20
Lucía abrió los ojos ante el ruido de la enfermera al entrar en la habitación, y se encontró unos ojos verdes observándola mientras dormía.
—¡Ángel! —exclamó sorprendida mientras se desperezaba disimuladamente.
—Hola. —susurró él, que estaba sentado en el reposabrazos del sillón donde Lucía dormía. —Sigue descansando, tu padre duerme y la enfermera solo ha venido a comprobar si tiene fiebre.
Ella se incorporó y lo miró suplicando un beso, un abrazo, pero al ver que Ángel permanecía en el mismo sitio, se levantó del sillón y se dirigió al cuarto de baño para asearse. Tenía todos los músculos engarrotados por haber dormido mal pero eso ahora no importaba. En su interior, aunque Ángel de momento se negara a besarla, lo importante era que estaba allí, no le había contestado al mensaje porque no hacía falta. Aquella era su forma de contestar, estar a su lado cuando más lo necesitaba, y eso quería decir algo.
Desde el baño escuchó a su padre hablar con su ángel y no quiso interrumpirlos, sobre todo porque no había escuchado hablar a Diego más de dos palabras seguidas tal vez porque se sentía mal consigo mismo para con sus hijas.
—Soy Ángel, el jefe de Lucía.
—Hola Ángel... me alegro... de conocerte.
—No se esfuerce intentando hablar, ya habrá tiempo. —dijo con un cariñoso tono de voz que a Lucía enterneció, pese a que de nuevo la invadían sentimientos contradictorios, pues se había presentado como su jefe. Únicamente como su jefe.
Salió del baño y se dirigió a donde dos de los hombres de su vida se hallaban. La situación era tensa. A Diego le habría gustado saber qué pasaba entre aquella pareja pero se sentía muy débil y sabía que no debía esforzarse. Tenía entendido que el jefe de su hija era también su novio, pero no los veía demasiado unidos.
—¿Estáis juntos? —preguntó, pues necesitaba saber qué pasaba entre ellos.
—Sí papá. —se adelantó Lucía, quien sabía lo que le había contado a su padre y no lo quería preocupar con explicaciones. Ángel estaba allí ¿no? ¿Por qué había ido si no era en calidad de novio?
—¿Sois felices?
—Claro que sí. —volvió a adelantarse Lucía sin dar pie a que el jefe dijera nada que pudiera estropearlo todo. Ángel la miró fijamente apretando los labios. No quería contradecir a la mujer que tenía delante conteniendo las ganas de besar pero tampoco es que pudiera decirse que fueran tremendamente felices en ese momento. Lucía le sonrió suplicante y él intentó sonreír para afirmar que sí, eran muy felices juntos. Entonces, se acercó a Lucía, la rodeó cogiéndola de la cintura y la besó, para que su padre se tranquilizara, pues no era tonto y sabía que algo no iba bien.
El sonido del whatsapp en el móvil de Lucía hizo que volviera a la realidad, ya que en los brazos de su ángel se sentía como en otro mundo, un mundo lleno de felicidad, con pajaritos de colores, palomitas de maíz y flores por todas partes, un mundo mágico en el que se podría perder y ser feliz siempre, sin necesidad de nada más que esos ojos verdes mirándola, esas grandes manos tocándola, esos labios besando su boca...
—Deberías mirar quién te ha mandado un mensaje ¿no crees? —la avisó Ángel.
—No importa. —contestó ella despreocupada. Temía separarse de su ángel y no volver a estar entre sus brazos.
—Eva... —emitió Diego, dándole a entender que podría ser su hermana la que le escribiera por cualquier motivo.
—Miraré a ver si es ella. —dijo Lucía, resignada.
Cogió el teléfono y lo desbloqueó. Su cara se transformó cuando leyó el mensaje de Miguel.
