2
CALEB guió a su hermosa cautiva hacia el centro de la habitación. Sus pasos eran vacilantes, asustados, como si esperara que él la empujase por un precipicio. Él la instó a avanzar sólo para tenerla empujándose hacia atrás contra él. No tenía ningún problema con eso. Podía retroceder contra él toda la noche por lo que a él concernía. Sin ofrecer resistencia, la dejó colisionar contra él, apenas conteniendo una carcajada cuando ella dejó escapar un grito ahogado y saltó hacia adelante como un gato evitando el agua. O en este caso, su erección.
Caleb extendió la mano para agarrar suavemente sus brazos, ella se quedó quieta, obviamente demasiado asustada como para moverse hacia adelante o hacia atrás. El deseo le recorrió. Finalmente la tenía —aquí— entre sus dedos, bajo su control. Cerró los ojos, embriagado por un momento.
Ella había llegado hacía unas tres horas, colgada sobre el hombro de aquel desecho humano, Jair. Ella estaba magullada, sucia y apestando a bilis y sudor, pero eso no había sido lo peor.
Uno de ellos, y no tuvo que preguntarse quién, le había golpeado en la cara. Un calor le bajó por la espalda en el momento en que vio la sangre de su labio, y el hinchado hematoma púrpura en su ojo izquierdo y mejilla. Resistió el impulso de matar a ese hijo de puta en el acto. Dudaba que la hubiera herido como último recurso. Era una mujer, ¿cuán difícil podría ser tranquilizarla?
Al menos, ella se las había arreglado para darle una patada en la cara. Habría pagado por verlo.
El sonido de unas suaves pero profundas respiraciones le devolvió los pensamientos al presente. El deseo que se había instalado cálidamente en su estómago se le hundió pesadamente en las pelotas y le engrosó dolorosamente la polla. Arrastró sus dedos sobre los hombros de ella mientras se movía hacía su lado izquierdo. Quería tener una mejor visión de ella. Sus labios rosados estaban sólo ligeramente separados, con los susurros de su aliento escapando a través de ellos.
Caleb no quería nada más que quitarle la venda, para mirar en esos desconcertantes ojos suyos, y besarla hasta que se derritiera bajo él —pero estaban muy lejos de ese punto.
Como un halcón, ella necesitaba la oscuridad para entender quién era su amo. Aprendería a confiar en él, a depender de él, para anticiparse a lo que quería de ella. Y como cualquier amo que se precie, la recompensaría por su obediencia. Sería extremadamente firme, pero también tan justo como pudiera ser. No había elegido el instrumento de su venganza al azar. Había elegido a una hermosa sumisa. ¿Y qué era una sumisa sino adaptable, sino una superviviente?
Se inclinó más cerca, inhalando el ligero aroma de su piel bajo la lavanda.
—¿Quieres un poco de hielo para la cara? —preguntó. Ella se tensó bruscamente al oír el sonido de su voz; suave y baja.
Por un momento, fue cómico. Ella se movió, cambiando de un pie a otro, nerviosa, ciega e incapaz de elegir una dirección. Su mano flotó hasta su cara y sabía que se moría de ganas por quitarse la venda de los ojos. Él hizo un sonido de desaprobación e instantáneamente sus curiosos dedos volvieron a aferrarse a la bata.
Caleb, sintió lo que consideraba lástima, trató de guiarla de nuevo hacia la cama. Ella jadeó al momento en que sus dedos se cerraron sobre la solapa de la bata rozando los suyos en el proceso.
—Tranquila mascota, hay algo detrás de ti y odiaría que te hicieras daño otra vez.
—No me llames mascota. —Salió la temblorosa, pero aún así firme orden.
Caleb se quedó absolutamente quieto. Nadie le hablaba así —y menos, una casi desnuda y con los ojos vendados, mujer. Instantáneamente, la empujó hacia adelante hasta que su suave mejilla se presionó toscamente contra la suya propia. Él gruñó:
—Te llamaré como cojones quiera, mascota. Me perteneces. ¿Entiendes?
