Capítulo 9

Besar a Azami era lo más cerca del paraíso que alguna vez fuera a llegar, y Sam se permitió perderse en ella, pero era un soldado, un Caminante Fantasma, y siempre había una parte de él que nunca descansaba. Sintió un murmullo de energía más que escuchó pasos, pero sabía que estaban a punto de tener compañía. De mala gana, levantó la cabeza y vio el mismo conocimiento pesaroso en los ojos de ella. Ya había dejado caer la mano en la daga que llevaba en el interior de las vueltas de su intrincado cinturón. No se veía, pero la había sentido en el momento en que la había apretado con fuerza contra él.

Sam dio un paso ligeramente delante de Azami, un movimiento instintivo, no para protegerla del peligro… sabía por el campo de energía que era Ian McGillicuddy quien se acercaba por el pasillo para ver como estaban. Todos los miembros de su equipo se habían turnado para dejarse caer, pero no estaba seguro de si ella quería ser vista con él o si quería tener la oportunidad de desaparecer.

Ella deslizó la mano sobre su espalda desnuda, el más ligero de los toques de los que ella solía hacer, pero sintió la ola de calidez que se vertió en el interior de su mente

No me avergüenza estar contigo, Sam.

Sam se encontró sonriendo como un idiota cuando Ian empujó y abrió la puerta. El irlandés se detuvo bruscamente cuando vio a Sam de pie, los pantalones vaqueros abotonados descuidadamente, sin camiseta, dejando al descubierto su abdomen herido y el pecho desnudo. Sam supo inmediatamente que Ian era consciente de Azami por la forma en que inhaló y frunció el ceño y la confusión en los ojos.

—No puedes estar aquí.

Ian lo afirmó como si fuera un hecho.

Sam se dejó caer sobre la cama. Estaba definitivamente recuperando fuerzas, pero permanecer de pie sobre sus piernas temblorosas podía ser un problema. El dolor de su herida había desaparecido definitivamente.

—¿Por qué no? —preguntó él un poco beligerante.

—No puede, es imposible. Estaba de guardia frente a su puerta —la mirada de Ian se encontró con la de Azami—. Para protegerte, por supuesto.

—Por supuesto, porque hay muchísimos enemigos arrastrándose por vuestros pasillos —dijo Azami, la voz suave y agradable, una calidad musical que le prestaba inocencia y dulzura.

El ceño de Ian se hizo más profundo, como si estuviera confundido. Ella ciertamente no podía estar queriendo decir eso por el modo en que lo soltó, cualquiera escuchando estaría seguro de ello.

—De todos modos, ¿qué estáis haciendo vosotros dos aquí? —preguntó, la sospecha daba al tono de su voz un oscuro melodrama. Incluso movía las cejas como un villano.

Sam mantuvo el semblante serio con dificultad. Ian era un hombre corpulento, pelirrojo y con pecas. No parecía en lo más mínimo ni mezquino ni amenazante, ni siquiera cuando lo intentaba.

—Azami estaba contándome como cuando salió de su habitación para preguntar por mi salud había un hombre gigante con pelo de color zanahoria roncando en el pasillo al lado de su puerta.

—No había forma de pasar a través de mí —insistió Ian.

Sam le sonrió.

—¿Entonces estás diciendo que te dormiste en el trabajo?

Demonios, no —Ian le dedicó un ceño fruncido—. Estaba completamente despierto y ella no se escabulló por mi lado.

—Si tú lo dices… —señaló Sam, en tono burlón mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y se recostaba despreocupado, encantado de poder tomarle el pelo a su amigo—. Aún así, está aquí y eso prueba que estabas mirando a otro lado o durmiendo, al igual que esa vez en Indonesia cuando nos tiramos en paracaídas y tú te dormiste en la bajada. Creo que esa vez te enredaste en un árbol muy grande justo en el centro del campamento enemigo.

Las pestañas de Azami revolotearon, llamando la atención de Sam. Casi alargó la mano, con ganas de sostenerle la suya, pero había mencionado un par de veces que ella no mostraba afecto en público.

—¿Te dormiste bajando en paracaídas? —preguntó ella sin tener del todo claro si ellos estaban bromeando o no.

Ian negó con la cabeza.

—No lo hice. Hubo una ráfaga fuerte de viento y me empujó directo a ese árbol. Gator les dijo a todos que estaba roncando cuando me hizo salir de un empujón del avión. Todo el episodio es una invención malintencionada. Por otro lado, el aquí presente Sam, sí que se durmió realmente cuando estaba conduciendo mientras estábamos escapando de un muy cabreado señor de las drogas en Brasil.

Azami elevó una ceja mientras giraba hacia Sam en busca de una explicación. Los ojos de ella le sonreían y otra vez tuvo el impulso salvaje de tirar de ella y abrazarla con fuerza. Los impulsos primitivos nunca habían sido parte de su carácter hasta que ella llegó; ahora imaginó que se estaba convirtiendo en un hombre de las cavernas. La mirada atenta de ella se deslizó hacia su rostro como si supiera lo que estaba pensando… lo que era probablemente el caso. Él le lanzó una sonrisa.

