Diecinueve
Al día siguiente, los rumores corrieron como la pólvora. Hacia la hora de la cena, en Cimmeria solo se hablaba de que los padres iban a sacar a sus hijos del colegio.
A esas alturas, casi todos los alumnos sabían quién era Nathaniel. Hacía siglos que oían decir que los administradores del colegio se habían dividido, pero la idea de que la escisión pudiera llegar tan lejos provocó una oleada de pánico colectivo.
El elegante comedor parecía el mismo de siempre: las velas resplandecían en las mesas redondas, el cristal destellaba ante los comensales y los cubiertos de plata brillaban a la luz cálida de las lámparas… pero la moral estaba por los suelos.
Un día más, ninguno de los profesores importantes se había presentado. Hacía tanto tiempo que no comían con todo el mundo que Allie empezaba a preguntarse si no se estarían muriendo de hambre allá en el bosque. Una parte de ella deseaba que fuera así.
Al fondo del comedor, dos chicos discutían a gritos. Uno palmeó la mesa con fuerza. Allí cerca, varias chicas parecían a punto de echarse a llorar.
¿Tienen idea los profes de lo que está pasando aquí? ¿No se dan cuenta de que la situación está fuera de control?
Aunque todos estaban convencidos de que la amenaza estaba a punto de cumplirse, aquel día ningún alumno había tenido que marcharse del colegio. Aquello no hacía sino aumentar el nerviosismo. Se avecinaba algo horrible.
—¿A qué espera? —preguntó Carter—. Si de verdad planea llevarse a la mitad del colegio, ¿por qué solo se ha marchado una alumna? ¿Por qué no se ha ido nadie más?
—A lo mejor fue una advertencia —apuntó Nicole.
—Es su manera de decirle a Isabelle que va en serio… y le está dando la oportunidad de entregarle lo que quiere —opinó Rachel—. Como si le hiciera chantaje.
—Pues pierde el tiempo. Isabelle nunca lo hará —Allie jugueteaba con la comida del plato.
—Sobre todo porque ni siquiera se ha dado cuenta de que Caroline ya no está —apostilló Zoe.
Allie levantó la vista y sus ojos se cruzaron con los de Jules, que los miraba desde una mesa cercana. La prefecta se había sentado con Katie y un grupo de amigas, igual que la noche anterior. Parecía triste, y apartó la vista a toda prisa.
Allie se preguntó qué explicaciones le habría dado Carter. Qué excusa le habría puesto para no sentarse con ella durante las comidas. Teniendo en cuenta todo lo que estaba pasando, apenas debían de haberse visto en varios días.
—Así que esta noche no hay entrenamiento de la Night School…
Carter se dirigía a Sylvain, que comía delante de él. Al parecer, no se había dado cuenta de lo depre que estaba su novia. Solo prestaba atención al plan que se traían entre manos.
Sylvain captó enseguida la indirecta de Carter; se irguió en el asiento y lo miró a los ojos.
—Sí —respondió—. Y el cielo está despejado.
Obviamente, acababan de sellar algún tipo de pacto.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó Zoe.
Una sonrisa bailó en los labios llenos de Nicole.
—Creo que los chicos están conspirando.
Sylvain y Carter sonrieron. Allie no estaba segura de que le gustara aquella nueva alianza.
—Vale. Os diré lo que hemos pensado —dijo Carter—. Llevamos varios días esperando a que vuelvan los profesores para preguntarles qué está pasando. Sylvain y yo creemos que ha llegado la hora de ir a buscarlos. Y averiguarlo por nuestra cuenta.
—¿Qué? ¿Que vamos a ir a hablar con ellos? —la cara de Zoe se iluminó.
—Con ellos no —aclaró Sylvain—. Vamos a ir a hablar con Eloise.
—Puede que no sea tan buena idea —se lamentó Allie. Sentada en un banco del vestuario femenino de la Night School, aflojaba los cordones de las deportivas—. Tengo la sensación de que estamos forzando un poco la suerte.
—No me digas —la sarcástica voz de Rachel surgía a través de la tela de una camiseta térmica que habían tomado prestada. Su cabeza asomó por fin—. ¿Solo un poco?
—Todo irá bien —Nicole acabó de ajustarse las mallas negras y cogió los calcetines. Allie admiró una vez más su autocontrol; nada parecía intimidarla—. Solo vamos a echar un vistazo.
