- Capítulo 2
Eleanor se sintió tan aliviada al ver que el toro no era de verdad que tuvo que esperar a que sus manos dejaran de temblar para poder seguir haciendo fotografías.
Tomó la cámara y enfocó el objetivo en esa figura fantástica. Sonrió cuando vio que salía otro hombre al centro del escenario para hacer frente a la bestia. Era un espectáculo de fuerza y testosterona. Su musculoso y bronceado cuerpo contrastaba con su cara pintada y la peluca de dorados bucles. Representaba a Teseo, el heleno rubio que se enfrentaba al Minotauro.
Hizo unas cuantas fotografías más y dejó después la cámara para disfrutar del espectáculo. Teseo y el resto de los bailarines comenzaron a representar una danza alrededor de la figura principal. Se burlaban de él, provocándolo y apartándose rápidamente cuando el toro se lanzaba hacia ellos con sus fieros cuernos. Se quedó sin aliento cuando Teseo saltó sobre la espalda encorvada de uno de los bailarines para dar una voltereta en el aire y pasar sobre los cuernos del Minotauro. Aterrizó de pie, con la gracia y la habilidad de un gimnasta olímpico.
Dio después una serie de atléticos saltos que desafiaban por completo la gravedad, dando vueltas alrededor de la figura central, mientras que el Minotauro se abalanzaba sobre los bailarines transmitiendo su furia de manera muy gráfica.
El ritmo de los bailarines era hipnótico. Teseo bailaba lejos de los amenazantes cuernos. La música se hizo más y más frenética hasta que el baile culminó con otra voltereta impresionante de Teseo sobre la cabeza del toro.
El Minotauro se lanzó con tal ferocidad que el público no pudo suprimir un grito de sorpresa. Apareció de nuevo Teseo, esa vez con un hacha dorada en sus manos. La elevó en el aire y golpeó el cuello del Minotauro. Sonó entonces el grito angustiado de la criatura, que cayó lentamente de rodillas en el suelo y después se desplomó a los pies de Teseo.
El público se volvió loco aplaudiendo. Teseo y el primer bailarín del grupo tomaron sobre sus hombros el cuerpo inerte del Minotauro y se lo llevaron así. Las mujeres los siguieron con las cabezas inclinadas como si estuvieran llorando. Salieron lentamente de la zona iluminada por antorchas mientras la multitud seguía con sus aplausos y vítores.
–Bueno, ¿qué le ha parecido nuestra famosa taurokathapsia, señorita Markham? –le preguntó Alexei Drakos–. Estaba algo nerviosa antes de que empezara. ¿Esperaba algo diferente?
–Sí –repuso ella mientras miraba sonriendo a Talia–. Creía que iba a aparecer en cualquier momento un toro de verdad.
–Ya me lo pareció, pero no podía echar a perder la sorpresa tranquilizándote –reconoció Talia con una gran sonrisa–. ¿Se hacía la danza antiguamente con un animal de verdad? –le preguntó después a su hijo.
–Así es. Eso asegura la leyenda y también lo confirman unas pinturas murales que se encontraron en el Palacio de Cnosos. Pero aquí no lo hacemos.
Alexei le hizo una seña a Yannis. El joven se acercó corriendo.
–Bueno, ¿qué van a tomar? –les preguntó Alexei.
Talia pidió café.
–Después de toda la emoción del baile, no tengo hambre. ¿Qué quieres tú, Eleanor?
–También me tomaría un café, gracias –repuso ella mientras miraba su reloj–. Tengo que irme pronto.
–¿Cómo vas a volver? –le preguntó Talia.
–El barquero que me trajo a la isla va a venir a recogerme –le dijo Eleanor–. Muchas gracias por invitarme a verlo con ustedes.
–Ha sido un placer contar con tu compañía –le aseguró Talia mientras miraba a su hijo–. ¿Verdad, Alexei?
–Por supuesto –contestó él mirando directamente a Eleanor–. ¿Tiene todo lo que necesita para su artículo?
–Sí, esta fiesta será el final perfecto para la serie de artículos en la que he estado trabajando. Dejaré muy claro, por supuesto, que se trata de un evento anual y que Kyrkiros es una isla privada. Antiguamente, ¿el Baile del Toro también se realizaba en verano?
–No, lo hacían durante todo el año.
–Ahora se celebra para conmemorar la fiesta de San Juan, que es además el cumpleaños de Alexei –le confesó Talia mientras miraba con una sonrisa a su hijo.
