Veintisiete

Durante unos instantes, Allie se quedó muda de la impresión. Su cerebro acababa de sufrir un cortocircuito.

—Que vosotros… ¿qué? —tartamudeó estupefacta—. Yo… yo… no…

—¿No lo entiendes? No, supongo que no —Isabelle se alisó el cabello. Los mechones rubio oscuro se le estaban escapando de la pinza que le sujetaba la melena, como si echara chispas por la cabeza. Cuando volvió a hablar, lo hizo en un tono más controlado—. Allie, Raj y yo estamos investigando a todo aquel que pudiera ser el espía de Nathaniel. A todos. Llevamos meses haciéndolo. Sabemos lo que hay en todas las habitaciones, hasta la última mota de polvo. Hemos revisado hasta las huellas dactilares de sus libros. Y los tapones para los oídos que guardan en la mesilla de noche.

Mientras intentaba procesar lo que Isabelle le estaba diciendo, Allie levantó una mano; necesitaba que la directora se callase para asimilar todo aquello.

—¿Y por qué dejasteis la llave donde estaba? —preguntó al cabo de un momento—. ¿Por qué no interrogasteis a Zelazny al respecto?

—Si es el espía de Nathaniel, no nos conviene que sepa que lo estamos vigilando —replicó la directora—. Podría conducirnos hasta Nathaniel sin darse cuenta o delatar a otros traidores. Si le enseñamos nuestras cartas, no le sacaremos nada.

Desolada, Allie comprendió que el razonamiento tenía lógica. Sin embargo, había otras personas implicadas. Otras preguntas sin responder.

—Y si pensáis que podría ser él, ¿por qué retenéis a Eloise? —quiso saber Allie—. ¿La estáis usando como…? ¿Señuelo?

—Sí y no. Al principio, pensamos que podría ser la espía. Ahora estamos casi seguros de que no, pero la retenemos para que el verdadero espía se crea a salvo. También por ese motivo hemos reducido las patrullas y hemos suspendido la Night School.

Suspirando, Isabelle se sentó junto a su alumna.

—Allie, hay más guardias que nunca controlando el colegio. La noche que fuisteis a la casita del bosque, os estuvimos vigilando todo el tiempo.

El mundo enmudeció de repente. La charla de los estudiantes en el pasillo parecía proceder de otro continente. Allie ni siquiera oía los latidos de su propio corazón.

¿Nos estuvieron vigilando todo el tiempo? ¿Nos vieron a Carter y a mí?

¿Los habrían visto besarse? ¿Se habrían quedado allí escuchando mientras se confesaban sus más profundos sentimientos?

La idea de que hubieran invadido su intimidad hasta tal punto le revolvió el estómago.

Cuando alzó la vista, descubrió que Isabelle aguardaba una respuesta. Tratando de aparentar tranquilidad, Allie carraspeó, pero solo fue capaz de pronunciar una palabra.

—¿Cómo…?

—Los guardias ya no patrullan —respondió Isabelle—. Solo se esconden y observan. Se comunican a través de un nuevo sistema que Raj ha implantado. Todo ha cambiado.

Mientras Allie trataba de comprender lo que estaba oyendo —asintiendo como una persona normal—, su mente seguía reproduciendo la frase anterior en un bucle sin fin.

… vigilando todo el tiempo. Os estuvimos vigilando todo el tiempo. Os estuvimos vigilando…

Isabelle seguía hablando, pero Allie apenas la oía.

—Seguro que los has visto hablar por los micros; llevan auriculares minúsculos. Es la primera tecnología que se implanta en el campus en cinco años. Ha cambiado nuestra manera de trabajar.

»Muy poca gente lo sabe, Allie. Los instructores de la Night School están al corriente de que usamos esta nueva tecnología pero ignoran que la manera de vigilar ha cambiado. Solo Raj, sus guardias y yo estamos enterados. Y ahora tú.

—Pero yo no… ¿Por qué?