Contra su mejilla, sintió su infinitesimal asentimiento y contra su oreja, oyó un pequeño chillido de capitulación.
—Bien. Ahora, Mascota —la instó hacia atrás unos cuantos centímetros—, responde mi pregunta. Hielo para la cara, ¿sí o no?
—S-s-sí —respondió con voz trémula. Caleb pensó que eso estaba mejor, pero todavía no resuelto.
—¿S-s-sí? —se burló. Caleb presionó en su certeza, dominándola con su tamaño—. ¿Sabes decir por favor?
Estiró el cuello, como si pudiera verle a través de la venda, y una mueca contorsionó su plena boca. Él se habría reído, pero el momento dejó de ser cómico abruptamente. Su rodilla colisionó con su entrepierna, fuerte. ¿Qué pasaba con las mujeres y darle una patada en los huevos a los hombres? Un dolor palpitante se arrastró hacia arriba, retorciendo sus intestinos, encorvando su cuerpo. Cualquier cosa que hubiera comido amenazó con volver a salir.
Sobre él, su cautiva continuó luchando como una arpía. Sus uñas se clavaron en sus manos mientras ella intentaba hacer palanca para que le soltara la bata. Cuando eso falló, sus frenéticos codos aterrizaron repetidamente entre sus omóplatos. Él se las arregló para aspirar una bocanada de aire, aunque para los oídos de ella, probablemente sonó como un gruñido animal.
—Suéltame, maldito idiota. Suelta —gritó entre frenéticos sollozos y gritos. Ella se retorció y giró en su agarre, debilitando su asimiento sobre la bata. Tenía que ponerla bajo control, o iría corriendo directa a una situación mucho peor que su castigo.
Completamente irritado, Caleb se obligó a ponerse de pie. Elevándose sobre ella, sus furiosos ojos se encontraron con los de ella. Se había quitado la venda de los ojos y ahora estaba completamente quieta, mirándolo con una mezcla de horror e incredulidad. No pestañeaba, no hablaba, no respiraba, simplemente se quedó mirándole.
Él le devolvió la mirada.
Le dio la vuelta y le sujetó los brazos a los costados. La ira corrió a través de él cuando apretó sus brazos alrededor de ella, forzando el aire de sus pulmones.
—¿Tú? —La pregunta salió de sus labios en una ráfaga de aire exhalado. Esa única palabra parecía cabalgar sobre una ola de desesperación y un trasfondo de pura ira. Había sabido que ese extraño momento llegaría. Él ya no era su héroe. Nunca lo había sido. Ella luchó por respirar, jadeando como un perro, y la idea le divirtió ligeramente.
—¡Joder! —exclamó cuando la cabeza de ella chocó sólidamente con su nariz. Él la soltó instintivamente, sus dedos se presionaron a cada lado de su nariz.
Ella se movió con rapidez, un revoloteo de un oscuro pelo largo y un albornoz volaron hacia la puerta del dormitorio.
Caleb gruñó profundamente en su pecho. Lanzándose hacia ella, agarró con un puño su túnica, pero cuando tiró hacia atrás, ella simplemente se desembarazó de la tela. La núbil carne asaltó sus sentidos.
Mientras sus manos se estiraron hacia la puerta de la habitación, encontrándola bien cerrada, él clavó los dedos en su pelo y cerró la mano en un puño. Tiró bruscamente, provocando que ella se cayera de espaldas sobre el suelo. No menospreciando ya su vigor y no divirtiéndose más por la agitación de sus miembros, se sentó directamente encima de ella.
—¡No! —gritó desesperadamente, con las rodillas buscando una vez más su entrepierna, y con la idea de clavarle las uñas en la cara.
—Te gusta pelear, ¿verdad? —Sonrió—. A mí también me gusta pelear. —Con más esfuerzo del que hubiera creído necesario, envolvió sus piernas alrededor de las suyas y aprisionó sus muñecas por encima de la cabeza con la mano izquierda.
