1. Capítulo 8

       

      Eleanor se despertó bastante temprano. Se levantó y se puso el albornoz.

      –¿A dónde vas? –le preguntó Alexei medio dormido.

      –A mi habitación antes de que Sofia vea que no estoy allí.

      Alexei agarró su brazo y la obligó a sentarse en la cama. La besó apasionadamente.

      –Vuelve a la cama –le susurró.

      –No, el colchón ya se habrá secado y quiero poner sábanas limpias antes de que llegue Sofia.

      –Bueno, si tanto te importa hacerlo... –le dijo Alex mirando su reloj–. Pero Sofia no subirá hasta dentro de media hora.

      –Entonces, tenemos tiempo de arreglar un poco tu cama.

      Consiguió convencerlo para que la ayudara a colocar las almohadas y la colcha.

      –Bien –dijo con satisfacción cuando terminó–. Ahora voy a hacer la mía.

      –¿Quieres que vaya a ayudarte? –le sugirió Alexei.

      –No, gracias. ¿Qué diría Sofia si te viera allí?

      –Entonces, sé rápida. Iré a buscarte cuando el desayuno esté listo.

      A la luz del día, le pareció increíble que hubiera pasado tanto miedo la noche anterior. Sonrió aliviada al llegar a su dormitorio y ver que el colchón se había secado. Aun así, le dio la vuelta antes de poner sábanas limpias.

      Cuando terminó, se puso un bañador negro, pantalones cortos y una camiseta. Se peinó y se maquilló ligeramente. Casi le sorprendió ver su reflejo y descubrir que su aspecto era el de siempre porque se sentía muy distinta esa mañana después de la noche de pasión que había compartido con él.

      Llamaron a la puerta de su cuarto y entró una sonriente Sofia.

      Kalimera, kyria Eleanor.

      Kalimera, Sofia –dijo ella–. ¿Cómo está Yannis?

      –Mejor, gracias a su medicina, kyria –le dijo la mujer con gratitud–. Kyrie Alexei la espera.

      Eleanor le dio las gracias y fue al salón de la torre. Alex la recibió besando su mano y apartó después la silla para que se sentara a la mesa.

      –Estoy muerto de hambre –le dijo Alexei.

      –La verdad es que yo también –repuso ella mirando el maravilloso desayuno.

      –¿El amor te ha abierto el apetito?

      «¿Amor?», se dijo ella.

      Estuvo a punto de atragantarse con el café al oírlo, pero recordó que el inglés no era el primer idioma de Alexei y sería un malentendido.

      –Sí, supongo que sí. Aunque a veces estas cosas me han quitado el apetito.

      –¿Te refieres al idiota que no quería acostarse contigo? Se perdió algo increíble.

      –Gracias –dijo ella mientras untaba mantequilla en una tostada.

      –¿Estás pensando en él? –le preguntó Alexei poco después.

      –La verdad es que sí. Me he dado cuenta de que una experiencia como la de anoche habría sido imposible con él –le dijo ella con franqueza.

      –¿No habría sido tan bueno como conmigo?

      –No, seguro que no –le confesó ella.

      Alex le dedicó una sonrisa que hizo que se quedara sin aliento.

      –Me alegra oírlo. Ahora, come bien y nos iremos a nadar.

      Eleanor no podía dejar de mirarlo. Tenía que regresar a casa y no iba a volver a verlo, pero no quería pensar en eso. Hasta entonces, quería aprovechar al máximo cada momento. Hacer el amor con él había sido una experiencia inolvidable y sabía que no iba a tener nunca un amante como él.

      –Estás soñando despierta –murmuró Alex–. ¿En qué estabas pensando?

      –En ti.

      –Eres una mujer tan sincera –le dijo él poniéndose en pie para acercarse a ella y besarla–. Eres una experiencia nueva en mi vida, Eleanor Markham.

      –¡Lo mismo te digo, Alexei Drakos!

      –Quédate unos días más –le pidió él mientras la abrazaba con más fuerza.

      –No, tengo que volver a la realidad y tu también tienes que irte.

      –Pueden esperarme un poco más –le dijo Alexei.

      –Pero yo no tengo tanta suerte en mi trabajo. Como me dice Ross McLean cada dos por tres, hay cientos de periodistas deseando ocupar mi puesto.

