1. Capítulo 6

       

      Eleanor yacía inmóvil en una de las tumbonas de la azotea. Tenía la cara bajo una sombrilla y el resto de su cuerpo al sol. Por una vez, no tenía ganas de leer. No podía dejar de pensar en Alexei y en lo generosa que había sido la naturaleza con él.

      Se dio cuenta de que tenía que irse de ese lugar mágico, corría el riesgo de enamorarse de ese hombre y sabía que eso sería un error en muchos sentidos.

      Aunque habían empezado mal, ese último día había sido muy distinto. Alexei estaba siendo muy agradable y le gustaba hablar con él de cualquier cosa, pero sabía que no podía haber nada más.

      Sonrió con tristeza. El único hombre de su pasado que había llegado a desear, le había dejado muy claro que para él solo era una amiga. Le había dicho que era fácil encontrar a una mujer sexy con la que acostarse, pero que no era tan sencillo conocer a una mujer inteligente con la que pudiera hablar de cualquier cosa. Sabía que Alexei la veía del mismo modo y empezaba a cansarse de ello.

       

       

      Alex subió a la azotea y se quedó inmóvil al ver a Eleanor. Llevaba un bikini bastante modesto que, aunque no sabía por qué, la hacía aún más deseable. Se le fueron los ojos al moretón que tenía en un costado y apretó los puños al recordar al hombre que le había hecho tanto daño.

      –Lo siento, no quería molestarte –le susurró al ver que Eleanor se daba la vuelta para mirarlo.

      –No pasa nada –dijo Eleanor incorporándose y poniéndose su camisa–. De todos modos, ya llevaba demasiado tiempo tomando el sol. Es un lugar perfecto para hacerlo. ¿Pasas mucho tiempo aquí?

      –No, muy poco –le dijo sentándose a su lado y tratando de controlarse para no tocar su suave piel–. Creí que lo iba a usar más a menudo, pero la verdad es que casi nunca tengo tiempo.

      –No creo que tu imperio vaya a desintegrarse si te tomas un descanso de vez en cuando, ¿no?

      –Hablas como mi madre. Por cierto, hablé antes con ella y me pidió que te saludara de su parte –le contó–. A ella nunca la verías aquí, siempre trata de mantener su tez muy blanca.

      –Es verdad. Le compré a mi madre un libro de Christo, el fotógrafo que la hizo famosa, y siempre ha sido muy blanca. Dice de ella que fue su musa griega.

      –Creo que se puso furioso cuando dejó su carrera para casarse con mi padre. Se conocieron tras una sesión fotográfica cerca de la embajada griega en Londres. Era un día muy frío y mi padre salió del edificio al verla temblar en su vestido de fiesta. Se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros. Ignoró las protestas de Christo, la metió en un taxi y se fue a casa con ella.

      –¡Qué romántico! –exclamó Eleanor–. ¿Fue amor a primera vista?

      –No lo sé, pero no duró mucho –contestó él con cinismo–. Le pedí a Yannis que nos trajera algo para beber, pensé que tendrías sed –comentó al ver que llegaba el joven con una bandeja.

      Eleanor le dio las gracias y Alex sirvió dos vasos con zumo de frutas y hielo.

      –Tienes una cara muy expresiva –comentó él mientras la observaba–. Y ojos de gata.

      –¡Ojos de gata! –exclamó Eleanor algo ofendida–. Muchas gracias.

      –Lo que quiero decir es que son felinos y a veces dorados, fieros como los de una leona.

      –Según mi pasaporte, son color avellana –dijo ella con algo de suspicacia–. ¿Podrías llevarme mañana a Karpyros para que pueda tomar el ferry hasta Creta, por favor?

      –¿Tanto deseas escapar de aquí? –le preguntó él frunciendo el ceño.

      –Es que sé que estás aquí por mi culpa y que tienes mucho que hacer.

      –Ahora que ya has mandado el artículo, no estás dispuesta a quedarte ni un segundo más de lo necesario –le dijo él mientras le quitaba las gafas de sol–. El primer vuelo no sale hasta dentro de dos días. Tendrás que soportar tu cautiverio hasta entonces.

      –No quiero que tengas que estar aquí por mí. Podrías irte. Estaré bien con Sofia y Yannis. Solo necesito que alguien me lleve a Karpyros para tomar el ferry hasta Creta.

