Barrymore es un individuo con mucho atractivo, perfectamente
capacitado para robarle el corazón a una campesina, de manera que
esta teoría parecía tener algunos elementos a su favor. La apertura
de la puerta que yo había oído después de regresar a mi dormitorio
podía querer decir que Barrymore abandonaba la casa para dirigirse
a una cita clandestina. Así razonaba yo conmigo mismo por la mañana
y le cuento la dirección que tomaron mis sospechas, pese a que
nuestras posteriores averiguaciones han demostrado que carecían por
completo de fundamento. »Pero, fuera cual fuese la verdadera
explicación de los movimientos de Barrymore, consideré superior a
mis fuerzas la responsabilidad de guardar el secreto sobre sus
actividades hasta que pudiera explicarlas de manera satisfactoria,
por lo que después del desayuno me entrevisté con el baronet en su
estudio y le conté todo lo que había visto. Sir Henry se sorprendió
menos de lo que yo esperaba. »-Sabía que Barrymore andaba de noche
por la casa y había pensado hablar con él sobre ello -me dijo-. He
oído dos o tres veces sus pasos en el corredor, yendo y viniendo,
más o menos a la hora que usted menciona. »-En ese caso quizá
visite precisamente esa ventana todas las noches -sugerí. »-Tal vez
lo haga. Si es así, estaremos en condiciones de seguirlo y de ver
qué es lo que se trae entre manos.
Me pregunto qué haría su amigo Holmes si estuviera aquí.
»-Creo que haría exactamente lo que acaba usted de sugerir -le
respondí-. Seguiría a Barrymore y vería qué es lo que hace.
»-Entonces lo haremos juntos.»-Pero sin duda nos oirá. »-Es
bastante sordo y de todos modos hemos de correr el riesgo.
Aguardaremos en mi habitación a que pase -Sir Henry se frotó las
manos encantado, y era evidente que acogía aquella aventura como un
agradable descanso de la vida excesivamente tranquila que llevaba
en el páramo. »El baronet ha estado en contacto con el arquitecto
que preparó los planos para Sir Charles y también con el
contratista londinense que se encargó de las obras, de manera que
quizá muy pronto empiecen a producirse aquí grandes cambios.
También han venido de Plymouth decoradores y ebanistas: sin duda
nuestro amigo tiene grandes ideas y no quiere escatimar esfuerzos
ni gastos para restaurar el antiguo esplendor de su
familia.
Con la casa arreglada y amueblada de nuevo, sólo necesitará
una esposa para que todo esté en orden. Le diré, entre nosotros,
que hay signos muy evidentes de que eso no tardará en producirse si
la dama consiente, porque raras veces he visto a un hombre más
prendado de una mujer de lo que lo está Sir Henry de nuestra
hermosa vecina, la señorita Stapleton. Sin embargo, el progreso del
amor verdadero no siempre se produce con toda la suavidad que
cabría esperar dadas las circunstancias. Hoy, por ejemplo, la buena
marcha del idilio se ha visto perturbada por un obstáculo
inesperado que ha causado considerable perplejidad y enojo a
nuestro amigo. »Después de la conversación acerca de Barrymore que
ya he citado, Sir Henry se caló el sombrero y se dispuso a salir.
Como la cosa más natural, yo hice lo mismo. »-Cómo, ¿viene usted
conmigo, Watson? -me preguntó, mirándome de una forma muy peculiar.
»-Eso depende de que se dirija usted al páramo -le respondí. »-Sí,
eso es lo que voy a hacer.
