15
ELLA estaba ausente por ahora, la verdad. Nunca olvidaría la mirada de sus ojos mientras le decía el plan para venderla como esclava sexual. ¿Qué había esperado? ¿Que lo entendiera? La venganza era mi propósito. Ella no podía entender esto, aún no.
Le perseguiría para siempre. Un recuerdo más entre los cientos que siempre le atormentarían. Excepto, que siempre había sido la víctima en esos recuerdos. Siempre el niño y nunca el hombre. Ahora, la clase de hombre en el que se había convertido lo perseguiría siempre. Caleb se dejó caer contra la puerta del baño. Necesitaba un minuto, para respirar, para evitar las arcadas, y para hacer frente a la maraña de pensamientos que le desgarraban. Por primera vez en la historia reciente, Caleb quería algo más que venganza. Él quería a la chica. Él quería a Livvie.
Sabía su nombre ahora, pero era lo más pequeño de lo que ya sabía. Sabía todo tipo de cosas sobre ella, tal vez demasiado. Llevaba ropa sin forma a la escuela porque quería que su madre la amara. Sus ojos estaban tristes porque sabía que su madre no lo hacía.
Ella tenía hermanos y hermanas. Se sentía responsable y celosa de ellos.
Era divertida y tímida, pero también feroz y valiente.
Su primer beso había sido un desastre.
Había crecido sin nadie que la protegiera.
Y nadie más que Caleb le había dado placer físico.
Livvie era una superviviente. Eso lo había sabido, pero lo que él no sabía era a que había tenido que sobrevivir. Ella se merecía algo mejor.
Mejor que ellos y sin duda mejor que él.
Lo había visto en sus ojos, en su manera de ser, pero él había tratado de no saber porqué. La había querido sin nombre. Quería olvidar que tenía un pasado, una historia, sueños y esperanzas y todas esas otras cosas que la hacían a ella… a Livvie.
Podía oír su llanto a través de la puerta del baño y casi le arranco el corazón del pecho. Él había hecho eso. Él había causado todas y cada una de sus lágrimas, pero para su completa consternación, eso no le provocaba rabia, lo hacia… profundamente triste. Tristeza era un emoción que no había sentido en un tiempo muy, muy largo. Y para entonces, sólo lo sentía para sí mismo, nunca tuvo compasión por nadie más, ni siquiera por los otros chicos.
¿Por qué ahora? ¿Por qué ella?
La imagen de su cuerpo ensangrentado y débil en los brazos del joven cruzó por su mente y le hizo doblarse. Ella podría haber muerto.
Caleb sabía que nunca se perdonaría si eso hubiera pasado. Cualquiera que sea la razón, sentía algo por la chica, algo que nunca antes había sentido y que no podía poner en palabras. Sólo que no sabía si eso importaba. Le había dicho todo lo que importaba, que todo fue muy personal, pero ¿qué significaba en el gran esquema del todo?
Ella no podría perdonarlo más de lo que él podría perdonar a Narweh. Ella nunca sería capaz de ver más allá de todo lo que él le había hecho. Así que, al final, ¿qué importaba? Él nunca podía tener a la chica, así que ¿por qué no seguir con su venganza? ¿No se la merecía?
«¡Narweh ha muerto! Tú lo mataste. ¿Qué más se puede obtener mediante la destrucción de un hombre que nunca has visto?».
Caleb se sacudió los pensamientos. Rafiq lo había rescatado. Había puesto un techo sobre su cabeza, comida en el estómago y mujeres en la cama. Caleb le debía todo, su propia vida. Si Rafiq quería a Vladek muerto, entonces Caleb le debía la cabeza del hombre.
Rafiq quería más que la vida de Vladek. Él quería que sufriera lo indecible. Quería que todo lo que el hombre había amado se desintegrara como cenizas en sus manos. No podía traer de vuelta a su madre, o a su hermana, pero eso le parecía… bien. Siempre le había parecido lo correcto a Caleb. Realmente era un fiel discípulo de Rafiq y era lo único que le había dado sentido a su vida. Sin Rafiq, sin su búsqueda… ¿qué otra cosa le quedaba?