—Que te jodan —jadeó, su pecho subía desafiante. Todo su cuerpo estaba tenso bajo él; sus músculos lucharon, no dispuesta a darse por vencida, pero esa explosión de energía le había costado su precio. Sus ojos eran salvajes, locos, pero se debilitaba. Ahora la sujetó con facilidad.
Lentamente, empezó a notar su caliente y tembloroso cuerpo presionado tan íntimamente contra él, inundando sus sentidos, embriagándole. Su delicado coño se presionaba contra su vientre, con sólo la suave tela de su camisa separándole de ella. Sus pechos llenos y decididamente calientes subían y bajaban bajo el pecho. Justo debajo de ellos, sintió el martilleo de su corazón. En su lucha, su caliente piel se movió contra él con mayor fricción. Era casi más de lo que podía soportar. Casi.
Sosteniendo sus muñecas con la mano izquierda, se irguió y golpeó la parte inferior de su pecho derecho, y luego la parte inferior del izquierdo, con la palma de su mano. Instantáneamente, unos sollozos ahogados brotaron de su garganta.
—¿Te gusta esto? —ladró Caleb. Una vez más le golpeó los pechos, y otra, y otra, y otra vez hasta que todo su cuerpo se relajó, hasta que sintió cada músculo debajo de él aflojarse, y ella simplemente lloró en el hueco de su brazo.
—Por favor. Por favor para —dijo con voz ronca—. Por favor.
Ella estaba caliente, deshecha, y temerosa debajo de él. Sus labios se movían rápidamente, en silencio, soltando palabras que no significaban nada para él al escucharlas. Caleb tragó fuertemente, viejos recuerdos ganando terreno. Parpadeó, los metió de nuevo bajo llave. Un reflejo, por lo general rápido y sencillo de hacer después de todos estos años. Pero en esta ocasión lo sintió, ya que el miedo de ella y la pasión de él habían luchado tanto como se habían mezclado, congestionando el aire y llenando la habitación. Parecía que se hubiera creado una nueva persona, respirando con ellos, y mirándolos, invadiendo el momento.
Su ira se evaporó. Se quedó mirando hacia abajo a los hermosos pechos de la chica; estaban profundamente sonrosados donde le había golpeado, pero no le dejaría una marca duradera. Cautelosamente, le soltó las muñecas. Su pulgar inconscientemente intentó borrar la marca roja de su agarre. Frunció el ceño hacia ella.
Esperaba que hubiera terminado con las sorpresas.
En el momento en que ella sintió que su agarre se aflojaba de sus muñecas, cruzó sus manos sobre sus pechos. Al principio pensó que era un intento de modestia, pero el masajeo de sus dedos le sugirió que estaba más preocupada por aliviar el dolor.
Ella también mantuvo los ojos cerrados, sin querer reconocer su presencia a horcajadas sobre sus muslos. La mayoría de las personas no quieren ver las cosas malas acercarse. El momento era tal vez insoportablemente peor porque ella lo había reconocido. Había reconocido la mirada de traición en sus ojos. Bueno, tendría que superarlo... él también.
Su cautiva se sometió, Caleb le quitó poco a poco su peso de encima y se alzó sobre ella. Tenía que ser firme, no podía haber ningún indicio de que tal acto de claro desafío quedara en nada sino un rápido y concienzudo castigo. Empujó la bellamente redondeada y suave curva de su trasero con la punta de su bota.
—Levántate. —Su tono era autoritario. No admitía réplica o malentendido. Su cuerpo retrocedió ante el sonido de su voz, pero se negó a moverse—. Levántate o lo haré por ti. Confía en mí, no quieres eso. —Su voluntad era resistirse pero no obstante, quitó la mano derecha del pecho y trató de impulsarse hacia arriba.
Lentamente empujó su peso con el brazo, pero su lucha era tan obvia que su brazo temblaba bajo la presión causando su colapso.
—Buena chica, puedes hacerlo… levántate.