–Entonces, le deseo muchas felicidades, señor Drakos –le dijo Eleanor con formalidad–. Como le he dicho antes, no aparecerá nada en mi artículo que no sea de su agrado.
–¿Cuándo habéis hablado del artículo? –les preguntó Talia sorprendida.
Su hijo se encogió de hombros.
–Tuve antes una conversación con la señorita Markham y le dejé muy claro que tomaría represalias si escribía sobre ti.
Su madre lo miró horrorizada.
–¿La amenazaste?
–Sí –reconoció él impasible–. Puede escribir todo lo que quiera sobre el festival y la isla. Pero, si hay una sola referencia a ti, demandaré la revista donde trabaja.
Eleanor no pudo evitar sonrojarse y miró de nuevo su reloj.
–Disculpa a mi hijo, Eleanor. Es muy protector conmigo –le dijo–. Después de todo, aunque me mencionaras en el artículo, ¿quién se va a acordar de mí después de tantos años?
–No seas ingenua, madre.
Alexei apretó los labios al ver que Talia servía solo dos tazas de café.
–Puedes irte ya, Alexei –le dijo dulcemente su madre–. Estoy segura de que tendrás gente a la que saludar.
Eleanor disfrutó mucho al ver cómo la madre de Alexei Drakos se deshacía de él con elegancia, pero de forma implacable.
Alexei se puso de pie y la miró.
–Adiós, señorita Markham.
Ella inclinó la cabeza y le habló con la misma frialdad con la que se había referido a ella.
–Adiós.
–Volveré a buscarte después de que se vaya tu invitada –le informó a su madre.
Talia sonrió al oírlo.
–No hace falta. Puedo volver sola a casa.
–Vendré a buscarte –insistió Alexei con firmeza.
Talia suspiró cuando se quedaron solas.
–Querida, te prometo que Alexei no va a llevar a cabo su amenaza. No te preocupes.
–Tampoco tendría que hacerlo. No voy a nombrarla en mi artículo –le aseguró Eleanor–. Pero confieso que le he hecho un par de fotografías, señora Kazan. Son retratos que he hecho para mí, no para usar de manera profesional. Estoy deseando enseñárselos a mi madre, que siempre ha sido una gran admiradora de su trabajo.
La mujer le dedicó una sonrisa radiante.
–¿En serio? Me temo que le decepcionará verme tal y como estoy ahora. Bueno, espero que no la haya incomodado mucho mi hijo.
Eleanor se encogió de hombros sonriendo.
–En mi profesión, es importante ser dura y no dejar que estas cosas te afecten demasiado.
Le resultaba muy fácil hablar con Talia Kazan. Estaba a gusto con esa mujer y le estuvo hablando de su trabajo. Cuando Yannis llegó para decirle que un hombre preguntaba por ella en el puerto, se dio cuenta de que había hablado mucho y que a lo mejor la había aburrido con sus historias.
–¡Dios mío! ¡He estado hablando tanto que me olvidé de mirar el reloj!
–Y yo he disfrutado mucho escuchándote –le aseguró Talia.
La mujer le dijo a Yannis que se podía ir, que ella misma la acompañaría hasta la embarcación.
–A su hijo no le va a gustar que lo haga –le dijo Eleanor mientras miraba a su alrededor.
Vio que Alexei Drakos estaba al otro lado de la terraza, hablando con el grupo de bailarines que había actuado esa noche.
–Querida, Alexei puede tratar de mostrarse duro e impasible con el resto del mundo, pero a mí no me engaña –le aseguró Talia sonriendo mientras bajaban hacia el puerto–. Yannis dijo que la esperaban en el muelle del sur. Es algo extraño que haya atracado el barco tan lejos, pero nos vendrá bien caminar, ¿no?
A Eleanor no le hacía tanta gracia. Sobre todo cuando se enteró de que el muelle en cuestión estaba en una de las playas fuera de la zona abierta al público, sin hogueras que las guiaran. Su desconfianza se intensificó cuando se alejaron de las luces del kastro. Era difícil distinguir el camino hacia el embarcadero y avanzaban muy lentamente.
–Sígueme –le dijo Talia–. Conozco bien el camino. Mantente cerca y detrás de...
La mujer gritó de repente cuando una oscura figura salió de entre las sombras y la tomó en sus brazos mientras corría con ella hacia el embarcadero. Eleanor reaccionó rápidamente y corrió tras el hombre mientras Talia seguía gritando y llamando a su hijo. La madre de Alexei luchó con tanta fuerza que el hombre tropezó, murmuró algo y la dejó caer.
