ALGUNAS HISTORIAS DE NOMBRES PROPIOS Y, A LA VEZ, COMUNES. IV

MENTOR

Consejero, instructor, guía. El que sirve de ayo o preceptor. Amigo fiel de Ulises, Mentor se encargó de la administración de sus bienes y de la educación de su hijo Telémaco. Cuando Atenea o Minerva quería guiar a Telémaco por el buen camino, tomaba la figura y la voz de Mentor, y también se aparecía a Ulises de esa guisa para protegerle y mostrarle el camino. La palabra tomó su significado común tras la aparición del libro Las aventuras de Telémaco de Fénelon. Debo consignar en honor a la verdad que pocas veces me he tropezado con un libro más indigesto y pesado. Como es un clásico de la literatura francesa, debo atribuir a mi incapacidad tal opinión. De todos modos, Cervantes creía que su mejor obra era el Persiles y Sigismunda, que en cuanto a aburrimiento supera, a mi juicio, la obra de Fénelon. Este último autor era un hombre muy modesto, por lo que creo que mi opinión, si la hubiese podido saber, le tendría sin cuidado, tal como debe ser. Un día, unos amigos le preguntaron por qué iba a pie pudiendo viajar en coche, y él contestó:

—Tendría siempre miedo de encontrar a un peatón que valiese más que yo.

Era también comprensivo. Siendo arzobispo de Cambrai, el párroco de un pueblo se vanagloriaba ante él de haber suprimido el baile en su parroquia.

—Mi querido párroco —le respondió Fénelon—, es justo que nosotros, los sacerdotes, no bailemos, pero ¿por qué impedir a nuestros pobres campesinos que olviden sus miserias en la danza?

Pasemos aquí por alto sus doctrinas quietistas que, con las de madame Guyon, trastornaron toda su época. Fénelon se sometió siempre a la disciplina de la Iglesia, dando con ello ejemplo de su humildad y bondad. Esta última virtud le hacía decir cuando se hablaba de la patria:

—Amo a la familia más que a mí mismo, amo la patria más que a la familia, pero amo al género humano más que a la patria.

Su bondad era tal, que se decía, comparándole con el gran orador sacro Bossuet:

—Bossuet prueba la religión; Fénelon la hace amar. Cuando fue nombrado arzobispo de Cambrai, restituyó al rey el único beneficio que tenía, el de la abadía de San Valerio, diciendo que su conciencia no le permitía acumular beneficios. Un obispo que disfrutaba de muchos exclamó; —Pero ¡este hombre arruina el oficio! Nació en 1651 y murió en 1715. Su nombre completo era François-Marie Salignac de la Mothe Fénelon.

MOISÉS

Canastillo especial, acolchado, forrado de tela y adornado con encajes, que sirve de cuna a los recién nacidos. Eso dice el diccionario, pero creo que si los encajes faltan no dejará por ello de ser un moisés. Su nombre viene del gran profeta y legislador judío, que fue abandonado por su madre en una cuna lanzada al Nilo, del que le recogió la hija del Faraón. Los niños de hoy son algo escépticos. Un maestro preguntó a uno de sus alumnos:

—¿Quién fue Moisés?

—El hijo de la hija del Faraón.

—No; la hija del Faraón lo recogió de las aguas.

—Eso es lo que dijo ella —respondió el repelente alumno.

El episodio puede leerse en la Biblia: Éxodo, cap. 2, versículos 1-10.

MORFINA

En 1787 nació en Mahón Mateo José Buenaventura Orfila, creador de la ciencia de la toxicología. En 1818, cuando ya era célebre, adquirió la nacionalidad francesa, y en francés publicó todas sus obras. Su Tratado de medicina legal y el Tratado de toxicología general fueron traducidos a varias lenguas, sentando autoridad durante mucho tiempo. Murió en París en 1853. Fue él quien en 1818 dio el hombre de morfina a un poderoso analgésico y soporífico descubierto en 1804 por Seguin. El nombre deriva de Morfeo, el dios del sueño en la mitología griega, que para dormir a los mortales se contentaba con rozarles con la flor de la adormidera. Hoy, cuando los toxicómanos son una terrible y dolorosa plaga del mundo entero, desearíamos un nuevo Morfeo que durmiese a los hombres sin entontecerlos.

