Kadan miró su reloj. Eran las 02.30.
—Poneos los trajes. Comprobad vuestro oxígeno. Estamos a treinta minutos. Doble chequeo del equipamiento del compañero.
Kadan hizo lo mismo y esperó a que Sam le confirmara que su equipo estaba en buenas condiciones.
A las 02.50, Kadan indicó a los hombres:
—Comprobación final de entrada de oxígeno. Despresurizaremos en cinco minutos.
Sam empujó a Jonas con el pie.
—Despierta, hombre del circo. Me has tenido despierto con tus ronquidos.
Jonas abrió un ojo soñoliento y miró a Sam.
—Chequeo de entrada de oxígeno —dijo Sam—. Ponte a ello.
—Me pongo —concedió Jonas.
Kadan dijo:
—02.55. Máscaras de despresurización puestas.
Sam no quitó ojo a Jonas. Parecía estar dormido de nuevo, pero se colocó la máscara en su sitio obedientemente.
A las 02.59, Kadan se puso de pie.
—Un minuto… treinta segundos. Primer saltador, a la puerta.
Sam inspiró y miró hacia la noche. Era una noche tremendamente oscura y sin luna. Los motores rugían y el viento clavaba sus garras, tratando de arrancarle del avión. La adrenalina le bombeaba en el cuerpo con aquel familiar tirón de miedo. Sentía el mordisco del frío, la temperatura a aquella altura rondaba los veinticinco grados bajo cero. Podía oler el combustible del reactor y el viento le aguijoneaba en la cara. La aeronave volaba a unos ciento cincuenta nudos y él estaba a punto de lanzarse al cielo nocturno.
—¡Salta!
A esa orden, se lanzó y, en un fogonazo, todo cambió. El viento le golpeó con fuerza, le zarandeó, tirando de él, que luchaba por mantener el control. Llevaba una carga de cien kilos. La mochila colgaba entre sus piernas, dificultando sus movimientos. Y entonces, como si nada, se acabó. Notó que el rugido de los motores había desaparecido mientras él se deslizaba por el aire, en caída libre, eufórico y con el corazón latiendo a mil por hora, disfrutando del salto.
Sam abrió el paracaídas y su velocidad bajó abruptamente de los ciento ochenta kilómetros por hora a unos treinta. El choque de la apertura le golpeó y luego estaba volando, el viento soplaba fuerte pero el casco amortiguaba el sonido, de modo que volaba en un mundo pacífico y surrealista. Durante unos momentos disfrutó de la libertad y la paz más absoluta mientras caía a través de la oscuridad en silencio. Era consciente de que estaba suspendido de una sábana de seda en medio de un espacio aéreo comercial y la idea de acabar aplastado contra la ventanilla de un avión de paso le rondaba en segundo plano en la cabeza.
Entraba y salía de entre las nubes, una niebla molesta, hasta que vio el suelo acercándose a toda velocidad. La jungla no era más que un mar de color verde que se extendía ante él. Saltar sin estroboscopio era siempre complicado. Sólo podía distinguir entre los árboles y la hierba por las tonalidades de verde. A diez metros sobre el suelo maniobró el paracaídas para reducir la velocidad.
Aterrizó con una ligera sacudida, casi como si hubiera saltado de un escalón, y recogió rápidamente el paracaídas. Su reacción solía ser la misma casi siempre: de agradecimiento por estar de una pieza y a la vez listo para hacerlo de nuevo. Miró el reloj: las 03:02. Todos tendrían que estar abajo ya.
Kadan estaba a pocos centímetros. Nico un metro más allá. Jonas estaba dando la espalda a Sam y estaba recogiendo el paracaídas lo más rápidamente posible.
—Establece la comunicación, Jonas; Sam, entierra los paracaídas y Nico, te encargas de la seguridad —dijo Kadan.
—Los paracaídas ya están, Bishop —replicó Sam a Kadan.
—Vale —dijo Kadan—. Salgamos de este puto claro. Según el GPS estamos a trece kilómetros al sureste de Kinshasa. Este será nuestro punto de encuentro si nos separamos.
Era un buen punto de recogida, con mucha cobertura pero fácil de localizar de ser necesario.
Jonas habló por radio.
—Valhalla… Valhalla, aquí Segador Uno. ¿Me reciben? Cambio.
El mando de Fort Bragg respondió inmediatamente.
—Aquí Valhalla, Segador Uno. Os recibimos cinco sobre cinco.
Cinco sobre cinco era un informe de señal, que informaba al equipo de como se les oía en una escala de uno a cinco en intensidad y uno a cinco en claridad.
Jonas respondió:
—Valhalla, Segador Uno. Estamos preparados y a la caza. Segador Uno fuera.
—Reconfirmemos —dijo Kadan— Vamos a seguir una pauta de trébol de cuatro hojas en sentido contrario a las agujas del reloj. Hay que estar de vuelta en quince minutos. Si uno de nosotros no lo consigue en quince, los demás esperarán cinco más. Si sigue sin aparecer y no podemos establecer contacto por radio, empezaremos a buscar. Tengo las 03:30. ¿Alguna pregunta?
Cuando todos negaron con la cabeza, Kadan dio la señal de salida.
La jungla era calurosa y opresiva. El bosque estaba compuesto por varias capas, árboles que crecían hacia el cielo, el nivel emergente, de alturas comprendidas entre los veinte y los cincuenta metros. La cobertura de las copas estaba entre veinte y treinta metros sobre él. De ser necesario, Sam podría trepar y correr a lo largo de esas ramas retorcidas que formaban una autopista en las alturas, lejos del suelo del bosque. La mayor parte de los pájaros y la fauna habitaba en las copas. Las flores se enroscaban en los troncos en busca de la luz y el musgo y los líquenes también se arrastraban por la corteza y las ramas. Había gruesas cuerdas de duras enredaderas caían como serpientes desde las alturas, y colgaban en intrincadas trenzas y espirales llenas de grietas, estrías y elaborados bucles.
