11

 

—¿DÓNDE está, Caleb? —El tono de Rafiq era enojado, con furia contenida. Caleb lo conocía bien. Era el tono que Rafiq había adoptado al principio cada vez que le hablaba a Caleb, cuando había sido un niño difícil. No le gustaba, ni un poco.

Era media tarde y la chica había desaparecido. Ella podía estar a cientos de kilómetros de distancia en este momento. ¿Por qué diablos la había dejado ir? No era propio de él ser tan impulsivo, o estúpido. Aunque últimamente, no estaba tan seguro. Primero que no había podido asegurar su arma. Luego, la dejó escapar en medio de la noche. Y ahora, había puesto factores desconocidos en juego.

—No sé dónde está Rafiq. Si lo supiera, estaría buscándola en este momento.

—¿Lo estarías? —La pregunta tenía fuertes implicaciones. ¿Cuándo había empezado a dudar Rafiq de él? ¿Cuándo le había dado Caleb motivos? La respuesta a ambas preguntas era, por supuesto, ahora.

Entonces Caleb le respondió con la misma furia contenida:

—Entiendo lo importante que es, Rafiq. Sé por qué estoy aquí.

«Para destruir a Vladek». Se sentía vagamente desligado. ¿Dónde y cuándo había perdido su objetivo? ¿Cuándo había flaqueado su enfoque? Extrañamente, no se sentía culpable. Ya estaba pensando, podría encontrar a Vladek de otra manera. La necesidad era la madre de la invención. Sin embargo, no sabía por qué la había dejado ir. Había sabido que ella estaba cerca, tal vez escondiéndose con el camarero, el lenguaje corporal del motorista le había dicho lo mismo. Así que, ¿por qué? ¿Por qué de repente arriesgaba tanto cuando no tenía nada que ganar y sí mucho que perder?

—Normalmente estaría de acuerdo contigo Caleb —dijo Rafiq suavemente—. Pero tú no tienes el hábito de cometer errores, y mucho menos de esta magnitud. ¿Has olvidado tan fácilmente lo que he hecho por ti? Yo te encontré. Te ayudé a convertirte en el hombre al cual tus enemigos temen. ¿Quieres que te recuerde dónde estarías sin mi intervención? —Caleb apretó la mandíbula fuertemente.

—No, por supuesto que no. —Era imposible que Caleb lo olvidara ya que a Rafiq le gustaba tanto recordárselo—. También quiero recordarte que soy yo quien mata por ti. —Había querido que sonara como una amenaza, pero por algún extraño motivo le salió como una súplica. Como de un niño a un padre. Se hizo un largo silencio en el otro extremo de la línea y mientras más largo era más inquieto se sentía Caleb.

—Te he fallado Rafiq. Voy a hacer lo correcto. —De alguna manera él iba a arreglarlo.

—Lo siento, dude de ti khoya —respondió Rafiq, suavizando la voz—. Sé lo mucho que has sacrificado. Es sólo que…

—Entiendo Rafiq. —Hizo una breve pausa—. Voy a hacerte saber el momento en que la encuentre.

Caleb colgó antes de que algo más pudiera ser dicho. Necesitaba pensar y cuanto más hablaba con Rafiq, más pensaba en las cosas equivocadas a pesar de que no tenía idea de que era lo correcto. Nunca había sido una persona que lidiara con ligeras diferencias.

Caleb se apretó la frente con los dedos y trató de aliviar parte de la presión allí. ¿Estaba traicionando a la única persona en quien confiaba? La pesada realidad finalmente se hizo presente. ¿Quién era él de repente? Ciertamente no un hombre de palabra.

La ira bulló como bilis en su pecho. Era ella. Desde que había puesto los ojos en ella no había más que confusión y conflicto en él. Se había dejado sentir… algo. Y ella le había pagado apuntándolo a la cara con su propia pistola. Sus dedos tocaron el lado izquierdo de su rostro. Aún herido, en más de un sentido. Empujó a su mejilla, con ganas de sentir la fuerte picazón, quemando justo bajo la superficie. Tenía que encontrarla. Traerla de vuelta. Tomar el control de ella y en el proceso, de él mismo.»¿Era esa la única razón por la que la quería de vuelta?». Pensó en su suave cuerpo apretado contra el suyo, su brazo alrededor de su cintura.

