Capítulo 13

Las lágrimas ardían detrás de los parpados de Azami. Nunca había pensado sentir este tipo de pasión… o este tipo de amor. Su respiración salía en largos, irregulares y entrecortados jadeos. Su cuerpo ya no era suyo sino de Sam, y se entregó voluntariamente, sin embargo, había una pequeña parte de ella que protestaba. Inútil. Sin valor. Él la estaba llevando al paraíso, ofreciéndole algo tan precioso, un milagro de verdad, y sin embargo, ¿qué podía darle ella a cambio? Un nudo en la garganta amenazaba con estrangularla. Debería habérselo dicho todo, le había ocultado información vital, por temor a que la rechazara.

Soy Azami. Soy samurai, hija de mi padre. Soy fuerte. Me he moldeado para ser digna de Sam.

Thorn se había ido. Hacía mucho. Esa niña desnutrida con el horrible pelo blanco, un fenómeno de la naturaleza, tan inútil que ni siquiera podía ser utilizada como rata de laboratorio. Era a Azami a quien Sam estaba llevando al paraíso, Azami quien sentía cada maravillosa sensación ardiendo como una bola de fuego a través de su cuerpo. No había sabido que fuera posible sentirse así. Querer a alguien hasta que casi te sentías loca de deseo. Desear el toque de otro. Retorcerse bajo ellos, piel con piel, viendo aceptación en sus ojos. A pesar de que su amado padre había pensado que ella no podría encontrar un hombre así, lo había hecho. Un sollozo escapó y se metió el puño en la boca para ahogarlo.

—¿Qué pasa, nena? —preguntó Sam en voz baja, levantando la cabeza para mirarla.

Ella no podía mirarle a los ojos. Su voz, tan increíblemente cariñosa, suave y sexy, era todo lo que la voz de un hombre debería ser. ¿Cómo podía hablar con ella de esa manera? ¿Cómo podía mirarla de esa manera? ¿Cómo si ella fuera la única mujer en el mundo? Sacudió la cabeza, otro pequeño sollozo escapó, humillándola aún más. Había dejado de llorar la terrible noche que Whitney la había tirado como basura a la calle. Ella ya no era esa chica. Esa chica inútil. Era Azami Yoshiie, samurai. Pero si lo era, ¿por qué no se lo había contado todo a Sam?

—Detente ahora mismo.

La voz de Sam la sobresaltó. La asustó. Su tono era autoritario y sus ojos habían pasado de ser amables, de consumirla con deseo a ordenar.

Azami sacudió la cabeza y se apartó de él.

—No puedo hacer esto. Lo siento, Sam.

Lo sentía por los dos. Había hecho lo imperdonable, le había permitido creer que podría comprometerse con él, tener una vida con él. Más, se había convencido a sí misma, pero incluso su padre había sabido la verdad. Thorn todavía estaba dentro de ella, esa niña pequeña y fea que nunca se iría. Había nacido defectuosa y no importaba lo que hiciera, siempre sería deforme e inútil para un hombre como Sam. Él simplemente no podía verlo, cegado por su enamoramiento. Ella no había podido decidirse a contarle las cosas que él merecía saber antes de que la eligiera. ¿nde estaba su honor? Definitivamente era esa niña miserable.

Sam se movió más rápido de lo que ella creía posible para un hombre tan grande, se cernió sobre ella agarrándole las muñecas y sujetándolas al suelo a ambos lados de la cabeza. Su rostro era una máscara dura, todo bordes y un estricto control.

—Nunca, jamás, te hagas eso otra vez.

Ella se había acostumbrado tanto a que Sam estuviera en su mente que no había considerado que pudiera leerle los pensamientos.

—Thorn eres tú igual que lo es Azami. Fue el coraje de Thorn lo que vi en el bosque luchando contra el enemigo. Podría haber sido las habilidades y la experiencia de Azami, pero ella no está completa sin Thorn… sin determinación absoluta y el coraje de Thorn. Amo a Thorn. Es lo que eres. Eres un jodido milagro para mí, y ahora, lo único que estás haciendo es cabrearme. No quieres hacer eso, Azami.

El corazón le retumbaba en los oídos, una terrible tormenta de emociones que había contenido durante años, durante toda la vida.

—Yo la odio. Odio a Thorn. Ella no va a desaparecer. Se acurruca en posición fetal, dentro de mí y no importa lo que haga, no desaparece.

—Ella eres tú.

—Deja de decir eso. —Trató de levantar la rodilla, para obtener ventaja frente a él para quitárselo de encima—. Soy la hija de mi padre.

—Deja de pelear conmigo. No vas a ganar una batalla física conmigo, nena. Todo lo que vas a conseguir es hacerte daño.

Ella siseó, agradecida de que su temperamento, largamente reprimido, estuviera empezando a carcomerla a través del dolor y la vergüenza. Necesitaba ira para alejarlo. Quería tocar el amado rostro, memorizar cada detalle con los dedos. Nunca tendría la oportunidad de nuevo, no una vez que le abandonara. Él no perdonaría la deserción. Había visto su expediente, la traición de su madre. Él la marcaría siempre con la misma etiqueta… ninguna lealtad.

