Por fin el juego estaba en marcha. Azami “Thorn” Yoshiie se permitió una pequeña sonrisa mientras salía de la avioneta que había pilotado, aterrizando en el diminuto aeropuerto de Superior. Había volado sobre el Bosque Nacional Lolo, tomándose su tiempo, cartografiando la superficie donde sabía que se localizaban las casas de los Caminantes Fantasma de los equipos Uno y Dos.
Jack y Ken Norton, dos miembros del Equipo Dos, poseían doscientos cuarenta acres rodeados por bosque nacional y los habían arrendado a los dos equipos de Caminantes Fantasma, formando una casi impenetrable fortaleza. Desde el aire, incluso las casas eran casi imposibles de marcar. Los soldados se habían tomado grandes molestias para incorporar los alrededores, utilizando montañas y árboles para ocultar su existencia del mundo exterior.
La acompañaban sus dos hombres de más confianza, flanqueándola a cada lado, pero a un palmo de distancia, dándoles a los tres suficiente espacio para maniobrar si tuvieran necesidad de hacerlo así. Daiki y Eiji Yoshiie eran ambos de hombros anchos, aunque Daiki era una cabeza más alto que Eiji y unos buenos treinta centímetros más que Thorn. Ambos eran guerreros impresionantes, perdiendo poco cuando se trataba de detalles. Ella necesitaba a los mejores para este trabajo, hombres que fueran calmados, de acción rápida y sin miedo. Estaban entrando dentro de la guarida del león y peor… metiendo la cabeza justo en sus fauces. También eran sus hermanos adoptivos, y confiaba en ellos como no lo hacía en otros.
—Antes de que vayamos más lejos —les dijo en voz baja—. Necesito preguntaros una vez más si ambos estáis absolutamente comprometidos con esta misión. Será la misión más peligrosa que hemos hecho hasta la fecha. Nada más se puede comparar con esto. Cada hombre, mujer y niño de estas instalaciones está realzado y también son psíquicos. No sabemos qué dones tienen y estaremos bajo constante vigilancia tanto como intenso escrutinio.
Daiki le frunció el ceño.
—¿Por qué hay dudas en tu mente, Azami?
—Vosotros sois los que más arriesgáis, Daiki, por el papel que siempre debéis jugar. Nuestra compañía ha crecido más de lo que imaginamos y tenemos dinero más que suficiente para que ambos os retiréis ahora, antes de que sea demasiado tarde. Cómo cabeza de la compañía, sois un objetivo de cualquier modo, pero cuando entréis conmigo en la guarida del león, Eiji y tú tendréis menos de una oportunidad contra soldados realzados y experimentados. Habéis leído sus informes. Sabéis a qué os enfrentáis. Esos hombres son hoy en día algunos de los más peligrosos sobre la faz de la tierra. Es más, facciones de su propio gobierno les teme. Primero golpearán, hermanos míos.
—Prometimos ayudarte, Azami —señaló Eiji.
—Y yo os liberé de esa promesa hace mucho tiempo —les recordó—. Yo estoy realzada, como ellos. Tengo dones psíquicos, como ellos. Esto no es lo mismo que los otros trabajos en los que hemos trabajado.
Daiki se encogió de hombros.
—Esas personas pueden ser inocentes y no queremos cometer errores. Necesitamos saber quién es nuestro enemigo —miró a su hermana a los ojos—. Le hicimos la promesa a nuestro padre, no a ti. No puedes liberarnos. Nunca nos pediste esta tarea.
—No deseamos ser liberados, Azami —añadió Eiji—. Es importante que lo sepas. Estoy preparado para morir. La muerte no significa nada para mí. Si el destino lo desea, entonces así será, pero trabajaré para detener a este demonio. Como Daiki y nuestro padre, vi lo que ese hombre le hizo a una niña inocente.
—Juramos erradicar al diablo —continuó Daiki—. El legado de nuestro padre vive en todos nosotros. Nos recogió, nos dio la vida cuando habríamos vivido como esclavos en el comercio sexual. Nos dio su nombre y su herencia. Nos enseñó el camino de los samurais. Hemos prosperado en los negocios siguiendo su camino. No podemos apartarnos cuando aparece el peligro. Nos hemos preparado para este día.
Thorn respiró profundamente, el orgullo por sus hermanos se deslizó en su corazón. Otra vez tomó aire profundamente, aspirando el limpio aire que llegaba de las montañas que los rodeaban. Veía la libertad y la belleza de la naturaleza y siempre descubría que se sentía completamente libre cuando estaba lejos de las ciudades y al aire libre. Había aprendido la calma, a estar centrada, a descubrir su camino y confiar en sí misma, pero Whitney era un demonio personal que nunca había sido capaz de exorcizar completamente de la forma que debería. Confrontar su demonio era necesario, pero aun así, por la noche, cuando estaba sola, recordarlo, aquellos terribles recuerdos de sus años con él, todavía le producían pesadillas.
—¿Azami? —le preguntó Daiki en voz baja.