«-Bien; sabe usted cuáles son mis instrucciones. Siento
entrometerme, pero sin duda recuerda usted lo mucho que Holmes
insistió en que no lo dejase solo y sobre todo en que no se
internara por el páramo sin compañía. »Sir Henry me puso la mano en
el hombro acompañando el gesto de una cordial sonrisa. »-Mi querido
amigo -dijo-; pese a toda su sabiduría, Holmes no previó algunas de
las cosas que han sucedido desde que llegué al páramo. ¿Me
entiende? Estoy seguro de que no desea usted convertirse en
aguafiestas. He de salir solo. »Sus palabras me colocaron en una
situación muy incómoda. No sabía qué hacer ni qué decir, y antes de
que tomara una decisión Sir Henry cogió el bastón y se marchó.
»Pero cuando empecé a reflexionar sobre el asunto, mi conciencia me
reprochó amargamente que lo perdiera de vista, cualquiera que fuese
el pretexto. Imaginé cómo me sentiría si tuviera que presentarme
ante usted y confesarle que había sucedido una desgracia por no
seguir sus instrucciones al pie de la letra. Le aseguro que se me
encendieron las mejillas ante semejante idea. Quizá no fuera aún
demasiado tarde para alcanzarlo, de manera que me puse al instante
en camino hacia la casa Merripit. »Me apresuré todo lo que pude
carretera adelante sin encontrar rastro alguno de Sir Henry hasta
llegar al punto en que nace el sendero del páramo. Una vez allí,
temiendo que quizá, después de todo, había seguido una dirección
equivocada, trepé por una colina -utilizada en otro tiempo como
cantera de granito negro-, desde donde se divisa un panorama
bastante amplio. Una vez en la cima vi de inmediato a Sir Henry. Se
hallaba en el sendero del páramo, a unos cuatrocientos o quinientos
metros de distancia, y le acompañaba una dama que sólo podía ser la
señorita Stapleton. Estaba claro que existía un entendimiento entre
ellos y que se habían dado cita. Caminaban despacio, absortos en la
conversación que mantenían, y vi que ella hacía rápidos movimientos
con las manos como si pusiera mucha vehemencia en sus palabras
mientras él escuchaba con atención, y una o dos veces movía la
cabeza en un gesto enérgico de desacuerdo. Permanecí entre las
rocas contemplándolos, sin saber en absoluto lo que debía hacer a
continuación. Acercarme e interrumpir una conversación tan íntima
parecía inconcebible; mi deber, sin embargo, era muy claro: no
perder de vista a Sir Henry. Actuar como espía tratándose de un
amigo era una tarea odiosa. No fui capaz de encontrar mejor línea
de acción que seguir observándolos desde la colina y luego
descargarme la conciencia confesando a Sir Henry lo que había
hecho. Es cierto que si le hubiera amenazado algún peligro
repentino, habría estado demasiado lejos para serle de utilidad,
pero sin duda convendrá usted conmigo en que mi situación era muy
difícil y no estaba en mi mano hacer otra cosa. »Nuestro amigo el
baronetyla dama se habían detenido en la senda y seguían hablando
absortos, cuando observé de repente que no era yo el único testigo
de su entrevista. Una mancha verde que flotaba en el aire atrajo mi
atención y, al mirarla con más detenimiento, vi que iba sujeta a un
mango y que la llevaba un hombre que avanzaba por terreno
accidentado. Era Stapleton, con su cazamariposas. Estaba mucho más
cerca de la pareja que yo, y daba la impresión de moverse hacia
ellos. En aquel instante Sir Henry atrajo de repente a la señorita
Stapleton hacia sí y le pasó la mano por la cintura, pero a mí me
pareció que ella se esforzaba por separarse y que apartaba el
rostro. Nuestro amigo inclinó la cabeza y ella alzó una mano como
para protestar. Un instante después vi que se separaban y se
volvían bruscamente. Stapleton, que corría velozmente hacia ellos
con el absurdo cazamariposas a la espalda, era la causa de la
interrupción. Al llegar a su lado empezó a gesticular y casi a
bailar de excitación delante de los enamorados. No entendí bien el
sentido de la escena, pero me pareció que Stapleton insultaba a Sir
Henry a pesar de sus explicaciones, y que este último se enfadaba
cada vez más al comprobar que el otro se negaba a aceptarlas. La
dama se mantenía a un lado en altivo silencio. Finalmente Stapleton
