- Capítulo 11
Eleanor se quedó unos minutos más mirando las vistas desde la ventana. Después, volvió a su habitación y se sentó ante el tocador para escribirle una nota a Alexei. Cuando terminó, suspiró y la metió en un sobre.
Ha sido una experiencia maravillosa, Alex. Pero no quiero echar a perder esa magia tratando de prolongarla, los dos debemos volver al mundo real. Dado que el destino ha intervenido para que tuvieras que irte con Paul, voy a pedirle a Yannis que me lleve a Karpyros para tomar el ferry. Por favor, no te enfades conmigo y gracias de nuevo por concederme la entrevista.
Eleanor.
Con lágrimas en los ojos, escribió el nombre de Alex en el sobre, apagó su teléfono, tomó sus maletas y bajó en el ascensor. A Sofia no le gustó saber que se iba, pero ella trató de explicarle por qué lo hacía y le entregó la carta.
–¿Me puede llevar Yannis a Karpyros? –le preguntó entre lágrimas.
Sofia la abrazó con ternura y llamó después a su hijo.
Fue un alivio que su vuelo despegara puntual de Creta. Había estado muy nerviosa esperando en el aeropuerto, temiendo que apareciera Alex en cualquier momento para tratar de evitar que se fuera.
Se echó hacia atrás en su asiento cuando el avión comenzó su ascenso y trató de relajarse. Se sentía muy mal por haberse ido de esa manera, sin despedirse, pero sabía que era lo mejor. Tal y como le había escrito en la nota, su estancia en Kyrkiros había sido mágica, pero un día más no habría cambiado nada. Tenía que volver a la realidad, no podía posponer ese momento por duro que fuera.
No creía que Alex se preocupara por tratar de encontrarla. No le había llegado a decir para qué medio trabajaba. Pensaba que quizás él la imaginara en alguno de los periódicos más importantes de Londres y no en un diario local en otra ciudad mucho más pequeña.
Le encantaba el sitio donde vivía y su trabajo, pero no tenía un puesto importante, al menos de momento. Siempre había soñado con trabajar en Londres y creía que la entrevista que le había hecho a Alexei Drakos iba a hacer que su currículum destacara entre otros. Solo ella sabía cuánto le había costado conseguirla, sobre todo emocionalmente.
Los padres de Eleanor la recibieron en el aeropuerto de Birmingham para llevarla a su casa de campo cerca de Cirencester. Después de lo movida que había sido su estancia en Kyrkiros, era muy relajante estar allí. Pasó mucho tiempo hablando con sus padres, describiéndoles las islas que había visitado y disfrutando con la comida de su madre. A Jane Markham le había impresionado mucho que se hubiera hecho amiga de Talia Kazan y estudiaba maravillada sus fotografías.
–¡Si apenas ha cambiado! Me parece increíble que llegaras a conocerla. ¿Cómo es?
–Tiene una personalidad tan bella como su cara. Es encantadora. ¡Incluso convenció a su hijo para que me concediera la entrevista que quería Ross!
–Ya la leí en el periódico –le dijo su padre con orgullo–. Lo he guardado para que lo veas. Ese Alexei Drakos parece un tipo muy apuesto.
–¿También él es encantador? –le preguntó Jane sonriendo.
–Bueno, no lo describiría así, mamá –repuso ella–. Tiene una personalidad muy fuerte.
George Markham la miró con el ceño fruncido.
–¿No te gustó?
–La verdad es que me gustó mucho.
Sus palabras no alcanzaban a describir en absoluto lo que sentía por él, pero no quería pensar en eso y cambió rápidamente de tema. Le pidió a su padre que le enseñara el artículo. Había una foto de Alexei, la que él había elegido, y una más pequeña de ella al lado de su nombre.
En cuanto Eleanor regresó a su trabajo en la Crónica, le dijeron que Ross McLean quería verla.
–¡Muchas gracias, Markham! –exclamó furioso nada más verla mientras le mostraba un artículo de una revista del corazón–. Explícame esto.
Vio horrorizada fotografías de Talia Kazan y Milo Drakos. El titular daba a entender que podían haberse reconciliado después de años separados.
Tomó la revista y leyó el artículo:
Talia Kazan, la que fuera una de las modelos más conocidas de los setenta, divorciada del magnate Milo Drakos solo un año después de su boda con él, ha sido vista en la isla que su hijo, el conocido empresario Alexei Drakos, tiene en el Egeo. Al parecer, también estuvo allí el propio Milo. ¿Significará eso que se han reconciliado? ¿Qué pensará de ello Alexei, que lleva años sin hablarse con su padre?