—Es verdad. Me dormí al volante. Casi fuimos directos acantilado abajo. Pero había circunstancias atenuantes.

Ian soltó una risita.

—¿Vas a sacar la tarjeta del niño llorón? Tenía una herida chiquitita sobre la que olvidó hablarnos, como de lo pequeña que era. Desde que se quedó dormido ha estado tratando de hacernos creer que eso contribuyó.

—No fue pequeña. Tengo una cicatriz. Una pelea a cuchillo —se justificó Sam.

Apenas te arañó —se burló Ian—. Un cortecito diminuto que parecía hecho por un papel.

Sam extendió su brazo hacia Azami para que así pudiera ver la evidencia de la línea de cinco centímetros de color blanco que estropeaba su piel más oscura.

—Sangraba profusamente. Estaba debilitado y no habíamos dormido en días.

—¿Profusamente? —repitió Ian—. ¡Ja! Dos gotas de sangre no es un sangrado profuso, Knight. No habíamos dormido en días, eso es muy cierto, pero el resto… —se interrumpió, sacudiendo la cabeza y puso los ojos en blanco mirando a Azami.

Azami examinó la apenas presente cicatriz. El cuchillo no había infringido mucho daño y Sam sabía que ella había visto evidencia de heridas mucho peores.

—¿Habías estado bebiendo? —preguntó ella con los ojos muy abiertos con inocencia. Esas pestañas larguísimas le abanicaron las mejillas mientras le miraba fijamente hasta que su corazón trastabilló.

Sam gruñó.

—No le escuches. No estuve bebiendo, pero una vez estábamos prácticamente en el medio de un huracán en el pacífico sur en una misión de rescate e Ian aquí presente, decidió que tenía que entrar en ese bar…

—Oh, no —estalló Ian en risas—. No irás a contarle a ella esa historia

—Lo hiciste, tío. Nos hizo ir a todos allí, con el hijo de puta que habíamos rescatado, por cierto —le dijo Sam a Azami—. Tuvimos que escalar las ventanas exteriores y llegar a un punto sobre el tejado cuando el lugar se inundó. Juro que había cocodrilos tan grandes como una casa viniendo directos hacia nosotros. Corrimos por nuestras vidas, riendo a carcajadas y tratando de mantener a ese francés idiota con vida.

—Dijiste de tirarle a los cocodrilos —le recordó Ian.

—¿Qué había en el bar para que tuvieras que entrar? —preguntó Azami claramente perpleja.

—Cocodrilos —dijeron Sam e Ian simultáneamente. Los dos estallando en risas.

Azami sacudió la cabeza.

—Vosotros dos estáis como una cabra. ¿Os inventáis esas historias?

—Rylan desearía que fueran inventadas —dijo Sam—. En serio, estábamos escabulléndonos al pasar por ese bar en medio de un pueblo ocupado por los enemigos y había un cartel en el bar que decía: nada entre los cocodrilos y si sobrevives, bebidas gratis para siempre. El viento aullaba y los árboles se doblaban casi por la mitad y estábamos acarreando a ese saco de mierda… err… nuestro premio, porque el hijo de puta se había negado a correr siquiera para salvar su propia vida…

—El hombre pesaba un huevo —le interrumpió Ian—. Fue secuestrado y mantenido a la espera de rescate durante dos años. Supongo que decidió cocinar para sus captores así no lo tratarían mal. Intentó esconderse en el aseo cuando fuimos a por él. No quería salir afuera a la lluvia.

—Fue el mayor grano en el culo que puedas imaginar —continuó Sam riendo ante el recuerdo—. Chillaba cada vez que se resbalaba en el barro y caía al suelo.

—El río había inundado el pueblo —agregó Sam—. Estábamos caminando a través de un metro de agua. Estábamos todos embarrados y él se retorcía y chillaba con voz estridente e Ian descubrió el cartel colgando del bar.

Ambos hombres se giraron hacia la puerta y Azami retrocedió introduciéndose en las sombras cuando otro hombre entró. Tucker Addison les contempló gravemente a todos justo desde la puerta.

—¿Qué está pasando aquí? —exigió—. Sonáis como una manada de hienas y solamente sois dos.

A Sam se le hizo un nudo en el vientre y su risa se marchitó. Los otros no podían detectar la energía de Azami más de lo que Whitney había sido capaz, aunque ella era evidentemente una Caminante Fantasma.

—Sam tuvo la gran idea de contarle a la señorita Yoshiie todo acerca de la vez que “rescatamos” al francés y nadamos entre cocodrilos —le explicó Ian—. Por supuesto me está echando toda la culpa cuando él tenía tanta curiosidad como yo.

La mirada de Tucker saltó a las sombras, escaneando la habitación. Sam resistió el impulso de extender la mano hacia Azami a modo de protección. Tucker, como cada Caminante Fantasma, era un depredador, altamente cualificado y peligroso. Azami no necesitaba su protección más de lo que Tucker lo hacía, pero aún así, la necesidad estaba presente.

