10

 

ERA siempre el mismo sueño, el que había estado teniendo desde el día en que nos conocimos. El que solía anticipar con impaciencia antes de llegar a mi almohada por la noche. No quería tenerlo, pero no tenía elección. Pienso que tal vez, mi subconsciente estaba determinado a volver y mirar los hechos, encontrar lo que me perdí la primera vez.

Estoy corriendo por la acera, tratando de alejarme del siniestro hombre del coche que me está siguiendo cuando miro arriba y lo veo. Tal vez sea ese fácil paso largo, o la forma en que su mirada me pasa en vez de mirarme, pero por cualquier razón, parece seguro. Echo mis manos alrededor de su cintura y susurró. 

—Solo sigue el juego, ¿vale?.

Más allá de la prisión de mi sueño, siento que realmente el sudor me corría por el cuello. Oscuramente, soy consciente de las vueltas en la cama, pero no puedo parar porque me siento tan incómoda.

Él lo hace y me sorprendo cuando sus brazos se envuelven a mí alrededor. El momento de peligro parece pasar muy rápidamente, pero por alguna razón no me quiere dejar ir. Me siento segura en sus brazos, nunca me había sentido segura antes. Y huele bien, huele como me imagino que un hombre lo debe hacer, como el jabón: fresco, limpio, a piel caliente, un ligero sudor. Creo que estoy tomando demasiado tiempo en irme, así que me deshago de su abrazo como si algo me hubiera quemado. Entonces, miro hacia arriba y reconozco al ángel delante de mí. Mis rodillas casi se doblan.

Fuera del sueño, puedo oírme gemir. Una parte de mí sabe por qué no quiero seguir mirando, pero no puedo evitar que suceda. Sueño en tercera persona, y aquí soy una espectadora.

Él es la cosa más bonita que he visto, eso incluye cachorros, bebés, arco iris, atardeceres y amaneceres. Ni siquiera puedo llamarlo un hombre. Los hombres no se ven tan bien. Su piel está muy bronceada, como si el sol mismo se tomara su tiempo para besar su piel a la perfección. Sus antebrazos musculosos se espolvorean con el mismo tono de oro de pelo en su cabeza. Sus ojos imitan el azul verdoso del mar Caribe que sólo he visto en carteles de cine.

Sonríe, y no puedo evitar sonreír también. Soy una marioneta. Tira de mis hilos. Su sonrisa revela sus blancos dientes, pero también su diente canino en el lado izquierdo. Sus dientes no son perfectos, y esa pequeña imperfección lo hace más hermoso.

Esta diciéndome algo, algo sobre otra chica, pero me niego a escuchar.

A lo lejos, oigo una voz familiar, mi voz. ¿Dentro del sueño? ¿Fuera del sueño? No estoy segura. Todo lo que sé, es que estoy rogando para que el sueño no se acabe. No he encontrado lo que buscaba, la cosa que perdí. Debería parar, ahora, antes de la parte insoportable, la parte que no tienen nada que ver con la memoria, pero sí con la fantasía, con el deseo.

Me apoyo e inclino la cabeza hacia arriba. Quiero poner esos labios carnosos en buen uso, no voy a aceptar un no por respuesta. Cuando su lengua se desliza por las comisuras de mis labios siento cosas entre mis piernas que nunca había sentido antes. Siento una especie de dolor de plenitud y de repente puedo sentir mi corazón latir no sólo en mi pecho, sino dentro de mis pliegues secretos. Sigo detrás del beso y poco después le oigo gemir a él también.

Quiero tocarlo por todas partes. No me importa si me toma aquí en la acera, eso es lo mucho que lo deseo. No me importa lo que mi madre dirá. Por él, seré una puta. Me alegro de haber esperado. Me alegro de que sea él el que vaya a tenerme.

Su mano ha encontrado su camino a mi pecho, y por alguna razón tengo una sensación de peligro, pero la sensación desaparece.

El beso se ha convertido en hambre voraz, mis labios duelen un poco. Su mano se ha convertido en un puño en mi pelo. La sensación es familiar pero lejana. Quiero seguir besándole.

¿Pruebo la cerveza? De pronto todo es familiar.

El beso. Las caricias.

—¿Es esto lo que haces cuando vas a la cama Livvie? ¿Te pones la ropa de puta y tratas de seducir a tu padre?

—¡Él no es mi padre! —Es el único al que hay que culpar. No a mí.