–¿Qué tienes que decir? –le preguntó Ross fuera de sí–. Estabas allí, así que habrás visto a Talia Kazan. La entrevista que escribiste es de lo más aburrida comparado con esto. ¿Acaso le has vendido la información a esta revista?
–¡Por supuesto que no! –replicó indignada–. De hecho, solo pude conseguir esa «aburrida entrevista» con la que tan encantado estabas prometiéndole a Alexei Drakos que no iba a mencionar a su madre.
–Entonces, ¿quién demonios escribió esto?
–No tengo ni idea. El festival anual reúne a una multitud de personas. Cualquiera podría haber visto a Talia Kazan y a Milo Drakos, aunque nunca estuvieron juntos en público.
–¡Pero tú los viste!
–Conocí a la señora Kazan y me invitó a sentarme con ella para disfrutar del festival. De hecho, ella fue la que convenció a su hijo para que me diera la entrevista. Pero para ello tenía que prometer no mencionarla a ella. Si leen esa revista, van a pensar que rompí mi palabra.
–Y eso es importante para ti –repuso Ross algo más tranquilo.
–Sí, Alexei Drakos me dijo que nos demandaría si aparecía el nombre de su madre.
–Bueno, ahora tendrá que demandar a esta revista –le dijo su jefe–. Cuando me escribió, me dio instrucciones muy precisas sobre cómo quería que se publicara la entrevista. Fue él quien insistió en que incluyéramos una foto tuya al lado de tu nombre. Así, cuando nos dejes un día para irte a Londres, como sé muy bien que harás, tu cara ya será conocida para los grandes periódicos de la capital.
Aclaradas las cosas, decidió cambiar de tema.
–Bueno, ahora que ya sabes que no te he traicionado, me pondré a trabajar. ¿Para cuándo quieres el primero de mis artículos de viaje?
–Para hoy mismo, por supuesto.
–Por supuesto –repitió ella.
Le alegró salir de su despacho y ponerse a trabajar, pero no podía quitarse de la cabeza lo que acababa de decirle Ross.
Pasó todo el día trabajando duro y terminó el primero de los artículos de viaje. Ross quería publicar uno cada día de la semana, dejando el último, el de Kyrkiros, para el sábado.
Sandra Morris, una de sus compañeras, la felicitó al ver las fotografías que había hecho.
–Gracias –repuso ella–. La verdad es que hay muy buena luz en las islas griegas.
–No seas modesta. Las fotos de los bailarines a la luz de las antorchas son espectaculares –le dijo–. Pero me da la impresión de que te pasa algo, no has sido la misma desde que volviste.
–Estoy bien, solo algo cansada.
Además, sentía que tenía la espada de Damocles sobre su cabeza y no quería ni pensar en lo que pensaría Alexei si veía el artículo de la revista del corazón.
Cuando pasaron las horas y siguió sin noticias de él, pensó que quizás no lo hubiera visto. No creía que Talia comprara ese tipo de revistas. Y sabía que Alex y Milo seguían en Grecia.
Volvió a casa agotada y cenó con Pat. Fue muy agradable hacerlo y hablaron sin descanso de sus viajes.
Sentía que todo iba volviendo a la normalidad, pero apenas pudo dormir esa noche. No dejaba de pensar en Alex y su cuerpo anhelaba su compañía.
Al día siguiente, el corresponsal de deportes le dijo que Ross quería hablar con ella.
Suspiró y fue directa al despacho de su jefe.
–Cierra la puerta –le espetó McLean al verla–. Siéntate.
Ross McLean rara vez les pedía a sus periodistas que se sentaran, solo si iba a despedirlos. Se preparó para lo peor.
–Acabo de recibir este correo electrónico de Alexei Drakos y he decidido imprimirlo para enseñártelo.
–«Necesito inmediatamente el número de teléfono de Eleanor Markham y su dirección» –leyó ella en voz alta–. Bueno, parece que ha leído el artículo de la revista.
–Un tono bastante dictatorial el de ese tipo, ¿no? –comentó Ross–. ¿Le doy lo que me pide?
–Parece que no tengo otra opción –repuso angustiada–. Pero dale la dirección de aquí, en Pennington. No quiero que moleste a mis padres.
–De acuerdo, como quieras. Y será mejor que no estés sola cuando vaya a verte.
–No va a venir a verme, se limitará a decirme lo que piensa de mí por teléfono. Bueno, será mejor que me ponga a trabajar.
Ross se puso en pie, parecía preocupado.
–Si necesitas ayuda, dínoslo, Eleanor. En la Crónica cuidamos de nuestros empleados.