—Ya basta —espetó otra vez—. Estoy en tu mente. ¿Lo has olvidado? No eres desleal. No lo tienes en ti. Tú me elegiste. No hay marcha atrás en esa decisión. Si quieres hablar, entonces hablaremos sobre esto, pero no vas a alejarme porque no hayas sido capaz de reconciliar tu pasado con tu futuro.

—No tengo futuro espetó—. Eso es lo que te niegas a entender. No tengo futuro, no contigo. Ni con ningún hombre. Estoy dañada. Rota. No tengo arreglo. No quería aceptarlo, pero...

—Maldita sea, Azami, no voy a escuchar esta mierda. No hay nada roto en ti. Se quitó de encima, poniéndose de pie y tirando de ella hacia arriba en un sólo movimiento, haciendo una mueca cuando sus tripas protestaron.

Él la dejaba sin aliento con su gracia. Se movía como ningún otro hombre que hubiera conocido, ni siquiera en el dojo donde entrenó. Trató de recordar donde había dejado su ropa. Su mente era un terrible caos. Miró a su alrededor un poco impotente.

—¿De dónde viene eso? —preguntó Sam.

Abría y cerraba el puño, un gesto que estaba segura del que no era consciente, pero sus ojos habían dejado su cara y vagaban por su cuerpo. No parecía disgustado, si acaso se veía tierno y amoroso. Su erección no estaba tan dura como antes, pero todavía estaba allí, todavía atraída por ella a pesar de... ¿Qué? ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba decidida a apartarlo de ella? ¿A arrojar lejos la felicidad?

—Necesito algo de ropa. A él no le importaba su cuerpo, la evidencia de su vergüenza, pero ella no podía soportar que la mirara, no ahora cuando estaba tan aterrorizada.

Sam miró a su alrededor, encontró una camisa y se la arrojó mientras él se ponía unos vaqueros y se lo dejaba a medio abotonar. Azami se puso la camisa y se apresuró a abotonarla para taparse. Se encontró rodeada de su olor, consolándola.

—Azami susurró su nombre con dolor en la voz—. Háblame, nena. Dilo en voz alta. Danos una oportunidad. Los dos somos combatientes. Lucha por nosotros. ¿Soy tan fácil de desechar?

Ella levantó la cabeza de golpe, con el estómago hundido. ¿Eso era lo que estaba haciendo? Negó con la cabeza.

—Esto no se trata de ti, Sam, soy yo. No sé cómo hacer esto. No sé cómo deshacerme de ella. Mi padre me dijo... —Su voz se desvaneció, ahogando su mayor vergüenza.

No podía mirarle, no se atrevía. Estaba siendo una cobarde. Huyendo. Así no tendría que contarle el resto.

Sam dio un paso adelante y le cogió la barbilla con la mano, obligándola a levantar la cabeza.

Dímelo, Azami. No hay nadie más aquí, sólo nosotros dos. ¿De qué va todo esto?

Ella respiró hondo y levantó las pestañas, permitiéndose mirarle a los ojos. Sabía que sería un error. No sería capaz de resistirse a él, de resistirse a esa mirada de ternura. Él le estaba ofreciendo un mundo al que le aterrorizaba entrar. Ella conocía su valor donde estaba. Nunca podría volver a ser inútil, a sentirse como si no fuera más que basura, merecedora de ser expulsada.

—Sam, no estoy hecha para este tipo de cosas. Tú. Yo. Lo quería, todavía lo quiero, pero incluso mi padre creía que no podría complacer a un hombre. —Las palabras salieron a toda prisa, pero las pronunció. La verdad. Su vergüenza. El único hombre al que amaba y respetaba por encima de todos los demás la había decretado inútil como esposa y madre. Sólo había la batalla para ella, la protección de sus hermanos y su genio. Su padre no le mentiría. Había visto el daño hecho a su cuerpo y conocía las mentes y los corazones de los hombres.

—Fuiste hecha para mí.

—Es posible que sientas que ahora me deseas, pero…

Él le puso un dedo sobre la boca.

—Estás tan equivocada, Azami. Tan equivocada sobre tantas cosas. Sobre tu padre. Sobre tu pasado. Y, especialmente sobre mí. —Inclinó la cabeza y le dio un beso en la coronilla—. Espera aquí. No te muevas. Y me refiero a que no te muevas. No saltes por la ventana y te escapes. Sólo espera aquí.

Se fue antes de que ella pudiera protestar. La ventana tenía un aspecto atractivo, pero no era tan cobarde como le gustaría ser. ¿Qué sabía Sam sobre su padre? ¿Cómo iba a saber más que ella? No tenía ningún sentido. Debería haber ignorado su orden, pero le quedaba un poco de orgullo y se negaba a tomar el camino del cobarde. Se quedó exactamente donde la había dejado como si las plantas de sus pies estuvieran arraigadas al suelo. El corazón le latía con fuerza y la boca se le secó. Incluso las palmas de sus manos se sentían húmedas.

