16

Lucía se despertó con el sonido de Locked Out Of Heaven, de Bruno Mars en su móvil pero no lo encontraba. Se había quedado dormida con el aparato en la mano esperando la llamada de su ángel y se conoce que había caído por algún lugar del suelo. Lo vio debajo de la cama, lo cogió y cuando fue a levantarse no calculó bien la distancia, y no dándose cuenta de que su cabeza todavía seguía bajo la cama, cuando fue a levantarla se dio en la nuca con toda la estructura.

—¡Au! —se quejó —¡Qué bien empiezo el día!

Miró el móvil por si Ángel le había contestado al mensaje mientras dormía pero no había nada. Se aseó y se dirigió al hospital, con la esperanza de que ese día su padre experimentara algún cambio en su estado.

—Eva, ve a desayunar. —dijo en cuanto llegó.

Su hermana se fue y ella se sentó junto a su padre, asegurándose de tener cerca el teléfono. De pronto sonó y su corazón empezó a palpitar con fuerza. Lo miró y se sorprendió al ver que era su abogada, Sara López.

—Hola Lucía, ¿qué tal estás?

—Bien, ¿y tú? —preguntó por cortesía y obviando que no estaba nada bien pero no era una persona con la que le apeteciera empezar a dar explicaciones de su vida.

—Me ha dicho la abogada de tu exmarido que tu padre está en coma, ¡no sabes cuánto lo siento!

—Gracias. —dijo Lucía sin entender por qué había hablado con la otra abogada ni por qué aquella sabía lo de su padre.

—Lucía, te llamo porque Miguel quiere pedir su parte del piso.

—¿Cómo? ¿Eso lo puede hacer?

—Como tenéis custodia compartida, no hay preferencia porque se quede uno de vosotros con el piso. Normalmente ahora las parejas que se separan lo que hacen es que venden el piso y lo que sacan lo reparten entre los dos y cada uno se busca dónde vivir. Miguel te dejó quedarte pero no sé por qué ahora ha cambiado de opinión.

“Yo sí lo sé”, pensó Lucía.

—El caso es que te llamo para que lo sepas, porque seguramente su abogada se ponga en contacto contigo para decírtelo y quería ser yo quien te diera la noticia.

—¿Y qué se supone que tengo que hacer?

—Me temo que tendrás que o bien darle su parte o compartirlo con él si no lo quieres vender.

—¿Compartirlo con él? —preguntó extrañada.

—Sí. Tendrías que irte del piso cuando los niños le tocaran a su padre.

—Pero eso es...

—Lo siento, Lucía. Yo ahí no puedo hacer nada.

—¿Y si demuestro que es un mal padre?

—¿De verdad querrías llegar a eso y que tus hijos dejaran de verlo?

—No, la verdad es que no.

Lucía estaba hecha un lío, ¿cómo iba a compartir el piso con Miguel? Era de locos solo pensarlo. Tendrían que venderlo, y esperaba que mientras tanto Miguel no la obligara a irse, puesto que con la crisis no pensaba venderlo fácilmente.

Apoyó su cabeza sobre la cama y empezó a llorar en silencio. Era todo tan injusto...

—No llores más, mi ángel. —escuchó desde atrás mientras una mano apoyaba sobre su hombro.

Lucía levantó la cabeza y rápidamente se puso de pie para abrazar al hombre que tanto amaba.

—Oh, Ángel, perdóname.

—Ssssshhhh.

Lloró desconsolada en sus brazos mientras Ángel le retiraba el pelo que se le pegaba a la cara.

—Mi vida, pronto pasará todo, cuéntame, cómo fue.

—Se durmió conduciendooooooo. —dijo Lucía sin dejar de llorar.

—Oh, mi cielo, cuánto lo siento.

Lucía se limpió las lágrimas y separándose un poco de él, dijo:

—Ángel, te presento a mi padre, Diego.

Ángel lo miró con tristeza y cogiendo la barbilla de su chica le susurró:

—Te pareces mucho a él.

—Lo séeeeee. —dijo Lucía rompiendo a llorar de nuevo.

Ángel la mantuvo abrazada a él haciéndole sentir lleno como no lo era desde hacía una semana. Cuando Lucía consiguió tranquilizarse, le contó lo que había vivido desde que se separó de él el sábado por la noche y le pidió perdón por haberle mentido.

—En ningún momento he dejado de amarte. —se sinceró, haciendo que su ángel sintiera un gran alivio.