La sala, sencilla y funcional, estaba pintada de blanco. Carecía de cualquier aderezo, salvo por los brillantes colgadores de latón alineados en las paredes, cada cual marcado con el nombre de una alumna, y por las prendas oscuras que pendían de los ganchos. Una de las paredes estaba forrada de espejos, lo que otorgaba al espacio una falsa sensación de amplitud. A estas alturas, Allie ya estaba familiarizada con el lugar, pero sabía que Rachel lo estaba viendo por primera vez en todos los años que llevaba en Cimmeria; solo la Night School usaba aquel vestuario.
Cuando los chicos les habían contado su idea, todas habían reaccionado con entusiasmo. Seguro que averiguaban más cosas durante la incursión; el riesgo valía la pena.
Solo ahora, en mitad de la noche, el gen timorato de Allie se había activado.
Al llevar a Rachel a la zona del colegio reservada para las actividades secretas del grupo y encima ofrecerle el equipo de otra persona, acababan de saltarse varias de las sagradas normas de Cimmeria.
—¿Cómo es posible que estés tan tranquila? —le preguntó Allie a Nicole—. ¿No te preocupa que te expulsen?
—Lo siento, pero si algún profesor me dice: «Has desobedecido las reglas», le contestaré: «Muy bien, ¿y dónde está Eloise? ¿Dónde demonios está Jo? ¿Y Ruth?» —el acento francés de Nicole era más fuerte cuando se enfadaba—. «¿Dónde estabais vosotros cuando el colegio se hizo trizas?». Creo que eso les cerrará la boca.
Allie debía reconocer que su amiga tenía razón. En una situación tan penosa, ¿qué importaban las reglas? ¿Quién iba a pedirles cuentas por las infracciones?
Mientras hablaban, Zoe las esperaba haciendo kickboxing en un rincón, vestida toda de negro y graznando cada vez que daba una patada, como una cría de cuervo enfadada.
A Allie tampoco le hacía gracia incluirla en la misión. Era rápida y muy lista pero… tan joven. Tan pequeñita.
Rachel interrumpió sus pensamientos.
—Esto no me cabe —plantada ante el espejo, miraba su propio reflejo con perplejidad; la camiseta robada le llegaba por media barriga, dejando a la vista unos centímetros de su piel color café con leche—. Soy demasiado alta.
—Jules es tan alta como tú —observó Nicole mientras se hacía una coleta—. Pruébate la suya.
Al otro lado del vestuario, Rachel cogió otra camiseta y la palpó. Allie, que llevaba una igual, sabía que era ligera pero muy cálida, fabricada con el material que se usa para las prendas de esquí.
—Todo esto es tan raro… —comentó Rachel mientras se quitaba la prenda pequeña y se probaba la siguiente—. No me puedo creer lo que estamos a punto de hacer.
Zoe dejó de dar patadas para volverse a mirarla.
—Nosotros lo hacemos constantemente.
Rachel la miró, con una sombra de ceño en la frente.
—Ya lo sé.
A lo largo de toda su vida, Rachel había hecho todo lo posible por mantenerse al margen de la Night School. Sabía muchas cosas porque su padre estaba muy implicado en la organización pero siempre había sostenido su decisión de reducir al mínimo su relación con el grupo.
Con expresión funesta, Allie miraba cómo su amiga se enfundaba la última prenda del equipo; la brillante estudiante acababa de convertirse en una guerrera. Rachel era un par de centímetros más alta que Jules, pero la camiseta le quedaba bastante bien. Igual que los demás, ahora iba vestida de negro, con gruesas mallas y cálidas deportivas. Un gorro de punto le ocultaba la melena.
Al final, acaba por atraparnos a todos.
—Parezco el Zorro —protestó Rachel.
—¿Podemos irnos ya?
De pie junto a la puerta, Zoe las esperaba saltando a la pata coja con impaciencia. Por fin, todas las demás se unieron a ella.
La más joven apagó las luces y abrió la puerta.
Era medianoche. Pasaba ya una hora del toque de queda.
Recorrieron la oscuridad del pasillo en completo silencio. Pegada a Rachel, Allie iluminaba el camino con una linterna especial que emitía una luz azulada, suficiente para ver los obstáculos pero difícil de detectar de lejos. Las demás no necesitaban luz; habían cruzado aquel corredor tantas veces que podían hacerlo con los ojos cerrados.