Una gran serpiente enrollada alrededor de una rama por encima de su cabeza, se movió ligeramente para echarle un vistazo. Los monos se colgaban de las ramas y le observaban pasar en silencio. El aire estaba pesado por la humedad y sonaba el monótono zumbido de los grillos y las cigarras. Musgo y enredaderas colgaban pesadamente sobre las cintas de agua. Enmarañados helechos tan altos como árboles pequeños y, en el suelo, miles de insectos movían las hojas en descomposición y la vegetación. La vegetación baja era una extensión impenetrable y oscura como la noche. Las ranas arbóreas se llamaban entre sí; cientos de sonidos diferentes mientras diversas especies se disputaban las ondas sonoras.
Sam se hizo un plano mental de la zona que tenía asignada, manteniendo controlado el tiempo. Volvió a la zona designada y se encontró con Kadan que emergía de entre los altos helechos. Nico ya estaba esperando, pero no había señal de Jonas.
—Hay una ligera depresión a unos veinte metros al sudeste, pero aparte de eso es todo igual, árboles, bichos, monos y serpientes —informó Sam.
—Yo tengo la misma mierda —dijo Nico.
Kadan miró a su alrededor, claramente preocupado porque Jonas no estuviera allí.
—Hacia el norte es lo mismo. Hay un par de pequeñas colinas y ya está. Veremos lo que ha encontrado Jonas y partiremos de ahí, pero, por lo que estoy viendo en el mapa, creo que la depresión puede ser un buen escondite. Podemos usarlo como base. Son las 03:50 —miró alrededor de nuevo y soltó un taco entre dientes—. ¿Donde coño está Jonas?
A Sam le dio un vuelco el corazón cuando sólo el silencio respondió a su pregunta.
—Jonas, Jonas, aquí Bishop, ¿me recibes? Jonas, ¿me recibes? —Kadan habló por el comunicador.
Algo no va bien dijo Sam, comenzando a desandar el camino a través de la confusión de árboles caídos y enredaderas colgantes. Cualquier cosa podía ocurrir en esa oscuridad tan absoluta, rodeados por hostiles, cambiar palabras por telepatía parecía una idea mucho mejor.
Más vale que empecemos a buscar aceptó Nico.
Vosotros dos moveros en el sentido de las agujas del reloj. Yo iré al contrario. Estad de vuelta en quince.
Quince minutos, entendido asintió Sam.
Jonas se abrió camino desde la jungla.
—Eh, ¿donde vais?
Kadan se dio la vuelta con el alivio reflejado en el rostro.
Joder, Jonas. ¿Donde coño te has metido?
Estábamos a punto de salir en tu busca dijo Sam ¿Se te ha estropeado la puta radio?
Jonas esbozó una pequeña sonrisa auto despreciativa.
Pues sí, la verdad es que sí. Me tropecé con la raíz de un árbol y se me rompió la tapa de la batería. Las pilas se salen. Lo arreglaré en cuanto nos metamos en un refugio.
Kadan dejó salir el aire.
Bueno, me alegro de que estés bien. Me estaba preocupando que tuviéramos que sacar tu equipo y tu culo muerto de aquí.
Jonas señaló hacia el interior de la jungla.
El arroyo señalado como punto de encuentro no está lejos de aquí. He dejado colocadas las minas claymore por si tenemos que echar humo.
Echar humo era salir corriendo y, dadas las circunstancias, Sam se temía mucho que eso era exactamente lo que iban a tener que hacer.
Las minas están colocadas en las orillas del rio. Las dos primeras como a unos tres metros a este lado de donde esperamos que ocurra el cara a cara. Podemos dispararlas según el equipo se vaya moviendo. He dejado el detonador en remoto. Si es necesario, hay un segundo lote diez metros más lejos, con retardo. Parar, tirar de la anilla y salir perdiendo el culo.
Kadan dejó escapar una leve sonrisa, única señal de que había perdonado a Jonas por hacerle perder diez años de vida.
Vale. Bien. ¿Has encontrado algún punto de observación?
Jonas asintió.
Sí, hay una pequeña colina a unos veinte metros al sur. Creo que desde allí tendremos una visibilidad adecuada.
Kadan asintió su aprobación.
Bien. Hemos encontrado un escondite. Vámonos. Arregla tu radio, genio. Pediremos la inserción del segundo equipo y luego nos pararemos a descansar un poco. Tiene que haber uno de guardia en todo momento. ¿Todos de acuerdo con una rotación de una hora? No esperó respuesta. Bien.
Una vez en su escondite, Sam hizo la llamada.
—Valhalla… Valhalla, aquí Segador Uno.
—Segador Uno, aquí Valhalla. La señal es buena. Listos para recibir, cambio.
La voz al otro extremo de la comunicación siempre hacía que Sam se sintiese en conexión.
—Valhalla, Segador Uno… la misión está en marcha, cambio.
—Recibido. Tenemos luz verde para la inserción del Equipo Dos. Valhalla fuera.
Sam nunca tenía problemas para dormir: en cualquier sitio y en cualquier momento. Uno se acostumbraba a aprovechar cada oportunidad porque, a menudo, podías tirarte días sin un lugar seguro donde pillar unos pocos minutos de sueño pero, esta vez, al cerrar los ojos, veía la cara de su padre adoptivo. El general ignoraba genuinamente quien le estaba traicionando o por qué. No le resultaba concebible una actitud tan desleal como acabar con un sólo soldado, aún menos un equipo entero.
Sam miró hacia arriba, a las ramas oscilando en lo alto de la cubierta del bosque, con movimientos suaves y sutiles. Por regla general, hubiera dejado que el suave viento le calmara hasta por lo menos adormecerse para que su cerebro redujera la velocidad y se relajara, pero le resultó imposible. Sabía que habían pedido ayuda al Presidente: que enviara una unidad encubierta al territorio controlado por los rebeldes para que causaran estragos y, con suerte, incapacitaran al ejército rebelde destruyendo sus municiones y vehículos, además de eliminar a los dos hombres que competían por el liderazgo de la chusma rebelde.
