1. Capítulo 3

       

      Eleanor despertó a la mañana siguiente cuando alguien llamó a su puerta. Por un momento, se quedó mirando a su alrededor. Se incorporó en la enorme cama de Alexei Drakos haciendo una mueca de dolor al sentir las contusiones que tenía por todo el cuerpo.

      Entró en ese momento una sonriente Sofia con una bandeja en sus manos.

      Kalimera, kyria.

      Eleanor le devolvió el saludo y le preguntó por Talia.

      Kyria Talia se ha ido, pero le dejó esto –le dijo Sofia mientras sacaba una carta del bolsillo de su delantal–. Me pidió que me asegurara de que usted descanse y coma bien.

      Eleanor abrió el sobre en cuanto se quedó de nuevo sola.

       

      Querida Eleanor:

      Vine a verte esta mañana, pero estabas tan profundamente dormida que decidí no molestarte. El tipo que nos atacó ya está bajo la custodia de la policía, pero mi hijo ha insistido en acompañarme en el ferry hasta Creta, de donde sale mi vuelo. Durante el viaje, voy a pedirle que te conceda una entrevista. Disfruta de tu estancia en Kyrkiros. Alex regresará allí más tarde, así que asegúrate de que te dé tu recompensa por lo valiente que fuiste anoche.

      Por favor, ponte en contacto conmigo en los números de teléfono y en la dirección que te doy más abajo. Con todo lo que pasó anoche, se me olvidó pedirte tus datos y me gustaría mucho volver a verte, Eleanor.

      Con gratitud y cariño,

      Talia.

       

      Eleanor guardó la carta y miró la bandeja. Tenía mucha hambre y no le iba a quitar el apetito saber que iba a tener que enfrentarse con Alexei Drakos a solas. Tenía zumo de naranja, bollos calientes y café.

      Cuando Sofia regresó algún tiempo después a recoger la bandeja, la acompañó a la habitación de invitados, donde iba a dormir a partir de esa noche. Allí la esperaba su ropa, limpia y seca.

      Le dio las gracias a la mujer y le preguntó cuándo regresaba kyrie Alexei.

      Sofia se quedó perpleja.

      –No va a volver. Se queda en Creta, kyria. Pero usted puede quedarse el tiempo que desee.

      Eleanor se quedó muy decepcionada, pero no dijo nada.

      Se dio una ducha para tratar de calmar su enfado. Después de todo, no iba a poder entrevistar a Alexei Drakos.

      Una vez duchada, se vistió y bajó a la planta baja. Siguió las voces que oía hasta una cocina enorme donde se encontró a Sofia tomando café con otras dos mujeres.

      Kalimera –les dijo Eleanor a modo de saludo general.

      Sofia le presentó a Irene y a Cloe. Las dos mujeres elogiaron su valentía.

      –Ha salvado a kyria Talia –le dijo Sofia–. ¿Le hizo daño?

      Eleanor se dio unas palmaditas en las costillas. Con gestos y las pocas palabras en griego que sabía, consiguió explicarles que le había dado una patada y la había empujado al agua.

      –¡Podría haber muerto! –exclamó Irene.

      Kyrie Drakos me salvó –les explicó–. ¿Podría llevarme alguien a Karpyros, por favor?

      Creía que, si Alexei Drakos no iba a volver, no tenía sentido quedarse allí. Además, tenía todas sus pertenencias en el hotel y necesitaba su ordenador portátil para trabajar un poco.

      –Yannis podrá llevarla después de comer –le dijo Sofia con firmeza–. Le serviré el almuerzo en el salón de la torre.

      Eleanor salió de la cocina y subió al salón. Pasó mucho tiempo allí, disfrutando de la vista. Después, escribió algunas notas sobre lo que había visto el día anterior. Era frustrante tener que limitarse a la fiesta y no poder contar todo lo demás. Pero aun así sabía que el artículo de Kyrkiros seguiría siendo el más interesante de la serie. En parte gracias a las fotografías que había tomado del Baile del Toro y también porque la isla era propiedad del conocido empresario Alexei Drakos.

      Estaba completamente centrada en su trabajo cuando llegó Sofia con una ensalada para ella.

      –Coma bien, kyria –le pidió la mujer–. Cuando termine, Yannis la llevará a Karpyros y esperará todo el tiempo necesario hasta que esté lista para volver.

