-Desde el punto de vista de la persona que se hacía llamar
Stapleton -dijo Holmes-, el plan que había urdido era de una gran
sencillez, si bien para nosotros, que al principio carecíamos de
medios para averiguar el motivo de sus acciones y sólo disponíamos
en parte de los hechos, resultara extraordinariamente complejo. Yo
he tenido además la suerte de hablar en dos ocasiones con la señora
Stapleton, por lo que el caso está totalmente aclarado y no queda
ya secreto alguno. En el apartado Bertha de la lista de mis casos,
que llevo por orden alfabético, encontrará algunas notas sobre este
asunto.
-Quizá sea usted tan amable como para esbozarme de memoria el
curso de los acontecimientos.
-Claro que sí, aunque no le garantizo que conserve todos los
datos en la cabeza. Es curioso cómo la intensa concentración mental
consigue borrar el pasado. El abogado que cuando conoce un caso con
pelos y señales es capaz de discutir con los expertos en el tema,
descubre que le bastan una semana o dos de un trabajo nuevo para
que olvide todo lo que había aprendido. De la misma manera cada uno
de mis casos desplaza al anterior y Mlle. Carère ha desdibujado mis
recuerdos de la mansión de los Baskerville. Mañana quizá se me pida
que me ocupe de otro problema insignificante que, a su vez,
eliminará a la hermosa dama francesa y al infame
Upwood.
Por lo que se refiere al caso del sabueso, le expondré lo más
exactamente que pueda los acontecimientos y siempre podrá usted
interrogarme sobre cualquier punto que haya olvidado. »Mis
investigaciones han demostrado sin lugar a dudas que el retrato
familiar no mentía y que nuestro hombre era efectivamente un
Baskerville, hijo de Rodger, el hermano menor de Sir Charles, que
escapó, ya con una siniestra reputación, a América del Sur, donde
se dijo que había muerto soltero. La verdad es que contrajo
matrimonio y que tuvo un único hijo, nuestro personaje, que recibió
el nombre de su padre, y que a su vez se casó con Beryl García, una
de las beldades de Costa Rica; luego de robar una considerable suma
de dinero del Estado, pasó a apellidarse Vandeleur y huyó a
Inglaterra, donde creó un colegio en la zona este de
Yorkshire.
Su interés por este tipo particular de ocupación obedecía a
que durante el viaje de vuelta a Inglaterra conoció a un profesor,
enfermo de tuberculosis, cuya gran competencia profesional utilizó
para que la empresa tuviera éxito. Pero al morir Fraser, el
profesor, el colegio se desprestigió primero para caer después en
el descrédito más absoluto, por lo que los Vandeleur juzgaron
conveniente cambiar de nuevo de apellido, y así el hijo de Rodger
Baskerville se trasladó, como Jack Stapleton, al sur de Inglaterra
con los restos de su fortuna, sus planes para el futuro y su
afición a la entomología. En el Museo Británico he podido saber que
se le consideraba una autoridad en ese campo y que el apellido
Vandeleur ha quedado identificado con cierta mariposa nocturna que
él describió por vez primera durante su estancia en Yorkshire.
»Llegamos ya a la parte de su vida que ha resultado de tan gran
interés para nosotros. Stapleton hizo sin duda investigaciones y
descubrió que sólo dos vidas le separaban de una cuantiosa
herencia. Creo que cuando se trasladó a Devonshire sus planes eran
aún extraordinariamente vagos, aunque el carácter delictivo de sus
intenciones queda de manifiesto desde el principio por el hecho de
que hiciera pasar a su esposa por su hermana. La idea de utilizarla
como señuelo estaba ya en su mente, aunque quizá no supiera aún con
claridad cómo iba a organizar todos los detalles del plan. Al final
del camino se hallaba la herencia de los Baskerville, y estaba
dispuesto a utilizar cualquier instrumento y correr cualquier
riesgo para lograrla. El primer paso fue instalarse lo más cerca
que pudo de su hogar ancestral y el segundo cultivar la amistad de
Sir Charles Baskerville y de sus vecinos. »El mismo baronet le
contó la historia del sabueso, preparándose, sin saberlo, el camino
hacia la tumba.