se dio la vuelta y llamó de manera perentoria a su hermana, quien,
después de mirar indecisa a Sir Henry, se alejó en su compañía. Los
gestos coléricos del naturalista ponían de manifiesto que también
la señorita Stapleton había incurrido en su desagrado. El baronet
los siguió unos momentos con la vista y luego regresó lentamente
por donde había venido con la cabeza baja, convertido en la imagen
misma del desaliento. »Yo no lograba entender lo que significaba
todo aquello, pero estaba muy avergonzado por haber presenciado una
escena tan íntima sin que mi amigo lo supiera. De manera que corrí
colina abajo hasta reunirme con él. Sir Henry tenía el rostro
encendido por la cólera y fruncía el ceño como alguien que no sabe
en absoluto qué hacer. »-¡Vaya, Watson! ¿De dónde sale usted? -me
preguntó-. ¿No irá a decirme que me ha seguido a pesar de todo?»Le
expliqué lo sucedido: cómo me había parecido imperdonable quedarme
atrás, cómo le había seguido y cómo había presenciado todo lo
ocurrido. Por un instante los ojos le echaron llamas, pero mi
franqueza lo desarmó y al foral se echó a reír de una manera
bastante triste.»-Cualquiera hubiera creído que el centro de esa
llanura era un sitio suficientemente apartado -dijo-, pero, voto a
bríos, se diría que todos los habitantes de la zona habían salido a
verme cortejar…, ¡y además con muy poco acierto! ¿Dónde tenía usted
reservado el asiento? »-Estaba en esa colina. »-Una de las últimas
filas, ¿no es cierto? Pero Stapleton estaba mucho más cerca. ¿Lo
vio acercarse a nosotros? »-Efectivamente. »-¿Ha tenido alguna vez
la sensación de que esté loco?»-No; nunca lo he pensado. »-Yo
tampoco. Siempre me había parecido que estaba en su sano juicio
hasta hoy, pero me puede usted creer si le digo que a él o a mí
deberían ponernos una camisa de fuerza. ¿Qué es lo que me pasa, de
todos modos? Usted lleva varias semanas viviendo conmigo, Watson.
Dígamelo con sinceridad ahora mismo. ¿Hay algo que me impida ser un
buen esposo para la mujer que ame? »-Yo diría que no. »-Sin duda
Stapleton no desaprueba mi posición social, de manera que se trata
de mi persona. Pero, ¿qué tiene contra mí? Que yo sepa nunca he
hecho daño a nadie. Sin embargo, no está dispuesto siquiera a
permitir que roce la mano de su hermana. »-¿Es eso lo que ha dicho?
»-Eso y mucho más. Pero le aseguro, Watson, que a pesar de las
pocas semanas transcurridas, desde el primer momento comprendí que
estaba hecha para mí y que yo, también…, que la señorita Stapleton
era feliz cuando estaba conmigo, y eso puedo jurarlo. Hay un brillo
en los ojos de una mujer que habla con más claridad que las
palabras. Pero Stapleton nunca nos ha dejado a solas y hoy tenía
por fin la primera oportunidad de decirle unas palabras sin
testigos. Ella se ha alegrado de verme, pero no quería hablar de
amor, y me habría impedido mencionarlo si hubiera estado en su
mano. No ha hecho más que repetirme que este sitio es muy peligroso
y que sólo será feliz cuando me haya marchado. Entonces le dije que
desde que la vi no tengo ninguna prisa por marcharme y que si
realmente quiere que me vaya, la única manera de lograrlo es
arreglar las cosas para acompañarme. A continuación le pedí sin más
rodeos que se casara conmigo, pero antes de que pudiera responder
apareció ese hermano suyo, corriendo hacia nosotros con cara de
loco. Se le veía lívido de rabia y hasta esos ojos suyos tan claros
echaban fuego. ¿Qué estaba haciendo con Beryl? ¿Cómo me atrevía a
ofrecerle unas atenciones que ella encontraba sumamente
desagradables? ¿Acaso creía que por ser baronet podía hacer lo que
me viniera en gana? De no tratarse de su hermano habría sabido
mejor cómo responderle. Pero dada la situación le dije que mis
sentimientos hacia su hermana eran tales que no tenía por qué
avergonzarme de ellos y que esperaba que me hiciera el honor de
casarse conmigo. Aquello no pareció contribuir a mejorar la
situación, de manera que también yo perdí la paciencia y le
respondí quizá con más acaloramiento del debido, si se piensa que
estaba ella delante. Y la cosa ha terminado con Stapleton
marchándose con su hermana, como usted ha visto, y quedándome yo
tan desconcertado como el que más.