      –Si ese hombre te da problemas, me encargaré de él –le dijo Alexei.

      Había pensado que lo que había pasado la noche anterior no sería una novedad para él y que por la mañana iba a ser el mismo de siempre, pero se estaba comportando casi como si tuvieran una relación. Era maravilloso, pero también desconcertante.

      –Gracias, pero puedo lidiar yo misma con Ross. ¿Nos vamos a nadar?

      –Bueno, antes quería echar un vistazo más en el sótano.

      –¿Es necesario? Ya miraste anoche y no encontraste nada. Además, te llevará mucho tiempo y me voy mañana, ¿lo recuerdas?

      –¿Crees que podría olvidarlo? –repuso Alexei tomando su mano–. De acuerdo, le diré a Theo que mantenga a todo el mundo alejado de mi playa para que te pueda tener solo para mí.

       

       

      Después de estar casi cautiva en el castillo, fue un alivio para Eleanor poder estar en la playa con Alex. Además, era un lugar muy privado gracias a las rocas y la vegetación que los rodeaba.

      –¿Esta playa es solo para ti, Alex?

      –No, solo cuando estoy aquí. El resto del tiempo puede usarla todo el mundo –le explicó él mientras se sentaban en las toallas–. ¿Te ayudo a ponerte la crema protectora? –añadió con picardía mientras le acariciaba un muslo.

      –No, gracias. Ya me la puse antes de venir.

      –¡Qué pena! Me habría gustado tener esa excusa para acariciarte.

      Eleanor se estremeció y miró el cuerpo esbelto y musculoso que se tendía junto a ella.

      –¿Quieres que te ponga crema yo?

      –No, gracias. Eso me gustaría demasiado. A lo mejor más tarde, cuando estemos a solas en mi habitación.

      Le sorprendió que quisiera volver a dormir con ella esa noche.

      –¡Vamos a nadar! –exclamó de repente levantándose para quitarse la ropa.

      Echó a correr riendo y Alexei fue tras ella. Se metió entre las olas hasta que estuvo lo suficientemente lejos como para bucear bajo el agua. Alexei se lanzó tras ella, nadando rápidamente. Lo perdió de vista un segundo y, cuando quiso darse cuenta, estaba detrás de ella, listo para salpicarla. Se echó a reír. Se sentía muy feliz y disfrutó de la faceta más juguetona de Alexei. Cuando se cansaron del agua, salieron a tomar el sol un rato.

      –Tengo que ir a ver unas cosas –le dijo Alexei después–. ¿Quieres venir conmigo?

      –Me encantaría, así puedo ver un poco más de la isla. Este sitio es maravilloso.

      Volvieron al kastro para ducharse y cambiarse. Ella se puso un vestido fucsia y fue a buscarlo.

      –¿Estoy bien así? –le preguntó a Alexei.

      –Estás perfecta. Vamos a ir hasta la iglesia, así podrás ver el pueblo y conocer a la gente.

      Eleanor se colgó su cámara, se puso las gafas de sol y un sombrero blanco de algodón.

      –Estoy lista –le dijo con una gran sonrisa.

      Bajaron a la cocina y salieron por la parte de atrás.

      –Todo es tan raro –comentó ella mientras comenzaban a andar–. Solo hace un par de días que vine, pero me da la impresión de que ha pasado mucho más tiempo.

      –Es que han pasado muchas cosas desde entonces –repuso Alex sonriendo con dulzura.

      –Espera un momento, quiero hacer fotos de esas casas de la colina.

      Salió una mujer de una de ellas y Alex se la presentó.

      –¿Puedes pedirle permiso para hacerle una fotografía? –le preguntó Eleanor.

      Alex habló con la mujer, que asintió con entusiasmo cuando Eleanor le hizo señas para que se colocara frente a la pared encalada de su casa y al lado de las macetas con flores.

      Siguieron andando y muchos más vecinos salieron a su encuentro hasta que llegaron a la iglesia. También era blanca y tenía una bella cúpula azul. Allí hizo Eleanor una última foto antes de guardar la cámara.