Estaba en modo pánico en toda regla. No había tenido un ataque de pánico en años. Los había tenido continuamente cuando su padre la había encontrado por primera vez, pero los samurai no sufrían ataques de pánico. Los pulmones no ardían en busca de aire y uno no se clavaba las uñas y luchaba en el interior donde nadie más podía verlo. Quería que Sam se alejara y la dejara resolver todo el asunto. Sólo necesitaba espacio. Distancia. Algún lugar seguro.

Estás a salvo conmigo.

Estaba delante de ella, con la mano extendida y la palma hacia arriba, sus ojos oscuros estaban fijos en su rostro. Ella observó su cara, tan inmóvil que podía haber estado tallada en piedra, pero sus ojos no. Tan vivos. Tan amables. Este hombre ante ello, le ofrecía todo, le ofrecía el paraíso, y ella se lo había arrojado a la cara, porque seguía siendo la niña del pelo blanco a la que un monstruo brutal e inhumano había declarado inútil. Ella había permitido que sus propios miedos ahogaran lo que sabía de él. Sam era un hombre de honor, y sin embargo ella le había deshonrado al no creer que podría manejar las cosas que ella necesitaba contarle. En verdad, era Thorn quien no podía manejarlas.

—Whitney no, Azami —Sam no estuvo de acuerdo, estaba claro que le seguía leyendo los pensamientos—. Estás considerando rechazarme, no a causa de Whitney, sino porque confundiste lo que tu padre te dijo, porque crees en un monstruo y esa era la única forma de darle sentido a todo.

La mirada de Azami cayó al objeto que Sam sostenía en la palma abierta. Su corazón le dio un vuelco. Habría reconocido el trabajo de su padre en cualquier parte. Era tan famoso por su joyería intrincada como por sus espadas. No tocó el diminuto anillo, sino que dio un paso atrás para mirar a Sam.

Le llevó un momento encontrar su voz.

—¿De dónde has sacado esto?

—Tu hermano me lo regaló. Dijo que tu padre lo había hecho para el hombre que te traería la felicidad. Sabía que el hombre adecuado llegaría y caería como una tonelada de ladrillos. Eres tan fácil de querer, Azami, tan fácil de amar, pero todavía rechazas quién y qué eres. Eres Thorn, esa chica increíblemente valiente que se ha convertido en una mujer extraordinaria. Mira el anillo y dime que tu padre no vio a la verdadera Azami por todo lo que es y todo lo que representa. Amaba a Azami porque es Thorn.

Ella no quería mirar el anillo. Quería mirarle a la cara. Este hombre que creía en ella cuando se había perdido por un momento. Este era un hombre que siempre encontraría a esa niñita acurrucada en un rincón y la levantaría, la abrazaría y la protegería.

—¿Cómo he podido estar tan ciega? ¿Ser tan insensata? —murmuró con asombro.

—Tu padre sabe lo valiente que es la niña, siempre lo supo. Te llevó a casa porque conocía tu valor. Lo vio incluso mientras estabas en esa calle. Puso su vida en peligro para apartarte de esos hombres. Esa es Thorn, Azami. Esa valentía de espíritu. Esa voluntad de sobrevivir. Whitney no pudo romperte cuando eras niña. No le permitas romper ahora a la mujer.

Sin embargo, ella no tomó el anillo. En cambio, miró al hombre que le tendía el regalo de su padre. Sam era realmente el regalo. El sol siempre se levantaba en sus ojos. Él siempre sería el hombre que la viera. Casi desde el primer momento que puso los ojos sobre ella, había visto más allá de su cuerpo físico y la había abrazado, lo que era como persona. Ella no había hecho lo mismo con él. Había mirado con cuidado en su mente, habría visto aceptación incondicional, pero había estado tan segura de que no le gustaría Thorn. La pequeña Thorn con su cuerpo deforme, tallado por un carnicero, con el estrafalario pelo blanco, inútil y tirada como basura.

Sam se había entregado completamente a ella, todo lo que era, desde el momento en que sus mentes conectaron. No había tratado de ocultar la lealtad que tenía por su equipo, o la lucha que sentía al saber que tenía que contarles lo que sabía sobre ella, pero se había mantenido fiel a su carácter. Le había dejado ver quién era, mientras ella trataba de esconderse de él.

—Lo siento, Sam. De verdad. No sé por qué parece que no puedo dejar de lado la evaluación de Whitney sobre mí.

—Porque todos los niños quieren la aprobación de su padre, y pese a todos los intentos y propósitos, Whitney fue tu padre —dijo Sam.

Odiaba que lo que él dijera fuera verdad. No había tenido a nadie más que a Whitney durante mucho tiempo.

—Me mantuvo separada de las otras chicas en su mayor parte. Había una chica que él llamaba Winter. Podía detener un corazón con un sólo toque. Hizo que practicara conmigo, y ella lloraba y me decía que lo sentía. Trató de protegerme, pero él la habría castigado, terribles castigos, si no hacía lo que decía. A veces me colaba comida, y una vez me dio una manta. Whitney se la llevó cuando me dijo que era mala.

Sam curvó la mano alrededor de su nuca. Tenía una gran mano y en lugar de sentirse atrapada, se sentía segura.