Eleanor aprovechó para golpearlo con su bolso en la cabeza. El hombre, que aún se tambaleaba, cayó al suelo. Saltó sobre él y le dio un par de golpes. Pero el tipo consiguió levantarse gruñendo y le dio una fuerte patada que la tiró al agua.
Se hundió como una piedra en el mar. Durante interminables segundos, se quedó paralizada por el pánico hasta que el instinto de supervivencia le hizo reaccionar. Comenzó a mover las piernas y a contener la respiración. Nadó hasta salir a la superficie tosiendo y escupiendo agua. Lo hizo sin dejar de luchar contra el hombre que trataba de sujetarla.
–¡Basta! –gritó de repente Alexei Drakos–. ¡Estoy tratando de rescatarla!
Aliviada, Eleanor dejó de luchar y permitió que la llevara a remolque hasta el muelle. Allí la esperaba Stefan para sacarla del agua.
–¿Está bien su madre? ¿Está a salvo? –le preguntó ella con la voz entrecortada mientras salían los dos del Egeo.
Alexei se acercó entonces a Talia.
–¡Dime exactamente lo que pasó, madre! –le pidió Alexei mientras se apartaba el pelo mojado de la cara.
Mientras Eleanor tosía y trataba de recuperar el aliento, Talia le explicó a su hijo lo que les había pasado.
–Y, entonces, esta chica tan valiente lo derribó con su bolso y le dio una paliza.
–Pero no conseguí evitar que volviera a levantarse, me diera una patada y me tirara al agua –susurró Eleanor mientras le castañeteaban los dientes–. ¿Consiguió escapar?
La sonrisa de Alexei consiguió helarle aún más la sangre.
–No, no escapó.
–¿Dónde está? –le preguntó Eleanor.
–De camino al kastro y acompañado por dos guardias.
–¡Excelente! Nosotros también deberíamos volver a casa –dijo Talia con firmeza–. Tenéis que secaros.
Alexei se volvió cuando Yannis llegó corriendo para decirles que alguien preguntaba por Eleanor.
–¿De qué se trata ahora? –murmuró Alexei irritado mientras la miraba a ella.
–Debe de ser el verdadero barquero, el que me trajo por la tarde a la isla –dijo Eleanor sin poder dejar de temblar.
–Entonces, ¿cómo consiguió el otro hombre ponerse en contacto con usted?
–Yannis nos dijo que un hombre la estaba esperando en el muelle –le explicó Talia.
Alexei habló con el chico en griego y escuchó después su explicación. Cuando terminaron de hablar, le pidió que fuera a buscar a su madre.
–Al parecer, ese tipo preguntó por la señora y Yannis, como sabía que la señorita Markham estaba esperando al barquero, pensó que se refería a ella.
–Entonces, ha sido culpa mía. Lo siento mucho –susurró Eleanor con remordimientos.
Pero Talia sacudió la cabeza con fuerza.
–¡Tonterías, no tienes la culpa de nada!
En ese momento, Eleanor estaba deseando volver a su hotel y poder darse una ducha caliente. Poco le importaba ya quién tuviera la culpa de lo que había pasado.
–Bueno, ahora que mi verdadero barquero ha llegado, será mejor que me vaya –les dijo.
–No, de eso nada, Eleanor –repuso Talia con firmeza mientras le hacía señas a la mujer que corría hacia ellos con varias toallas en las manos–. Esta es Sofia, el ama de llaves que tenemos en el kastro. Voy a contarle lo que ha pasado y a pedirle que te prepare un baño caliente y un cuarto de invitados.
–¡No, no es necesario! De verdad. Además, tengo que pagar al barquero y volver al hotel –protestó Eleanor sin poder dejar de toser.
–Stefan se encargará de ello y también de avisar a Takis, el dueño del hotel –le dijo Alexei–. Tiene que quedarse aquí hasta que interroguen al secuestrador. Mientras tanto, puede quedarse en casa con mi madre.
–¡Mi bolso! –exclamó Eleanor de repente.
–¿Se refiere a su arma? –repuso Alexei con media sonrisa–. Stefan lo recuperó, pero no sé si estará todo dentro.
–Espero que no le haya pasado nada a su cámara –exclamó Talia.
–Si se ha roto, le compraré otra –le dijo Alexei.