Haga el favor de explicarme qué significa todo esto, Watson,
y quedaré tan en deuda con usted que nunca podré terminar de
pagársela. »Intenté hallar una o dos explicaciones, pero, a decir
verdad, también yo estaba desconcertado. El título nobiliario de
nuestro amigo, su fortuna, su edad, su manera de ser y su aspecto
están a su favor, y no me consta que haya nada en contra suya, si
se exceptúa el triste destino que parece perseguir a su familia.
Que su propuesta de matrimonio se rechace de manera tan brusca, sin
referencia alguna a los deseos de la propia interesada, y que la
dama misma acepte la situación sin protestar es de todo punto
sorprendente. Sin embargo las aguas volvieron a su cauce gracias a
la visita que Stapleton en persona hizo al baronet aquella misma
tarde. Se presentó para pedir disculpas por su comportamiento
grosero de la mañana y, después de una larga entrevista privada con
Sir Henry en el estudio, la conversación concluyó con una
reconciliación total; como prueba de ello cenaremos en la casa
Merripit el viernes próximo. »-Tampoco es que ahora me atreva a
afirmar que está del todo en su sano juicio -me comentó Sir Henry
después de la entrevista-, porque no olvido cómo me miraba mientras
corría hacia mí esta mañana, pero tengo que reconocer que nadie
podría disculparse con más elegancia.»-¿Ha dado alguna explicación
por su conducta? »-Su hermana lo es todo en su vida, dice. Eso es
bastante lógico, y me alegro de que se dé cuenta de lo mucho que
vale. Siempre han estado juntos y, según lo que Stapleton cuenta,
siempre ha sido un hombre muy solitario sin otra compañía que su
hermana, de manera que la idea de perderla le resulta terrible. No
se había percatado, ha dicho, de mis sentimientos hacia ella, y
cuando ha visto con sus propios ojos que era efectivamente así y
que podía perderla, la intensidad del sobresalto ha hecho que
durante algún tiempo no fuera responsable ni de sus palabras ni de
sus acciones. Lamenta mucho lo sucedido y reconoce lo estúpido y lo
egoísta que es imaginar que podrá retener toda la vida a una mujer
como su hermana. Si ella tiene que dejarlo, prefiere que se trate
de un vecino como yo antes que de cualquier otra persona. Pero de
todos modos es un golpe para él y le llevará algún tiempo
prepararse para encajarlo. Dejará por completo de oponerse si yo le
prometo mantener las cosas como están por espacio de tres meses y
contentarme durante ese tiempo con la amistad de su hermana sin
exigir su amor. Eso es lo que le he prometido y así han quedado las
cosas. »De manera que eso aclara uno de nuestros pequeños
misterios. Ya es algo tocar fondo en algún sitio de esta ciénaga en
la que estamos metidos. Ahora sabemos por qué Stapleton miraba con
desagrado al pretendiente de su hermana, pese a tratarse de un
partido tan conveniente como Sir Henry. Y a continuación paso a
ocuparme de otro hilo que ya he separado de esta madeja tan
enredada: me refiero al misterio de los sollozos nocturnos, de las
lágrimas en el rostro de la señora Barrymore y de los viajes
secretos del mayordomo a la ventana con celosía que da a occidente.
