1. Capítulo 5

       

      Eleanor recogió sus cosas y bajó al despacho de Alexei. Llamó a la puerta y, cuando la abrió, se quedó muy impresionada.

      –¡Qué sitio tan estupendo para trabajar! –comentó–. Sé que llego un poco temprano.

      –¿Tan deseosa estás de empezar? –le preguntó Alexei mientras le hacía un gesto con la mano para que se sentara al otro lado de la mesa–. Pongámonos entonces manos a la obra.

      Se sentó, sacó sus cosas del bolso y miró al hombre que la observaba desde su sillón de cuero.

      –¿Puedo hacerte una foto?

      –A mí sí, pero no saques el despacho, por favor.

      Se concentró en su cara y tomó un par de fotografías. Después, preparó su cuaderno y el lápiz.

      No había esperado que la entrevista fuera fácil, pero conseguir que Alexei le hablara de sus logros se le hizo cuesta arriba. No podía hacer ninguna mención a nada de índole personal. Estaba dispuesto a hablarle de la empresa que había fundado durante su adolescencia, ya que gracias a ella había podido expandir después su imperio hasta convertirlo en un gran éxito global. Le dio poca información sobre qué otras cosas le interesaban y se mostró reservado a la hora de hablar de su labor filantrópica. Le preocupaba sobre todo que los fondos llegaran directamente a quienes más los necesitaban, en lugar de perderse en los bolsillos de otros.

      –¿Puedo hablar de lo que has hecho aquí en Kyrkiros? –le preguntó Eleanor.

      –Por supuesto, necesitamos publicidad para nuestro proyecto.

      –¿Por qué decidiste comprar esta isla en particular?

      –Tenía buenas razones para sentirme agradecido con sus habitantes.

      –¿Puedo preguntar por qué?

      Alex se quedó en silencio un momento.

      –Ya que he sacado el tema yo mismo, supongo que debería explicarlo, pero no quiero que lo incluyas en la entrevista –le aclaró Alexei–. Después de terminar la carrera, me fui de vacaciones a casa de una amiga en Creta. Navegábamos casi todos los días por el Egeo para tratar de eliminar el estrés acumulado durante los duros exámenes finales. Un día, nos fuimos más lejos de lo habitual y estalló de repente una tormenta que nos arrastró aún más lejos. Luchamos para tratar de mantener el barco a flote, pero terminó hundiéndose. Me las arreglé para agarrarme al chaleco salvavidas que llevaba Ari y nos quedamos así durante lo que nos pareció una eternidad, hasta que por fin nos rescataron.

      –¿Os rescató alguien de Kyrkiros?

      –Sí. Llegué a perder el conocimiento. Cuando me desperté, tenía el brazo escayolado y un terrible dolor de cabeza. Estaba tumbado en una cama aquí mismo, en el kastro, en lo que hoy es la cocina. El marido de Sofia me había sacado del mar y metido en su barco, pero Ari se había separado de mí y Dion Arístides la había llevado en su embarcación a Naros.

      –¿Por qué no os llevaron al mismo sitio? ¿No habría sido más fácil?

      –Dion decidió que se hicieran así las cosas hasta saber exactamente quiénes éramos y si estábamos casados –le explicó Alexei sonriendo–. Mi amiga Arianna Marinos fue atendida por sirvientas de Dion, mientras que Sofia y Georg me cuidaron a mí. Poco tiempo después llegaron nuestros padres. La madre de Ari se quedó con ella en la casa de Dion y yo me fui con mis padres. Ari y yo nos recuperamos de aquella aventura y seguimos con nuestras vidas. No volví a verla hasta que fui a su boda en Creta. Una mirada a la cara de Dion cuando por fin despertó y Ari ya no tuvo ojos para nadie más, ni siquiera para mí.

      –¿Y vive allí con él? –le preguntó ella muy sorprendida con la romántica historia.

      –Sí, en Naros. Dion ha conseguido un vino estupendo en sus viñedos y me ha ayudado con los míos. El resto del año lo pasan en Creta, en la casa donde veraneábamos hasta que me abandonó por otro hombre –le dijo sonriendo–. Me rompí el brazo para salvarla y ella me recompensó rompiéndome además el corazón.

      –Bueno, parece que ya te has recuperado. ¿Vino a la fiesta?

      –No, este año no. Está embarazada y Dion la convenció para que se quedara en casa.

      –Bueno, ¿y qué pasó después?

      Alexei le contó que decidió invertir en la isla para mostrar así su agradecimiento a la gente de Kyrkiros, quería que tuvieran ingresos estables y les mostró cómo comercializar sus productos.

      Desde el principio, había tenido muy claro que quería restaurar el kastro.

