13

 

ME estaba hundiendo, cayendo. Luché por abrir los ojos, pero mi mundo era una borrosa imagen, un espejismo. Irreal.

¿Podría ser real?

A mi alrededor había una luz cegadora y voces apagadas, pero no podía levantar la cabeza para ver de dónde venían. Un hombre vestido con una bata blanca apareció ante mi vista y habló. ¿Mulder? ?Estaba en un episodio de Expediente X? No, eso no tenía sentido. ¿Un científico? ¿Un doctor? ¿Un loco con un bisturí? No podía descifrar lo que decía, pero su rostro parecía lleno de consuelo, falsas promesas, palabras vacías en un tono que pretendía apaciguarme. Luego me rodeó un túnel de suave luz azul. Quise decir algo, o levantarme, pero el dolor era demasiado intenso. Mis ojos se cerraron con pesadez, y me hundí de nuevo en mí misma.

Hubo otros momentos en los que entré y salí de la inconsciencia, pero no podía recordarlo con claridad. El tiempo era irrelevante. No era ahora, o después, o más tarde.

Sólo había dolor. Más dolor. Menos dolor. Era la única constante.

Me estoy hundiendo.

Hacia abajo.

Hacia abajo.

Hacia abajo.

No hay fondo, sólo sigo bajando. Para siempre.

¿Estoy llorando? No puedo estar segura.

Debe ser porque estoy ardiendo.

Me estoy hundiendo y estoy ardiendo.

Mamá tenía razón. Estoy yendo al infierno.

¿Puede una persona cometer un error tan enorme que no puede ser perdonada?

Supongo que sí.

No quiero arder. No quiero caer en la eternidad, arrastrada.

Para siempre. Es inimaginable.

Tiene que haber un fin al sufrimiento. No me merezco esto.

«¡No fue culpa mía!».

Yo también confiaba en él. Dijo que estaría bien. Un beso. Una caricia. Unos pocos besos más. Unas pocas caricias más. No sabía qué hacer. No sabía qué decir. ¡No fue todo culpa mía!

Perdóname.

Perdóname.

Zorra… perdóname.

Me estoy hundiendo. Sigo ardiendo.

Para siempre.

 

Abrí los ojos. Esta vez con certeza. Oscuridad. Sólo una lámpara de tenue luz en la esquina. Sobresaltada, traté de moverme de golpe y mi cuerpo entero se contrajo de dolor por el esfuerzo. Por un momento pensé que aún podría estar soñando. Mi cuerpo ardía. Coloqué una mano en mis costillas y sentí las vendas alrededor de mi torso. Dolía respirar. Seguía escuchando un zumbido débil en mis oídos y me di cuenta que venía de mi interior. Veía puntos punzantes cada vez que movía la cabeza y la luz me lastimaba. Mis dedos y mi mirada siguieron el patrón de los daños. Mi brazo izquierdo estaba en un cabestrillo que colgaba de mi cuello y mi nariz estaba cubierta de algún tipo de esparadrapo. Mis ojos estaban hinchados y parpadear era una tarea pesada, una pérdida de tiempo, aunque necesaria. Con suavidad, me toqué la cara de nuevo, retirando con cuidado una especie de crema alrededor de mis ojos.

Había una sombra con forma de hombre, sentado en silencio e inmóvil en una esquina. Miré con los ojos entrecerrados y me incliné hacia delante. A la mierda el dolor. Caleb, siniestramente inmóvil y a oscuras conmigo.

—Intenta no moverte, —dijo, en voz apenas más alta que un susurro. Se inclinó hacia la luz. El impulso inicial fue de moverme, pero el dolor y Caleb con su presencia cautivadora, me detuvieron. Su aspecto era rudo, como si hubiera estado en el infierno y hubiera regresado de él. Yo también. Los recuerdos flotaban hacia mí, unos claros, otros vagos. Cada segundo de ese momento se volvía a reproducir, en avance rápido, luego a cámara lenta, y luego otra vez rápido.

Así que me había traído de vuelta.

Esa realidad se hizo eco a través de mí. ¿Me sentía aliviada? ¿Aterrorizada? No podía reunir ninguna emoción, de una manera u otra. Estaba… paralizada. Vacía y confusa.

Se levantó de la silla y se acercó a mí.