Podía sacrificar casi doce años, y su deuda con Rafiq, por más de tres semanas y una chica que nunca podría… Casi había pensado en la palabra amar. Amor. ¿Qué demonios hacía con esa palabra aún sin decir? Permaneció frívolamente rechazándola por todas partes, por todo el mundo. ¿Qué significa realmente? Después de todo este tiempo y todo lo que había sucedido, ¿aún era capaz?
«No. No lo creo».
Su teléfono sonó. A esta hora de la noche, sólo podía ser una persona y no era esto también una prueba.
—¿Sí?
—¿Cómo está ella? —El tono de Rafiq era frío y distante.
—Algunas costillas rotas y un hombro dislocado. —Caleb se paso la mano por el todavía húmedo cabello y apretó su puño. No quería tener esta conversación ahora—. No creo que tres semanas sean tiempo suficiente para que se cure lo suficiente. El viaje puede ser demasiado.
Hubo una larga pausa, por un momento Caleb pensó que la línea había muerto.
—Jair dice que has tomado rehenes. También dice que hiciste bastante espectáculo para recuperar a la chica… ¿qué piensas de eso?
Los vellos del cuello de Caleb se levantaron. Esta conversación no estaba yendo a ningún lado bueno.
—Habían un hombre y una mujer. Podrían tener las respuestas que necesito. No sé quién más sabe de la chica o de mí, no pueden haber testigos. No sé si ella fue capaz de ponerse en contacto con alguna persona en los Estados Unidos. Estoy cubriendo nuestros traseros Rafiq. ¿Y desde cuando consigues información de Jair en vez de a través de mí? —Caleb apenas se contuvo de gritar. No lo hizo, no quería asustar a la Gatita… a Livvie.
—Obtengo mi información de quien me es útil y tú últimamente no lo has sido. —Rafiq habló con la mayor naturalidad, como si sus palabras no fueran profundamente insultantes—. Has hecho un lío Caleb. La chica se lastimó, hay testigos potenciales, y sin duda las autoridades se preguntarán sobre el maldito fuego que has hecho. Y ahora supongo que has tenido a la chica en un hospital, donde se encuentran los cabos sueltos aún más potenciales. Has sido descuidado Caleb.
Caleb suspiró pesadamente, cansado de su propia alma. Sin embargo, su ira lo empujo hacia delante.
—A pesar de lo que tú y tu nuevo amigo Jair podéis pensar, no soy un tonto. Este territorio está administrado por los carteles, dudo que haya algún problema que no podamos comprar a nuestra salida. La casa está limpia por ahora y vamos a estar en camino a la casa de tu contacto por la mañana. La chica va a estar bien, dame un poco de tiempo y algo de crédito.
—¿Dónde estás ahora?
—En ningún lugar que te preocupe.
Caleb colgó antes de que pudiera contestar.
¡Maldita sea! Él sólo quería que lo dejaran en paz. Livvie te necesita.
Dejó escapar un lento suspiro y salió de la habitación. Podía oír al médico y a su esposa murmurando airadamente en la cocina. La mujer estaba culpando a su marido por la situación y trataba de convencerlo para que aflojara la cinta para que pudieran dejar todo y huir. Él le dijo que se callara y confiara en él. Idiota.
Si el buen doctor fuera sensato, quizás escucharía a su esposa. Caleb era un asesino. Si quería, podría matarlos mientras estaban pegados a las sillas del comedor y se alejaría. Lo que ciertamente sería lo más inteligente y eficiente de hacer, pero a Caleb no le gustaba mucho matar a personas inocentes. Sobre todo después de que lo habían ayudado.
