Treinta y dos

La he dejado completamente sola. Si le pasara algo…

Mientras corría como una exhalación camino del piso superior, empezó a tener problemas para respirar. Al principio lo atribuyó al esfuerzo de la carrera, pero poco después descubrió horrorizada que empezaba a ver puntitos negros. Apenas le pasaba aire por la garganta. Se estaba ahogando.

No, por favor. Ahora no.

Allie hacía esfuerzos por mantener a raya el ataque de pánico: inspirar por la nariz y exhalar muuuy despacio por la boca, tal como había aprendido. Aunque las paredes se cerraban en torno a ella, se obligó a seguir avanzando.

No voy a ceder, pensó. Encontraré a Rachel y luego sufriré la crisis nerviosa del siglo en el sótano, en compañía de mis mejores amigos.

Intentó reírse de su propio chiste pero solo pudo sollozar. Pese a todo, la determinación la ayudaba a reducir la sensación de ahogo. Aliviada, tomó una bocanada de aire justo al llegar a lo alto de las escaleras, donde la esperaba… un pasillo desierto.

El largo corredor flanqueado de sencillas puertas blancas estaba vacío. Una absoluta quietud había remplazado el barullo anterior. Allí no había niñas llorando ni hombres enojados vestidos con uniformes espeluznantes. No había nadie en absoluto.

—¿Rachel? —la palabra resonó en el vacío con un eco burlón.

Perpleja, miró a su alrededor. Todas las puertas estaban cerradas. ¿Tendría que comprobarlas una a una?

—¿Rachel? —volvió a decir, ahora en voz más alta.

Hacia la mitad del corredor, una puerta se abrió con un chasquido discreto.

La invadió un alivio tan grande que se mareó. Era la puerta de su propio dormitorio.

¡Claro! Rachel debe de haberse escondido allí con Emma.

Corrió por el pasillo hacia la puerta abierta.

—¡Rach! —gritó al detenerse en el umbral—. Me estaba poniendo…

Pero no era Rachel quien la estaba esperando, sino Emma. Cubierta de sangre.

El mundo giraba como un tiovivo y el corazón le martilleaba el pecho mientras Allie buscaba al agresor con la mirada.

Salvo por la niña ensangrentada, el cuarto estaba vacío.

Se agachó delante de ella y le posó las manos en los hombros con un roce tan delicado como las alas de un pájaro para comprobar si estaba herida. La niña temblaba de miedo.

—¡Emma! —la obligó a dar media vuelta y luego la colocó de frente otra vez, pero no encontró ningún corte—. ¿Quién te ha hecho daño?

—Ha venido un hombre —Emma alzó hacia ella sus grandes ojos asustados—. Te estaba buscando.

Allie tragó saliva.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó con voz casi inaudible, como si hablara desde muy lejos—. Emma, ¿de dónde ha salido toda esta sangre?

Deshecha en lágrimas, la niña le tendió una hoja de papel plegada. Llevaba una huellas digitales impresas con sangre.

—Ha dicho que te entregara esto —mientras Allie cogía la hoja con recelo, por la mejilla de Emma rodó una lágrima solitaria que dibujó un surco blanco en la suciedad de su cara.

La cabeza le daba vueltas y tenía el corazón a punto de estallar, pero Allie sabía que no tenía más remedio que leer aquella nota. Aferrando el papel con fuerza, se volvió hacia Emma.

—¿Puedes correr?

La niña asintió.

Allie se incorporó y la cogió de la mano; era tan frágil, tan pequeña…

—Lo más deprisa que puedas, Emma —le sorprendió la consistencia de su propia voz.

Corrieron por el pasillo hacia el armario que ocultaba el viejo paso de servicio. Al ver la escalera de caracol, Emma retrocedió.

—Está muy oscuro.

Allie no pensaba detenerse ahora.

—No tengas miedo de la oscuridad, Emma. A quien debes temer es a ese hombre.

Tras eso, arrastró a la niña hacia las escaleras.