—Debería haberlo superado, Sam. Soy una mujer adulta.

Él rió suavemente.

—¿De verdad crees que el pasado no nos moldea? Todo el mundo tiene momentos de debilidad. No creías que alguna vez estarías con un hombre que te amara, lo que por cierto, no tiene sentido para mí. Tienes una visión sesgada de ti misma por las cosas que Whitney te enseñó siendo niña. Él estaba equivocado sobre tus dones, Azami. Totalmente equivocado. Si estaba equivocado sobre eso, entonces puede estar equivocado en otras cosas también. Whitney comete errores. Contigo cometió uno grande.

—Destruyó mi cuerpo —dijo Azami, apretando la camisa, sus manos eran dos puños apretados—. No sólo mis cicatrices en el exterior. También destruyó mi corazón. —Alzó los ojos hacia él—. No es normal. —La verdad iba a salir tanto si ella quería como si no. Tenía que decírselo. Era justo si quería una vida con él. Nada de mentiras entre ellos, ni siquiera el pecado de omisión.

Sam se acercó más a ella.

—Azami, ¿crees que eso me alejaría de ti? Te deseo, justo como eres. Si tu corazón es débil, podemos...

Ella apretó los labios y negó con la cabeza.

—No es débil. Él pensó que moriría por sus experimentos, pero no lo hice. Iba a tener que contárselo. Si realmente iba a darles una oportunidad para estar juntos, él tenía que saber lo mutante que Whitney la había hecho.

—¿Qué te hizo?

Ella trató de sonreír, pero sabía por la expresión de su rostro que no lo había logrado.

—Soy como el monstruo de Frankenstein moderno. Whitney adoraba sus pequeños experimentos. Cuando mi corazón falló a causa de todos los experimentos, decidió hacer un corazón sintético… uno que fuera más fuerte que un corazón humano. Bueno, no exactamente sintético en el sentido normal de la palabra. Yo no fui la primera persona con quien lo intentó, al parecer los otros murieron. Yo era una niña y el corazón que utilizó ”impulsaría” a un adulto. Mi cuerpo trató de rechazarlo, y él pensó que no merecía la pena mantenerme por allí lo suficiente para ver si el corazón funcionaba y mi cuerpo finalmente lo aceptaba.

Sam frunció el ceño, estudiando su rostro. Ella podía sentirle moverse por su mente, una fuerza suave y cálida que la hacía sentirse segura. Con él llenando su mente de ese modo, no podía sentirse sola. De alguna manera, la sensación era extraña, pero familiar. Ya se estaba convirtiendo en alguien querido para ella. Sentía como si le hubiera conocido desde siempre. Él esperó, sabiendo que había más… tenía que haberlo. ¿Cómo podía teletransportarse con un corazón sintético? Sería imposible que las moléculas se rompieran y luego se restauraran, a menos que realmente se movieran más rápido que la luz... Sacudió la cabeza y esperó.

—¿Qué sabes sobre nanotecnología?

Él se encogió de hombros.

—Lo estudié por supuesto. Es fascinante y tiene el potencial para cambiar el mundo de múltiples maneras. Básicamente, es la ingeniería de sistemas funcionales a escala molecular. —Hizo una pausa, conteniendo el aliento.

Ella asintió con la cabeza lentamente.

—Whitney está loco por la nanotecnología. Está trabajando en perfeccionar un modo para que un dispositivo viaje a través del cuerpo en una misión de búsqueda y destrucción de las células cancerosas.

—Pero usa seres humanos para sus experimentos.

Ella asintió con la cabeza.

—Leí un archivo en el que decía que había infectado deliberadamente a una mujer varias veces con el cáncer.

—Flame. Iris. Está casada con Gator.

Los ojos oscuros de Azami le miraron fijamente.

—Whitney la considera un gran desperdicio. No cree que pueda tener hijos, así que ha convertido a Gator en inútil para él, excepto como soldado para evitar la muerte de otros soldados. Básicamente, Sam, dijo lo mismo sobre ti. Y te sientes atraído por mí.

—Incluso si hubiera podido de alguna manera emparejarte conmigo, después de haberte ido hace tanto tiempo, ¿cómo podría haberme emparejado contigo? Entonces él no me conocía. No tenía acceso a ti. Y te sientes atraída, Azami, no importa lo que digas. Tanto mental como físicamente, estás atraída.

Una pequeña sonrisa escapó.

—No estoy discutiendo, Sam. Simplemente trato de que veas todo el cuadro antes de que saltes con ambos pies y los ojos cerrados.

—¿Estás diciendo que te dio cáncer?

—Sabes lo que estoy diciendo. La nanotecnología no desafía los principios de la física. La posibilidad de moverse o maniobrar algo átomo a átomo en teoría se puede hacer. Así como la teletransportación no va contra las leyes de la física. Ya se están desarrollando nanosistemas con miles de componentes interactivos, y Whitney va un paso más allá, desarrollando sistemas integrados que funcionan como nuestras propias células con sistemas dentro de sistemas.