—Actúa como una puta y serás tratada como tal Livvie.

Sin previo aviso, me golpea con una abrumadora sensación de dolor. Algo está muy mal. Termino el beso y mis ojos se amplían con horror. Es el mismo rostro joven que había encontrado hermoso más allá de toda explicación, me mira con una expresión amenazadora. Sus ojos todavía me recuerdan al mar, pero en lugar de soleadas playas del Caribe, ahora veo horribles criaturas de las profundidades que están al acecho en las profundidades de su mirada. Ya no es un ángel, es el diablo que siempre he temido.

Mis ojos se abren de golpe y miro fijamente a la nada que me rodea. Mi corazón late con fuerza, mis lágrimas brotan, pero a pesar de todo está vergonzosamente húmedo entre mis piernas. Un antiguo temor amenaza con lanzarme a un nuevo infierno que luché para evitar que ocurriese. Caleb está durmiendo plácidamente a mi lado, su brazo a mí alrededor como un torno. Debería de haber luchado por levantarme. Pero a decir verdad, la presa de su musculoso cuerpo contra mi espalda me dio una sensación de comodidad que había estado esperando durante semanas. Durante años. Y, además estaba realmente fresco en su habitación. Carecía de todo lo pegajoso y caliente que parecía impregnar mi habitación. Mi habitación... eso es gracioso.

Pensé en lo que había ocurrido antes, apenas capaz de envolver mi mente en torno a los hechos ocurridos. Creo que si yo hubiera estado viendo una película o leyendo un libro, hubiera pensado que era sexy. Pero lo que se vive aquí en carne y hueso… sólo es miedo. La mayoría.

Sólo de pensar en ello, mi corazón late más rápido contra mi pecho, pero era diferente a la anterior. Además, he tenido este pesado, hundimiento, una especie de hormigueo en el estómago. Me recordó la sensación que suele tener un niño que jugando al escondite va a esconderse en la oscuridad. No quiero ser encontrada, sólo quiero sentarme ahí, sin saber si va a ser excitante o aterrador. Yo había sabido que cuando era la presa lo disfrutaba, sin ocultarse o la búsqueda.

Estando al lado de Caleb se paraba el tiempo. Seguía viendo su cara, sus ojos cerrados, la cabeza inclinada en mis manos, cálida carne masculina bajo mis dedos. Todo esto se repetía en mi mente como una serie de flashes, flashes que me mantuvieron despierta en la oscuridad. Yo había soñado con el beso también, haciendo más que besarle. Él estaba duro contra mi culo, contra toda lógica quería tocarle ahí. Quería ver lo que era tenerle dentro de mí.

Cuando me pidió que parara anoche, había sido un poco decepcionante. Quizás hiriente, pensé que quizás había hecho algo mal. Su voz áspera y distante al principio, pero luego se suavizó y me dijo que había sido buena, muy buena. Pero por alguna extraña razón, además de estar totalmente avergonzada, me sentí bien, no sé si alivio es la palabra correcta, o incluso orgullo, pero algo así.

Caleb era una persona extraña, cruel e inhumana, un monstruo, y sin embargo, otras veces, parecía tan capaz de algo como el cariño. Me hizo llorar, gritar y temblar de miedo y casi una décima después, me hacía pensar que no era responsable de nada de eso. Podía sostenerme y hacerme sentir segura. ¿Cómo era posible? Creo que soy más crédula de lo que jamás había pensado.

Poco a poco, mientras miraba las cortinas, fui testigo de un espectáculo que me había perdido durante mucho tiempo. La luz del día hizo su gran debut, convirtiendo las cortinas de un color ligeramente más claro. Mi corazón se aceleró y la ansiedad me recorrió. Se sentía como la mañana de Navidad.

Tomé despacio la mano de Caleb, alejándola de mi pecho suavemente. Gruñó, por un momento me quedé completamente inmóvil, aterrorizada. Suspiró bruscamente, y luego, para mi alivio abrumador, se dio la vuelta. Estaba libre de él. Más sorprendentemente, estaba libre de la cadena de oro que me había asegurado alrededor de la muñeca. Negándome a pensarlo demasiado y quizás demasiado rápido, me deslicé de la cama y me arrastré hacia la luz.

