-Veamos, Watson, za qué conclusiones llega?
(1) Bastón de paseo de cabeza abultada
que se fabrica con el tallo de Licuala Acutifida, una palma dé Asia
oriental.
(2) Member of the Royal College of
Surgeons (Miembro del Real Colegio de
Cirujanos).
Holmes me daba la espalda, y yo no le había dicho en qué me
ocupaba. -¿Cómo sabe lo que estoy haciendo? Voy a creer que tiene
usted ojos en el cogote.
-Lo que tengo, más bien, es una reluciente cafetera con baño
de plata delante de mí -me respondió-. Vamos, Watson, dígame qué
opina del bastón de nuestro visitante. Puesto que hemos tenido la
desgracia de no coincidir con él e ignoramos qué era lo que quería,
este recuerdo fortuito adquiere importancia. Descríbame al
propietario con los datos que le haya proporcionado el examen del
bastón.
-Me parece -dije, siguiendo hasta donde me era posible los
métodos de mi compañero- que el doctor Mortimer es un médico
entrado en años y prestigioso que disfruta de general estimación,
puesto que quienes lo conocen le han dado esta muestra de su
aprecio. -¡Bien! -dijo Holmes-. ¡Excelente!
-También me parece muy probable que sea médico rural y que
haga a pie muchas de sus visitas. -¿Por qué dice
eso?
-Porque este bastón, pese a su excelente calidad, está tan
baqueteado que difícilmente imagino a un médico de ciudad
llevándolo. El grueso regatón de hierro está muy gastado, por lo
que es evidente que su propietario ha caminado mucho con él. -¡Un
razonamiento perfecto! -dijo Holmes.
-Y además no hay que olvidarse de los «amigos de CCH».
Imagino que se trata de una asociación local de cazadores', a cuyos
miembros es posible que haya atendido profesionalmente y que le han
ofrecido en recompensa este pequeño obsequio.
1. La deducción de Watson se explica
porque la inicial H sirve en inglés tanto para la palabra hunt, una
de cuyas acepciones es «asociación de cazadores», como para
«hospital».
-A decir verdad se ha superado usted a sí mismo -dijo Holmes,
apartando la silla de la mesa del desayuno y encendiendo un
cigarrillo-. Me veo obligado a confesar que, de ordinario, en los
relatos con los que ha tenido usted a bien recoger mis modestos
éxitos, siempre ha subestimado su habilidad personal. Cabe que
usted mismo no sea luminoso, pero sin duda es un buen conductor de
la luz. Hay personas que sin ser genios poseen un notable poder de
estímulo. He de reconocer, mi querido amigo, que estoy muy en deuda
con usted.
Hasta entonces Holmes no se había mostrado nunca tan
elogioso, y debo reconocer que sus palabras me produjeron una
satisfacción muy intensa, porque la indiferencia con que recibía mi
admiración y mis intentos de dar publicidad a sus métodos me había
herido en muchas ocasiones. También me enorgullecía pensar que
había llegado a dominar su sistema lo bastante como para aplicarlo
de una forma capaz de merecer su aprobación. Acto seguido Holmes se
apoderó del bastón y lo examinó durante unos minutos. Luego, como
si algo hubiera despertado especialmente su interés, dejó el
cigarrillo y se trasladó con el bastón junto a la ventana, para
examinarlo de nuevo con una lente convexa.
-Interesante, aunque elemental -dijo, mientras regresaba a su
sitio preferido en el sofá-. Hay sin duda una o dos indicaciones en
el bastón que sirven de base para varias deducciones. -¿Se me ha
escapado algo? -pregunté con cierta presunción-. Confío en no haber
olvidado nada importante.
-Mucho me temo, mi querido Watson, que casi todas sus
conclusiones son falsas. Cuando he dicho que me ha servido usted de
estímulo me refería, si he de ser sincero, a que sus equivocaciones
me han llevado en ocasiones a la verdad. Aunque tampoco es cierto
que se haya equivocado usted por completo en este
caso.
Se trata sin duda de un médico rural que camina
mucho.
-Entonces tenía yo razón. -Hasta ahí, sí.
-Pero sólo hasta ahí.
-Sólo hasta ahí, mi querido Watson; porque eso no es todo, ni
mucho menos. Yo consideraría más probable, por ejemplo, que un
regalo a un médico proceda de un hospital y no de una asociación de
cazadores, y que cuando las iniciales CC van unidas a la palabra
hospital, se nos ocurra enseguida que se trata de Charing
Cross.
-Quizá tenga usted razón.
-Las probabilidades se orientan en ese sentido. Y si
adoptamos esto como hipótesis de trabajo, disponemos de un nuevo
punto de partida desde donde dar forma a nuestro desconocido
visitante.
-De acuerdo; supongamos que «CCH» significa «hospital de
Charing Cross»; ¿qué otras conclusiones se pueden sacar de ahí?
