12
SANGRE. Montones de ella. Se mezclaba con el fino polvo del piso y creó una mezcla en la boca del muchacho. Él lloró. Nunca había sido golpeado con tanta fuerza. Encima de él el hombre extraño gritaba otra vez, pero él no entendía. Las palabras eran demasiado rápidas para encajarlas juntas y aún si no lo fueran, nunca había escuchado esa clase de palabras antes. Quería irse a casa.
Cerró los ojos y durante un momento, estaba allí. Estaba en los brazos de su madre que lo acariciaba y besaba su cuello, haciéndolo reír tontamente. Él era su «Guapo Hombrecito». Sus pequeñas piernas se agitaban mientras chillaba de risa, pero su madre lo sostenía con fuerza, no lo dejaría caer. Las lágrimas quemaban sus ojos. Quemaban todo.
—¡Sukat! —dijo el hombre. El muchacho conocía esa palabra, era lo que el hombre siempre decía cuando él lloraba o gritaba. El muchacho se forzó en cerrar la boca, tratando de respirar por la nariz y tragar la sangre que le escurría por la garganta debido a ello. Ya no estaba hambriento. Su barriga estaba llena de la sangre ahora.
Su hambre lo había llevado a esto. Cada mañana Narweh colocaba una cantidad escasa del pan sin levadura y agua en una pequeña mesa en el cuarto, observando a los muchachos maliciosamente mientras se marchaba. Había seis de ellos en total; dos ingleses, un español, dos árabes, y el muchacho.
Al principio lo compartían en medidas iguales, pero cuando los días pasaron y el hambre aumentaba, se convirtió en una batalla que terminaba con la barriga llena de uno o dos, y la nariz sangrienta para aquellos que desafiaron. El muchacho era el vencedor de tales batallas a menudo, pero en más de una ocasión la fuerza colectiva de los demás era usada para robarle su botín. Tal había sido el caso ese día.
Cuando olfateó la comida, no había sido capaz de controlarse. Habían sido dos días desde su última comida ganada. El agua había estado caliente y el pan frío, pero él había saboreado todo esto muy rápidamente. No lo suficiente. El plato en la mesa tenía muchas cosas, él creyó haber olido pollo. Todavía era lo bastante joven para creer que toda la carne «era pollo». Se sentó en la pequeña mesa y recogió la carne. Quemó su boca, pero no le importó, el hormigueo que infundía un cosquilleo a sus labios, lengua y garganta no era lo suficiente para reducir la delicia de su comida robada.
El muchacho no había visto venir el golpe. Un momento tenía la boca llena del delicioso pollo y al siguiente, sangre y suciedad. No supo con qué había sido golpeado. No supo realmente por qué, solo que no lo haría otra vez.
—¡Ghabi! ¡Kéleb!
Algo caliente y mojado chocó con un lado de su cara. Sus ojos estaban realmente en llamas ahora. Sus pequeñas manos frotaron sus ojos pero eso solo empeoró las cosas. Él gritó, gorjeando los sonidos que burbujeaban de la sangre que le llenaba la garganta. Aún, en la fuerza de su agonía, podía saborear la sabrosa comida que se deslizaba en su boca. Él tragó. Cerró los ojos fuertemente contra el dolor ardiente de las especias de la comida que caía de su pelo y a través de su cara en su boca. Quemaba dos veces más que antes porque había heridas abiertas en su boca. Pero, por lo visto, él estaba aún demasiado hambriento para preocuparse.
Kéleb, el hombre seguía llamándole, luego lo agarró por la nuca y lo arrastró a través del suelo mientras se esforzaba por gatear con manos y rodillas.
El muchacho lloró.
Gritó.
Rogando por su madre.
Ella nunca vino. Él la odió.
* * *
El aire era espeso. Tangible. Lleno de un entusiasmo de toda consumación de las cosas por venir. Ella no estaba lejos. Sus dedos se enroscaron más fuerte alrededor del volante del SUV. Acariciarla, o ¿estrangularla? Todavía no sabía. Solo sabía que quería sus manos en ella. Agarró el volante más fuerte y pisó el acelerador. Jair le dio una mirada perpleja desde el asiento del pasajero. Que se joda.
—¿Cómo se escapó? —inculpó Jair. Caleb le dio una mirada que esperaba pudiera asesinarlo donde estaba sentado. Jair solo sonrió—. Ella debe ser buena. Tengo ganas de probarla después de que Rafiq se entere que esta arruinada.