Alguien se había enterado de esas órdenes y había hecho llegar la petición a Whitney. Whitney tenía su propia agenda y tenía a alguien dentro de la CIA con influencia suficiente como para llegar a un acuerdo con uno de los líderes rebeldes. El trato era entregar el poder a Ekabela a cambio del diamante. Además de campo libre para liderar a los rebeldes, Ekabela quería que un Caminante Fantasma pagara por la muerte de su hermano. Whitney había seleccionado a Sam y, al hacerlo, había informado al equipo de que les iban a traicionar.
¿Whitney había elegido a Sam con la idea de que eso alertara al equipo antes de llevar a cabo la misión? Era perfectamente posible. Le gustaba jugar. Y, si era el caso, ¿hasta dónde llegaría? Si la CIA estaba a cargo de la operación y estaba operando deliberadamente a espaldas de Fort Bragg, ¿Qué harían cuando el equipo siguiera sus órdenes al pie de la letra y destruyeran a todo el mundo, llevándose el paquete en lugar de entregárselo al hombre que Whitney tenía en el campo?
Sam notaba el sabor de la ira. Les eliminarían. No había ninguna duda: les iban a dejar tirados en territorio hostil, tan lejos de casa, después de armar el revuelo. Entrelazó los dedos tras la nuca. No sería la primera vez que había ocurrido.
Debió de dormirse, después de todo, porque se despertó de golpe cuando la radio volvió a la vida.
—Segador Uno… Segador Uno, aquí Segador Dos.
La voz de Tucker nunca le había sonado tan bien,
—Segador Dos, aquí Segador Uno, adelante —contestó.
—Segador Uno, estamos a veinte minutos de TSO, cambio.
El equipo estaba a veinte minutos de tiempo sobre el objetivo.
—Roger, Segador Dos, estáis a veinte minutos de TSO. La ZD estará marcada con estroboscópicos IR, cambio —la zona de descenso estaría marcada con luces estroboscópicas infrarrojas.
—Segador Dos, recibido, ZD señalada con estroboscópicos IR.
—Feliz aterrizaje —dijo Sam—. Segador Uno fuera.
Diez minutos después, Kadan se dirigió a ellos en voz baja a través de los comunicadores.
—Muy bien, chicos, el equipo dos está a punto de llegar. ¿Todo el mundo en posición?
—En posición —afirmó Jonas.
—Ves, jefe —dijo Sam con voz risueña—. Te dije que él arreglaría ese pedazo de mierda. Estoy en posición. Estroboscópicos IR activos.
—Le estoy viendo a través de mi objetivo, Bishop —dijo Nico—. Parece que está volviendo a dormirse. Estoy en posición.
—Venga, niñas —dijo Kadan—. Vale de charla y abrid los ojos y los oídos.
La voz de Tucker irrumpió en sus comunicadores.
—Buenas noches, nenes. ¿Cómo estamos esta noche? Calentitos, espero. Aun no puedo sentirme los dedos de los pies. Venimos desde el sur, sureste. Tengo el estroboscopio a la vista. Estamos a seiscientos metros. Nos vemos en un segundo.
Kadan respondió:
—Estoy a tus siete. Knight está a tus diez. Nico a tus tres y Smoke a tus cinco.
—Roger, estamos en tierra. Nos vemos en el estroboscopio —ordenó Ryland.
—Me alegro de que hayamos llegado todos enteros —dijo Kadan cuando los cuatro hombres estuvieron en tierra—. Vamos al refugio.
Enterraron los paracaídas y se dirigieron rápidamente de vuelta al refugio, desde donde Tucker llamó a Fort Bragg.
—Valhalla... Valhalla, aquí Segador Dos.
—Segador Dos, aquí Valhalla, cambio —sonó la incorpórea voz a través de la radio.
—Valhalla, estamos en juego al cien por cien —dejaron saber al Mando de Operaciones Especiales Conjuntas que estaban listos para llevar a cabo su misión y que todos habían conseguido llegar al campo.
Kadan tomó la iniciativa inmediatamente, a su manera, sin tonterías.
—Vale, todos alrededor del mapa. El río está aquí —señaló el lugar con el dedo—. El lugar de encuentro previsto, aquí. Hemos colocado minas claymore aquí, a unos diez metros del punto de encuentro y aquí, a otros quince metros. Las dos primeras están en remoto. Las otras dos llevan espoleta con retardador —señaló con el dedo otro punto—. Aquí hay una colina en la que nos situaremos para observar —dudó un momento y luego miró directamente a Ryland—. Puedo entrar con Sam, Rye.
Sam hizo una mueca al oírlo. Kadan patinaba sobre hielo fino al preguntar, pero Ryland tenía la mala costumbre de colocarse en el punto más caliente.
La mirada gris de Ryland se posó en el rostro de Kadan.
—¿Quieres decir que la edad me está volviendo lento? —el tono era suave, pero no había nada suave en sus ojos gris acero.
—No, señor —dijo Kadan.
—Nos pegaremos al plan original. Continúa.
Kadan era demasiado listo como para suspirar.
—Ryland y Sam tendrán el cara a cara más o menos aquí. Siguiendo el curso del arroyo hasta este punto. Deberíais poder ver donde se colocan. El resto de vosotros estaréis ocultos bajo los árboles aquí. Si “Murphy” —dijo, en referencia a la Ley de Murphy— aparece, entrareis en línea y os enfrentareis a los hostiles. En ese punto tendremos que dispararles desde distintos puntos. Eso debería ser suficiente para ayudar a Sam y a Rye, realizar el encuentro, romper el contacto y salir cagando leches de aquí. Entonces, que cada uno salga echando humo y nos encontraremos aquí en el refugio.
Ryland asintió con la cabeza.
—Me parece bien. Antes de que vayamos a la reunión, tendremos que organizarnos para apartarles del camino al refugio. ¿Donde tenéis planeado montar la emboscada?
Kadan hizo un círculo en el mapa.
—Justo aquí, señor. Colocaremos minas a lo largo de esta línea aquí y aquí, utilizando el terreno para meterles en un cuello de botella hacia este embudo de minas.