–No será necesario, gracias –le dijo Eleanor algo más tranquila después de comprobar el contenido de su bolso–. Parece que mi teléfono se ha llevado un buen golpe y está roto el cristal del cuadro que le compré a mi madre, pero la cámara parece estar bien. Seguro que al menos la tarjeta de memoria está intacta y no perderé las fotografías.
–Excelente. Ahora será mejor que volvamos a casa y tomemos algo caliente –comentó Talia.
Sofia asintió con la cabeza y echó a correr hacia el castillo para empezar a prepararlo todo.
Para sorpresa de Eleanor, los músicos seguían tocando y cantando en la terraza, la gente hablaba y se divertía. Había muchos turistas en la playa, donde los jóvenes se turnaban para saltar sobre las tradicionales hogueras de San Juan.
–¿Cómo es que nadie ha oído lo que ha pasado aquí? –preguntó Eleanor.
–Hay demasiado ruido esta noche. Además, llegué tan rápido que no creo que nadie se diera cuenta –le dijo Alexei mientras se frotaba el pelo–. Cuando vi que se levantaba de la mesa con mi madre, decidí seguirlas. Eché a correr cuando oí cómo me llamaba a gritos. Siento no haber llegado a tiempo de detener a ese tipo antes de que la tirara al agua. Stefan y un par de hombres de mi seguridad personal se hicieron cargo de él mientras yo saltaba al mar para rescatarla.
–Me habría encantado saberlo cuando estaba angustiada en el agua, pensando que me ahogaba –le dijo Eleanor con ironía.
–Alexei se tiró en cuanto caíste al agua –le aseguró Talia.
«Mi héroe», pensó Eleanor mientras su salvador le dedicaba una penetrante mirada. Subieron por el camino hasta la entrada del kastro. El moderno ascensor parecía fuera de lugar, pero le gustó no tener que subir las escaleras. Después de un rápido ascenso llegaron a un apartamento tan lujoso y bien equipado que no parecía estar dentro de un castillo tan antiguo.
Eleanor se envolvió mejor en su toalla para no mojar los maravillosos suelos de madera mientras Talia la acompañaba hasta una habitación con una decoración muy femenina.
–Date una ducha con agua muy caliente. Tu cara ha perdido el brillo que tenía esta tarde, pero seguro que la ducha te sienta bien.
–Tú también estás muy pálida –añadió Eleanor con preocupación–. Te habrás llevado un susto muy grande.
–¡Pero a mí no me han lanzado al mar, querida! Utiliza cualquiera cosa que necesites en el baño, por favor.
–Muchas gracias –dijo ella.
Aunque ya no tenía tanto frío, le seguían castañeteando los dientes.
–Date prisa y, cuando salgas, podrás beber algo caliente para que entres en calor. Hay un albornoz detrás de la puerta.
Eleanor se quitó la ropa y vio aliviada que su reloj seguía funcionando. Tampoco se había roto el precioso adorno de cristal en forma de toro que se había comprado en el mercadillo. Seguía colgado de su pulsera.
Ya sin la adrenalina del momento del ataque, se sintió cansada y muy débil. Se metió bajo el agua caliente y trató de relajarse.
Cuando terminó, se secó con cuidado, le dolía todo el cuerpo. Tenía un gran moretón en el torso. Se puso el albornoz y se sentó en el borde de la bañera. Había sido un día muy intenso.
Mientras se frotaba el pelo, pensó que quizás pudiera sacar algo positivo de lo que había pasado. Esperaba que Alexei Drakos le concediera una entrevista a modo de agradecimiento. Después de todo, había evitado que secuestraran a su madre.
Se desenredó el pelo, se puso el reloj y la pulsera y abrió la puerta del baño cuando alguien llamó con los nudillos.
Era Talia. Entró envuelta en un albornoz azul marino. También ella tenía el pelo mojado y recogido.
–¿Te sientes mejor ahora, Eleanor? –le preguntó la mujer.
–Mucho mejor, gracias. ¿Qué tal estás tú?
–Después de que ese hombre me tocara, decidí darme también una ducha en el baño de Alexei. Ahora ya me encuentro mejor.
–¡Gracias a Dios! –repuso Eleanor–. ¿Qué puedo hacer con mi ropa mojada?
–Sofia se ocupará de ella. Te ha traído comida al salón de la torre, así que ven conmigo. Tienes que comer algo.
Estaba tan cansada que solo quería meterse en la cama más cercana y dormir, pero siguió a Talia hasta una habitación con una hermosa vista panorámica. Había una bandeja llena de comida en la mesa, frente a un enorme sofá de cuero.