Corrí las cortinas, sólo un poquito, pero cuando la luz del sol golpeó mis ojos, me dolió la cabeza. Cerré los ojos con fuerza. ¡Ese tiempo había sido tan malditamente largo! Abrí mis ojos lentamente. Esta vez vi lo que mi alma había estado buscando por tanto tiempo. Vi la luz, hermosa, cálida, ligera, segura. Casi no podía dejar de lagrimear. Por un momento, sentí como si todo lo que había sucedido hasta ahora hubiera sido un sueño, y ahora que el sol estaba alto, podía despertar de él. Nunca me volvería a quedar dormida. Los monstruos nunca volverían. Abrí la cortina un poco más y pude ver una gran terraza. Había una mesa con un gran parasol, macetas y plantas y tumbonas, era irreal. Apreté la palma de la mano contra el cristal, sintiendo el calor del sol y el frío de la mañana contra mi piel, pero todo era irreal.

Miré de nuevo a la forma dormida de Caleb, su respiración era pesada. No se despertaría en un corto plazo. Mi corazón retumbaba en mi pecho. Este era mi oportunidad de escapar. Mi mente gritaba: ¡Si haces eso, y te encuentra estarás muerta! ¿Eres estúpida? Pero también decía: Si no lo haces ahora, puede que nunca tengas otra oportunidad. Me hice a la idea. Iba a tener que tomar un descanso de eso.

Cerré la cortina detrás de mí y en silencio miré a mi alrededor para buscar una manera de abrir la puerta. Analicé mi alrededor y no vi mucho, no había edificios, ni carreteras, ni gente. No dejé que eso me disuadiera. Mis dedos tocaron a lo largo del cristal buscando alguna manera de abrir la ventana, pero no vi ni sentí nada. Hice lo mismo a lo largo de la pared y no encontré nada. Nerviosa y agitada, eché un vistazo a la habitación. Caleb seguía durmiendo plácidamente. Empujé el cristal, pero eso no ayudo mucho, ¡maldita sea! No podía ver por donde se abría la puerta, pero tenía que abrirla de alguna manera. Piensa, sólo piensa. La cerradura estaba en algún lugar que no podía ver. Me quedé en la parte superior de la puerta, aplastada por la comprensión de que definitivamente no podía hacerlo.

Mi única oportunidad de abrir la puerta estaba en una de las esquinas, un sillón de cuero. Se veía pesado. Casi grité. Volví a mirar a Caleb. ¿Cómo diablos voy a moverlo sin despertarlo?

Caminé silenciosamente hacia mi inanimado Némesis y le di un fuerte empujón. El sillón hizo un ruido de raspado suave en la alfombra y al instante miré hacia la cama. Él continuaba durmiendo. Pero no había jodida manera de moverlo sin despertarlo.

Eché un vistazo alrededor de la habitación y traté de no desmayarme por el torrente de sangre que huía de mi cara. Colgada en la puerta de un armario, estaba la chaqueta de Caleb y asomando por debajo, la funda de una pistola. ¿Podría ser? O Dios, ¿podría ser malditamente cierto? Tomé el tejido blando y lo levanté. Era la jodida arma más grande que había visto en la vida, la única en realidad, pero aún así sentí ganas de vomitar. Parte de mí quería olvidar toda la maldita cosa y volver a la cama. Como decía el refrán: «¿La cobardía en la mejor parte del valor?». ¡Joder! Cogí la pistola. La maldita cosa pesaba una tonelada.

El armario se abrió y por un momento estaba realmente sorprendida por la cantidad de dolor que infligían instrumentos ocultos en el interior. Fustas, látigos, cadenas, y otras cosas que no conocía pese a ver Real Sex en la HBO en casa de Nicole. ¿Esto era un consolador de punta? Casi me desmayo. ¿Había planeado usar esa cosa conmigo? Maldito enfermo. Y sin embargo…

Vi un par de esposas, varias en realidad, sin peluche en ellas. Eso significaba que eran reales ¿verdad? Porque podría ser embarazoso lo contrario. Estaba dispuesta a correr el riesgo. Me puse la chaqueta de Caleb, inmediatamente abrumada por el tamaño de la misma. Puse la pistola en el asiento de la silla y comencé a enrollar las mangas.

—¿Qué demonios estás haciendo? —La voz de Caleb enojada por un momento me había congelado en su lugar. Nuestros ojos se habían encontrado, los míos abiertos y aterrorizados, los suyos fríos y venenosos. Tomé la pistola y apunté a la cama. Yo era más rápida. Por una vez.