      Eleanor le explicó que iba a quedarse allí hasta que volviera a Inglaterra. La mujer protestó acaloradamente. Después, le dejó la comida y se fue.

      Cuando terminó, recogió su bolso y bajó a la cocina. Estuvo unos minutos haciéndoles fotografías a las tres mujeres y, cuando llegó Yannis para llevarla a la otra isla, le hizo también fotos al joven junto a su sonriente madre.

      –Os enviaré las fotografías cuando llegue a casa –les prometió ella.

      Siguió a Yannis hasta el embarcadero principal. Le entristecía irse de Kyrkiros, aunque solo fuera por no poder hacer la entrevista.

      Le emocionó cómo la recibieron en el hotel. Takis y Petros le dijeron que habían estado muy preocupados por ella la noche anterior, hasta que los informaron de lo que había pasado. Cuando entró en su pequeño apartamento, se sentó al sol durante un buen rato y miró hacia el puerto de Kyrkiros. Habían pasado tantas cosas desde que saliera de esa habitación para ir a la isla, que le parecía increíble que solo hubiera transcurrido un día. Se acordó entonces de su cámara. Fue un gran alivio ver que podía descargar en su ordenador las fotografías que había hecho.

      Las primeras imágenes que había hecho del kastro y de las casas estaban bien, pero no se podían comparar con las de la fiesta. Esas estaban llenas de color y vida. También le habían salido muy bien las fotografías del Baile del Toro, con los bailarines desarrollando su exótica y compleja coreografía a la luz de las antorchas. La escena parecía aún más irreal en la pantalla de su ordenador, como si hubiera abierto una ventana al pasado.

      Pero sus fotos favoritas eran las que le había hecho al Minotauro con Teseo. Esperaba que esas imágenes tan buenas consiguieran consolar a Ross McLean cuando le contara que no había podido entrevistar a Alexei Drakos.

      Suspiró algo decepcionada y se dispuso a escribir el artículo que completaba su serie sobre viajes en las islas griegas.

       

       

      Alexei había acompañado a su madre hasta Creta. Se había pasado la mayor parte del trayecto prometiéndole que se iba a tomar más tiempo libre para disfrutar de la vida. Siempre le costaba despedirse de ella.

      Durante el viaje de vuelta, lamentó que su madre lo hubiera convencido para regresar a Kyrkiros y cuidar de la periodista. De una periodista de la que había sospechado cuando se dio cuenta de que alguien había tratado de secuestrar a su madre.

      Pero su madre casi nunca le pedía nada y había accedido a hacerlo. Talia Kazan creía que le vendría bien alejarse de la rutina durante un tiempo y estar en compañía de una mujer inteligente y atractiva. También le había recordado que estaba en deuda con ella y le había dicho que lo único que Eleanor quería, a modo de agradecimiento, era una entrevista en profundidad.

      Frunció el ceño, no sabía qué sería exactamente para la señorita Markham «una entrevista en profundidad». Si creía que le iba a desnudar su alma, iba a sentirse muy decepcionada.

      Nunca le había gustado la prensa, sobre todo tras el divorcio de sus padres, cuando su madre sufrió mucho por los comentarios que hacían sobre su fallido matrimonio. Eso también hizo que cambiara la relación que había tenido hasta entonces con su padre.

      Y, después de la venganza de Christina Mavros, su hostilidad había ido en aumento.

      Cuando le preguntaba a su madre sobre el divorcio, siempre le decía que era algo privado entre su padre y ella. Su abuelo, Cyrus Kazan, le había dado muchos más detalles. Le había dicho que Milo era un hombre tan celoso que había creído que el niño no era realmente suyo.

      Talia le había aclarado la historia muchos años después.

      –Engordé tanto al principio del embarazo, que Milo creyó que estaba embarazada de otro. Cuando naciste, se arrepintió mucho y me pidió perdón, pero estaba tan dolida y furiosa por su falta de confianza, que me negué a escucharlo.

      Aunque había estado muy enfadada, había querido lo mejor para su hijo. Por eso le había puesto el apellido de su padre y había permitido que Milo eligiera los mejores colegios para el niño.

      Durante su infancia, Alexei lo visitaba a menudo en Atenas y en su casa de vacaciones en Corfú. Cuando supo por qué se habían divorciado sus padres, siguió visitándolo, era lo que su madre quería que hiciera, pero ya no hablaba con su padre. Cuando estaba allí, se pasaba todo el tiempo en la piscina o pegado al ordenador de última generación que le acabara de comprar su padre para tratar de ganárselo.