Allie quería preguntarle a Isabelle por qué la habían seguido sin que ella lo supiera. Por qué nadie la había avisado de que podía pasar algo así. Por qué habían permitido que se sintiera tan vulnerable, si Allie siempre había confiado en que Isabelle cuidaría de ella.

La directora, sin embargo, malinterpretó el sentido de la pregunta.

—Decidimos prohibir el uso de cualquier tecnología, ordenadores, teléfonos, todo, cuando Nathaniel pirateó nuestro sistema hace cinco años. Consiguió acceder a nuestros archivos, documentos académicos, información de los instructores, planes de la Night School, nombres y direcciones de los guardias, horarios… A todo.

—¿Y por qué habéis cambiado de decisión? —preguntó Allie débilmente. No estaba segura de que le importara. Sencillamente, era la pregunta que tocaba.

—Un ex alumno reciente es ingeniero técnico; joven e innovador. Dice que este sistema es a prueba de hackers. Y después de lo que pasó con Jo y contigo… Comprendimos que debíamos introducir algunos cambios. Mejorar los sistemas de seguridad. Por eso los vigilantes patrullan ahora con menos frecuencia. Y por eso los veis menos por ahí. Han cambiado de táctica. Y, de momento, está funcionando.

—¿Por qué no me lo habías dicho? —Allie miró a la directora a los ojos por si adivinaba en ellos algún signo de doblez, pero solo encontró cansancio.

—Nadie lo sabe. Y me gustaría que siguiera siendo así. Mientras no sepamos quién es el espía, quiero que me prometas que no le contarás esto a nadie. Y quiero decir a nadie: ni a Carter ni a Rachel. A nadie.

Allie se sintió acorralada. Isabelle le estaba pidiendo que traicionara a sus amigos. A las personas que la habían ayudado a superar aquellos últimos meses. Que la habían sostenido cuando se había venido abajo tras la muerte de Jo. Que estaban viviendo un infierno por culpa de su familia.

—No puedo hacerlo —Isabelle cogió aire para hablar pero Allie continuó—: Lo siento, Isabelle. No puedo. Todo eso ha terminado. A partir de ahora, yo decidiré en quién confío.

—Estás cometiendo un gran error —replicó Isabelle. En ese momento, el primer alumno del taller entró en el aula. Mirándolas con curiosidad, se dirigió a su pupitre.

Con la mirada encendida de irritación, Isabelle se irguió. Cuando habló, en cambio, lo hizo en tono tranquilo y profesional, como si hubieran estado comentando las notas de Allie.

—Te ruego que vengas a mi despacho después de clase para que sigamos hablando de esto.

—No puedo —repuso Allie sin pensar—. Tengo una reunión con…

Se mordió la lengua. Había quedado con los demás para decidir el paso siguiente. No se lo podía decir a Isabelle, ¿verdad?

Isabelle replicó con brusquedad:

—«No puedo» no es una respuesta que te vaya a consentir ahora mismo, Allie. Te espero.

Cuando la directora echó a andar con la espalda muy recta, Allie suspiró. Sus amigos tendrían que reunirse sin ella.

A pesar de todo, cuando las clases finalizaron aquel día, Allie no acudió directamente a la oficina de Isabelle sino que se quedó esperando a Rachel en el pasillo de las aulas.

—¿Me puedes ayudar? —le dijo—. Tengo graves problemas y necesito que me eches una mano.

—¿Te has atascado con el Cálculo otra vez? —le preguntó Rachel en tono compasivo.

—Es mucho peor —Allie bajó la voz—. Se trata de Isabelle. Entre otras cosas.

—¿Cosas de chicos? —sugirió Rachel esperanzada.

Cuando Allie asintió, los ojos castaños de Rachel se iluminaron.

—¡Por fin! Esos son los problemas que me interesan —cogió a Allie del brazo y echó a andar por el pasillo—. Por aquí. El doctor está de guardia.