      –Me gustaría enseñarte los viñedos, pero tardaríamos demasiado –le dijo Alex de vuelta a casa–. Tienes que volver algún día para ver el resto de la isla.

      Pero Eleanor sabía que eso era imposible.

      –¿En qué estás pensando? –le preguntó él poco después.

      –En que no van a volver a enviarme a esta parte del mundo –le dijo con pesar–. Mi próximo trabajo será en Inglaterra. Tengo que escribir sobre destinos poco comunes de fin de semana.

      –Entonces, ven cuando tengas vacaciones –repuso él como si fuera la cosa más fácil del mundo.

      –Kyrkiros no es un destino turístico –le recordó ella.

      –Tú siempre serás bienvenida en mi cama, Eleanor Markham.

      –Lo tendré en cuenta –repuso ella.

      Cuando se detuvieron para que Eleanor pudiera hacer fotos de las barcas en la playa, se les acercó Theo Lazarides.

      –¿Podrías volver a casa y decirle a Sofia que estamos listos para comer? –le pidió Alexei–. Tengo que hablar con Theo.

      Eleanor entró al kastro. Entre esas gruesas paredes de piedra, la temperatura era mucho más fresca. Fue a hablar con Sofia y subió después a su habitación. Pasó las fotografías a su portátil y envió un correo electrónico a sus padres. Después, fue al salón de la torre.

      –¿Dónde estabas, Eleanor? –le preguntó Alexei mientras Sofia les servía la comida.

      –Escribiendo a mis padres para que vayan a buscarme al aeropuerto.

      Kyria Eleanor se va mañana, Sofia –le explicó Alex al ama de llaves.

      –Entonces le haré esta noche una cena especial –repuso Sofia con tristeza–. Es una lástima que tenga que irse, kyria. Vuelva pronto.

      Eleanor sonrió y esperó a que los dejara solos para mirar a Alexei.

      –No creo que pueda volver. Ross es demasiado tacaño y no va a enviarme al mismo sitio tan pronto. Además... –murmuró ella–. Ha sido una experiencia única, Alexei. Del tipo que no se repite nunca.

      –Nunca es mucho tiempo –repuso Alexei–. ¿Quién sabe lo que el destino nos tendrá reservado?

      Ella sonrió y siguió comiendo, pero no tenía apetito.

      –Pareces cansada –le dijo él–. Toma un poco de fruta y acuéstate después un rato.

      –No, prefiero subir a la azotea y disfrutar al máximo de este sol antes de irme.

      –Haz lo que quieras, glykia mou. Pero no estés allí mucho tiempo. Si no estás en tu habitación cuando yo vuelva de los viñedos, iré a buscarte.

      Alexei se puso entonces de pie y le dio un apasionado beso.

      –Será mejor que te vayas. No quiero que me lo eches después en cara –dijo ella.

      –No te preocupes –repuso Alexei–. Después de la cena, pasaremos la noche en mi cama, disfrutando de cada minuto antes de que te vayas –agregó con firmeza–. ¿Te parece bien?

      –Sabes que sí –confesó ella ruborizándose.

      Se levantó para recoger los platos y Alex la ayudó a ponerlos en el carro.

      –Muy bien, parece que estoy siendo una buena influencia en tu vida –le dijo ella riendo.

      –Así es –dijo él muy serio–. Fue una suerte para mí que tu jefe quisiera que me entrevistaras.

      Al principio, no me gustó saber que eras periodista, pero ahora me cuesta separarme de ti.

      Le gustó tanto su confesión que se acercó para besarlo. Alexei la miró con sorpresa.

      –Me has besado –comentó sonriente–. ¿Sabes que es la primera vez que me besas tú?

      –Puede ser, pero siempre te devuelvo los que me das. No puedo evitarlo. Me besas y estoy perdida –le confesó Eleanor–. Bueno, supongo que eso no debería haberlo admitido.

      –No estoy de acuerdo. Es justo lo que un amante quiere oír –le aseguró mientras salía al pasillo–. Te lo demostraré más tarde. Bueno, me voy. No pases mucho tiempo en la azotea.

      –¿Vas a los viñedos en barco?

      –No, tengo un coche aquí en la isla –le dijo entrando en el ascensor y despidiéndose con la mano–. Antia, glykia mou.