Quince
Se sentaron directamente en el polvoriento suelo, formando un corro. No había más luz que la de sus linternas, y Allie tuvo la sensación de que estaban en una fiesta, a punto de jugar a «verdad o reto» o a «la botella».
Por desgracia, les aguardaba un juego mucho más peligroso.
Contemplando aquel círculo de caras que la miraban expectantes, supo que todos querían lo mismo que ella. Respuestas. Soluciones. Justicia.
Allie no se lo podía ofrecer.
—Todos sabéis por qué estamos aquí —la voz de Allie resonó contra las paredes de piedra—. Después de lo que pasó ayer por la noche, yo… —echando un vistazo a Nicole, rectificó—. Nicole y yo… no creemos que Isabelle y los demás estén en el buen camino. Queremos averiguar quién es el espía en realidad. Así que hemos dibujado un diagrama para tener claro dónde estaba cada uno de nosotros durante los incidentes —sus compañeros la miraron con curiosidad—. Seguimos sin saber quién es el espía. Pero hemos descartado a unas cuantas personas.
Se echó hacia atrás para que Nicole tomara la palabra. La francesa se había recogido el pelo en una coleta baja. Capturado por la luz de las linternas, el pelo le brillaba como granito.
—Partimos de la base de que el espía no es un alumno —empezó a decir—. Solo los más veteranos de la Night School podrían moverse por todas partes con tanta facilidad como él. En cuyo caso… tendría que ser uno de nosotros —desplazó el haz de la linterna por el círculo, iluminando las caras una por una—. Y no lo creemos probable.
—¿Por qué no?
Fue Rachel quien lo preguntó, y todos se volvieron a mirarla.
—¿Qué quieres decir? —exclamó Allie en tono agudo. La duda la escandalizaba.
Rachel se encogió de hombros.
—Podría ser uno de nosotros. No vamos juntos a todas partes.
De todos ellos, solo Nicole se quedó tan fresca.
—Tienes razón. Así que, por si las moscas, he comprobado también nuestras posiciones. Sé dónde estábamos todos en el momento de producirse los episodios. Ninguno de nosotros pudo clavar la nota en la capilla. Tú —señaló a Rachel— estabas en la biblioteca —la aludida asintió—. Allie, Zoe y yo estábamos juntas. Carter y Sylvain también se encontraban cerca, junto con Jules, Lucas y todos los alumnos de la Night School —dijo—. Y he comprobado también dónde estábamos cuando se produjeron los otros incidentes. Es imposible que ninguno de los veteranos pudiera participar en los tres episodios. Quedamos descartados.
—Así pues, el espía es un profesor —concluyó Carter en tono lúgubre.
Aunque Allie había tomado parte en todo el proceso de deducción, la frase de Carter le heló las entrañas. Y comprendió, por las caras que ponían sus amigos, que ellos compartían su sentimiento. Rachel parecía destrozada e incluso Zoe se mordisqueaba el labio inferior y fruncía el ceño como si la idea la aturdiera.
—Sí —dijo Nicole en voz baja—. Tiene que ser uno de los instructores de la Night School. Alguien muy unido a Isabelle. Ellos tienen más libertad de movimiento que los demás profesores y sus horarios son más difíciles de controlar.
—Entonces, ¿por qué no pudo ser Eloise? —preguntó Zoe frunciendo el ceño.
Allie recordó el diagrama que habían dibujado por la mañana. El nombre tachado de Eloise. La extraña mezcla de decepción y alivio que la había embargado.
—Eloise estaba con nosotras justo antes de que apareciera el cuchillo —explicó—. Quienquiera que lo clavara en la capilla, tuvo que hacerlo en el lapso transcurrido entre la partida de los demás y nuestra llegada. Eloise no tuvo tiempo material de llegar allí antes que nosotras y prepararlo todo. Así que, si nadie se coló en los terrenos ayer por la noche (y Raj dice que no fue así), no pudo ser ella.
Mientras los demás asimilaban la información, Nicole trazó un círculo con el haz de la linterna.
—Echarle la culpa ha sido… ¿cómo se dice? Una pantomima.
La sensación de frío aumentó aún más en la cripta.
—Si eso es verdad, entonces uno de los que la está acusando es el compinche de Nathaniel —dedujo Sylvain.
—Tiene lógica —intervino Rachel—. Dejarán de buscarle si los convence de que Eloise es la espía.
Allie asintió.
—Y mientras nadie lo busca, el auténtico espía podría hacer…
Nicole terminó la frase por ella.
—Cualquier cosa.
Frunciendo el ceño con ademán concentrado, Zoe intentaba sacar conclusiones.
—Si tenemos razón con lo de Eloise, el espía tiene que ser o Zelazny o Isabelle o Jerry o Raj…
—Mi padre seguro que no es.
Rachel los interrumpió en tono brusco, y los demás se volvieron a mirarla.
—Tiene razón —opinó Allie—. Es imposible que sea Raj. Ama demasiado este lugar y adora a Isabelle. E Isabelle tampoco puede ser por razones evidentes.