      Fue así como comenzó su pasión por la tecnología. Unos años más tarde, desarrolló el innovador software con el que consiguió ganar una fortuna. Entonces había estado aún estudiando en el colegio británico al que su padre había querido que fuera.

      Lo primero que había hecho con el dinero ganado con ese software había sido escribirle a su padre un cheque que le había dado tras las últimas vacaciones que había pasado con él en Corfú. Cuando lo llevó al aeropuerto para despedirse, Alexei le dio el cheque a su padre con la cantidad total de dinero que Milo Drakos había gastado en su educación a lo largo de los años.

      –Ahora ya no te debo nada –le había dicho entonces a su padre.

      Recordaba perfectamente la expresión con la que se había quedado Milo mientras su hijo subía al avión. Era un recuerdo que ya no recordaba con satisfacción, sino con pena.

      Se dio cuenta de que ya habían llegado y llamó a Theo Lazarides para decirle que el ferry estaba a punto de atracar.

       

       

      Eleanor estaba tan inmersa en el artículo que estaba escribiendo que se sobresaltó cuando alguien llamó a la puerta. La abrió sin más y se quedó atónita al encontrarse con los ojos oscuros y furiosos de Alexei Drakos.

      –¿Qué demonios está haciendo aquí? –le preguntó él.

      –Yo podría preguntarle lo mismo –replicó ella–. Me ha dado un susto de muerte.

      –Eso espero. Después de lo que pasó anoche, me parece increíble que me haya abierto la puerta sin comprobar quién era. ¿Se ha vuelto loca? –le dijo Alexei–. Llamé a Theo Lazarides desde el ferry y me dijo que se había ido. ¿Por qué no se quedó allí?

      –Bueno, con ese hombre en manos de la policía, ya no me pareció necesario –dijo ella con firmeza–. En cualquier caso, ¿por qué está aquí? Sofia me dijo que no iba a volver a Kyrkiros.

      –Ese era el plan. Entre la comisaría y acompañar a mi madre a Creta, se me olvidó decirle a Sofia que había cambiado de idea y que me quedaba unos días más. Además... ¿Tenemos que hablar de todo esto aquí afuera o puedo entrar?

      –Mejor no.

      –¿Por qué no? –preguntó Alexei tratando de controlarse.

      –Porque está enfadado conmigo.

      Alexei cerró los ojos como si estuviera tratando de reunir la paciencia que necesitaba. Cuando los abrió de nuevo, dio un paso atrás y levantó las manos en señal de rendición.

      –Señorita Markham, Eleanor, vengo en son de paz. No tengo ninguna intención de hacerle daño. De hecho, estoy aquí para llevarla de vuelta a Kyrkiros y poder así asegurarme de que no le pase nada más durante su estancia en estas islas. Si sigue aquí, no puedo hacerlo y mi madre nunca me lo perdonaría si le pasara algo que yo podría haber evitado.

      –Pero ya no es necesario, el secuestrador está encerrado.

      –El hombre que lo contrató aún está por aquí...

      –Mire, señor Drakos...

      Alexei levantó una ceja con sorpresa.

      –Creo que es un poco tarde para ese tipo de formalidades.

      –Muy bien, Alexei entonces.

      –Alex –la corrigió él.

      –Tengo una solución mucho más simple para el problema, Alex.

      –¿Cuál es?

      –Me olvidaré de mis vacaciones y tomaré el primer vuelo que salga de vuelta a mi país.

      Alex le dedicó una sonrisa inquietante.

      –Pero si lo haces, te irás sin tu recompensa. Mi madre me convenció para que lo hiciera. Así que para lograrlo, Eleanor Markham, tendrás que quedarte aquí algún tiempo más.

       «¿De verdad quiere que le haga una entrevista?», se dijo con incredulidad.

      –Será mejor que pases –le dijo.

      –Gracias –dijo Alex mientras entraba y cerraba la puerta–. ¿Por qué has cambiado de opinión?

      –La posibilidad de una entrevista hace que me valga la pena arriesgarme –confesó ella.

      –Conmigo no corre ningún peligro, Eleanor.

      –Me alegra saberlo –murmuró mientras señalaba el sofá–. ¿De verdad me darás una entrevista?