Solo los entrecortados sollozos de Emma y el roce de sus propios pasos las acompañaron camino abajo durante lo que les pareció una eternidad. La escalera giraba y giraba sin llegar nunca al final, como si avanzaran camino del infierno.

Allie controló la ola de pánico que amenazaba inundarla hasta que por fin vio a Zoe esperándolas al fondo de las escaleras.

—¡Está aquí! —gritó Zoe por encima del hombro. Cuando volvió a mirar a Allie, abrió unos ojos como platos—. ¿Quién ha venido contigo? ¿Qué ha pasado?

Carter y Sylvain aparecieron tras ella mientras Allie entraba en el sótano dando tumbos, sin soltar la mano de Emma. Todos se habían quedado mudos al ver a la niña cubierta de sangre.

—Rachel —jadeó Allie, haciendo esfuerzos por respirar. No pudo decir nada más. El oxígeno no le llegaba a los pulmones.

Con rápidos movimientos, Carter cogió a Emma y la examinó en busca de heridas.

Al darse cuenta de que estaba a punto de caerse, Allie apoyó una mano en una columna de piedra. La superficie estaba fría como el hielo.

—¿Está aquí? —resolló sin aliento. Las paredes avanzaban rápidamente hacia ella, como si se dispusieran a engullirla—. Rachel… ¿está aquí?

—¿Rachel? —la voz de Sylvain parecía llegar de muy lejos—. Estaba contigo. ¿Allie…?

Cuando Allie se desplomó, Sylvain la recogió al vuelo rodeándole el cuerpo con sus brazos fuertes y cálidos.

—Sylvain —la chica se esforzaba en vano por coger aire.

—Te tengo —repuso él, levantándola en vilo.

—Tenemos que encontrar a Raj Patel —Nicole parecía asustada. Que Allie recordase, era la primera vez en su vida que daba muestras de inquietud.

Sylvain le dijo algo en francés antes de volver al inglés.

—Aún no es seguro.

Se habían sentado en corro sobre el arenoso suelo de piedra. Tenían la sensación de estar hablando en círculos también.

Querían hacer algo, pero no se les ocurría nada.

Allie se sentía como si flotara.

Después de rescatarla al borde del desmayo, la habían forzado a beber agua y la habían obligado a sentarse con la cabeza apoyada en las rodillas. Su respiración ya se había normalizado. De hecho, los pulmones le funcionaban tan bien que casi le daba rabia.

Sus amigos le contaron lo que sabían: qué alumnos se habían ido y cuáles habían logrado ponerse a salvo.

Allie seguía esgrimiendo la ensangrentada carta de Nathaniel como si fuera un arma. Aunque en el sótano reinaba la penumbra, distinguía muy bien las palabras. Saltaba a la vista que el hombre había redactado la nota a toda prisa; por lo general, escribía con una letra pulcra y precisa, pero esta vez se había limitado a garabatear las palabras.

Querida Allie:

Te he estado buscando pero no he podido encontrarte. Por desgracia, nadie ha querido decirme dónde estabas. Tu amiga Rachel se ha negado en redondo a cooperar y he tenido que castigarla por ser tan maleducada. Me la he llevado conmigo.

Allie, me estoy hartando de este jueguecito. Así que te voy a decir lo que haremos. Tú acudirás esta noche a donde yo te diga y te entregarás. Si lo haces, soltaré a Rachel. Ven sola. Ni se te ocurra traer contigo a Raj Patel o a Isabelle, ni a ningún guardia o instructor.

Cuando lo hayas hecho, Rachel será liberada sana y salva. Si me fallas en algún aspecto, si ignoras alguna de las condiciones que te acabo de detallar, morirá exactamente igual que Jo. Y vivirás el resto de tu vida atormentada por el remordimiento de saber que pudiste salvarla y no lo hiciste.

Te espero en las ruinas del castillo a medianoche. No te retrases.

Nathaniel

La idea de que Rachel estuviera a solas con aquel monstruo le revolvió las tripas. Doblada sobre sí misma, se apretó los puños contra el abdomen para contener el dolor.