Podría ayudarla, pero la lección se perdería. Cuatro meses no era mucho tiempo cuando implicaba entrenar a una esclava. Él no tenía tiempo para mimarla. Cuanto antes aquellos instintos de supervivencia empezaran a florecer, mejor... aunque no se refería a la clase de instintos donde ella seguía intentando darle una patada en las pelotas. Estarían seis semanas juntos en esta casa. No las desperdiciaría defendiéndose de infantiles payasadas.
Ella le frunció el ceño, inyectando tanto odio como era posible en una mirada. Caleb resistió el impulso de sonreír. Supuso que ella ya no pensaba que era guapo. Bueno. Guapo era para maricas.
Convocando toda su fuerza, ella presionó el talón de la mano en la alfombra y enderezó el codo. Su respiración era trabajosa, sus ojos hicieron un gesto de dolor, pero las lágrimas se habían secado. Forzándose a ponerse a cuatro patas, intentó levantarse. Totalmente erguido, Caleb estiró la mano para ayudarla, haciendo caso omiso de sus acérrimas protestas. Ella tiró de su brazo liberándolo de su agarre, pero mantuvo los ojos fijos en el suelo. Él se erizó, pero lo dejó pasar y la condujo sin tocarla hacia la cama.
Se sentó precariamente en el borde de la cama, las manos cubrieron sus pechos y la cabeza se inclinó hacia adelante escondiéndose tras un velo de enredadas ondas de ébano. Caleb se sentó junto a ella. Se resistió la urgencia de apartarle el pelo de la cara. Podía esconderse de él por ahora, sólo hasta que se calmara.
—Ahora —dijo amablemente—, ¿te gustaría, o no, un poco de hielo para la cara?
Casi podía sentir la escalofriante ira irradiando de ella. ¿Ira, no miedo? Apenas podía conciliar en su mente. Mientras él había esperado rabia, le pareció particularmente extraño que ella aún estuviera reconociendo su cruda desnudez. ¿No debería estar más asustada que furiosa? ¿No debería estar rogando por conseguir su buena gracia? Sus reacciones ante él se negaban a caer entre las líneas habituales y previsibles. Era tan divertido como intrigante.
—¿Y bien?
Finalmente, con los dientes apretados se obligó a decir las palabras:
—Sí. Por favor.
No pudo evitarlo, se rió.
—Bueno, ¿era tan difícil?
Su mandíbula se marcaba visiblemente, pero permaneció en silencio, con los ojos fijos en sus rodillas magulladas. Bien, Caleb pensó, había sido perfectamente claro.
Levantándose, se dirigió hacia la puerta, pero apenas había dado un paso cuando oyó su voz tensa a su espalda.
—¿Por qué haces esto? —preguntó con voz apagada.
Se dio la vuelta, con una sonrisa irónica jugando en sus labios. Ella quería una razón. Los asesinos en serie tenían razones. Razones que no cambiaban nada.
Ella continuó:
—¿Es por ese día en la calle? ¿Es porque yo…? —Tragó saliva y Caleb sabía que era porque trataba de no llorar—. ¿Porque coqueteé contigo? ¿Provoqué esto? —A pesar de su noble esfuerzo, una lágrima se deslizó por su mejilla derecha.
En ese momento, Caleb no podía dejar de contemplarla como lo haría con una extraña criatura: objetivo pero insaciablemente curioso.
—No —mintió—, no tiene nada que ver con ese día. —Ella necesitaba que le mintiera; Caleb lo entendía. A veces una dulce mentira era suficiente para quitarle peso a una dura realidad. «No es culpa tuya». Tal vez necesitaba mentirse a sí mismo también, porque recordó queriéndola ese día, y no por razones que tuvieran que ver con su misión.
—Iré a traerte algo de hielo. Y probablemente también te vendría bien una aspirina.
Ambos respingaron al escuchar el sonido de una llave girando la cerradura.
Jair entró casualmente en la habitación y Caleb no hizo ningún esfuerzo por disimular su enfado.