Caleb no dijo nada, se enfocaba en cambio en controlar la rabia que corría desenfrenada por sus venas. Este tiempo era crucial. Todavía no sabía el objetivo de Rafiq para Jair y reaccionar solo iba a darle crédito a cosas que no eran verdad. La lealtad de Caleb permaneció intacta, aún si su determinación había vacilado por una fracción de tiempo.
—Tócala y te cortaré las manos —crispó. Estúpido—. Ya llegamos.
Caleb aparcó el SUV a una distancia de su objetivo. La casa no había sido difícil de localizar. Era la única con las luces encendidas y música estridente. Aún así, no quiso arriesgarse a perder el elemento sorpresa. «Atacarlo donde no está preparado, aparecer donde no es esperado». Una de las primeras lecciones del Sun Tzu, El Arte de la guerra.
El segundo coche que contenía a los primos de Jair se detuvo detrás de ellos y apagó el motor. Los tres hombres salieron del vehículo e inmediatamente caminaron a la parte trasera del SUV para recuperar sus armas.
La mano de Caleb buscaba su revólver S&W Modelo 29 con sus poderosos cartuchos Magnum 44; era suficiente para hacer estallar un agujero en la puerta. O un rostro. Lo que sea. Miró a Jair, resistiendo el impulso de pegarle un tiro en la cabeza y terminar con esto, pero logró contenerse. Jair todavía tenía algunos usos.
Caleb miró el revólver. No lo había disparado en mucho tiempo, pero una familiar sensación ya le caminaba por los dedos, subía al brazo, extendiéndose por el pecho y obligaba al corazón a acelerarse. Su cabeza nadó en la adrenalina, y treinta centímetros por debajo eso le crecía semi-erecto con la idea de matar y recuperar lo que por derecho era suyo.
Jair comprobó su AK-47 y Caleb observó como acariciaba el arma. Entendía a Jair de una manera que raramente hacía. El deseo de sangre y ese entendimiento compartido, el que hubiera cualquier cosa en común entre ellos, le hizo sentir repugnancia. Jair resopló y escupió en la tierra cerca de los pies de Caleb. Caleb trazó su arma, comprobando su funcionalidad y miró a Jair. Ambos curvearon los dedos alrededor del gatillo de sus armas.
—¿Bien? —desafió Jair, cuando Caleb no dijo nada continuó—. Vamos a recuperar a tu pequeña puta.
Él no tenía miedo. El miedo estaba reservado para aquellos que tenían algo por lo que vivir. Estaba muy por arriba del miedo. Mientras su mirada repasaba de Jair a sus primos, se los hizo ver. Les dejó ver que no había nada dentro, y cada hombre esquivó la mirada, escondiendo su propio miedo. Jair se mofó. Caleb les dio la espalda, su modo de dejarles saber quién tenía el control total, y que lo siguieran.
El maletero fue cerrado con un suave clic, pero para Caleb había explotado, una sensación cortando a través de él. No miró hacia atrás. Al final Jair y sus hombres le siguieron. Sus pasos crujiendo contra la tierra, el piso empedrado resonaba en la calma inhóspita del antes del amanecer. Más allá las luces aumentaban, la música más alta y finalmente Caleb escuchó voces. Voces fuertes, enojadas, histéricas.
Algo iba mal. Algo iba muy mal y otra vez, la sensación extraña se agitaba y brotaba. Su corazón trastabilló. Sus pasos vacilaron e hizo una pausa para recobrar el control. Una respiración profunda, tranquila. Otra. Y otra. Un sonido, femenino y enojado se desplazó por la distancia. Antes de saberlo, corrió. Los hombres le siguieron silenciosamente detrás.
Caleb frenó en seco mientras se acercaba de modo que ninguno dentro se percatara siquiera de que ellos estaban allí. Se puso a cubierto bajo una pequeña ventana.
—¡Eres tan idiota! ¿Qué demonios se supone que haremos con ella ahora? —gritó un hombre dentro. El corazón de Caleb golpeaba en su pecho y se volvió casi sordo por el sonido atronador en sus oídos. Luchó por controlar su respiración. ¿Qué le habían hecho?
—¡La perra de mierda me mordió! ¿Qué querías que hiciera? —contestó otro hombre.