—¿Estás diciendo que encontró una manera de construir un corazón usando un andamiaje de nanotubos de carbono? —Sam trató de no sonar excitado, ¿quién no lo estaría? —Eso es imposible. La reconstrucción ósea apenas está comenzando y los huesos son lineales. Los nanotubos de carbono son unidimensionales. Nadie ha descubierto la manera de darles forma. —Su mirada se cruzó con la de ella—. ¿Lo han descubierto?

Ella no respondió y la mente de Sam repasaba las posibilidades. Sacudió la cabeza, preguntando en voz alta.

Tendrían que resolver los problemas de toxicidad y rechazo. Tendrían que hacer crecer los componentes celulares y no celulares fuera del cuerpo antes de cambiar el corazón dañado por un nano corazón en pleno funcionamiento. ¿Cómo diablos podría hacer eso antes de trasplantarlo? La agarró por los brazos—. Sería un milagro, Azami. No puede ser posible. ¿Cómo demonios se las arregló Whitney para crear un corazón a partir de nanotubos de carbono?

—El corazón sólo tendría que funcionar como un corazón humano, no necesariamente tener la forma de uno orgánico —señaló Azami.

—No, pero el corazón todavía tiene que realizar la misma función que un corazón humano —argumentó Sam—. Todavía tiene que latir en un ciclo cardíaco, lo que impone restricciones a la forma. Ahora mismo, los científicos están empezando a pensar en términos de usar nanotubos de carbono para los huesos porque no pueden darles forma. Un corazón no puede ser lineal.

—No, incluso un nano corazón tendría que poseer un ciclo de bombeo que alternara entre succionar sangre desoxigenada y bombear la sangre recién oxigenada al resto del cuerpo —estuvo de acuerdo ella.

Exacto. —Sam la observó de cerca. Ella le estaba diciendo que tenía un nano corazón y su mente no podía abarcar esa posibilidad—. Ese aspecto particular del funcionamiento del corazón en realidad no se puede cambiar, mientras todo el resto del cuerpo se ajusta a su alrededor.

Pero era posible. Cada científico que trabaja con nanotecnología tenía objetivos específicos en mente, y la sustitución de un corazón dañado estaba en la lista. Nadie encontraba la manera de dar forma a los nanotubos de carbono. El corazón sería mucho más fuerte si todos los problemas relacionados con el crecimiento y trasplante se resolvieran. Whitney había experimentado con la pequeña Thorn durante años. Habría tenido acceso a las células y cualquier otra cosa que quisiera o necesitara de su cuerpo. Pero ¿era posible que hubiera hecho lo que otros sólo estaban imaginando?

—Si se las arregló para darte un nano corazón, Azami, el mundo sería...

—Nadie más sobrevivió. Y el mundo me trataría como lo hizo él. Sería un monstruo y un experimento. —Cruzó los brazos sobre el pecho y dio un paso atrás, con los ojos oscurecidos por el dolor—. No tengo ni idea de cuánto tiempo durará el corazón. No puedo ir a un médico convencional, por ninguna razón. ¿Qué me llamaría la gente? Algunos irían tan lejos como para decir que no soy humana.

Sam se acercó, cubriendo esa pequeña distancia con un sólo paso. La sujetó por la nuca y presionó su frente contra la suya.

—Escúchame, Azami. Seas lo que seas, donde quiera que estés, ahí es donde yo quiero estar. La gente no consigue oportunidades como esta a menudo. No soy un niño y nunca esperé encontrar una mujer a la que querer. —Se enderezó, dejó caer las manos y se alejó de ella para luego volver y pararse delante—. No necesito mucho, Azami. Construí esta casa, porque quería un hogar. No se sentía como uno hasta que llegaste. Quiero tu cuerpo tal como es. Y en cuanto a tu corazón, siempre y cuando lata, juro que podrías tener el corazón de un cyborg y yo sería feliz. Quédate conmigo. Al diablo con Whitney o cualquier otro que quiera entrometerse en nuestra felicidad. Cuando esas puertas se cierran, sólo somos tú y yo. Nadie más.

Sam le agarró las manos y se las puso en el pecho, sosteniéndolas con fuerza contra él.

—Puedo hacerte feliz. Sé que puedo. Cueste lo que cueste. Sea lo que sea lo que necesites. Entrégate a mí, toda tú. Thorn, Azami, bueno y malo, déjame tenerte.

—Sammy susurró su nombre en la quietud de la noche. El corazón se le retorció dentro del pecho. El órgano mutante podría no ser del todo humano, pero no le impedía enamorarse de este hombre. ¿Cómo no iba a hacerlo? ¿Estás seguro de que de verdad me quieres? ¿Has pensado que si me dio un corazón y el ADN de un animal, cualquier niño que tengamos podría ser... diferente?

Sam estudió su rostro. Ahí estaba. Su miedo real. El miedo número uno. Le había permitido ver la verdad de ella y ahora estaba exponiendo lo único que la hacía más vulnerable. Esta era la razón por la que creía que su padre pensaba que no estaba en condiciones de convertirse en una esposa. No las cicatrices. No el pelo blanco. Un niño. Su hijo. El de ambos.