Las rutinas de los guardias de Raj habían cambiado, de modo que el grupo de alumnos no podía saber dónde estaría la patrulla en cada momento. Por otra parte, como había menos vigilantes y las rondas se habían espaciado, tenían bastantes posibilidades de pasar desapercibidos.
La disminución de la vigilancia era preocupante; los profesores debían de estar convencidos de haber capturado al espía si habían tomado la decisión de reducir las medidas de seguridad.
Tal como quiere Nathaniel.
Zoe iba un poco por delante. Se detuvo un momento al pie de las escaleras y levantó la mano. Las demás se quedaron esperando. Cuando Zoe acabó de subir, una puerta se abrió en silencio y una corriente fría y húmeda flotó hacia ellas. Allie inhaló con fruición el aire fresco, como si estuviera a punto de participar en una carrera.
Miró a Rachel de reojo; igual que los demás, su amiga estaba muy quieta, con la mirada clavada en la entrada por la que Zoe acababa de desaparecer. Solo se le notaba lo nerviosa que estaba por la humedad de su frente y su manera de apretar los puños.
Allie cogió la mano de Rachel y la apretó. Sin mirarla, Rachel le devolvió el gesto.
En aquel momento, Zoe reapareció en lo alto de las escaleras y les hizo señas de que la siguieran.
Allie soltó la mano de Rachel.
Con mucho sigilo, remontaron las escaleras medio a gatas y salieron a la noche. Mientras corrían por la hierba, solo oían el chapoteo del barro bajo sus pies y el sonido de sus propias respiraciones.
Allie estaba convencida de que estaba a punto de escuchar un grito; estaba segura de que alguien las vería en algún momento y les daría el alto. Volaba campo a través, tensa a más no poder. Y sin embargo, nadie las detuvo.
Cuando alcanzaron el bosque, se relajó. Siguió corriendo detrás de Rachel pero delante de Nicole, que controlaba la retaguardia. Allí estaban más seguras; eran prácticamente invisibles en la oscuridad.
Con cada uno de sus movimientos, Allie volvía a ser consciente de que estaba muy desentrenada. De que aún no estaba en forma. Por suerte, la presencia de Rachel era la excusa perfecta para tomárselo con calma. Su mejor amiga odiaba hacer ejercicio. Allie la oía resollar con esfuerzo, pero Rachel seguía corriendo.
Tardaron diez minutos en llegar a la tapia que rodeaba la vieja capilla. Zoe redujo el paso y las demás la imitaron. Momentos después llegaron a la antigua verja; estaba abierta.
Allie se sobresaltó, pero se recordó a sí misma que aquel era el plan y continuó avanzando.
En el momento previsto, dos siluetas surgieron de la oscuridad del cementerio, silenciosas como espectros. Las chicas aumentaron el ritmo.
Allie observó cómo la sombra de Carter ganaba velocidad para reunirse con Zoe a la cabeza del grupo. La de Sylvain se quedó a la zaga, junto a Nicole.
Zoe y Carter pasaron de largo junto a la capilla y luego tomaron un segundo sendero, el que llevaba al arroyo. A una señal de Zoe, todos se agacharon y redujeron la marcha en completo silencio.
A un lado del camino, una pequeña choza de piedra apareció entre las tinieblas. Era la casa del señor Ellison y el hogar donde Carter había vivido de niño. Allie siempre había pensado que parecía una casita sacada de un cuento de hadas, con su seto bien recortado y su jardín rebosante de flores.
Aunque la casa estaba a oscuras, aún salía un hilillo de humo por la chimenea; hacía poco que el jardinero se había ido a dormir.
Al pasar junto al jardín, Allie advirtió que a lo largo del muro exterior crecían rosas de invierno, pálidas e inesperadas. Tocó una con un dedo enguantado; le parecía demasiado hermosa para ser real. El arbusto, con el roce, desprendió una lluvia de gotas que mojó la tierra a sus pies.
Como surgiendo de la nada, Sylvain la cogió del brazo y la apartó del muro. Luego captó su atención para lanzarle una mirada de advertencia. Aun en esas circunstancias, los ojos azules del chico la dejaron sin aliento. Allie asintió para disculparse y, al cabo de un instante, Sylvain la soltó y volvió a perderse de vista.