MORSE

S.O.S. S.O.S. S.O.S. Esta señal de socorro es conocida universalmente. Se le han dado diversas interpretaciones. La más sencilla es la verdadera: S.O.S. se traduce en el alfabeto ideado por Samuel Finley Breese Morse por ...--- ..., es decir, tres puntos y tres rayas, tres sonidos cortos y tres largos, los más fáciles de emitir y, por ello, los más fáciles de descifrar y los más apropiados para situaciones de emergencia. Morse se dedicó primero a la pintura, en la que creía poder distinguirse. Pintó a industriales, gente de mundo e incluso a un presidente de la república, pero fuerza es confesar que sus cuadros son mediocres, hablando con benevolencia. Además de cultivar este arte, había estudiado en Yale los problemas de la electricidad y, en especial, el electromagnetismo. Viajó a Europa a fin de perfeccionar sus conocimientos pictóricos, pero durante la prolongada travesía de regreso surgió entre los pasajeros del barco, el Sully, una discusión sobre el telégrafo. Corría el año de 1832. ¿Se podrían enviar mensajes a larga distancia mediante la electricidad? Morse desarrolló allí mismo sus primeras ideas sobre el telégrafo eléctrico, pero tardó doce años en convencer a los capitalistas norteamericanos, hasta el punto de que su invento fue patentado antes en Francia que en los Estados Unidos o Inglaterra. Cuando le creyeron, tuvo que esperar dos años más a fin de que se reuniese el dinero suficiente para construir una línea telegráfica entre el Tribunal Supremo, en Washington, y Baltimore. Se inauguró el 24 de mayo de 1844. El primer texto telegrafiado fue un versículo de la Biblia. Hasta conseguir en 1866 la instalación de un cable trasatlántico, tuvo que luchar contra mil tropiezos. Gracias a su tenacidad logró triunfar, y cargado de honores y reconocido su saber por todo el mundo, murió en Nueva York en 1872.

NICOTINA

La pintoresca historia del tabaco ocuparía varias páginas. Baste decir aquí que Jean Nicot, embajador francés en Lisboa, envió en 1560 a su reina Catalina de Médicis varias semillas de tabaco para que fueran plantadas en el invernadero real. Iban acompañadas de algunas hojas secas y de una explicación sobre sus propiedades salutíferas. Se debían usar pulverizadas —lo que luego se llamó rapé— y se tomaban para combatir las jaquecas. Nicot había recibido la planta de un mercader flamenco, y nunca creyó que su nombre pasaría a la historia gracias a ella. Estaba más interesado en una obra, Tesoro de la lengua francesa, que le acredita como gran erudito.

OHMIO

Unidad adoptada para medir la resistencia de los conductores eléctricos. Como tantos nombres científicos y técnicos, lleva el nombre de su descubridor, en este caso George Simón Ohm, nacido en Erlangen el 16 de marzo de 1789. Su padre, que era cerrajero, hizo lo posible para dar estudios a su hijo, aficionado a la física y las matemáticas. Pasó tiempos duros en Berlín, pero en 1831 fue nombrado director de la escuela politécnica de Nuremberg, y en 1847, catedrático de física en Munich. Era la consagración de sus estudios. En Munich murió en 1854 y, años después, en 1881 exactamente, los científicos decidieron dar su nombre a la unidad eléctrica al principio mencionada.

