19

Estaba tumbada sobre su cama con las piernas abiertas. Notó que alguien le cogía una mano y la ataba con un lazo a un extremo de la cama mientras que otra persona le ataba la otra. La cara de Ángel apareció delante de ella para devorarle la boca con pasión mientras juntaba sus pechos y pellizcaba sus pezones. Sintió un dedo en su interior pero, las dos manos de Ángel estaban delante de ella. Un segundo dedo más profundo y un gemido. Ángel sonrió, se puso de pie y sacó su pene, mostrándoselo mientras se lo acariciaba arriba y abajo. Ella lo miró con ojos lujuriosos y él se lo acercó a la boca para que lo lamiera como un helado, dentro de su boca, succionándolo y saboreándolo con la lengua todo alrededor. Sintió como alguien se introducía en ella y sabía que no podía ser su ángel. Intentó mirar quién había detrás y Ángel se apartó sonriendo para que pudiera ver a Miguel follándola. Ella se espantó y trató de escapar de quien la penetraba moviendo sus caderas hacia atrás, pero él le apretaba de las nalgas haciendo que fuera imposible.

—Ángel, no...

—Vamos, cariño, ¿no es esto lo que te gusta? ¿No nos quieres a los dos? Pues aquí nos tienes, los dos para ti, estamos a tu disposición.

—Nooo. —gritó ella intentando soltar sus manos atadas —Me hace daño.

Ángel le soltó una mano y ella lo empujó para que se apartara y así poder patalear intentando zafarse del que ya no quería en su vida.

—Nena, ¿prefieres que te folle tu ángel?

—Síi, vete, largo de aquí —gritaba ella sin entender por qué Ángel no hacía nada.

—Pero yo tengo que terminar lo que he empezado. Ya me dejaste a medias el otro día en Deséame y eso es muy malo para la salud. ¿Acaso quieres que enferme?

—Suéltame, hijo de puta. —gritó, dándose cuenta de que jamás pensó que podría llegar a decirle eso al padre de sus hijos. —Ángel, ayúdame... ayúdame, por favor...

Lucía lloraba desconsolada mientras Ángel, de espectador, la veía luchar con su ex y sonreía, ¿por qué sonreía? Eso no era lo que ella quería, no quería llegar tan lejos, solo fue a Deséame a probarse a sí misma que aquello no era lo que le gustaba.

—Señorita... señorita...

—¿Qué? ¿Qué? —despertó Lucía sobresaltaba y empapada.

—Ya hemos aterrizado, señorita.

—Oh, gracias. Lo siento, me he quedado dormida.

Salió del avión todavía excitada por la pesadilla que acababa de tener. Los dos hombres de su vida juntos en la cama era lo último que quería que pasase y se daba cuenta de que aunque se hubiera sentido excitada en aquel pub, ella era mujer de un solo hombre y tendría que hacérselo ver a Ángel de una manera u otra, por difícil que le pareciera.

Fue directa al hospital. Ansiaba ver despierto a su padre. Cargada con la maleta, entró en la habitación y soltándola en la entrada, se dirigió a él sin hacer caso a quienes estaban allí.

—Papá. —dijo excitada.

Diego la miró y sonrió.

—Todavía no ha dicho nada. —dijo Eva.

—Pero, ¿no puede hablar?

—Todavía no lo sabemos.

Lucía se dio cuenta de que Carlos, el novio de su hermana estaba detrás de ella y se acercó a saludarlo.

—Eva, iros, ya me quedo yo con él.

—Prefiero esperar un poco más a ver qué nos dicen. No te preocupes, Lucía. Es mi padre y no he hecho nada que no tuviera que hacer. ¿Me has traído los apuntes?

—Claro, pero no creo que estudies mucho. —dijo Lucía mirando de reojo a Carlos.

Eva se rio tímida ante el comentario de su hermana. Las dos no solían hablar de sexo y con solo mencionarlo, la pequeña se ponía roja como un tomate. Lucía se dio cuenta y cambió de tema.

—¿Cuándo tienes los exámenes?

—La semana pasada tendría que haber ido a dos, esta semana el viernes tengo uno que no creo que me presente y la que viene cuatro más.

—¿Por qué no te vas a presentar?

—¿Y me lo preguntas? —Eva puso los ojos en blanco —Llevo sin estudiar más de una semana, no me da tiempo a prepararlo.

—Lo siento, Eva. Si hubiera venido antes.

—No te eches la culpa, tú tenías que estar con tus hijos, demasiado llevas sin verlos, y un día más un día menos no iba a hacer que sacara mejor nota.

El médico pasó, examinó a Diego y les explicó a las hermanas que era demasiado pronto para saber qué le podría haber afectado. Lo importante era que estaba despierto, que las veía y reconocía, pues su sonrisa así lo demostraba; tenían que empezar a darle de comer poco a poco y a hacer que controlara sus esfínteres. Todo ello sería un proceso lento así que las hermanas no debían desesperarse porque no vieran una evolución rápida. Eso a ellas no les importaba, ahora sabían que su padre no iba a morir y con ello les bastaba.