—Maldito sea el infierno, Azami —dijo entre dientes—. No vuelvas a protegerme así de nuevo. Joder, mujer, podría haber tenido un ataque al corazón ante la idea de que me dejaras.

Y no era bueno que se guardara todo eso en su mente, ocultándole el verdadero temor, enmascarándolo con pistas falsas. Ella se sentía vulnerable. Sentía todas esas cosas que le había contado, pero combinadas, no eran suficientes para hacerla huir, sobre todo cuando él estaba haciendo el amor con ella sin protección. Ni siquiera había considerado la protección. Planeaba casarse con ella tan pronto como fuera posible y tener hijos era parte del programa. Pero no se lo había pedido. No había hablado con ella.

Azami se humedeció los labios, la mirada todavía clavada en la suya.

—Ahora estás enojado.

—Sí, lo estoy. Contigo. Conmigo por ser tan duro de mollera que ni siquiera hablé de niños o de protegerte. Se pasó la mano por el pelo y la miró a la cara ruborizada—. ¿Por qué crees que no podrías tener un hijo?

Ella inhaló y lo soltó.

—Whitney dijo que era inútil, de usar y tirar. ¿Qué es lo que más quiere, Sam? Niños. Superbebés. Llevó a cabo todo tipo de experimentos sobre mí y luego se deshizo de mí. ¿No es razonable pensar que cree que no puedo tener un hijo o que sería defectuoso?

Sam abrió la boca para protestar, pero la cerró bruscamente antes de que algo pudiera escapar. Ese era un gran problema para ella. Un problema enorme. Whitney había coloreado toda su imagen. Había sido su padre en sus años de formación, los años vitales, y la había tratado como si no fuera humana. Le quitó su autoestima, su valor como ser humano. Para una mujer, por lo menos para Azami, tener un hijo, evidentemente, significaba algo importante.

Respiró profundamente, lo dejó salir y apartó la rabia que le revolvía las tripas. Furia hacia Whitney, ese monstruo que deshumanizaba a una niña para poder usarla en sus experimentos; y aún más hacia sí mismo por empujarla tan rápido porque ella había convertido su cuerpo en una puta erección andante. Lo que tenía que hacer era tranquilizar la situación, dejar que ambos se calmaran un poco y pensar las cosas. Para Azami, el tema era, obviamente, muy emocional y aterrador, además de ser importante para ella. Él se sentía frustrado sexualmente, así como un completo idiota egoísta.

—Vamos a discutir esto con té. No soy muy bueno en ello, pero puedes enseñarme. Me gustaría aprender la manera correcta de preparar una buena taza de té. Te lo bebiste en la sala de guerra, pero no te gustó. Este es un tema importante para ti, Azami. Tenemos que conseguir resolverlo. Vamos a hacerlo con una taza de té.

—Sería tu bebé también declaró ella—. Debería ser un tema importante para ti también. Estás tan dispuesto a estar conmigo y no conoces plenamente todos los riesgos. —Bajó la cabeza—. Debería habértelo revelado todo de inmediato, tan pronto como supe que ibas en serio.

Él había dicho lo correcto. La tensión desapareció del rostro de Azami y su expresión desesperada y vulnerable ya no estaba. Ella tenía razón. Un bebé sería suyo. Su hijo. Acababa de asumir que no le importaría que ella tuviera hijos, porque, a pesar de que quería algunos, ella siempre iba a ser su primera prioridad. Si ella no podía tenerlos o no los quería, que así fuera. Se giró para sacarla de la habitación a donde sus olores combinados con el aceite no fueran tan potentes. Necesitaba un poco de alivio.

No quería disfrutar del hecho de que ella estuviera allí con él, un suave susurro de seda moviéndose a través de la casa que había construido con sus propias manos, pero no podía negar que el hecho de saber que estaba con él, discutiendo o no, le proporcionaba gran placer. Sintió que le metía los dedos en el bolsillo trasero de los vaqueros mientras le seguía por el pasillo hasta la espaciosa cocina. No se dio la vuelta, pero sus tripas se calmaron un poco. Al menos todavía quería la conexión física entre ellos. Ella no había abandonado por completo la idea de que pasarían sus vidas juntos.

Una vez en la cocina, llenó la tetera y la puso a calentar en la cocina antes de darse la vuelta para mirarla.

—No tengo el mejor té, sólo algunas bolsitas. No lo bebo a menudo. Como nunca, pero de vez en cuando Ryland y Lily iban de visita y le gustaba tener té para Lily.

—Yo traje té conmigo confesó ella—. Siempre llevo té conmigo a dondequiera que voy. —Desapareció en el gran salón donde había dejado una pequeña bolsa con sus cosas.

Le encantó el aspecto y el olor de ella al moverse por su casa. Tenía unas ganas terribles de quitarle esas horquillas del pelo y dejarlo caer sobre su rostro de manera natural, empujar la camisa por sus hombros, y colocarla sobre la mesa de la cocina. El postre sería especialmente agradable.

¡Sammy!

Él se echó a reír, la alegría le inundó. Le estaba llamando Sammy. Eso era algo. Y sonaba como si se estuviera riendo en vez de estar enojada. Él había estado transmitiendo un poco demasiado ruidoso. Al menos ella no podía tener ninguna duda de que la encontraba atractiva.