–Gracias –repuso ella emocionada.
Eleanor llegó agotada a casa esa noche. Había tenido mucho trabajo ese día y la tensión añadida de que Alexei la llamara en cualquier momento. Cuando Pat la llamó al oírle entrar, tenía pocas ganas de hablar con nadie.
–¡Espera un momento, Eleanor!
Se dio la vuelta y tuvo que forzar una sonrisa.
–¿Qué pasa?
–¡Eso debería preguntarte yo a ti! Vino alguien a verte hace una hora. Un caballero que estuvo a punto de darme un puñetazo cuando le dije que vivía aquí contigo –le dijo Pat–. ¿Acaso le has engañado haciéndole creer que yo era una chica?
–Siento decirte esto, Pat, pero no hablé de ti en absoluto –replicó Eleanor sentándose en las escaleras–. ¿Qué es lo que pasó?
Pat fue a sentarse a su lado.
–Quería saber a qué hora volvías. Me recordó a Terminator, pero mucho más guapo.
Eleanor gimió y se apoyó en el hombro de su buen amigo.
–¿No apareció blandiendo una revista en la mano, por casualidad?
–No, pero lo reconocí después de leer tu artículo. Era ese tipo griego al que entrevistaste. ¿Qué hiciste? ¿Vender tu cuerpo para conseguirlo o algo así? Ya he visto que no sería ningún sacrificio... ¡Dios mío, Eleanor! Era broma. ¡No llores! –exclamó Pat abrazándola.
Después de un buen rato tratando de consolarla, Pat se levantó y la llevó a la cocina.
–¿Café, té o whisky? –le preguntó.
–Creo que cicuta –repuso ella secándose los ojos.
–No seas tan dramática. Voy a hacerte una buena taza de té y me cuentas todo, ¿de acuerdo?
Le dijo de la manera más breve posible todo lo que había ocurrido.
–Supongo que alguien vio a Talia Kazan y a su exmarido en la isla y vendió la información al mejor postor. Pero Alex no se va a creer que no he sido yo –le dijo muy abatida.
–¿Alex? –repitió Pat levantando las cejas.
Ella no le hizo caso y se refugió en su té.
–¿Quieres algo más con eso, cariño?
–No me vendría mal una aspirina para el dolor de cabeza que tengo, pero ya tomaré algo luego –dijo ella–. ¿Te dijo Alex cuándo iba a volver?
–No, y no fui lo suficientemente valiente para preguntarle. Pero, si quieres un poco de apoyo cuando venga, aquí estaré.
–Gracias, amigo. Pero Alexei Drakos no me da miedo.
–Me alegra saberlo –le dijo Pat muy serio–. Pero lo decía de verdad, estoy aquí.
–Lo sé –repuso dándole un beso en la mejilla–. Gracias y buenas noches.
Eleanor subió con firmeza las escaleras para que Pat no se preocupara, pero se echó a llorar en cuanto cerró la puerta de la habitación.
Después, fue directa al baño para tomarse un par de analgésicos. Aún no había cenado, pero necesitaba mucho más un baño caliente. Empezó a llenar la bañera y justo cuando se metió dentro, sonó el timbre. No le hacía falta preguntar quién era, lo sabía de sobra.
–Soy Alexei, Eleanor. Tengo que hablar contigo.
–Es tarde.
–No, no lo es. Déjame entrar –le pidió él–. ¿O he de pedírselo a tu buen amigo Pat?
Pulsó el intercomunicador para abrir la puerta principal y se puso una bata. Después, se pasó rápidamente el peine por su pelo mojado y salió al rellano. Alex estaba hablando con Pat en el salón, le sorprendió verlo con un traje oscuro.
–Geia sas, Eleanor –le dijo al verla.
–Hola –contestó ella–. No te preocupes, estaré bien –le dijo a Pat con una sonrisa tranquilizadora.
Alex miró también a Pat con el ceño fruncido.
–¿Es que crees que voy a hacerle daño?
–Espero que no –advirtió Pat–. Si me necesitas, no tienes más que gritar –le dijo a Eleanor.
–Sube –le pidió ella a Alex.
Le hizo un gesto para que se sentara cuando llegaron a su salita, pero él cerró la puerta y se quedó de pie mientras la miraba con una acusación en sus ojos.
–¡Te fuiste sin decirme nada! ¿Por qué?
–¿No recibiste mi nota?
–Sí, pero no entendía nada. ¿Acaso el tiempo que pasamos juntos no significó nada para ti? Volví de Naros y te habías ido. Te llamé al teléfono que te di y estaba desconectado. ¿Se te perdió?