Eva se fue con su novio a la habitación del hotel y Lucía se sentó junto a su padre. Cogió su mano y la acarició transmitiéndole con sus ojos un cariño extremo que hacía tiempo había dejado de demostrarle, por lo poco que se veían y lo fugaces que eran sus encuentros.

—Papá, te quiero mucho, tienes que recuperarte ¿vale?

Diego pareciera que intentara decirle que sí con los ojos y eso a ella le bastó. Se recostó sobre él y lo mantuvo abrazado hasta que entró una enfermera y le pidió que se separara porque no era bueno para el paciente.

Lucía se incorporó y dejó que la enfermera aseara a su padre. Mientras, sacó el móvil de su bolso para comprobar si tenía algún mensaje.

“Cómo stá tu padre?”, preguntaba Ángel. Un sentimiento contradictorio la invadía, por un lado se alegraba de que se interesara; por otro, esa frialdad le partía el corazón. “¿Y qué esperabas?”, se preguntó.

“Está despierto, me mira y sonríe, pero no habla”, contestó Lucía con cierta alegría. Sabía que Ángel la amaba, sabía que era muy duro perdonar lo que le había hecho, pero ver a su padre despierto cuando no le habían dado muchas esperanzas tras su accidente, le hizo pensar que los milagros pasaban.

Dos días después, Diego empezó a emitir sonidos. Reconocía a sus hijas y eso era un factor importante porque denotaba que no había perdido la memoria y sus capacidades se iban despertando poco a poco, sonreía cuando le hablaban e incluso había intentado besar a sus hijas.

La relación de Lucía y Ángel no pasó de meros mensajes preguntando por la salud de Diego o de Javier. El adolescente había empezado la rehabilitación y como era muy joven, se estaba recuperando a pasos agigantados. Lucía añoraba los días en los que se sentía arropada entre los brazos de su ángel, echaba de menos sus besos, sus caricias, pero sobre todo sentía que lo necesitaba en el momento duro que estaba pasando. Siguió turnándose con su hermana haciendo horarios para estar con su padre pero quería aprovechar y estar ella más tiempo puesto que se sentía mal porque Eva no pudiera estudiar, había decidido no presentarse al examen del viernes y Lucía no quería que perdiera más. Además, sabía que cuando sus hijos volvieran a estar con ella, querría volver a Valencia unos días para estar con ellos. Ya bastante mal llevaba el haber tenido que dejarlos en casa de sus padres esa semana.

El lunes llegó con una nueva llamada de teléfono incómoda. La abogada de Miguel quería que se reunieran para concretar qué se iba a hacer con el piso que el ex matrimonio tenía en común.

—Yo no estoy en Valencia. Como ya sabe, tengo a mi padre ingresado en Murcia. —dijo Lucía de mala gana.

—Lo sé, pero me ha dicho Miguel que la próxima semana tiene a sus hijos y que vendrá a verlos.

—Y le ha dicho bien: iré a verlos, no a hacer ninguna otra cosa.

—Tendrá que sacar un hueco para quedar con nosotros, no le queda otra y cuanto más lo retrase será peor.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Porque tiene un exmarido muy cabreado que cuanto más tiempo pase lo estará más, y perdone por la expresión.

—A mí me da igual lo cabreado que ese desgraciado esté.

—No debería hablar así de Miguel.

Lucía sintió un vuelco en su interior. ¿Por qué hablaba de él como si le conociera de toda la vida, con esa familiaridad que solo lo hace la gente que ha vivido algo en común?

—Mire, yo hablo de mi exmarido como me da la gana, me he ganado ese privilegio después de haber sido la mayor cornuda del mundo mundial, y que se lo haya follado alguna vez no le da derecho a recriminármelo.

—Yo no...

—Ahórrese las mentiras, conozco a mi ex y sé cómo hablaba antes de él y cómo lo hace ahora. ¿Cómo le ha pagado para presionarme con que quedemos y tramitemos lo del jodido piso, en carne?

—Lucía, se está pasando.

Lucía colgó el teléfono asqueada. Todo lo que tenía que ver con su ex la agobiaba de antemano, y ahora no tenía el consuelo de su ángel con lo cual se sentía más asqueada todavía. Entró en la habitación donde su padre la miraba con amor, y una sonrisa se dibujó en su cara.

—Cariño... —consiguió pronunciar.

—Oh, papá...

Lucía corrió a abrazar a su padre emocionada, olvidándose de todo lo que hasta ese momento la atormentaba. En ese momento nada importaba, su padre evolucionaba rápidamente, había pasado el temor a que no superara el coma, a que le quedaran secuelas, la reconocía, la amaba, y eso era todo lo que necesitaba en ese momento.