La había dejado ir, lo había hecho a través de su propia estupidez, pero la dejó ir. Y en todo lo que podía pensar era que ella ni siquiera había mirado atrás. Sólo huyo… de él.

Casi no quería encontrarla, pero no podía parar hasta que lo hiciera. No iba a fallar de nuevo. El enfoque y la objetividad sustituyeron a la inquietud y confusión. Era el momento de hacer una visita al camarero.

* * *

 

Después de que Caleb había dejado el bar, me había negado a dejar mi escondite bajo el mostrador durante más de una hora. Al menos yo pensaba que había pasado tanto tiempo, mi sentido del tiempo era probablemente mayor. Eso era lo que te hacía el pasar semanas secuestrada en una habitación oscura. Finalmente, el gigante que se hacía llamar Pequeño me había levantado por el brazo y me sacudió hasta que detuvo la histeria.

Cuando me calmé, le pregunté:

—¿Por qué me estás ayudando?

Él sólo me frunció el ceño.

—Porque parece que te vendría bien un montón de ayuda. Y eres Estadounidense.

Me llevó afuera donde el camarero, Javier, esperaba en un viejo y oxidado camión azul bebé de origen indefinido. Tenía miedo de entrar al camión. No sabía a dónde planeaban llevarme, o lo que pensaban hacer conmigo una vez me tuvieran donde querían. Sólo sabía que Pequeño me había dicho que estaría a salvo y él me ayudaría. Si hubiera habido más opciones, me habría mantenido lo más lejos posible del sucio motorista. El hecho era este: no tenía mejores opciones, y él lo sabía. Así que me metí en el camión.

Sólo nos llevó unos quince minutos llegar a una pequeña choza de cemento. Mierda. Mi miedo nunca disminuyó, incluso subió varios puntos al mirar alrededor, me forcé a mí misma a seguir mirando, atenta. Lista para correr. Una alambrada rodeaba la estructura y de hecho unos pocos pollos andaban picoteando sin rumbo en el suelo. El aire era pesado con el olor del calor y excrementos de animales. Sin embargo, había una sensación "acogedora" en el viejo y destartalado edificio. Había un triciclo de un niño tirado de lado junto a la casa, uno de los pollos picoteaba el asiento roto.

—¿Qué hacemos aquí? —le pregunté. Me sentí estúpida, pero esperanzada. Esperanzada de que pronto iríamos hacia la frontera. Por un milagro o una intervención de Dios. Me conformaría con un teléfono. Esperaba demasiado, y de un extraño. Estaba cansada de conocer gente nueva.

—Necesitamos cambiarnos de ropa. Además Javier tiene un teléfono que podemos usar para hacer nuestros arreglos.

Me sentí triunfante al saber de la existencia de un teléfono, pero luego encaje el resto de sus palabras.

—¿Qué arreglos? —La sensación de malestar que sentía se duplicó. El pánico rápidamente hundiéndome.

Pequeño bufó.

—Como dicen cariño: culo, hierba, o efectivo, nadie se lo monta gratis. Y ya que no tienes hierba y prefiero efectivo a culo… creo que sabes a dónde voy con esto.

Mi corazón saltó a toda marcha, golpeando fuertemente en latidos entrecortados en mis oídos: boom-boom-boom.

—¿De cuánto dinero estamos hablando? —No quería confesar cuan jodidamente quebrada estaba mi familia. Ciertamente no quería tener que pagar con mi culo.

—¿Una pequeña cosita linda como tú? Yo diría que vales al menos cien mil dólares para alguien. —Casi vomito con el vuelco que dio mi estómago ante sus palabras. Mi familia no tenía ni cerca de esa cantidad de dinero. La única persona que sabía que podría tener esa cantidad de efectivo era Nicole, pero no era suyo para darlo ¿verdad? Pertenecía a sus padres y apenas sabía de ellos. Nicole siempre estaba sola en esa casa grande. La desesperación me atravesó. Por escapar, sólo por esto. Me quedé mirando a Pequeño. Sentí una gran frustración desatándose dentro de mí, tratando de salir. Luchar o huir. Estaba por hacer ambas.