–No, lo apagué y me compré otro cuando llegué a casa –respondió ella en voz baja.
–¿Para que no pudiera ponerme en contacto contigo? –le preguntó–. ¿Por qué?
–Porque, como te decía en mi carta, ya era hora de volver al mundo real y seguir adelante con mi vida. Siento haberte dado la impresión equivocada. Soy periodista, pero no quise decirte que trabajaba en un modesto de periódico de Pennington.
–Eso ya lo sabía –dijo él–. Te busqué en Internet cuando me diste el correo electrónico de Ross McLean.
–Bueno, entonces ya sabrás lo distintos que somos. Tú pasas la vida entre Atenas, Londres y Nueva York. Para mí ese viaje a las islas griegas fue el trabajo más glamuroso que he tenido –le dijo ella–. ¿Has venido porque has visto el artículo en esa revista? Yo no lo escribí, Alex.
–¡Eso ya lo sé! Sabía que tú no romperías tu palabra, Eleanor.
Se sintió muy aliviada al oírlo.
–¿Vas a demandar a la revista?
Alexei sonrió y levantó su mano para besarla.
–Me contó hace poco cierta periodista que no se puede demandar a nadie si los hechos son correctos. Y, en este caso, lo son. Mis padres se van a volver a casar.
Eleanor lo miró con incredulidad.
–¿En serio? ¿Y cómo te sientes tú? ¿Qué te parece?
–Mi madre está feliz, así que yo también. Pero le dije a mi padre que, si vuelve a hacerle daño, lo mataré.
Ella sonrió al oírlo.
–¿Qué te dijo él?
–Eso está mejor –murmuró Alexei.
–¿El qué?
–Por fin me has sonreído.
Su sonrisa se hizo aún más grande al oírlo.
–Mi padre entendió mi amenaza, pero me ha asegurado que no va a pasar porque dedicará el resto de su vida a hacer feliz a mi madre.
–Eso es maravilloso. Me gustó mucho tu padre.
–El sentimiento es mutuo. Me dijo que era un tonto por haberte dejado escapar –le dijo muy serio–. Me dolió mucho volver y ver que mi pajarito había volado, Eleanor. Y mi estado de ánimo no mejoró cuando mi madre, que por alguna razón está convencida de que estoy locamente enamorado de ti, también me llamó para echarme en cara que no te retuviera allí.
–Y, ¿lo estás? ¿Estás enamorado de mí? –le preguntó Eleanor conteniendo el aliento.
Él sacudió la cabeza con incredulidad.
–¿Crees que tendría alguna otra razón para seguirte al otro lado del mundo?
–Pensé que venías a echarme en cara que hubiera roto mi palabra.
–Sabía que no lo habías hecho tú –le dijo Alexei.
–¿Tanto confías en mí?
Alex le dedicó una sonrisa.
–Por supuesto, pero confieso que Stefan llamó a la revista para conocer el nombre del reportero. Eleanor abrió la boca para protestar, pero Alexei se lo impidió dándole un beso que la dejó sin aliento. Era increíble estar de nuevo entre sus brazos.
–Y tú estás enamorada de mí, Eleanor –le dijo él cuando se apartó de ella.
–¿Eso no debería ser una pregunta en vez de una afirmación? –inquirió ella.
Alexei le hizo caso omiso y sacó un sobre de su bolsillo.
–Me han pedido que te dé esto. Es una invitación para la boda de mis padres. Será pequeña y privada. Mi madre me ha dicho que puedes ser una invitada o, si lo prefieres, ir como periodista para informar sobre la ceremonia y hacer fotografías. Supongo que a tu jefe le encantaría.
Ella sonrió feliz.
–Sí, Ross estará encantado, pero no pienses en él. ¿Qué prefieres tú, Alex?
Él le dio un beso rápido en los labios.
–Es tu decisión, kardia mou. ¿Has visto qué bueno soy? Creo que me merezco una recompensa.
–¿Sí? ¿Tú crees? ¿Y qué es lo que quieres?
Sus ojos oscuros la miraron con ternura.
–Pareces cansada –le dijo Alexei–. Tienes ojeras bajo tus bellos ojos.
–No he dormido mucho desde que te vi por última vez –admitió ella–. Y, como puedes ver, no esperaba compañía esta noche –añadió mostrándole la bata.
Alexei se acercó de nuevo a ella para tomarla en sus brazos.
–Yo tampoco he dormido mucho –le susurró con deseo–. Y tengo la cura perfecta para eso.
Eleanor se olvidó por una vez de su timidez.