—Entonces, ¿por qué me has estado rechazando?

—Ángel, hice algo muy malo que no sé si serás capaz de perdonarme.

—Te perdonaría todo, mi vida, ¿no ves que no puedo vivir sin ti?

Lucía lo besó ansiando su boca, esos labios reconfortantes que tanto había necesitado esos días.

—Te lo quiero contar porque no puedo estar contigo con eso guardado, pero si no te importa preferiría hacerlo cuando mi padre despierte, si es que lo hace algún día. No soportaría que me dejaras y volver a quedarme sola.

—Lucía, te he dicho que perdonaré cualquier cosa que hayas hecho, no pienso dejarte, pero no tengo prisa en que me cuentes nada. Solo quiero estar contigo en este momento tan importante, ya hablaremos cuando tu padre despierte, que seguro que lo hará.

—Ojala.

Cuando llegó Eva a mediodía se sintió feliz por su hermana porque sabía lo mal que lo había estado pasando. Ella estaba mal por lo de su padre, pero es que a Lucía se le habían juntado demasiadas cosas y tener a su novio allí la ayudaría a llevarlo mejor.

Esa noche le tocaba quedarse en el hospital a Lucía, pero Eva insistió en quedarse ella para que la parejita pudiera recuperar el tiempo perdido. A Lucía le sabía mal que su hermana se quedara dos noches seguidas pero en el fondo estaba ansiosa por salir de allí con su novio, pues anhelaba su cuerpo caliente junto al de ella.

—Me quedaré dos noches seguidas yo también. —dijo Lucía.

—No importa, Lucía, de verdad.

—Gracias, cariño.

Salieron del hospital, y cuando Lucía llevó a Ángel a la pensión en la que estaban pasando las noches, se horrorizó en cuanto la vio. Sobre todo, no le parecía bien tener que compartir el baño con los huéspedes de nueve habitaciones más, así que obligó a Lucía a que cogiera sus cosas y buscaran un hotel.

En cuanto entraron en la habitación sus manos fueron directas a sus cuerpos impacientes y se fueron desvistiendo mutuamente al tiempo que dejaban las bolsas tiradas por el suelo. Ambos ansiaban besarse, tocarse, amarse.

Ángel cogió en brazos a su chica y la llevó hasta la cama, dispuesto a hacerle el amor como nunca antes lo había hecho. La había deseado desde el día que vio su foto en su currículum, pero esa noche sintió como si algo se hubiese apoderado de él. El miedo de perderla, de que hubiera preferido a Miguel, de que ya no lo amara... La besó tiernamente, la penetró con fuerza, con desespero, pues necesitaba estar dentro de ella. Lucía lo miró con amor y apretó sus nalgas hacia él para sentirlo más hondo. Acarició su espalda y la arañó, haciendo que él se excitara más y la embistiera una y otra vez. Lucía se incorporó haciendo que Ángel se echara hacia atrás, lo empujó un poco e hizo que ambos rodaran para que él quedara debajo y ella encima. Empezó a mover sus caderas frotando su clítoris a su antojo hasta correrse una y otra vez, relajándose así de tal modo que cuando Ángel la volvió a girar para saciar su hambre, se dejó hacer sintiendo cada embestida como si fuera la primera vez, como si fuera la última vez.

—Oh, mi Lucía, ¡te quiero tanto!

Lucía sintió un escalofrío, ¿podría ser posible que después de contarle lo que había hecho la siguiera amando igual?

—Y yo a ti te amo, mi ángel.

—No, tú eres mi ángel. Sin ti estoy perdido.

Lucía lo besó con pasión, con desespero, temiendo que pudieran ser los últimos besos, pues no podía tardar mucho en contarle lo ocurrido porque cuanto más tiempo pasara, más difícil se le haría.

A la mañana siguiente, Ángel insistió en acudir al centro comercial que Lucía ya conocía en busca de más neceseres para pasar los días, puesto que no sabían cuánto tiempo podía tardar Diego en despertar. Lucía pensó que fuera como fuera el lunes ella tendría que volver a Valencia, al menos a ver a sus hijos. Los echaba muchísimo de menos y para ella estar más de una semana sin verlos era demasiado. Claro que volvería a Murcia a seguir con su padre y tendría que dejar a los mellizos con su madre, pero por lo menos el estar un día con ellos le daría fuerza para seguir adelante.