El segundo sendero era más estrecho y abrupto que el camino principal; estaba mucho menos transitado. Las piedras y las ramas caídas representaban un peligro, y la abundancia de obstáculos los retrasaba y les hacía más difícil —si no imposible— moverse en silencio.
Cuando se toparon con un árbol tumbado que bloqueaba el camino casi por completo, se detuvieron. Cogida a una rama, Zoe salvó el tronco, rápida y ligera como una ardilla.
Carter la siguió con algo más de dificultad. Luego, uno por uno, se fueron ayudando mutuamente a saltar. Después de echar una mano a Rachel, Allie se agarró de una rama para darse impulso, pero el movimiento le provocó un fuerte dolor en la rodilla. Se sujetó la pierna esperando a que cesase el dolor.
Desde abajo, una mano cálida la sujetó por el brazo. Allie bajó la vista hacia los oscuros ojos de Carter.
—¿Te encuentras bien? —le susurró él.
Allie asintió y se dispuso a saltar. Antes de que pudiera hacerlo, él la tomó por la cintura y la depositó en el suelo. Era la clase de gesto que Carter solía tener con ella cuando aún eran amigos, y Allie se quedó pasmada.
Aún se estaba preguntando a qué venía aquello cuando Nicole saltó el tronco caído y aterrizó junto a ellos.
—Seguid —les susurró señalándoles el sendero.
Allie miró hacia delante y advirtió que los demás se habían perdido de vista. El camino estaba vacío.
Mascullando entre dientes, Carter echó a andar a través de la oscuridad.
Allie lo siguió, pero le dolía tanto la rodilla que se fue quedando atrás.
Con lo ágil que era ella antes del accidente… Con lo deprisa que corría… Al recordarlo, odió aún más a Nathaniel y a Gabe. Lo habían estropeado todo.
Al doblar un recodo, vio que Carter la estaba esperando un poco más adelante. Había levantado una mano a modo de advertencia. Allie redujo el paso e intentó disimular la cojera.
En silencio, llegó a donde estaba Carter, con Nicole y Sylvain pegados a los talones. Carter señaló a la izquierda, hacia un caminillo que desaparecía bajo los árboles. Les indicó a los demás por señas que él sería el primero en internarse y sugirió que Allie fuera la siguiente.
Ella asintió.
El sendero era tan estrecho que apenas se distinguía entre la oscuridad; Allie solo veía a Carter, que avanzaba delante de ella con suma precaución.
Llegaron a una pequeña corriente, poco más que un riachuelo, y Carter la saltó.
Rogando en silencio que no le fallara la rodilla, Allie dio un salto tras él. La tierra blanda amortiguó el impacto y la rodilla de Allie resistió.
Justo entonces vio la choza a lo lejos. Se erguía al otro lado del estanque en el que se habían bañado desnudos el verano anterior. Allie no la había visto entonces, seguramente porque la tapaba la abundante vegetación; estaba rodeada de árboles y arbustos, y la hiedra cubría sus paredes de piedra.
Señaló la casita y Carter asintió. Era allí adonde se dirigían.
Dejando cierta distancia de margen, fueron rodeando la choza bosque a través hasta llegar a un claro sembrado de matas situado a un lado de la casa. Allí, Allie estuvo a punto de chocar con Rachel, que esperaba entre las sombras agazapada junto a Zoe.
Carter se acercó a ellas y habló con Zoe un momento. Luego regresó junto a Allie.
Con los labios pegados a su oído, le susurró:
—Estamos esperando a que los guardias se marchen.
Allie asintió para indicarle que le había oído y se quedó mirando la casita tan fijamente como si pudiera ver a través de las paredes.
Nicole y Sylvain ya se habían reunido con ellos. Sylvain se colocó junto a Zoe, al abrigo de un viejo pino, y clavó la mirada en la casa también. Nicole se acuclilló a su lado.
El ruido de la puerta al abrirse resonó en la quietud de los bosques y todos contuvieron el aliento. Allie se sentía vulnerable; los demás habían encontrado mejores escondrijos que ella. Se había despistado.
Con el corazón desbocado, miró a su alrededor buscando un escondite, pero era demasiado tarde; si movía un solo dedo, la descubrirían.
No podía hacer nada salvo quedarse muy quieta. Y dejar de respirar.