—Si no las necesitamos, las arrancamos cuando vayamos saliendo —ordenó Ryland—. Soltad todo lo que no necesitéis para que nos podamos mover rápido y en silencio. Si no hay preguntas, salimos en treinta minutos. Los de observación, os vais ya.
Sam, Ryland y el resto del equipo se abrieron camino entre las enredaderas y la alta fronda hacia el arroyo.
—Vigilancia en posición —informó Kadan.
—Estamos en el punto de partida del arroyo —contestó Ryland—. Nos separamos aquí. Sam y yo llegaremos hasta ellos ocultándonos en el agua.
Tucker, Kyle y Gator se dispersaron en la jungla silenciosamente.
—En posición de apoyo —anunció Tucker el primero.
Kyle y Gator le siguieron unos segundos más tarde.
—Atención —dijo Nico—. Vienen acompañados de veinte hombres armados. Todos llevan rifles y armas de apoyo. No veo mochilas ni otros equipos.
—Recibido —dijo Ryland.
—Recibido dos —dijo Tucker.
—Muy bien, se han colocado justo donde les queríamos. Nos vamos. Sam, vamos a terminar con esto.
Ambos se metieron en el agua, siguiendo la corriente hacia la parte más profunda y más rápida, hasta sumergirse completamente.
Ryland surgió del agua justo a los pies de Ekabela. Se alzó con rapidez, un fantasma oscuro, cubierto con pintura negra y chorreando agua, que agarró con fuerza al hombre, colocándole un cuchillo en la garganta. Sonrió salvajemente al operativo de la CIA que había orquestado la doble trampa.
—Vengo a por el paquete —dijo manteniendo el tono grave.
Ekabela apenas había tenido tiempo de vislumbrar la sombra oscura antes de que tiraran de su cabeza hacia atrás, desequilibrándole y exponiendo su garganta al larguísimo y muy afilado cuchillo que tenía apoyado en la piel. Respirar, tragar, cualquier movimiento haría que el filo le hiciera sangrar.
El hombre, que vestía vaqueros y una chaqueta deportiva ligera, alzó la mano como si pudieran ahuyentar a Ryland.
—Eh, soldado. Descanse. Se suponía que tenía que encontrarme con usted río arriba y guiarle hasta aquí.
Ryland permaneció completamente inmóvil, dejando que sus ojos grises lo dijeran todo por él.
—Soy Duncan Forbes —intentó de nuevo el hombre de la CIA—. Ekabela lleva su paquete. No hay ningún problema en absoluto. Baje el cuchillo y discutiremos esto. Nos habían dicho que Sam Johnson sería quien lo recogiera. No hay duda de que usted no es Sam.
—Soy yo —susurró Sam desde detrás de Forbes—. No se mueva, señor. No me gustaría clavarle el cuchillo en el riñón por accidente.
Forbes notó como la punta del cuchillo le pinchaba a través de la ropa.
—Esto no es necesario.
—Es sólo por precaución, señor —dijo Sam—. No nos gustaría que nada fuera mal, como ocurrió la última vez que uno de nosotros entró en contacto con un Ekabela. Deme el paquete y terminaremos la misión sin hacer ruido. Nadie sabrá nunca que estuvimos aquí.
—Sus órdenes eran esperarme para guiar a Sam Johnson y sólo a Sam Johnson hasta el lugar de la cita —siseó Duncan—. No pueden tratar así a un aliado importante. Presentaré cargos contra ustedes dos. Bajen las armas. Es una orden. Mierda, lo han estropeado todo.
—Lo siento, señor —dijo Sam—. Sólo acepto órdenes de él —levantó su mano libre y la pasó por delante de Forbes para señalar a Ryland—. Deme el paquete. Cuando esté asegurado, nos iremos por donde hemos venido.
Forbes saltó un poco, siguiendo con los ojos la mano que apuntaba al hombre que mantenía a Ekabela tan inmovilizado.
En el absoluto silencio de la jungla, el monótono chirrido de los grillos y las cigarras retornó en toda su intensidad. Sam se sentía expuesto, dando la espalda al arroyo, sabedor de que los hombres de Ekabela estaban preparados para atacarles en el instante en que Ryland liberara a Ekabela. Podía sentirles, lo que era más, podía oler sus cuerpos sudorosos colocándose en posición, forzados a moverse para proteger mejor a su líder.
Ekabela estaba sudoroso y resbaladizo y sus ojos reflejaban tanto el ultraje que sentía como su temor. No dejaba de mirar hacia la jungla, intentando transmitir silenciosamente a sus hombres que se quedaran atrás. Forbes hizo un lento gesto de asentimiento hacia Ekabela, cuya mano se deslizó hacia su chaqueta.
—Ten mucho cuidado —le aconsejó Ryland—. Como saques la mano de esa chaqueta llevando algo que no sea el paquete, serás el primero en morir.
Ekabela dejó escapar un resoplido casi enojado pero, con mano serena, buscó en su abrigo y sacó un objeto pequeño y envuelto en papel. Extendió la palma de la mano lentamente. El paquete era pequeño, de no más de trece centímetros de largo.
—Por favor, cójalo, señor Forbes, pero tenga mucho cuidado —aconsejó Sam—. No creo que quiera disparar un arma en este momento del juego. Eso les mataría a los dos.
A Duncan Forbes se le deformó el rostro en una máscara de ira. Dio un paso hacia delante y recogió el paquete de Ekabela.
—¿Ahora qué?
—Ábralo y asegúrese de que es lo que se supone que debe ser —ordenó Sam. Había avanzado acompañando el movimiento de Forbes, sin dejar de presionar la punta del cuchillo contra el riñón de este.
Forbes no se atrevió a volverse o a mirar por encima de su hombro, en lugar de eso fulminó con la mirada a Ryland.
—Esto es completamente ridículo. Les va a costar un consejo de guerra a los dos.