 —No tengas miedo. Ahora estarás bien. —No tenía miedo. No estaba bien y nunca lo estaría—. Tu cara está magullada, pero no hay nada roto. Tu hombro estaba dislocado y tienes algunas costillas fisuradas, no rotas. Te curarás, pero me temo que todo lo que tengo para ofrecerte es descanso y medicina para el dolor. —Sus palabras no supusieron ninguna diferencia para mí. Seguía viva. Y seguía con Caleb. Cuando se levantó, no me acobardé, tan sólo le miré mientras venía hacia mí. ¿Qué quedaba que pudiera temer? ¿Qué me quedaba por perder?

—¿Dónde estoy? —Me costó reconocer mi propia voz. Era ronca y grave, de tan seca y frágil como sentía mi garganta.

—En un lugar diferente. —dijo. Impreciso. Típico.

Se sentó a mi lado en la cama. Buena cama, buen cuarto, pensé, enfocándome en las cosas sencillas que mi estúpido cerebro podía manejar. Realmente no me importa una mierda. Alcanzó mi mano. Mis dedos retrocedieron, sólo un ligero apretón y tensión. Asintió con la cabeza y se retiró.

¿Tenía sangre en su pelo? Sangre. Por todas partes. Cerré los ojos y lo bloqueé. Quería permanecer indiferente. Terminar con esto. Estaba lista para cualesquiera que fueran las palabras maliciosas que hubiera preparado para mí. Lista para que me dijera lo estúpida que había sido al pensar que escaparía de él. Te salió el tiro por la culata, gilipollas, ya lo sé. Lista para que me amenazara con una violación o con la muerte. Acaba de una vez con esto. Por favor.

—Lo siento Gatita, —susurró. ¿Él lo sentía? Viniendo de Caleb, la culpa era altamente improbable y lo último que me hubiera esperado. Mi cara hizo una extraña mueca entre burla, risa y llanto, que causó dolor a mi sensible rostro. Casi me reí. Lo habría hecho, si no me doliera respirar—. Por lo que te hicieron.

Bien, estaba arrepentido, pero no por llevarme lejos de mi hogar. 

—Bien. —Mi hogar. Mi familia. Todo esto porque yo había querido volver con mi despreciable madre. Incluso si ella no me quiere allí. Nunca lo quiso. No importa cuántas veces le dijera que lo sentía. Los ojos me escocían. No podía creer que todavía tuviera lágrimas por ella. Yo la odiaba. La odiaba, porque la quería tanto y ella obviamente no sentía lo mismo.

Caleb se aclaró la garganta y tragó saliva.

—Les hice pagar.

Les. Un grupo que era, posiblemente, peor que Caleb. Me sentía débil otra vez, pero escuchar esas palabras de labios de Caleb fue algo satisfactorio.

—Sí, bueno —dije, con voz apagada—. A ti te va eso. —Un atisbo de sonrisa apareció en sus labios y por alguna razón me atravesó de una manera esencial. Mi vida era una broma, para él, para mi madre, ¡para esos estúpidos moteros! Una broma cruel, desgarradora y estaba más que lista para la culminación. Preparada para que mi vida, la broma que era, terminara. En ese momento, yo sólo necesitaba a alguien. Necesitaba no sentirme tan sola y desecha. Contuve palabras que sabía que lamentaría más tarde, y sólo dije—: Caleb…

—¿Qué?

Le miré fijamente, insegura, preguntándome cuál sería el siguiente paso y más aterrorizada que nunca. Él continuó mirándome, curioso, su cara era una máscara retorcida de indecisión. Si la máscara fuera real, casi le compadecería. Era mejor que sentir lástima por mí misma, pero yo quería ser más fuerte, incluso cuando sólo quería meterme en un agujero. Acaba de una vez con esto.

—No sé lo que has planeado para mí. Sé… sé que… —Hice una pausa, tomando un momento para recomponerme a mí y a mis pensamientos pero las palabras debían ser dichas. Si no era ahora, entonces nunca. Dejé que las punzadas de dolor me dieran fuerza—….sé que no puede ser bueno. Sea lo que sea que estés planeando. ¿Pero si pudieras hacerme un favor?

—¿Ah?

Parpadeé una vez.

—Si es de alguna manera tan malo como lo que esos cabrones me hicieron…, Estoy harta de soportar esta mierda sólo para entrar en otra jodida mierda más profunda. Así que si todo lo que has planeado para mí es más tortura, creo que prefiero morir. Hazme un favor y no… No quiero morir despacio.