Allie la puso al corriente en voz baja mientras recorrían atestados corredores. Le resumió la conversación que había mantenido con Isabelle, omitiendo los detalles sobre el nuevo sistema de seguridad y el espionaje. Aquello podía esperar.

—¿No te ha dicho nada más que nos pueda ser útil? —preguntó Rachel—. ¿Como dónde está Eloise? ¿O de quién más sospechan?

Allie negó con la cabeza.

—Poco más. No hemos tenido tiempo. Además, estaba más por la labor de gritarme y amenazarme.

—Eso siempre se agradece —Rachel esquivó ágilmente a un alumno de primero que corría directo hacia ella—. A todos nos vienen bien unas cuantas amenazas.

Al ver al chico riendo con sus amigos, Allie envidió la sensación de libertad que proyectaba. No podía ni recordar la última vez que ella se había sentido tan inocente y feliz.

—Ya lo creo —respondió en tono cansado.

Había tenido un día muy largo, y todavía le esperaba otra charla con Isabelle. Allie se sujetó la frente con la punta de los dedos.

—¿Seguro que no te ha dicho nada más? —Rachel la observaba preocupada—. Parece como si te hubieran dado una paliza. ¿Te ha dado una paliza?

—Nadie me ha puesto la mano encima —dijo Allie—. Al menos, no físicamente. Mira, tengo que irme.

—Ah, no, ni hablar. Todavía no me has contado lo de los chicos.

Haciendo caso omiso de las protestas de Allie, Rachel la arrastró al descansillo de la primera planta y de allí a la zona del edificio principal donde las estatuas clásicas exhibían sus elegantes poses por los siglos de los siglos. Se deslizaron por detrás de la escultura de un joven vestido con una ridícula casaca, más larga por la parte del trasero, y se sentaron en un banco de piedra.

Acurrucadas en el tranquilo nicho, estaban a salvo de miradas indiscretas.

Rachel se apoyó contra la pared y lanzó un suspiro de satisfacción.

—Este es mi paraíso secreto. Venga. Cuenta.

Con timidez al principio, pero ganando seguridad a medida que el relato avanzaba, Allie le narró su conversación con Carter, su decisión de que lo que sentía por él solo era amor de amigos y lo que le había pasado después con Sylvain.

—He metido la pata… He metido la pata hasta el fondo…, otra vez —echándose hacia delante, apoyó la acalorada frente contra los fríos talones de mármol de la estatua—. Ay, Rachel. ¿Por qué me siento así? ¿Por qué todo esto es tan confuso?

Rachel repuso con dulzura:

—Allie, Carter ha sido tu primer amor. El primer amor siempre es el peor.

—Ya, pero ¿por qué tuvo que besarme? —lloriqueó Allie—. Con eso, solo ha conseguido empeorarlo todo.

—Por lo que parece, no eres la única que tiene dificultades para superarlo.

Allie no podía negarlo.

—¿Y qué vas a hacer con Sylvain? —le preguntó Rachel—. ¿Qué te dice el corazón?

Allie se dejó caer en el banco.

—El corazón me dice que averigüe quién ayudó a matar a Jo y que pase de los chicos hasta entonces.

Rachel la miró pensativa.

—No puedes utilizar la muerte de Jo como excusa para evitar tomar decisiones sobre tu propia vida. Lo sabes, ¿verdad?

Allie la miró parpadeando.

—Yo no… ¿Es eso lo que estoy haciendo?

—¿Tú qué crees?

—¡Allie Sheridan!

Ambas oyeron la voz al mismo tiempo. Alguien la llamaba desde el rellano. Sin embargo, nadie podía verlas en su escondrijo.

—¿Quién es? —cuchicheó Allie.

—No lo sé. Echaré un vistazo —Rachel se levantó para espiar por encima de la cola del abrigo. De puntillas, alargó el cuello. Se volvió hacia Allie con los ojos desorbitados—. Jules. Mayday. Mayday. Inmersión. Inmersión.

—Mierda —Allie se agachó detrás de los pies de la estatua—. ¿Por qué me estará buscando?