      –Sí, aunque limitaría ciertos temas, por supuesto –dijo Alexei–. A su jefe le va a encantar.

      –No sabes cuánto –le confirmó ella–. Pero no necesito estar en Kyrkiros para hacerla. ¿Por qué iba nadie a molestarme a mí ahora que ya no está tu madre?

      –Te han visto en la isla con ella, pueden pensar que eres importante para mí –le dijo Alex–. Si lo que quieren es pedir un rescate, puede que lo intenten contigo ahora que mi madre no está. La verdad es que tengo la corazonada de que podrías estar en peligro.

      La entrevista fue lo que consiguió convencerla. Apagó su ordenador, metió su libreta y su cámara en el bolso y subió deprisa las escaleras para hacer la maleta.

      –El ferry a Creta está a punto de salir. Dile a Takis que has cambiado de opinión y que lo vas a tomar. He amarrado mi barco lejos de aquí, así que podremos irnos sin que nadie nos vea.

      –¡Debo de estar volviéndome loca! Mi teléfono móvil no funciona y estoy a punto de irme con alguien a quien apenas conozco sin decirle a nadie a dónde voy. Podría desaparecer de la faz de la tierra sin que nadie se enterara.

      Alex apretó los dientes.

      –¡No me extraña que escribas para ganarte la vida! ¡Qué imaginación! –exclamó él–. De acuerdo, iré a buscar a Takis para que venga y puedas decir a dónde vas. Le pediré que no se lo diga a nadie para mantenerte a salvo.

      Alexei salió de allí y ella se quedó algo preocupada, pensando que quizás estuviera a punto de cometer el peor error de su vida. Pero creía que valía la pena el riesgo para conseguir esa entrevista. Sabía que cualquier periodista en su situación estaría saltando de alegría, pero no le hacía gracia pasar más tiempo con un hombre tan hostil que solo estaba dispuesto a sufrir su compañía porque pensaba que estaba en peligro y porque su madre se lo había pedido.

      Alex le explicó a Takis lo que había pasado el día anterior y que se iba con él a su isla.

      El dueño del hotel les prometió que no le diría a nadie dónde estaba y les indicó cómo llegar al barco de Alexei por un camino poco transitado que había detrás de los apartamentos.

      Fueron en silencio hasta el puerto. Él caminaba a buen ritmo y ella lo seguía como podía. Cuando por fin llegaron al barco, el ruido del motor era demasiado fuerte como para que le hiciera ninguna pregunta.

      En el muelle los esperaba un hombre.

      –Te presento a Theo Lazarides, jefe de seguridad en la isla. La señorita se quedará aquí unos días, Theo.

      –Bienvenida de nuevo, señorita Markham –le dijo cortésmente el hombre.

      Efcharisto, kyrie Lazarides –repuso ella sonriendo.

      –Vamos a entrar –le dijo Alexei mirando a Theo–. ¿Nos esperan?

      –Sí, kyrie.

      No se sintió segura hasta que llegaron al kastro y entraron por el patio amurallado tras el castillo. Alex la acompañó hasta la cocina, donde estaba Sofia. La mujer le sonrió cálidamente.

      –La acompañaré a su cuarto –le dijo la mujer.

      –No hace falta. Lo haré yo, Sofia –repuso Alex.

      –Gracias –le dijo ella mientras iban a la habitación–. Gracias por todo. Sé que tienes que quedarte aquí por mi culpa.

      –No necesito volver aún a Atenas. Stefan ya está allí y puedo estar en contacto con él y con todos los demás desde mi oficina aquí en el kastro.

      –Te gusta tener el control –murmuró Eleanor–. Investigué un poco sobre ti antes de venir.

      –Ya lo imagino –dijo él–. ¿Y qué has aprendido, Eleanor? ¿Suculentos detalles sobre mi vida?

      –Sabes perfectamente bien que no hay mucha información sobre tu vida.

      –Bueno, pero habrás leído lo que dijo Christina Mavros –dijo él con escepticismo.

      –Sí, pero no le hice mucho caso. Me parecieron las palabras de una mujer despechada. También he leído sobre el divorcio de tus padres y que fuiste una especie de niño prodigio.

      –No era un genio, solo lo bastante inteligente para desarrollar un programa informático –le dijo Alexei con dureza–. Mis años en el colegio británico fueron un infierno...