—¿Qué coño estás haciendo aquí? —Jair estaba obviamente borracho y eso lo hacía más peligroso. Los ojos de Jair brillaron con ira antes de dirigirse a grandes zancadas hacia la chica encogida de miedo en la cama. Sus ojos repasaron su cuerpo desnudo y sus labios se curvaron en una sonrisa codiciosa.
—Veo que la pequeña zorra está despierta.
La chica estaba asustada, realmente asustada. Se había acurrucado reculando hasta la parte superior de la cama, cubriéndose con las manos y el pelo —intentando sacar el edredón de debajo de su cuerpo. Le llamó la atención el hecho de que no había reaccionado con él de esa manera mientras estaban juntos en la cama.
Ella parecía más cabreada que asustada de él, pero sólo después de que se quitara la venda y se dio cuenta de quién era. Esto podría significar una de dos cosas: una, que sentía que lo conocía en base a su muy breve encuentro, o dos, que no le pareció una amenaza. De cualquier manera, su razonamiento parecía estúpido.
Caleb miró a Jair que observaba a la chica como si quisiera simultáneamente matarla y follarla. Dado lo que sabía de Jair, era posible que fuera exactamente eso lo que quería.
Aquello era una prueba.
Caleb se obligó a considerar a Jair como si importara.
—Bueno, no estoy seguro de que ese sea el nombre que vaya a usar, pero sí, está despierta. —Caleb miró con frialdad a la chica por encima del hombro, sólo la más elemental de las miradas. Rápidamente notó su expresión suplicante, y añadió—: Y muy vivaz. —Él sonrió.
Necesidad y deseo se mostraron sin restricción en la cara de Jair, y Caleb sabía muy bien lo que los hombres como él fantaseaban con hacerle a las chicas asustadas. Sin vacilación, Jair se tambaleó hacia la cama y envolvió su sucia mano alrededor del tobillo de la chica y tiró. La chica gritó y se aferró al poste de la cama.
Caleb se volvió rápidamente, agarrándola por la cintura mientras ella se arrastraba hacia el pie de la cama. Él la cogió en sus brazos y se sentó con indiferencia, con la espalda contra la cabecera y el pie izquierdo plantado en el suelo. La chica se arrastró a su regazo y hundió la cara en su camisa. Contra su pecho, sus desesperados y suplicantes sollozos vibraron por todo su cuerpo. ¿Ella lo usaba como protección? Interesante.
Caleb hizo una mueca cuando sus uñas se clavaron agudamente en las costillas. Rápida y hábilmente le arrancó los dedos de su camisa y le capturó las muñecas.
—No, no, no, no, no… —balbuceaban sus labios repetidamente mientras intentaba encontrar de nuevo refugio en sus brazos. Caleb, repentinamente irritado por el pensamiento, la hizo girar en sus brazos usando su propio impulso. Después de asegurar las muñecas de la chica entre sus pechos, la sujetó con fuerza contra él.
Jair agarró otra vez los tobillos de la chica.
—No —dijo Caleb con calma—. Tu trabajo consistía en traérmela, no golpearla, o follarla.
—¡Esto es una gilipollez, Caleb! —gritó furiosamente Jair, su espeso acento le hacía parecer un bárbaro.
—Esa zorra me pateó en la cara, y podría haber hecho más que darle una bofetada. Debería recibir algo por eso.
Al oír su nombre, el agarre de Caleb se intensificó hasta el punto de estrangular todos los sollozos que hacía la chica en sus brazos. El consiguiente silencio efectivamente marcado por la ira en la mirada de Caleb. Le tomó un momento a Jair darse cuenta de lo que había hecho. La mirada vidriosa de los ojos de Jair se despejó al darse plena cuenta, y el estupor de la borrachera, por una fracción de segundo, se aclaró. Y eso fue suficiente. Caleb podía ver al árabe comprendiendo su error al declarar su nombre a la chica.