      –Debería sentirme ofendido –murmuró él–. Estás deseando deshacerte de mí. Yo, en cambio, querría que te quedaras aún más tiempo. No pienso alejarme de ti hasta que te deje a salvo en tu avión de vuelta a casa, Eleanor Markham.

      –¿Por qué? Hace nada me amenazabas con hacer que me despidieran de mi trabajo...

      –Siento haberte acusado sin conocerte. Soy demasiado protector con mi madre y ya sabes que no me gustan los medios de comunicación. Ya te he pedido perdón por ello. Además, ahora puedes poner en tu currículum que eres la única periodista que ha logrado entrevistar a Alexei Drakos.

      –Eres demasiado orgulloso –dijo Eleanor riendo.

      –Si me estás acusando de estar orgulloso de lo que he logrado en mi vida, lo admito. Es así. Pero ¿te extraña tanto que quiera mantener mi vida personal al margen del mundo?

      –No, en absoluto. Sin embargo, me contaste voluntariamente algunas cosas. ¿Por qué?

      –¡No tengo ni idea! Y ahora desearía no haberlo hecho. No traiciones mi confianza, Eleanor.

      –Nunca lo haría –le aseguró ella.

      –Pero podrías ganar mucho dinero con la información que te he dado.

      –Solo si se la vendiera a otro medio de comunicación y nunca arriesgaría así mi trabajo. Además, te he dado mi palabra.

      –Es verdad –dijo él devolviéndole las gafas de sol–. Háblame de tu vida en Inglaterra. ¿Tienes casa allí?

      –La comparto con otra persona. Yo tengo el piso de arriba y Pat, el de abajo.

      –¿De quién es la casa?

      –Estamos allí de alquiler.

      –Pero ¿no sería más rentable invertir en una casa de tu propiedad?

      –Por supuesto, pero solo cuando pueda permitirme el lujo de vivir yo sola en una.

      –¿No te gustaría casarte?

      –No es nada fácil compartir una casa, así que tendría que pensármelo mucho antes de compartir mi vida con un hombre.

      –Lo entiendo. Cuando veo a Arianna con Dion, no me dan ninguna envidia, aunque ella me importaba mucho, la verdad.

      –¿Te importaba? ¿Solo te importaba? ¡Me dijiste antes que te rompió el corazón!

      –Prefería ser un poco dramático para ganarme tu simpatía –le confesó–. ¿Lo logré?

      –Solo durante un rato –contestó Eleanor–. Y, ¿no te gustaría tener niños algún día?

      –Sí, me gustaría tener un hijo algún día, pero para eso no es necesario casarse.

      –Entonces, ¿te limitarías a seleccionar a una madre adecuada para tener un hijo con ella y nada más? ¿Qué piensas hacer después? ¿Verlo solo durante las vacaciones de verano?

      –¡No! Él viviría conmigo siempre.

      –¿Y la madre? –le preguntó Eleanor perpleja.

      –Bueno, podría quedarse también si así lo quisiera.

      –¡Vaya! ¡Qué generoso por tu parte! –le dijo ella con ironía–. Si es una madre como Dios manda, no conseguirás apartarla de tu hijo. Eso lo sabes muy bien.

      –Eso es verdad. Recuerdo lo mal que lo pasaba mi madre cuando me iba de vacaciones con mi padre. Aun así, cumplió a rajatabla los términos de su acuerdo de divorcio hasta que cumplí los dieciocho, cuando conoció a la encantadora Melania. Solo pasé unas vacaciones con ellos en Corfú. Después, no regresé nunca. Fueron las últimas vacaciones con mi padre.

      –Sería muy difícil para tu madre criarte ella sola.

      –Hasta que me fui a Inglaterra a estudiar, siempre contó con la ayuda de mi abuelo. Él tuvo un papel muy importante en mi vida –murmuró mientras sacudía de repente la cabeza–. Es increíble. Te estoy contando cosas que nunca las había hablado con nadie, Eleanor Markham.

      –Es que tengo mucha experiencia escuchando. Siempre estaba allí cuando mis amigas querían desahogarse después de alguna ruptura amorosa o algo así.

      –¿Te devolvían el favor? –le preguntó sonriendo.

      –No, a mí no me gustaba hablar de mis problemas.