—¿Y si no? —le susurré en voz baja, en realidad no quería saber la respuesta, pero tenía que hacer la pregunta porque era un resultado probable—. ¿Crees que valgo tanto para alguien?

Él me miró y sonrió.

—Oh, estoy seguro de que lo vales al menos para tu chico Caleb. —Me miró de arriba abajo, despacio, lascivamente, y me sonrió ampliamente—. ¿No lo crees, cariño? —Me tragué la bilis en ese momento. ¿Dónde estaba el camarero? ¿Dónde había ido? ¿Acaso importaba?

Agarró mi brazo envolviéndolo con su mano carnosa, sudorosa y me arrastró tras él. Mientras luchaba por soltarme. No se lo iba a poner fácil. Se rió de mí todo el camino y yo sabía que me hacía más daño a mí misma, que a él.

La casa se conservaba mejor por dentro que por fuera. Incluso había fotos en las paredes de cemento, en su mayoría pinturas religiosas. Justo en frente de mí, a través de la pequeña sala había un sofá cubierto de plástico y sobre él una imagen de Cristo en la cruz, con su expresión de dolor, las lagrimas de sangre corriendo por su rostro mientras miraba hacia el cielo preguntándose por qué Dios lo había abandonado. Yo podría hacerme la misma pregunta. Había escapado del Diablo y aún no sabía por qué, lo que sí sabía era que me iba a costar cien grandes, o tal vez mucho más.

—¿Dónde está el teléfono? —pregunté con voz ronca, al borde de las lágrimas. Aspiré el caliente aire y la desesperación. Oré porque la familia de Nicole me ayudara. No estaba segura de que tan grandes eran las posibilidades de que eso pasara, si me creerían, y mucho menos si me ayudarían. ¿Llamarían a la policía? ¿Me colgarían? Pequeño señaló el extremo del sofá donde había un viejo teléfono giratorio, mi salvavidas, esperando que hiciera la llamada más importante de mi vida.

* * *

 

No había sido muy difícil averiguar dónde vivía el camarero, sólo fue cuestión de esperar que los clientes habituales llegaran al bar y luego empezar a repartir muchos billetes del tío sam. Todos los ciudadanos de los países polvorientos entendían el valor del dólar. El dinero estadounidense representaba una vida americana, una oportunidad de perseguir un futuro mejor del que tenían destinado. Un futuro por el que valía la pena robar, matar y vender el alma de uno. Caleb no pudo evitar reírse de lo fácil que había sido encontrarla. Él le había dicho que la encontraría y lo decía en serio. Una vez más, no lo había escuchado.

En lugar de eso, Caleb había logrado con éxito su objetivo. Había en él un sentimiento de victoria. Pero también había algo más. Conflicto. Siempre se encontraba en conflicto cuando se trataba de ella. ¿Qué haría cuando la volviera a ver? ¿Golpearla? ¿Gritarle? ¿Azotarla hasta que llorara y rogara misericordia o cubrirla de besos causaría el mismo efecto? Con ella nunca sabía, no hasta que el momento lo absorbía, controlándolo.

Volvió a la plantación, sin ninguna prisa por recoger su premio. Victoria y rabia aparte, no iba a disfrutar de nada de lo que tendría que hacer a continuación. Esperaba que el camarero no tuviera familia. Esperaba recuperar a su Gatita sin demasiada agitación. Esperaba no tener que matar a nadie. Sin embargo, dudaba de cada uno de estos escenarios. Así que siguió caminando. Sin prisa.

Mientras escuchaba la tierra caliente crujir bajo sus botas, se quedó mirando el paisaje del pueblo. No mucho más allá, estaba la ciudad. Ahí estaba ella, en una de las muchas casas construidas en arena, arcilla y cal, sudando bajo un techo de lata oxidada. Había cientos de ellas, levantándose ante él en el horizonte, pero no importaba. La ciudad podía parecer grande, pero era muy pequeña para todo lo que importaba. La pobreza generaba desesperación, la desesperación daba paso a la corrupción y la corrupción le garantizaba un refugio seguro. No importaba lo que pasara esta noche, Caleb regresaría y no lo haría con las manos vacías.