—Me gusta que hayas venido preparada respondió él mientras ella entraba en la cocina—. Siento no haber pensado en la protección, Azami. Debería haberlo hecho.

Sus pestañas revolotearon. Maldita sea. Adoraba sus pestañas, y el más ligero movimiento enviaba espirales de calor por su cuerpo. No tardaría mucho en hacerlo revolotear a su alrededor.

—Enséñame a hacer el té como te gusta.

Ella sonrió.

—No se trata de que me guste el té, Sam. Se trata de la preparación. Uno se vierte en el té. Haces la taza de té con tu corazón. Cada movimiento está definido, e incluso el poner la mesa es sobre la persona para la que estás haciendo el té. Debes prepararlo con tu completa atención.

—Muéstramelo. Se colocó detrás de ella cuando Azami fue hacia el mostrador, eligiendo estar un poco más cerca de lo necesario, se apretó contra su cuerpo hasta que sintió cada respiración que hacía. Bajó la voz y puso los labios junto a su oído—. Muéstrame cómo darle a la preparación del té toda tu atención. ¿Qué harías si me estuvieras haciendo un té?

—El té para ti, en casa, cuando estamos sólo s, es un té privado. Sólo tengo un par de cosas conmigo para hacer nuestro té especial, pero lo haré con todo mi corazón.

Miró por encima del hombro, el hombro sobre el que él estaba apoyado, para mirarle desde debajo de sus largas pestañas. El corazón y el cuerpo de Sam reaccionaron al instante. La electricidad crepitó entre ellos, pequeñas chispas saltando de su piel a la de ella y viceversa.

—Te he dado mi corazón, Sammy. No sé el resto de mí, debemos hablar primero, pero tienes mi corazón, tal y como es. Este es mi error, no el tuyo. Me complace que me desees tanto. Me hace sentir... hermosa. Nunca me he sentido hermosa antes. Me has dado un gran regalo.

Sus labios estaban a escasos centímetros de los suyos y él sería un tonto si ignoraba esa tentación. Nadie le había llamado jamás tonto. Le sujetó la nuca en la palma de su mano y bajó su boca esos centímetros escasos para besarla. Sabía a gloria. La camisa que llevaba era lo bastante larga para taparle hasta las rodillas, para cubrirla adecuadamente, pero no llevaba nada debajo y ahora estaba familiarizado con su cuerpo. Había saboreado casi cada centímetro de ella.

Sam la besó una y otra vez, perdiéndose en ella, satisfaciendo su necesidad, con miedo de no volver a tener la oportunidad de convencerla de que se quedara con él. La deseaba… no, la necesitaba. Había estado perfectamente contento hasta que habían compartido una conexión mental, hasta que ella se derramó en él. Ella era samurai hasta la médula. Hasta que las puertas se cerraban y se quedaban sólo s, entonces era toda una mujer… su mujer.

Cuando levantó la cabeza, los ojos femeninos se habían vuelto líquidos. Ella le sonrió con esa leve sonrisa misteriosa que hacía que su estómago diera un pequeño salto.

—Ve a sentarte, Sam, y déjame hacer esto. Te lo mostraré en otro momento, cuando tenga todas mis cosas conmigo.

Le gustaba la idea de que habría otro momento, por lo que no discutió. Sacando una silla de la mesa con los dedos de los pies, se sentó a horcajadas y apoyó la barbilla en las manos sobre el respaldo, mirándola fijamente.

Ella colocó una caja de madera sobre la mesa con una pequeña reverencia y la abrió muy reverentemente. Dentro de la caja había utensilios para preparar té, en su mayoría hechos de cerámica o bambú. Podía asegurar que los instrumentos eran bastante antiguos y hermosos. Cada movimiento era preciso y elegante mientras ella enjuaga y depositaba los utensilios en una pequeña bandeja adornada que Lily le había dado cuando terminó su casa. Le gustaba ver sus graciosos movimientos. Estar a su alrededor transmitía tranquilidad natural, pero sabía por experiencia, que muchos guerreros con frecuencia eran callados y tranquilos pero extremadamente capaces de estallar en acción.

Azami enjuagó los dos tazones de té con igual cuidado, el movimiento fluido de sus manos eran hipnotizador. Vertió té verde en polvo en cada uno de los cuencos con un cazo de bambú. Vertió el agua de la tetera y procedió a agitar el té con un batidor de bambú hasta que apareció ligeramente espumoso. Muy suavemente colocó la taza delante de él y agregó dos dulces en un pequeño plato de cerámica.

Ella se inclinó ligeramente, mientras colocaba el plato a su lado.

—El té es amargo y los dulces equilibrarán el sabor.

—Los cuencos son hermosos.

—Pertenecían al padre de mi padre. Este es su conjunto de viaje. Es muy antiguo y siempre trato de darle honor, incluso cuando no tengo todo el equipo correcto.

—Vas a tener que decirme lo que necesitamos —dijo Sam, de manera casual. No había nada malo en creer que iba a pasar su vida con él.

La mirada de ella saltó a su cara.