Podía oír la autentica preocupación en su voz, y como siempre, cuando uno de sus hermanos le mostraba un afecto inesperado, ella se emocionaba. Le dirigió una pequeña y torcida sonrisa de confianza, serenando sus rasgos. Podía decir que ambos, Eiji y Daiki estaban preocupados por ella. Habían estado con ella desde el día en que habían estado con su padre y habían visto a los ocupantes de una caravana alquilada tirarla en la calle de uno de los peores distritos de Kinsicho al oeste de Tokio. Whitney la había tirado en un lugar conocido por los proxenetas, el tráfico de sexo y los pedófilos, exactamente como los padres de sus hermanos los habían abandonado. Tenía ocho años y su cuerpo ya estaba cubierto de cicatrices. Había pesado veinte kilos, y las señales de tortura, abuso y múltiples operaciones eran significativos signos de que había sido el experimento sistemático de un loco.
Mamoru Yoshiie la había levantado con gentileza en sus brazos y la había mirado a los ojos durante mucho tiempo antes de asentir, como si viera algo en ella que valía la pena salvar. Nadie la había hecho sentir como si tuviera algún valor hasta aquel simple asentimiento. La había llevado a su casa para vivir con él y sus hijos adoptivos. Desde aquel día, Yoshiie la había criado como si fuera una hija amada, no algo desechado encontrado en las sucias calles.
—Es bonito esto. No sé por qué no lo esperaba.
Era su forma de tranquilizarlos, señalando la belleza que los rodeaba como su padre había hecho cuando sus pesadillas habían despertado a toda la casa noche tras noche. Él la llevaba fuera donde podía respirar, y se sentaba con ella, señalándole las distantes montañas y el cielo sobre ellos. Los chicos se apiñaban cerca, tocándole el hombro con la misma calma tranquilizadora.
Estaban entrando directo dentro de lo que sería el corazón del campo enemigo. No sería la primera vez y, con un poco de suerte, no sería la última. Había poca información sobre las instalaciones, e incluso enviar un satélite para espiar sobre el Bosque Nacional Lolo no había ofrecido mucho en el tema de los datos. Ella no tenía idea de si este grupo en particular de Caminantes Fantasma colaboraban con Whitney o no… pero su hija y su nieto estaban en algún lugar de aquellas montañas. Lily Whitney-Miller estaba casada con un Caminante Fantasma. Había trabajado con su padre en algunos de los experimentos. Si alguien sabía la localización de Whitney, sería su hija.
—Esas personas son profesionales con habilidades similares a las mías —repitió tranquilamente—. No podemos correr riesgos. Si las cosas van mal, no os preocupéis por mí, sólo largaos rápido.
Daiki le frunció el ceño.
—Te lo estás repitiendo a ti misma, Azami —la regañó—. ¿Estás segura de que estás lista para esto?
—He esperado toda mi vida este momento. Whitney es un monstruo y tiene que ser parado —le replicó—. Es mi destino encontrar una forma de aislarlo de aquellos a los que ha manipulado para que lo ayudaran, y luego seré capaz de detenerlo.
—Tenemos años de práctica en nuestros papeles —señaló Eiji—. Hemos representado esto delante del mundo entero y no hemos cometido errores. Confía en las habilidades que nos enseñó nuestro padre, hermanita.
Daiki se inclinó más cerca.
—Somos brillantes hombres de negocios para el mundo, pero nuestro padre nos enseñó la forma de vivir y ser, y somos guerreros extraordinarios. No te fallaremos a ti o a nosotros mismos.
—Vamos allá.
* *
—¿Señor Yoshiie?
Thorn se volvió lentamente, su aliento siseaba como reacción a aquella baja voz masculina. Serenidad, se recordó a sí misma mientras un hombre de constitución poderosa y piel color café con fuertes músculos y un andar suave y fluido se aproximaba. Sus ojos oscuros estaban llenos de inteligencia y su rizado cabello negro invitaba a las mujeres a pasar los dedos a través de él.
A Thorn raramente le afectaba algo, especialmente la apariencia de un hombre… después de todo, había sido entrenada con hombres muy en forma durante años… pero por alguna razón, este hombre la afectaba cuando ninguno lo hacía. Este hombre caminaba con la confianza de un Caminante Fantasma, muy hábil, un guerrero excepcional que conocía su valor. Sam “Knight” Johnson.
Había estudiado su archivo con gran detalle. Era famoso por sus habilidades en el combate mano a mano y había sido miembro del equipo que había ido al Congo a rescatar a Ken Norton. No había nada en sus archivos que indicara qué habilidades psíquicas tenía o qué había hecho Whitney para realzarlo, pero la forma en que caminaba, fluida, su cuerpo flotando sobre el terreno, la hicieron pensar en un gran felino de la selva. Se dio cuenta de que no hacía ruido cuando caminaba y cuando se detuvo, se quedó absolutamente quieto.
Sam Johnson tenía múltiples titulaciones en biología, bioquímica y astrofísica así como física nuclear. Había sido huérfano, crecido en numerosos hogares de acogida antes de que el general Theodore Rainier y su esposa, Delia, reconocieran la extraordinaria inteligencia del chico que les había robado el coche. El general habló con el juzgado para que le permitieran ser responsable de Sam, y luego él y su esposa se habían llevado al chico. Fue el general el que se había ocupado de que Sam fuera educado. Sólo después de satisfacer las exigencias del general de una educación superior Sam tomó la decisión de seguir los pasos del general y unirse al ejército.
