MARTES, 17 DE JUNIO

*

—Sean, soy tu abogado. Puedo llamarte Sean, ¿no? Puedes contármelo todo. Te defenderé mejor si sé qué te pasó y qué te empujó a hacer lo que hiciste.

—No tengo nada que ocultar.

—Eso es bueno. Has matado a tres personas. Ya has confesado haberlo hecho. Ahora tenemos que buscar la comprensión del tribunal hacia tu situación.

—Mi hermana no me dijo que lo hiciera. Ella no tiene nada que ver.

—Pero ¿fue tu hermana la que te habló de la llamada que recibió el comisario Linville? ¿La llamada de una persona que supuestamente no conocía y que le avisó del grave accidente de tu hermano pequeño?

—Sí. Y me dijo que había alguien más con él. El sargento Norman Dowrick, que ya estaba retirado del servicio. Se me ocurrió buscarlo. Mi hermana me contó que se había quedado parapléjico en un tiroteo y que estaba en silla de ruedas. Pensé que…

—Pensaste que sería más fácil que Linville, ¿verdad? De un paralítico… creías que a lo mejor obtendrías más información.

—Sí, más o menos.

—¿Fuiste a su casa?

—Sí, pero solo estaba su mujer. Le dije que era un antiguo compañero que quería visitarlo. Me enteré de que estaban separados y de que él vivía en Liverpool.

—¿Fuiste a Liverpool?

—Sí. Su esposa me dio la dirección. Ella pensaba que…

—Eras un compañero. Lo sé. ¿Eso fue en enero de este año?

—Sí.

—¿Tenías intención de atacarlo?

—¿Atacarlo?

—¿Amenazarlo para obtener más información sobre aquella llamada?

—No lo sé. Simplemente quería hablar con él. Pensaba que todo era muy extraño: ¿un comisario recibe una llamada en su móvil, habla durante varios minutos con esa persona y después no tiene ni la más remota idea de quién es? Me parecía rarísimo.

—¿Te topaste con Norman en esa fábrica abandonada?

—Sí. No estaba en casa, así que recorrí la zona. Fue pura casualidad que acabara merodeando por esas naves en ruinas. Y apareció por allí. Joder, el tipo estaba machacado. Completamente amargado. Hecho polvo.

—¿Le preguntaste directamente?

—Sí.

—¿Y qué pasó?

—Enseguida me di cuenta de que había gato encerrado. Eso se ve en la reacción de la gente. Esa historia… lo perseguía. Inmediatamente supo a qué me refería. El accidente. El niño. La llamada. Algo no encajaba. Me habría apostado lo que fuera.

—¿Y entonces te lo contó todo?

—Sí.

—¿Qué exactamente?

—Bueno, pues que fue la amante del comisario, Melissa Cooper, la que atropelló a Dylan. Lo dejó ahí tirado y se largó. Después llamó a su amante entre lágrimas, y él se dio cuenta enseguida de que estaba metida en un buen lío, así que urdieron aquel plan. Lo de la llamada anónima, lo de que Linville no supiera de quién se trataba. Así Cooper quedó fuera de la ecuación. Y Linville y Dowrick juraron guardar silencio.

—¿Norman Dowrick te contó eso de forma voluntaria?

—No del todo.

—¿Qué quiere decir «no del todo»?

—No soltaba prenda. Pero era demasiado tarde, porque yo ya sabía que algo no encajaba.

—¿Cómo conseguiste que te lo contara?

—Lo importante es que me lo contó.

—¿Qué le hiciste?

—¿Es importante?

—El tema saldrá en el juicio. El resultado del equipo forense, que realizó una cuidadosa autopsia, es unánime.

—Había un bidón.

—¿Un bidón? ¿Vacío?

—No. Estaba lleno de agua porque la tapa estaba quitada. Se había ido llenando de agua con el tiempo. Seguramente todavía había sustancias químicas dentro. Desde luego olía raro.

—De acuerdo. ¿Y luego?

—Le metí de cabeza en el agua.

—¿Se defendió?

—Hum, sí.

—Pero tú eras más fuerte, claro.

—Hago mucho ejercicio.

—Es cierto, se nota. Y además Dowrick era paralítico.

—Sí.

—Lo sumergiste. Varias veces.

—Sí.

—¿Y cada una de ellas durante tanto tiempo que él creía que se ahogaría?

—Sí.

—Entremedias lo sacabas.

—Sí. Y le preguntaba si me lo iba a contar todo.