—Hay muchas complicaciones, Sam. Más que si podemos tener un hijo o no y si sería o no normal. Sabes que es verdad. ¿Qué pasa con mis hermanos? ¿Quién les protegerá? Esa obligación recae sobre mí.

Sam compró algo de tiempo tomando el té. Había estado en Japón muchas veces y estaba acostumbrado al amargo té verde. Encontraba consuelo en la ceremonia en sí y en el movimiento grácil y fluido de las manos mientras se preparaba la bebida.

—Tus dos hermanos aprueban nuestro emparejamiento. Esto no tiene nada que ver con ellos. Podemos construir un laboratorio para ellos aquí, o ampliar el laboratorio de Lily. Puedes volar con ellos cuando viajen. Sabes que esto no tiene que ver con tus hermanos. Se trata de nuestro hijo y tu corazón.

—Y la cepa ADN animal que Whitney me dio. Mis hermanos me han realizado extensas pruebas. Tengo una buena dosis de gato, que es lo que me permite correr más rápido, saltar y aterrizar con tanta facilidad. Eso es independiente de la teletransportación, Sam. Él nunca supo nada sobre eso.

—Humm —murmuró, notando que su nivel de angustia aumentaba de nuevo—. Tengo esa misma cepa en mí. La usó en varios de los Caminantes Fantasma, Azami. Creía que nos permitiría ser mejores soldados.

—Entonces, ¿qué haría eso a un niño?

—Has visto a Daniel. Él es probablemente buena parte de la razón por la que aceptaste venir aquí en primer lugar —adivinó Sam.

—Pero no porque considerara tener un hijo. Quería asegurarme de que su madre no era como su abuelo. Si ella hubiera estado experimentando con él y todos vosotros lo supierais… —dejó la frase colgando.

Estudió su rostro, la serenidad absoluta.

—Tú y tus hermanos vinisteis dispuestos a acabar con nosotros y a llevaros al niño.

—Si era necesario. Él nunca va a vivir la infancia que yo tuve.

—Por lo menos aquí, todos estamos en el mismo barco. Daniel es muy querido y cuidado. Cada hombre y cada mujer de este complejo y el próximo al nuestro le protegerían con su vida.

Ella asintió.

—Y Lily es una madre muy buena. Es una gran científica, pero respeta la vida.

Sam se echó hacia atrás, curvó la mano alrededor del respaldo de la silla hasta que los nudillos se le pusieron casi blancos.

—¿Quieres niños, Azami?

Ella palideció un poco. Él se sentía como si acabara de darle un puñetazo en el estómago. Todo el aire pareció salir de golpe de sus pulmones y ella tenía un aspecto tan vulnerable, que tuvo que luchar contra las ganas de patear la silla a un lado y atraerla a sus brazos. No era tan civilizado como ella.

—Nunca pensé que fuera una posibilidad, Sam —respondió ella, con voz muy baja. Sorbió el té, tomándose su tiempo—. Nunca pensé que fuera a encontrar a un hombre a quien pudiera respetar y amar, mucho menos que fuera a encontrarme atractiva. Nunca existió la cuestión de los niños. Y entonces te conocí... y a Daniel. —Agachó la cabeza—. Él es tan increíble, ¿verdad? Le mecí para que se durmiera la otra noche.

Su voz se había vuelto suave y soñadora. Podía imaginarla con su niño acurrucado entre sus brazos. Sería una madre feroz y protectora.

—¿Crees que tu corazón podría resistir un embarazo? Porque yo lo haría por ti, cariño, pero no me acaba de sonar bien. También lo decía en serio. Si ella quería un niño, él movería cielo y tierra para que obtuviera su deseo.

—No tengo ni idea. Creo que sí. Soporta que me teletransporte, así que no puedo creer que fallara sólo porque estoy embarazada de un bebé, pero ya que ambos tenemos una cepa de ADN de gato y podemos teletransportarnos, podríamos estar en verdadero problemas.

—Jack Norton tiene gemelos, Azami, hermosos bebés. Él tiene la misma cepa de ADN de gato. A Whitney parecían gustarle mucho los gatos grandes.

—Traté de averiguar si Lily estaba trabajando en los efectos sobre nuestros hijos —admitió Azami—, pero ella es muy cuidadosa con esa investigación si lo está haciendo.

Sería extra cuidadosa con todo lo que tuviera que ver con Daniel o cualquiera de los bebes. Ella mantenía la investigación bajo llave y fuera del ordenador para que Whitney no pudiera encontrar un modo de piratearlo, pero no había ninguna razón para revelárselo a Azami. Todavía no. O estaba con ellos, con uno de ellos, o se marchaba.

Levantó la cabeza y le miró a los ojos.

—Yo soy la menos humana de todos con mi extraño corazón y las raras hebras de ADN, pero si realmente me deseas y crees que puedes amarme, y estás dispuesto a correr el riesgo conmigo, quiero estar contigo, Sam.

—¿Dispuesto a correr el riesgo contigo? ¿Amarte? ¿Desearte? ¿Estás loca, mujer? —Sam se levantó rápidamente, pateando la silla para poder acercarse a ella.