11
Ángel se metió en su despacho enojado. ¿Por qué Lucía no lo había mirado a la cara? No podía soportar que no lo mirara mientras le hablaba, le hacía sentir muy mal. Él no le había hecho nada como para que le despreciara de aquella manera y no conseguía entender qué había hecho mal para que ella se comportara así.
Lucía estaba avergonzada. Sabía que su ángel no se merecía que lo tratara así, pero le daba vergüenza mirarle a los ojos porque era ella la que lo estaba rechazando sin motivo aparente.
—Hola, guapa. —oyó que decía una voz familiar.
Lucía levantó la vista del ordenador y vio a la exuberante Érika Feigenbaum, tan provocadora como siempre con su vestido azul turquesa y sus taconazos de quince centímetros.
—Hola, Érika, ¿qué tal estás? —preguntó por cortesía.
—Muy bien, y veo que tú también, subiendo puestos ¿eh? —Érika le guiñó un ojo y continuó hablando —Me ha dicho el señor Bueno que cuando llegara le avisara a su secretaria de que ya estaba aquí, esperaba encontrarme con la señorita Cruz, pero supongo que ya pasó a la historia.
—Dafne Cruz se ganó a pulso ser despedida. —dijo Lucía de mala gana recordando a su antigua compañera de trabajo.
—Lo sé, lo sé. Entonces, ¿le avisas tú de que estoy aquí?
—Por supuesto.
Lucía marcó la extensión del despacho de su jefe y cuando escuchó un seco “Dime” ella tan solo pudo decir: “La señorita Feingenbaum ya está aquí”.
—Que pase a mi despacho. Y... puedes bajar a tomar café.
—Gracias, señor Bueno. —dijo Lucía a punto de romper a llorar de nuevo.
—¿Señor Bueno? —preguntó Érika extrañada porque sabía de la relación entre ellos y no entendía tantos formalismos.
—Ha dicho que pases. —dijo sin darle más coba.
Érika la miró extrañada mientras Lucía cogía su bolso y se levantaba de su sitio para ir a la cafetería. Algo pasaba entre ellos, de eso no había duda.
Lucía bajó a la cafetería y aunque sus compañeros la invitaron a sentarse con ellos, ella los rechazó y se quedó sola en la barra, en el mismo sitio donde hacía apenas unos minutos había estado su ángel. Tomó un café cargado porque se moría de sueño pero su estómago no estaba como para comer nada, así que volvió a su puesto antes de lo acostumbrado. La camarera la miró curiosa al darse cuenta de que dos personas que bajaban siempre juntas, esa mañana lo hubieran hecho por separado y con la misma actitud de derrotados.
Lucía no sabía si Érika seguiría en su despacho o si por el contrario ya se habría marchado. ¿Qué hacía la alemana allí? Ya no sospechaba acerca de lo que pudiera pretender con su novio porque ella misma le había dicho que no era mujer de romper relaciones pero ¿y si Ángel le decía que estaba libre? No, no podía hacer eso, le había dado una semana y durante ella se suponía que seguían juntos, pese al comportamiento de ambos.
A mediodía, hora de comer, Ángel salió con Érika y Lucía pudo darse cuenta de que él llevaba su mano por detrás de su cintura. Cuando pasaron por su lado Érika la miró abriendo mucho los ojos y poniendo morritos dando a entender que no entendía lo que pasaba entre ellos y Lucía hizo un ademán intentando que pareciera que no le importaba el gesto de su jefe hacia la alemana. ¿Qué había de malo en pasarle una mano por la espalda? Solo era un acto de cortesía, nada más.
—Lucía, ¿quieres venirte a comer con nosotros? —le preguntó Érika para su sorpresa.
—¿Qué? No, no puedo, tengo mucho trabajo que hacer. —contestó ella, que no esperaba esa invitación.
—Pero tendrás que parar para comer ¿no? Ángel, a esto se le llama abuso del personal.