Ella se movió, un movimiento deliberado para captar la mirada de Tucker, sus largas pestañas medio bajadas, dándole una apariencia engañosamente inocente y muy recatada.

—Estos hombres me estaban contando una historia que es muy difícil de creer.

Su voz era suave y musical, agradable de escuchar, un tributo a su herencia. Largos mechones de pelo estaban ingeniosamente sueltos de su cuidadosamente fijado pelo. De repente a Sam se le ocurrió que esos hermosos y largos alfileres decorativos que sostenían su cabello en su sitio eran realmente armas letales. Su denso flequillo llamaba la atención hacia sus increíbles ojos y delicados rasgos. Se veía tan frágil, en absoluto la guerrera samurai que sabía que era, y allí estaba su mayor fortaleza.

Tucker se relajó visiblemente, la boca se curvó en una sonrisa mientras reanudaba la conversación.

—Realmente, la historia es totalmente cierta. Sam e Ian están como una cabra. Bueno, no son los únicos. Gator también quiso entrar, pero todos saben que está completamente loco. Pasó demasiado tiempo en el pantano en el que se crió.

—Tú también entraste —señaló Sam—. Y yo no quería ir, no tuve ninguna opción. No podía dejar ir a Ian sólo .

Tucker negó con la cabeza.

—Estabas hasta las narices del francés y querías lanzar su trasero en el pozo de los cocodrilos. Estaba realmente luchando por no salir con esa tormenta. Pensamos que era simplemente un gallina.

Sam se encogió de hombros.

—Más tarde nos enteramos que había traicionado a su país y que pasó información a la célula de inteligencia de los terroristas, ayudándoles a accionar tres bombas simultáneas en París, así que tenía una buena razón para ralentizarnos. Sin saberlo, estábamos devolviéndole a Francia para ser juzgado con las pruebas. Pensamos que estábamos arriesgando nuestras vidas para sacarlo y él estaba retrasándonos. Deberíamos haber sabido entonces, por su comportamiento, que no quería ser rescatado. Simplemente pensamos que era un tocapelotas.

—Si estabais pasando un rato tan difícil con él, ¿por qué os detendríais para entrar en un bar? —preguntó Azami, claramente confundida.

Tucker soltó un bufido.

—Ian dijo que para ver a los cocodrilos, y Gator que fue por conseguir bebidas gratis. Sam quería alimentar a los cocodrilos con el francés. En cualquier caso, yo miré hacia atrás y estaban trepando por la ventana. Estaba rota y el agua cubría hasta un buen metro del suelo. Simplemente no podía dejar que entraran sin tener respaldo. Y seguro que no quería enfrentarme a Ryland y decirle que el “prisionero” que rescatamos había sido pasto de los cocodrilos.

Ian rompió a reír.

—Si no recuerdo mal, me empujaste a través de esa ventana que era un pelín pequeña para ti y luego te liaste a patadas con el alféizar.

Sam asintió.

—Oh, sí, así es cómo ocurrió y empujé a Míster Gatito Asustado a través de ella y subí después de vosotros dos.

Azami comenzó a reír.

—No puedo imaginar lo que el señor Miller tuvo que deciros cuando os descubrió.

Los tres hombres intercambiaron miradas y comenzaron a reír a carcajadas.

—Él dijo, “pasadme la botella de escocés” cuando volvió atrás y asomó la cabeza por la ventana.

Azami les miró fijamente con incredulidad.

—Así que todos decidisteis, en medio de una misión de rescate, durante una inundación con vientos huracanados, ¿que era necesario entrar en un bar con cocodrilos?

—Bueno… —dijo Tucker evasivo.

Azami volvió la mirada rápidamente hacia la puerta y se desplazó, un diminuto movimiento sutil que de nuevo la tuvo desvaneciéndose en las sombras. Parecía más un truco de la luz que un deseo real de desaparecer, pero Sam no pudo evitar admirar su habilidad. Estaba en una habitación llena de Caminantes Fantasma, y aún así ella desapareció ante sus ojos sin siquiera el sonido de un roce de tela contra las paredes. No había pisadas, ni frufrú de ropas, nada en absoluto. En un momento estaba allí y al siguiente se había ido.

—Había whisky “Smoke” —dijo Sam levantando la mirada hacia la puerta y al hombre que la llenaba—. Él no iba a dejar ninguno para esos cocodrilos.

Jonas Harper entró.

—Siempre la voz de la razón, ma’am. Alguien tiene que serlo entre la cantidad de locos que hay en este equipo.

Antes de que las palabras salieran de su boca, los otros hombres empezaron a reír de nuevo. Sam se dio cuenta de que Jonas estaba mirando directo a las sombras donde Azami había desaparecido. No era sólo que hubiera oído su voz, sabía dónde estaba. Por alguna razón el hecho de que Jonas pudiera verla disparó su corazón. No había esperado esa diminuta oleada de celos porque otro hombre pudiera ser capaz de detectarla. Se había acostumbrado a la idea de que era el único que veía el arma verdaderamente letal que era.