      –No sé cuándo terminaremos las obras, pero lo más importante para mí es garantizar la seguridad de la gente que trabaja en ellas.

      –¿De quién fue la idea de recuperar el Baile del Toro? –le preguntó Eleanor.

      –De Arianna. Queríamos atraer la atención de los turistas y a ella, como cretense que es, se le ocurrió hacer una versión del Baile del Toro representada en Cnosos. Se encargó de estudiar el tema e ideó el baile con un coreógrafo profesional. Stefan ayudó a publicitarlo y fue un éxito desde la primera representación. Los bailarines de este año se han superado. ¿Te gustó?

      –Fue una experiencia que nunca olvidaré –le aseguró ella mientras encendía su portátil y buscaba las fotos–. Mira.

      Alex estudió las fotografías durante bastante rato. Después, la miró con respeto en sus ojos.

      –Son muy buenas. Has conseguido capturar la historia que tiene este baile detrás –comentó mientras las miraba–. Me encanta la foto del Minotauro, parece un monstruo real. Y ha sido muy inteligente por tu parte capturar a Teseo en el momento que levanta su hacha para matarlo. Bueno, Eleanor, ¿ya tienes suficiente información para escribir la entrevista que tanto te ha costado conseguir?

      –Creo que sí –contestó ella mientras recogía sus cosas–. Voy a volver a mi habitación para ponerme a trabajar en ella. Te la pasaré en cuanto esté lista.

      –Pensé que querías descansar y tumbarte al sol.

      –El trabajo antes que el placer –le dijo ella algo pensativa–.¿Dónde vas a estar tú?

      –Supongo que estaré aquí o puede que baje un rato al gimnasio –repuso él sacando un teléfono móvil de un cajón y entregándoselo–. Toma, debería haberte dado esto antes.

      –Ya he mandado correos electrónicos a mis padres para que sepan que estoy bien, pero me alegra tener de nuevo un teléfono –le dijo ella con una sonrisa–. Gracias.

      –Mi número está en la agenda. Si no estoy en el despacho, llámame cuando me necesites. O ya te llamaré yo si te necesito.

      Algo en su tono consiguió estremecerla y sintió una oleada de calor por todo su cuerpo. No era la primera vez que le pasaba con él. Se dio la vuelta y se alejó por el pasillo de camino a su habitación. Sabía que Alexei la estaba observando y lamentó haberse puesto esos pantalones tan cortos. Pero estaba orgullosa de sus piernas y creía que su trasero tampoco estaba mal.

      Cerró la puerta del dormitorio cuando llegó y trató de concentrarse en la tarea que tenía entre manos. Alexei se había limitado a darle datos profesionales y poco más. No le iba a ser fácil escribir la entrevista que Ross McLean esperaba, pero al menos podía darle algo más de color describiendo esa hermosa isla y promocionar así los productos que elaboraban sus gentes.

      Le habría encantado poder escribir sobre su naufragio y las razones personales que habían llevado a Alex a instalarse en Kyrkiros. Sabía que a Ross le encantaría que añadiera esos detalles, pero no podía hacerlo.

      Estuvo trabajando durante horas para transformar sus notas en un primer borrador. Cuando por fin terminó, guardó los cambios en el documento y apagó el ordenador. Lo llevó al despacho de Alexei y asomó la cabeza por la puerta, pero no estaba allí. Dejó el aparato en la mesa y se dio la vuelta para ir a buscarlo, pero se dio de bruces con el duro torso de un hombre.

      Alex agarró su cintura para sostenerla.

      –¡Cuidado! ¿A dónde vas?

      –Iba a buscarte –contestó ella sin aliento y con el pulso a mil por hora–. ¿Estabas nadando? –le preguntó al ver que tenía de nuevo el pelo mojado.

      Alexei negó con la cabeza y la soltó.

      –He estado levantando pesas y después me he dado una ducha. Transformé una de las habitaciones de la planta baja en un gimnasio, puedes usarlo si quieres.

      –No, no es lo mío, pero gracias. Me limito a hacer Pilates para mantenerme en forma.

      Sus ojos oscuros la miraron muy lentamente de arriba abajo.

      –Pues funciona.

      Para que no viera que se había sonrojado, se dio la vuelta y encendió el ordenador portátil. Abrió el documento que acababa de escribir y se lo enseñó.

      –He seguido al pie de la letra tus requisitos, así que no tardarás mucho en leerlo.

      –Algo me dice que no te gusta que te haya puesto tantos límites. ¿Qué habrías añadido si te hubiera dado carta blanca?

      –Me gustó mucho lo que me contaste antes, cómo te rescataron y te trajeron a Kyrkiros y que después decidiste invertir en la isla y en su bienestar para darles las gracias.