Ángel había cogido el primer vuelo a Murcia en cuanto leyó el mensaje de Lucía, por lo que apenas había llevado lo puesto. Se compró ropa suficiente para pasar unos días e insistió en comprarles ropa también a Lucía y a su hermana. Además, reservó en el hotel una habitación contigua a la de ellos para que se alojara Eva cuando su hermana le hiciera el relevo con su padre. No iba a permitir que volvieran a esa pensión de mala muerte, ni que subsistieran con escasez de nada que fuera necesario.

Eva se sorprendió cuando les vio llegar cargados, así como cuando Lucía le entregó la llave de la habitación que sería la suya en el hotel.

—Y ¿mis cosas? —preguntó Eva.

—No te preocupes, lo recogí todo en la pensión y lo tienes en el hotel.

—Gracias. —dijo Eva, acercándose a su hermana y a Ángel para darles un abrazo.

—No hay de qué. —le contestó Ángel.

Esa mañana, la abogada de Miguel llamó a Lucía para comunicarle lo que ya sabía por Sara López.

—¿Qué tengo que hacer? —le preguntó Lucía.

—Hay varias opciones, o bien vendéis el piso y repartís las ganancias, o bien os turnáis para vivir en él la semana que os toquen los niños, o bien le das la parte correspondiente del piso a Miguel... Lo que vosotros acordéis.

—O sea, que lo tengo que hablar con mi exmarido.

—Sí, sería lo mejor.

—¿Le ha dicho a usted qué prefiere él?

—Quiere quedarse con el piso pero como no tiene dinero ahorrado para pagarte la mitad, prefiere que viva en él quien tenga a los niños.

—¡Pero eso es un mareo!

—Hay parejas que lo están haciendo, todo es acostumbrarse.

Lucía colgó el teléfono y se sentó en el sofá pensativa, ¿cómo podía hacerle eso Miguel, después de que todo había sido culpa suya? Si él no le hubiera sido infiel, ella nunca habría pensado en separarse y seguirían siendo una familia feliz.

—¿Qué te pasa, cariño? —le pregunto Ángel, sentándose a su lado.

—Miguel quiere su parte del piso, o mejor dicho, quiere darme mi parte y que yo me vaya o compartirlo.

—¿Cómo compartirlo?

Lucía le estuvo explicando lo que había hablado con las dos abogadas y las opciones que tenía.

—Lucía, no te preocupes por eso, yo sigo queriendo con toda mi alma que compremos un piso juntos, ¿por qué le das vueltas al piso en el que vives?

Lucía lo miró a los ojos sin atreverse a hablar. ¿Cómo decirle que no podía pensar en lo que él le proponía porque posiblemente después de saber lo que había hecho en Deséame no quisiera verla nunca más?

—Ángel, ahora me quieres, pero podrías dejar de hacerlo.

—Eso jamás pasará.

—Eso no lo sabes, nadie puede asegurar que vaya a amar a alguien toda su vida.

—¿Acaso tu no crees que me vayas a amar toda tu vida? —le preguntó algo molesto.

—Claro que sí, pero ¿y si me hicieras daño como me hizo Miguel? Del amor al odio hay un paso y yo ya he tenido una mala experiencia, ¿y si te enteras de algo que he hecho yo y pasas de amarme a odiarme? Nadie puede asegurar un amor eterno.

—¿Otra vez vuelves a eso tan malo que dices haber hecho? Cuéntamelo ya de una vez y verás como me va a dar igual. Lucía, ¿no te das cuenta de que no puedo perderte? Durante esta semana he estado muerto sin ti, preguntándome por qué te habías distanciado, por qué no me mirabas a la cara, por qué me dijiste que no me amabas, por qué no apareciste el lunes por el trabajo... No he vivido solo pensando en por qué, por qué, por qué.

—Pues la respuesta a todos tus porqués es la misma, y ni siquiera me atrevo a decirlo en voz alta.

—Pues entonces no lo digas, lo pasado pasado está, olvídalo y empecemos de cero.

—¿Serías capaz de hacer eso? ¿Empezar de cero?

—Por supuesto que sí, con tal de que no te vuelvas a alejar de mí.

—Oh, Ángel, de verdad que no te merezco, ¡eres tan bueno conmigo!

—Ya te dije en una ocasión que eres la luz que ilumina mi camino, sin ti todo es oscuridad.

—¡Te amo tanto! —exclamó Lucía, abrazándose a él aferrándose a ese momento que quisiera no acabara nunca.