-¿No se le ocurre alguna de inmediato? Usted conoce mis métodos.
¡Aplíquelos!
-Sólo se me ocurre la conclusión evidente de que nuestro
hombre ha ejercido su profesión en Londres antes de marchar al
campo.
-Creo que podemos aventurarnos un poco más. Véalo desde esta
perspectiva. ¿En qué ocasión es más probable que se hiciera un
regalo de esas características? ¿Cuándo se habrán puesto de acuerdo
sus amigos para darle esa prueba de afecto? Evidentemente en el
momento en que el doctor Mortimer dejó de trabajar en el hospital
para abrir su propia consulta. Sabemos que se le hizo un regalo.
Creemos que se ha producido un cambio y que el doctor Mortimer ha
pasado del hospital de la ciudad a una consulta en el campo.
¿Piensa que estamos llevando demasiado lejos nuestras deducciones
si decimos que el regalo se hizo con motivo de ese
cambio?
-Parece probable, desde luego.
-Observará usted, además, que no podía formar parte del
personal permanente del hospital, ya que tan sólo se nombra para
esos puestos a profesionales experimentados, con una buena
clientela en Londres, y un médico de esas características no se
marcharía después a un pueblo. ¿Qué era, en ese caso? Si trabajaba
en el hospital sin haberse incorporado al personal permanente, sólo
podía ser cirujano o médico interno: poco más que estudiante
posgraduado. Y se marchó hace cinco años; la fecha está en el
bastón. De manera que su médico de cabecera, persona seria y de
mediana edad, se esfuma, mi querido Watson, y aparece en su lugar
un joven que no ha cumplido aún la treintena, afable, poco
ambicioso, distraído, y dueño de un perro por el que siente gran
afecto y que describiré aproximadamente como más grande que un
terrier pero más pequeño que un mastín.
Yo me eché a reír con incredulidad mientras Sherlock Holmes
se recostaba en el sofá y enviaba hacia el techo temblorosos
anillos de humo.
-En cuanto a sus últimas afirmaciones, carezco de medios para
rebatirlas -dije-, pero al menos no nos será dificil encontrar
algunos datos sobre la edad y trayectoria profesional de nuestro
hombre.
Del modesto estante donde guardaba los libros relacionados
con la medicina saqué el directorio médico y, al buscar por el
apellido, encontré varios Mortimer, pero tan sólo uno que
coincidiera con nuestro visitante, por lo que procedí a leer en voz
alta la nota biográfica.
«Mortimer, James, MRCS, 1882, Grimpen, Dartmoor, Devonshire.
De 1882 a 1884 cirujano interno en el hospital de Charing Cross. En
posesión del premio Jackson de patología comparada, gracias al
trabajo titulado "¿Es la enfermedad una regresión?". Miembro
correspondiente de la Sociedad Sueca de Patología. Autor de
"Algunos fenómenos de atavismo" (Lancet, 1882), "¿Estamos
progresando?" (Journal of Psychology, marzo de 1883). Médico de los
municipios de Grimpen, Thorsley y High Barrow».
-No se menciona ninguna asociación de cazadores -comentó
Holmes con una sonrisa maliciosa-; pero sí que nuestro visitante es
médico rural, como usted dedujo atinadamente. Creo que mis
deducciones están justificadas. Por lo que se refiere a los
adjetivos, dije, si no recuerdo mal, afable, poco ambicioso y
distraído. Según mi experiencia, sólo un hombre afable recibe
regalos de sus colegas, sólo un hombre sin ambiciones abandona una
carrera en Londres para irse a un pueblo y sólo una persona
distraída deja el bastón en lugar de la tarjeta de visita después
de esperar una hora. -¿Y el perro?
-Está acostumbrado a llevarle el bastón a su amo. Como es un
objeto pesado, tiene que sujetarlo con fuerza por el centro, y las
señales de sus dientes son perfectamente visibles. La mandíbula del
animal, como pone de manifiesto la distancia entre las marcas, es,
en mi opinión, demasiado ancha para un terrier y no lo bastante
para un mastín. Podría ser…, sí, claro que sí: se trata de un
spaniel de pelo rizado.
Holmes se había puesto en pie y paseaba por la habitación
mientras hablaba. Finalmente se detuvo junto al hueco de la
ventana. Había un tono tal de convicción en su voz que levanté la
vista sorprendido. -¿Cómo puede estar tan seguro de
eso?
-Por la sencilla razón de que estoy viendo al perro delante
de nuestra casa, y acabamos de oír cómo su dueño ha llamado a la
puerta. No se mueva, se lo ruego. Se trata de uno de sus hermanos
de profesión, y la presencia de usted puede serme de ayuda. Éste es
el momento dramático del destino, Watson: se oyen en la escalera
los pasos de alguien que se dispone a entrar en nuestra vida y no
sabemos si será para bien o para mal. ¿Qué es lo que el doctor
James Mortimer, el científico, desea de Sherlock Holmes, el
detective? ¡Adelante!