La calidez de Azami se vertió en su mente, llenándole de una relajante diversión. Él ve en la oscuridad y yo soy parte de ella. Sus ojos brillan como los de un animal a la caza de algo.

Whitney jugó con nuestro ADN. Es más que probable que de algún modo tenga ADN de un gran felino o de lobo.

—Alguien ha de ser la voz de la razón —dijo Azami en voz alta—, pero desde las risas por lo bajo de tus compañeros de equipo, no estoy segura de que seas tú.

Jonas echó a los otros una mirada larga, lenta y reprobatoria.

—Os dije a cada uno de vosotros que estabais chalados por entrar en el bar. Los árboles que nos rodeaban estaban partiéndose casi por la mitad. Os dije que parecíais mantis religiosas abalanzándose sobre su presa. Y tenía razón ¿no?

Tucker rió.

—Condenadamente cierto, la tenías —dio un codazo a Sam—. Esos árboles se vinieron abajo justo encima del edificio y se llevaron la pared y parte del techo y a nosotros de paso.

—Dejé caer al francés —confirmó Sam riendo—. Justo sobre su trasero.

—Los árboles destrozaron la barrera de los cocodrilos y esos grandes hijos de puta vinieron nadando por el medio de ese bar directos hacia nosotros —dijo Tucker—. Nunca vi cocodrilos tan grandes. Sam y yo fuimos arrastrados bajo el agua por las ramas de los árboles y esos cocodrilos estaban perdidos en el agua con todos nosotros.

—Y allí Jonas —continuó Ian—, se tiró dentro y se sentó en el alfeizar con su cuchillo en los dientes y luego hizo algún tipo de maniobra circense y la siguiente cosa que sé es que estaba colgando cabeza abajo del techo y diciéndonos que saliéramos pitando de allí, que él nos cubría.

—Por supuesto, él parecía un chimpancé balanceándose de la lámpara de araña, la que, por cierto, estaba sujeta por un único tornillo y no era nada más que un par de luces ensartadas entre sí por una cadena —añadió Sam doblándose en dos de la risa—. Estaba mirando arriba a través del agua con esa rama pesada sobre mi pecho, y podía ver a Jonas, nadando como un loco por encima del agua.

—Así que la maldita cosa se partió —reanudó Jonas la historia, ya que Ian estaba riendo demasiado fuerte para continuar—. Aterricé sobre el francés, que estaba chillando como si lo estuvieran destripando. Sam no fue de ayuda. Los cocodrilos estaban nadando alrededor como si estuvieran confusos, haciendo una especie de círculo en la sala. Parecían dinosaurios prehistóricos puñeteramente aterradores.

Sam sintió la energía que sólo podía ser el preludio de un Caminante Fantasma. Retomó la historia rápidamente, riendo mientras lo hacía.

—Entonces Gator se soltó y empezó a gritar como una banshee. Estaba haciendo algún tipo de danza ritual de la lluvia cajún o algo así…

—Sabía que estabais aquí intercambiando mentiras sobre mí —dijo Gator—. Pude escucharos reír desde dos casas más allá. Vais a conseguir que os maten. Y ma’am, no creas ni una sola mentira que estos tipos te cuenten. Les salvé a todos ese día. Fue nuestra hora más oscura, con cocodrilos gigantes nadando por todos lados de la sala, el agua derramándose desde todas las direcciones, los árboles cayendo sobre nosotros, y esta panda agarrando las botellas de licor y salpicando por todos lados, carnaza para los cocodrilos.

La risa baja de Azami era música pura. Sam estaba bastante seguro de que ya era adicto al sonido de su voz. Ese tono bajo y seductor, tan agradable que podría escucharlo para siempre

—No sé lo que es una danza ritual de la lluvia cajún, pero ¿por qué realizarías tal ceremonia si ya estaba lloviendo? —preguntó ella.

Exactamente —dijo Tucker—. Todos le preguntamos eso más tarde y él simplemente insiste en que nos salvó bailando sobre la barra y realizando extraños giros.

—Os he dicho a todos un millón de veces que esa barra estaba mojada y que me estaba resbalando, no ejecutando alguna danza de la lluvia en medio de un huracán —protestó Gator—. Ni siquiera conozco una danza de la lluvia.

La declaración de Gator provocó más risas. Sam se envolvió el brazo alrededor del estómago, temiendo que si no paraba pronto, sus heridas se iban a abrir simplemente de pura diversión.

Azami sacudió la cabeza mientras se deslizaba más cerca de la cama, recostando la delgada cadera contra el marco más cercano a Sam.

—Tu misión suena mucho más divertida que nada que haya hecho.

—¿Divertida? —Las cejas de Ian casi encontraron el borde de su cabello—. Ma’am. No pareces comprender el peligro mortal en el que estuve allí en ese bar. El francés estaba tratando de ahogarme y los cocodrilos daban vueltas en círculos alrededor de mí pensando que era su próxima comida.