Stapleton, como voy a seguir llamándolo, sabía que el anciano
estaba enfermo del corazón y que cualquier emoción fuerte podía
acabar con él, información que le había facilitado el doctor
Mortimer. También llegó a sus oídos que Sir Charles era
supersticioso y que se tomaba muy en serio la macabra leyenda del
sabueso. Su ingenio le sugirió de inmediato una manera para acabar
con la vida del baronet sin que existiera en la práctica la menor
posibilidad de descubrir al culpable. »Concebida la idea, Stapleton
procedió a llevarla a la práctica con notable astucia. Un
intrigante ordinario se habría dado por satisfecho con un animal
suficientemente feroz. La utilización de medios artificiales para
convertir al animal en diabólico fue un destello de genio por su
parte. El perro lo adquirió en Londres, acudiendo a la firma Ross y
Mangles, que tiene su establecimiento en Fulham Road. Era el más
fuerte y el más feroz de que disponían. Para transportarlo hasta el
páramo Stapleton utilizó la línea de ferrocarril del norte de Devon
y recorrió luego a pie una gran distancia, con el fin de no
despertar sospechas. Para entonces, y gracias a sus expediciones a
la caza de insectos, ya se había adentrado en la ciénaga de
Grimpen, lo que le permitió encontrar un escondite seguro para el
animal. Después de instalarlo allí esperó a que se le presentara
una oportunidad. »La ocasión, sin embargo, tardó algún tiempo en
aparecer. De noche no era posible sacar de sus propiedades al
anciano caballero. A lo largo de los meses Stapleton acechó por los
alrededores con su sabueso, pero sin éxito. Durante esos intentos
infructuosos lo vieron, o vieron más bien a su acompañante, algunos
campesinos, gracias a lo cual la leyenda del perro demoníaco
recibió nueva confirmación. Stapleton confiaba en que su esposa
arrastrase a Sir Charles a su ruina, pero en ese punto Beryl
resultó inesperadamente independiente. No estaba dispuesta a
provocar un enredo sentimental que pusiera al anciano baronet en
manos de su enemigo. Ni las amenazas ni, siento decirlo, los golpes
lograron convencerla. Se negó siempre de plano y durante algún
tiempo Stapleton se encontró en un punto muerto. »Finalmente halló
la manera de superar sus dificultades por conducto del mismo Sir
Charles, quien, por el afecto que le profesaba, delegó en él para
todo lo relacionado con el caso de esa mujer tan desventurada que
es la señora Laura Lyons. Al presentarse como soltero, adquirió muy
pronto un gran ascendiente sobre ella, y le dio a entender que si
conseguía divorciarse de Lyons se casaría con ella. La situación
llegó a un punto crítico cuando Stapleton supo que Sir Charles se
disponía a abandonar el páramo siguiendo el consejo del doctor
Mortimer, con cuya opinión él mismo fingía estar de acuerdo. Era
preciso actuar de inmediato, porque de lo contrario su víctima
podía quedar para siempre fuera de su alcance. De manera que
presionó a la señora Lyons para que escribiera la carta, pidiendo
al anciano que le concediera una entrevista la noche antes de
emprender viaje a Londres y luego, con falsas razones, le impidió
acudir, logrando así la oportunidad que esperaba desde hacía tanto
tiempo. »Al regresar de Coombe Tracey a última hora de la tarde
tuvo tiempo de ir en busca del sabueso, embadurnarlo con su pintura
infernal y llevarlo hasta el portillo donde tenía buenas razones
para confiar en que encontraría al anciano caballero. El perro,
incitado por su amo, saltó el portillo y persiguió al desgraciado
baronet que huyó dando alaridos por el paseo de los Tejos. En ese
túnel tan sombrío tuvo que resultar especialmente horrible ver a
aquella enorme criatura negra, de mandíbulas luminosas y ojos
llameantes, persiguiendo a grandes saltos a su víctima. Sir Charles
cayó muerto al final del paseo debido al terror y a su corazón
enfermo. Mientras el baronet corría por el camino el sabueso se
había mantenido en el borde de hierba, de manera que sólo eran
visibles las huellas del ser humano. Al verlo caído e inmóvil es
probable que el animal se acercara a olerlo; fue después, al
descubrir que estaba muerto, cuando, al dar la vuelta para
marcharse, dejó la huella en la que más tarde había de reparar el
doctor Mortimer. Stapleton llamó al perro y se apresuró a
devolverlo a su guarida en la ciénaga de Grimpen, dejando atrás un
misterio que desconcertó a las autoridades, alarmó a todos los
habitantes de la zona y provocó finalmente que se solicitara
nuestra colaboración. »Es posible que Stapleton ignorase aún la
existencia del heredero que vivía en Canadá, pero, en cualquier
caso, lo supo muy pronto de labios de su amigo el doctor Mortimer,
que le comunicó además todos los detalles sobre la llegada a
Londres de Sir Henry Baskerville. La primera idea de Stapleton fue
que, en lugar de esperar a que se presentara en Devonshire, quizá
fuera posible acabar en Londres con la vida del joven extranjero.