—¿Y no podría ser uno de los guardias de más confianza? —preguntó Sylvain—. Unos cuantos tienen pleno acceso a las instalaciones.
Nicole había pensado en eso también.
—Solo tres guardias tienen pleno acceso a las instalaciones —dijo—. Y únicamente dos de ellos estaban trabajando el día que asesinaron a Ruth.
Se hizo el silencio en el sótano. La lista de posibles traidores se reducía por momentos.
—Solo nos quedan Zelazny, Jerry o uno de los guardias de confianza —meticuloso, Carter contó los nombres con los dedos—. Y Raj escoge a sus hombres con mucho cuidado.
Sylvain lo miró como si acabara de recibir un bofetón.
—No me lo creo —objetó—. No me creo que ni Jerry ni Zelazny hayan hecho algo así. Es imposible.
Allie y Nicole intercambiaron una mirada. Ya nada era imposible.
El día siguiente era domingo. A las nueve en punto, Allie montaba guardia junto al despacho de Isabelle.
La puerta estaba cerrada con llave y no parecía que hubiera nadie dentro.
Apoyada contra la pared, Allie se cruzó de brazos y se dispuso a esperar.
Tendrá que volver antes o después.
Habían quedado en que Carter y Sylvain se encargarían de espiar a Zelazny y a Jerry. Nicole y Rachel intentarían averiguar lo que pudieran del resto de los profesores. A Zoe la había tocado seguir a los guardias más veteranos de Raj.
Allie, por su parte, debía reunir la máxima información posible sobre Isabelle.
Uno u otro averiguarían algo. Aquel espía, quienquiera que fuese, no era perfecto. Se despistaría en algún momento. Lo único que tenían que hacer era estar atentos.
Sin embargo, a medida que iban pasando los minutos, Allie empezó a lamentar que le hubiera tocado aquella misión.
Saltó sobre un pie y luego con el otro. Resbaló contra la pared hasta dejarse caer al suelo y estiró las piernas. Incluso contó los paneles del revestimiento de las paredes, aunque sin mucho entusiasmo.
La próxima vez se traería un libro.
Cuando llegó la hora de comer sin que Isabelle hubiera dado señales de vida, Allie decidió saltarse la comida para seguir vigilando. Sin embargo, al cabo de un rato, no pudo seguir resistiéndose a los tentadores aromas que flotaban hasta ella procedentes del comedor.
No creo que pase nada por que me vaya un ratito, se dijo. No sé dónde se ha metido Isabelle, pero desde luego aquí no está.
Cuando Allie llegó al comedor, Rachel y Nicole ya estaban sentadas a la mesa, comiéndose un bocadillo cada una y hablando en susurros.
—¿Alguna novedad? —preguntó Allie mientras arrastraba una silla.
Sus amigas respondieron con un gesto de negación.
—Cero patatero —dijo Rachel—. ¿Y tú?
—Lo mismo digo. Isabelle no ha aparecido. Me he pasado allí toda la mañana —contempló con tristeza el despliegue de bocadillos que los cocineros habían dispuesto en una bandeja—. Ojalá supiera dónde demonios está.
Aún destemplada por el frío de la noche anterior, se incorporó a medias para echar un vistazo a la sopera que habían dejado en el centro de la mesa.
—Hoy hay una sopa verde muy rara —la avisó Rachel—. Yo en tu lugar no lo haría.
Las dos chicas observaron con recelo cómo Allie se servía la sospechosa sopa verde en un cuenco de porcelana blanca decorado con el escudo de Cimmeria.
—Es que necesito algo caliente —se justificó Allie—. Aunque sea Soylent Green.
—El Soylent Green está hecho a base de personas —anunció Zoe mientras se sentaba a su lado.
—Genial —dijo Rachel—. Ahora me has estropeado el final.
—Pensaba que todo el mundo lo conocía —Zoe se quedó mirando la sopa de Allie—. Tiene una pinta asquerosa. A lo mejor sí que lleva carne humana.
—Sabe mejor de lo que parece —repuso Allie tan fresca. Se volvió a mirar a Zoe—. ¿Ha habido suerte?
—¿Respecto a qué? —preguntó la más joven, despistada.
Allie ladeó la cabeza con aire misterioso.
—Ya sabes. El… asunto. ¿Lo que hablamos ayer por la noche?
—Ah, el espionaje —mientras las demás siseaban para hacerla callar, Zoe cogió un bocadillo de la bandeja—. Más o menos.
Todas estaban pendientes de ella.
—¿Qué has averiguado? —quiso saber Allie.
—Lo que pensábamos. Han encerrado a Eloise.
—¿Dónde? —preguntaron las otras tres al mismo tiempo.
Zoe respondió con la boca llena de pan con queso.
—No lo sé… No me lo han dicho. Pero los guardias están cabreados. Todo tiene un límite. Los obligan a hacer turnos dobles. Tienen familia, ¿sabes? No los contrataron para esto. Y no quieren participar en nada ilegal.
Fue un discurso extraño —cambiaba de acento con cada frase— y Allie tardó un momento en darse cuenta de que estaba imitando la voz de cada uno de los guardias. Por lo visto, la tendencia natural de Zoe a la literalidad la convertía en la espía ideal.