—¿No dijiste que querías nadar con los cocodrilos? —preguntó Sam—. Todos lo escuchamos. Y si no recuerdo mal, Tucker y yo éramos los únicos atrapados bajo el agua y tú estabas aferrado como un lagarto a un lateral de la pared.

—Quería verlos —le corrigió Ian solemnemente—, no nadar con ellos. Pero sabes —agregó aclarando de manera significativa—, que el cartel sí decía que si nadabas con ellos y sobrevivías, conseguías bebidas gratis para el resto de tu vida. Técnicamente, ese bar me debe bebidas gratis, porque nadé con los cocodrilos y sobreviví.

—Técnicamente, Ian, tú no nadaste con los cocodrilos. Apenas te mojaste el dedo gordo del pie una vez que estuvieron libres. Esos fuimos Sam y yo —rió por lo bajo Tucker

—¿Cómo? —preguntó Azami—. ¿Cómo demonios os las arreglasteis todos vosotros para salir de allí?

Los hombres intercambiaron miradas y rieron de nuevo.

—Tom Delaney —dijo Sam.

—Tom Delaney —concordaron Tucker e Ian simultáneamente.

—Le llamamos Shark —le confió Gator.

—El chico nuevo. Teníamos una nueva adquisición en nuestro equipo y había venido para empezar a ponerse al corriente, por así decirlo —explicó Sam—. Había sido un Caminante Fantasma durante algún tiempo y tenía un historial impresionante, pero ninguno de nosotros había trabajado con él antes. Pensábamos que era una misión de entrar y salir, sin problemas.

—Todavía no he estado en una de esas —dijo Tucker—, pero siempre conservo la esperanza.

—Si algo puede ir mal —añadió Jonas—, va mal.

—Así que tenemos a este tipo nuevo al que ninguno de nosotros le tiene confianza —continuó Sam—. Él está receloso. Nosotros estamos recelosos. Todos pensábamos que sería simplemente agarrar al francés y salir de allí rapidito, ¿no? Sólo que el francés empieza a gritar y pelear. Me dio una patada y mordió a Tucker.

Inmediatamente las carcajadas estallaron de nuevo.

Tucker pareció herido.

—En serio, ma’am, ese mordisco dolió. Era en verdad fiero. Lily insistió en ponerme una inyección contra el tétanos o algo. Con una aguja —se encogió de hombros dramáticamente.

—Pobre bebito —le canturreó Sam. Tucker había sido herido varias veces y nunca había soltado ni un gemido. La idea de él quejándose por una aguja era ridícula… pero divertida—. Deja ya de interrumpir. Habíamos entrado en la casa sin que nadie se enterara y la idea era salir del mismo modo… como fantasmas. Eso es lo que hacemos. Pero el francés, y el tiempo, tenían otras ideas. Al parecer había sido reclutado en la escuela secundaria y una vez que hubo ganado un puesto en el gobierno que le permitía pasar información a los terroristas sobre movimientos de armas y dinero, empezó a trabajar en serio. Por lo que deduzco, alguien comenzó a sospechar y le cortó la línea de comunicación. Inmediatamente los terroristas le “secuestraron”, con la esperanza de que al hacerlo, sacaran al gobierno de su pista y que pudieran utilizarlo si Francia lo rescataba. Por supuesto, nosotros no sabíamos nada de eso, simplemente fuimos enviados para sacarlo.

—Un cabroncete un poco raro —comentó Gator.

—Lo siguiente que supimos es que habíamos removido un nido de avispas y teníamos a todo el mundo y a su puta madre disparándonos —continuó Sam.

Azami levantó sus largas pestañas y miró a Sam con risas y un poco de desafío en los ojos.

—Así que ¿por qué entrasteis realmente en ese bar? —preguntó ella—. Porque no me creo que hubierais hecho eso a no ser que no tuvierais otra opción.

Hubo un breve momento de silencio. Los hombres intercambiaron unas prolongadas y sonrientes miradas.

—Ella no es tan fácil de engañar, ¿eh Sam? —preguntó Ian.

Azami le sonrió, pareciendo tan serena y tranquila como siempre.

—Podéis bromear todo lo que queráis, pero sois claramente profesionales, y en medio de una misión de rescate durante un huracán, tendría que haber algo muy imperioso para dejar de hacer lo que estabais haciendo y quedar atrapados en un bar que estaba siendo inundado por la tormenta.

—Es cierto —estuvo de acuerdo Sam—, pero Ian realmente sí vio el cartel y se detuvo por un segundo porque el río había inundado y cortado nuestra vía de escape.

—El francés se aprovechó y salió corriendo —Ian retomó la historia—. Directo al interior de ese bar. Las balas volaban, el río estaba en crecida, y tuvimos que tomar una decisión rápida… dejarle marchar o traerle de vuelta.

—Demonios no, él no iba a escaparse —dijo Sam con énfasis—. Pensé en dispararle un tiro a la pierna. Pero ese cabroncete iba a volver con nosotros aunque tuviera que cargar con él cada paso del camino.