Como desconfiaba de su esposa desde que se negara a ayudarle a
tender una trampa al anciano baronet, no se atrevió a dejarla sola
por temor a perder su influencia sobre ella. Esa es la razón de que
vinieran juntos a Londres. Se alojaron, según descubrí, en el hotel
privado Mexborough, en Craven Street, uno de los que de hecho
visitó mi agente en busca de pruebas. Stapleton dejó allí encerrada
a su esposa mientras él, ocultando su identidad bajo una barba,
seguía al doctor Mortimer a Baker Street y más tarde a la estación
y al hotel Northumberland. Su mujer tenía barruntos de los planes
de su marido, pero era tanto su temor -temor fundado en los
brutales malos tratos a los que la había sometido- que no se
atrevió a escribir para advertir a Sir Henry del peligro que
corría. Si la carta caía en manos de Stapleton también su vida se
vería amenazada.
Finalmente, como sabemos, recurrió al expediente de recortar
palabras impresas y de escribir la dirección deformando la letra.
El mensaje llegó a manos del baronety fue el primer aviso del
peligro que corría. »Stapleton necesitaba alguna prenda de vestir
de Sir Henry, para, en el caso de que se viera obligado a recurrir
al sabueso, disponer de los medios que le permitieran seguir su
rastro. Con la celeridad y la audacia que le caracterizaban puso de
inmediato manos a la obra y no cabe duda de que sobornó al
limpiabotas o a la camarera del hotel para que le ayudaran en su
empeño. Casualmente, sin embargo, la primera bota que consiguió era
una de las nuevas y, por consiguiente, sin utilidad para sus
planes. Stapleton hizo entonces que se devolviera y obtuvo otra. Un
incidente muy instructivo, porque me demostró sin lugar a dudas que
se trataba de un sabueso de verdad: ninguna otra explicación
justificaba la apremiante necesidad de conseguir la bota vieja y la
indiferencia ante la nueva. Cuanto más outré y grotesco resulta un
incidente, mayor es la atención con que hay que examinarlo, y el
punto que más parece complicar un caso es, cuando se estudia con
cuidado y se maneja de manera científica, el que proporciona
mayores posibilidades de elucidarlo. »A la mañana siguiente
recibimos la visita de nuestros amigos, siempre espiados por
Stapleton desde el coche de punto. Dados su conocimiento del sitio
donde vivimos y también de mi aspecto, así como por su manera
general de comportarse, me inclino a creer que la carrera criminal
de Stapleton no se redujo al asunto de Baskerville. Resulta
interesante saber que durante los tres últimos años se han
producido en esa zona cuatro robos con fractura de considerable
importancia y que en ninguno de los casos se ha detenido a los
culpables.
El último, en el mes de mayo, con Folkestone Court como
escenario, fue notable porque el ladrón enmascarado, que actuaba en
solitario, disparó a sangre fría contra el botones que lo
sorprendió. No me cabe la menor duda de que Stapleton renovaba de
ese modo sus menguados recursos económicos y que era desde hacía
años un individuo desesperado y sumamente peligroso. »Lo sucedido
aquella mañana en que se nos escapó tan hábilmente, así como su
audacia al devolverme mi propio nombre por medio del cochero, es un
buen ejemplo de sus muchos recursos. A partir de aquel momento,
sabedor de que me había hecho cargo del caso en Londres, comprendió
que no tenía ya ninguna posibilidad de éxito en la metrópoli y
regresó a Dartmoor para esperar la llegada del baronet. -¡Un
momento! -dije yo-. No hay duda de que ha descrito usted
correctamente la sucesión de los hechos, pero hay un punto que no
ha mencionado. ¿Qué se hizo del sabueso durante la estancia de su
amo en Londres?
-He reflexionado sobre ese asunto, porque no hay duda de que
tiene importancia. Es evidente que Stapleton tenía un confidente,
aunque no es probable que se pusiera por completo a su merced
comunicándole todos sus planes. En la casa Merripit había un
anciano sirviente llamado Anthony. Su asociación con los Stapleton
se remonta a años atrás, a los tiempos del colegio, por lo que
debía de saber que su señor y su señora eran en realidad marido y
mujer. Este hombre ha desaparecido, huyendo del país. Dese usted
cuenta de que Anthony no es un nombre frecuente en Inglaterra,
mientras que Antonio sí lo es en España y en los países americanos
de habla española. Ese individuo, como la misma señora Stapleton,
hablaba inglés correctamente, pero con un curioso ceceo. Tuve
ocasión de ver cómo ese anciano cruzaba la ciénaga de Grimpen por
el camino que Stapleton marcara. Es muy probable, por tanto, que en
ausencia de su señor fuese élquien se ocupara del sabueso, aunque
quizá sin saber nunca la finalidad para la que se lo destinaba.