—¡No te muevas! Ni un solo paso. —Mi voz era estridente, casi presa del pánico. Podría haberle disparado sólo por miedo y creo que él lo entendió porque al instante se detuvo. Mi corazón latía demasiado rápido, mi visión era borrosa. «Mantente tranquila Livvie. Mantente jodidamente tranquila».

—Baja el arma, Gatita —susurró, como si yo tuviera más miedo que él. Mierda, quizá así era. Esta probablemente no era la primera vez que había tenido un arma en su cara, pero era definitivamente la primera vez que yo atentaba contra la vida de alguien. Quería llorar. No quería tener que hacer esto. No quería herirlo. «No hay elección Livvie. Eres tú o él». Odiaba esto. Me sentía como una de esas estúpidas chicas de las películas, sosteniendo el arma sobre su aspirante a asesino, temblándole la mano y él sigue acercándose, pero ella no quiere matarlo. Luego muere. Luego yo muero.

Tomo una respiración profunda y mantuve estable el arma, haciendo caso omiso de lo pesada que era, ignorando el temblor en mis brazos mientras trataba de mantenerla nivelada. En especial, ignorando el sudor en mis manos, haciendo resbaladizo el mango.

—Por favor Caleb —le rogué—, no te muevas. Déjame ir y no hagas que te mate, porque lo haré. Juro por Dios que lo haré. —Estaba calmado, demasiado calmado.

—Nadie va a matar a nadie Gatita. Pero no puedo dejarte ir. Sólo bájala y prometo que no haré nada que te haga daño. 

No podía dejar de reír. Yo sostenía el arma, pero era él quien me mantenía como rehén. Sin embargo todavía me reía histéricamente. Mi mente se fue a ese lugar especial para ella y tal vez inspirada por la jodida arma en mis manos, conjurando a Harry El Sucio.

—Sé lo que estás pensando. —Medio ahogada—. ¿Le dispararé las seis balas o sólo cinco? Bueno si te digo la verdad, en todo este tipo de emoción he perdido el norte. Pero siendo como es una Magnum 44, el arma más poderosa del mundo, y puede volarte la cabeza, te tienes que preguntar una cosa: ¿Me siento afortunado? ¿Te sientes afortunada? —La expresión de Caleb era algo entre la preocupación profunda (por mi salud mental) y la furia (por mi idiotez).

—Gatita —comenzó. Incliné la pistola, con las dos manos porque no podía manejarla con una. En el proceso, mi dedo apretó contra el gatillo un poco y por primera vez vi el miedo deslizarse a través de sus rasgos. Tragó saliva, quité mi dedo del gatillo, evitando hacer algo estúpido, o en mi caso, muy estúpido. Llegué a las esposas y las tiré en su dirección, él las tomó sin romper el contacto visual—. El arma no está cargada, Gatita.

Mi corazón se agitó.

—Mentira Caleb. No me hagas que averigüe cual de los dos se está tirando un farol. —Sonrió sólo un poco. Si no lo conociera tan bien como lo hago, me habría perdido lo que era. No sé por qué, pero miré sus pantaloncillos. El bastardo estaba caliente—. Espósate a la cama y no me hagas volver a pedirlo.

Esta vez su sonrisa era amplia, incluso con aire satisfecho.

—Gatita, si eso es lo que querías, sólo necesitabas pedirlo. —¿De verdad iba a dejar que le esposara a la cama? ¡Livvie! Concéntrate.

—Sólo cállate y haz lo que te dije. —Yo era mordaz. Frunció el ceño y por un momento olvidé que tenía la sartén por el mango. El metal pesado deslizándose en la palma sudada me lo recordó—. ¡Ahora! —Caminó al poste más cercano a mí, todavía a unos metros de distancia y esposó sus muñecas juntas. Estaba impaciente, nerviosa. Obedeció y dejó escapar un suspiro de alivio.

Bajé la pistola, tomándome un momento para dejar que la ansiedad se asentara, para permitir que mi visión se aclarara y que la adrenalina se disipara.

—Te sientes mejor, ¿mascota? —susurró, todavía juguetón. Poseída, di dos pasos para acercarme a él y le di una bofetada tan fuerte que la mano me dolió. Al instante saltó hacia delante, con las manos aferradas a la cadera y los pies barriendo mis tobillos. Caí de espaldas, la pistola se fue detrás de mí. No podía alcanzarme con las manos atadas, pero trataba de agarrarme entre sus piernas. Me apresuré a ir hacia atrás con todas mis fuerzas, negándome a ser capturada. Me liberé y me dí con el sillón de detrás.