Caleb entró en la cocina y toda la conversación terminó abruptamente. La mujer lo miró cautelosamente, mientras que su esposo simplemente lo miró con las cejas levantadas y una pregunta en sus ojos. Tal vez por eso era médico. Tal vez era uno de los pocos médicos verdaderamente altruistas en el mundo. Sería una pena matarlo.
—¿Dónde guarda su ropa? —Se dirigió a la mujer y ella lo miró sin comprender. Obviamente no habla nada de inglés. El médico trato de hablar algo de inglés, pero todavía parecía extrañamente perplejo.
Caleb negó con la cabeza y fue tirando a través de su español hasta que las cejas de la mujer se alzaron.
Se volvió hacia su marido y le dijo dónde podía encontrar lo que necesitaba.
—Te entiendo. Es que ha pasado un largo tiempo desde que he tenido que hablarlo.
Ella lo miró fijamente con otra expresión en blanco. No, no entendía ni una palabra.
Caleb se volvió y caminó por los pasillos de la pareja hacia su dormitorio. Aparentemente a los médicos les iba bien, incluso aquí en México. La habitación estaba muy bien decorada, con colores cálidos y muebles de color blanco, muy modernos. La foto de su boda estaba sobre el tocador en un marco de cristal. Parecían felices, presumiblemente… enamorados.
«Estás pensando como una mujer».
Caleb sonrió para sus adentros, allí un pensamiento que nunca había tenido. Pero por otro lado, nunca antes se había puesto a filosofar sobre el tema del amor.
«Maté por ella. Secuestre a un médico a punta de pistola de un hospital por ella, y luego seguí a los pobres hijos de puta a su casa para mantenerla a salvo. Incluso ahora, estoy buscando cosas para tenerla más cómoda. ¿No es eso lo que es el amor?».
«Más te vale que no».
La sonrisa de Caleb se desvaneció. Esta línea de pensamiento sólo puede traer más tragedia. Incluso si él quería… más cosas, ¿qué se suponía que debía hacer? ¿Explicarle a Rafiq? Como si él lo fuera a entender.
Como si le importara. Probablemente les metería una bala a ambos, o al menos a ella. Y entonces Caleb tendría que dispararle a él, porque no había forma de que le permitiera hacerle daño. Este pensamiento al instante le sorprendió. Había admitido que la echaría de menos, algo que no debería haber dicho nunca, y ahora… se atrevería a arriesgar su vida por ella contra Rafiq. Empujó la idea lejos con firmeza.
Era mejor mantener las cosas en claro. La chica se curaría. Rafiq conseguiría lo que quería y Caleb estaría libre de sus obligaciones. Él dejaría a la chica libre y olvidaría su pérdida.
Sí, asintió con la cabeza, era lo mejor para todos, incluso para la chica. Livvie.
«No. Su nombre es Gatita».
Caleb encontró lo que estaba buscando, ropa para Gatita. Mientras se dirigía de vuelta hacia el dormitorio, pasó junto a sus rehenes en la cocina. Una vez más, la conversación se detuvo. La esposa había estado llorando, pero su actitud era serena. Era valiente.
—Vamos a dejaros por la mañana. Prometo no haceros daño a ninguno de los dos, pero tengo que decir que mi misericordia es condicional si le dices a alguien que estuvimos aquí o lo que ha pasado.
—Le doy mi palabra —dijo el médico firme.
Él había visto a Caleb cubierto de sangre, sabía que tenía que haber sido una arteria, tal vez sabía lo que Caleb había hecho. No dudaba de la sinceridad de los médicos.
Mientras el doctor miraba los ojos llenos de lágrimas de su esposa, Caleb vislumbro la profundidad del amor, del uno al otro. Ellos vivirían juntos o morirían juntos, pero de cualquier manera, harían cualquier cosa para protegerse el uno al otro.
Era algo extraño de ver. Era una cosa aún más extraña sentir envidia de sus rehenes.