      –Como te he dicho antes, eres distinta al resto de las mujeres.

       

       

      Eleanor no dijo nada, pero empezaba a cansarse de que todos los hombres le dijeran lo mismo, que ella era distinta, que no era como las otras mujeres, que querían mantenerla como amiga y nada más.

      –No te olvides de mi mal carácter –le recordó ella.

      –No, te aseguro que eso no se me olvida. Me gusta ver tanta pasión en una mujer.

      Trató de fingir que sus palabras no le afectaban, pero era la primera vez que le decían algo así.

      –Aunque te parezca mentira, kyrie Drakos, casi nunca pierdo los estribos.

      –¿No sueles pelearte con hombres como la otra noche?

      –No –repuso riendo–. Puedes estar tranquilo, no estás en peligro conmigo.

      –Un gran alivio –le dijo Alexei.

      Una repentina ráfaga de viento sacudió la mampara. Se levantó para asomarse a la balaustrada.

      –Tenemos que bajar, se acerca una tormenta. Puedes ir a leer a tu cuarto o al salón de la torre.

      Eleanor se puso deprisa los pantalones vaqueros.

      –Iré a leer a mi habitación.

      –Me voy a sentir como si fuera tu carcelero –repuso Alexei–. Voy a trabajar un rato en el despacho. Si prefieres estar en el salón de la torre podrás ver cómo se acerca la tormenta.

      No le apetecía nada, pero tampoco quería estar sola en su habitación.

      –Gracias. Entonces puede que trabaje yo también en mi ordenador portátil. Aún tengo batería.

      Cada vez hacía más viento. Bajaron deprisa las escaleras hasta su habitación.

      –Aquí estás a salvo, Eleanor. Si se va la electricidad, tenemos un generador de emergencia.

      –Me alegra saberlo –repuso ella.

      –Bueno, luego te veo.

      Se puso algo más abrigado y llegó Sofia poco después para decirle que le había servido el té en el salón de la torre. Recogió su portátil y fue hasta allí.

      El día había oscurecido de repente. Era una suerte que no le hubiera pillado una tormenta como aquella durante sus trayectos de una isla a otra. Se puso a trabajar para no pensar en nada más. Al menos hasta que un relámpago iluminó el salón, oyó un trueno ensordecedor y se fue la luz.

      Alex entró corriendo en el salón. Llevaba una linterna.

      –Eleanor, ¿estás bien?

      –Sí, solo algo sobresaltada –le dijo ella sin aliento.

      Oyeron más truenos, cada vez parecían estar más cerca.

      –Aquí estás a salvo –le dijo Alexei al verla algo asustada–. Tengo que salir y ayudar a Theo con el generador. Como imaginarás, no puedo usar el ascensor, pero intentaré ser rápido y volver en cuanto pueda. ¿Estarás bien aquí sola?

      –Sí, por supuesto.

      Alexei le dejó una linterna y, cuando ella chilló al oír otro trueno, se echó a reír. Antes de que pudiera echárselo en cara, la sorprendió dándole un breve beso en la boca.

      –Estaré de vuelta tan pronto como pueda.

      Se quedó inmóvil mientras escuchaba sus pasos por el pasillo. Después, respiró hondo y volvió a su trabajo, pero no podía concentrarse. Entre la tormenta y el beso de Alex, no podía escribir nada. Apagó el portátil y se sentó en el sofá con la linterna encendida sobre la mesa.

      Estuvo mucho tiempo así, pendiente de los relámpagos y los truenos hasta que por fin volvió la luz. La tormenta comenzaba a alejarse y volvía a ver estrellas en un cielo despejado.

      Respiró aliviada cuando oyó a alguien en el pasillo y corrió hacia la puerta con una sonrisa, pero se desvaneció de repente cuando no vio a Alex por ninguna parte. No había nadie.

      Fue a por su portátil y salió corriendo de allí. Caminó deprisa hacia su habitación, cerró la puerta tras ella y encendió la luz. Empezaba a calmarse cuando se sobresaltó al oír el teléfono.

      –¿Sí? –respondió casi sin aliento.

      –Siento que me llevara tanto tiempo, Eleanor, ¿estás bien?

      –Ahora que se ha alejado la tormenta sí, estoy bien.

