio y así poder despedirse de ellos. Se le hacía un nudo en el estómago cada vez que llegaba el lunes que se tenían que ir con su padre y pasar la tarde con ellos jugando, besuqueándolos por los besos que no les daría el resto de la semana, mimándolos... la hacía sentir un poco mejor.

A las ocho en punto, cuando sonó el fatídico timbre que anunciaba el desprendimiento de sus hijos hasta siete días después, Lucía cogió sus mochilas del cole y los bajó hasta el patio como de costumbre. No le gustaba que Miguel subiera a por ellos porque siempre intentaba meterse en el piso y quería dejarle claro que esa ya no era su casa y que no tenía derecho a nada.

Dos hombres estaban enfrentados mirándose con los ojos entrecerrados y los labios apretados. Ángel había acabado pronto con la reunión que tenía esa tarde y había decidido ir directo a por su novia. Cuando llegó al patio y tocó al timbre de Lucía, empezó a sospechar al ver que no contestaba y al darse cuenta de cómo le miraba el hombre rubio que había allí esperando. Lucía bajaba en el ascensor cuando Ángel había llamado y no había escuchado el segundo timbrazo. Abrió la puerta del patio, con Noa y Leandro cogidos de sus manos, y en cuanto vieron a su padre se le echaron encima para darle un fuerte abrazo.

—Papáaaa. —gritaron los niños.

Miguel los abrazó fuerte y los besó, todavía sin poder dejar de mirar al hombre trajeado que había llamado al timbre de su exmujer.

—Hola cariño. —dijo Ángel cogiendo a su chica de la cintura y plantándole un beso en los labios para que el otro se diera cuenta de quién era ella ahora.

—Hola. —le contestó Lucía algo tímida porque Miguel la viera en esa situación. Todavía no estaba preparada para hacer eso delante de él y no entendió por qué Ángel lo había hecho. Lo miró apretando una ceja pero los ojos verdes de su ángel se habían vuelto rojos y se negaba a soltarla.

—Miguel, él es Ángel... mi novio. —dijo con un hilillo de voz que a duras penas pudo salir de su garganta.

—Hola. —lo saludó Miguel lo más seco que pudo. O sea que ¿ahora le gustaban los hombres con traje?, se preguntó mirándolo de arriba abajo con el entrecejo fruncido.

—Él es mi exmarido, Miguel. —siguió Lucía con las presentaciones.

—Lo suponía. —dijo Ángel apretando a su novia contra su cuerpo.

—Dadme un beso, mis amorcitos. —dijo Lucía separándose de su jefe para abrazar a sus hijos una vez más antes de que se fueran.

Los niños le dieron un abrazo y ella los apretó dándoles besos, sin poder evitar que una lágrima le cayera por la mejilla ¿Alguna vez dejaría de llorar cuando se fueran? Era demasiado duro.

—Hasta el lunes. —dijo Miguel, cogiendo a cada uno de la mano y separándolos de su madre.

—Hasta el lunes. —le contestó ella.

Había sido frío. Sí, no se podía describir de otra manera, frío y extraño. Los dos hombres se habían comportado de una manera tan infantil, que Lucía todavía estaba alucinando. De Miguel lo podía entender. Al fin al cabo hasta ese momento su ex no había parado de insistir en que le diera otra oportunidad, pero ¿de Ángel?

—¿A qué ha venido eso? —preguntó Lucía una vez en su casa.

—¿A qué te refieres?

—A esa manera de cogerme y de besarme delante de mi ex.

—¿Qué tiene de malo? Eres mi novia, me gusta y puedo besarte cuando me plazca ¿no? ¿Por qué te molesta que lo haya hecho delante de él?

—Porque no había necesidad de demostrar, no sé ¿qué pretendías demostrar? ¿que soy tuya? Porque creo que eso ya había quedado claro con la presentación, al decir que eres mi novio.

—No pretendía demostrar nada. —mintió —¿O acaso es necesario que demuestre algo?

—No le des la vuelta a la tortilla, hazme el favor.

—No lo hago. Eres tú la que estás preocupada por cómo se haya podido sentir él ¿no es cierto?

—Pues sí.

—¿Lo reconoces? ¡Genial! No te habrá hecho tanto daño como me contaste cuando te preocupa poder hacérselo tú a él.

—No es eso, es solo que...

—¿Qué?

—Que no estoy preparada para que me vea con otro hombre.

—¿Cómo? ¿Te das cuenta de en qué lugar me deja eso a mí? Si no estás preparada para que te vea con otro a lo mejor es porque no estas preparada para estarlo.

—¿A qué te refieres?

—A que a lo mejor todavía sientes algo por él y no estés preparada para tener una relación seria conmigo.

—Ángel, ya hablamos de eso. Hemos estado semanas en las que me repetía una y otra vez que lo nuestro no podía pasar del sexo y por fin te abrí mi corazón y te dejé entrar, me parece muy cruel que me digas eso ahora.

—Tu marido no es como lo imaginaba.

—¿Cómo? No te entiendo.

—Es un hombre muy atractivo.

—Claro, ¿por qué había de ser lo contrario?