El talón de su bota golpeo fuertemente el suelo. Ella nunca miró atrás. Ni una sola vez. Simplemente había huido de él. Su ira se levantó.

—¿Me siento con suerte? Sí Gatita, me siento muy afortunado. —Siguió caminando. Era mejor golpear mientras su ira estaba caliente y su pasión fría como el hielo.

* * *

 

El sol caía sobre mis hombros, aunque era de tarde. El polvo cubría mi cuerpo de la cabeza a los pies y me llenaba la boca mientras íbamos por la carretera en la motocicleta de Pequeño. Javier me había dado uno de los vestidos de su mujer. Por desgracia, era un poco más alta que la mujer y el vestido no me quedaba mejor que un camisón. Pero era negro y eso era bueno. Me había puesto la chaqueta de Caleb sobre el vestido. Era el único consuelo que tenía frente a lo que se avecinaba.

Nicole venía por mí. O por lo menos había prometido que lo haría. En el momento que escuché su voz, había estallado en lágrimas de alivio y alegría pura. Ella también lloró. A través de la conexión granulada, escuche como me decía con voz tensa que nunca creyó que yo hubiera huido, no sin ella. También dejó en claro que mi madre no tenía tanta fe en mí.

De hecho, hizo a Nicole totalmente responsable de mi desaparición, exigiendo a la policía que la interrogaran y la obligaran a confesar mi paradero. Cuando eso no dio resultados, porque no había ninguna indicación de nada turbio (mis libros nunca fueron encontrados) y yo tenía dieciocho años, ella había recogido todas mis cosas y lo había tirado en el jardín delantero de Nicole. Mi madre le había gritado a Nicole, llamándola puta y egoísta ricachona. A mí me había dicho cosas peores. Mi corazón se hundió en mi estómago, extinguiendo un poco mi alegría. Tal vez Caleb había tenido razón. Sin embargo, Nicole me aseguró que todo estaría bien, que llamaría a mi madre y le explicaría. Le dije que no se molestara. Ella no había dado una mierda por mí. De alguna manera, en este momento, me importaba un carajo. Sólo quería vivir. Quería salir de este infierno.

Lo que necesitaba era efectivo, mucho. Cien grandes para ser exactos.

—¡Hostias Livvie! ¿Cómo se supone que obtendré esa cantidad de dinero? Mis padres están en un crucero en estos momentos. —Eso no era lo que necesitaba escuchar. Había mirado a Pequeño y Javier, uno de ellos me miraba expectante, y el otro mantenía el ojo en la puerta. Me gustaría que en el bar hubiera estado sólo Javier, que parecía más influenciable, pero de nuevo, también él dejó que me capturaran.

—Necesito ese dinero Nick. Por favor —dije, con voz aguda y casi un chillido—. No sé lo que van a hacer conmigo. —Eso la silenció y estaba en medio de decirme algo cuando Pequeño tomó el auricular y le hizo saber claramente lo que haría conmigo si no venia. Últimamente terminaba siendo propiedad de alguien a donde quiera que fuera.

Me miró. «Debería haber llamado a la policía», pensé, mirándolo. Pero ya sabía que mi propia madre no había podido ayudarme, era muy probable que a los policías le importara incluso menos. Especialmente en un país pobre y con problemas de drogas como México. Tenía que elegir entre malo, peor e insoportable. No era una elección en absoluto.

—Nos vamos, ahora.

No me molesté en preguntar a dónde. Condujimos, demasiado rápido para considerar saltar pero aun tenía una pequeña esperanza de que este jodido plan funcionara, y me gustaba ser libre. Cuando la motocicleta de Pequeño empezó a disminuir la velocidad, mi corazón se aceleró.

Nos dirigíamos hacia Chihuahua. Nicole nos encontraría allí mañana por la noche con el dinero. Cómo lo haría, no tenía ni idea. Lo que era peor, no sabía si podría hacerlo. Sólo sabía que ella le había dicho a Pequeño que estaría allí con el dinero. Si era un farol, no importaba, ganaba tiempo. Primero tuvimos que hacer una parada y recoger al resto de la «pandilla» de Pequeño. No estaba nada emocionada de conocer a más gente como Pequeño, pero como de costumbre no tenía otra opción. Tiré de la chaqueta de Caleb más cerca de mi cuerpo.