—Lucía sabe que puede parar a comer cuando quiera, ella es una privilegiada en la empresa.
—Sí, la verdad es que el señor Bueno me deja tener el horario que mejor me vaya para poder hacerme cargo de mis hijos. —dijo ahora sí mirándolo a él directamente —Así que Érika, no te preocupes porque no me explota.
—Entonces ¿te vienes a comer o no?
—No, gracias pero todavía no tengo hambre.
—Muy bien, como quieras. —dijo la alemana, caminando con el empresario que semanas antes había intentado seducir.
Lucía se quedó con un vacío y una rabia en su interior que sabía tendría que soportar. Aun así, era muy duro y empezó a pensar si no sería perjudicial para ella ver todos los días al hombre que tanto amaba.
Ángel se sentía herido. Había tenido la oportunidad de pasar más tiempo con Lucía y ella lo había rechazado. Si bien no lo había rechazado a él directamente, sí había desaprovechado la oportunidad de estar junto a él mientras comieran. Cada vez estaba más confuso, no le miraba, no quería estar cerca, ¿cómo podía haber cambiado tanto en tan poco tiempo?
Esa noche, Lucía oyó sonar su móvil y corrió a cogerlo con la esperanza de que fuera su padre.
—¿Qué quieres? —preguntó al darse cuenta de que era Miguel.
—Solo quería saber si ayer fuiste también a Deséame.
—¿Y para eso me llamas? ¿Qué parte de “déjame en paz” todavía no has entendido?
—¿De verdad podrías decirme que cuando te quité la venda y me viste no sentiste nada?
—Miguel, estoy enamorada de otro hombre, solo quiero que me toque él, ¿lo entiendes o no?
—Eso no contesta a mi pregunta.
—Pues yo creo que sí.
—Aunque estés enamorada del trajes, no puedes decirme que no sientas nada por mí, lo sabes y él también lo sabe, por eso te llevó a Deséame.
—Me llevó para comprobar si era verdad que aquello no me gustaba como yo le decía. —dijo Lucía, reprochándose el estar dándole tanta conversación.
—Pues por lo que vi al día siguiente, le mentías.
—Sí, le mentía, pero sin querer.
—Jajaja, ¿sin querer? ¿Cómo se puede mentir sin querer?
—Porque yo estaba convencida de que no me gustaba, por eso volví yo sola.
—Claro, porque ni siquiera tú te entiendes a ti misma, ¿me equivoco? Pero Luci, no te preocupes porque lo que te está pasando es normal. Tú creías tener una forma de pensar, de ver el mundo, y te has dado cuenta de que hay más sexo que la simple relación de pareja, y eso te confunde, porque todavía no estás dispuesta a aceptarlo.
Lucía permaneció callada durante unos segundos. Sabía que Miguel tenía razón, pero se negaba a aceptarlo.
—Miguel, estoy cansada, déjame en paz.
—Como quieras.
—Espera. —intentó que no colgara y Miguel se emocionó pensando que querría algo de él —¿Cómo están Noa y Leandro?
—Están muy bien. —le contestó él de malhumor. —No creas que los dejo siempre con los abuelos, pero soy un hombre y tengo mis necesidades.
—Ya. Me dijiste que estarías con ellos, que los cuidarías, que no necesitabas echar un polvo continuamente, y ¿sabes? Lo dudo. Creo que pediste la custodia compartida solo por fastidiarme a mí, porque seguro que estarías mejor sin ellos.
—Ni por un momento dudes de que los quiero.
—Eso no lo pongo en duda, lo que pongo en duda es que los cuides como se debe, puesto que te dedicas a ir todas las noches a ese antro.
—¿A ese antro? Perdona pero esta semana te he encontrado allí los dos días que he ido.
—Pero yo no tengo a mis hijos a mi cargo.