—Ya, pero ahora que lo he visto no puedo evitar imaginarte con él y me saca de quicio.

—Ángel, no sé por qué tienes que imaginar esas cosas, hace más de un año que no he estado con él y lo sabes.

—Sí, pero me pone celoso pensar que un día lo estuviste.

—Entonces ¿qué debería pensar yo respecto a ti, cuando has estado con infinidad de mujeres antes que conmigo?

—Que no las amaba.

—Pero te tuvieron.

—Mira, será mejor que dejemos estar este tema. No quiero estar enfadado contigo.

—Ya, pero a mí sí me ha enfadado tu comportamiento.

—Perdóname, de verdad. ¿Me perdonas? —preguntó Ángel acercándose a ella y colocando un mechón de pelo tras su oreja.

—No me gusta estar enfadada contigo. —se rindió ella.

—Pues no lo estés. Te prometo que no volverá a ocurrir, ¿de acuerdo?

—No quiero que pienses que no quiero que me muestres tu cariño delante de Miguel. Lo que no quiero es que lo hagas de esa forma. Me... me has agarrado como quien coge algo que le pertenece, demostrándolo de una manera que...

—Sssssh, no volverá a ocurrir. —la cortó Ángel, besándola suavemente. Recorrió su cuello con su boca y cuando llegó a la oreja le susurró —¿Dónde te apetece cenar?

—Sorpréndeme.

Ángel la llevó a una terraza en la playa. Era un lugar muy peculiar, rústico y elegante a la vez, con farolitos colgados del techo y floreados centros de mesa. El menú era exquisito y la vista todavía mejor, aunque Lucía pensó que la mejor visión eran los rasgados ojos verdes de su novio.

Después de cenar, Ángel la cogió de la mano y la llevó hasta la arena.

—¿Qué haces? —preguntó Lucía viendo las intenciones, preocupada por sus tacones.

—Me encanta andar por la arena de la playa. —le contestó el gran Ángel, arremangándose los pantalones del traje.

Ángel se quitó los zapatos y los calcetines e instó a Lucía para que hiciera lo mismo con sus sandalias. Una vez descalzos, se adentraron en la arena hasta llegar a la orilla y sumergieron los pies en la fría agua salada.

—Demos un paseo.

Pasearon durante más de una hora por la orilla del mar, cogidos de la mano. Estuvieron hablando de cosas que no habían hablado hasta el momento. Su relación se había basado en el sexo y desde que habían decidido ir a más, todo habían sido complicaciones inducidas por la exsecretaria de Ángelus, Dafne Cruz. Esa semana era la primera vez que tenían tiempo para contarse cosas, puesto que aunque Ángel había seguido yendo a verla por las noches, habían seguido como siempre, dado que el poco tiempo que tenían para estar juntos lo querían aprovechar bebiendo de sus cuerpos, saboreándose, amándose.

Ahora Ángel necesitaba saber más acerca de la relación que Lucía había tenido con su exmarido. Lo había conocido, era un hombre atractivo, y había sentido unos celos a los que no estaba preparado. Antes había sentido celos del compañero de trabajo de Lucía, Román, pero sabía que entre ellos no había pasado nada y eso hacía que se sintiera en ventaja sobre él. Pero con Miguel... Tenía que luchar contra quince años de relación, quince años durante los cuales Lucía había estado enamorada de ese hombre.

—Mi matrimonio supongo que sería como cualquier otro. Como no tenía con qué comparar, imaginaba que todo cuanto Miguel hiciera sería normal. Por eso no me extrañaba que no siempre llegara de trabajar a la misma hora, que no tuviera ganas de sexo porque bueno... ya sabes lo que se dice del sexo en los matrimonios...

—Tonterías.

—Sí, bueno, pero yo... pensaba que todo era normal. ¿Me entiendes? Miguel nunca me dio a entender que no me quisiera y yo nunca sospeché nada raro. Creo que por eso me resultó más impactante cuando lo pillé con una mujer en mi propia cama. —dijo Lucía, sintiendo asco de nuevo al recordarlo.

—Debiste pasarlo muy mal.

—Sí, lo pasé fatal.

—Cuando te conocí, tus ojos te delataban.

—Ya, dicen que los ojos son el espejo del alma ¿no? Cuando me conociste todavía estaba muy afectada.

—Lo sé, y me da rabia que ese hombre te hiciera sufrir tanto. Por eso cuando lo he visto esta tarde...

—Olvídalo. Por el bien de mis hijos, quiero que todos nos llevemos lo mejor posible, ¿me lo prometes?

—¿El qué?

—Que te llevarás lo mejor posible con Miguel, por el bien de mis hijos.

—Por el bien de nuestros hijos. —matizó Ángel.

—Dilo.

—Te lo prometo.

Lucía se puso delante de él y lo abrazó. Necesitaba sentir su duro cuerpo pegado al suyo. Empezaba a sentir frío ya que aunque estaban a principios de Junio y por el día hacía un calor de muerte, por la noche refrescaba y más a la orilla del mar, y con los pies mojados.

—Te amo. —susurró Lucía.

—Y yo, mi vida. No te puedes imaginar cuánto te amo yo.