Se echó hacia atrás como si le hubiera dado una bofetada. O no. Yo le había abofeteado dos veces antes y nunca le había visto como ahora. De repente no estaba tan curioso o indeciso, ¡parecía cabreado! Pero también… ofendido.

—¿Es eso lo que piensas? —dijo, su voz tensa y firme—. ¿Crees que yo haría… —Se puso de pie y empezó a pasear. Yo no podía hacer nada más que mirar.

—¿Qué quieres que piense Caleb? —dije con dureza. Mi cara estaba caliente y la nariz me dolía y la sentía la falta de aire. Respirar dolía—. Me secuestraste, me golpeaste, hiciste… cosas innombrables para mí. —El ardor que sentía en mi pecho se estaba extendiendo, era toda la rabia y desesperación que había estado enrollándose dentro mí, y que ahora rezumaba hacia la superficie—. ¿Qué voy a esperar de ti? —Hice una imitación mediocre de su acento anómalo—. No dejes que te encuentre. ¿No es eso lo que dijiste?

Finalmente se detuvo en el centro de la habitación, sus ojos destellando frialdad.

—Eres una estúpida, una chica estúpida, Gatita. —Esta vez sí que me reí. En voz alta, histérica, riendo a pesar del dolor, incluso cuando me rasgaba cada fibra de mí ser. Nunca había dicho nada más cierto. Yo era una chica estúpida, ¡estúpida! Estúpida por pensar que mi madre me perdonaría. Estúpida por pensar que podía ser algo distinto a lo que era. ¿Qué era lo que me había llamado aquel motero? ¡Puta! La etiqueta me seguía a todas partes. ¿Y qué había hecho para merecerlo? ¡No lo suficiente! Aún era territorio virgen. Una puta luchando contra su naturaleza. ¿Para qué? Sí, yo era una estúpida, una chica estúpida. Me reí y reí y reí hasta que finalmente… me quebré. Mi risa degeneró en gritos de pura pérdida, dolor y negra desesperación.

Finalmente, lo encontré a mi lado, sus brazos envolviéndome. Se lo permití. Siempre estaba buscando refugio en la gente que más daño me hacía. Mi madre. Mi padre. Caleb. Como un perro maltratado rogando el amor de un amo mezquino. Era todo lo que sabía. Y aún así sus brazos se sentían seguros, cálidos, hechos para que buscara refugio en su interior. El ciclo de daño no terminaría nunca porque no podía notar la diferencia hasta que era demasiado tarde.

—Les hice pagar. —Susurró de nuevo, su tono frío y firme, pero sus palabras no significaban nada para mí, aunque sospechaba que significaban mucho para él. Sólo sus brazos importaban, sólo la sensación tangible de carne dura y fuerte que rodeaba la mía. Su abrazo decía todas las cosas que sus labios no podían o no querían decir. Decían: estás a salvo y yo te protegeré, tal vez incluso con una apariencia de preocupación por mí, como si estuviera jodido, pero todo estaba jodido. Durante todo el tiempo, sus labios sólo repetían: «les hice pagar», y sentí algo diferente que aún parecía curiosamente real para mí, más real que cualquier cosa.

Le odiaba, y al mismo tiempo no lo hacía y no entendía más nada, y menos a mí misma.

Lloré durante un rato, tomando consuelo en la reconfortante mentira de su abrazo. La ilusión, la fantasía, ayudaba. No quería marcharme. Quería quedarme allí para siempre, abrazada con fuerza contra su pecho, sus dedos acariciando mi pelo, su corazón latiendo contra mi oído: estás-a-salvo, créeme, te-amo. Amor. ¿Quería que él me amara? Sí. Quería que alguien me amara. ¿Y qué era el amor sino alguien arriesgando su vida para salvarte? Caleb me había salvado. ¿Quería decir que me amaba? Una parte de mí quería pensar así. Creer en un ideal romántico que no existía. Quería creer la mentira. Pero más que eso, quería que no fuera una mentira.

Después de un rato, me obligué a apartarme. Cuanto más tiempo permaneciera, más dudaba que pudiera mantener mi resolución de escapar, y eso era peligroso. Estaba dividida, constantemente, entre emociones que seguían luchando entre sí. Caleb era peligroso. Y no sólo porque fuera más grande, más fuerte y más sádico de lo que yo pudiera pensar.