Caleb con cuidado levantó la cabeza y miró por la ventana. Reconoció al motorista del bar, el que se hacía llamar Pequeño. Era un gran hijo de puta y se miraba más mientras se paseaba por la pequeña sala de estar en sus toscas botas de motorista. Empujó la mano por su largo pelo grasiento y dijo:
—¿Qué carajos estabais haciendo allí en primer lugar? Os dije que no os la follaráis.
Una rubia pequeña apareció detrás de los dos hombres que discutían. «Basura de la calle», pensó Caleb, demasiado maquillaje y muy poca ropa, y hambrienta, siempre anhelando algo. E imprevisible.
—Solo estábamos jugando Pequeño. Ella fue la que se puso como loca.
Pequeño señaló, con nada más que amenaza en sus ojos.
—Manténeos alejados de esa zorra. Yo sé lo que hacíais allí.
Caleb trató de calcular cuántos combatientes estaban en la casa por lo que veía y escuchaba. No era una casa enorme, pero lo suficientemente grande y los sonidos eran llevados en un espacio vacío. ¿Y dónde estaba la chica? Le tomaba cada onza de autocontrol permanecer donde estaba. Tenía que saber contra qué se enfrentaba. Si la chica todavía estaba viva tenía que asegurarse que podría llegar a ella antes de que el tiroteo comenzara. «Si ella. Si ella está viva… si ella». Apretó el gatillo. De una cosa estaba seguro, si alguno de ellos la había lastimado…
El de cabello negro y larguirucho le había hecho algo. Él le había hecho daño, posiblemente la había violado… la habia asesinado. Caleb tragó la sequedad en su boca. Iba a matar a ese cabrón y a hacer a la rubia mirar, dándole un anticipo de las cosas a venir.
—Vete a la mierda Pequeño —replicó el rubio—, culpa a Abe y a Joker, ellos eran los que no podían mantener la verga en sus pantalones. No. Yo.
Caleb se mordió el interior de la boca hasta que probó sangre. Los hombres detrás de él cambiaron sus pies en el suelo mientras esperaban a que Caleb diera la señal.
—Esta es la única entrada —susurró Jair, interrumpiendo sus asesinos pensamientos—. ¿Cuántos hay dentro?
—Dos hombres y una mujer en la sala de estar, al menos uno más en la parte trasera. Podría haber otros. —Era el momento. La chica podía estar muerta o agonizando y no tenía tiempo para esperar a que surgiera el resto de la pandilla.
—Hay cinco motos aquí afuera —indicó Jair.
Caleb dio una cabezada.
—Dos ausentes. Jair, Dani, los dos irrumpís en la puerta y el resto de nosotros entrará detrás de vosotros. Me dirigiré hacia la parte trasera con Khalid y encontraré a la chica. —Echó un vistazo a Jair y el hombre sonrió—. Cuando esto comience, que lo sientan. No quiero que sea rápido.
—Por una vez, estamos de acuerdo. —La sonrisa se hizo aún más amplia—. Me gusta este lado de ti Caleb.
* * *
El inglés de Narweh solo consistía en palabras simples y las frases: sí, no, come, duerme, ven, y sexo. Su forma principal de comunicación era usando un palo para golpear el entendimiento en los muchachos, aunque a veces, lo hacía mucho peor.
Había otras cosas que continuaron, cosas en las cuales Kéleb se obligó a no pensar. Cuando él era dócil a menudo era premiado con comida, ropa, o regalos de diferentes hombres, y aunque aborrecía lo que hacía para conseguir tales recompensas, había hecho todo lo posible por aguantar. Cuando se negaba, las golpizas que acontecían eran más de lo que algunos hombres adultos podrían resistir.
Finalmente, Kéleb creció en años, altura, y belleza. Armado con todo esto, su arrogancia y el sagaz ingenio fueron rápidamente algo que seguir. Sabía más árabe que inglés, aunque los muchachos ingleses le ayudaban a mantener un conocimiento rudimentario. Pronto eligió a sus atormentadores, enfrentándolos el uno al otro con la promesa del verdadero afecto, aunque fuera incapaz de darlo. Todavía un niño a los ojos de muchos y tratado con un poco más que crueldad entendía sólo una cosa: supervivencia.
Cada noche, cuando se acurrucaba cerca de sus compañeros de sufrimiento en el suelo sucio del burdel donde estaban metidos, recordaba menos y menos el muchacho que había sido. Peor, le daba igual. Él era el Perro. Era todo lo que había sido alguna vez. Instinto. Hambre.