Nunca nadie le había mirado de esa manera, como si la vida fuera insignificante sin él y nunca había apreciado de valioso a nadie más que a sí mismo. Cualquier cosa que sea el amor era un concepto que no podía entender.
En su camino de regreso con Gatita vio el armario y cogió un conjunto de sabanas frescas para la cama. El aire se sintió diferente una vez que entró en la habitación de nuevo. La puerta del baño estaba entreabierta, el vapor iba a la deriva por el dormitorio. Caleb colocó la ropa y las sábanas sobre la cama y entró.
Había encontrado el espejo. Cada cuarto de baño tenía uno y no había pensado en cubrirlos en su prisa por alejarse de Livvie y sus preguntas cargadas de emoción. Se quedó mirándola, tratando de discernir su siguiente acción.
—Realmente hicieron un buen número en mí, no crees. —Hizo una mueca mientras miraba la gran contusión cubriendo la mayor parte de la mejilla y los ojos.
—Van a desaparecer —dijo Caleb, tratando de imitar su tono despreocupado. Los dos sabían que no había nada casual acerca de la situación, pero estaba dispuesto a fingir si ella lo hacía.
—¿Aún soy lo suficientemente bonita para Demitri? —dijo. Esta vez su voz era fría y dura como nunca la había escuchado. Había querido decir las palabras para lastimarlo y con gran sorpresa, Caleb aceptó que lo había hecho.
—En un par de semanas —dijo duramente y se arrepintió al instante cuando vio brotar tristeza a través de su fachada de calma. Era extraño estar a su alrededor en este momento. Era una bomba a punto de explotar. No podría predecir cualquiera de sus acciones y eso los hacía a ambos erráticos.
Se dio la vuelta, frente a él completamente desnuda. Su cuerpo podía haber sido desfigurado con moretones, pero todavía era hermosa. Sin embargo… la chica que él quería. Había algo en su actitud que le hizo querer dar un paso hacia atrás, pero luchó contra ese instinto. Él nunca se retractaba ante nadie en especial, no lo haría con ella.
Era ella… quien lo acechaba. Como una pantera o una leona y era extraño pensar en este momento que él le había dado ese apodo tan apropiado. Aunque no era realmente una gatita en estos momento. Las gatitas no se acercan con la mirada fija y la cabeza baja, de tal manera que evocan imágenes de una cazadora mirando a su comida.
Ella se detuvo justo delante del pecho de Caleb y tan cerca que casi podía sentir rozando sus pezones contra él. No debería desearla, no cuando ella estaba así. Pero lo hacía. Tal vez incluso la deseaba aun más. Había sido golpeada y magullada, ¡pero había sobrevivido! Ella había mirado a los hijos de puta a sus ojos y había llegado primera a la sangre. Había una luchadora o una asesina allí en alguna parte. Y había algo sexy en eso. Había pensado eso aun cuando ella había apuntado su arma contra él.
—Caleb… —susurró. Caleb solo podía no hacer ningún sonido evasivo y mirarla—. Han pasado muchas cosas. He estado tan impotente.
Mierda, pensó Caleb.
—Si tan sólo pudiera… tener una cosa para mí.
El deseo de Caleb de dar un paso hacia atrás era casi abrumador, pero se mantuvo firme y asintió.
Livvie lo miró suplicante y con ojos hambrientos.
—Hazme el amor, —dijo tan suavemente que Caleb pensó que sólo lo había oído en su mente. Entonces se dio cuenta de que su pequeña mano se había deslizado debajo de su camisa—. Quiero tener una cosa para mí. Haré lo que me pidas. No tratare de huir, pero quiero una cosa, que esta elección… sea mía.
Caleb quería decir algo, cualquier cosa, pero todos sus pensamientos giraban en torno a estar dentro de ella. No había una respuesta fácil de porqué ella podría querer esto. «Si ella no es virgen…». A él no le importaba.