—¿Puedo ver un espejo? —le pregunté con cautela, sollozando. No se trataba de vanidad. Necesitaba ver lo cerca que había estado de perder la vida, y quería que fuera algo real para mí. Una dura dosis de realidad para sacudirme una vez por todas mis estúpidas fantasías.

Fue muy lento, me atrevería a decir que reacio, a liberarme. A pesar de que traté de poner distancia entre nosotros, sus dedos limpiaron suavemente las esquinas de mis hinchados ojos y la mirada en su cara decía que el daño, el dolor y la superficialidad no importaban. Sus palabras hicieron eco de los sentimientos que leí en su rostro.

—No es necesario. El daño no es permanente.

—Así de mal, ¿eh? —le pregunté, pero la mirada de sus ojos cambió, volviéndose más dura, más fría y me dijo todo lo que necesitaba saber. Esos hijos de puta habían abusado de mí. Mi brazo retorcido tras mi espalda. Dolor. Risa. Una polla empujando contra mí, buscando una manera de entrar.

—No es necesario —repitió con firmeza—. El daño no es permanente. —Hizo una pausa, una extraña vacilación en su actitud, por otra parte, firme y segura—. Les hice pagar. —Caleb no era un hombre que dudara o se cuestionara nada. Y, sin embargo, sentí que lo hacía en ese momento. Había cosas que quería y que no quería decir—. Sé que has soportado más que suficiente. —Estiró la mano e inclinó mi barbilla suavemente, para mirarme a los ojos—. Pero prométeme que nunca más lo volverás a hacer. —Aparté ligeramente la cabeza. Me ordenaba, no me lo pedía, que nunca más huyera de él. Sin decirlo, me estaba castigando, haciéndome saber que al tomar el asunto en mis propias manos, me había metido en un problema mayor y todo por mi cuenta. Fue un trago amargo… porque él tenía razón.

—Sí, Caleb. —Hice una pausa—. Sí, Amo, —susurré débilmente, sintiéndome vacía de nuevo. Caleb frunció el ceño pero asintió. No sabía qué era más aterrador, que en ese momento quisiera decirlo o que fuera lo que Caleb había esperado.

Sus dedos siguieron jugando suavemente por mi mandíbula. Era indeciso, reflexivo y cuidadoso de no causarme ningún malestar o dolor. No podía soportarlo. Siempre había confusión cuando él estaba cerca. Un conflicto sobre lo que debería hacer y lo que yo quería hacer.

Pensé en mi vida, la historia de mi existencia, un pasado que giraba alrededor de la madre que me trajo a este mundo. En la forma en que mis deseos me habían conducido a este momento. De la misma manera en que sus deseos la habían conducido al suyo. Por mucho que había intentado no ser como ella, me sentí como si me estuviera convirtiendo exactamente en ella. Era tan injusto, y mientras miraba a Caleb, y sus dedos bailaban sobre mis labios tan delicada e íntimamente, me reafirmé en que la vida era todo menos justa.

Le aparté la mano, no con rudeza, pero firmemente, dejando claro mi rechazo a su contacto, y curiosamente, lo sabía, en un resquicio de mi mente, que ese también era mi rechazo.

Hubo un destello de algo primitivo en sus ojos antes de que escondiera sus rasgos tras una máscara impasible. Se sentó con la espalda recta contra la cabecera de la cama. Los pocos centímetros de espacio entre nosotros bien podían haber sido un océano. Nuestro silencio, una calma incómoda antes de una tormenta inminente. Él tenía un plan para mí. Y todavía no me estaba diciendo lo que era.

—Caleb…

—No lo fue, lo sabes. —Debió haber leído la confusión en mi cara y la esperaba porque siguió adelante sin problemas—: En tu sueño. Dijiste que no todo fue culpa tuya, y no lo es, nada de esto es tu culpa. Es…, Simplemente no lo es.

Había un nudo en mi garganta. No importaba cuánto lo intentara, no podía tragar. Me quedé allí clavada, ahogándome. Los dedos de Caleb se deslizaron por la colcha hacia mi pierna, luego vacilaron y volvieron a su propio espacio personal. ¿Por qué no podía seguir siendo un hijo de puta malvado y sin alma, así sabría cuál era su papel y cuál era el mío? ¿Por qué tenía que cambiar continuamente de frío e implacable, a reconfortante y cálido?

—¿Qué te hicieron, Gatita? ¿Puedes decírmelo? —Sus ojos se cerraron y yo me preguntaba qué estaba escondiendo. ¿Esto iba acerca de mí? No tenía sentido. Él me había torturado, mantenido prisionera, golpeado, forzado a situaciones más allá de mi imaginación. Y ahora, ahora él sentía… ¿algo por mí?