Siempre estaba hambriento. De comida, de protección, de poder, de más… constantemente más. Incluso aprendió a ansiar el dolor. Significaba que estaba vivo, todavía sobreviviendo. Si pudiera manejar el dolor, controlar su reacción, hacerlo trabajar para él en vez de en su contra, entonces sería libre. Y más que nada, Kéleb tenía hambre de libertad.
Narweh sabía esto. Siempre había sabido de alguna manera. Era la razón de que las otras muchachas y muchachos fueran llamados por nombres atrayentes para persuadir a los clientes mientras él era nombrado Perro. Fue hecho para degradarlo, para arrastrarlo a un lugar donde ya no era humano. Hacerle sentir menos que humano. No funcionó. Cuando Narweh miraba en sus ojos, Kéleb rechazaba bajarlos. Y un día Narweh había tenido suficiente.
Kéleb sabía que estaba a punto de ser castigado. Se arrodilló en la tierra y estaba inmutable. A Narweh le encantaba pegarle y él ya no luchaba contra ello. Tenía demasiado orgullo para eso.
Apretó los dientes cuando le pidió desnudarse.
—¿Va a ser violación entonces? —dijo en árabe perfecto—. Tus amigos saben cuánto te encantan los malditos perros.
La cara de Kéleb palpitó con la bofetada que recibió, pero aguantaba en silencio, puños apretados a los costados. Él era libre, se recordaba a sí mismo.
Elevó su calma y estabilizó la mirada para encontrarse con los ojos frenéticos de Narweh, se quitó su thobe. La mirada de Narweh permaneció maligna, pero ahora el deseo se arremolinó detrás de la rabia. Kéleb casi sonrió. Sí, él era un animal hermoso. Otra bofetada y Kéleb se obligó a alejar la mirada, pero no hacia la tierra, nunca eso.
Había ruido detrás de él, quiso mirar, pero no le daría al hijo de puta la satisfacción de picar su curiosidad. No importó, el misterio fue revelado pronto. Un espejo. Narweh colocó un espejo directamente frente a él. En él vio su porte flaquear. Esto ya era mucho, posiblemente no podría mirar esto. Y aún así, rechazó contemplar el suelo.
—¿Qué pasa? —se burló Narweh—. ¿No te gusta mirar lo hermoso que eres? Vanidad; es la plaga de tu raza entera. Es la razón de creer que mereces todo cuando no mereces nada, menos que nada. La muerte es todo lo que mereces.
Kéleb tiró contra cada impulso que corría por su cuerpo. Se dispuso a permanecer de todos modos, podría manejar esto. Podría manejar cualquier cosa.
Narweh se arrodilló detrás de él y Kéleb dejó de respirar. Lo que sea menos esto. Por favor. Lo que sea. Él cerró los ojos.
—Ciérralos y lo haré en serio así nunca podrás hacerlo otra vez.
Por primera vez en mucho tiempo, Kéleb casi gimió.
Levantando su thobe y escupiendo en su mano Narweh se dispuso a entrar en él y no había nada que hacer. Era esto o la muerte. Kéleb escarbó profundamente en la parte de él determinada a ser libre. Respiró hondo y lo sostuvo mientras era penetrado salvajemente, rechazando hacer el más leve sonido. Pero el espejo… el espejo lo obligó a ver lo que trató de fingir que no era verdad. Él no era libre. Detrás del muchacho en el cristal, Narweh se reía de él. Kéleb miró el suelo.
No iba a terminar pronto. Narweh no deseó simplemente usarle como lo había hecho en el pasado, lanzándolo al piso y surcándolo como una bestia salvaje, golpeándolo y dándole bofetadas. Él se tomó su tiempo. Quiso que Kéleb sintiera cada momento del impulso de contraatacar y el momento después de ello cuando se diera cuenta que no podría. Un sollozo finalmente abrió camino y fue obligado a alzar la vista al muchacho del espejo. Él estaba… roto.
Kéleb odió al muchacho, odió su debilidad. Furioso arremetió contra el espejo, lo rompió y lo lanzó al suelo. Se lanzó sobre los fragmentos de cristal roto, desenredándose mientras se volvía contra su atormentador. Narweh se rió, en voz alta. Kéleb voló hacia él, sus dedos sangrando mientras sujetaban el espejo roto.