Hemos vuelto a subestimar a Nathaniel, pensó desesperada. Oh, Rachel, cuánto lo siento.

Carter la obligó a aflojar un puño y le apretó la mano.

—Sigue viva, Allie —le dijo con dulzura.

Ella sacudió la cabeza con tanta fuerza que unos cuantos mechones se le pegaron a las mejillas. En un momento como este no podía hacerse ilusiones; la esperanza solo serviría para retrasar el horror. Él debería entenderlo mejor que nadie: Jules se había ido. Carter no la había encontrado a tiempo.

—Ya deberías saberlo, Carter. Miente. Asesinó a Jo…

—Lo sé —respondió él en tono sensato—, pero no hay razón para pensar que la haya matado.

—La sangre —Allie señaló a Emma, que estaba sentada junto a Nicole. La francesa le limpiaba la cara con agua embotellada y la había envuelto con su propio jersey. La chica, que los miraba a todos en silencio, parecía en estado de shock—. ¿De dónde ha salido?

—Es de Rachel —reconoció Nicole—. Pero, por lo que cuenta Emma, las heridas debían de ser superficiales.

—¿Toda esa sangre procede de una herida superficial? —preguntó Allie con escepticismo.

Sylvain se acuclilló delante de ella, sus ojos azules oscurecidos por las sombras.

—Cortó a Rachel con una daga. Y ensució a Emma con su sangre. Dijo que lo haría —calló un momento y apretó los dientes. Allie advirtió que hacía esfuerzos por no gritar—. Dijo que quería captar tu atención.

—Le odio —musitó Zoe para sí a la vez que apuñalaba el suelo con un trozo de madera que había recogido por ahí.

Sin dejar de abrazar a Emma, Nicole se inclinó hacia delante para obligar a Allie a mirarla a los ojos.

—Emma dice que los cortes no parecían profundos y que Nathaniel le curó las heridas a Rachel. Allie, no habría sido tan cuidadoso si planeara matarla.

—Lo que no puedo entender es cómo se coló Nathaniel en el edificio —dijo Carter—. ¿Cómo es posible que nadie lo viera? ¿Tan malos son nuestros sistemas de seguridad?

Allie se frotó la cara con aire fatigado.

—Los chóferes. Isabelle me ha dicho que los chóferes, en realidad, eran guardias de Nathaniel. Es así como ha entrado. Se han metido en el edificio todos juntos, a mogollón. Han provocado tal caos que nuestros guardias no han podido llevar un registro.

—Y uno de ellos era Nathaniel —dedujo Sylvain con amargura—. Qué cínico. Típico de él.

—Así pues, les ha sido imposible llevar la cuenta de la gente que entraba y salía —la mandíbula de Carter se crispó—. Algunos podrían seguir en el edificio.

—Por eso Isabelle insiste en que nos quedemos aquí abajo —explicó Allie.

—Pues me da igual. Tenemos que salir de aquí —Zoe se puso en pie y tiró el palo a la otra punta del sótano. Rebotó contra algo oculto por las sombras y cayó al suelo con un golpe sordo—. Tenemos que contarle a Raj lo de Rachel. Él sabrá qué hacer.

Cogiéndose la frente con los dedos, Allie intentaba pensar.

—¿Seguro que es buena idea?

Los otros la miraron.

—Pues claro que se lo tenemos que decir, Allie —repuso Nicole—. Es su hija.

Ni se te ocurra traer contigo a Raj Patel o a Isabelle, ni a ningún guardia o instructor.

Al recordar las palabras de Nathaniel, Allie sintió frío por dentro, como si le corriera agua helada por las venas en vez de sangre. Pese a todo, no podía perder la concentración. Se lo debía a Rachel.

—Saldrá de aquí corriendo a matar a Nathaniel —dijo—. Y si lo hace, Rachel morirá.

Sylvain y Carter intercambiaron una mirada.

—¿Qué piensas tú? —preguntó Sylvain.

—No sé… —Carter estaba muy preocupado.

—Es un estratega —le recordó Sylvain—. Discurrirá alguna táctica.