Una voz en mi cabeza me recordó que a pesar de todo lo que me había hecho, siempre hubo algo de piedad. Sí, yo estaba viva todavía, y él no había tratado de hacer lo que aquellos animales habían intentado. Yo no había sido una persona para ellos. Entendí la fina línea entre lo que Caleb hacía conmigo, y lo que podría haberme hecho tan fácilmente. Siempre tenía el control de sí mismo. Siempre había explicado por qué hacía una cosa u otra. Me besó y acarició, llevándome al éxtasis.

Yo era tan real para él como él lo era para mí y justo entonces me golpeó el hecho de que yo significara algo para él. En cualquiera que fuera la capacidad que él tuviera para ello, yo significaba algo. La ironía de aquella epifanía hizo que mis tripas se retorcieran. Ahora que sabía a qué se parecía el verdadero horror sabía que nunca lo había sentido con Caleb. Incluso cuando me hacía daño, cuando me hacía sentir vergüenza, estaba allí para darme masajes, sostenerme, asumiendo la responsabilidad de mí. Nunca haría las cosas que aquellos hijos de puta habían hecho. Lo sabía. ¿Pero algo de eso importaba? No lo sabía. Quizás nada importara realmente.

Había intentado tanto ser algo, alguien. Había tratado de hacer que mi vida significara algo. Pero, sentada aquí en este momento, desolada, vacía y aún cautiva, sabía que nunca iba a escribir un guión, o un libro, o dirigir una película. Sentía que nunca iba a ser nada más que lo que todos asumían que sería. Nada de lo que hacía importaba. Nunca lo hizo. Nunca lo haría. Y había sido completamente ingenua asumiendo que sería de otra manera, pero la esperanza y los sueños nunca habían parecido malos.

Finalmente contesté a su pregunta.

—Ya no importa, Caleb. —Sonaba frágil, cansada—. Nada importa.

Se quedó callado unos pocos segundos pero noté que estaba enfadado. Pero también lo estaba yo. Incluso en mi estado de adormecimiento, estaba furiosa. Le miré. Los sutiles cambios que no había notado al principio, fueron completamente visibles para mí. ¿Qué ventana hacía su interior tenía ahora? ¿Sabía él que lo veía? Peor aún, ¿podía él ver dentro de mí en realidad?

—Tú y yo sabemos la verdad. Lo que te hicieron sí que importa. —No había enfado en su voz, sólo certeza—. Todo importa. Todo es muy personal. Lo sabes tan bien como yo. No actúes como si estuvieras tan derrotada, ambos sabemos que tú no eres así.

Me reí, pero la risa murió en mi garganta y salió como un grito estrangulado.

—¿Cómo podrías saberlo? —Él nunca antes me había contestado completamente y sus palabras a menudo olían a verdades a medias, pero de algún modo extraño, sentí que era porque no sabía cómo contestar. En otras palabras, quería contestarme—. No me conoces. Ni las cosas más simples, ni siquiera mi nombre.

Más silencio. Le miré fijamente, esperando su rabia, deseándola. Necesitaba provocar una pelea con alguien que sabía que realmente no me haría daño. Necesitaba discutir. En aquel momento supe que Caleb tenía razón, rendirme no era lo mío, no importaba cuánto quisiera hacerlo. Él permaneció tranquilo, manteniendo sus ojos cerrados. Su hermoso pelo dorado estaba teñido de castaño rojizo, había sangre seca en el nacimiento de su pelo. Me estremecí. «Les hice pagar». Deliciosas y hermosas palabras, algo que nunca podría escuchar de nadie más que de un hombre como Caleb.

Hubo un cambio en su cuerpo, sus músculos estaban tensos pero él permanecía completamente inmóvil. Su expresión era fría, rígida, pero no estaba dirigida a mí.

—Tienes razón. No sé tú verdadero nombre. Pero tampoco sé el mío y eso nunca me ha impedido saber quién soy o tomar lo que quiero.

Sus palabras fueron lo último que esperaba. Me senté atónita y confusa. Me estaba diciendo algo importante pero no estaba segura de qué hacer con ello o si aliviaría mi dolor. Entendí que era algo que poca gente sabía y, por su expresión, le importaba mucho. Esto hizo que mi corazón se acelerara por saber que, de alguna manera, acababa de abrirse a mí. Me di cuenta de que quería saber cómo se había convertido en la persona que estaba sentada a mi lado. Caleb. No era su verdadero nombre. No sabía su verdadero nombre.