Para todo su tamaño, Kéleb aun era un muchacho, todavía escuálido y torpe. Su fuerza no significó nada contra Narweh. Cuando embistió hacia él, Narweh plantó su pie firmemente en su estómago y lo lanzó sobre su cabeza y hacia el suelo. Su visión se empañó y su aliento le abandonó.
Narweh estuvo de pie rápidamente, tomando ventaja velozmente. Su pie pegó repetidamente en las costillas de Kéleb, genitales y pecho. Kéleb rodó en su lado buscando a tientas por aire. Ningún objetivo fue conseguido y se desmayó mientras la oscuridad lo invadía.
La próxima vez que abrió los ojos fue para expulsar un grito silencioso mientras que su piel estaba abierta por la mitad. Antes de que supiera lo que pasaba, lo golpearon una y otra vez. Trató de mover los miembros, para correr, luchar, pero estaba atado. El fuego mojado bailó a lo largo de su espalda y al instante supo que moriría esa noche. La fusta aterrizó otra vez, otro rasgón de piel. Esta vez Kéleb pudo gritar.
* * *
Una urgencia como ninguna otra que hubiera sentido alguna vez aceleró por sus venas cuando los disparos sonaron y la madera astillada hizo erupción. Rat-tat-tat-tat. Crujido. Bum. La puerta fue pateada. Pasos acelerados, los suyos. Gañidos sorprendidos y gritos enojados, de adentro.
Jair fue el primero en entrar, su grito de guerrero impresionando a sus víctimas aún más. Para el momento en que Pequeño pensó en actuar, fue rajado por toda la cara con la culata del arma de Jair. La sangre rociaba la pared detrás mientras caía al suelo. Primero en sangrar, pero no el último.
La mujer gritó y corrió veloz hacia el pasillo, gritándole a alguien llamado Kid. Caleb se lanzó después de ella. Detrás de él dos de los primos de Jair golpeaban al otro motorista en la sala de estar.
La mujer le gritaba a alguien. Había dos puertas delante. Una a la derecha con luz, la otra al frente, la puerta cerrada. Caleb disparó dos tiros a la puerta delante de él. Esta se abrió de golpe y se tiró al piso. ¡Chuk-chuk-Bum! La ráfaga de escopeta resonó en el espacio estrecho del vestíbulo.
—¡Ven por esto hijo de puta! —gritó el hombre al final de pasillo. Chuk-chuk.
Caleb levantó la cabeza y apuntó el área pélvica del motorista. Quiso evitar la masa del centro, pero no podía arriesgarse a apuntar la rodilla y fallar. Disparó. El motorista lloró en la agonía cuando la bala lo golpeó. Dejó caer la escopeta amartillada y se agarró el abdomen inferior, la sangre ya cubriendo los temblorosos dedos y el asombro deformando los rasgos del hombre. Detrás de Caleb, Khalid se rió a carcajadas mientras saltaba sobre las piernas extendidas del tipo, para cubrir la segunda puerta. Caleb dejó salir un respiro. Necesitaba armarse de valor para lo que podía encontrar.
Se levantó en cuclillas y abrazó la pared más cercana a la puerta.
—Esto puede ser muy simple —dijo—. Tus amigos no pueden ayudarte. —Hizo una pausa, dejando que lo entendieran—. Solo queremos a la chica.
—¡Vete a la mierda! —Era la mujer la que habló. Estaba histérica. Imprevisible—. Mataré esta maldita zorra, juro por dios que lo haré.
El corazón de Caleb dio un salto. Está viva.
—¡Hazle decir algo! —gritó en respuesta. Respiración pesada, resistencia. Chillidos de pánico.
—Yo-Yo. —Una voz masculina ahora, titubeando—. Creo que está en shock o algo así. Mira hombre, nosotros no tenemos nada que ver con ello. Lo juro. —La voz del hombre se quebró con el pánico cuando habló—. Solo… iros y la dejaremos aquí para vosotros.
Caleb miró a Khalid. Estaba preparado para dar el golpe, esperando a matar. En cualquier segundo, esto podría complicarse y a Khalid no le importaría si la chica estaba viva o muerta. Eso solo le importaba a Caleb. De hecho, para Jair, sería mejor muerta. Rafiq culparía a Caleb y Jair y sus primos saborearían la confrontación resultante.