—Haga lo que tenga que hacer, señor. Nosotros sólo seguimos órdenes —la voz de Sam llegó hasta Forbes desde detrás, grave, junto a su oído, y la afilada hoja no tembló en absoluto ni se separó del riñón de Forbes—. Pero abra ese paquete ahora mismo.
Blasfemando, Duncan rasgó el papel marrón y lo abrió. Sam vio un trozo grande de lo que tenía el aspecto de ser un diamante sin pulir. Era bastante grande y grueso, de unos 10 centímetros de diámetro. Manteniendo el cuchillo pegado al riñón de Duncan, extendió la mano. Duncan dejó caer el paquete a medio abrir con el diamante en la mano de Sam, que lo deslizó en el interior de su chaqueta.
Paquete asegurado, señor dijo usando telepatía.
Ryland contestó con el más leve de los asentimientos.
Sam se acercó más aun a Duncan Forbes.
—¿Tiene un vehículo cerca de aquí, señor? —susurró.
Forbes asintió.
—Le sugiero que corra hacia él y salga de aquí a toda leche. Esto se va a poner feo.
Esa iba a ser toda la advertencia que iba a hacerle a Forbes. Sam le soltó y retrocedió lentamente.
Ryland introdujo su cuchillo en la base del cráneo de Ekabela, seccionándole la médula y matándole al instante. Mantuvo el cuerpo erguido un instante, clavando la mirada en Forbes.
—Joder. Ay, Dios —Duncan retrocedió, palideciendo y con la frente perlada de sudor—. No tenéis ni idea de lo que habéis hecho.
Ryland cruzó una mirada con Sam. Sam se sentía en perfecta sintonía con la jungla que le rodeaba, como si todo siguiera yendo bien en el mundo: los sonidos de la jungla, los continuos movimientos sobre sus cabezas, el monótono canto de las cigarras, el croar de las ranas, el grito de un mono. El corazón tronándole en los oídos.
Ryland dejó caer el cuerpo de Ekabela al suelo y, casi como si hubiera detonado una bomba, el mundo que les rodeaba se convirtió en un infierno. Duncan Forbes se dio la vuelta y corrió para salvar la vida. Las balas arrancaban corteza de los árboles y enredaderas, silbaban a través del aire y escupían cortezas y astillas sobre ellos. Tanto Ryland como Sam dispararon cargadores enteros en automático, las balas se esparcían por la jungla y alejaban a los soldados de ellos.
Tucker, Kyle y Gator estaban rodilla en tierra y comenzaron a eliminar blancos preseleccionados. Simultáneamente, Nico, Kadan y Jonas hacían lo mismo desde la colina de vigilancia. El humo y las chispas al rojo vivo silbaban a través del rugido y las sacudidas de las armas, acompañados de agudos chillidos y explosiones. Llovían piedras y virutas de madera. El barro volaba disparado por la metralla.
Sam podía saber lo cerca que estaban las balas por los diferentes sonidos que hacían. El chasquido sonaba amenazador, metro y medio o menos. El olor a cordita de la pólvora se intensificaba. El distintivo olor del compuesto “B” quemado de las granadas pesaba en el ambiente.
Recargando. Cobertura. Ryland llamó a los demás telepáticamente para indicarles que Sam y él se iban a mover y alguien tenía que cubrir sus objetivos.
Sam y Ryland retrocedieron cinco metros, recargando mientras corrían. A los cinco metros ambos hincaron una rodilla para lanzar fuego de cobertura (disparos dirigidos rápidamente) al amontonado ejército de enfadados soldados, dando a los otros dos equipos la posibilidad de retirarse. Una vez en línea, se formaron en dos equipos con toda naturalidad y comenzaron a alternar fuego de cobertura.
La lucha era intensa, una explosión de violencia, pero Sam se aferraba a una sola cosa. Volvería a casa con Azami. No iba a licenciarse aquí en la jungla.
Recarga. Cobertura. Esas palabras se repetían cada vez que uno de los equipos se iba retirando hacia su destino mientras el otro les proporcionaba cobertura.
La chusma armada no parecía tener líder, continuaban por furia más que siguiendo estrategia alguna. Evidentemente se sentían una fuerza superior, pero estaban dispersos y no tan bien entrenados como los rebeldes que había tenido Ekabela meses atrás.
¿Todos fuera de la zona de peligro? preguntó Ryland, mientras continuaban moviéndose hacia la trampa, conduciendo a los rebeldes al embudo.
Todos los miembros de los dos equipos debían encontrarse al menos a veinticinco metros de la primera de las minas.
Fuera respondieron los hombres, uno tras otro, a través del vínculo telepático que proporcionaba Ryland.
—Mina —gritó Kadan al detonar las primeras dos minas anti persona. Simultáneamente, Jonas tiró de los anillos de ignición. Las minas tenían un alcance de unos cuarenta y cinco metros. Cualquiera que se encontrase en ese abanico de sesenta grados iba a morir o a desear estar muerto. Cuando las minas estallaron, el equipo salió pitando fuera de la zona de guerra, de vuelta al refugio.
Moviéndose rápidamente en su formación estándar, cubrir y correr, pasaron por su segunda línea de defensa, la siguiente hilera de minas. Cualquier combatiente que les persiguiera quedaría atrapado en el siguiente grupo de minas y, aunque ya se habían llevado por delante a la mayor parte de los rebeldes que Ekabela había reclutado, otro golpe devastador les quitaría las ganas de pelea a la mayoría de los que quedaran.
En el refugio, el Equipo Uno recuperó la equipación mientras el Equipo Dos montaba guardia. Cambiaron de función, trabajando rápido y en silencio, mientras el Equipo Dos recogía el resto del material.
Esperaremos diez minutos a ver si alguien ha sido lo suficientemente estúpido cómo para seguirnos dijo Ryland, aun mediante telepatía. Miró a sus hombres. ¿Algún herido?
Gator dio un golpe con el pie a Jonas.
Creo que aquí el equilibrista se tropezó con sus propios e inmensos pies. Esta vez hizo un salto mortal colina abajo.