Su carrera había sido… extraordinaria. Fue muy condecorado y había participado con éxito en múltiples misiones secretas, construyéndose una reputación en los Rangers antes de unirse al programa Caminantes Fantasma. Había recibido tanto entrenamiento especializado adicional como realces, cumpliendo una vez más con excelencia, honor y coraje. Había participado en numerosas misiones en Yemen, buscando, encontrando y sacando prominentes blancos de Al-Quaeda, sin ningún reconocimiento ni fanfarria. Era brillante, un soldado sorprendente, y había contribuido significativamente a la seguridad de su país, y aun así era el hombre que Whitney estaba tan dispuesto a sacrificar.
—Bienvenidos a Superior —dijo Sam con una ligera reverencia—. Muchas gracias por venir.
Su reverencia, aunque americanizada, no era en lo más mínimo torpe, decidió. Podía ver por qué los Caminantes Fantasma lo enviarían como emisario. Era casi cortés y sus modales impecables. La inteligencia brillaba en sus ojos y, se recordó, era un Caminante Fantasma, capaz de cosas que nadie creería nunca.
Si los equipos Uno y Dos confiaban en este hombre para vetar a sus visitantes, tendría que ser muy cuidadosa. No ayudaba que su voz casi la hipnotizara… y quizás aquello fuera un realzamiento. Él era el enemigo. Tenía que pensar en todos ellos como sus enemigos. Mantuvo los ojos bajos, presentando uno de sus mejores disfraces, ocultándose a plena vista. Pocas personas verían más allá del poderoso Daiki Yoshiie, propietario en parte de la compañía internacional de comunicaciones más grande del mundo. Era un billonario y un hombre de confianza en el mundo de los negocios. Como el viejo samurai, era un hombre de palabra. Pocos sabían que era su hermana adoptiva, Azami, el cerebro detrás de la compañía y que ella desarrollaba todas las audiocomunicaciones para satélites mientras Eiji desarrollaba las lentes.
Sam tenía que obligarse a no mirar a la mujer. Permanecía entre los dos hombres, pero ligeramente detrás de ellos, lo que lo molestaba en algún nivel extraño y elemental que no sabía que existía. Era muy pequeña, y a diferencia de las mujeres de negocios tradicionales de Japón que usualmente vestían faldas, ella llevaba el mismo traje azul marino de ralla diplomática que sus equivalentes. Él había estudiado los videos de todos ellos, y ella vestía con frecuencia este traje de aspecto severo, aunque por él, la hacía más femenina. Su complexión era la de un terso y suave pétalo, su boca curvada en un pequeño y perfecto arco. Adoraba la forma en que llevaba el largo cabello recogido y sujeto por múltiples horquillas de adorno, con varios mechones sedosos cayendo por sus hombros y bajando por la espalda, una invitación para un hombre que quisiera quitar todas aquellas horquillas sólo para ver la masa de negro cabello deslizándose hasta su cintura.
Parecía joven, inocente y fresca, casi como si hubiera estado toda su infancia guardada en un convento y salido justo para entrar en el mundo por primera vez. Parecía bastante tradicional y demasiado joven para un hombre tan curtido y endurecido como él, con los ojos bajos y las pestañas largas y espesas. El corazón le golpeó con fuerza en el pecho y la sangre le corrió caliente por las venas. Mantuvo el rostro inexpresivo, agradecido por los años de entrenamiento. Nunca había sido tan consciente de nadie en su vida.
—Soy Sam Johnson —no ofreció la mano, pero se inclinó por segunda vez, esta vez a ella… aquella pequeña mujer que le pegaba tan duro que la sentía como una corriente eléctrica corriendo por su torrente sanguíneo.
El más alto de los dos hombres dio un paso adelante con una ligera reverencia.
—Soy Daiki Yoshiie. Este es mi hermano Eiji y mi hermana Azami Yoshiie.
La mujer dirigió los ojos al suelo, pero no antes de que él viera algo oscuro e inteligente brillando allí. En una breve mirada, ella había parecido captar todo lo que la rodeaba. Cuando se inclinó, parecía más una princesa real que la recatada mujer que caminaba dos pasos por detrás de los poderosos hombres que dirigían Samurai Telecommunications.
Sam estudió al trío sin que pareciera hacerlo. Era bueno evaluando al enemigo, lo que era exactamente el porqué había sido enviado a recoger a los tres VIPs. Los extraños raramente eran permitidos dentro de las instalaciones. El riesgo de permitir a nadie dentro, donde las precauciones de seguridad podían ser determinadas, era grande pero necesitaban a esta gente y, después de todo, eran nerds de los ordenadores ¿verdad? Su radar se había apagado en el momento que se había acercado a ellos, y no tenía idea de por qué. Parecían exactamente como eran en cada reportaje y entrevista que habían hecho, sin embargo emitían una extraña vibración que hacía que el pelo de la nuca se le erizara.