Solo lo hacia la maldito precaución. Podría tratar con ello más tarde. Así que en lugar de decir «no», se limitó a decir:
—No quiero hacerte daño.
—No lo harás. Sé que no lo harás.
Él no pudo evitar inclinarse hacia abajo y poner sus labios sobre los suyos. Ella se sacudió ligeramente, más como la gatita que recordaba. Su corazón se aceleró y su polla se hinchó y pulsó. Su lengua salió como una flecha con timidez y el abrió la boca para ella, dejándola llevar las cosas a donde quisiera ir.
No confiaba en sí mismo para tocarla todavía, tan fuerte era la urgencia que sentía, así que finalmente dio ese pasó hacia atrás y descansó sus manos contra el marco de la puerta, mientras ella se adelantó y lo besó más segura y agresiva.
Su boca sabía a menta, pensó que era la pasta de dientes, y a sal que él sabía eran sus lágrimas. No quería que llorase. No, ahora no, por cualquier razón. Se alejó lentamente.
—Para.
Ella lo miró con una mirada de asombro y vulnerabilidad en su cara.
—¿He hecho algo mal?
Esas palabras desgarraron profundamente algo en su interior.
—Dios, no. Eres perfecta. Es que… no quiero hacerte daño. Y lo que siento en este momento… —Si alguna vez se sonrojó en su vida, él podría haberse sonrojado en este momento—. Yo sé que voy a hacerte daño.
Él casi gimió cuando ella se sonrojó, sonrió y miró hacia otro lado.
—Así que, ¿entonces?
—Entonces, ven conmigo.
Él tomó su mano, teniendo cuidado de la mano que era y la llevó a la cama.
Poco a poco, la guió hacia él. Ella era ahora mucho más tímida de lo que había sido un momento atrás, pero no lo dudó. La besó en los labios suavemente mientras yacía a su lado y coloco sus piernas un poco separadas. Era una maniobra que había practicado con ella muchas veces, besó el camino por su cuello, el pecho, los senos y el estómago.
—¡Oh! —gimió ella tan pronto como sus labios tocaron el pelo suave, y húmedo, entre sus muslos. Él ni siquiera la había lamido aún pero podía sentir su tensión en espiral. Le besó la parte superior de su coño con la esperanza de aliviar algo de su miedo. Esto no iba a doler, ni un poco. Iba a hacer que se sintiera bien. Iba a hacer que sintiera como ella se merecía sentir.
Cuando sintió que sus muslos se abrían lentamente, dándole espacio para moverse, bajó la cabeza y dejo que la punta de su lengua se deslizara desde el fondo de su coño hasta la dura rocca de su clítoris en un movimiento lento y constante que la tenía maullando y abriéndose para él aún más.
—¿Quieres que pare? —susurró contra sus labios húmedos y sin la intención de hacer tal cosa.
—Mierda, no. Te mataría —dijo con tanta sinceridad que Caleb no pudo evitar reírse contra su muslo.
—¿Dónde aprendiste a hablar así? —se burló con suavidad. Ella respondió meciendo sus caderas lentamente. Se estremeció un poco y ambos recordaron cómo fue herida. No quería hacer la pregunta de nuevo. Le acarició la pierna y su lengua se adentró un poco más profundamente, explorando, succionando sus profundos pliegues de color rosa con la boca.
Inconscientemente, ella trató de alejarse de su boca. No porque no estuviera disfrutando, lo sabía, era debido a la sensación de ser lamida y chupada simultáneamente, era casi una sensación demasiado difícil de soportar. La mente de Caleb se entretuvo con la fantasía de su polla siendo arrastrada hacia la boca de ella, la punta lamida por su suave lengua y gimió contra ella. Las caderas de Caleb se sacudieron con fuerza en la cama, pero se mantuvo enfocado en el placer de ella. La dejó un poco, lo que le permitió acomodarla, luego tiró de ella suavemente, y lo hizo de nuevo.