»Acto seguido los Stapleton regresaron a Devonshire, seguidos, muy
poco después, por Sir Henry y usted.
Un breve comentario sobre mi situación en aquel momento.
Quizá conserve usted el recuerdo de que, cuando examiné el papel en
el que estaban pegadas las palabras impresas, lo estudié con gran
detenimiento en busca de la filigrana. Al hacerlo me lo acerqué
bastante y advertí un débil olor a jazmín. El experto en
criminología ha de distinguir los setenta y cinco perfumes que se
conocen y, por lo que a mi propia experiencia se refiere, la
resolución de más de un caso ha dependido de su rápida
identificación. Aquel aroma sugería la presencia de una dama, por
lo que mis sospechas empezaron a dirigirse hacia los Stapleton. Fue
así cómo averigüé la existencia del sabueso y deduje ya quién era
el asesino antes de trasladarme a Devonshire. »Mi juego consistía
en vigilar a Stapleton. Era evidente, sin embargo, que no podía
hacerlo yendo con usted, porque en ese caso mi hombre estaría
siempre en guardia. De manera que engañé a todos, usted incluido, y
me trasladé secretamente al páramo cuando se daba por sentado que
seguía en Londres. Los apuros que pasé no fueron tan grandes como
usted imagina, aunque cuestiones de tan poca importancia no deben
nunca dificultar la investigación de un caso. Pasé la mayor parte
del tiempo en Coombe Tracey y únicamente utilicé el refugio
neolítico cuando era necesario estar cerca del escenario de la
acción. Cartwright, que me había acompañado, me fue de gran ayuda
con su disfraz de campesino. Dependía de él para la comida y las
mudas de ropa. Mientras yo vigilaba a Stapleton, era frecuente que
Cartwright lo vigilara a usted, de manera que controlaba todos los
resortes. »Ya le he explicado que sus informes me llegaban
enseguida, porque de Baker Street los enviaban inmediatamente a
Coombe Tracey. Me fueron de gran utilidad y en especial aquel
fragmento verídico de la biografía de Stapleton. Así pude averiguar
la identidad de la pareja y saber por fin a qué carta quedarme. El
caso se había complicado bastante debido al incidente del preso
fugado y de su relación con los Barrymore.
También eso lo aclaró usted de manera muy eficaz, aunque por
mi parte hubiera llegado a la misma conclusión. »Cuando me encontró
usted en el páramo tenía ya un conocimiento completo del caso, pero
carecía de pruebas que pudieran presentarse ante un jurado. Ni
siquiera el intento criminal contra Sir Henry la noche en que quedó
truncada la vida del desventurado preso nos hubiera servido de
ayuda para acusar a Stapleton de asesinato. No parecía existir otra
alternativa que sorprenderlo con las manos en la masa y para ello
teníamos que utilizar como cebo a Sir Henry, solo y sin protección
en apariencia. Así lo hicimos y, a costa de un terrible sobresalto
para nuestro cliente, logramos coronar nuestro trabajo y provocar
el fin de Stapleton. He de confesar que supone un desdoro para mi
forma de llevar el caso el hecho de que Sir Henry se viera expuesto
a semejante peligro, pero carecíamos de medios para prever el
aspecto, terrible y sobrecogedor, que presentaba el animal, como
tampoco podíamos predecir la niebla que le permitió aparecer ante
nosotros casi de improviso. Logramos nuestro objetivo a un costo
que, según me han asegurado tanto el especialista como el doctor
Mortimer, será sólo momentáneo. Un viaje largo permitirá que
nuestro amigo se recupere no sólo de sus nervios destrozados sino
también de sus sentimientos heridos. Su amor por la señora
Stapleton era profundo y sincero y para él lo más triste de todo
este asunto tan tenebroso es que ella lo engañara. »Sólo queda ya
dilucidar el papel de la señora Stapleton. No hay duda de que su
marido ejercía sobre ella una influencia que puede haber sido amor,
miedo, o muy posiblemente ambas cosas, dado que no son, desde
luego, sentimientos incompatibles. En cualquier caso esa influencia
era absolutamente eficaz. Al ordenárselo él, consintió en hacerse
pasar por su hermana, aunque también es cierto que Stapleton
descubrió los límites de su poder cuando quiso convertirla en
cómplice de un asesinato. Beryl estaba dispuesta a prevenir a Sir
Henry aunque sin descubrir a su marido, y trató de hacerlo una y
otra vez. Es evidente que también Stapleton era capaz de sentir
celos, de manera que cuando vio cómo el baronet cortejaba a su
esposa, pese a que formaba parte de su plan, no pudo evitar
interrumpir el idilio con un estallido de pasión que puso de
manifiesto el alma fogosa que tan inteligentemente escondía bajo
sus modales reservados. Al fomentar la intimidad entre ambos se
aseguraba de que Sir Henry acudiera con frecuencia a la casa
Merripit y de que más pronto o más tarde se presentase la
oportunidad que esperaba. El día de la crisis definitiva, sin
embargo, su mujer se revolvió inesperadamente contra él. Había
llegado a sus oídos la noticia de la muerte de Selden, y no
ignoraba, la noche en que habían invitado a Sir Henry a cenar, que
el sabueso estaba en una de las dependencias de la
casa.