—Sí, pero estamos hablando de su hija —objetó Carter.

Mientras discutían, Allie los miraba alternativamente. Conocían a Raj mejor que ella. Mejor que ninguno de los alumnos. Llevaban meses trabajando con él casi a diario.

—Aun así —afirmó Sylvain—, cree en la estrategia por encima de todo. Sabrá qué hacer.

Al cabo de un momento, Carter asintió y se volvió hacia Allie.

—Sylvain tiene razón. Deberíamos confiar en Raj. Es demasiado listo para salir corriendo sin meditar los pros y los contras, aunque se trate de Rachel. Nos ayudará a pensar un plan.

Allie sostuvo la mirada de Sylvain.

—¿Estás seguro?

Él francés no titubeó.

—Completamente.

Allie confió en él.

—Pues vamos a buscar a Raj.

Antes, sin embargo, tenían que salir del sótano.

—Isabelle dice que el sótano es seguro porque Raj ha apostado guardias alrededor; saben que estamos aquí abajo —explicó Allie—. Si están tan cerca, no nos costará mucho encontrarlos.

Zoe pasó la vista por el corro.

—Yo iré.

Todo el mundo protestó al mismo tiempo, lo que provocó una cacofonía de voces y ecos, pero Zoe levantó las manos. La determinación prestaba madurez a su expresión.

—Mirad, soy bajita y rápida. No iré al edificio principal. Echaré un vistazo a las escaleras y a los pasillos; a los lugares en los que puedan estar escondidos. Los encontraré.

—No —dijeron todos a la vez.

Con la cara enrojecida, Zoe los fulminó con la mirada.

—Puedo hacerlo mejor que vosotros. No me dejéis de lado solo porque soy pequeña y además chica.

Se hizo un pesado silencio.

Carter fue el primero en ceder.

—Creo que deberíamos dejarla…

A Allie le dio un vuelco el corazón.

—Carter, no…

—Es más rápida que ninguno de nosotros —Nicole se puso de parte de Carter.

—Sylvain… —Allie recurrió al francés, pero este, compungido, negó con la cabeza.

—Estoy de acuerdo con los demás.

Tras una rápida discusión sobre la ruta a seguir, Zoe se puso en pie y se dirigió a las escaleras. Mientras se alejaba, Sylvain la cogió del brazo. Atrayéndola hacia sí, le susurró algo al oído.

Zoe asintió con la carita muy seria. Allie la vio internarse en las sombras sin poder hacer nada por detenerla.

Tras la partida de Zoe, una especie de desidia claustrofóbica se apoderó del ambiente. El tiempo se dilataba; las manillas del reloj de Allie se arrastraban perezosas.

Para tranquilizarse, Allie recorría los bordes del antiguo sótano. Ya no se utilizaba y solo contenía unos cuantos baúles y algunos ladrillos amontonados que nadie iba a usar. Los escasos apliques de la pared, tan viejos y polvorientos que apenas dejaban pasar la luz de las pocas bombillas que funcionaban, brillaban con un fulgor tenue.

Miró a su alrededor para ver qué hacían los demás. Nicole hablaba con Emma en voz baja. Carter se había plantado al pie de las escaleras, como un centinela, con las manos en los bolsillos y expresión indescifrable. Sylvain estaba de pie contra la pared, absorto en sus pensamientos.

En el exterior, debía de estar a punto de anochecer. Allie pensó en Rachel, a solas con Nathaniel y con Gabe. Indefensa. Aterrorizada.

Un sollozo creció en su garganta pero pugnó por contenerlo; no podía perder la concentración.

Se metió las manos en los bolsillos de la falda y sus dedos rozaron la ensangrentada nota que Nathaniel le había dejado.

La sacó, la desplegó con cuidado y volvió a leerla, prestando mucha atención a cada palabra.

De repente, se irguió. Como si Allie hubiera dicho algo, Sylvain se giró hacia ella y la interrogó con la mirada.

Ella le tendió la nota.

—Creo que ya sé lo que podemos hacer.