      Se interrumpió y maldijo entre dientes.

      –Esto es estrictamente extraoficial. La entrevista te la daré mañana. Mientras tanto, descansa.

      –Gracias –repuso ella mientras Alexei salía del dormitorio.

      Se duchó y guardó el vestido. Sofia lo había lavado y planchado para ella, pero prefería ponerse unos pantalones vaqueros y una camiseta. Se puso perfume y decidió dejarse el pelo suelto.

      Les envió un correo electrónico a sus padres. Después, sacó una novela de su maleta y se tumbó en la cama.

      Algún tiempo después, cuando oyó un golpe en la puerta, guardó el libro y se calzó.

      –Pasa –le dijo.

      Alex asomó la cabeza por la puerta.

      –Pensé que estaría bien tomar algo antes de la cena –le dijo él mirándola de arriba abajo–. Veo que los dos nos hemos puesto cómodos para la cena. No hay nadie aquí a quien impresionar y la prioridad es la comodidad. Espero que estés a gusto conmigo, Eleanor.

      Fueron al salón y ella se sentó en un extremo del sofá.

      –Llegaré a estarlo.

      –Entonces, ¿aún no lo estás?

      –Bueno, apenas te conozco...

      –Con mi madre, en cambio, estuviste muy a gusto desde el primer momento.

      –Es que es una mujer muy especial –dijo Eleanor sonriendo.

      –Eso es verdad. Era la envidia de mis amigos cuando venía a verme a los partidos. Compró una casa en Berkshire, cerca de mi colegio. Y mi abuelo también iba a Inglaterra con frecuencia. No quería que creciera echando de menos la figura de un padre –agregó–. Supongo que no sabías nada de él, de Ciro Kazan, ¿no?

      –No –reconoció ella.

      –¿Qué quieres tomar? –le preguntó–. ¿Un cóctel? ¿Una copa de vino?

      –Vino, por favor –dijo ella.

      Deseaba que le siguiera hablando de su familia.

      –Este vino es de viñedos de esta isla. Lo hace mi amigo Dion Arístides.

      Sirvió dos copas y se sentó al lado de ella.

      –Después de la fiesta, seguro que mucha gente lo compra por Internet. Es excelente, pero podrías vender mucho más si abrieras la isla a los visitantes con más frecuencia.

      –La verdad es que no me interesa hacerlo. De momento, la oferta y la demanda está equilibrada. Si decidimos expandirnos y hacer la isla más turística, habría que cambiar muchas cosas. Necesitaríamos más gente, más empleados, más casas... Tal y como están las cosas ahora, los isleños tienen una forma de vida bastante buena aquí.

      –Me encantaría conocer mejor la isla –le dijo ella.

      –En circunstancias normales, estaría encantado de mostrártela. Pero no creo que sea buena idea.

      –Pero los isleños saben que estoy aquí, ¿no?

      –Sí, pero nadie lo comentará con extraños –le dijo Alex–. Pareces triste.

      –Bueno, no quiero parecer desagradecida, pero después de tanto viajar, estaba deseando holgazanear en la playa unos días antes de volver a casa.

      –Mañana te mostraré un sitio donde puedes tomar el sol a tus anchas con total privacidad.

      Alexei se levantó cuando llegaron Sofia y Yannis con la comida. Todo olía fenomenal.

      –Coma bien para recuperar las fuerzas –le dijo la mujer.

      Efcharisto –contestó Eleanor.

      –Sofia, como todos los demás, está muy impresionada con la valentía que mostraste anoche.

      Se sentaron a una mesa junto a la ventana. Comenzaron con un plato de berenjenas rellenas.

      –¡Esto es delicioso! Llevo semanas comiendo solo pescado y ensaladas.

      –¿No comes carne?

      –Sí, pero en algunos sitios vi que tenían carne de cabra en el menú y no quise arriesgarme.

      Alexei se echó a reír.

      –Estás a salvo esta noche. El plato principal tiene carne, pero es de cerdo.

      Le costaba creer que estuviera allí, cenando con Alexei Drakos. Ese hombre la había arrollado con su carisma desde el principio. Le atraía tanto que sus amenazas habían sido un duro golpe. Pero todo parecía haber cambiado y le daba la impresión de que estaba disfrutando de su compañía. No podía dejar de mirarlo.