PÁNICO

Pan, dios de los rebaños y de los pastores, hijo de Hermes y de la ninfa Oríope, era una divinidad originaria de Arcadia y encarnaba la fertilidad y la naturaleza. Pan significa también en griego todo. Ejemplos: panamericano, toda América; panteísmo, todo es dios, etc. Se le representaba como una divinidad deforme, medio hombre, medio macho cabrío, con barba y cuernos, coronado de agujas de pino y tocando el caramillo. Eso en sus días de calma, porque como también era el dios de la fecundidad y de la potencia sexual, cuando se ponía flamenco atacaba a mujeres y jóvenes de uno y otro sexo gritando estruendosamente, producía el llamado «terror pánico». Perseguía a sus presas por valles y montes, y no se sabe si las villas y las ciudades estaban libres de sus acometida. Plutarco dice que, durante el reinado de Tiberio, sobre el mar Egeo se oyeron voces de «el gran Pan ha muerto», lo que luego se interpretó como una alusión a la llegada de Cristo, que acababa con toda la mitología del Imperio.

PANTALÓN

En Venecia viví un tiempo en la Pensione alia Mora, en el barrio de San Pantalón, deformación veneciana del patrono, san Pantaleón. De allí precisamente deriva el nombre de esta prenda. Un personaje de la comedia dialectal veneciana representaba el viejo avaro, mezquino, grosero e interesado, vestido con unas calzas viejas que le llegaban hasta los tobillos. Se le llamaba Pantalón dei Bisognosi: Pantalón de los Necesitados. Vestir de Pantalón era no vestir calzones cortos, como era entonces la moda, sino con la prenda, a la sazón extraña, que hoy seguimos designando con el nombre del personaje de la farsa. Sucedía esto en los siglos XVI y XVII, y alcanzó por fin carta de ciudadanía en Francia a fines del XVIII, cuando los satis culottes, los sin calzones, fueron protagonistas no de una farsa sino de la trágica Revolución. De Francia pasó a toda Europa durante el siglo XIX. En nuestros días, hasta las mujeres lo usan corrientemente, con gran sentido de la comodidad. Recuerdo todavía el escándalo que, por los años 30, causó Marlene Dietrich cuando se presentaba en público luciendo unos masculinos pantalones. Por entonces sólo se veían en algunas playas de moda. Eran muy anchos y, según decían, bastante incómodos.

PARMENTIER

Cualquier aficionado a la buena mesa sabrá que cuando en el menú aparece esta palabra, el plato está cocinado con patatas. ¿Por qué? Simplemente, porque fue Antonio Agustín Parmentier quien las popularizó en Francia, y como este país ha sido el creador de buena parte del vocabulario culinario, el nombre quedó en los recetarios galos y luego pasó a los demás países. Pero la historia de la patata, que creo interesante, se relatará en otro capítulo de este libro.

PASTERIZAR O PASTEURIZAR

Esterilizar la leche, el vino y otros líquidos según el método de Pasteur, sometiéndolos a la acción del calor para matar los gérmenes de fermentos. Esto dice el diccionario, pero ¿quién era Pasteur? Luis Pasteur, contrariamente a lo que mucha gente cree, no era médico sino químico y biólogo. Nació en Dôle en 1822 y falleció en Villeneuve en 1895. Fue el fundador de la bacteriología moderna. A los quince años su padre le envió a estudiar a París, pero el joven Pasteur sentía tal nostalgia de la tenería paterna, que sólo deseaba volver a sentir el olor de las pieles. Tuvo que volver a casa y continuar sus estudios en Besançon, que distaba pocos kilómetros de su villa natal. Se licenció a los dieciocho años, y el director del colegio, atraído por su voluntad de estudio y su capacidad de asimilación, le encargó una clase con el estipendio de ciento cincuenta francos al mes, que a Pasteur le parecieron una fortuna. Al notificarlo a su familia escribió: «Tres cosas son necesarias para la existencia humana: voluntad, trabajo y éxito. Para lo último son menester las dos primeras».

Pasteur había encargado al vigilante del colegio despertarle cada día a las cuatro de la madrugada para así poder dedicar tiempo a sus trabajos personales. El vigilante le llamaba diciéndole:

—¡Animo, señor Pasteur, eche afuera el diablo de la pereza!