Viajando más lentamente, su olor flotó hasta mi nariz llevando mis pensamientos hacia él. ¿Qué pasaría ahora? ¿Estaba buscándome? ¿Y por qué la idea me llenaba tanto de una sensación de temor como de esperanza? ¿Esperanza de qué? Por un momento, deseé estar en la cama junto a él, dándole la oportunidad de ser amable. Tal vez me hubiera dejado ir con el tiempo. Parpadeé con fuerza. «Hiciste lo correcto Livvie. Esto puede funcionar, puedes lograrlo».

A medida que nos acercábamos a una casa en ruinas, escuché voces riendo, gritando, y charlando mientras la música rock a todo volumen llenaba el aire. Me tambaleé y casi me caí cuando bajé de la moto. Pequeño se echó a reír mientras se dirigía hacía la puerta.

—Ten cuidado pequeña, no querrás tener la moto cayendo sobre ti. —Yo no pensaba que eso fuera malditamente divertido.

Abrió la puerta de la casa y dejó escapar algo más abrumador que la música, el olor de la marihuana. Me quedé fuera un momento, lamentando cada decisión que había tomado para llegar aquí, y luego entré por la puerta. Toda la conversación se detuvo. Nueve motoristas, entre ellos una mujer joven, se volvieron a mirarme. Me tensé ante su descarado escrutinio, la mayoría de ellos confundidos, y algunos aparentemente curiosos.

—Todo el mundo, esta es Jessica —me presento Pequeño, sonando alegre y en su cabeza seguramente contando su dinero. Decidí usar un nombre falso, por la sencilla razón de que no quería que nadie supiera el verdadero.

—Nadie la joda —me miró lascivamente—, a menos que ella lo quiera. —Se hizo un tenso silencio, a excepción de la versión larga de November Rain que salía a través de los altavoces de mierda del estéreo portátil. Me encogí más en la chaqueta de Caleb, aspirando nuevamente su reconfortante olor, otra decisión que lamento. Toda esta maldita cosa era una retorcida ironía. Pequeño se volvió hacia mí, para terminar las presentaciones.

—Jessica estos son Joker, Smokey, Casanova, Stinky, Boston, Abe, Hog, Kid, y su perra Nancy.

¿A quién mierda le importa? Estoy segura de que a mí no. Los miré fijamente con expresión vacía, sin ver a ninguno de ellos.

Nancy me dio una insidiosa mirada, como si yo acabara de saludarla llamándola puta.

No dije nada. Crecer en la pobreza y en Los Ángeles me había enseñado algo. No mostrarse débil, pero tampoco debía mirar demasiado desafiante o alguien podría tomárselo como un reto. Y joderme. Eché un vistazo alrededor, manteniendo la mirada por un instante antes de apartarla, sin responder y sólo asintiendo brevemente en reconocimiento. Deseé que Caleb me hubiera enseñado algo más valioso que el soportar una mano fuerte en mi culo. Casi me reí, sintiendo un momento de histeria, y me mordí la lengua. No iba a enloquecer, no cuando tenía que estar alerta.

—Nancy, ¿por qué no acompañas a Jessica y le consigues algo de comer antes de que empaquemos y salgamos? Quiero llegar a Chihuahua antes del anochecer.

Nancy puso los ojos en blanco en respuesta a Pequeño y luego me miró un momento antes de decir:

—Bueno, vamos.

Nancy y yo nos dirigimos por un corto pasillo a otra pequeña habitación. Dentro, unos pocos colchones de aire sucios y pequeños montones de ropa que parecían hacer las veces de sabanas y almohadas, estaban alineados en el suelo. Ella enojada pateó la ropa fuera de su camino y se dirigió hacia un rincón de la habitación donde había una cama cubierta de ropa, maquillaje, laca para el cabello y envoltorios individuales de condones. Aparté la vista, sin decir nada.