—Tenemos que averiguar dónde la tienen retenida —comentó Allie—. Seguro que Isabelle está allí también. ¿Cómo voy a hablar con ella si no la encuentro?
Alzó la voz, frustrada, pero enseguida la bajó otra vez.
—Yo la encontraré —le aseguró Zoe—. Un guardia ha dicho que…
De repente, abrió unos ojos como platos, y Allie se dio la vuelta para investigar qué estaba mirando.
Carter y Sylvain corrían por el pasillo central del comedor. Era raro verlos juntos, porque siempre se habían odiado a muerte. Ahora, en cambio, parecían un equipo muy unido, avanzando al mismo paso por el centro de la sala.
Allá por donde pasaban se desataba la confusión. El nivel de ruido aumentó en el comedor y unos cuantos alumnos, los que estaban más cerca de la puerta, se levantaron y salieron corriendo.
—Venid, deprisa —exclamó Carter sin aliento—. Hay novedades.
Las chicas intercambiaron una mirada de extrañeza y corrieron tras ellos hacia la puerta, donde el repentino éxodo había provocado un embotellamiento.
Cuando consiguieron abrirse paso, los chicos las guiaron hacia la puerta principal. Estaba abierta, aunque hacía un frío de muerte.
Al ver Allie la escena, le dio un vuelco el corazón. Se mirase por donde se mirase, aquello tenía mala pinta.
Había un Bentley aparcado junto a la entrada del edificio principal. Un tiarrón vestido con un uniforme muy raro —entre militar y de botones— se dirigía hacia el coche desde la puerta. En una mano llevaba una maleta de diseño. Con la otra sujetaba el brazo de una chica que protestaba y se retorcía.
—Es Caroline Laurelton. ¿Qué le está haciendo? —Rachel frunció el ceño horrorizada.
—¿Qué pasa? —Zoe se coló entre la gente para ponerse en primera fila.
—¡Suéltame!
La chica, que gritaba y sacudía el corto pelo castaño, hacía esfuerzos por zafarse de la manaza. El gorila, sin embargo, era un armario de más de metro ochenta, todo músculos de acero. Ella era pequeña y delgada. No tenía ninguna posibilidad de escapar.
—No… —Allie se volvió a mirar a Sylvain, que observaba la escena de pie a su lado. Con los dientes apretados, rebosaba ira e indignación—. ¿De qué va esto?
—Sus padres la han sacado del colegio. Han enviado al chófer para que la lleve a casa —Sylvain no apartaba los ojos de la chica, que se había echado a llorar—. No quiere irse.
Sylvain volvió la vista hacia otro lado y Allie se dio media vuelta para seguir su mirada. Junto a la puerta principal, uno de los guardias de Raj contemplaba el drama. Cuando se encontró con la mirada del chico, el hombre negó con la cabeza.
No iban a intervenir.
En el camino, el gorila metía a la llorosa alumna en el coche, medio a empujones, medio a rastras.
—Esto no está bien —dijo Allie, principalmente para sí.
—Ya lo sé —asintió Sylvain con amargura.
Calándose la gorra, el chófer recogió la maleta de la chica y la tiró de cualquier manera al asiento del copiloto. Luego, sin volverse a mirar a la multitud de alumnos que observaba la escena, se subió al coche y lo arrancó.
Cuando el vehículo despareció en el bosque, los estudiantes empezaron a formar corrillos para comentar lo sucedido. Enseguida se elevó un murmullo confuso de voces.
Zoe reapareció para reunirse con Allie, seguida de Rachel.
—¿Por qué nadie lo ha detenido? —preguntó Zoe.
—Disculpadme si me equivoco, pero ¿alguien más ha tenido la sensación de estar presenciando un secuestro? —preguntó Rachel. Como nadie respondía, miró a su alrededor estupefacta—. No entiendo nada. ¿Dónde está mi padre?
Sylvain y Carter intercambiaron una mirada elocuente. Carter señaló con la cabeza la puerta principal.
—Vamos adentro.
El comedor se había quedado casi desierto cuando volvieron a sentarse a su mesa de siempre. Empujaron los platos a un lado y juntaron las cabezas para poder hablar en voz muy baja.
—Veréis, resulta que los padres de Caroline Laurelton pertenecen a la junta directiva —explicó Carter—. Y no son fans de Lucinda precisamente. Corre el rumor de que esta mañana han declarado públicamente que Isabelle y Lucinda están hundiendo la escuela y que no quieren formar parte de eso —titubeó un momento antes de soltar la bomba—. Por lo visto, solo han sido los primeros. Dicen que los padres van a empezar a sacar a sus hijos del colegio.
Allie notó que se le encogía el estómago.
—Otra pantomima —opinó Nicole con amargura—. Esa chica es un peón en la partida de sus padres. Sus sentimientos les importan un pito. La están utilizando para enviarle a Isabelle el mensaje de Nathaniel.
—Pensamos que este va a ser el siguiente paso de Nathaniel —dijo Sylvain con intensidad—. Ha dividido la junta. Ahora va a dividir el colegio. Esto acaba de empezar.