—Puedo ver que tienes una vena obstinada —observó Azami.

—¡Ja! —coincidió Ian—. No sabes ni la mitad. Iba a ir tras el francés sin importar lo que nadie dijera. Y seguro que no iba a dejarle ir sólo .

Gator esbozó una sonrisa arrogante.

—Sam realmente casi dispara a nuestro fugitivo, pero Ian saltó tras él a través de la ventana y entonces todo se puso en marcha.

—Y por supuesto, todos vosotros les seguisteis —dijo Azami.

—Bueno ma’am —dijo Jonas—. Allí había licor y nadie estaba cuidando del bar. Ian es irlandés. Teníamos que asegurarnos de que dejaba algo.

—Y todos teníamos una sed inmensa después de esa carrera entre las balas, ma’am —agregó Gator.

—¿Cómo escapasteis de los cocodrilos, o son parte de vuestros “adornos”? —preguntó Azami.

—¿Adornos? —dijo Ian asombrado—. Está lanzando calumnias sobre nuestra historia, caballeros. Había cocodrilos nadando en el interior y Gator estaba haciendo giros en la barra. Jonas se las compuso para caer sobre el francés, y yo estaba en el agua, mi vida en peligro de muerte. No había conseguido aún agarrar una botella de buen whisky irlandés y allí estaba, a punto de morir. Ningún irlandés que se precie moriría sin un último trago.

—Qué terrible —murmuró Azami con simpatía.

Ian asintió, mucho más complacido por su reacción.

—Ahora estás empezando a entender la gravedad de la situación.

Miró a sus compañeros de equipo mientras estallaban de nuevo en risas.

—Decidme quien es Shark, el que vino en vuestro rescate —pidió Azami.

Sam comenzó a estirarse para cogerle la mano y se detuvo. No les había pedido permiso a sus hermanos y ella le había advertido un par de veces acerca de las demostraciones de cariño en público. Suspiró. Iba a tener que encontrar por sí mismo la manera de mantener las manos fuera de ella, incluso cuando parecía necesitar que la tocaran.

Sus ojos encontraron los de ella y ésta le sonrió. Sólo a él. Sus ojos se calentaron lentamente, pasando desde la fría oscuridad hasta el calor fundido.

Quiero tocarte. Piel con piel. La admisión de su secreta necesidad, incluso si era sólo un susurro en su mente le hizo sentirse más cerca de ella.

Azami se movió de nuevo, un movimiento leve y sutil que la puso aún más cerca de la cama donde estaba sentado. Su brazo desnudo se deslizo contra el suyo, el más leve de los roces, pero sintió su toque directo en los huesos, marcándole como suyo.

—Le llamamos Shark porque es muy bueno en el agua, ma’am —dijo Tucker.

Azami les sonrió, recostándose contra la cama, haciendo el movimiento tan natural que Sam estuvo seguro que nadie pensaría dos veces en ello.

—Basta de dirigiros a mí como ma’am. Mis hermanos y yo nos sentimos mejor utilizando los nombres de pila, es más personal. No lo encontramos insultante. Por favor, llamadme Azami, lo consideraré un honor.

Sam no pudo evitar mirarla fijamente. Sonaba tan recatada y dulce, las largas pestañas velando sus ojos, sus labios a la vez fascinantes y seductores mientras hablaba.

Tucker asintió.

—Azami entonces. Shark se llama Tom. Se ha unido recientemente a nuestro equipo y como ya hemos dicho, era su primera misión con nosotros. Todavía íbamos a tientas con él. No dudó ni un instante. Estaba en el agua, nadando por debajo hacia Sam y hacia mí. Ian estaba chapoteando como un loco y Gator haciendo su cosa de salvaje cajún para mantener la atención de los cocodrilos centrada en él mientras Shark se afanaba para sacarnos de encima el árbol.

—Tenía que respirar por nosotros bajo el agua. Soy bueno en ella y puedo permanecer debajo mucho tiempo, pero no como Tom. Él estaba por todas partes. Nos daba aire, trabajaba en el árbol y nos daba más aire hasta que tuvo a ese mamón fuera de nosotros. Ian continuaba chapoteando alrededor, Gator mantenía el ritmo de sus locas payasadas como cebo y Jonas y Rye trabajaban sobre el agua para ayudar a levantar el árbol.

Azami apretó los labios con fuerza, considerando a Sam sin hablar. Sabía que a pesar de todas las bromas y risas la situación había sido realmente peligrosa y que tanto Sam como Tucker habían estado muy cerca de perder la vida.

¿Éste es el tipo de trabajo que te gusta?

Sam asintió lentamente. ¿Te molesta?

—¿Qué ocurrió con el francés? ¿Se escapó? —preguntó Azami en voz alta.

Soy un samurai. He elegido una vida de honor. Es sólo apropiado que el hombre que estoy considerando para compartir mi vida lo hiciera también. No temo a la muerte y claramente tú tampoco. Mi padre me enseñó a no temerla nunca, sino a vivir mi vida al máximo, a abrazar cada momento como si fuera a ser el último. Mi elección de pareja sería alguien que viva su vida del mismo modo.