“Mi abogada ya ha redactado un convenio provisional. El piso lo ponemos en venta y mientras se vende lo compartimos. No podemos hacer otra cosa así que te aconsejo que lo firmes y dejemos las cosas claras de una vez. Te lo mando por email. Fírmalo y reenvíamelo si no quieres que nos veamos la semana que viene”
—¿Cómo puede ser que...? —ella misma se interrumpió. No podía entender cómo si había hablado con la abogada el día antes, ya tuviera el convenio listo para firmar. Seguro que ya lo habían redactado entre ellos mucho antes. Cuando la abogada la llamó, tenía muy claro lo que pondría en el convenio, por eso la prisa en quedar con ella para firmarlo, aunque en realidad Lucía había pensado que el reunirse los tres sería para pactar algo entre todos.
—¿Qué pasa? —le preguntó Ángel, que por muy enfadado que estuviera con ella no podía dejar de preocuparse.
—Miguel. —contestó Lucía, no sin sentir vergüenza al pronunciar su nombre, después de lo que le había contado que había pasado entre ellos —Me manda el nuevo convenio para que lo firme. Dice que pongamos el piso en venta y lo compartamos mientras se vende.
—Pero podría tardar en venderse años.
—Lo sé. —Lucía estaba a punto de romper a llorar. Se retiró de la habitación y se metió en el baño. Se sentó en la tapa del wáter y se llevó las manos a la cara tapándose la boca intentando que no se escuchara su llanto desde fuera.
—Ve. —increpó Diego a su yerno.
Ángel se acercó a la puerta y llamó con los nudillos.
—Lucía, sal por favor.
No se hizo esperar. Se limpió la cara y salió, despacio porque se sentía abatida, y cuando vio a su ángel esperándola se le echó encima. Ángel la abrazó intentando consolarla, pero fue incapaz de decirle como siempre, que no había problema, que mandara a paseo el piso porque no le hacía falta, que juntos comprarían uno para ellos.
Eva entró en la habitación y se sintió contrariada. Por un lado pensó que era bueno que estuviera Ángel allí; por otro, ver a su hermana con los ojos llorosos no significaba nada bueno.
—Lucía, ¿qué sucede?
Su hermana se separó de su ángel, se limpió los ojos y la miró intentando quitar importancia al asunto.
—Nada, que Miguel ha elaborado un convenio a su antojo y me está metiendo prisa para que lo firme.
—Pues hazle esperar, no se merece que te pongas así. Además, ¿no deberíais haberlo hecho juntos? ¿Tú no tienes una abogada también?
—He sido yo la que he dicho que no me quería reunir con ellos y sí, tengo una abogada, pero me dijo que intentáramos llegar a un acuerdo juntos, porque sería lo mejor.
—¿Y lo habéis hecho?
—Noooo. —dijo Lucía rompiendo a llorar. Ángel pasó sus brazos por su cintura amparándola y Diego la llamó preocupado.
—Lucía...
—Oh, papá, no te preocupes ¿vale? —dijo Lucía corriendo hacia la cama. Se sentía muy mal por haber preocupado a su padre en el estado en que estaba. —Son cosas de parejas divorciadas, nada más.
—No me gusta... verte así.
—Se pasará, papá. No tiene importancia. —mintió para hacerle sentir mejor.
—Lucía, vamos a desayunar. —dijo Ángel, cogiéndole una mano.
Lucía lo miró temblorosa. Su tono había sido más una orden que una sugerencia pero aun así, hizo caso.
—Yo me quedo con papá, ve tranquila. —la alentó su hermana.
Bajaron a la cafetería del hospital en silencio, pidieron unos desayunos de cafés con leche y tostadas y se sentaron a una mesa.
—Mi hermana tiene que volver a Valencia cuanto antes, está perdiendo los exámenes finales por estar aquí. —dijo Lucía para romper el hielo.
—Tú no tienes la culpa de eso.