Luego de doctorarse en París, entró en el departamento de Claude Bernard, en el hospital de la capital francesa.

—Hubo un tiempo en que en los hospitales la sangre corría a torrentes —decía Bernard—. Ahora, como no se hacen sangrías, es difícil encontrarla para los experimentos. Suerte tengo de mi ayudante, Pasteur, que se deja sangrar para contentarme. Cuando le dije que era un sacrificio muy grande, me dijo seriamente: «¡Oh, no se preocupe, doctor, yo cada día me sangro, y con mi sangre riego los tiestos de mi balcón!».

Había hecho ya algún descubrimiento importante cuando se casó con la hija de un profesor de Estrasburgo. Fue un matrimonio fiel y feliz, sobre el que se decía:

—La señora Pasteur ha amado a su marido hasta el punto de comprender lo que hacía.

El gran sabio había descubierto la ley de polarización del paratartrato, que el ilustre cristalógrafo berlinés Mistcherlich negó como imposible. Pasteur exclamaba, contento:

—¡Cómo me gustaría que estuviera aquí Mistcherlich! ¡La alegría que iba a tener!

Un amigo le expuso sus dudas.

—¿Cómo? ¿Por qué no debería estar contento?

—Verá, señor Pasteur, Mistcherlich es un gran científico y quizá no le agradará verse desautorizado con toda la razón por un…

—Ya puede decirlo: por un chisgarabís como yo… He comprendido, pero ¿qué importan ante la ciencia unas pequeñas luchas personales? Yo, por mi parte, estoy dispuesto a cederle mi descubrimiento.

En Provenza, una terrible y misteriosa enfermedad atacaba a los gusanos de seda, lo cual producía grandes daños a la industria sedera. Las autoridades, reunidas, eligieron a Pasteur, que con sus estudios sobre la fermentación alcohólica había salvado la industria vinícola, para que estudiase el asunto. Llegado a Provenza, los campesinos le dirigieron a Montpellier, donde debía entrevistarse con Juan Enrique Fabre, el gran científico, llamado después el Homero de los insectos, que acogió a Pasteur con gran entusiasmo:

—Es un honor para mí recibir a un sabio tan importante.

Pasteur estrechó sencillamente la mano de Fabre y le habló del encargo que le habían hecho. Visitando el estudio de Fabre se quedó mirando una caja repleta de gusanos.

—Perdone, señor Fabre, pero ¿qué diablos es esto?

Fabre se echó a reír.

—¿Cómo? ¿Ha venido usted a estudiar la enfermedad de los gusanos de seda y no los conoce? Éstos son precisamente los tales gusanos.

Pasteur rió también, y poco después había descubierto lo que buscaba.

En cierta ocasión, el ilustre bacteriólogo invitó a comer a un amigo, y como postre le sirvió cerezas. El amigo cogió una y se la comió. Pasteur le riñó, diciendo que era menester lavarlas antes:

—Cada cereza lleva en su piel millones de microbios que tú, insensatamente, te llevas a la boca.

Y dando ejemplo, empezó a lavar sus cerezas en un vaso de agua. Sólo que, en un momento de distracción, cogió el vaso y se bebió su contenido.

—¿Qué haces, desgraciado? —le dijo el amigo—. ¡Has tragado millones y millones de microbios!

Pasteur sonrió.

—No te preocupes. Esto no tiene importancia.

En 1885 descubrió la vacuna contra la rabia, lo que le proporcionó renombre universal. Imaginó entonces crear un centro de estudios e investigaciones, para lo cual pidió dinero a través de una cuestación popular. Él mismo iba a visitar a quienes creía que le podían ayudar. Una tarde se presentó en casa de la viuda Boucicaut, propietaria de los grandes almacenes Bon Marché. La criada que le abrió la puerta le comunicó que la señora no recibía a nadie. Pasteur insistió tanto, que la criada fue a avisar a la señora. Cuando regresó, preguntó:

—¿Es usted el señor Pasteur, el de la rabia?