—Cariño. —repitió.

—Papá, te quiero, nos has dado un buen susto, ¿sabes? ¿Qué pasó? ¿Lo recuerdas?

Lucía sabía que no debía hacer preguntas todavía pero estaba ansiosa por saber qué le habría sucedido a su padre para llegar a tener un accidente. Diego era una persona prudente que no arriesgaría su vida y sabía los límites y las horas que podía conducir el camión. Miró a su padre con una sonrisa en los labios y él le devolvió la sonrisa, levantó un brazo y acarició su pelo. Lucía se dejó acariciar, añoraba esas muestras de cariño, amor desinteresado que ella desbordaba en sus hijos y que ya no recibía.

Una enfermera entró a suministrar medicación por gotero a su padre y ella tuvo que retirarse.

—Me ha hablado. —dijo Lucía satisfecha.

—Oh, eso es sensacional.

Mandó un whatsapp a su hermana mientras la enfermera suministraba la medicación y Eva no tardó en llegar ni media hora. Se abrazó a su hermana como signo de triunfo, las dos exaltadas como estaban después de creer que su padre no pudiera salir de esa.

—Solo me dice “hija mía, te quiero, hija mía, lo siento” pero ya es un adelanto. Le he preguntado si sabe qué le pasó pero en lugar de contestar, cambia la cara, me doy cuenta de que sea lo que sea que hiciera se siente arrepentido y eso le atormenta, así que he preferido no atosigarlo.

—Claro, hemos de dejarlo tranquilo para que se recupere. Yo creo que lo que la policía cree que pasó es la realidad, que se durmió por conducir más tiempo de la cuenta. Lo que me pregunto es por qué lo haría, pero de momento tendré que esperar a que esté bien del todo para preguntárselo.

—Sí, tendremos que esperar.

Esa noche, mientras Lucía trataba de dormir en el incómodo sillón de la habitación, no pudo evitar pensar en su ángel. Apenas sabía de él y eso le creaba mucha ansiedad. No podía creer que ya no la amara, que la hubiera olvidado. Si era sincero cuando le declaraba su amor por ella, como ella lo había sido con él, debía de estar pensando en ella al igual que ella no podía dejar de pensar en él. Un amago de intranquilidad la invadió cuando pasó por su mente Miguel. Ahora se había propuesto echarla del piso, pero ella no se lo pondría fácil. Si quería quedárselo él le tendría que dar su parte y mientras tanto ella no pensaba marcharse pero ¿y si la obligaban? Empezó a dar vueltas en el apretado sillón, a un lado y al otro, y sintió que necesitaba la ayuda, el consuelo, o leer algo escrito por su ángel aunque fuera con la misma frialdad con que se había expresado los últimos días. Así que se incorporó, buscó su móvil en su bolso y le mandó un mensaje:

“Mi ángel, no puedo vivir más sin ti. Miguel sigue acosándome con el tema del piso y yo siento que lo he perdido todo. Me dijiste que perdonarías lo que fuera, que nunca me dejarías, acaso era todo mentira? Ya no me amas? Me siento vacía si no te tengo en mi vida. Mi padre ha despertado y eso me hace feliz, pero mi corazón está tan herido que no puedo sonreír si tú no estás cerca”.

Se quedó mirando el móvil aferrado a su mano, como si por más que lo mirara la respuesta fuera a llegar antes. Recordó los momentos que había vivido con el gran Ángelus Domine, lo que le había hecho sentir, y una lágrima cayó por su rostro. Era muy duro darse cuenta de que la situación que estaba viviendo se la había buscado ella solita y se odiaba cada vez que recordaba cuando se le ocurrió ir a Deséame, sobre todo cuando pensó que podría darle una oportunidad al exmarido que tanto había amado y había ido a aquel lugar por primera vez, esperando poder ser alguien que ella no era.

Ángel estaba en su despacho cuando sonó su móvil. Lo vio vibrar sobre su mesa de escritorio y lo ignoró. A esas horas no esperaba que nadie le mandara mensajes y normalmente eran financieras haciéndose publicidad, así que siguió con el papeleo que entre sus viajes a Barcelona, Murcia, y el tener la mente en otro sitio sin poder dejar de pensar en Lucía, había acumulado.

Cuando lo cogió para comprobar que tenía puesto el despertador fue cuando vio el mensaje de Lucía. Había olvidado que un par de horas antes había vibrado y se maldijo cuando se dio cuenta de que siempre veía sus mensajes fuera de tiempo. Lo leyó y releyó una y otra vez intentando que su enfado se apaciguara pero no lo conseguía. Era consciente de lo que le había prometido hacía tan solos unos días, la seguía amando con toda su alma, eso nunca se lo negaría, pero solo imaginarla en aquel pub, con Miguel penetrándola... era algo que podía con él, no lo podía soportar, así que si le necesitaba cerca estaría, pero perdonarla... eso era otro cantar.