Que te jodan, Gator replicó Jonas, con una sonrisa avergonzada. ¿Qué coño es esa marca de sangre que llevas en la cara? ¿Intentaste besar a uno de esos tipos?
La jungla me mordió bromeó Gator.
El alivio de continuar con vida les invadió mientras se hacían un rápido inventario de sus cuerpos, con la esperanza de que todo estuviera en su sitio. Sam comprobó su material; sabían que no se marcharían rápidamente, yendo hacia un lugar mucho más silencioso, antes de continuar con la siguiente fase de su misión.
Diez minutos anunció Ryland. Equipo Uno, recoged todas las minas que hayan quedado sin usar. El Equipo Dos os cubrirá. Saldremos en fila india, con cuatro metros de separación.
No querían proporcionar al enemigo un blanco amplio, pero era más que eso: si alguien pisaba accidentalmente una mina de presión, la explosión no afectaría a nadie más.
Kadan, vas en cabeza.
Kadan era como un fantasma, entrando y saliendo de las sombras, subiendo y bajando de las rocas, por todo tipo de terreno, sin hacer ningún sonido. Iría diez metros por delante, lo que les daría a los demás una oportunidad si se encontraba con el enemigo. Si encontraba algo, les indicaría a los demás que se detuvieran, continuaran moviéndose en silencio o enviaran a Ryland a la avanzadilla para investigar y tomar la decisión acerca de cómo proceder.
El olor a la vegetación en descomposición y a moho se hacía más intenso cuanto más profundamente se internaban en la jungla. La jungla podía ser tan… o incluso más mortífera que el enemigo que estaban cazando. Todo parecía querer matarles: bichos, serpientes, cocodrilos y caimanes, también animales más grandes e incluso los árboles y las enredaderas. Los monos tenían la desagradable costumbre de informar de su posición con sus gritos.
El equipo se movía deliberadamente despacio, no deseaban provocar problemas mientras se deslizaban en fila india a través de kilómetros de jungla. Cuando Kadan encontró una buena posición defensiva se lo indicó a Ryland, que fue hasta allí para consultarlo.
Nos reagruparemos decidió Ryland. Iniciaremos el operativo de la fase dos desde aquí.
Los hombres instalaron la base, cogieron parte de los materiales restantes, colocaron las minas y montaron guardia mientras Sam llamaba a casa.
—Valhalla… Valhalla, aquí Segador Uno, ¿me reciben?
—Aquí Valhalla.
Sam informó tan sucintamente como le fue posible. Estaban profundamente internados en territorio enemigo y las posibilidades de que alguien les estuviera escuchando eran mayores.
—Fase uno completa. Segadores Uno y Dos arriba —les informó de los suministros remanentes y de lo que había tenido lugar durante la primera parte de la operativa.
—Recibido, Segador Uno. Adelante con la fase dos.
—Adelante con la fase dos. Segador Uno fuera.
A partir de ahora usad señales manuales o telepatía ordenó Ryland. Ahora estamos muy metidos en su territorio.
Sam dejó escapar el aliento y se volvió a mirar a los hombres con los que llevaba tanto tiempo haciendo exactamente lo mismo que ahora. Estaban a un largo camino de casa y aun quedaba mucho que hacer antes de que terminaran.
Tucker le guiñó un ojo.
Menuda mierda de forma de ganarse la vida; y con lo listo que eres. Si lo llegas a saber, ¿eh?
Sam no podía discutir la afirmación de Tucker. Dedicarse a cazar rebeldes sedientos de sangre no parecía precisamente una idea genial en ese momento.
Tucker soltó una risita y bebió un sorbo de agua.
Buscarte un tiro da sed.
Descansaron unos minutos y luego Ryland les reunió de nuevo.
El campamento rebelde está aquí señaló en el mapa. El complejo está organizado en hileras. Los barracones de las tropas son los tres primeros del lado norte del área de operación. El centro de mando, con las comunicaciones y los alojamientos de los mandos están en el centro. Los vehículos y los edificios de mantenimiento están al sur del complejo. La casa de Armine está a ciento treinta metros al oeste.
Ryland se dirigió a Nico y a Kadan.
Quiero que os instaléis sobre esta colina, a ciento cincuenta metros al este de la casa de Armine y le eliminéis.
Nico se limitó a mirar a Ryland. Era un hombre de pocas palabras, pero su reputación le precedía. Kadan hizo un breve gesto de asentimiento.
Simultáneamente, el resto trabajaremos por parejas. Kyle, Jonas y tú os abriréis camino hasta el almacén de munición. No olvidéis que necesitamos usar sus bombas de mortero y explosivos en nuestro beneficio.
Gator le dio un codazo a Sam.
Mira qué contento se ha puesto Kyle. Ya sabes lo que le gusta hacer estallar cosas.
Joder, claro aceptó Kyle. ¿No le pasa a todo el mundo?
Como de costumbre, Ryland ignoró el intercambio de bromas.
Sam, tú vas a volar toda esta mierda. Quiero cargarme todas las comunicaciones del enemigo. Elimina todo el edificio. Usa tu habilidad para teletransportarte y cárgate todos los equipos de ese edificio. Lo quiero destruido del todo y con todo lo que haya dentro. Si es posible, súbete al tejado e informa de su equipamiento.
Sam asintió, notando la tensión en las tripas. Era bueno moviéndose con rapidez, pero iba a tener que quedarse quieto en un sitio para colocar los explosivos y, en el tejado, estaría expuesto.
Gator, para ti este pequeño grupo de vehículos. Tucker y yo nos encargaremos de este grupo de aquí esperó que todos indicaran que habían comprendido antes de continuar. Cuando nos estemos retirando del objetivo, colocaremos granadas thermite en las bocas de cada tubo de mortero. Para algunos vehículos no tenemos suficiente demo para colocar thermites en los motores.
El término que usaban para demoliciones era demo: Ryland estaba usando la forma coloquial de hablar en el trabajo.
Kyle parecía complacido.
Esas cosas van a hacer arder directamente el motor entero.
Ryland asintió.
Es lo que queremos. Los montaremos en guirnalda usando cable detonante.