      –Eso hubiera involucrado a otras personas que valoran mucho su privacidad –le dijo Alexei–. Mientras lo leo, ¿por qué no subes a tomar el sol a la azotea?

      –No, prefiero ir a leer en mi habitación. Lo de la azotea será mi recompensa cuando por fin mande el artículo –le dijo ella mientras le daba el correo electrónico de Ross McLean–. Si te parece que todo está bien, ponte en contacto con mi editor y déjale las cosas muy claras antes de enviárselo.

      Pero de vuelta en su habitación, no pudo concentrarse en su novela. Se sentó junto a la ventana y se distrajo mirando los barcos, la playa y el mar azul. Ella misma se sentía como si fuera el personaje de una novela o un cuento de hadas, contemplando el mundo desde su torre. Pero ella no era ninguna princesa y el apuesto príncipe debía estar en esos momentos leyendo su artículo y encontrando en él cosas que no eran de su agrado.

      Cuando llamaron a la puerta, respiró profundamente antes de abrirla.

      –Es muy bueno –le dijo Alexei con una sonrisa–. He hecho algunos cambios. Ven al despacho para arreglar el borrador final. Así podrás enviarlo y relajarte por fin al sol.

      –Gracias –dijo aliviada–. ¿Te has puesto en contacto con Ross?

      –Sí. Le he dejado muy claro que no quiero cambios y me ha prometido que no lo hará.

      –¡Me habría encantado ver su cara cuando recibió tu correo electrónico!

      –Podrías haber esperado a dárselo en persona. No llegarás a tiempo de verlo impreso, ¿no?

      –Conociendo a Ross, ya lo tendrá enmarcado en la pared de su despacho para cuando vuelva.

       

       

      Volvieron al despacho y Alex le mostró los cambios que quería que hiciera.

      –De acuerdo –murmuró ella después de mirar la lista–. No me llevará mucho tiempo.

      –Entonces me quedaré aquí –le dijo Alexei.

      Ella asintió con aire ausente y se puso a trabajar.

      Alexei se quedó contemplando su rostro, bronceado por el sol, y la intensidad con la que trabajaba. Cada vez estaba más convencido de su plan de la noche anterior. Algunos mechones de su pelo castaño se habían escapado de la cola de caballo y caían sobre sus mejillas, pero ella no parecía consciente. Estaba completamente concentrada en su trabajo y en nada más. No tardó en terminar. Después, se acomodó en su asiento y volvió a leerlo todo mientras se mordía el labio inferior.

      Sintió ternura hacia ella al verla tan absorta en su trabajo. Eleanor Markham no era la mujer más bella del mundo, pero había algo en su cara y en su mirada inteligente que le atraía más que cualquier modelo o actriz que hubiera conocido. Sabía que las curvas que adivinaba bajo su ropa no eran fruto de la cirugía y, aun sin maquillaje, le atraía su rostro fresco y natural. No le gustaba su profesión, pero le encantaba Eleanor.

      Y algo le decía que le gustaba más aún de lo que quería admitir. No hablaba de su vida con nadie, ni siquiera con su madre. A ella, en cambio, había llegado a contarle lo duro que había sido su primer año en el colegio y otras historias personales. Lo que era aún más raro en él, sabía que podía confiar en ella y que no iba a publicar nada con lo que él no estuviera conforme. Se dio cuenta de que, como siempre, su madre había estado en lo cierto. La compañía de una mujer inteligente era un buen cambio para él. Algo de lo que no quería desprenderse aún.

      –Ya está –anunció ella por fin–. Si todo te parece bien, se lo mandaré a Ross.

      Pero sabía que entonces Eleanor ya no tendría motivos para quedarse allí y querría volver a casa. Mientras revisaba una vez más el texto, comenzó a pensar en qué podía hacer para que se quedara allí unos días más. No solo porque quería acostarse con ella, sino porque disfrutaba de su compañía.

      –¿Está mal? –le preguntó Eleanor al ver que tardaba–. ¿No te gusta lo que he cambiado?

      –Sí, me gusta. Me hace parecer más humano. Escribes muy bien –repuso Alexei–. Mándaselo cuando quieras a tu jefe, hazle feliz. Cuando te responda para decirte que lo ha recibido, ya podrás relajarte y disfrutar del almuerzo antes de subir a la azotea para tomar el sol.

      –Un plan estupendo –murmuró ella–. Aquí está –agregó cuando llegó la respuesta de su jefe.

      Alex rodeó la mesa para mirar por encima de su hombro.

      –«¡Buena chica! Muchas gracias, RMcL» –leyó él en voz alta.

      –Buena chica –repitió Eleanor con desagrado mientras apagaba el ordenador.