Ella jadeó, gimió y se sacudió, su pequeña gatita en la punta de su lengua impaciente y en este momento no había ningún pensamiento de dolor. Sólo había placer.
Sus dedos la encontraron excitándola, abriéndola. Dentro de los húmedos pliegues se encontró con la pequeña abertura e su cuerpo. Él la lamió y ella se estremeció. Rozó la punta de su dedo contra su clítoris, amando la forma en que ella lloriqueaba y se retorcía. Ella gimió.
—Caleb…
Luego las manos de ella se encontraron con las suyas en el camino, ella presionándole los dedos contra su carne, en un alegato a favor de algo que no acababa de entender todavía. La mano de ella se aferró a la suya:
—Se siente... Oh Dios... Creo que... —y el resto no fue dicho mientras ella movia su mano contra su clítoris y Caleb con su boca lechupaba sus dedos.
Él sintió su coño pulsando bajo su mano y le habría gustado poder verlo, ver esos pequeños músculos contrayéndose. Su coño goteando humedad en la cama. Lamería eso también. Pero esto no era para él.
Por largo tiempo, apoyó la mejilla contra el muslo de ella, jadeando y sin aliento, incluso cuando ella estaba también jadeante y sin aliento. La mano de ella se movía lentamente y casi suspiró cuando le pasó los dedos por su pelo. Pese a que su polla se sentía como si le hubieran dado un puñetazo en el ojo, le hubiera gustado que este momento durara una eternidad. No podía estar seguro de sus motivos para tratar de tener relaciones sexuales con él, especialmente después de todo lo que había ocurrido entre ellos y en las horas antes de que pudiera llegar hasta ella, pero no podía negar que había cambiado algo en él, irrevocablemente. La había subestimado de algún modo y había encontrado una manera de afectarlo. En este momento, no se animó a preocuparse, pero pronto, le importaría muchísimo.
—¿Qué hay de ti? —Las palabras eran lentas y sospechaba que ella sólo estaba siendo amable y no tenía la verdadera intención de moverse, y mucho menos ayudarlo a acabar.
Él sonrió.
—No te preocupes por mí. No soy propenso a actos de abnegación, así que ambos vamos a disfrutar de este momento.
Él la miró a tiempo para verla sonreír para sus adentros y luego asintió suavemente en el sueño.
Se levantó de la cama tan sigilosamente como le fue posible y agarró las sábanas limpias que había traído. El edredón estaba limpio, así que no se molestó en moverla, sólo la cubrió y subió junto a ella, con la ropa y todo. Se entretuvo por varios minutos, simplemente mirándola, más allá de las contusiones.
Un molesto pitido le apartó de sus pensamientos. Quería besarla.
Quería quitarse la ropa y frotar su pene a través de su suave piel. Él quería estar dentro de ella.
Se sacudió y se levantó para recoger el teléfono del suelo. Había recibido un sms:
R: ESTOY EN UN VUELO. NOS VEMOS PRONTO.
Se sintió mareado, luego enojado, después queriendo gritar y tirar cosas por la habitación, y luego… una pérdida muy, muy profunda. Pensó en las tres semanas y media con Livvie y el tiempo que había perdido para ellos. Toda la deuda acumulada por encima de su cabeza. Se quedó mirando el texto, no sintiendo nada… en absoluto.
Observó el sueño de Livvie y la rabia que siempre lo había envuelto y lo hacía bullir se alejó flotando.
Rafiq, pensó, Rafiq. Las cosas habían pasado a ser más complicadas de lo que alguna vez hubo soñado. Mientras miraba a la mujer que dormía en la cama, sólo un pensamiento entró en su mente. Sé fuerte. No sabía si el pensamiento era para sí mismo o para la mujer, no tenía la energía para adivinarlo. Sólo sabía que quería volver a la cama con ella y fingir que los últimos minutos nunca sucedieron.