Lucía colgó el teléfono. Estaba cansada de dar explicaciones a quien menos se las merecía. No podía evitar contestar a lo que se le preguntaba, además, estaba acostumbrada a hablar con Miguel de todo y desde que se había separado de él hacía esfuerzos para contenerse porque estaba muy enfadada y sin embargo a veces lo olvidaba.
“Me has colgado?”, preguntaba Miguel en un whatsapp.
Lucía miró el móvil y decidió apagarlo. Sabía que sus hijos estaban bien, que eso era lo más importante y a esas horas no esperaba que la llamara nadie más, así que lo dejó sobre la mesilla de noche y se metió en la cama. Estaba agotada. Una noche sin dormir había hecho que estuviera todo el día cansada y si esa tampoco conseguía coger el sueño, al día siguiente no podría ni andar. Afortunadamente, no tardó en dormirse.
El viernes, Lucía tuvo que aguantar ver a Érika todo el día entrando y saliendo del despacho de su jefe. Cada vez que pasaban juntos por su puesto ella la miraba como si no entendiera qué pasaba con ellos y le sonreía intentando hacerle ver a la secretaría que entre su jefe y ella no había nada, pero si Ángel había sido capaz de decirle que se estaban dando un tiempo en la relación, Lucía no dudaba que la alemana aprovechara ese tiempo para intentar conseguir algo.
Ángel, intentaba aparentar que estaba bien aunque en su interior se estuviera muriendo de la tristeza. Cada mañana cuando veía a su empleada en su puesto, sentía unas ganas tremendas de acercarse a ella, levantarla y besarla, decirle que no le importaba nada de lo que hubiera hecho y que no podía vivir sin ella. Sin embargo, se decía a sí mismo que debía contenerse, que le había dado de plazo una semana y que después de eso si ella decidía seguir con él, todo volvería a la normalidad.
Tener que soportar a Érika era lo que menos se esperaba, pero había surgido un problema con los contratos de la empresa de su padre y había que solucionarlo o perdería a su mejor cliente. Solo rezaba porque Lucía no estuviera pensando mal de ellos, y por eso intentaba ser distante con la alemana en todo momento. Menos el día anterior que estaba tan enojado que le había puesto la mano sobre la cintura solo para provocar a su novia, el viernes simplemente andaba a su lado para no darle pie a pensar mal, porque ya sabía cómo reaccionaba Lucía cuando creía que le estaban siendo infiel y eso era lo último que él pretendía ser.
El viernes finalizó con ansias de que llegara el lunes para ambos, Ángel porque así quedaría menos para que se cumpliera la semana y sabría cual había sido la decisión de su todavía novia; Lucía, porque sin tener la obligación de ir a trabajar y sin sus hijos, se sentía tan sola que solo tenía ganas de llorar, y el comienzo de la semana traería a sus hijos con ella y la alegría a la casa. Por lo menos mientras estaba con Noa y Leandro trataba de no pensar en Ángel, y llevaba mejor su ausencia.
Lucía llegó a su casa, llamó a su hermana porque hacía mucho que no hablaba con ella excepto por whatsapp, estuvo hablando con ella durante quince minutos durante los cuales le contó lo que pensaba hacer con su novio en vacaciones cuando por fin terminara los exámenes de la universidad, y después de que las dos hablaran sobre lo raro que era que su padre no tuviera el móvil activo y se preocuparan por si le había pasado algo, colgó y decidió darse una ducha.
Su móvil sonaba mientras le caía el agua, pero no quiso darse prisa para cogerlo. Quien fuera ya volvería a llamar, o le llamaría ella cuando saliera de la ducha. Necesitaba relajarse con el agua sobre su cabeza, sobre su espalda... Recordó las veces que se había duchado con Ángel y una lágrima corrió por su cara. Tanto que se había preocupado porque su ángel no le fuera infiel como su exmarido, y al final había sido ella la que lo había hecho. Se sentía tan sucia que por más que cayera el agua sobre ella no conseguiría limpiarse, puesto que era su alma la que era imposible de limpiar.