Felicíteme, mi querido Holmes, y dígame que no le he defraudado
como agente suyo; que no lamenta la confianza que me demostró al
enviarme aquí. Todos estos puntos han quedado completamente
aclarados gracias al trabajo de una noche. »He dicho "el trabajo de
una noche", pero, en realidad han sido dos las noches, porque la
primera nos llevamos un buen chasco. Estuve con Sir Henry en su
habitación hasta cerca de las tres de la madrugada, pero no oímos
otro ruido que las campanadas del reloj en lo alto de la escalera.
Fue una velada sumamente melancólica y los dos nos quedamos
dormidos en nuestras sillas. Por fortuna no nos desanimamos y
decidimos intentarlo de nuevo. A la noche siguiente redujimos la
luz de la lámpara y fumamos cigarrillos sin hacer el menor ruido.
Era increíble lo despacio que se arrastraban las horas y, sin
embargo, nos ayudaba el mismo tipo de paciente interés que debe de
sentir el cazador mientras vigila la trampa en la que espera que
acabe por caer la pieza. El reloj dio la una, luego las dos y,
desesperados, casi habíamos renunciado ya por segunda vez cuando
nos inmovilizamos de repente, olvidados del cansancio y una vez más
en tensión.
Habíamos oído el crujido de una pisada en el corredor.
»Sentimos pasar a Barrymore por delante del cuarto con mucha
cautela y perderse luego en la distancia.
Después el baronet abrió la puerta sin hacer ruido y salimos
en su persecución. El mayordomo había atravesado ya la galería y
nuestro lado del corredor estaba completamente a oscuras. Nos
deslizamos en silencio hasta la otra ala. Llegamos a tiempo de
vislumbrar la alta figura de barba negra y hombros arqueados que
avanzaba de puntillas hasta entrar por la misma puerta donde yo le
había visto dos noches antes, y también cómo la vela, con su luz,
hacía que el marco destacara en la oscuridad, al tiempo que un
único rayo amarillo iluminaba la oscuridad del corredor. Nos
acercamos cautelosamente, probando las tablas del suelo antes de
apoyarnos con todo nuestro peso. Habíamos tenido la precaución de
quitarnos las botas, pero incluso así el viejo entarimado crujía y
chascaba bajo nuestros pies. A veces parecía imposible que
Barrymore no advirtiera nuestra proximidad, pero afortunadamente
está bastante sordo y se hallaba absorto en lo que
hacía.
Cuando por fin llegamos a la habitación y miramos dentro, lo
encontramos agachado junto a la ventana, la vela en la mano, y el
rostro pálido y ensimismado junto al cristal, exactamente igual que
dos noches antes. »Habíamos preparado un plan de campaña, pero para
el baronet las formas de actuar más directas son siempre las más
naturales, de manera que entró sin más preámbulos en la habitación.
Barrymore, jadeante, se irguió de un salto de su sitio junto a la
ventana y se inmovilizó, lívido y tembloroso, ante nosotros. Sus
ojos oscuros, que resaltaban mucho sobre la máscara blanca que era
su rostro, nos miraron, a uno tras otro, llenos de horror y de
asombro. »-¿Qué está usted haciendo aquí, Barrymore?»-Nada, señor
-su agitación era tan intensa que apenas podía hablar y la vela que
empuñaba le temblaba tanto que las sombras saltaban arriba y
abajo-. Es por el viento, señor. Por la noche hago la ronda para
ver si las ventanas están bien cerradas. »-¿En el piso alto? »-Sí,
señor, todas las ventanas. »-Mire, Barrymore -dijo Sir Henry con
gran firmeza-: estamos decididos a que nos diga usted la verdad, de
manera que se ahorrará molestias sincerándose cuanto antes. ¡Vamos!