–La sopa de lentejas de Sofia te ayudará a entrar en calor –le dijo Talia–. Después de todo lo que ha pasado, necesitas algo nutritivo. Pasé mucho miedo cuando ese monstruo me agarró, pero lo atacaste con una furia increíble.
–Es que estaba furiosa –reconoció Eleanor mientras aceptaba el tazón que Talia le ofrecía–. Algo explotó dentro de mí cuando vi cómo te agarraba, pero tú también te defendiste bien. Ese hombre no imaginaba con qué par de mujeres iba a tener que luchar.
–Conseguí quitarme un zapato mientras me agarraba y le di con el tacón de aguja en la cara –le dijo Talia riendo–. ¡Qué aventura!
Se volvió para mirar a Alexei cuando entró en la habitación con Stefan. Él también se había duchado y cambiado de ropa.
–¿Habéis hablado con ese hombre? ¿Os ha dicho algo? –le preguntó su madre.
–Nada útil –repuso Alexei pasándose las manos por el pelo húmedo–. Estaba muerto de miedo. Creía que iba a matarlo al haber osado atacar a mi madre. Pero se tranquilizó un poco y me confesó que le habían pagado para llevársela a un hombre que los esperaba con un barco en el muelle. Ese ha conseguido huir.
–¿Quién era el hombre del barco? –le preguntó Talia.
–Uno que conoció hoy mismo en Karpyros y que le ofreció dinero para hacer ese trabajo. Eso es al menos lo que me ha dicho, no sé si puedo creerlo, claro. Me ha jurado que no lo conoce de nada. Conseguí que me dijera al menos cómo se llama él. El tal Spiro Baris va a pasar la noche encerrado en el calabozo, quejándose de las heridas que ha sufrido –agregó mientras sacudía la cabeza con desprecio–. ¡Y eso que ha luchado con dos mujeres desarmadas!
–Bueno, no estábamos desarmadas. Yo tenía mi zapato y Eleanor, su bolso –le recordó su madre.
Stefan se echó a reír y Alexei se relajó lo suficiente para sonreír.
–¿Cuál de las dos le dio un puñetazo en el ojo? Lo tiene negro –les preguntó Alexei.
–Supongo que fui yo –le dijo Eleanor mientras se frotaba los nudillos–. Creo que también le di en la boca.
–Lo hizo, kyria. Tiene el labio partido –le dijo Stefan con admiración.
–¿Tiene usted también alguna lesión, Eleanor? –le preguntó Alexei.
Era la primera vez que usaba su nombre. Le pareció un buen cambio.
–Unos cuantos moretones –dijo ella–. Lo peor es el golpe en las costillas, donde me dio la patada que me tiró al agua.
–¡Oh! ¡Querida! –exclamó Talia horrorizada–. Seguro que te arrepientes de haber venido a Kyrkiros, ¿verdad?
Alexei lanzó una mirada a Eleanor con el ceño fruncido.
–¿Va a mencionar el incidente en su artículo?
Le parecía increíble que tuviera el descaro de preguntarle algo así. Contuvo el aliento y se estremeció cuando sus costillas protestaron.
–¿Cómo voy a difundir sus problemas de seguridad? Por supuesto que no lo haré.
–Gracias –le dijo Alexei mirando después a Stefan–. Ve a hablar con Theo. Tiene que dejarle muy claro a los guardias que revisen la isla y se aseguren de que no quede nadie atrás después de que salga el último barco de Kyrkiros.
–Dos de ellos están vigilando al secuestrador, así que los ayudaré personalmente a revisarlo todo –le dijo Stefan–. Buenas noches, que descansen –se despidió antes de salir de la habitación.
–Será mejor que baje yo también –les anunció Alexei–. Mañana llevaré a mi madre a Creta para que tome su vuelo de regreso a Londres. Tendrá que venir con nosotros, Eleanor. Intentaré conseguirle plaza en el mismo vuelo –agregó mirándola a ella.
–Es muy amable por su parte, pero no tengo que volver a trabajar hasta dentro de una semana –repuso ella educadamente–. He pagado de mi propio bolsillo una estancia de una semana en Karpyros solo para poder tumbarme al sol y no hacer nada ahora que ya he terminado mi trabajo en las islas...
No terminó la frase al ver que la madre y el hijo la miraban con el ceño fruncido.
–No es prudente que hagas eso, querida –le dijo Talia antes de que su hijo pudiera decir nada–. Te podrían secuestrar en la playa de Karpyros.