Sam observó la forma en que se movían, aquel suave fluir sobre el suelo. Equilibrio perfecto, pies alineados con los hombros, músculos fuertes. Incluso la mujer —pequeña como era— tenía el mismo fluir de un luchador. Quien quiera que fueran estas personas, no eran sólo nerds de los ordenadores. No pasaban días y noches frente a una pantalla o sentados en una silla. Aunque hasta aquello podía ser justificado. Su padre había sido un famoso espadachín y dirigido una escuela de entrenamiento en artes marciales. Esto sería la razón de que aquellos tres fueran hábiles, pero sus tripas no aceptaban esta explicación.
Posible Charlie. Planteó la alarma con reluctancia, enviando la alerta a los miembros de su equipo que estaban sobre los tejados, ambos armados y muy peligrosos.
Fue la mujer cuya mirada saltó a su cara. Ella había sentido aquel pequeño pulso de energía donde los hombres no. Eso quería decir… Sam rehusó apartar la mirada de ella. Esta mujer tenía secretos, y eso lo impulsaba a proteger a los dos equipos de Caminantes Fantasma y las familias que confiaban en su juicio. Ella despertaba su interés; más que eso, lo intrigaba, pero la seguridad de las instalaciones estaba primero, y definitivamente ella era más de lo que aparentaba con su traje de negocios y su recatada expresión. Un hombre podía quedar atrapado en aquellos oscuros y líquidos ojos, tan suavemente aterciopelados e invitadores, llenos de inteligencia y penetrante luz. Sus oscuros ojos se apartaron de su cara y se movieron hacia las azoteas. Oh, sí, ella era aguda, sin duda.
¿Qué se había perdido? Thorn hizo otro lento y cuidadoso barrido del aeropuerto y los edificios circundantes. Nada parecía fuera de lugar, pero Sam no estaba sólo y definitivamente se había comunicado telepáticamente con alguien más. El pico en la corriente eléctrica había sido agudo, un signo seguro de energía psíquica. Aunque había pasado mucho desde que ella había sentido tal oleada, no había forma de que no la reconociera. Había pasado una buena parte de su infancia sintiendo esa subida cuando Whitney experimentaba con las otras chicas, usando su cuerpo como una rata de laboratorio.
Casi podía oler la energía psíquica. Asociaba esa punta y aroma con el agudo dolor. Quería presionar la mano sobre el estomago para detener el repentino retortijón. Pensaba que había superado todo aquello. Todos los años que su padre adoptivo había invertido entrenándola en el camino del samurai. Debería sentir paz en cualquier lugar que estuviera. Aceptaba la muerte como parte de la vida. No estaba asustada de este hombre o ninguno más, pero aquellos recuerdos de su infancia estaban atrincherados para siempre en su cerebro.
Las vidas de ambos, Daiki y Eiji, estaban en sus manos. Confiaban en ella… confiaban en su juicio. ¿Habría empezado el juego antes de estar lista? Era la guerra pura y simple. Le había declarado la guerra a Peter Whitney, y todos ellos estarían en peligro hasta que terminara. Él la había torturado, usándola para sus espantosos experimentos, y luego se había deshecho de ella cuando pensó que ya no tenía más uso para él.
Muchas veces su padre adoptivo le había señalado el enorme error que Whitney había cometido. Whitney había parecido omnipotente… divino… a las huérfanas que controlaba en su laboratorio, sin embargo no había sabido el considerable poder que Thorn manejaba. Había sido una niña pero se las había arreglado para mantenerle sus poderes psíquicos ocultos… en efecto ella le había derrotado. Había honor en aquello que ella había logrado. Yoshiie se lo había asegurado. Esperaba que él pensara que lo que estaba haciendo era honorable.
—Nosotros apreciamos tanto que hagan el viaje —dijo Sam, manteniendo la voz baja, sin mostrar emoción pero los observaba cuidadosamente. Lily tenía una información extraordinaria sobre cualquiera con el que hiciera negocios. Nunca habría invitado a aquellos tres a las instalaciones si tuviera cualquier sospecha—. Lo hemos arreglado para que se queden con nosotros. ¿Tienen sus equipajes?
Se pasó las manos por la espesa masa de rizos de su cabeza, mirándolos de frente, estudiando las caras de cada uno de los tres VIPs de Samurai Telecommunications. Si aquellos tres eran impostores, el programa de reconocimiento facial lo habría captado inmediatamente. No podía explicar qué lo tenía tan inquieto, especialmente sobre la mujer. No había miradas furtivas, nada que lo hiciera preocuparse, sin embargo no podía sacudirse la sensación de que algo en ellos estaba fuera de lugar. Era cuidadoso, observándolos muy de cerca, y no podía discernir una señal entre ellos, pero estaba seguro de que algo invisible a él pasaba entre ellos.
—No queremos imponernos a su amabilidad. Nos quedaremos en el hotel local —dijo Daiki con una pequeña sonrisa.
—Desafortunadamente nuestra casa está kilómetros arriba en la montaña, señor Yoshiie —dijo Sam—. Intentar llevarlos de acá para allá se llevaría la mayor parte del tiempo de trabajo. Realmente sería más conveniente para ustedes, y para nosotros, si se quedaran con nosotros. Tenemos alojamientos separados de la casa principal. Tendrían toda la privacidad.