¡Basta de mentiras! ¿Qué hacía usted junto a esa ventana? »El
mayordomo nos miró con aire desvalido y se retorció las manos como
alguien que se halla al límite de la duda y del sufrimiento. »-No
hacía nada malo, señor. Sólo estaba delante de la ventana con una
vela encendida. »-Y, ¿por qué estaba usted con una vela encendida
delante de la ventana? »-No me lo pregunte, Sir Henry, ¡no me lo
pregunte! Le doy mi palabra de que el secreto no me pertenece y no
me es posible decírselo. Si sólo dependiera de mí no trataría de
ocultárselo. »De repente se me ocurrió una idea y recogí la vela
del alféizar donde la había dejado el mayordomo. »-Debe de servirle
como señal -dije-. Veamos si hay respuesta. »Sostuve la vela como
lo había hecho él, al mismo tiempo que escudriñaba la oscuridad
exterior. Como las nubes ocultaban la luna, sólo distinguía
vagamente la hilera de árboles y la tonalidad más clara del
páramo.
Pero enseguida se me escapó un grito de júbilo, porque un
puntito de luz amarilla había traspasado de repente el oscuro velo
y después siguió brillando de manera uniforme en el centro del
rectángulo negro que enmarcaba la ventana.»-¡Ahí está! -exclamé.
»-No, señor, no; no es nada…, nada en absoluto -intervino el
mayordomo-. Le aseguro que… »-¡Mueva la luz de un lado a otro de la
ventana Watson! -exclamó el baronet-. ¿Ve? ¡La otra también se
mueve! ¿Qué nos dice ahora, bribón? ¿Sigue negando que es una
señal? ¡Vamos, hable! ¿Quién es su compinche y qué fechoría es la
que se traen entre manos? »La expresión de Barrymore se hizo
desafiante.»-Es asunto mío y no suyo. No se lo diré. »-En ese caso
deja usted de estar a mi servicio ahora mismo. »-Muybien, señor. Si
así ha de ser, así será. »-Y se marcha deshonrado. Por todos los
demonios, ¡tiene usted motivos para avergonzarse de sí
mismo!
Su familia ha vivido con la mía durante más de cien años bajo
este techo, y he aquí que lo encuentro metido hasta el cuello en
alguna siniestra intriga en contra mía. »-¡No, señor, no! ¡No en
contra de usted! »Era la voz de una mujer: la señora Barrymore, más
pálida y más asustada aún que su marido, se hallaba junto a la
puerta. Su voluminosa figura, envuelta en un chal y una falda,
podría haber resultado cómica de no ser por la intensidad de los
sentimientos que se leían en su rostro. »-Tenemos que marcharnos,
Eliza. Esto es el fin. Ya puedes hacer el equipaje -dijo el
mayordomo. »-¡John, John! ¿Voy a ser yo la causa de tu ruina? Todo
es obra mía, Sir Henry…, yo soy la responsable.