—Demonios no, no escapó —dijo Ian—. Lo llevamos a rastras de vuelta con nosotros y se lo entregamos a los franceses. Estuvieron contentísimos de tenerle y creo que le juzgaron por traición. Se merecía lo que fuera que le cayera.

No hay dudas en mi mente Azami, nos pertenecemos. Ya no necesitaba tocarla para saber que estaba comprometida con él. Su calidez estaba en su mente llenando todos sus solitarios lugares.

Había vivido en las calles, mendigando, a un paso por delante de las bandas y los pedófilos hasta que había tratado de robar un coche con la idea de salir de la ciudad. No tenía ningún plan en ese momento, sólo la necesidad desesperada de escapar de donde estaba. El general Ranier le dijo que fue providencial que escogiera robar su coche, permitiéndoles conocerse. En secreto, a Sam no le importaba lo que fuera, sólo que ellos se habían conocido y que el general le había dado una educación y un objetivo en la vida. Ahora estaba Azami. Ella era su norte y el camino parecía muy claro para él ahora.

—Oh, oh… —susurró Ian demasiado fuerte—. Estamos a punto de ser pillados.

Azami se desplazó incluso más cerca de Sam, protectoramente, escudándole de la puerta con su cuerpo. Él tuvo que sonreír. Su mujer no iba a quedarse sentada pacíficamente en una esquina frente a una amenaza.

—Es Ryland —le dijo en voz baja.

Ella le miró por encima del hombro. El movimiento fue elegante, un susurro de seda y pecado, la tentación en forma de largas pestañas y serenidad enmascarando una pasión ardiente. Su corazón dio un salto hacia ella. Azami le sonrió. Íntimamente. Sólo para él. Un intercambio breve, pero suficiente para saber que era suya. Todo lo que ella era, era suyo.

Ryland llenó la entrada, los hombros anchos tan amplios que casi ocupó el espacio por completo. En sus brazos, Daniel se acurrucaba contra él, alerta, brillante, listo para unirse a la diversión con todos sus tíos.

—¿Creéis que estáis haciendo suficiente ruido? —exigió Ryland—. Estamos en mitad de la noche, en caso de que no os hayáis dado cuenta.

—¿Despertamos a Daniel? —preguntó Ian preocupado al instante. Extendió los brazos hacia el niño—. Ven aquí, hombrecito.

Daniel miró más allá de Ian, la mirada claramente decidiéndose por Azami. Esbozó una sonrisa e inmediatamente juntó y enganchó los dedos índices, haciendo el signo de “amigo”. Tendió los brazos hacia ella y casi se lanzó desde los brazos de Ryland.

Azami tomó al niño y lo abrazó.

—Hola amiguito. ¿Te hemos despertado? Tus tíos sólo estaban contándome algunas historias interesantes sobre cosas que han hecho —le habló como si fuera un adulto y no un niño, mirándole directamente a los ojos mientras le abrazaba.

Sam pudo imaginarla con su hijo, con seguridad sería una madre protectora, podía verlo por la forma en que sostenía a Daniel.

—¿Ya os conocéis? —preguntó Ryland.

Su tono llevó al límite a Sam. Se enderezó y sacó las piernas por el borde de la cama a modo de preparación… para qué, no estaba seguro. El tono de Ryland había sonado más que sospechoso… también había sonado acusador. Más aún, su equipo se había puesto alerta. Éste era Daniel, el miembro más protegido de su familia, y un desconocido lo había tomado en brazos justo en medio de ellos.

—Daniel nos ha estado contando a todos sobre su nuevo amigo. Pensábamos que había inventado un amigo imaginario para jugar con él —la mirada de Ryland cambió a la cara de Ian, el guardia de Azami. Si ella había conocido a Daniel, ¿cuándo y cómo había tenido lugar ese encuentro?

Ian se revolvió incómodo. No importaba que todos ellos hubieran estado riendo con Azami unos momentos antes; cada hombre la estaba mirando como si fuera el enemigo. Sam se deslizó y se puso en pie, apoyándose contra la cama por un breve momento antes de encontrar el equilibrio de nuevo.

Esta vez no había duda posible en la acusación de Ryland, comprendió Sam. Lily había estado molesta con la idea de que Daniel inventara un compañero de juegos imaginario. Más que eso, Daniel era protegido en todo momento de las personas de fuera y sin embargo, el niño había acogido a Azami como una vieja amiga, lo que implicaba múltiples encuentros. Él siempre era desconfiado por naturaleza con los extraños.

—Es un niño maravilloso, y tan inteligente… —dijo Azami mientras Daniel se acurrucaba contra ella. Ella le meció ligeramente—. Vino a mi habitación la primera noche. Escuché un pequeño ruido en la ventilación y un tornillo cayó al suelo. Miré arriba y él estaba mirándome, riendo. Tenía bastante curiosidad de que tuvierais compañía y que no se la presentarais. Le expliqué que no todos los extraños eran buena gente y que algunos podían ser peligrosos para él y que vosotros estabais protegiéndole. Se desenvuelve con las señas bastante bien.