–Si para esa cura necesitas una cama, tengo una muy grande en mi habitación. Si la compartes conmigo, puede que por fin consigamos dormir.
–No hay nada que desee más, pero... –murmuró Alexei–. Pero sabes que, si compartimos una cama, voy a querer algo más que dormir, ¿no?
Se acercó un poco más a él.
–La verdad es que contaba con eso.
Mucho más tarde, después de una reunión tan apasionada que los dejó a los dos sin aliento, Alex la miró muy serio a los ojos.
–Ahora tenemos que hablar, kyria.
–¿Sobre qué?
–Sobre el futuro. Crees que nuestras vidas son muy distintas porque yo viajo mucho. Pero, para mí, la solución es simple. Te gusta viajar, así que ven conmigo. Como mi amante, mi compañera y tal vez un día, si consigo convencerte, como mi esposa.
«Ahora mismo, si tú quieres», pensó ella.
Deseaba decirle que sí, pero antes quería tener las cosas muy claras.
–No sé, Alexei. Creo que lo más sensato es seguir adelante con nuestras vidas. Me gustaría que vinieras a verme de vez en cuando y nos pudiéramos conocer mejor aquí, en el mundo real, lejos del entorno mágico e irreal de Kyrkiros.
–Si eso es lo que quieres, lo haré, pero no por mucho tiempo –le dijo Alexei abrazándola contra su pecho–. Lo único que entristece ahora mismo la felicidad de mis padres es haber desperdiciado tantos años y me han aconsejado que no repita su error.
–Bueno, ¿qué te parece un año?
Él negó con la cabeza.
–No, mejor seis semanas.
–Seis meses –negoció ella.
–Tres meses, como mucho tres meses –le dijo Alex dándole un apasionado beso en los labios–. Y mañana iremos a ver a tus padres, ¿de acuerdo?
–Mañana trabajo.
Además, sabía que su madre iba a necesitar un poco de preparación. Tenía que hablarles de Alexei antes de presentárselo.
–También tengo que trabajar este fin de semana, pero intentaré cambiar mi turno con un compañero. ¿Cuándo te vas?
–Mi vuelo sale el lunes. Dile a McLean que necesitas tiempo libre. O, si quieres, le llamo y se lo digo yo. Podemos ir a ver a tus padres el sábado y conducir hasta Berkshire para ver a mi madre el domingo –le dijo Alex con una gran sonrisa–. Así es como será nuestra vida, glykia mou. ¿Has cambiado de opinión sobre mí?
–No, claro que no.
–Entonces, ¿por qué me estás haciendo esperar tanto tiempo?
Era difícil pensar en un motivo para negarse mientras Alex la besaba de nuevo.
–Si necesito un poco más de tiempo es porque esto sigue siendo irreal para mí, Alexei Drakos.
–¿Tienes que estar segura de tus sentimientos antes de comprometerte conmigo? –le preguntó él.
Ella respiró profundamente antes de darle una contestación.
–No, estoy completamente segura de mis sentimientos. Tengo que estar segura de los tuyos.
La sonrisa de Alexei la deslumbró.
–Te quiero, kardia mou.
Vio que se quedaba muy serio nada más decirlo.
–¿Qué pasa? –le preguntó ella.
–Es la primera vez que le digo esas palabras a una mujer.
–Entonces, no me extraña que parecieras tan sorprendido.
Vio que Alexei la miraba expectante.
–Estoy esperando –le dijo atrapándola en sus brazos–. ¡Dímelo! No te soltaré hasta que lo hagas.
–Por supuesto que te quiero, Alexei Drakos –dijo ella riendo y llorando al mismo tiempo–. Pero no hace falta que me sueltes. Puedes seguir abrazándome si quieres.
–Durante el resto de mi vida –le aseguró él besando sus lágrimas.
Se echó a reír al ver que sacaba su teléfono y se lo daba.
–Llama a tu amigo Pat y dile que no te he hecho nada. Después, llamaremos a tus padres y a los míos. Mi padre está deseando saber si hemos arreglado las cosas entre nosotros. Y después...
–¿Después qué?
–Después tendré que comer algo, estoy desfallecido. Porque, si te abrazo de nuevo, ya sabes qué va a pasar. Además, ya es hora de que vea qué tal cocinas.
–¿Y qué obtengo yo a cambio?
–Cualquier cosa que tu corazón desee. Y espero que sea lo mismo que deseo yo también.
Ella sonrió al oírlo.
–¿No estarás hablando en realidad de lo que desea tu cuerpo, Alexei Drakos?
–Nuestros corazones, almas y cuerpos –le aseguró Alexei–. Para siempre y hasta que la muerte nos separe.