—Escúchame chica. Será mejor que me pagues por la comida o la sustituyas, porque no tengo dinero para andar tirándolo en nadie. —No dije nada, sólo la miré aturdida. Sería demasiado esperar que nos mantuviésemos unidas entre mujeres o que me mostrara un poco de simpatía. Me di cuenta de que pedía demasiado. Caleb me había enseñado a no esperar simpatía, aunque me había mostrado un poco de vez en cuando. O al menos eso había parecido teniendo en cuenta de donde procedía. Tenía que dejar de pensar en ese hijo de puta.

Ella tomó un par vaqueros cortos y me los pasó junto con un ligero top de cuero atado al frente. No pude evitarlo, hice una mueca ante el atuendo de prostituta. De repente, sentí un golpe directo al pecho y una pequeña pila de bocadillos cayó a mis pies. Apreté los dientes. Ella respondió con una mueca de desprecio. Perra. Tomé la bolsa de papas fritas y dos barras de proteína. Sí, me aseguraría de que obtuviese el reembolso por estas delicias. Mantuvo los labios apretados mientras pateaba otro montón de ropa hacia la esquina.

—Bueno, ¿te vas a quedar parada ahí o vas a sentarte a comer?

La miré con incredulidad. Luego se escucharon gritos provenientes de la otra habitación.

—¿¡¿Te has vuelto jodidamente loco?!?

Surgió una erupción de muchas voces.

—Traer a esa perra aquí fue un error hombre —dijo alguien.

—Jesucristo, Pequeño, debes deshacerte de ella mientras puedas —dijo otro.

—¿Cuándo te convertiste en un marica? —dijo Pequeño.

—¿Qué está pasando? —preguntó Nancy clavando sus ojos en mí como dagas. Miré hacia el suelo. Ella me agarró del codo, apretándome y fácilmente me empujó fuera de la habitación antes de ir a unirse a la discusión. Cuando Pequeño contó la verdadera historia, los gritos se intensificaron. Siguieron discutiendo por unos cuarenta y cinco minutos y entonces la mayoría de ellos decidieron irse y evitar “La tormenta de mierda”.

Nancy volvió, furiosa. Había encontrado un rincón donde esconderme mientras entraban en la habitación, no queriendo que ninguno de ellos me viera y empezara a gritarme. Se llenó bastante rápido, la mayoría de ellos acaba por lanzar unos pocos puñados de ropa en una mochila, obviamente eso era todo lo que traían. Los miré, sin sentir nada, aprender sus nombres no era lo único que no me importaba. Me sentía tan cansada y asustada. Yo quería… no estaba segura de lo que quería. El miedo y el terror me habían drenado, consumiendo mi energía y mis esperanzas. Desesperación dentro, esperanzas fuera. Repetir. Repetir.

—Vamos Kid, sólo larguémonos. —Escuché a Nancy. Levanté la mirada hacia la pareja que peleaba. Por la forma en que se aferraba a él, asumí que era el novio.

—Tú sabes que no puedo hacer eso, no puedo dejar a Pequeño solo. Además, no le tengo miedo a ningún maldito pervertido. Déjalo que venga, pondremos a ese hijo de puta bajo tierra para siempre.

Siguieron discutiendo.

—Bebé por favor, solo vámonos.

Después de unos momentos de tensión Kid respondió:

—No.

—Bien —dijo tranquilamente, furiosa. Y entonces salió de la habitación.

Cuando todo estuvo dicho y hecho, sólo Joker, Nancy, Abe, y Kid se quedaron a acompañarnos. Tuve que admitir que no parecían los tipos más agradables del mundo y ya sabía que Nancy era una tremenda perra, pero al menos por la mañana me dirigía a casa. Decidieron pasar la noche.

Era tarde, no sabía la hora, pero estaba oscuro. Me quedé en mi rincón por un largo tiempo mientras todos se sentaban a beber cerveza y a reír a carcajadas. Creo que me senté allí durante tanto tiempo que pudieron haberse olvidado que estaba allí. Nadie durmió, y yo no pude soportar nada.

Sólo esperaba que cayera la noche, sentada en mi rincón, escuchando el tiempo pasar. Pero esperando algo, no tenía idea de que.