—Y en algún momento…

—Cedió. Me lo contó todo sobre Linville, sobre Cooper. Pues eso, todo.

—El hecho de que cediera a la presión no le sirvió de nada.

—¿Qué iba a hacer? ¿Qué iba a decirle: «Un placer, señor Dowrick, muchas gracias por la información»? ¿Y marcharme sin más? Lo había dejado bastante tocado, ¡me habría denunciado a la pasma enseguida!

—Así que culminaste tu obra.

—Sí.

—Lo ahogaste. Y a continuación lo metiste en el bidón y cerraste la tapa.

—Sí.

—Un escondite bastante bueno. Seguramente nadie lo habría encontrado. No tenías ni idea de que alguien te estaba viendo.

—No. No tenía ni idea de que esa pirada andaba por ahí.

—¿Se lo contaste a tu hermana?

—No. Solo le dije que había hablado con Dowrick. Y le conté lo que había averiguado.

—¿Cómo reaccionó ella?

—Estaba destrozada. El tal Linville era como el Superman del departamento de investigación criminal. Ya estaba jubilado cuando Jane llegó, pero al parecer todos seguían hablando de él con gran admiración. El comisario más impresionante, más profesional y más decente que había pasado por allí. Jane estaba indignada, era muy injusto. Ese tipo y su novia habían destrozado a nuestra familia pensando solo en salvar su propio pellejo, pero para todos los demás aquel hombre era Dios. «¿Cómo puede ser?», pensaba yo; «¿cómo es posible?». ¿Cómo puede alguien engañar así a todos los que le rodean?

—¿Así que tu hermana al principio no se enteró de la muerte de Dowrick?

—No.

—¿Y luego?

—Ya lo sabe. Fui a casa de Linville y acabé con él. Y después con Cooper.

—Tu hermana…

—Cuando la muerte de Linville aún no habíamos hablado. Pero después de la de Cooper me llamó. Estaba completamente desquiciada y quería saber si yo había tenido algo que ver con eso.

—¿Y bien? ¿Lo admitiste?

—A eso no responderé.

—La agente Scapin te avisó por teléfono cuando encontraron el cadáver de Dowrick y constataron que había una testigo. Además, el jueves pasado por la tarde te informó del posible paradero de la testigo, a la que buscabas desesperadamente. En ese momento, a más tardar, tu hermana tuvo que saber que eras el asesino de las tres víctimas, Sean.

—No lo sé.

—Pero ¿te llamó?

—No diré nada.

—Soy tu abogado, Sean. No la acusación. Y tampoco voy contra tu hermana.

—De todas formas no diré nada.

—Tres asesinatos, Sean. Y estabas a punto de matar también a la sargento Kate Linville, de Scotland Yard. Y al señor Roshan, que en realidad no tenía nada que ver con el asunto y solo quería proteger a Grace. El juicio no será fácil. Has dejado a tu paso un terrible rastro de sangre.

—Cooper, Linville y Dowrick también dejaron un buen rastro de sangre. La sangre de mi hermano pequeño, que se quedó tirado en una carretera solitaria, desamparado y tan gravemente herido que ningún médico habría apostado por él. La sangre de mi familia, que se quedó destrozada. Mi padre desapareció. Mi madre murió demasiado pronto. El matrimonio de mi hermana fracasó. Yo no he conseguido nada de lo que me he propuesto en la vida. Éramos felices, todo nos iba bien. Y entonces llega una mujer idiota, histérica, atropella a un niño y se larga sin más. Ni siquiera tiene las agallas de llamar a una ambulancia. Y su amante, que casualmente es un pez gordo de la policía, lo oculta todo y se ocupa de que ella se vaya de rositas. Pero me apuesto lo que sea a que el juez no comprenderá la tragedia que supuso. Nadie lo entiende.

—¿En qué consiste tu tragedia exactamente, Sean?

—En la injusticia. Nadie sabe lo que se siente al tener que tragarse una y otra vez la injusticia que se cometió, lo que significa saber que hay un culpable que no pagará por ello, que nosotros somos los únicos perjudicados. Para siempre. La sensación es horrible. Llega un punto en que se hace insoportable. Y por eso está bien que las cosas hayan salido así.

—¿Qué es lo que está bien? ¿Que tú y tu hermana vayáis a la cárcel una buena temporada?

—No. Que los otros hayan pagado por lo que hicieron. Ha merecido la pena. Da igual lo que pase ahora. Sin duda ha merecido la pena.