      –Estupendo, ya estoy terminando aquí. Sofia me ha dicho que la cena estará lista en media hora, así que tengo tiempo para cambiarme de ropa y asearme.

      Le gustó saber que Alexei ya iba de camino, pero no entendía a quién podía haber oído en el pasillo. Abrió la puerta de su habitación poco después y vio a Alex saliendo del ascensor.

      –Estoy muy sucio –le dijo él sonriendo–. Necesito una ducha muy caliente. ¿Me esperas en el salón de la torre?

      –Sí. Por supuesto, tómate tu tiempo. ¿Le pasaba algo al generador?

      –Sí, pero hemos conseguido arreglarlo.

      Eleanor volvió al salón de la torre mucho más tranquila. No sabía por qué se había asustado tanto, pero no estaba orgullosa de ello.

      Se quedó sin aliento al oír unos pasos, pero se dio cuenta de que era Sofia.

      –¿Está bien, kyria? Me preocupaba saber que estaba aquí sola, pero no puedo subir las escaleras a oscuras. Menos mal que kyrie Alexei puso un ascensor.

      Eleanor asintió con la cabeza y sonrió. Se fue Sofia y llegó Alexei poco después. No intentó ocultar cuánto le alegraba verlo. Su camiseta marcaba cada músculo de su torso, como si se hubiera adherido a su piel, aún húmeda tras la ducha. Le entraron ganas de recorrer ese pecho con sus manos y se las llevó a la espalda para resistir la tentación.

      –Siento haber tardado tanto, sería duro estar sola durante la tormenta. ¿Trabajaste algo?

      –Lo intenté, pero no pude concentrarme, así que me entretuve contando los segundos entre cada relámpago y cada trueno.

      –Entonces, necesitas una copa tanto como yo –le dijo mientras llenaba dos vasos.

      –¿Es normal que falle la luz? –le preguntó ella sentándose en el sofá.

      –Sí. Pero esta noche había además un problema con el generador.

      Llegó entonces Sofia con un plato de entremeses.

      –Afortunadamente, ya tenía casi toda la cena hecha antes de que se fuera la luz –le dijo Alex–. Prueba estos pasteles de queso, son los favoritos de mi madre.

      –¡Qué ricos! –repuso ella–. Supongo que deberíamos comer deprisa por si vuelve a fallar la luz. Si ocurre, bajaré contigo, soy muy hábil con un destornillador.

      –Eso deberías habérmelo dicho antes –le dijo Alexei levantando su copa–. Por una mujer con muchos talentos.

      –Bueno, no tantos. Soy buena escribiendo y puedo cocinar un poco, pero cantar se me da fatal.

      –También he oído que sabes escuchar, que eres muy buena amiga.

      Eleanor suspiró.

      –No debería haber presumido de eso.

      –¿Por qué? ¿No te gusta que te digan que eres buena amiga?

      –Bueno, depende de quién me lo diga. Un hombre me dijo una vez que era fácil encontrar a una mujer con la que acostarse, pero que yo era una rareza, una mujer a la que veía como la amiga perfecta –le confesó ella–. No era lo que quería oír, no cuando yo lo imaginaba como amante.

      –Él se lo perdió –le dijo Alex mientras tomaba su cara entre las manos para que lo mirara–. Eres una mujer muy deseable, Eleanor Markham.

      –Gracias –contestó sin poder evitar sonrojarse–. Creo que oigo a Sofia en el pasillo.

      –Tienes muy buen oído.

      –Sí, pero a veces preferiría... A veces escucho cosas que prefiero no oír.

      El ama de llaves entró en ese momento con un asado de cordero y lo dejó en la mesa.

      Cuando se quedaron solos de nuevo, Alexei cortó varios trozos con un cuchillo mientras ella servía las verduras.

      –Está buenísimo –murmuró ella después de probarlo.

      –Sofia es una gran cocinera.

      Se quedaron de nuevo en silencio.

      –¿Ha descubierto la policía quién contrató a Spiro Baris? –le preguntó ella de repente.

      –No, pero están en ello –le explicó Alex–. Cuando sepa quién es, tendrá que rendirle cuentas a mi padre y también a mí. Porque mis padres están divorciados, pero Milo Drakos también querrá vengarse. Supongo que tenía la idea de pedir un buen rescate por ella –agregó sacudiendo la cabeza–. Pero, gracias a tu valentía, mi madre está a salvo y mi saldo bancario, también. Te debo mucho.