* * *

 

Rescatada. Ella había sido rescatada. La familia de Javier estaba acurrucada en un rincón, Javier era sólo un cuerpo inerte, respiraba superficialmente, pero todavía estaba vivo. El hijo de puta iba a conseguir una parte rescate por ayudar a contrabandear lo que era suyo.

Lanzó una mirada en su dirección y al instante reconoció la mirada de súplica lastimosa en el rostro de la mujer. Su Gatita lo miraba de esa manera cuando tenía terror de lo que haría a continuación. De alguna manera, se imaginó que esa mirada lo había suavizado. Mientras seguía mirando a la esposa de Javier, algo dentro de él se retorció y tuvo que apartar la mirada. Había hecho bien en venir solo. También fue bueno que la esposa de Javier y su hijo estuvieran en casa con él. Eran la razón por la que Javier seguía viviendo. Él nunca mataría a un hombre frente a su hijo, pero Jair y el resto lo harían con mucho gusto.

Caleb se acercó a una mesa de café y tomó un lápiz corto y un bloc de papel que descansaban junto al teléfono. Gatita había usado ese teléfono, hoy. Había tocado todas estas cosas, pero allí no había ni rastro de ella. Pensó en su olor, todavía impregnado en la almohada de su cama, un poco de su cabello también. En el momento en que había sentido rabia, ahora…

Dejó caer el lápiz y la libreta al lado de Javier.

—Direcciones. ¡Ahora!1—Direcciones. Ahora. Javier balbuceo y lloró, baba sangrienta goteaba de su boca mientras obligaba a sus temblorosos dedos a escribir. Caleb lo miraba desapasionadamente. Rescatada. Si estaban reteniéndola mientras esperaban el rescate, y no se preocupaban por la ley, tratando de devolverla a los EE.UU. ¿Qué podían estar haciendo con ella en este momento? La furia rugió a través de él, y luchó contra el impulso de descargarla sobre Javier.

Las emociones sólo eran útiles para controlar, sobrevivir y tener éxito. Al parecer, estaba reaprendiendo lecciones que creía ya tener dominadas. Caleb recogió el trozo de papel lleno de sangre. El motorista no estaba muy lejos, pero también sabía que no podía ir solo. Tendría que volver a la casa y recoger a Jair y a unos cuantos hombres más, junto con las armas. Los motoristas estaban armados. Para su sorpresa, no era su propia seguridad lo que le preocupaba. Esa chica, esa maldita estúpida chica. Tenía que recuperarla.

Caleb no podía esperar para encontrarse con los motoristas.

* * *

 

Me levanté y corrí al baño a vomitar. Oí sus risas en el fondo y a Kid diciéndoles que eran unos gilipollas. Mis brazos se envolvieron alrededor de la tapa del inodoro, y probablemente tocando orina, pero sin comida en mi estómago y drogada por los vapores de la pipa, realmente no podía hacer mucho al respecto.

Seguían riéndose de mí. Imbéciles. Nunca debí bajar la guardia. Nunca debí haber confiado en nadie. Debería haber huido de Pequeño, y definitivamente no debería haber caído dormida en el cuarto de baño. Pero las nauseas y las arcadas secas me habían desgastado y estaba agotada. Y drogada.

Al principio, simplemente comencé a sentirme salida, mi piel se sentía caliente y era agradable. Un pequeño hormigueo se extendió a través de mi cuerpo y me estiré. Mis pensamientos se sentían líquidos y surrealistas, como si nada fuera real, como si estuviera cayendo, pero se sentía bien caer, y así lo hice. Me sentía arropada. Entonces la suavidad se convirtió en calor caliente e incómodo. Alcé de golpe mi confundido cuerpo. «Mi cabeza zumbando». Mis ojos empezaron a parpadear, pero no pude abrirlos completamente y de repente sentí la extraña sensación de mis pezones siendo tironeados a través de mi vestido por algo contundente pero firme.