Beryl acusó a su marido de querer asesinar al baronet y eso
provocó una escena violenta, durante la cual Stapleton reveló por
vez primera a su mujer que tenía una rival. La fidelidad de la
señora Stapleton se transformó inmediatamente en odio intenso y
nuestro hombre comprendió que su mujer estaba dispuesta a
traicionarlo. Entonces procedió a atarla para que no pudiera avisar
a Sir Henry, sin perder la esperanza de que cuando todos los
habitantes de la zona atribuyesen la muerte del barones a la
maldición familiar, como sin duda sucedería, su mujer aceptara los
hechos consumados y guardase silencio sobre lo que sabía. Por lo
que a eso se refiere tengo la impresión de que calculó mal y que,
aun sin contar con nuestra presencia, su caída era inevitable. Una
mujer de sangre española no perdona fácilmente semejante afrenta. Y
ya, mi querido Watson, no estoy en condiciones de hacerle un relato
más detallado de este interesantísimo caso sin recurrir a mis
anotaciones. Ignoro si ha quedado sin explicar algo
esencial.
-Stapleton tenía que saber que no iba a ser posible matar a
Sir Henry de miedo, con el sabueso falsamente infernal, como
sucediera en el caso de su tío.
-Era un perro muy feroz y estaba hambriento. Si su apariencia
no acababa con la víctima, el miedo podía al menos paralizarla, de
manera que no ofreciese resistencia.
-Sin duda. Queda tan sólo una dificultad. Si Stapleton
hubiese llegado a tomar posesión de la herencia ¿cómo habría
explicado el hecho de que él, el heredero, hubiese vivido sin darse
a conocer y con otro nombre en un lugar tan próximo a la mansión de
los Baskerville? ¿Cómo podría reclamar la herencia sin despertar
sospechas ni provocar investigaciones?
-Se trata de un problema muy arduo y temo que espera usted
demasiado al pedirme que lo solucione. El pasado y el presente se
hallan dentro del campo de mis investigaciones, pero lo que una
persona vaya a hacer en el futuro es algo muy difícil de prever. La
señora Stapleton oyó a su marido analizar el problema en varias
ocasiones. Eran tres las soluciones posibles. Podía reclamar la
propiedad desde América del Sur, demostrar su identidad ante las
autoridades consulares británicas y obtener así la fortuna sin
aparecer nunca por Inglaterra; podía también adoptar un disfraz que
lo hiciera irreconocible durante el breve periodo de tiempo que
necesitase permanecer en Londres y, finalmente, podía suministrar a
un cómplice las pruebas y los documentos, haciéndolo pasar por el
heredero, pero reteniendo el derecho a un porcentaje de sus
ingresos.
Por lo que sabemos de él, tenemos la seguridad de que habría
encontrado algún modo de solucionar ese problema. Y ahora, mi
querido Watson, permítame decirle que llevamos varias semanas
trabajando con mucha intensidad y que, por una vez, no estaría de
más que nos ocupáramos de cosas más placenteras.
Tengo un palco para Les Huguenots. ¿Ha oído usted a los De
Reszke (1)?
-¿Le importaría en ese caso estar listo dentro de media hora,
para que podamos detenernos en Marcini's de camino hacia el teatro
y tomar un bocado antes de la representación?
1. Jan (1850-1925), tenor, y Edward
(1853-1917), bajo, los hermanos De Reszke, nacidos en Varsovia,
cantaron juntos en algunas de las representaciones de Les
Huguenots, la ópera de Meyerbeer, estrenada en París en
1836.
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25/04/2009
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Mikhail Sharonov, 2006; msh-tools.com/ebook/