      –Todo esto es muy surrealista –le confesó ella–. Cuando llegué a la isla, no pensé que pudiera lograr siquiera que quisieras hablar conmigo. Y lo de la entrevista me parecía aún más difícil.

      –Eso tienes que agradecérselo a mi madre. Me dijo que era lo que querías y los dos estamos en deuda contigo. Pero quiero revisar personalmente cada palabra del artículo cuando lo termines.

      –Por supuesto. Puedes estar a mi lado cuando lo termine y le dé al botón de «Enviar».

      –¿Y cómo puedo estar seguro de que tu jefe lo publicará tal y como esté?

      –Te daré su dirección de correo electrónico para que puedas amenazarlo como hiciste conmigo. Créeme, Ross McLean hará lo que quieras para conseguir la exclusiva.

      Eleanor dejó los platos de la entrada en el carro y colocó la bandeja con la carne en la mesa. Le entregó el cucharón a Alex para que lo sirviera él.

      –Siento no haber dicho nada cuando serviste tú las berenjenas. No quiero que pienses que daba por hecho que tenías que servirme tú.

      –No te preocupes –dijo Eleanor–. Te agradezco mucho que me hayas invitado a cenar y no importa quién de los dos sirva esta deliciosa comida.

      Alex sacudió la cabeza con tristeza mientras llenaba sus platos.

      –Una mujer hermosa está compartiendo la cena conmigo y todo lo que siente es gratitud...

      –No, no solo eso –le dijo ella riendo–. También siento que todo esto es muy surrealista.

      Alexei también se echó a reír.

      –Y, sin embargo, aquí estamos, compartiendo una cena. A cambio de esta deliciosa comida, tienes que hacer algo, kyria periodista. Quiero saber más sobre Eleanor Markham.

      –Lo haré si tú también me hablas de ti.

      –¡Yo ya he prometido hacerlo!

      –Sí, pero lo de mañana será una entrevista con Alexei Drakos, la figura pública, y tendrás que aprobar cada palabra que escriba. A mí me gustaría saber más sobre el hombre.

      –¿Off the record? ¿Sin libreta ni grabadora?

      –Nada. Solo mi promesa de que no le diré nada a nadie. Nunca.

      –No tengo la costumbre de hablar de mi vida personal con nadie y menos con una periodista.

      –Olvida que soy periodista. Piensa en mí como en una mujer, nada más.

      Se le aceleró el pulso cuando Alexei la miró a los ojos y se quedó unos segundos en silencio.

      –Sería imposible no hacerlo –le aseguró–. De acuerdo, Eleanor Markham. Tú me cuentas la historia de tu vida y yo haré lo mismo.

      –De acuerdo –dijo ella–. Bueno, no hay mucho que contar. Comencé mi carrera con un trabajo en prácticas en un diario local. Después, me ofrecieron allí mismo un trabajo a tiempo completo, pero decidí ir a la universidad. Conseguí mi título en Periodismo y Fotografía. Cuando terminé, adquirí experiencia trabajando en otros medios hasta que llegué a mi trabajo de redactora actual.

      –Para ser escritora, hay muy poco interés humano en tu historia, Eleanor. ¿Dónde están las historias sobre fiestas salvajes y los hombres de tu vida? –preguntó Alexei.

      –Por desgracia, todo eso está en mi pasado.

      –¿Todo?

      –Como le dije ayer a tu madre, es duro tener una relación con un trabajo como el mío, pero tengo muy buenos amigos así que no me molesta demasiado llevar este tipo de vida. Comparada con la tuya, mi vida es muy aburrida.

      –Bueno, no siempre –le recordó él mientras tomaba su mano para examinar sus magullados nudillos–. No se puede decir que fuera aburrido lo que te pasó anoche.

      –Creo que aún no te he dado formalmente las gracias por rescatarme. La verdad es que cuando noté que tratabas de agarrarme en el agua, pensé que querías ahogarme.

      –Ya me di cuenta. ¡Era como tratar de rescatar a una anguila! Me lancé al agua en cuanto te tiró, era lo menos que podía hacer después de que ayudaras a mi madre.

      –Pues te lo agradezco mucho –le dijo ella–. Bueno, ahora ha llegado tu turno.

      –¿Qué quieres saber?

      –Cualquier cosa que quieras decirme. O puedo preguntarte yo... Por ejemplo, me gustaría saber por qué lo pasaste tan mal en el colegio.