Eleanor la miró fijamente.
–¿Por qué? No era a mí a quien quería el secuestrador –repuso Eleanor.
–No podemos obligarla a que se vaya, por supuesto –le dijo Alexei con algo de frialdad–. Piense en ello mientras bajo a hablar con Theo –añadió mirando después a su madre.
Parecía estar pidiéndole sin palabras a Talia que tratara de convencerla para que volviera a Londres.
Se fue al ascensor y ellas se quedaron un momento en silencio.
–Alexei solo trata de hacer lo mejor para ti –le aseguró Talia–. Se siente responsable por lo que pasó esta noche y quiere mantenerte a salvo hasta que vuelvas a casa. Si te vas a Karpyros, no podrá hacerlo.
Eleanor frunció el ceño.
–Pero no tiene por qué sentirse responsable. Es normal que le preocupe su bienestar, pero a mí ni siquiera me conoce.
–Pero a ti te hirieron y estuviste a punto de ahogarte cuando tratabas de salvarme –repuso Talia–. Enséñame el moretón.
Eleanor separó el albornoz para mostrarle dónde le había dado la patada ese hombre.
–¡Madre mía! –exclamó la mujer impresionada–. ¿Estás segura de no te has roto nada?
–Sí. Me duele, pero se me pasará. Lo que ha pasado me ha dejado agotada. Supongo que tú también lo estarás –le dijo tuteándola por vez primera–. ¿A ti no te duele nada? ¿No tienes moretones?
Talia asintió con tristeza.
–Sí, pero nada como ese de tus costillas. El único medicamento que necesito es un poco de té caliente. Tengo una bandeja en mi habitación, ¿por qué no te tomas uno conmigo? –le sugirió–. Y tengo que hablar con Alex antes de acostarme.
–¿Qué van a hacer con ese hombre?
–Me imagino que llamarán mañana a la policía para que se encarguen de él.
Después de todo lo que había ocurrido esa noche, era muy agradable tomarse una infusión en el acogedor dormitorio de Talia.
–Eres una buena chica, Eleanor Markham –le dijo la señora–. Fuiste muy valiente esta noche.
–Creo que reaccioné así por instinto –le confesó Eleanor–. Estaba tan furiosa con ese hombre que quería matarlo, pero solo conseguí que me tirara al agua.
–Pasé mucho miedo hasta que Alex te sacó a la superficie –le dijo Talia estremeciéndose–. Has conseguido impresionar mucho a mi hijo.
–Solo porque ataqué al hombre que intentaba secuestrar a su madre –repuso Eleanor–. Esta tarde fue mucho menos agradable cuando amenazó con demandarme.
Talia suspiró al oírlo.
–Tienes que perdonarlo. Me protege demasiado y odia a la prensa desde que leyó todo lo que habían escrito sobre el divorcio de sus padres. Y, desde entonces, tiene una nueva razón para odiar a los periodistas. Supongo que sabe lo que le pasó.
–No conozco bien la historia, pero he oído que una exnovia de su hijo le contó a una revista detalles sobre Alexei que no lo dejan en muy buen lugar, ¿no?
Talia la miró con furia en sus bellos ojos.
–Christina Mavros es una mentirosa y una mujer desequilibrada. Juró que tiraría por los suelos el buen nombre de Alexei si no se casaba con ella y eso es lo que hizo –le contó la mujer–. ¿De mí también tienes información?
Eleanor asintió.
–Sé que te divorciaste de Drakos Milo poco después de casarte con él –le dijo Eleanor.
–Supongo que querrás saber qué ocurrió.
–Bueno, tengo cierta curiosidad, pero te aseguro que no comentaré nada al respecto en mi artículo. Te doy mi palabra.
–Lo sé. Tengo que comentarte algo ahora porque a Alex le va a faltar tiempo mañana para sacarme de la isla y no voy a tener otra oportunidad.
–¿De qué se trata?
–Quería sugerirte algo –le explicó Talia–. Si no deseas volver aún a casa, ¿por qué no te quedas aquí en Kyrkiros hasta que salga tu vuelo de regreso a Londres? Aquí estarás a salvo.
–No, no podría hacerlo.
–¿Por qué no? En cuanto Alex me lleve al aeropuerto, puede tomar el ferry de vuelta aquí. Lo convenceré para que se tome él también unas vacaciones.
–Aunque logres convencerlo a él, no me querrá cerca.