Los quería donde pudiera verlos en todo momento, y quería que Lily le enviara los resultados del reconocimiento facial inmediatamente.
De nuevo, no vio que intercambiaran ninguna señal, ni había una aguda punta en la energía que los rodeaba como si estuvieran hablando telepáticamente, pero su mente rehusaba aquietarse. Cada terminación nerviosa estaba en máxima alerta. Los observó a todos muy de cerca, observando su interacción, y no había ni la más mínima cosa fuera de lugar, ni una, sin embargo estaba más que seguro de que algo no estaba bien.
Por extraño que pareciera, estaba empezando a creer que era la mujer, no Daiki, quien estaba al mando. No había absolutamente ninguna razón para que creyera eso. La reputación de la compañía Samurai Telecommunications era inmaculada, y siempre, estaba Daiki al timón, Eiji y Azami lo flanqueaban, pero Sam descubrió que no se lo creía. Eran casi demasiado zalameros. Por supuesto lo serían, discutió en silencio consigo mismo, habían ido a las mejores compañías de seguridad en todo el mundo; sin embargo se descubrió seguro de que la mujer era la jefa, no el imponente hombre que llevaba toda la charla, lo que era sorprendente. Samurai Telecommunications estaba en las noticias continuamente. Era una corporación internacional con oficinas en Londres, Tokio, Washington DC y San Francisco. Estaban investigando en África tanto como en cabeza en las investigaciones en Turquía. Eiji era normalmente el portavoz, pero Daiki era el líder indiscutible y considerado como el cerebro. Azami estaba siempre con ellos, pero claramente en el fondo.
Incluso con Lily Whitney-Miller, que era un genio reconocido, Sam estaba acostumbrado a ser la persona más inteligente de la habitación, con frecuencia pasado por alto porque era un soldado, y la gente automáticamente descartaba el cerebro de un soldado. Tenía la sensación de que Azami Yoshiie podría ser la persona más lista en la habitación donde quiera que estuviera… y los que la rodeaban la infravalorarían porque era una mujer. Permanecía deliberadamente en segundo plano, exactamente como lo hacía él. Descubrió que podía reunir más información de aquel modo, y apostaría su último centavo a que ella utilizaba exactamente la misma táctica.
Él no estaba seguro de por qué estaba tan inquieto o se sentía como si estuvieran en una apertura de gambito de un letal juego de ajedrez, pero su sistema de alarma estaba gritándole… alto.
Lily dice que los tres son quienes dicen ser. Nicolas “Nico“ Trevane le transmitió las garantías de Lily. Era el indisputado mejor tirador del equipo, un francotirador famoso por hacer disparos imposibles y el hombre que Sam prefería como respaldo en aquel momento.
Entonces fue la llamada de Sam ¿Los llevamos? ¿O tiramos a la basura el satélite de alta resolución de momento? Sam dejó salir lentamente el aliento. No había duda de que la mujer había sentido aquel pequeño pico cuando Nico le transmitió el reconocimiento por parte de Lily de las tres identidades. Su mirada había saltado a la de él y luego hizo, una vez más, una cuidadosa inspección de los tejados. Los equipos Uno y Dos de los Caminantes Fantasma habían construido sus hogares en Montana, en lo alto de las montañas, sus tierras estaban bordeadas por el Bosque Nacional Lolo. Eran completamente autosuficientes y podían vivir de la tierra durante años si necesitaban hacerlo. Tenían un arsenal impresionante acumulado entre los dos equipos así como vehículos de invierno, pequeños aeroplanos y un helicóptero. El dinero de Lily había sido destinado a un buen uso. El satélite de alta resolución permitiría una vigilancia sorprendente. Tenían demasiados enemigos. Necesitaban una forma segura de comprobar cada orden al tiempo que comunicarse con los otros dos equipos que tenían su fortaleza en San Francisco.
—Por este camino —dirigió Sam, decidiéndose.
De nuevo un temblor de indecisión en sus tripas. Esto nunca había pasado antes. Sam siempre reconocía a un enemigo. Sus ojos estaban realzados. Veía pequeños detalles que otros se perdían. Estaba altamente cualificado para reconocer mentiras. Las expresiones faciales de los tres seguían serenas, no revelando nada, aunque algún diminuto destello de señales que su cerebro podía captar pero que no podía definir aún, le decía que algo estaba mal.
Como norma, era un caballero y se ofrecería a llevar el equipaje de una mujer, pero quería las manos libres. Esperaba que Nico o Kadan “Bishop” Montague, una poderosa ancla y escudo, que estaban sobre los tejados con rifles de francotirador, tomaran nota de tal precaución. Ambos lo conocían, sabían la forma en que trabajaba. Cualquier cosa fuera de lo normal los alertaría de un posible peligro.
Thorn curvó los dedos sobre el asa de su pequeña maleta de viaje. No podía señalar a los tiradores, pero sabía que estaban allí… ahora los sentía. El sabor de la energía psíquica estaba en su boca, imposible ignorarlo. Una vez entrara en el SUV que los llevaría a la auténtica guarida de los Caminantes Fantasma, no volvería a tener una oportunidad, no sin matar a alguien. Estaría comprometiendo completamente a sus hermanos en el curso de sus acciones. Ni Daiki ni Eiji estaban realzados, aunque estaban muy versados en el camino del samurai… Mamoru Yoshiie y su escuela había visto aquello. Eran guerreros extraordinarios, y sabía que podía contar con ellos. Habían trabajado muy bien juntos durante los últimos años, pero esta sería, sin embargo, su misión más peligrosa. ¿Tenía ella derecho a poner en riesgo sus vidas?