Pensó rápidamente cuáles eran sus opciones. ¿Qué posibilidades habría de que ese par estuviera armado? La puerta al final de pasillo era un dormitorio y la casa no era muy grande. ¿Quién llevaría un arma al cuarto de baño? Caleb tomó la acción decisiva.
Todo se movió en cámara lenta. Los pasos de Khalid mientras él iba por la escopeta que estaba tirada junto al motorista sangrante. El grito cortado de la rubia cuando el arma de Caleb dobló sobre la esquina de la puerta. El joven gritó en pánico mientras agarró firmemente una masa sangrienta sobre su pecho y se lanzó hacia la esquina más apartada del pequeño cuarto de baño. La rubia se echó en Caleb, agarrándose del cabello y la ropa mientras gritaba como una banshee en su oído. Un duro empujón y ella fue tumbada sobre el retrete, respirando con dificultad ya que el impacto forzó el aire de sus pulmones.
Caleb sabía que debía dispararle, solo la dejó abajo, pero estaba demasiado entumecido para hacer algo. La vista delante de él le llevó a sitios que había tratado hace mucho de olvidar. Teherán. Sangre. Fusta. Violación. Sangre. Fusta. Violación. Las visiones como flashes pasaban por su memoria. Sus puños apretados agarrando las sábanas. Sus gemidos. La sangre. Tanta sangre. Casi podía escuchar la fusta rajándose contra su carne, un sonido crujiente, mojado cuando aterrizaba en la sangre fresca. Sus gritos perforaron el aire y durante un momento creyó que finalmente moriría. Finalmente. Entonces la fusta cayó otra vez. Y otra vez.
—Qué. Sucedió. —Su cuerpo tembló con una furia que no había sentido desde la noche que finalmente asesinó a Narweh. Encontró los ojos del muchacho tembloroso que sostenía a Gatita en su pecho, quien trataba de hablar pero no podía—. ¿Quién eres?
—Kid. —Logró decir el muchacho.
Kid hizo sonidos, pero ninguno de ellos coherentes. Caleb levantó el arma y esperó.
—¿Qué… sucedió? —preguntó otra vez, con los dientes apretados.
—Por favor —rogó Kid y sus ojos azules daban demasiada emoción—, no fui yo, intenté pararlos… Ellos… —Tragó y sostuvo a Gatita más cerca. El dedo de Caleb casi apretó el gatillo. No quiso mirarla. Si la miraba…
—¡¿Ellos qué?!
Kid se estremeció. El arma todavía estaba apuntando directamente a la cabeza del muchacho.
—¡Ellos trataron de violarla de acuerdo! Lo intentaron. Pero, p-p-p-pero no lo hicieron. Ella luchó y… y… —Lágrimas cayeron de sus ojos. Temor. Miedo de estar a punto de morir. Apartó la vista y extendió sus brazos hacia Caleb—. Por favor —susurró.
Caleb observó al muchacho. Kid. El nombre adecuado. Rostro suave como un bebé, labios un poco llenos, como los suyos. Algo perverso echó raíces dentro de él. Dejaría a este vivir, a la chica también. Aunque desearían pronto que no lo hubiera hecho. Finalmente miró a Gatita. Su cara era un magullado y sangriento lío. Sus ojos estaban cerrados pero sus labios se movían, temblando violentamente como el resto de su cuerpo. Su cabeza colgaba torpemente a la izquierda, sus brazos directamente sobre los brazos de Kid. Más abajo, sus piernas extendidas mostraban contusiones y señales de botas donde había sido obviamente pisada fuertemente. Caleb tragó.
—Khalid. —Su voz era estable—. Consigue una manta y envuelve a la chica. Está en shock. Después sacas a estos dos.
Cuando se dio vuelta, Dani estaba de pie con Khalid en el pasillo. Los dos hombres entraron mientras él salía y ya podía escuchar a la rubia luchar contra ellos. Permitió que los viejos recuerdos lo inundaran mientras se acercaba a la sala de estar, ensamblándose junto con las imágenes de Gatita golpeada y temblando en el piso del baño. Ellos eran todo el combustible que necesitaba para lo que estaba a punto de hacer.
Cuando entró en la sala de estar vio a Jair parado sobre Pequeño que estaba tendido de cara en el suelo con los brazos atados a la espalda. Empujó a Jair atrás, agarró al motorista sosteniéndolo por el pelo grasiento y tiró de él. Por un momento pareció como si Jair fuera a empujarlo atrás, pero una vez sus ojos se encontraron fue obvio que no era alguien con quien meterse y que Pequeño estaba a punto de aprender lo mismo.