Montar en guirnalda era una forma de conectar varios dispositivos explosivos mediante cable detonante a partir de la misma espoleta para que todos estallaran a la vez.
Necesitaremos mecha para por lo menos cinco minutos, para poder abandonar el objetivo y estar fuera antes de que las thermite atraigan demasiada atención. En cuanto tengas la demolición preparada, id hacia el punto de encuentro. Está sólo a cien metros del objetivo, así que imprescindible mantener la disciplina en cuanto a ruidos y luz. Si todo sale de acuerdo con el plan, estaremos fuera antes de que lleguen a saber que estuvimos aquí. En ese punto, nos abriremos camino hasta el punto de extracción donde el equipo de francotiradores, en ese momento Segador Dos, se reunirá con nosotros. Desde ahí cogeremos un transporte con el Task Force 160 hasta el USS Ronald Reagan que se encuentra en alta mar en el Atlántico. ¿Está claro?
Ryland siempre añadía eso último, y más les valía a todos tener claras las órdenes. Todos asintieron y les señaló que se pusieran en marcha. Salieron otra vez en fila india, acercándose el complejo. Nico y Kadan se deslizaron hacia el interior de la jungla, en dirección a la colina desde la que se observaba el acuartelamiento de Armine. Todos los demás, en los equipos de dos hombres designados, se abrieron camino a través de las gruesas enredaderas para estar listos a la señal de comenzar.
La voz de Kadan surgió en sus mentes.
Segador Uno, aquí Dos.
Ryland contestó:
Segador Dos, aquí Uno.
Kadan habló con la misma voz tranquila de siempre. Nada parecía alterarle.
Dos en posición, tenemos una buena visual de la casa de Armine. En cuanto ese hijo de puta asome la cabeza, nos lo cargamos.
Ryland replicó:
Buena caza: en cuanto lo tengáis, volved al PE.
Roger aceptó Kadan.
Ryland dio la orden que todos estaban esperando.
Equipos de Segador Uno, preparados. ¡Ya!
Sam partió, siguiendo su ruta preelegida. Lo había estado repasando mentalmente una y otra vez, estudiando el camino que tenía que tomar para llegar al edificio de comunicaciones. Conocía cada posibilidad de cobertura existente hasta allí. Necesitaba llegar hasta una ventana y ver el interior del edificio para poder teletransportarse a su interior. Tenía que tener un destino real. Había elegido la ventana por anticipado. El edificio estaba plantado en mitad de las hileras de ruinosos barracones, básicamente abierto. La ventana que miraba al norte parecía tener la mayor cobertura.
Se movió rápido, haciendo que sus conmocionados miembros se pusieran a la altura de su energía. Emergió justo junto a la ventana agachado. Sólo disponía de segundos hasta que uno de los guardias le localizara. Levantó la cabeza cuidadosamente para mirar a través del sucio cristal amarillento. Sólo necesitaba un punto en el interior al que poderse teletransportar sin ser visto.
Dos hombres estaban sentados ante una mesa pequeña y desvencijada, con una radio entre ellos. Había mapas expuestos sobre una pared y papeles tirados por la habitación. En una esquina, los cacharros sucios atraían a las moscas. Le dio un vuelco el corazón al mirar hacia la otra esquina. Dos chicas ensangrentadas yacían de cualquier manera: ambas estaban atadas y miraban a los dos hombres con ojos hinchados, aturdidos y llenos de odio. Ninguna de las chicas tenía más de quince años, si llegaba.
Le subió la bilis por la garganta. Se tragó la ira. No era como si fuera la primera vez que veía una cosa así. Si las dejaba allí, iban a morir en las inminentes explosiones. Si trataba de rescatarlas, se estaba poniendo no sólo él mismo sino también a su equipo al completo en más peligro. Maldiciendo por lo bajo, tomó su decisión. Si alguna de ellas hacía el más leve ruido, las mataría a las dos y luego haría su trabajo. Pero si podía, las sacaría de allí.
Inspiró, eligió el lugar y se movió a tremenda y borrosa velocidad. Apareció en la esquina, agachado tras un barril de agua roñoso, a unos centímetros de las chicas. Se movió lo mínimo como para atraer la atención de la más cercana. Ya había planeado su movimiento si gritaba. Atravesaría la habitación y degollaría a los hombres para luego volver con las chicas. Seguramente, en el complejo estaban acostumbrados a que ellas gritaran a veces.
Se puso un dedo en los labios, pero sin mucha esperanza. Sabía que su aspecto era el mismo que el de los monstruos que arrasaban sus granjas, mataban a sus familias y las sometían a una vida de abusos y violaciones. La chica más cercana a él volvió la cabeza y abrió los ojos de par en par, hasta casi no mostrar más que el blanco de los ojos. El negó con la cabeza, manteniendo el dedo sobre los labios.
Ella tragó saliva y asintió, volviendo la cabeza para acercar los labios al oído de la otra chica. Susurró. La otra chica hizo un movimiento brusco y le buscó con la mirada. Al instante, comenzó a temblar. Por un momento, el tiempo se paró, mientras ella luchaba por mantener el control. Él rogó porque se mantuviera en silencio. Ella tragó saliva varias veces y después apretó firmemente los labios.
Ahora Sam ya no tenía elección. Tenía que sacar a las mujeres cuando explosionaran las thermite, no antes. No podía poner en riesgo a los demás miembros de su equipo. Inspiró y se puso en marcha con un cuchillo en cada mano. Estaba encima de los hombres antes de que a las chicas les diera tiempo a parpadear. Clavó los dos cuchillos a la vez en la base de sus cráneos, seccionándoles la médula, lo que les mató. Ninguno de los hombres llegó a verle. Se arrodilló para colocar cargas en las radios y añadió algunas más en las vigas maestras de la cabaña, sólo para asegurarse.
La voz de Gator sonó en su cabeza.
Cargas colocadas, listo para soltar la thermite.
Kyle fue el siguiente:
Cargas colocadas, listo para soltar la thermite.
Sam suspiró.