—Lo sé, pero me siento mal porque cuando yo he ido a estar con mis hijos ella se lo ha cargado todo y ahora debería ser yo la que esté aquí siempre y seguimos estando las dos.
—Eso tenéis que hablarlo vosotras. Tu hermana ya es mayorcita para saber lo que se hace y si está aquí supongo que será porque es lo que ha decidido.
—Al principio lo entendía porque no sabíamos lo que iba a pasar, pero ahora que mi padre ha despertado y está evolucionando, no sé por qué no se va a hacer los exámenes.
Ángel la miró sin decir nada. Los problemas entre hermanas tenían que solucionarlos ellas solas, él no podía inmiscuirse. Ni podía ni quería, ya tenía otras cosas en las que pensar. Y volvió el silencio.
—¿Por qué has venido, Ángel? —preguntó Lucía, quien el silencio la atormentaba porque solo se escuchaba sus pensamientos.
—Porque me dijiste que me necesitabas.
—Te lo dije y te lo repito, te necesito, pero eso no es motivo suficiente como para que lo dejes todo y acudas a mí.
—Te prometí que siempre estaría a tu lado y es lo que trato de cumplir.
—Yo no necesito a alguien a mi lado que tan solo está porque me lo prometió.
Ángel concentró su mirada en el café con leche que a pesar de que estaba por la mitad, removía con la cuchara una y otra vez, lentamente y con calma.
—Dime, ¿solo has venido por eso? —insistió Lucía, quien necesitaba escuchar algo que la hiciera sentir mejor.
—Lucía no te entiendo, me acabas de decir que me necesitas a tu lado, luego que no... ¿en qué quedamos? ¿Quieres o no quieres que esté aquí?
—Así no. —susurró ella, agachando la cabeza porque mirándole a los ojos sería incapaz de decirlo.
—Bien.
—¿Bien?
—Me vuelves loco. —subió el volumen Ángel con las palmas levantadas.
—Ángel, ¿eres capaz de perdonarme? ¿eres capaz de seguir conmigo como me prometiste, empezando de cero, olvidando lo pasado?
—No lo sé.
—¿Me quieres?
—Claro que sí...
—¿Pero?
—Pero sigo enfadado.
—Pues entonces vete. No quiero a nadie a mi lado por compasión. Afrontaré mis problemas sola. Pero lo prefiero así porque tenerte a mi lado enfadado... sin tener siquiera libertad para darte un beso cuando me plazca, abrazarte, tocarte...
Calló y esperó a que Ángel le hiciera la réplica. Nada. Ángel se quedó callado terminándose su café y ella se levantó con cierta vergüenza. Se sentía estúpida. Sí, estúpida, idiota y todas las palabrotas que se le vinieran a la mente. ¿Para qué había ido? ¿Para hacerla creer que estaba con ella, que ya todo estaba olvidado, que la amaba para luego decirle todo lo contrario?
Ángel se levantó y fue tras ella, la alcanzó a la altura del ascensor y subió con ella hasta la habitación. Entraron juntos y hallaron allí al doctor que en ese momento estaba hablando con Eva. Lucía se unió a su hermana y el médico repitió lo que acababa de decir, que Diego estaba evolucionando satisfactoriamente, que el coma no le había afectado ningún sentido, que estaba cuerdo y que poco a poco iría recuperando el habla hasta volver a ser él.
—¿Habría algún problema en que lo trasladáramos? —preguntó Lucía pensando en el trastorno que suponía que su padre estuviera en otra ciudad.
—En principio ninguno, pero considero que es demasiado pronto. Comprendo que para vosotras es molesto tener que estar aquí pero yo preferiría por lo menos dejar pasar esta semana. Si para el lunes Diego sigue como hasta ahora y no retrocede, entonces le daré el alta de este centro, con orden de que sea ingresado en cualquier hospital de vuestra ciudad.
—¡Gracias, doctor Sánchez! —exclamó Lucía, esperanzada.