—Bueno, es la prefecta, así que a lo mejor te necesita para… «prefectar» —desvarió Rachel—. O puede que te quiera dar una paliza por haber besado a su novio.

Su amiga intentó darle un manotazo pero no la alcanzó.

—Quieta —le ordenó Rachel.

Estaban al borde de un ataque de risa.

—¿Está muy cerca? —susurró Allie, haciendo esfuerzos por tranquilizarse.

Rachel se llevó un dedo a los labios. Tapándose la boca con ambas manos, Allie vio cómo Rachel volvía a sacar la cabeza por detrás de la escultura. Justo entonces apareció Jules delante de ella tratando de asomarse al nicho.

—Oh, Rachel —hablaba en tono repipi—. ¿Has visto a Allie?

Allie advirtió que Rachel se moría de ganas de soltarle una trola; lo notaba en la postura de su espalda, en su forma de coger aire para hablar. También sabía que su amiga mentía fatal.

—Estoy aquí —se levantó y miró a la prefecta por encima del hombro de Rachel—. ¿Qué pasa?

Jules le sostuvo la mirada unos instantes. Sus ojos proyectaban un mensaje desafiante. Como de advertencia. Quizá incluso amenazante.

Sin embargo, se limitó a decir:

—Isabelle quiere verte en su despacho.

Allie se giró y lanzó a su amiga una mirada elocuente.

—Toma apuntes o algo para acordarte de todo. Cuando veas a los demás.

—Lo haré. Buena suerte.

A espaldas de Jules, Rachel esbozó una sonrisa compasiva.

Allie siguió a la prefecta en dirección al gran vestíbulo, caminando un par de pasos por detrás de ella. A su alrededor, las estatuas blancas capturaban la luz de la tarde y resplandecían como ángeles que van a echar a volar.

Con cada paso, las botas Uggs de Jules emitían un molesto chirrido contra los tablones del suelo. Allie no sabía qué le daba más rabia, si aquellas botas forradas de borreguito o el hecho de que a Jules se le permitiera llevar sus propios zapatos como prerrogativa por ser prefecta.

—¿Qué tal te ha ido en el huerto? —le preguntó de repente.

—Mmm… ¿Qué? —la pregunta pilló a Allie por sorpresa—. ¿Te refieres al castigo?

Sin reducir el paso, Jules asintió.

—Pues bien, supongo —repuso—. O sea, es una chorrada como una casa; estoy aprendiendo una lección importante y bla, bla, bla…

Tras eso, caminaron un buen rato en completo silencio salvo por el ruidito de las botas de Jules. Por fin:

—¿Y Carter sigue yendo por allí?

Ñic, ñic, ñic…

Sin levantar la vista, Allie se preguntó adónde quería ir a parar Jules. Seguro que sabía que su novio seguía castigado.

—Sí, Carter también.

Sin previo aviso, Jules se volvió a mirarla.

—¿Por qué?

El tono agresivo la cogió desprevenida; Allie se echó hacia atrás, tropezando.

—¿Por qué… qué?

—¿Por qué sigue trabajando en el huerto contigo?

Allie esperaba que se le notara en la cara lo que pensaba: que Jules había perdido un tornillo.

—Porque está castigado, Jules. ¿Por qué si no iba nadie a darse un madrugón tres veces por semana con este frío?

En aquel momento, para sorpresa de Allie, la prefecta abandonó aquel aire peleón. A punto de echarse a llorar, desvió la vista.

—Ya, eso me pregunto yo también —musitó—. Carter no está castigado. No lo han castigado ni una vez en todo el semestre.

Allie la miró sin comprender.

—Eso es absurdo, Jules. Lo hace por obligación. Seguro que lo has entendido mal…

—Venga ya. Soy prefecta, ¿recuerdas? —dijo en un tono que no admitía discusión—. Me entregan a diario la lista de los castigados. Su nombre no aparece. Pero sigue yendo allí contigo…

A Allie le dio un vuelco el corazón.