—¿Ma’am? —apuntó Sam.
Le dirigió una sonrisa ligera y recatada, su mirada titubeó sobre él. En el momento que sus ojos se encontraron, sintió como un puñetazo en el estomago. Un millón de mariposas movieron sus alas. Definitivamente él tenía un efecto sobre ella. Apretó el asa de su maleta y la levantó, indicando que lo seguiría.
Era ahora o nunca. Ya había puesto su plan en acción. Tenía que conocer a todos los jugadores, y este hombre era un sacrificio, un “caballero” en el juego de Whitney para ser dado a un asesino despiadado y ser asesinado antes de que lo descartaran. Era posible que ella pudiera hacerle un aliado. En cualquier caso, si se las arreglaba para concluir esto con éxito, tendría ojos y oídos en las instalaciones de Lily Whitney aquí en Montana, y los equipos Caminantes Fantasma querrían el software del satélite instalado también en su fortaleza de San Francisco. Sería su mayor paso en su guerra contra Whitney, y su propia hija podría muy bien ser su caída.
Los Caminantes Fantasma, como norma, podían identificarse unos a otros con bastante facilidad, y siempre sentían la energía psíquica cuando era utilizada. Ella había aprendido que era una excepción… ni siquiera Whitney había sabido que tenía poderosos dones psíquicos. Hasta ahora, aquella simple distinción no la había dejado hundirse, pero Sam Johnson podría probar ser la única persona que era capaz de “sentir” su energía psíquica incluso cuando ella no la estaba utilizando. Ella sabía que era parte del código de identidad. Todos ellos “sentían” aquel sutil pulso que sus cuerpos despedían cuando estaban próximos unos de otros. Ella controlaba aquel pulso, igual que podía controlar su corazón y sus pulmones.
Sam encabezó el camino al SUV. De no tener a Nico y a Bishop cuidándole las espaldas, habría pasado un mal momento encabezando el camino a través del parking despejado hasta su vehículo. El sentido de peligro crecía en lugar de disiparse. Cada paso le ponía más de punta el vello de la nuca pero nunca rompió el paso o dejó traslucir que estuviera asustado. El trío jugó el papel de hombres de negocios, pero de alguna manera no se sentían de esa forma para él. Cada sentido permanecía en alerta, y en este momento él sentía el pulsar de los sacos de malicia implantados a lo largo de su muñeca en uno de los locos experimentos de Whitney. Para que su cuerpo reaccionara con tal intensidad, estaba seguro de que no estaba equivocado… algo no estaba bien con sus tres huéspedes.
El programa de reconocimiento facial sería prácticamente imposible de superar y con toda seguridad habría detectado si uno de ellos era un impostor, disparando la alerta inmediatamente, pero Lily había confirmado la identidad de los tres. Evidentemente, el más alto era de verdad Daiki Yoshiie, fundador de Samurai Telecommunications, y los otros dos eran su hermano y hermana adoptivos. La compañía había crecido rápido, ganando una reputación internacional impecable. Se decía que la compañía era dirigida por el código Bushido y que su palabra era oro.
Sam sabía la posición exacta de cada uno de los tres. Ellos se habían desplegado en abanico mientras lo seguían, la mujer directamente tras él. Ninguno de ellos hacía ruido cuando caminaban, ni el chasquido de las suelas de sus zapatos, ni el suave rozar del tejido de sus ropas. Aún así, él los “veía”. Tenía la habilidad de “sentir” y situar a cualquiera detrás de él. Ensayaba cada paso en su mente. Al primer signo de ataque, daría un paso atrás y a la izquierda, empujando a Eiji mientras se ocupaba primero de la mujer, creyendo que ella era la verdadera amenaza. Tendría que rematarlo, golpeando el cuello de Eiji y utilizándolo como escudo contra el ataque de Daiki. Tendría que ser un movimiento, no dos, matando a Azami y luego a Eiji inmediatamente después.
Definitivamente Nico sacaría a Daiki. Además, Sam estaba armado y añadió el segundo movimiento, disparando a Daiki en el minuto que hubiera dispuesto de Eiji. Lo ensayaba una y otra vez en su mente hasta que supo cada movimiento a la perfección. Todo el tiempo mantuvo la respiración suave y el paso despreocupado. Cruzaron el parking sin incidentes.
Desbloqueando el SUV, abrió la puerta del acompañante. Daiki se deslizó dentro, para consternación de Sam. Había esperado que la mujer ocupara el asiento delantero. Ella le disparó una mirada, la expresión cubierta por el barrido de sus pestañas, y fue alrededor del vehículo para ocupar el asiento tras el conductor. Un músculo saltó en la mandíbula de Sam. Quería a la mujer donde pudiera verla. Los dos hombres no le ponían el vello de punta de la misma forma que lo hacía ella. Lo último que quería era tenerla sentada detrás de él.