      –¿Preferirías que te llamara «mujer»?

      –Por supuesto. ¿Te gustaría a ti que alguien te dijera «buen chico»?

      –No, supongo que no. Deja que calme tu indignación con una copa de vino de Kyrkiros.

       

       

      Eleanor aceptó el vino con gratitud. No sabía por qué, pero estaba agotada. Solo había escrito un artículo, estaba acostumbrada a hacerlo, pero ese era muy importante. Además, se sentía bastante tensa cuando tenía a Alexei observándola mientras trabajaba.

      Era muy agradable sentarse en el cómodo sofá y disfrutar de las vistas mientras bebía ese vino.

      –Me gustaría refrescarme un poco antes de la comida –le dijo a Alex–. ¿Tengo tiempo?

      –Tómate todo el que quieras –respondió él con una sonrisa–. Pero no demasiado, necesitas comer después de tanto trabajo.

      –Solo serán quince minutos –le prometió Eleanor.

      Se puso su bañador, una camisa suelta de color rosa y unos pantalones vaqueros blancos. Aplicó un poco de brillo en sus labios y se cepilló el pelo.

      –¡Qué puntual! –exclamó Alex cuando ella entró en el salón de la torre–. Eres una mujer poco común. ¿Te has dado cuenta de que te he llamado «mujer»?

      Ella se echó a reír. Estaba muy contenta. Había conseguido una importante exclusiva y ya tenía todo el trabajo hecho y enviado.

      –Sí, lo he notado –le aseguró ella mientras aceptaba otra copa de vino–. Gracias, lo necesitaba.

      –He pedido que nos sirvan ensaladas –le dijo Alex mientras señalaba la comida que tenían ya en la mesa–. Ya cenaremos algo más fuerte.

      Se estremeció al pensar en la cena, pero recordó que no era ninguna cita.

      –En este momento, es justo lo que más me apetece –repuso ella levantando su copa–. Junto con esto, por supuesto. Hacéis un vino estupendo aquí en Kirkyros.

      –Dion es un gran enólogo y muy preocupado por la calidad del producto final. Yo me limito a asegurarme de que se venda. Y a beberlo, claro.

      –Tiene un sabor muy particular, algo así como un vino rosado, pero con más cuerpo. Está muy bueno, pero creo que no debería tomar más de una copa o se me subirá a la cabeza.

      La ensalada de cangrejo estaba deliciosa y disfrutó mucho de la compañía. Le resultaba fácil hablar con él. Estuvo a punto de dejar que Alex le sirviera más vino, pero se detuvo a tiempo.

      –Eres una mujer prudente –comentó él.

      –Llevo demasiado tiempo esperando poder tumbarme al sol para arriesgarme ahora a sufrir una jaqueca por culpa del vino –le dijo mientras se levantaba–. Así que, si me disculpas, voy a subir ahora mismo a la azotea. Por favor, dile a Sofia que me ha encantado la comida.

      –A mí también, pero creo que me ha gustado aún más la compañía –dijo Alexei mientras tocaba brevemente su pelo–. Deberías ponerte un sombrero.

      –Sí, es verdad. Iré antes a mi habitación a por uno.

       

       

      Alex se quedó observándola mientras Eleanor salía corriendo hacia su dormitorio. Parecía estar algo incómoda con él, como si le tuviera miedo. Era distinta a todas las mujeres que había conocido, no trataba de coquetear con él y era algo que le resultaba muy atractivo.

      Sabía que iba a ser difícil convencerla para que se acostara con él, pero no le preocupaba, siempre le habían gustado los retos.

      Volvió a su despacho y llamó a Stefan. Tenía algunos asuntos que tratar con él. Además, quería darle a Eleanor algo de tiempo para que tomara el sol. Después, subiría a la azotea para ver cómo estaba su huésped.

      Mientras hablaba con Stefan, se distrajo mirando por la ventana. Le habría gustado poder enseñarle a Eleanor la isla, pero creía que era mejor no arriesgarse hasta que la dejara en Creta.

      Sabía que nunca iba a poder olvidar el miedo que oyó en los gritos de su madre llamándolo ni las críticas que había recibido de su padre por no cuidar mejor de ella.

      Decidió llamar a su madre para ver cómo estaba y decirle que Eleanor ya le había hecho la entrevista. A Talia le encantó oírlo y le felicitó por haber accedido a hacerlo. También le aconsejó que aprovechara al máximo el tiempo con su invitada.

      –Ha sido muy buena idea invitarla al kastro, allí sabes que estará a salvo allí, Alexei mou –le dijo ella cariñosamente–. Dale un saludo de mi parte y recuérdale que quiero que me visite cuando vuelva a casa.