—Jair. Cuchillo.
Pequeño luchó y maldijo de modo que tuvo que sentarse a horcajadas sobre su espalda para mantener al hombre quieto. En el momento que el cuchillo estuvo en la palma de Caleb un subidón de endorfinas y rabia se vertió recorriendo su columna.
—¡Te lo advertí, hijo de puta! —Estaba ciego. La sed de sangre consumió su visión. Levantó el cuchillo en un ángulo de cuarenta y cinco grados y lo sumergió directamente en la base del cuello de Pequeño donde se encontraba con su hombro derecho. Pequeño soltó un grito inhumano y más endorfinas se liberaron dentro de Caleb. Sacó el cuchillo y la sangre le salpicó el brazo, pecho, y cuello. Su cabeza daba vueltas y sus fosas nasales llamearon. Bajó el cuchillo de nuevo, esta vez hacia la parte trasera del cuello para separar la médula espinal.
El cómplice de Pequeño gritó y gritó y gritó, poniendo a Caleb borracho de poder y de pura satisfacción masculina. Jair y sus hombres vociferaron y aclamaron, esperando su turno. En el fondo la mujer hacía sonidos chillones incoherentes pidiendo a Caleb que parase. Levantó el cuchillo y otra vez lo sumergió profundamente. Pequeño ya no hacía ningún sonido. Solo sangró destrozado bajo el cuchillo de Caleb.
Mientras que el cuerpo de Pequeño se arqueó en el agarre de Caleb, su cabeza se sostenía a su cuerpo por solo unas pulgadas de músculo, hueso y tendón, los pensamientos de Caleb comenzaron a despejarse lentamente. Cuando asimiló la vista del cuarto cubierto de sangre y de los gritos de aquellos que estabam a punto de sufrir, sus pensamientos volvieron a Gatita. Le hicieron daño. Ella le necesitaba. Dejó ir a Pequeño y miró cuando cayó al suelo, un trozo de carne sin vida.
Se puso de pie, empapado en sangre sosteniendo el sangriento cuchillo. Sus ojos encontraron los del muchacho que gemía al que llamaban Kid y se acercó despacio. Kid comenzó a lloriquear incluso antes de que se le aproximara. Presionó la punta del cuchillo bajo su barbilla lisa como bebé.
—Kid. Voy a llevaros a ti y a esa pequeña puta conmigo y cuando Gatita se despierte me va a decir lo que pasó. Y si cualquiera de vosotros tuvo algo que ver con ello les voy a hacer algo peor. ¿Entendido?
El chico cerró los ojos y las lágrimas se derramaron por su rostro. Casi dejó que el cuchillo atravesara al muchacho. Algo sobre sus rasgos, su juventud, y su lloriqueo hacía que quisiera golpearlo con una palmada hacia el suelo, entonces lo hizo.
—Jair. —La voz de Caleb era fría—. Llévate a este pequeño maricón y a la muchacha vivos. Mata el resto y quema la casa. —Dejó caer el cuchillo y no miró hacia atrás cuando caminó hacia el cuarto de baño.
El hombre de antes todavía sangraba y se retorcía en el piso del pasillo, pero cuando lo vio acercarse se esforzó para permanecer quieto, hacerse invisible. La furia de Caleb se elevó otra vez. Este era uno de los hombres que la había lastimado. Quiso volver por el cuchillo y hacer un pequeño juego de clavar al violador, pero no tenía el tiempo. Gatita necesitaba un hospital.
Se acercó despacio a su tembloroso cuerpo, de repente lamentó estar cubierto de sangre. Ella gimió y lloró mientras la tomaba en sus brazos. Su corazón dio tumbos y luchó con fuerza para no apretarla en su pecho.
La levantó y caminó, tan eficazmente como era posible, fuera de la casa y hacia la luz. Bajó la mirada hacia ella, observando mientras el sol encendía su ensangrentado rostro. Ella permaneció temblando un poco y sus cejas se fruncieron ligeramente. Por un momento la vio como ese día, una chica joven, tímida, admirándolo con asombro. Su salvador. Te he fallado.
Caleb besó su frente y le susurró al oído.
—No te preocupes Gatita, Prometo que voy a mejorarlo.