      –No, la entrevista fue recompensa suficiente.

      –Sí, pero se va a beneficiar más tu jefe que tú.

      –Puede ser, pero ha sido una enorme satisfacción hacerla. No creo que Ross McLean creyera ni por un momento que iba a poder hablar contigo.

      –¿No te gusta tu jefe?

      –No está tan mal. Es muy bueno en su trabajo y he aprendido mucho de él –le dijo mientras se levantaba y empezaba a recoger los platos.

      Sofia llegó poco después para llevárselo todo. Parecía algo nerviosa.

      –Yannis y su amigo Markos estaban navegando cuando llegó la tormenta. Ahora están los dos en casa. Markos también pasará aquí la noche. Estaban empapados y parece que Yannis tiene fiebre y tose mucho –le explicó Alexei a Eleanor–. Mañana avisaremos al médico.

      Eleanor buscó en su bolso y sacó unos analgésicos. Le explicó a Alexei cómo tenía que tomarlos el chico para que le bajara la fiebre y él se lo tradujo a Sofia. La mujer la miró agradecida y salió corriendo del salón.

      –No sé cómo podíamos sobrevivir en Kyrkiros antes de que llegaras tú –le dijo Alex poniéndose de pie y agarrando sus hombros–. Gracias.

      –No hay de qué. No necesito tu gratitud.

      Trató de apartarse, pero él no la soltó. Vio que había fuego en sus ojos.

      –Entonces, ¿qué es lo que necesitas? –le susurró él–. Tú has obtenido una entrevista como recompensa. Ahora, es hora de que recoja yo la mía.

      Inclinó hacia ella la cabeza y la besó. Lo hizo tan apasionadamente que sintió que se deshacía entre sus brazos. Cuando sus lenguas se encontraron, una oleada de calor recorrió todo su cuerpo, nunca se había sentido así.

      Alexei la aplastó contra su torso y ella se quedó de puntillas. Estaba tan cerca de su cuerpo que podía notar lo excitado que estaba mientras la seducía con su boca y su lengua. Fue un beso tan increíble que los dos tardaron en recuperar el aliento cuando él por fin se separó de ella.

      Lentamente, fue aflojando sus brazos hasta que Eleanor pudo plantar de nuevo los pies en el suelo. Pero Alexei seguía sujetándola para que no tratara de alejarse.

      –¿Tanto deseas escapar de mi lado? –le preguntó Alexei con voz ronca.

      Como era obvio que su cuerpo deseaba seguir entre sus brazos, no se molestó en mentir.

      –No –replicó ella–. Pero sé que debería hacerlo.

      –¿Por qué? ¿Porque mi cuerpo te está dejando muy claro sin palabras que quiero ser tu amante?

      Eleanor soltó de golpe el aire que había estado conteniendo.

      –¿Quieres decir que deseas dormir conmigo esta noche? –le preguntó ella.

      –No estaba pensando precisamente en dormir.

      El tono de su voz hizo que le temblaran las rodillas.

      –Quiero hacer el amor contigo. No solo esta noche, sino cada minuto hasta que te vayas.

      Eleanor suspiró al oírlo.

      –Te parecerá extraño o increíble, pero recordar que he de irme lo cambia todo, es el factor decisivo. Las aventuras de verano no van conmigo.

      Alexei inclinó su rostro y la miró con sus penetrantes ojos oscuros. Después los cerró y dejó que se apartara de él.

      –Vas a conseguir acabar con mi famosa arrogancia, Eleanor Markham –le dijo–. Bueno, si no quieres acostarte conmigo, tomemos juntos el postre y volvamos cada uno a nuestro cuarto.

      Su reacción le pareció tan fría e indiferente que se sintió muy desilusionada. Le costó sonreír.

      –Creo que no voy a tomar postre, pero gracias –contestó mientras se dirigía a la puerta–. Gracias por todo.

      –¿Gracias por quererte como amante y no como amiga? –le preguntó Alexei.

      –Exactamente.

      –Eres una mujer muy honesta –le dijo él–. Ahora vete. Llévate tus reservas a la cama.

      Eleanor le sonrió con dulzura y fue deprisa hacia su habitación. No pudo evitar sentirse de nuevo decepcionada cuando él no intentó seguirla.