De repente, recordando a la chica jadeante en sus brazos, Caleb soltó su apretón. Ella tomó aliento tras aliento, tan preocupada por meter aire en sus pulmones que pareció que por el momento se había olvidado de reanudar su llanto. Dentro de los tensos brazos de Caleb, su cautiva emitía roncos y lloriqueantes sonidos, pero no hizo ningún esfuerzo por tranquilizarla con su seguridad.
Con su mano libre Caleb le tomó la barbilla y la inclinó hacia arriba para que Jair la viera.
—Podría tardar semanas en sanar. —Clavó los dedos en la cara de la muchacha cuando su mal genio aumentó.
La habitación estaba llena de tensión y luego el silencio se rompió con el sonido de los sollozos de la chica.
—Joder —suspiró—. Tienes razón. —Hizo una pausa, y añadió con la mandíbula apretada—. No se lo digas a Rafiq. No volverá a suceder.
El hombre no era tan estúpido como parecía. Que sepa que golpeo a la chica era la menor de sus transgresiones. Le había ofrecido a la chica su nombre. Los nombres tenían poder. Jair tenía que saber que lo que había hecho tendría su precio. Si no, Caleb tendría que asegurarse de ello. Como mercenario disponible al mejor postor, Jair se ganaba el pan con la adquisición y mantenimiento de lujosas esclavas de placer. Una palabra sobre estos errores de novato y sus contratos se secarían. Y una palabra sobre Jair jodiendo a Caleb, y Rafiq se encargaría de que fuera Jair el que se secaría, preferiblemente en alguna parte del desierto. Sin embargo, la mera idea de que Caleb necesitaba la protección de nadie era un insulto que no tomaba a la ligera.
—Soy un hombre independiente Jair —dijo su nombre con veneno—. ¿Por qué temer a Rafiq que está a miles de kilómetros, cuando podría matarte dando sólo unos pocos pasos?
Jair se puso rígido, pero mantuvo la boca cerrada.
Oh sí, pensó Caleb, eres mi puta. La voz de Caleb era azúcar, mezclada con arsénico:
—Ahora, por favor… ve a buscarle a nuestra invitada una aspirina y una bolsa de hielo. Parece que tiene un buen dolor de cabeza.
Jair salió de la habitación sin decir nada más, con la tensión envolviendo su cuerpo, y Caleb sonrió.
Una vez a solas, la chica se derrumbó por completo en los brazos de Caleb.
—Por favor, por favor, te lo ruego, no dejes que me haga daño. Juro por Dios que no palearé más.
Exasperado, Caleb dejó escapar una risa irónica.
—¿Ahora no te gusta pelear? ¿Qué te hace pensar que yo no voy a hacerte daño?
A través de los distorsionados sollozos escuchó:
—Dijiste que no lo harías. Por favor, no lo hagas. —Ella puso énfasis en la palabra «por favor». Caleb ocultó una sonrisa en su pelo.
Ya no estaba dispuesto a mostrar sus hermosas curvas a Jair, se inclinó sobre su cautiva para retirar el borde del edredón. Al hacerlo, le apretó la cara contra el colchón y su increíblemente dura polla se presionó contra su trasero. Ella se sacudió tan ferozmente, que Caleb se preguntó cómo podía soportarlo su cuerpo. Le soltó las muñecas y cubrió su cuerpo.
—Necesitas calmarte mascota. No quiero que entres en shock. —Ella sólo gimió en respuesta.
Caleb se rió y le acarició el pelo.
—Te prometo mascota, que si haces lo que te digo, siempre saldrás mejor parada de lo que piensas.
Jair regresó sosteniendo los artículos que Caleb le había pedido. Los temblores de su cautiva se intensificaron. Obviamente, todavía enojado, Jair le tiró a Caleb la aspirina.
—¿Algo más? —dijo mordazmente. Tomando la botella con una mano, Caleb sacudió la cabeza y chasqueó la lengua. Sacó una aspirina y otra pastilla de aspecto similar de su bolsillo. Hizo un gesto para que Jair se acercara, y le entregó las pastillas.