«¿Qué te pasó, Caleb? ¿Quién te hizo esto? ¿Y por qué me estás haciendo esto ahora a mí?». Observé su rostro, las facciones duras, pero sin proyectar su comportamiento habitual. Lo sentí entonces.

Hubo un momento, durante todo mi estudio de películas y guiones de cine, en que me di cuenta de algo elemental acerca de los seres humanos y de por qué me había sentido atraída por ese mundo imaginario. Cada obra intentaba describir la condición humana en toda su gloria: lo bueno, lo malo y lo feo. Al principio, había sido una extensión de mi propia vida, extrañamente reflejada en este mundo de "ficción".

Cada historia quería, no —necesitaba— revelar la fragilidad humana, una esclavitud humana que ataba a la gente a las cosas que hacían y la persona que llevaban en sus mentes. Esas historias eran reales y a veces terribles, pero las personas eran las personas y las acciones no cuentan la historia completa. Yo había visto las acciones de este hombre, Caleb. ¿Quién era este hombre entero, sin barreras, y vulnerable? ¿Quién era este hombre que podía hacerme esto a mí, a cualquiera, y vivir consigo mismo? ¿Y qué clase de persona era yo, para ver un poco de luz en él que de alguna manera era redimible? ¿Por qué lo intentaba? Pero, lo más importante, ¿por qué lo hacía él?

Esperó. Esperé. Yo quería presionarlo, para ahondar en busca de más, pero sabía que eso sólo lo alejaría. Me había tirado un guante. Él haría todo lo que estuviera en su mano y si yo quería saber más, entonces dependía de mí hacerle sentir en deuda conmigo. Tal vez cuanto más supiéramos el uno del otro, más cercanos nos volveríamos y, quizás, posiblemente, podría convencerle para que dejara de lastimarme.

Ríndete, me había dicho en una ocasión. Había querido que me rindiera. No solamente mi cuerpo. Mi mente. Lo intentaría. Lo intentaría por él. No por el hombre sádico y confuso que se sentaba a mi lado, no por Caleb. Lo intentaría por el atractivo extraño que había debajo. El que había conocido en la calle aquel fatídico día, el hombre sin nombre. Estaba dispuesta a intentarlo y, de forma gradual, a entenderlo y lo que resultara de ello, dejaría que lo decidiera el destino. Hice el primer movimiento porque él no lo haría. Tal vez no podía.

—Una parte de mí piensa que en realidad estoy contenta, por estar lejos de mi antigua vida. —Me di cuenta de que estaba sorprendido por el giro de la conversación y resultaba agradable sorprenderlo, para variar—. No es que esto sea mucho mejor, pero por lo menos tú me querías de vuelta… No creo que mi madre lo quisiera. —Lamí mis labios secos y me obligué a continuar—. Ella piensa que hice todo esto por mí misma. Que me escapé… que soy una puta. Pero ella siempre ha pensado eso. —El nudo en la garganta se movía hacia abajo en vez de hacia arriba. Sorprendentemente, mis músculos se relajaron. Me sentaba bien decir las cosas en voz alta. Le había contado cosas de mi pasado a Nicole, pero esto era diferente. Caleb era fuerte. Él no se estremecería.

De alguna manera sabía que él podía soportar el peso y no sentiría la carga y el malestar incómodo asociado a ello, como le había pasado a Nicole.

—Se odia a sí misma, y yo soy una parte manifiesta de ella. —Los ojos de Caleb se abrieron lentamente, con el ceño fruncido, decidido a escuchar. Continué—: Cuando tenía trece años mi madre pilló a su novio besándome. Mejor dicho, nos pilló besándonos. Él era más joven que ella, un inmigrante que buscaba una tarjeta de residencia. Mi madre buscaba un hombre que no pudiera abandonarla. Su nombre era Paulo. Nunca quise causarle ningún problema a mi madre. Sólo quería ser como las otras chicas, vestir igual que ellas, hacer las cosas que hacían. Pero ella era demasiada estricta. En cierta manera… —Las lágrimas manaban de mis ojos—, en cierta manera… me gustaba la forma en que me miraba. Los chicos de la escuela realmente no me miraban, ya sabes. Yo siempre llevaba esos horribles vestidos largos. Pero Paulo… me miraba como si fuera la cosa más hermosa que hubiese visto jamás.