Todo lo que ha hecho lo ha hecho por mí y porque yo se lo he
pedido.»-¡Hable, entonces! ¿Qué significa todo esto? »-Mi
desgraciado hermano se está muriendo de hambre en el páramo. No
podemos dejarlo perecer a las puertas mismas de nuestra casa. La
luz es una señal para decirle que tiene comida preparada, y él, con
su luz, nos indica el lugar donde hemos de llevársela. »-Entonces
su hermano es… »-El preso escapado, señor…, Selden, el
criminal.»-Así es, señor -intervino Barrymore-. Como le he dicho,
el secreto no era mío y no se lo podía contar. Pero ahora ya lo
sabe, y se dará cuenta de que si había una intriga no era contra
usted. »Ésa era, por tanto, la explicación de las sigilosas
expediciones nocturnas y de la luz en la ventana. Tanto Sir Henry
como yo nos quedamos mirando a la señora Barrymore sin esconder
nuestro asombro. ¿Cabía imaginar que aquella persona de
respetabilidad tan impasible llevara la misma sangre que uno de los
delincuentes más tristemente célebres del país? »-Sí, señor; mi
apellido de soltera era Selden y el preso es mi hermano pequeño. Le
consentimos demasiado cuando niño y le dejamos que hiciera en todo
su santa voluntad, por lo que llegó a creer que el mundo no tenía
otra finalidad que proporcionarle placeres y que podía hacer lo que
le apeteciera. Más tarde, al hacerse mayor, frecuentó malas
compañías y el diablo se le metió en el cuerpo, hasta que a mi
madre le destrozó el corazón y arrastró nuestro apellido por el
barro. De delito en delito fue cayendo cada vez más bajo, hasta que
sólo la clemencia de Dios lo ha librado del patíbulo; pero para mí
nunca ha dejado de ser el niñito de cabellos rizados al que cuidé y
con el que jugué, como cualquier hermana mayor. Ésa es la razón de
que se escapara, señor.
Sabía que yo vivía en esta casa y que no me negaría a
ayudarlo. Cuando se arrastró una noche hasta aquí, agotado y
hambriento, con los guardianes pisándole los talones, ¿qué podíamos
hacer? Lo recogimos, lo alimentamos y cuidamos. Luego regresó
usted, señor, y mi hermano pensó que estaría más seguro en el
páramo que en cualquier otro sitio hasta que amainara la
persecución, de manera que allí se escondió. Pero cada dos noches
nos comunicábamos con él poniendo una luz en la ventana y, si
respondía, mi marido le llevaba un poco de pan y carne. Todos los
días vivíamos con la esperanza de que se hubiera marchado, pero
mientras tanto no podíamos abandonarlo. Soy una buena cristiana y
ésa es toda la verdad; comprenda usted que si hemos hecho algo
malo, no es mi marido quien tiene la culpa, sino yo, porque todo lo
que ha hecho lo ha hecho por mí. »Las palabras de la mujer estaban
llenas de una vehemencia que las hacía muy convincentes. »-¿Es ésa
la verdad, Barrymore?»-Sí, Sir Henry. Del principio al fin.»-Bien;
no puedo culparlo por apoyar a su esposa. Olvide lo que le he dicho
antes. Vuelvan los dos a su habitación y mañana por la mañana
seguiremos hablando de este asunto. »Cuando se marcharon miramos de
nuevo por la ventana. Sir Henry la había abierto, y el frío viento
nocturno nos golpeaba en la cara. Muy lejos en la oscuridad
brillaba aún el puntito de luz amarilla. »-Me sorprende que se
atreva a descubrirse tanto -dijo Sir Henry. »-Tal vez sitúa la vela
de manera que sólo sea visible desde aquí. »-Es muy posible. ¿A qué
distancia cree que se encuentra? »-Calculo que a la altura de Cleft
Tor.»-No más de dos o tres kilómetros.»-Menos, probablemente. »-No
puede ser muy lejos si Barrymore tenía que llevarle la comida. Y
ese canalla está esperando junto a la vela. ¡Voy a salir a
capturarlo! »La misma idea me había pasado por la cabeza. No era
como si los Barrymore nos hubieran hecho una confidencia. Les
habíamos arrancado el secreto a la fuerza. Aquel individuo era un
peligro para la comunidad, un delincuente implacable que no tenía
excusa ni merecía compasión. No hacíamos más que cumplir con
nuestro deber al aprovechar la oportunidad de devolverlo de nuevo a
donde no pudiera hacer daño. Debido a su carácter brutal y
violento, otros tendrían que pagar las consecuencias si nos
cruzábamos de brazos.