—No seas tan sensible Jair. Sólo te hace menos atractivo aún. —Jair gruñó—. Pero estoy seguro de que nuestra invitada cree que eres mono. Accedió a portarse bien siempre y cuando no le hagas daño. —Por debajo de la manta, ella dejó de temblar, de repente con el cuerpo tenso como un arco. Él se levantó de la cama—. Vamos, hagan las paces. Ofrécele los regalos que has traído.
Jair le dirigió a Caleb una mirada suspicaz, pero se acercó a la cama y le tendió el vaso de agua. Sus ojos se encontraban muy abiertos, llenos de una angustia que Caleb ya no entendía.
—Vamos, mascota. —Él hizo un punto de usar el apodo, no se sorprendió al saberlo cuando los ojos de ella salieron disparados hacia los suyos, su expresión ya no era de enfado, sino de un apropiado miedo.
Cuando no hizo ningún otro comentario, su temblorosa mano finalmente alcanzó las pastillas y el vaso. Ella estaba extremadamente atenta de no tocar a Jair. Eso fue inteligente. El vaso repiqueteó contra sus dientes mientras tragaba, pero se las arregló para no derramar nada.
Cuando el vaso estuvo vacío, se lo devolvió a Jair, una vez más con cuidado de no hacer contacto casual con sus dedos. Sus ojos miraban más allá de él hacia Caleb. Se veían llenos de pena.
—Da las gracias puta —espetó Jair cuando ella simplemente se acurrucó en posición fetal. Caleb frunció el ceño, pero dejó pasar el comentario.
Sus ojos una vez más encontraron los de Caleb en busca de orientación, finalmente murmuró débilmente:
—Gracias. —Antes de tirar del edredón envolviéndoselo más apretadamente a su alrededor.
Ante la mirada desdeñosa de Caleb, Jair salió de la habitación. Y una vez más, Caleb se quedó a solas con su desconcertante adquisición. Con sumo cuidado, se acercó a la masa cubierta de algodón de la cama, se sentó y se inclinó cerca de su cara.
—Eres muy orgullosa —susurró—. Tan amable como he sido, te has portado como una mocosa. Pero hacia el hombre que te violaría, no le has mostrado nada más que obediencia… eso dice mucho.
—Jódete. —Fue su pequeña y áspera respuesta.
Él soltó una carcajada.
—Bueno, no eres nada sino interesante. —Y esa era la verdad. Por alguna razón, lo había sabido desde el principio, y sin embargo, él no había esperado esto. Su risa murió lentamente y la siguiente vez que habló, su voz era fría pero suave como el terciopelo—. Pero sabes… me gustaría mucho más follarte a ti.
El montículo de algodón tembló, y luego se contorsionó violentamente mientras se giraba y se escurría hacia atrás, agarrando el edredón contra su pecho como si fuera suficiente para detenerlo. No podía dejar de reír. Sus ojos le dispararon dagas, pero él ya podía ver que sus pupilas estaban dilatadas.
Su estómago estaba vacío y los medicamentos trabajaban rápido. Teniendo en cuenta la dosis que le había dado, estaría volando como una cometa. Qué mona.
Su cabeza cayó, pero ella la levantó rápidamente, atrapándose a sí misma con movimientos erráticos. Él se encontró sonriendo, aunque brevemente.
—¿Qué… me… pasa? —arrastró las palabras. Su cuerpo se relajaba contra su voluntad. Y ella seguía luchando, luchando contra la droga.
—Vas a dormir ahora mascota —dijo simplemente.
—¿Qué? ¿Por qué? —Sus ojos se abrieron cómicamente con estupefacción y tiró de su labio—. Mi cara está adormecida, paralizada, entumecida. —Ella dejó escapar una risita extraña, pero pronto se desvaneció, respirando pesadamente.
Él se dirigió hacia la puerta, con una lenta sonrisa curvando sus labios a pesar de sí mismo.