Comprometido. Estoy limpiando la zona. Idos. Ya os cogeré.
No es lo que quería oír, Knight espetó Ryland.
Adelante. Hacedlo. Os sigo de cerca aseguró Sam.
Ryland contestó:
Cargas colocadas. Soltad la thermite y volved al punto de encuentro.
La voz de Kadan se deslizó en sus mentes.
Segador Uno, aquí Segador Dos. Objetivo neutralizado con daños extremos. Segador Dos en ruta hacia el punto de recogida.
Ryland le contestó:
Genial, recibido, Segador Dos, Segador Uno oscar mike… en camino.
La thermite estalló y se desató el infierno. Desde su ventana, Sam vio como la explosión mataba a uno de los guardias y devolvía al complejo a la vida. Los rebeldes inundaron la zona de almacenamiento de vehículos, tratando de hacerse a la idea de lo que había ocurrido. Las cargas de los vehículos y las situadas en el almacén de munición detonaron a la vez, sonando como un trueno gigante, que reverberó a través de la jungla e hizo temblar la tierra.
Sam desató rápidamente las sogas que mantenían sujetas a las dos chicas, hizo que se pusieran de pie y les indicó que tenían que marcharse a toda velocidad y que permanecieran tras él. Salió por la puerta mientras hacía detonar la thermite, lo que sólo le concedió de dos a cuatro segundos. Las dos chicas permanecieron juntas detrás de él mientras el edificio de comunicaciones saltaba por los aires. Madera, barro y escombros volaban por todas partes. Los vehículos se hicieron pedazos, las municiones estallaron lanzando metralla en todas direcciones. Las llamas, las contusiones y el acero candente que se clavaba en los cuerpos, mató a muchos y dejó a los escasos supervivientes demasiado impactados como para hacer nada. Las dos chicas se cogieron de la mano, una de ellas gimiendo bajito continuamente, pero corrieron, medio desnudas y descalzas, sin separarse de Sam.
Segador Uno, aquí el Knight Perdido, en camino informó Sam a Ryland.
Los Caminantes Fantasma corrieron fuera de la zona de guerra por parejas. Sam usó el caos y el alboroto de las explosiones como cobertura para llegar hasta los árboles. Se detuvo para indicar a las chicas que tenían que irse corriendo… y lo hicieron, en dirección opuesta a la que él quería tomar. Tendría que confiar en que tenían algo o alguien hacia quien correr. Tenía que salir pitando de allí antes de que alguien asumiera el liderazgo. Había avanzado sólo dos pasos cuando una bala pasó silbando junto a su oreja y oyó como alcanzaba algo sólido. Se tiró rodando al suelo, justo a tiempo para ver como un rebelde caía muerto tras él.
Mueve el culo aconsejó Tucker.
Cuando todos estuvieron de vuelta en el punto de encuentro acordado, salieron en fila india, todo lo rápidamente que la jungla les permitía, manteniéndose a cubierto y en absoluto silencio y, mientras el complejo que estaban dejando atrás rugía entre llamas rojas y anaranjadas, iluminando la noche, ellos iban de camino hacia el punto de recogida para volver a casa. Para cuando llegaron al claro designado, estaban exhaustos.
Ryland habló por radio mientras los demás ocupaban sus posiciones de vigilancia.
—Valhalla, ¿me reciben? —sólo un silencio ominoso. Esperó unos instantes y lo intentó de nuevo—. Valhalla, ¿me reciben?
Silencio absoluto. Sin estática. Sin respuesta. Miró a Kadan a los ojos.
—Kadan, inténtalo con tu radio. Parece que la mía no funciona.
Los dos hombres intercambiaron miradas incómodas.
—Valhalla, aquí Segador, cambio. Valhalla, me reciben, cambio.
De nuevo aquel ominoso silencio. La adrenalina les inundó los cuerpos mientras comprendían.
Ryland sacudió la cabeza.
—El enlace con el satélite se ha caído.
—Eso no puede ser —dijo Gator—. Esos hijos de puta nos han quemado.
—Forbes —dijo Sam—. Duncan Forbes. Debería haberle matado cuando tuve la oportunidad. Salió corriendo a ver a su amo y Whitney nos ha desconectado el enchufe.
Ryland hizo una mueca.
—Nos temíamos que esto podría ocurrir y tenemos un plan de reserva. Tan sólo nos va a llevar un poco más llegar a casa. Sam, contacta a Azami —esbozó una leve sonrisa a sus hombres—. Tiene un buque comercial cerca de la costa esperándonos y un reactor de su compañía en Turquía. Conseguiremos llegar a casa —aseguró.
—La costa está muy lejos —dijo Kyle— y seguramente habrá unos cuantos rebeldes muy cabreados buscándonos.
—Ya hemos estado aquí antes —les recordó Ryland con un leve, resignado encogimiento de hombros.
Sam utilizó la pequeña radio que le había dado Azami.
—Luciérnaga, Luciérnaga, ¿me recibes? Aquí Hombre en Llamas, cambio.
—Aquí Luciérnaga, Hombre en Llamas, os recibimos cinco sobre cinco, cambio.
—Nos dirigimos hacia vosotros, cambio —dijo Sam—. Estamos en marcha.
—Recibido, Hombre en Llamas, estáis en marcha. Os estamos esperando, cambio.
—Pásamela —dijo Ryland, alargando la mano para coger la diminuta radio. Incluso chasqueó los dedos, con la impaciencia reflejada en el rostro.
Sam se la entregó de mala gana. Ryland habló por ella.
—Luciérnaga, aquí el líder de Hombre en Llamas. ¿La línea es segura? Cambio.
—Totalmente, Hombre en Llamas, cambio.
—Duncan Forbes, agente de la CIA, compinchado con Whitney, se ha puesto en contacto con alguien en Bragg. Los quiero a los dos. ¿Recibido?
Sam contuvo el aliento. Ryland acababa de incluir a Azami en su círculo de confianza.
—Entendido, Hombre en llamas, considéralo hecho. Luciérnaga fuera.