A través de la cama, los dedos de Caleb se desviaron lentamente hacia los míos. Antes de que pudiera retirarse, coloqué mi mano abierta con vacilación, con la palma hacia arriba sobre la cama. Sin decir una palabra, sus dedos se entrelazaron con los míos.

—¿Qué pasó después? —Su voz era áspera, ribeteada con algún tipo de emoción que no podía distinguir.

—Mi madre estaba durmiendo. Yo estaba viendo la televisión en la sala. Había una película en Cinemax protagonizada por Shannon Tweed. —Caleb no reconoció el nombre de la actriz de cine erótico más tristemente célebre de todos los tiempos. Casi me hizo sonreír. Había algo dulce e inocente en ello. Algo inocente bajo la fachada de Caleb.

Me apretó la mano, animándome. Sentía que tenía alguien de mi lado y la ironía que había en ello no me pasó desapercibida. Mi madre no me había creído, pero sabía, lo sabía, que Caleb sí lo haría. Porque yo decía que era la verdad.

—Había una… escena de sexo. Estaba sola, así que…, empecé a acariciarme los pechos. Sabía que estaba mal estar viéndola, pero… todo lo que hacía estaba mal. —Apreté la fuerte mano de Caleb mientras mi ansiedad crecía y la antigua vergüenza amenazó con desgarrar lo que quedaba de mí. Paulo me pilló. Llevaba uno de esos calzoncillos tipo slip y podía ver que se le había puesto realmente dura. Nunca había visto eso antes. Nunca mostraban eso en las películas. —Más lágrimas corrían por mi cara, estaba cegada con ellas. Mi vista nadaba en una acuarela de recuerdos. Intenté levantarme e irme a la cama pero él me detuvo. Estaba borracho. Podía oler la cerveza en su aliento cuando me empujó de vuelta al sofá. Puso su mano sobre mi camiseta. Le dije que parara. Pero… dijo que si no le besaba le contaría a mi madre lo que había estado haciendo. —Sollocé sin querer.

—Está bien, Gatita, no hace falta que me cuentes más. —El cuerpo de Caleb estaba cerca del mío, su calor presionando mi costado, pero él sólo sostenía mi mano.

—¡No! Tengo que decir lo que pasó… el por qué ella ya no me quiere. —Cerré los ojos con fuerza, destrozándome a mí misma con dolor tanto físico como emocional. Quería que supiera esto de mí. Quería que hiciera lo que siempre hacía cuando estaba hecha polvo. Quería que se llevara el dolor.

—Me besó. Fue mi primer beso. Sabía a cerveza, pero eso no era tan malo. Por alguna razón, siempre me ha gustado el olor a licor. Me besó y mi cabeza flotó. Cuando me dijo que abriera la boca… lo hice. Después de eso fue diferente. Ya no me gustó. Su lengua era viscosa y no dejaba de moverse en mi boca como una serpiente, entrando y saliendo. Era asqueroso. Traté de apartarlo pero no me dejaba. Mi madre nos sorprendió. Paulo se levantó de un salto. Su horrible erección de mierda presionando contra su ridícula ropa interior. Pero ella no estaba enfadada con él. Estaba enfadada conmigo. Miró hacia la televisión y de nuevo a nosotros. Intenté explicárselo pero sólo dijo: «¿Es esto lo que haces cuando me voy a la cama, Livvie? ¿Te pones ropa de puta y tratas de seducir a tu padre?». «Él no es mi padre» le dije, pero esa no era la cuestión. Traté de explicar que él fue quién me besó primero. Que no se lo pedí. No quería que lo hiciera, no, de verdad. Paulo no dijo nada. Era como si supiera que todo aquello iba sobre nosotras, sobre mí y sobre mi madre. Actúa como una puta y serás tratada como una, Livvie. Esto era todo lo que tenía que decirme. —Lloré durante un rato después de repetir las palabras de mi madre—. Fueron esas las palabras que resonaban en mi cabeza cada vez que pensaba en rebelarme contra mi madre en los años siguientes a aquella noche. 

Caleb se sentó en silencio. Su mano sosteniendo la mía sin apretar. Quería mirarle pero no me atrevía. No podría soportar la mirada de repugnancia que podría mostrarme. O la mirada de compasión.