El aspecto de nuestro visitante fue una sorpresa para mí,
dado que esperaba al típico médico rural y me encontré a un hombre
muy alto y delgado, de nariz larga y ganchuda, disparada hacia
adelante entre unos ojos grises y penetrantes, muy juntos, que
centelleaban desde detrás de unos lentes de montura dorada. Vestía
de acuerdo con su profesión, pero de manera un tanto descuidada,
porque su levita estaba sucia y los pantalones, raídos. Cargado de
espaldas, aunque todavía joven, caminaba echando la cabeza hacia
adelante y ofrecía un aire general de benevolencia corta de vista.
Al entrar, sus ojos tropezaron con el bastón que Holmes tenía entre
las manos, por lo que se precipitó hacia él lanzando una
exclamación de alegría. -¡Cuánto me alegro! -dijo-. No sabía si lo
había dejado aquí o en la agencia marítima. Sentiría mucho perder
ese bastón.
-Un regalo, por lo que veo -dijo Holmes.
-Así es. -¿Del hospital de Charing Cross?
-De uno o dos amigos que tenía allí, con ocasión de mi
matrimonio. -¡Vaya, vaya! ¡Qué contrariedad! -dijo Holmes, agitando
la cabeza. -¿Cuál es la contrariedad?
-Tan sólo que ha echado usted por tierra nuestras modestas
deducciones. ¿Su matrimonio, ha dicho?
-Sí, señor. Al casarme dejé el hospital, y con ello toda
esperanza de abrir una consulta. Necesitaba un
hogar.
-Bien, bien; no estábamos tan equivocados, después de todo
-dijo Holmes-. Y ahora, doctor James Mortimer…
-No soy doctor; tan sólo un modesto MRCS.
-Y persona amante de la exactitud, por lo que se
ve.
-Un simple aficionado a la ciencia, señor Holmes,
coleccionista de conchas en las playas del gran océano de lo
desconocido. Imagino que estoy hablando con el señor Sherlock
Holmes y no…
-No se equivoca; yo soy Sherlock Holmes y éste es mi amigo,
el doctor Watson.
-Encantado de conocerlo, doctor Watson. He oído mencionar su
nombre junto con el de su amigo. Me interesa usted mucho, señor
Holmes. No esperaba encontrarme con un cráneo tan dolicocéfalo ni
con un arco supraorbital tan pronunciado. ¿Le importaría que
recorriera con el dedo su fisura parietal? Un molde de su cráneo,
señor mío, hasta que pueda disponerse del original, sería el
orgullo de cualquier museo antropológico.
No es mi intención parecer obsequioso, pero confieso que
codicio su cráneo.
Sherlock Holmes hizo un gesto con la mano para invitar a
nuestro extraño visitante a que tomara asiento. - Veo que se
entusiasma usted tanto con sus ideas como yo con las mías -dijo-. Y
observo por su dedo índice que se hace usted mismo los cigarrillos.
No dude en encender uno si así lo desea.
El doctor Mortimer sacó papel y tabaco y lió un pitillo con
sorprendente destreza. Sus dedos, largos y temblorosos, eran tan
ágiles e inquietos como las antenas de un insecto.
Holmes guardó silencio, pero la intensidad de su atención me
demostraba el interés que despertaba en él nuestro curioso
visitante.
-Supongo -dijo finalmente-, que no debemos el honor de su
visita de anoche y ésta de hoy exclusivamente a su deseo de
examinar mi cráneo.
-No, claro está; aunque también me alegro de haber tenido la
oportunidad de hacerlo, he acudido a usted, señor Holmes, porque no
se me oculta que soy una persona poco práctica y porque me enfrento
de repente con un problema tan grave como singular. Y reconociendo,
como yo lo reconozco, que es usted el segundo experto europeo mejor
cualificado…
-Ah. ¿Puedo preguntarle a quién corresponde el honor de ser
el primero? -le interrumpió Holmes con alguna
aspereza.
-Para una persona amante de la exactitud y de la ciencia, el
trabajo de monsieur Bertillon tendrá siempre un poderoso atractivo.
-¿No sería mejor consultarle a él en ese caso?
-He hablado de personas amantes de la exactitud y de la
ciencia. Pero en cuanto a sentido práctico todo el mundo reconoce
que carece usted de rival. Espero, señor mío, no
haber…
-Tan sólo un poco -dijo Holmes-. No estará de más, doctor
Mortimer, que, sin más preámbulo, tenga la amabilidad de contarme
en pocas palabras cuál es exactamente el problema para cuya
resolución solicita mi ayuda.