Sam tomó la bolsa de Daiki y la guardó en la parte trasera, luego recogió la de Eiji también y la situó cuidadosamente en el maletero. Había tres filas de asientos en el SUV, haciendo que el espacio para el equipaje fuera pequeño, pero los visitantes parecían viajar ligeros. Azami había mantenido su bolsa muy cerca de ella. Le hubiera gustado tener una idea del peso de aquella bolsa. Definitivamente ella era la amenaza a la que su cuerpo estaba reaccionando.
Había sido totalmente informado sobre ellos. Poco se sabía de Azami antes de que Mamoru Yoshiie la adoptara. Los rumores revoloteaban sobre Yoshiie, pero nada concreto. Se decía que era descendiente directo de un famoso samurai y su familia le había transmitido todas las habilidades de lucha y la forma de vida del samurai. Era conocido como un maestro artesano de la fabricación de espadas. Parecía un hombre tranquilo y discreto que llevaba una vida familiar. Tenía una buena reputación entre todos los que lo conocían, y aún así los rumores persistieron hasta que el hombre estuvo envuelto en el mito y llegó a ser una leyenda.
En Japón se susurraba que en realidad Mamoru Yoshiie se ganaba la vida como asesino. Los Yakuza raramente hablaban de ello, especialmente entre gente educada, y cuando se implicaba que Yoshiie tenía alguna relación con ellos, todo era firmemente negado por la misma Yakuza. Dejaban al hombre estrictamente sólo y algo decía que Yoshiie era quien iba si ellos tenían problemas con el señor local del crimen. Sam había dudado sobre si algo de esto era cierto hasta que había conocido a la hija adoptiva de Yoshiie y sus hijos. Los tres se movían con la habilidad de luchadores consumados.
—Esperábamos que los acompañaran al menos dos guardaespaldas —Sam dirigió su declaración a Daiki—. Tenemos acomodo para ellos también si se sienten más cómodos.
—Azami y Eiji son mis guardaespaldas cuando estamos instalando software para satélites tan importantes como éste. Sabemos que muchas compañías no quieren extraños viviendo y trabajando donde el material sensible podría estar expuesto. Procuramos que nuestros clientes estén tan cómodos como sea posible.
Tenía sentido y explicaba la forma en que los ojos de Azami habían escudriñado continuamente el pequeño aeropuerto y los tejados de los edificios, pero no explicaba la forma en que su cuerpo reaccionaba con tanta fuerza al de ella.
—¿Por qué estamos esperando? —inquirió educadamente Azami.
Sam no pudo evitar que su mirada se moviera al espejo retrovisor. Azami no estaba mirándolo a él… o a Daiki. Escudriñaba por las tintadas ventanas, esperando obviamente problemas.
—Sabemos que un hombre del rango de Daiki tiene enemigos —dijo Sam en un tono muy prosaico—. Tenemos hombres en posición de cubrir a cualquiera que tenga noticias indebidas de su llegada. Estarán aquí en un segundo o dos.
Mantuvo la mirada pegada al retrovisor, observando la reacción de Azami a la noticia. Ella giró la cabeza lentamente y encontró sus ojos en el espejo. Él sintió el impacto hasta las puntas de los dedos de los pies. Su sangre corría caliente, precipitándose por sus venas, inundándole la ingle de necesidad. Mantuvo la expresión compuesta, pero sólo a base de esfuerzo. Ella era potente, aquella dulce guardaespaldas de aspecto recatado sentada directamente detrás de él. No tenía duda de que ella podía arrancarle la cabeza en cuestión de segundos. Demasiado para ser del tipo intelectual y nerd de los ordenadores.
Ella hizo una inclinación con la cabeza, la princesa real al palurdo que sólo había marcado. Ella había sabido que sus hombres estaban allí fuera todo el tiempo, no estaba sorprendida en lo más mínimo, pero no le gustaba que subieran al SUV y se sentaran directamente detrás de ella y Eiji, casi flanqueándolos, eliminando cualquier ventaja que pudieran haber tenido.
Nico y Kadan llevaban maletines grandes y sólidos, conteniendo claramente sus rifles de tirador. Ninguno intentó esconder el hecho mientras se deslizaban en el interior. Sam mantuvo los ojos fijos en los de Azami. Ella ni siquiera giró la cabeza o lanzó una mirada hacia los dos hombres mientras entraban… y aquello era más la marca de un profesional que cualquier otra cosa podía haberlo sido. Estaba demasiado segura de sí misma. Sam renegó para él mismo. Tenían problemas de verdad, pero no podía imaginarse cuáles o por qué.
Aquellos eran gente de
negocios. Eran conocidos por la comunidad internacional
tanto como habían sido investigados por separado por cada comité
militar, CIA o
de Seguridad Nacional que posiblemente podían investigarlos.
Estaban bajo un intenso escrutinio, sólo por el hecho de que
producían y vendían satélites de alta resolución. Su software y sus
satélites estaban considerados como los mejores del mundo.
¿Cómo podía
cada agencia haber cometido tal error?