—Vas a pagar por esto, mascota —jadeó. En el lado derecho de su cara, lucía una huella roja carmesí de mi mano.

Sacudí mi mano.

—Ya he pagado, este es mi cambio.

Unos minutos después, finalmente tenía el sillón lo suficientemente cerca de la ventana. Me acerqué y me puse en el borde. Por favor déjame tener razón en esto. Mi corazón hizo un sonido rugiente en mis oídos, y cerré los ojos contra la duda. Por último, sentí un pequeño interruptor y mi corazón se detuvo por completo. Miré hacia atrás para ver a Caleb. La expresión de enojo había dejado su huella aunque la marca de mi mano se mantuvo.

Dije una oración en silencio, di un paso hacia abajo, y abrí la puerta. La voz de Caleb vino de atrás, sonaba preocupado y triste.

—No dejes que te encuentre. —¿Era eso una amenaza? No iba a quedarme para averiguarlo.

No miré hacia atrás. Corrí con toda la fuerza que mis piernas eran capaces. Mis pulmones ardían y mis pies descalzos golpeaban fuertemente contra el polvo de la tierra. Todavía era temprano, la tierra estaba caliente todavía. Quería gritar pidiendo ayuda, pero no estaba segura de si me encontraba lo suficiente lejos para que Caleb no me oyera, así que corrí. Más adelante, vi a un hombre con un delantal, empujando un carrito de cajas en un edificio.

—¡Ayúdeme! —El hombre miró en mi dirección, con una expresión de confusión y angustia. Cuando lo alcancé, casi volé a sus brazos tratando de empujarnos al interior.

—¿Qué pasa? ¿Qué te paso? —Me preguntó en español.

Lo empujé más fuerte hasta que ambos casi caemos sobre la plataforma en nuestro camino al interior del edificio. Mi respiración se volvió entrecortada mientras trataba de reducir la velocidad y explicar en español que yo era una ciudadana estadounidense que había sido secuestrada y retenida en contra de mi voluntad. Le dije que escapé pero que mi captor no estaba lejos y necesitaba a la policía de inmediato.

—¿Quién es ese hombre? ¿Quién es el hombre que te llevó? —Parecía tan desesperado como yo lo estaba y abrí la puerta para mirar en la dirección en la que había venido.

—Aléjate de la puerta —le grité—. Caleb, su nombre es Caleb, por favor, llame a la policía. ¿Dónde diablos estoy? —Finalmente, el hombre rápidamente cerró la puerta y echó el cerrojo.

—México

—¿México?

—Sí, México. —El hombre estaba exasperado. El jodido México, lo sabía.

—Mierda tú eres… —Venía de un hombre que estaba en la esquina que tenía la voz ronca. El hombre que supuse que era el camarero, miré en su dirección. Parecía sucio, no la clase de sucio que venía de la pobreza o de la pereza, sino el tipo de sucio que venía de un estilo de vida desagradable. Era temprano por la mañana y ahí estaba ya en un bar, un motero estadounidense. Me miró fijamente, tomó un trago de cerveza y se lamió la espuma de su bigote. De repente, me di cuenta de mi ropa. Estaba casi desnuda bajo la chaqueta de Caleb. Crucé los brazos y di un paso atrás hacia el borde de la barra.

—¿Puedes ayudarme por favor? Tengo que ir a la policía. —Tomó otro trago mientras negaba con la cabeza.

—No quieres ir a la policía cariño, confía en mí en eso. Estos sucios mexicanos son deshonestos hasta el final. Sólo te venderían a quienquiera del que estés huyendo. Lo mejor que puedes hacer es ir hasta la frontera y dejar que nuestros chicos te ayuden. Mira al camarero.

—Es la verdad —dijo—. Es la verdad.

Exasperada, grité: 

—Bien, ¿puedes ayudarme a llegar a la jodida frontera entonces? —El camarero saltó ansiosamente a toda prisa a la habitación del fondo. El motero se levantó, agarró su cerveza y se la bebió antes de golpear el vaso sobre la mesa y limpiarse la boca con el dorso de la mano.

—Maldita sea cariño, no tienes por qué ser grosera. —Caminó a mí alrededor, arrastrando la mano por la barra, me miraba inapropiadamente a propósito—. Estoy seguro de que podemos hacer algo.

—Que te jodan. —Lo miré con disgusto.

Él se rió entre dientes.