–Mi hijo necesita relajarse, Eleanor, y también necesita un poco de compañía inteligente. Nunca lo admitiría, pero su objetivo constante en esta vida es lograr superar a su padre en todos los sentidos –le dijo Talia con una sonrisa triste–. Si has leído algo sobre Milo Drakos, te habrás dado cuenta de que no es una tarea fácil. Me preocupa que no tenga tiempo para una relación normal. Con su aspecto y su dinero, siempre ha tenido mujeres a su disposición. Pero después de lo que le pasó con Christina Mavros, no se fía de nadie. Me encantaría que pudiera disfrutar de la compañía de una mujer inteligente. ¿Qué puedo hacer para convencerte de que te quedes aquí unos cuantos días?
El primer instinto de Eleanor fue decirle que no iba a poder persuadirla, pero tuvo una idea mejor.
–Si puedes conseguirme una entrevista con tu hijo, me quedaré un día o dos más. Mi jefe está tan obsesionado con conseguir esa exclusiva que hasta me ordenó ponerme ropa sexy para convencer a tu hijo.
–Entonces, ¿en realidad no viniste para ver el festival?
–Sí, vine para eso. Es el último de mi serie de artículos sobre la isla, pero Ross McLean está deseando tener una entrevista en profundidad con el empresario que se niega a hablar con la prensa, pero te prometo que conseguir esa exclusiva no ha tenido nada que ver con mi presencia aquí ni con la forma en la que reaccioné cuando ese hombre trató de secuestrarte. No podía soportar la idea de que ese tipo le pusiera las manos encima a alguien como tú.
–¿Alguien como yo?
–Alguien a quien admiro mucho y a quien me ha encantado conocer –le confesó Eleanor.
–El sentimiento es mutuo, querida.
Vio que Talia se estremecía al oír unas voces en el pasillo.
–¿Qué pasará ahora? –preguntó en voz alta la mujer.
Alex apareció en la puerta, parecía disgustado.
–Siento molestarte, mamá, pero me temo que hay alguien que quiere hablar contigo antes de que te vayas.
Las dos se quedaron boquiabiertas al ver a Milo Drakos. Emanaba poder y fuerza por los cuatro costados. Les hizo una reverencia a las dos mujeres, levantó delicadamente la mano de Talia y la besó mientras la miraba a los ojos.
–Perdona mi intrusión. Te vi esta noche saliendo de la terraza y, cuando Alexei y otros hombres salieron corriendo detrás, me asusté. No podía irme hasta asegurarme de que estabas bien –le dijo Milo a su exmujer.
Eleanor vio que Talia se sonrojaba ligeramente.
–¡Qué sorpresa, Milo! ¿Qué estás haciendo aquí?
–Bueno, es el cumpleaños de nuestro hijo, ¿no?
Alexei parecía algo incómodo, pero no dijo nada.
–Creo que hubiera bastado con que le enviaras una tarjeta, Milo –le dijo Talia en un tono tan dulce como frío.
Milo Drakos la miró con tristeza.
–En lugar de eso, decidí venir y mezclarme con la multitud. Tenía la esperanza de poder felicitarlo en persona. Para mi sorpresa, tuve la inesperada suerte de verte también a ti, Talia. Así que decidí quedarme, aunque sabía que corría el riesgo de que Alexei me expulsara inmediatamente de la isla si me veía.
–Y te vi –replicó Alexei–. Pero decidí que era mejor no echarte de Kyrkiros. Eso habría atraído atención sobre mi madre y no quería que nadie la molestara.
Eleanor se puso de pie apresuradamente.
–Bueno, si me disculpan, voy a retirarme ya –les dijo algo incómoda–. Buenas noches.
–Buenas noches, querida –dijo Talia mientras miraba con una sonrisa a su hijo–. Acompaña a Eleanor a su habitación, por favor, Alexei.
Alexei la llevó en silencio por el pasillo hasta su dormitorio. No parecía agradarle la idea de haber tenido que dejar a sus padres a solas.
–Espero que se sienta cómoda aquí –le dijo fríamente Alexei mientras abría la puerta de un dormitorio mucho más masculino.
Era muy distinto al de Talia. Parecía otra casa.
–Siento echarlo de su habitación –repuso ella con la misma frialdad.
Él se encogió de hombros.
–Dadas las circunstancias, es lo menos que puedo hacer. Pero tengo que recoger antes algunas cosas. Después, ya podrá descansar. Supongo que estará deseando hacerlo.
Se quedó callado un segundo y miró de nuevo hacia el pasillo.