Ángel llegó junto a sus hijos sin dejar de pensar en la mujer que en ese momento estaría sola en su casa. Sabía que no estaban sus hijos y que esa semana ella lo pasaba mal. Por eso se le hacía más difícil entender por qué justamente esos días había decidido prescindir de él. De pronto un odio lo invadió, ¿podría ser que él fuera tan ingenuo como para pensar que realmente ella estaba sola? No tenía ni pies ni cabeza que Lucía hubiera preferido esa situación así que según su lógica, ella no estaría sola en ese momento, y eso le dolía como si le estuvieran atravesando un puñal por la espalda. Qué estúpido había sido al creer que aquella mujer preferiría a un hombre al que prácticamente acababa de conocer al hombre con el que había compartido media vida. Estuvo tentado de ir a su casa, quería comprobar con sus propios ojos que su empleada le mentía, pero cuando miró a sus hijos en el sofá viendo la tele, la cara de alegría que pusieron al darse cuenta de que su padre había llegado y María corrió hacia él para abrazarlo, decidió que lo más sensato sería esperar a que se cumpliera la semana y confiar en que todo fueran especulaciones suyas.
—Hola papá, ¡qué ganas tenía de verte! ¿No vienes con Lucía? —preguntó la niña, quien estaba acostumbrada a que los fines de semana su padre y Lucía lo pasaran juntos desde el viernes.
—No, cariño, este fin de semana estaremos nosotros solos.
—¿Qué le pasa a Lucía?
—No le pasa nada, pero tenía cosas que hacer y no podemos estar con ella, eso es todo. —contestó Ángel, quien no había imaginado que sus hijos le preguntaran por ella y por lo tanto no estaba preparado.
—Bueno. —dijo María, no muy convencida.
—¿Cómo está mi pirata pata palo? —preguntó Ángel a su hijo acercándose a él para darle un beso en la mejilla.
—Bien, papá, aunque como hace tanto calor me pica mucho la pierna.
—Eso es normal, pero tienes que aguantarlo, ¿eres un hombre, no?
—Claro, papá.
En ese momento, salió Amparo, la asistenta que había contratado para que se hiciera cargo de sus hijos mientras él trabajaba. Era de mediana edad, pelo castaño y rostro ovalado. No había tenido hijos con su difunto marido y se había presentado como una persona de confianza y disponible para lo que hiciera falta, cosa que a Ángel le gustó, pensando en la posibilidad de que se quedara con sus hijos cuando él visitara a Lucía. Había estado en la cocina preparándoles la cena y no se había dado cuenta de que su jefe había llegado, por el ruido del extractor y de la carne al freírse.
—Buenas noches, señor Bueno. Le he dejado carne con pimientos verdes en la sartén.
—Gracias, Amparo, puedes irte ya.
—Gracias, ¿necesita que venga el fin de semana?
—No. Quiero disfrutar de mis hijos así que hasta el lunes no necesitaré que vuelva.
—Muy bien, pues hasta el lunes. Adiós, chicos. —dijo despidiéndose de los niños.
—Adiós, Amparo. —dijeron los dos a la vez.
Lucía salió de la ducha y miró el móvil. Le había estado llamando su madre. Bien, por un momento había pensado que era Miguel y se había irritado. Devolvió la llamada a su madre y estuvo hablando con ella durante un rato. Por supuesto su madre le preguntó por Ángel, y como no tenía ganas de dar explicaciones le dijo que había quedado con él más tarde. Así se ahorraría que Carmen le dijera lo mal que hacía desaprovechando la oportunidad de estar con un hombre como él. Ay, si ella supiera lo que su hija había hecho, tanto que habían criticado a Miguel.
Se le había hecho un nudo en el estómago que hacía que no sintiera hambre así que cogió la Tablet y se metió en la cama pensando en que si leía le pasaría el tiempo más rápido y no pensaría en Ángel. Por suerte para ella, se durmió antes de lo que esperaba, vencida por el cansancio.