—No… lo… entiendo… —repuso sin aliento.

—¿No? —por lo que parecía, Jules no se lo creía—. Bueno, pues deja que te lo aclare. Mi novio finge estar castigado contigo cuando no es así. Se ha unido a no sé qué banda imaginaria y desaparece cada noche a vete a saber dónde. También contigo —Jules se frotó los ojos con el dorso de las manos—. Apenas me habla, pero lo veo charlar contigo constantemente y parece muy… pendiente de lo que dices —soltó un suspiro tembloroso. Luego sostuvo la mirada de Allie con expresión apenada—. Dime la verdad, Allie. ¿Estáis juntos otra vez? ¿Tenéis tú y Carter un rollo a mis espaldas?

Allie se había quedado sin habla.

Carter había acudido al huerto un día sí y otro también, lloviera o hiciera frío. ¿Y había soportado todo eso solo para estar a solas con ella?

Durante un momento, dudó. Luego se recordó a sí misma la expresión de Carter cuando le había hablado de Jules y de lo mucho que significaba para él.

Los amigos hacen ese tipo de cosas los unos por los otros. Se ha comportado como un buen amigo.

Cuando respondió, le sorprendió la tranquilidad que transmitía su propia voz.

—No, Jules, Carter y yo no tenemos un rollo a tus espaldas. Sé de buena tinta que significas mucho para él y que jamás te engañaría. Eres una de las personas que más le importan del mundo.

Jules escudriñó sus ojos en busca de algún signo de falsedad, pero Allie no apartó la mirada.

—¿Y entonces por qué se porta así? —a la prefecta le temblaban los labios. Una lágrima, cristalina como agua de manantial, escapó de los lagos azules de sus ojos y le rodó por la mejilla—. Es que a veces no le entiendo.

—Mira, Carter es mi ex novio pero también es mi amigo. Pasamos una época de mierda cuando rompimos y luego… sucedieron otras cosas horribles —de hecho, en aquel mismo momento, Allie anhelaba con toda su alma contarle a Jo aquella conversación, y la seguridad de que nunca podría hacerlo la apenó tanto que se echó a temblar. Apretó los puños para serenarse—. Yo no sabía que Carter no estaba castigado. Pero supongo que estaba preocupado por mí porque… lo he pasado muy mal. Ha sido todo un detalle por su parte. Y yo ni siquiera… —exhaló un suspiro entrecortado—. Es un buen tío, Jules. De verdad que sí. Seguramente uno de los mejores que he conocido jamás. Tienes suerte de estar con él.

Jules se retorció las manos.

—Es que… me gustaría que fuera sincero conmigo. Me oculta cosas. Secretos.

Allie intentó discurrir un modo de consolarla, pero, por Dios, estaba hablando con Jules. Y ya llevaba demasiado rato haciendo de santa Allie de Cimmeria.

—Ojalá lo supiera —dijo, retrocediendo un paso—. Deberías… ya sabes… —otro paso— hablar con él. Mira, Isabelle me está esperando.

Con expresión compungida, se dio media vuelta y se alejó un poco más deprisa de lo que sería normal en aquellas circunstancias.

En cuanto dobló la esquina, echó a correr. Se sentía más ligera a cada paso. A pesar de todo lo que acababa de decir, no cabía en sí de alegría al saber lo lejos que había llegado Carter por ella. Por recuperar su amistad.

Se paró en seco al llegar a la puerta del despacho de Isabelle y dio unos golpes rápidos en la puerta de roble labrado.

—Soy Allie.

—Entra —respondió una voz.

Todavía le estaba dando vueltas a aquella historia de Carter y Jules, así que no prestó mucha atención al timbre de la voz. Empujó el pesado picaporte de latón y la puerta se abrió.

Sentada tranquilamente en la butaca de Isabelle, Lucinda Meldrum miró a Allie con unos ojos del mismo color exacto que los de su nieta.

—Hola, Allie —la saludó su abuela—. ¿Quieres un té?