»Paulo fue deportado. Pero mi madre nunca me perdonó. Dejó de prestarme atención, enfocándose en mis otros hermanos y hermanas… especialmente en mis hermanos. Era como si yo fuera un fantasma en la casa de mi madre. Presente, pero no real. Intenté congraciarme con ella. Fui la jodida hija perfecta. No tenía citas, no salía. Sacaba buenas notas. Usaba la ropa más poco favorecedora que podría encontrar. Pero…

La voz de Caleb se abrió camino entre mis recuerdo.

—Pero ella te culpaba por arruinar su felicidad.

Asentí. Mi adormecimiento finalmente había vuelto.

Sentí mi brazo siendo levantado lentamente y luego sentí los suaves labios de Caleb presionando el dorso de mi mano.

—Por si sirve de algo, Livvie, yo nunca pensé en ti como una puta. Y eres… la cosa más hermosa que he visto jamás.

Levanté mi cara hacia la suya. Dios, era hermoso. Muy hermoso porque, por primera vez, le estaba viendo a él y mientras durara este momento, me lo tomaría como lo que era. Sonrió con dulzura y yo sabía que él estaba disimulando muchas cosas. Mi cara era un espantoso desastre y aún así todavía pensaba que era hermosa.

—Bueno… tal vez ese sea mi problema entonces… demasiado guapa. —Su risa se desvaneció y deseé haber mantenido mi boca cerrada. Me esforcé por corregirlo—. ¡Eh!, ahora sabes mi nombre.

Apenas sonrió y retiró despacio su mano de la mía. La calidez entre nosotros se disipó rápidamente. Las lágrimas brotaron de mis ojos nuevamente cuando se levantó. 

—Siempre serás Gatita para mí… Livvie.

Era mi turno de sonreír débilmente. Sus palabras, como siempre, podrían tener un doble sentido.

Rodeó la cama y se dirigió a mi lado izquierdo. Se inclinó en la mesilla de noche y abrió el cajón de arriba.

—Esto es para el dolor. —Levantó una jeringa y retiró la tapa.

—¿Qué es eso? —pregunté, sintiendo terror por la aguja.

—Ya te lo he dicho.

—¿Qué pasa si no lo quiero?

Miró un poco divertido ahora. 

—En un momento, cuando se pase el efecto de la última dosis, lo querrás.

—¿Me hará dormir? No quiero dormir.

—No. —Tuve la clara impresión de que me estaba mintiendo—. Sólo hace que el dolor sea más fácil de soportar.

—¿Y tú? —Estaba repentinamente ansiosa. Y tímida.

—¿Qué pasa conmigo?

—¿Vas a dejarme aquí sola?

El largo silencio me hizo preguntarme hasta qué punto me había imaginado los últimos minutos.

—Si quieres, me quedaré.

Caleb me miraba fijamente, pero no dije nada. No podría soportar admitir lo vulnerable que me sentía. Mi madre me había dejado ir. Estaba libre de ella, pero no era libre.

—¿Gatita? —Su voz era tranquila, sus ojos azules estaban llenos de una emoción que no podría expresar con palabras, pero su mirada y su tono habían adquirido una expresión distante. Sacudió la cabeza bruscamente, despertando de su aturdimiento breve. ¿A dónde se había ido?

Tras un momento de vacilación, dije con voz ronca:

—No quiero estar sola.

—Me quedaré —dijo en voz baja.

Mi cara se sentía como si hubiera sido golpeada con una bolsa de martillos. Pero él aún estaba aquí. Cuidando de mí. Porque sabía que necesitaba que lo hiciera. Retiró la sábana con cuidado y me miró mientras me levantaba el camisón que llevaba puesto justo por encima de la cadera. Jadeé. Mis piernas estaban cubiertas de hematomas, algunos de ellos con forma de suela de bota.

—Mírame, Gatita. —Nuestros ojos se encontraron cuando sentí el pinchazo de la aguja.

Momentos después, mis párpados se volvieron pesados, y estaba volando, cayendo en picado y luego volando otra vez. No soñé, sólo volaba hacia el horizonte que no era ni blanco ni negro.

Caleb podía y me haría daño. No hoy, pero tal vez mañana o al día siguiente. Sin embargo, por primera vez, sabía que no podría destruirme. A él le importaría si yo no existiera. Y pasara lo que pasara, aterrizaría de pie, porque Caleb me había mostrado lo que tenía dentro de mí. Era un regalo extraño, de origen inesperado.