- Capítulo 10
Eleanor se despertó algo más tarde a la mañana siguiente. Olía a café recién hecho y se encontró con los ojos de Alex nada más abrir los suyos.
–Kalimera, bella durmiente –le dijo mientras le ofrecía una taza de café.
–Buenos días –repuso ella sentándose en la cama–. ¿Te has duchado ya? –le preguntó al ver que tenía el pelo mojado.
–No, me fui a nadar para no despertarte. ¿Cómo estás esta mañana, glykia mou?
–Aún algo dormida, no me gusta madrugar.
–Sí, ya lo veo.
–Si quieres puedes ducharte aquí, Sofia nos servirá el desayuno en quince minutos.
–No, creo que iré a mi dormitorio. No tardo nada.
Alex trató de distraerla abrazándola, pero ella se rio y consiguió esquivarlo. Salió corriendo al pasillo. Sabía que ese podía ser su último desayuno juntos. Se duchó rápidamente y se puso vaqueros y una camiseta, quería estar cómoda para el viaje. En la cara, solo crema hidratante y un poco de brillo en los labios. Pocos minutos después, estaba en el salón de la torre.
–¡Qué rápida, Eleanor! –le dijo Alex apartándole la silla.
–Son muchos años de práctica, aunque no suele esperarme un desayuno como este.
–Deberías desayunar más –le dijo él algo nervioso–. ¿Tu compañera de casa madruga mucho?
–Sí. Pat suele salir antes que yo de casa.
–¿Os lleváis bien?
–Sí, muy bien. Nos conocemos desde hace años –contestó ella–. ¿Has visto hoy a Paul?
Alex asintió con la cabeza.
–Sí. Hablé con Dion y ha mandado a alguien ya para venir a recogerlo, pero también mi padre viene de camino, quiere enfrentarse al hombre que trató de secuestrar a mi madre.
–¡Madre mía! ¿Quieres que me quede en mi habitación hasta que se vaya?
–No, también quiere hablar contigo, Eleanor –le dijo Alexei.
–¿Sabe que soy periodista? –le preguntó algo nerviosa–. Si es así, dile que no tengo ninguna intención de escribir nada sobre él.
–No creo que le importara eso, pero sí que escribieras sobre mi madre –le confesó Alexei–. Pero no te preocupes, me has dado tu palabra. Sé que no lo harás.
–Bueno, voy a hacer la maleta. Estaré en mi habitación si me necesitas.
–¿Por qué no te quedas aquí conmigo? –le pidió Alex.
–Tengo que recoger y enviar algunos correos electrónicos –repuso ella sin mirarlo a los ojos.
–Como quieras –contestó Alex.
Sonó su teléfono y habló brevemente por él.
–Mi padre ya está en el embarcadero, no pensé que fuera a llegar tan pronto.
Ella se dio la vuelta para salir del salón, pero a Alex le dio tiempo a abrazarla antes de que lo hiciera y a darle un apasionado beso.
–Iré a verte en cuanto se vaya –le prometió él.
Después de casi tres semanas viajando, Eleanor había aprendido a hacer rápidamente una maleta. Lo recogió todo sin poder dejar de pensar en lo que estaría pasando una planta más abajo. Cuando terminó, echó un último vistazo a la habitación. Le entristecía mucho tener que irse de allí. Fue un alivio oír por fin un golpe en la puerta.
–Mi padre te está esperando –le dijo Alex–. Le gustaría verte antes de irse.
Mientras iban juntos al salón de la torre, le contó que su padre quería que Christina también pagara por lo que había hecho.
Milo Drakos se acercó a ella al verla y tomó su mano para besarla.
–Me alegra tener oportunidad de darle personalmente las gracias por ayudar a mi esposa, señorita Markham. También quiero expresarle mi pesar por el daño que sufrió a manos de Paul Marinos.
–Gracias. Ya estoy bien, solo tengo algunos moretones y magulladuras –le aseguró ella.
Milos le sonrió cálidamente. Después, miró a su hijo.
–Ese hombre no tiene problemas de dinero, así que su única motivación era vengarse de ti, Alexei.
–Y al parecer no le importaba nada quién sufriera para lograr su propósito –dijo Alexei–. Tiene suerte de que no lo matara ayer.