       

       

      Alexei se quedó en silencio durante algún tiempo, preguntándose por qué le resultaba tan fácil confiar en ella, cuando normalmente se negaba a hablar de sí mismo con nadie.

      –Bueno, admitir esto no es nada bueno para mi imagen, pero la verdad es que al principio echaba mucho de menos a mi madre. Lloraba por las noches y era distinto al resto de los chicos. Hablaba bien inglés, pero con bastante acento. Cuando comenzó la temporada de rugby, las cosas empezaron a irme mejor. Hice amigos y destacaba en varios deportes. La vida se hizo un poco más soportable.

      Vio que Eleanor lo miraba con compasión. Suponía que estaría tratando de imaginar al niño que había sido, tan lejos de su país y de su madre.

      –Yo no me fui de casa hasta que empecé la carrera, tenía muchas ganas de volar del nido.

      –Eso es mucho mejor –le dijo–. El colegio fue difícil al principio, pero la verdad es que hice buenos amigos allí. Entre ellos, el profesor que me introdujo en el mundo de la tecnología.

      –He leído que hiciste una fortuna cuando aún estabas estudiando.

      –Eso tengo que agradecérselo a mi abuelo por darme el dinero necesario para montar mi empresa y a mi padre. Milo Drakos me compraba el ordenador más moderno y más caro cada vez que me iba de vacaciones a su casa –le dijo él con una sonrisa triste–. Siguió haciéndolo hasta que me negué a aceptarlos.

      –¿Dejó entonces de tratar de comprarte con esos regalos tan costosos?

      –No. Comenzó una relación con una mujer que me odiaba –le confesó–. ¿No descubriste esa parte cuando investigaste mi pasado?

      –No. ¿Tu padre sigue con ella?

      Alex negó con la cabeza.

      –No, la relación duró poco. Esa señora no solo se opuso a mis visitas, también le exigió que se casara con ella y que adoptara al hijo que había tenido en un matrimonio anterior. Fue un gran error por su parte. No consiguió nada. Me molesta admitirlo, pero estoy seguro de que Milo sigue enamorado de mi madre.

       

       

      A Eleanor no le sorprendieron las palabras de Alexei. Había notado la tensión en el aire cuando Milo Drakos entró en el dormitorio de su exmujer la noche anterior.

      –¿Y qué le parece eso a ella? –le preguntó midiendo mucho sus palabras.

      –No lo sé. Cuando saco el tema, se niega a hablar de ello. Mi bella madre puede parecer muy dulce y maleable, pero tiene una voluntad de hierro y mucho orgullo.

      Se interrumpió cuando llamaron a la puerta. Era Sofia con el café.

      –Todo estaba delicioso –le dijo Eleanor.

      Efcharisto –repuso la mujer–. ¿Necesita algo más, kyrie? –le preguntó a Alex.

      –No, nada más por hoy, gracias.

      Les dio las buenas noches y se fue.

      –¿Vive cerca?

      –Aquí mismo, en el kastro, en un apartamento que hay en la planta baja, junto a la cocina.

      –¿Es viuda?

      –Sí, su esposo murió un año después de que comprara la isla. Le ofrecí entonces el trabajo de ama de llaves y vive aquí con su hijo –le dijo mientras señalaba el sofá–. ¿Nos sentamos allí?

      Eleanor sonrió y asintió con la cabeza.

      –¿Estás más tranquila sabiendo que Sofia y Yannis duermen en el edificio?

      –No, ya estaba tranquila antes.

      –Entonces, tienes claro que no te haría daño, ¿no?

      –Nunca se me ocurrió pensar lo contrario –le dijo ella–. Supongo que Sofia está acostumbrada a atender a otros invitados, ¿verdad?

      Alex le dedicó una sonrisa que transformó su rostro. Cada vez le parecía más atractivo.

      –Si lo que quieres es saber si suelo venir siempre con alguna mujer, la respuesta es negativa. Las mujeres que conozco prefieren lugares más sofisticados. Además, este sitio es mi refugio. Y, si te preocupan las apariencias, tus acciones de ayer te han asegurado muy buena reputación con los isleños. No vas a estropearlo por pasar un par de noches a solas conmigo en el kastro –le aseguró Alexei mientras servía el café–. Cuéntame más cosas sobre ti y la vida que llevas.