Instintivamente, me empuje fuera de la presión de esas manos. Cuando me di cuenta de que era alguien, empujé con mis aletargados y débiles brazos y luego traté de protestar, de gritar fuertemente pero mi cabeza se sentía enorme y mi lengua se sentía como muerta en mi boca. Cuando sentí una boca en mi pecho, chupando, un grito escapó de mis labios. Y finalmente pude atravesar la bruma. Y me desperté.

—Shhh, no quiero despertar a todo el mundo. —Era una voz femenina, Nancy. ¿Qué… coño… pasaba? Traté de gritar, pero una mano me cubrió la boca. Era demasiado pesada y grande para pertenecerle a Nancy. Traté de gritar más fuerte, más allá de la mano. Y aún así, oí otra voz. Eran tres. ¿Pero quiénes? Estaba demasiado oscuro para saberlo.

—Apresúrate hombre, está despertando. —Agité mis brazos salvajemente, sorprendiéndome cuando unas manos femeninas los agarraron y los presionaron hacia abajo. La tela fue desgarrada y de repente mi pecho quedó al descubierto. El hombre encima de mí no perdió tiempo para tomar mi pecho en su boca, arañándome su barba incipiente. Con su mano libre, tiró de mi vestido, tratando de subirlo. Lo pateé salvajemente, pero se abrió paso entre mis piernas y su pecho desnudo se extendió sobre el mío.

—No seas tímida nena, sé lo que eres. Eres una puta ¿no? —Y luego dejó escapar la risa aguda que finalmente revelo su identidad. Joker.

—Dale la vuelta —dijo el otro hombre.

—No puedo hombre, si muevo la mano va a empezar a gritar.

—No seas tan malditamente maricón tío, te dejaré ir primero, tráela aquí.

Con los ojos abiertos y algo adaptados a la oscuridad, vi con horror como Joker agarraba su camisa que estaba cerca y la metía en mi boca mientras Abe me empujaba hacia delante sobre el pecho de Joker, haciéndome quedar a horcajadas sobre él. Mis brazos, fueron sujetados en mi espalda sin representar resistencia alguna. Yo lloraba y gritaba lastimeramente, pero mis gritos caían en oídos sordos.

—¿Por qué los dejas hacer esto? —le grité a Nancy que a pesar de la camisa que tenía en la boca seguramente me entendía. Se veía aterrada, pero su pánico parecía provenir de la rabia o la excitación. Sus ojos lucían salvajes, frenéticos. Disfrutaba tanto como los hombres.

Joker se tumbó de espaldas en el suelo con mis brazos sujetos en una posición insoportablemente incómoda. Mi mente despejada, destelló con horribles escenarios que no hicieron nada para ayudarme a encontrarle una salida a esta situación. Detrás de mí, Abe se bajó los pantalones y presionó su pene contra mí, buscando una forma de entrar.

—Oh dios te sientes bien nena. —Me empujé lo mas lejos de él que pude y tensé tanto mis brazos que casi parecía que se me iban a desprender. Mi lucha sólo sirvió para curvarme más incómodamente.

Finalmente, logré sacar la tela de mi boca y en un rápido movimiento mordí el hombro de Joker con tanta fuerza que su sangre chorreó en mi boca. Rugió y me sacudió la cabeza. Al momento siguiente volé por el aire, aterricé golpeándome las costillas contra el inodoro.

—¿Qué diablos? ¿Qué carajo? ¿Qué diablos? —gritó Abe una y otra vez mientras Joker seguía gritando y maldiciendo.

—¡Maldita perra! —gritó Joker. Me agarró del pelo y oí el horrible crujido de su puño conectando con mi rostro. Me atraganté con mi sangre y la suya.

—Oh dios hombre, ¿qué demonios estás haciendo? —gritó Nancy finalmente.

Pero no pudo hacer nada para detener a su compañero de patearme repetidamente en las costillas. Expulsé mi aliento y todo lo que pude escuchar fue Crack. Crack. Crack.

Los gritos y aullidos provenientes del cuarto de baño debían haber asustado a todos en la casa, porque la puerta se abrió de golpe.

—¡Oh, Dios mío! —gritó Kid.

—Maldito idiota, ¿qué hiciste? —vocifero Pequeño. Entonces no recuerdo nada más porque mi cuerpo empezó a estremecerse, y me dejé ir a la deriva.