–He de pedirle de nuevo disculpas. Se me olvidó presentarle a mi padre.
–Ya sé quién es. Lo reconocí después de haberlo visto en fotografías.
–Por supuesto –dijo Alexei–. Después de todo, es periodista.
–Sí, lo soy –suspiró Eleanor con cansancio–. Y, antes de que me lo pida, tampoco mencionaré a Milo Drakos en mi artículo.
–Gracias –repuso Alexei con una sonrisa que consiguió sorprenderla–. Supongo que le estará resultando muy frustrante no poder hablar de todo esto.
–Sí, pero no quiero hacer nada que pueda dañar a su madre, así que me limitaré a dar buena cuenta de lo colorido de esta fiesta y no diré nada más.
–¿Aunque alguien tratara de ahogarla?
Por primera vez, le pareció que la miraba con algo de calidez.
–Espero que le paguen bien, hoy se ha ganado muy bien su salario –le dijo él.
–Según mi editor, me paga demasiado. Al tipo de trabajo que hago lo llama «vacaciones pagadas».
–Lo de hoy no me han parecido unas vacaciones –le dijo Alexei mientras se acercaba a un armario y la miraba por encima del hombro–. Tome una camiseta o lo que quiera para dormir.
Era muy extraño estar en una situación tan íntima con ese hombre. Miró nerviosa cómo entraba Alexei en el cuarto de baño.
–Mañana por la noche podrá dormir en la habitación de mi madre –le dijo cuando salió.
Ella lo miró con sorpresa.
–Pensé que estaba deseando ponerme en un avión de vuelta al Reino Unido mañana mismo.
–Sí, pero mi madre me ha recordado que tiene derecho a disfrutar del resto de sus vacaciones como tenía previsto. No puedo garantizar su seguridad en Karpyros, pero aquí sí. Tendrá a Sofia para encargarse de todo y hacerle la comida. Y a Theo Lazarides para su seguridad. Tendrá toda la casa para usted, con excepción de mi despacho. Si le intimida dormir sola en el kastro, puedo pedirle a Sofia que se quede aquí arriba hasta que se vaya.
–¿Por qué haría algo así? –le preguntó ella sorprendida.
Un destello de respeto brilló en sus ojos oscuros.
–Siento que se lo debo, señorita Markham. Se arriesgó mucho para ayudar a mi madre y me gusta pagar siempre mis deudas. ¿O tiene acaso una recompensa diferente en mente?
Ella asintió con la cabeza.
–La verdad es que sí, pero dejaré que sea su madre la que se lo comente. Ahora mismo, estoy tan cansada que apenas puedo mantener los ojos abiertos.
Alexei vaciló un segundo. Después, la sorprendió tomando su mano brevemente.
–Gracias de nuevo, Eleanor Markham. Buenas noches.
–Buenas noches –se despidió ella.
Lo observó mientras salía para volver con sus padres. Le habría encantado poder estar presente en esa reunión.
En lugar de volver inmediatamente al dormitorio de su madre, Alexei Drakos entró en el salón de la torre para contemplar el cielo de esa noche durante unos minutos. Tenía la mente más ocupada en Eleanor Markham que en sus padres. Por mucho que odiara admitirlo, suponía que a los dos les alegraba poder estar a solas un tiempo. Además, la difícil relación que siempre habían tenido sus padres no era un problema urgente. Le preocupaba mucho más la mujer que ocupaba su habitación esa noche.
Sacudió la cabeza con impaciencia. Creía que había pasado demasiado tiempo sin tener una mujer en su cama y por eso le había afectado tanto la presencia de la periodista.
Después de lo que Christina le había hecho, había evitado todo tipo de compañía femenina. Creía que ese tiempo de sequía sexual que se había impuesto él mismo era la razón por la que Eleanor Markham le había resultado tan atractiva.
No había podido dejar de pensar en sus ojos brillantes desde que la viera por primera vez frente a un puesto del mercadillo esa misma tarde. De otro modo, no se habría parado a ofrecerle su ayuda. Descubrir después que era periodista había sido como un puñetazo en las costillas.
Hizo una mueca al pensar en ello. Era precisamente Eleanor la que había recibido un golpe en las costillas esa noche para salvar a su madre. Eso no podía olvidarlo.
Se dio la vuelta de manera brusca y, frunciendo el ceño, salió del salón. Había llegado el momento de volver al dormitorio de su madre y pedirle cortésmente a su padre que se fuera de allí.
Estaba siendo una noche de lo más ajetreada.