Azami nunca alzó la voz ni pareció que reconociera en modo alguno el incremento de la tensión en la sala. Parecía relajada, la atención fija en el crío, pero no engañó a Sam en lo más mínimo. Era una fuerza a tener en cuenta y por alguna razón sus compañeros de equipo no sentían su energía como él lo hacía. Eso continuaba preocupándole.

Hubo un largo silencio. Nadie esperaba esa explicación, pero ellos no deberían de estar sorprendidos. Daniel era definitivamente un artista del escapismo. Le gustaban los espacios pequeños y ya estaba utilizando herramientas como un profesional.

Rylan miró fijamente a su hijo.

—Daniel, ¿fuiste a la habitación de nuestra invitada? ¿Crees que ese es un comportamiento adecuado? —gesticulaba mientras hablaba.

Daniel meneó la cabeza y se apretó más contra Azami. Hizo señas contestando a su padre.

—No me importa si a ella le da igual —Ryland sonó brusco—. Es nuestra invitada. Su habitación es un lugar sagrado, un santuario para ella. Nosotros no debemos molestarla. ¿Lo entiendes?

Daniel asintió con la cabeza.

—Más que eso, no es seguro para ti reunirte con un desconocido sin nuestro conocimiento. Vas a ir un tiempo a la sala de pensar por eso —ahora Ryland sonó más severo que nunca y el rostro de Daniel comenzó a desencajarse, las lágrimas empañaban sus ojos.

Los hombres intercambiaron miradas intranquilas. A ninguno de ellos les gustaba cuando Daniel lloraba y él definitivamente lo sabía y los manipulaba fácilmente cuando se sentaba en su sillita sollozando.

El movimiento sutil de Azami la puso bajo el amparo del brazo de Sam. Daniel miró arriba hacia él con los labios temblorosos. Sam se inclinó hacia abajo y depositó un beso sobre la mata de pelo del niño.

—¿Qué hace uno en la sala de pensar? —preguntó Azami. La voz fue más suave que nunca, pero Sam sintió que el pelo de la nuca se le erizaba. Claramente a ella no le gustaba la idea de que el crío fuera castigado.

—Daniel se sienta en una silla durante dos minutos —explicó Sam apresuradamente.

Daniel sabía por el modo tan protector en que le sostenía que tenía una aliada en Azami. Dio un pequeño sollozo y presionó la cara contra su hombro.

—¿Le atáis a una silla? —Azami levantó la mirada hacia Sam.

Ian se echó a reír.

—Si tratásemos de atar a este niño a una silla, mama oso vendría a por nosotros con garras y dientes.

—Y una pistola muy grande —agregó Ryland—. No sé lo que hacen en Japón, pero nosotros no atamos a nuestros niños a las sillas. Se sienta en ella porque le decimos que tiene que hacerlo. Es seguro y no duele. No le gusta el aislamiento y entiende que hay consecuencias en una conducta traviesa. En este caso se ha saltado una regla de seguridad.

—¿Qué ocurre si se va de la silla —preguntó Azami—, antes de que los dos minutos hayan pasado?

—Se le pone de nuevo en ella y estamos así todo el día si es necesario —dijo Ryland—. Criar a Daniel requiere paciencia y también amor —miró alrededor de la habitación—. Creo que ello requiere que todos nosotros trabajemos juntos. Es evidente que no hemos cumplido con nuestro deber. Siento que te molestara en tu primera noche con nosotros. Gracias por ser tan cortés al respecto.

—Rara vez duermo por la noche. Necesitaba asegurarme de que mis hermanos estaban a salvo y tenían todo lo que necesitaban. Me sentí mejor viendo que se les había asignado también guardias.

Ian la contempló con el ceño claramente fruncido.

—¿Estás diciendo que dejaste tu habitación anoche?

—Bueno, pues claro. El pequeño tenía que ser metido de nuevo en la cama. No iba a volver a meterlo arriba en el conducto de ventilación y esperar que deshiciera el camino hasta su habitación sin ningún percance —dijo Azami.

—Eso es imposible —negó Ian—. No dejé la puerta. No lo hice, Rye. No me he dormido esta noche, ni la pasada.

Ryland volvió sus penetrantes ojos hacia Azami, esperando una explicación.

—Tu hijo es un niño extremadamente curioso e inteligente —dijo Azami—. Y muy talentoso. Quizás con demasiado talento para su edad.

Ryland extendió las manos y cogió a Daniel de sus brazos.

—¿Qué quieres decir con eso?

Sam se erizó ante la beligerancia en el tono de Ryland.

—Ella no quiso decir nada —espetó antes de que pudiera detenerse.

La mirada Ryland saltó hacia su cara.

—Señor —dijo Azami con calma—. Tu hijo está en el mayor peligro posible y no por alguien de fuera de este complejo. Sino de sí mismo. Como Sam y como yo, él es un teletransportador.