—El mismo.

—Pues entre usted, que la señora le recibirá.

Ante la señora Boucicaut, Pasteur explicó con entusiasmo su proyecto: un instituto en el que sabios de diversos países investigarían los secretos de la vida y la manera de combatir las enfermedades.

—Ya sé que parece una utopía, pero es necesario para la humanidad y eso, señora, requiere dinero. Cualquier suma con la que usted pueda contribuir será bien recibida por pequeña que sea.

La señora Boucicaut sonrió, se dirigió a una cómoda y de uno de sus cajones extrajo un libro de cheques. Firmó uno y lo entregó a Pasteur. Éste lo miró, se echó a llorar y abrazó a la señora Boucicaut, que también lloró emocionada. El cheque, de un millón de francos, fue el inicio del Instituto Pasteur, que se inauguró en 1888.

Luis Pasteur era creyente, y un día en que se hablaba de varios filósofos incrédulos de su tiempo, exclamó:

—Los metafísicos elaboran teorías sobre teorías, todas fundadas sobre la nada, que desaparecen aventadas por una nueva moda. Sobre el origen y el fin de todas las cosas sabe mucho más mi madre, que es una pobre campesina, cuando está arrodillada en la iglesia de su pueblo.

Napoleón III le preguntó un día por qué no había explotado económicamente sus descubrimientos.

—Señor —contestó Pasteur—, hubiese sido un bochorno para la ciencia.

Al mismo Napoleón III le pidió ayuda para sus investigaciones.

—Se encuentran millones para la ópera. Majestad, y no se hallan cien mil francos para mi laboratorio.

Napoleón III sonrió y mandó llamar a uno de sus ministros:

—Éste es mi amigo Pasteur, que creo tiene toda la razón. Mirad de satisfacerle.

Y pudo disponerse del dinero.

Se hallaba un día Pasteur en Compiégne, en la corte de Napoleón III, cuando le pidieron que diese una charla sobre cuestiones científicas. En un punto de su disertación, dijo que le sería útil una gota de sangre, y la emperatriz Eugenia se pinchó un dedo para ofrecérsela. Pasteur, que no era hombre de mundo ni cortesano, se limitó a comentar:

—Hubiese preferido sangre de rana.

La emperatriz rió, y al día siguiente hizo llevar a la habitación del sabio un saco lleno de ranas vivas. Pasteur le dio las gracias, y cuando se fue de Compiégne las olvidó por completo. La habitación fue asignada aquella noche a una dama extranjera, a la cual despertó aquella noche un extraño ruido. Encendió una vela y lanzó un grito: la habitación estaba llena de ranas, que habían escapado del saco y saltaban, croando, por todas partes.

Cuando en 1870 estalló la guerra entre Francia y Prusia, Pasteur devolvió a los alemanes todas las distinciones y diplomas que le habían concedido. En la carta que les acompañaba decía: «La ciencia no tiene patria, pero los científicos sí».

A lo largo de su vida tuvo que sacrificar miles de animales para el bien de la humanidad, pero jamás pudo matarlos personalmente. Veía al animal en sus manos, empezaba a acariciarlo, a pedirle disculpas, a explicarle que aquello tenía que hacerlo por el bien de todos… y luego se ausentaba y dejaba que sus ayudantes hicieran el penoso trabajo.

Un célebre duelista parisino, Casagnac, creyendo que su honor había sido ofendido por Pasteur, le desafió enviándole a sus padrinos para que concertasen el duelo. Pasteur les recibió muy serio y les dijo:

—El señor Casagnac me desafía. Muy bien; pero como a mí me toca elegir las armas escojo estas salchichas. Una de ellas contiene triquina; la otra, no. Que el señor Casagnac se coma una y yo me comeré la otra. Ya ve que, a simple vista, no se distinguen.

El singular reto terminó con una sonrisa por parte de los padrinos de Casagnac, que se retiraron para reconciliar después a Pasteur con su apadrinado.