Sam quería dudar de sí mismo, de verdad que quería. La mujer era la primera que lo había intrigado de verdad tanto mental como psíquicamente. Quizás era el cambio, pero muy dentro, sabía que el destino de esta mujer estaba enredado con el suyo. Para bien o para mal, de alguna manera estaban interrelacionados. Él preferiría que su relación fuera positiva, pero aquel intranquilo radar suyo no se dispararía. Algo estaba muy mal con los tres visitantes.
—Kadan Montague y Nicolas Trevane —ofreció a modo de introducción tras haber identificado a su huéspedes.
Los tres hicieron una ligera inclinación de cabeza a los recién llegados. Azami continuaba mirando a Sam a través del espejo, sus ojos eran como los de un gato, sesgados y grandes, ribeteados por espesas pestañas negras que bajaba recatadamente cuando su hermano volvía la cabeza para mirarla. Sam no estaba tragándoselo. Arrancó el SUV, enviando una oración silenciosa para que Nico y Kadan no estuvieran calmados con un falso sentido de seguridad por la identificación positiva de Lily. Le picaba la nuca. Azami Yoshiie era más que una condenada guardaespaldas, e iba a ser necesario un buen montón de disciplina para mantener la mente en la conducción.
La carretera de montaña era peligrosa, los cambios de rasante fuertes y la carretera estrecha una vez salieran del pequeño pueblo. Sam apretó los dientes y condujo. Podía sentir el corazón batiendo en su pecho y respiró despacio. Tenía sentido que Daiki Yoshiie viajara con guardaespaldas que pudieran protegerlo mientras enseñaba a los clientes la instalación y uso del software necesario para sus productos. Ser guardaespaldas explicaba la forma en que los tres se movían, y si la mitad de los rumores que corrían sobre Mamoru Yoshiie eran ciertos, él habría enseñado a sus hijos a defenderse a sí mismos. Así si tenía sentido todo, entonces ¿Por qué estaba tan incómodo?
—¿Le apetece música? —le preguntó a Daiki con educación. Mantener una conversación casual era, usualmente, bastante fácil para él, pero sentía que tenía el proverbial cuchillo envenenado en el cuello, haciéndole más difícil pensar en tópicos de interés.
—No es necesario —replicó Daiki con igual educación—. No necesito música o conversación para estar cómodo. Disfruto del paisaje, y sus montañas son bastante bonitas.
—Y remotas —añadió Eiji—. Esta carretera no parece tener mucho tráfico.
Sam había salido de la carretera principal encaminándose al Bosque Nacional Lolo, para tomar una carretera privada que la mayoría de los que residían en el complejo de casas dentro de la fortaleza utilizaban. La carretera era un poco más escarpada que la otra, pero cortaba a través del espeso bosque, el dosel de arboles formaban un techo natural sobre ellos, ocultándolos de posibles ojos en el cielo.
—Las instalaciones son remotas —dijo Sam—. Eso nos proporciona privacidad. La investigación es muy delicada y la seguridad estricta.
—Entiendo que la doctora Miller vive en los edificios de su centro de investigación —continuó Daiki.
Sam le dirigió una mirada aguda y miró por el retrovisor. Kadan y Nico parecía como si estuvieran apoyándose perezosamente en los alejados asientos traseros, pero conocía sus expresiones muy bien. En el momento que Lily fue mencionada en conjunto con su residencia, ambos se habían puesto en alerta máxima. A cualquier costo, el hijo de Lily debía ser protegido de cualquier extraño. Había nacido con cualidades extraordinarias, y todos sabían que su padre, Peter Whitney, haría cualquier cosa para poner sus manos sobre el chico o al menos reunir evidencias de que el niño era diferente.
—¿Han conocido a Lily? —preguntó Sam, conociendo la respuesta. Él había estado en Pakistan cazando objetivos prominentes de Al-Quaeda cuando los cuatro equipos de Caminantes Fantasma habían tomado la decisión de adquirir un satélite de alta resolución propio.
El dinero del fondo de los Caminantes Fantasma permitía la asombrosamente cara pero necesaria compra, mas era la seguridad que concernía a los cuatro equipos. Habían sabido que alguien de Samurai Telecommunications tendría que pasar tiempo en ambas instalaciones mientras les enseñaban a manejar el satélite.
—Vino muchas veces con su esposo a nuestras oficinas en DC —dijo Daiki—. Una mujer extremadamente brillante.
¿Por qué demonios se sentía tan condenadamente crispado? Ésa era Lily. Cualquiera que la conociera de cerca siempre usaba ese adjetivo para describirla, sin embargo el radar de Sam no dejaba de chillarle. Si no otra cosa, estaba en el modo alarma más alto. Echó un vistazo al retrovisor otra vez, luego a derecha e izquierda. Si hubiera alguien detrás de ellos, habría visto el polvo. No obstante…
—¿Tienen a alguien siguiéndonos? —preguntaron Sam y Azami simultáneamente.
La respiración se le quedó en la garganta mientras sus ojos encontraban los de ella en el espejo. Vio en sus ojos la misma sacudida y sorpresa que había en los propios. Ella sentía aquella misma cautela y equivocadamente la había atribuido a la dotación de él. Si la amenaza no estaba emanando de ella o sus hombres, entonces ¿de dónde demonios estaba llegando?