—¿Ha dicho, retroceso? ¿Qué quiere decir con eso? —preguntó Eva, quien se había quedado preocupada al oír esa palabra.
—Sí. No se preocupen, no suele pasar, pero a veces los pacientes que salen de un coma en principio parece que va todo bien y luego sufren un retroceso que les hace quedar impedidos de un sentido, un brazo... ¡quién sabe? Pero como les digo, lo normal es que vuestro padre siga como hasta ahora y que el lunes lo mande a Valencia con vosotras.
—Ojala sea así. —dijo Eva.
—Claro que sí, ya lo verás. —la protegió su hermana abrazándola de la cintura —¿Yo no te decía que papá despertaría y he acertado? Pues ahora te digo que va a salir bien de esta. Soy medio bruja, ¿sabe? —dijo Lucía dirigiéndose al doctor intentando bromear para olvidar que el hombre de ojos verdes que la miraba desde una esquina de la habitación, en breve se iría de allí y volvería a quedarse sin su ángel.
—En ese caso, haga caso a su hermana. —dijo el doctor, despidiéndose de ellas.
Cinco minutos más tarde, después de que las hermanas hablaran sobre el asunto exámenes de Eva y ésta decidiera ir a Valencia esa tarde para examinarse al día siguiente, Ángel se acercó a la cama y se dirigió al enfermo.
—Diego, ha sido un placer conocerlo.
—Pero... ¿te vas? —preguntó el padre contrariado.
—Sí.
—Pensaba que... estarías con mi hija.
Las dos mujeres se quedaron mirando a los hombres y escuchando la conversación.
—Me ha surgido algo importante y tengo que volver. —trató de disculparse el jefe.
—Cuánto lo siento. —dijo Diego, mirando a su hija de ojos tristes.
—No me voy. —dijo Eva de repente.
—¿Cómo que no? Tienes que irte y examinarte.
—Pero yo... creía que Ángel estaría contigo. No quiero que estés sola, además, esta noche me tocaba quedarme a mí.
—Pues me quedo yo otra vez ¿acaso tú no estuviste durante días seguidos cuando yo fui a Valencia? Ahora te toca a ti ir, no me perdonaré si faltas a todos los exámenes. Y no te preocupes porque no me quedo sola, estoy con papá, ¿a qué sí? —preguntó mirando a su padre y tratando de sonreír.
—Claro, hija.
—Bueno, yo he de marcharme ya. —dijo Ángel, retirándose de la cama y acercándose a Lucía. La cogió de la mano y la sacó de la habitación. —Si necesitas algo, lo que sea, me lo dices ¿De acuerdo?
—No te preocupes, me puedo apañar sola. —dijo ella malhumorada porque esperaba otras palabras de su ángel.
—¿De acuerdo? —insistió él, arrimando su cuerpo al de ella. Lucía empezó a temblar, el olor de su ángel, el contacto de su piel, un centímetro más y estaría perdida. Sus ojos echaban chispas y ella ansió el besó de despedida como el agua un sediento.
—De acuerdo. —contestó con la voz rota.
Ángel se apartó de ella y se dispuso a irse. Lucía lo agarró del brazo e hizo que parara, le cogió de la mejilla y acercó su rostro al de ella. Por nada del mundo iba a consentir que se fuera de allí sin su beso, así que se abalanzó sobre él y le besó dulcemente en los labios. Él la saboreó porque también lo necesitaba. ¿Tan difícil tenía que ser la vida como para no dejar que fuera feliz con la persona amada? ¿Por qué Lucía tenía que haberlo estropeado todo? Se separó de ella y se fue de allí a grandes zancadas. Tenía que salir del hospital, respirar aire fresco, volver al trabajo. Había ido allí con la intención de quedarse, quería apoyar a su novia, ayudarla, pero entendía que con ese rencor no podría ser, así que lo mejor sería dejar pasar el tiempo.