–Me alegra que no lo hicieras –le dijo Milo Drakos–. No querría ver a mi hijo encarcelado. Marinos no merece un destino así para ti.
–¿Qué va a pasar con él ahora? –les preguntó Eleanor.
–Tendría que pagar de alguna manera por lo que le hizo a mi esposa y a usted –contestó Milos.
–Golpeó a Eleanor, padre. También lo hizo el hombre que contrató para secuestrar a mamá –lo interrumpió Alex fuera de sí–. Eleanor tiene moretones por todo el cuerpo.
–Entiendo que te sientas así, Alexei –le dijo Milo–. Pero supongo que ya te has desahogado con Marinos. Se le han caído dos dientes y su nariz nunca recuperará su forma original.
–Eso no es suficiente –repuso Alex con dureza.
–No quiero involucrar a mi familia en esto, señorita Markham. Además, como Arianna Arístides acaba de dar a luz, no voy a denunciar a su hermano. Después de todo, no llegó a conseguir lo que se proponía, pero usted puede denunciarlo si lo desea por lesiones y tentativa de secuestro.
–No –repuso Eleanor–. Estoy a punto de volver a Inglaterra, señor Drakos. Prefiero olvidar todo el asunto. Y, si le preocupa que escriba sobre ello, ya le he prometido a Alexei que no mencionaré a su esposa ni lo que me pasó aquí. Pero, por supuesto, hablaré de la fiesta y de la idílica vida que tienen las gentes de Kyrkiros.
Milo Drakos sonrió y volvió a besar su mano con suma cortesía.
–Ha sido un gran privilegio conocerla, señorita Markham. Espero que nos volvamos a encontrar en circunstancias más agradables.
–Gracias, pero dudo que ocurra –repuso ella mirando a Alex–. Este tipo de experiencia no pasa dos veces.
–Bueno, dejaré que sea Alexei quien la haga cambiar de opinión –le dijo Milo.
Alex apagó su teléfono después de tener una breve conversación con alguien.
–Ya han llegado los hombres que ha enviado Dion, padre. Es hora de echar a Marinos de mi isla.
–Adiós, querida –se despidió Milo Drakos inclinándose de nuevo sobre la mano de Eleanor.
–Adiós, señor Drakos –repuso ella sonriendo.
Salieron los dos hombres del salón y ella volvió a su habitación. Desde la ventana podía ver la playa. Milo Drakos estuvo hablando durante mucho tiempo con su hijo y después le ofreció su mano. Se quedó sin aliento, susurrándole a Alexei que aceptara ese gesto.
Como si la hubiera oído, Alexei tomó la mano de su padre e incluso aceptó su breve abrazo. Se apartó entonces de la ventana.
Pocos minutos después, se reencontró con Alexei, de nuevo en el salón de la torre.
–No vas a creerte esto –le dijo él con una sonrisa–. ¡Mi padre me ha pedido mi bendición, quiere casarse con mi madre!
Eleanor lo miró con los ojos muy abiertos.
–¿Qué le dijiste?
–Le dije que lo que necesitaba era la bendición de mi madre, no la mía. ¿Qué iba a decirle? Al final, le dejé muy claro que si ella quiere hacerlo y es feliz, yo no tendré ninguna objeción.
–Espero que todo salga bien y sean felices. Y que tú también lo seas –le dijo ella–. Bueno, creo que tendré que irme nada más comer para tomar el ferry.
–Podrías quedarte más tiempo y después te acompaño en el helicóptero.
Volvió a sonar su teléfono y Alexei miró la pantalla antes de contestar.
–Lo siento, es importante –se disculpó entonces.
Eleanor se distrajo mirando las vistas desde la ventana mientras Alex hablaba.
–Era de nuevo Dion, necesita mi ayuda –le dijo Alexei después de colgar–. Quiere que siga a sus hombres hasta Naros para asegurarse de que llevan a Paul hasta su destino. Tiene miedo de que consiga convencerlos para que lo suelten. Por favor, espérame y te llevo después en el helicóptero, llegarás a tiempo de tomar tu vuelo en Creta. Y, si no lo consigo, tendrás que quedarte otra noche más –le dijo mientras la abrazaba–. ¿No te parece una idea estupenda?
–La verdad es que sí –contestó Eleanor sonriendo–. Pero antes ve a echar a Paul de tu isla.