—Yo estaba pensando en un trato de recompensa, tal vez un rescate. ¿Una comisión de intermediario? —Me miró de arriba abajo otra vez—. Por supuesto, siempre estoy deseoso de hacer conseciones.

Justo en ese momento, un gran estruendo provenía de la puerta y quien se encontraba en el otro lado no lucía contento. El motero me miró, viendo mi momento de pánico, y me puso detrás de la barra.

—Estate ahí abajo callada y no respires si quieres vivir. —Actuando por puro instinto, me acurruqué en posición fetal debajo de la caja registradora. El motero corrió a la habitación de atrás y volvió rápidamente con unas cuantas cajas de alcohol. Antes de que supiera lo que estaba haciendo, las apiló en el suelo y las empujó debajo de la barra al lado. Mientras tanto, un estruendo atronador siguió a la puerta de la barra—. No te muevas —dijo por última vez. Tomó una copa del mostrador y la empezó a llenar con cerveza cuando una fuerte explosión astilló la madera de la puerta. Estuve a punto de mearme encima.

—Guau —dijo el motero riendo a carcajadas. Mi corazón latía fuerte en el pecho, mis ojos cerrados con fuerza mientras trataba de imaginarme en otro lugar.

—¿Donde mierda está ella? —demandó Caleb, tranquilo e inhumano.

—¿Donde está quién?

—¡No te hagas el tonto ahora o te vuelo la maldita cabeza!

—Bueno, eso no suena demasiado bien. Mira hombre, sólo estoy aquí vigilando el bar de Javier.

—¿Dónde está Javier?

—Ha tenido un problema en casa con su mujer, que me jodan si lo sé o me importa. Solamente estoy disfrutando de la cerveza gratis mientras no está.

—¿Qué pasa con las cajas que cayeron fuera?

—¿Nunca te has tenido que ir de un lugar con prisa? —Un silencio ensordecedor llenó la habitación.

—Además si estás buscándole con una maldita escopeta, probablemente tenga una buena razón para irse con prisa —dijo con una risa desagradable.

Más silencio. Los pasos de Caleb hacían un sonido lento y constante a medida que se acercaba a la barra. Me oriné un poco en ese punto. No fue mi mejor momento, te lo aseguro.

—¿Cómo has dicho que te llamas? —preguntó Caleb.

—No lo he dicho, pero puedes llamarme Pequeño.

Caleb dejó escapar una risa breve y severa.

—Pequeño ¿eh? Bueno, Pequeño. —Oí el sonido característico de Caleb amartillando la escopeta.

—Voy a preguntártelo una puta vez más y luego voy a hacer un agujero en tu pecho. ¿Dónde está la chica?

Pequeño se aclaró la garganta ruidosamente.

—Mira hombre… me parece que has perdido a alguien importante para ti, y te juro que si yo tuviera alguna puta idea de donde está esa persona te lo diría, pero no la tengo. Yo estaba aquí tomando una cerveza y Javier tuvo que irse a toda prisa. Imagino que estará por los alrededores. No sé nada sobre tu perra. —Amablemente. Le oí sacar un arma y cargarla—. Saca esa maldita arma fuera de mi cara antes de que redecoré el bar de Javier con la tuya.

El silencio que siguió aplastó el aire a mí alrededor. El sudor resbalaba por mi cara, quemando mis ojos fuertemente cerrados. Mis uñas se hundieron en la piel de mis brazos. Estaba segura de que alguien iba a morir mientras me escondía detrás de las cajas de cerveza caliente. De repente, Caleb estalló en carcajadas. Me mordí con fuerza el labio para no gritar. Pequeño pronto se unió a la broma y me preocupaba que él me hubiera vendido.

—Muy bien, Sr. Pequeño, te diré algo tomaré tu palabra de que no sabes de lo que estoy hablando, y confío en que si ves a una chica correr medio desnuda contando historias salvajes, seré la primera persona con la que contactarás. Es la casa grande por esa carretera. Pegunta por Caleb. No hay nadie más.

—Vale, hombre. ¿Podemos bajar estas ya? —Estaba tranquilo. Durante unos momentos no supe nada. Entonces oí los pies de Caleb moviéndose más y más lejos de la barra. Antes de que pudiera sentirme aliviada, la voz de Caleb gritó desde lejos a unos metros de distancia.

—Pero si me entero de que me has mentido, te voy a encontrar. Y si me entero de que le has hecho algo a mi propiedad, te voy a matar. —Y entonces él se había ido.