Cualquier noche, por ejemplo, podía atacar a nuestros vecinos
los Stapleton, y tal vez esa idea hizo que Sir Henry se interesara
tanto por aquella aventura. »-Le acompañaré -dije. »-Entonces
recoja su revólver y póngase las botas. Cuanto antes salgamos
mejor, porque ese individuo puede apagar la luz y marcharse. »Cinco
minutos después habíamos iniciado ya nuestra expedición.
Apresuramos el paso entre los oscuros arbustos, en medio de los
apagados gemidos del viento del otoño y del crujir de las hojas
caídas. El aire nocturno estaba cargado de olor a humedad y a
putrefacción. De cuando en cuando la luna se asomaba unos
instantes, pero las nubes casi cubrían el cielo por completo y en
el momento en que salíamos al páramo empezó a caer una lluvia
ligera. La luz seguía brillando delante de nosotros. »-¿Está usted
armado? -pregunté.»-Tengo una fusta. »-Hemos de caer sobre él
rápidamente, porque se dice que es un hombre desesperado. Debemos
cogerlo por sorpresa y tenerlo a nuestra merced antes de que se
resista. »-Escuche, Watson, ¿qué diría Holmes de esto? ¿Qué diría
sobre esta hora de oscuridad en la que se intensifican los poderes
del mal? »Como en respuesta a sus palabras se alzó de repente, en
la inmensa tristeza del páramo, el extraño sonido que yo había oído
ya cerca de la gran ciénaga de Grimpen. Nos llegó traído por el
viento a través del silencio de la noche: un murmullo largo y
profundo, luego un aullido cada vez más poderoso y finalmente el
triste gemido con que acababa. Resonó una y otra vez, todo el aire
palpitando con él, estridente, salvaje y amenazador. El baronet me
cogió de la manga y palideció tanto que el rostro le brilló
tenuemente en la oscuridad. »-¡Cielo santo! ¿Qué ha sido eso,
Watson? »-No lo sé. Se trata de un sonido que se oye en el páramo.
Es la segunda vez que lo escucho. »Los aullidos cesaron y un
silencio absoluto descendió sobre nosotros. Aguzamos el oído, pero
sin el menor resultado. »-Watson -dijo el baronet-, eso era el
aullido de un sabueso. »La sangre se me heló en las venas, porque
la voz se le quebró de una manera que ponía de manifiesto el terror
repentino que se había apoderado de él. »-¿Qué dicen de ese sonido?
-preguntó.»-¿Quiénes? »-Los habitantes de la zona. »-Bah, son gente
ignorante. ¿Qué más le da lo que digan? »-Cuéntemelo, Watson. ¿Qué
es lo que dicen?»Vacilé un momento, pero no podía
escabullirme.»-Dicen que es el aullido del sabueso de los
Baskerville.»Sir Henry dejó escapar un gemido y luego guardó
silencio unos instantes. »-Era un sabueso -dijo por fin-, pero
parecía venir de una distancia de varios kilómetros en aquella
dirección, según creo. »-Es dificil saber de dónde procedía.
»-Subía y bajaba con el viento. ¿No es ésa la dirección de la gran
ciénaga de Grimpen? »-Sí, es ésa. »-Bien, pues era por allí. Dígame
la verdad, ¿a usted no le pareció también que era el aullido de un
sabueso?
Ya no soy un niño. No tenga reparos en decirme la verdad.
»-Stapleton se hallaba conmigo la otra vez. Dijo que podía ser el
canto de un extraño pájaro. »-No, no; era un sabueso. Dios mío,
¿habrá algo de verdad en todas esas historias? ¿Es posible que esté
realmente en peligro por una causa tan misteriosa? Usted no lo
cree, ¿no es así, Watson? »-No, claro que no. »-Y sin embargo una
cosa es reírse de ello en Londres y otra muy distinta estar aquí en
la oscuridad del páramo y oír un aullido como ése. ¡Y mi tío!
Encontraron las huellas del sabueso muy cerca de donde
cayó.
Todo concuerda. No creo ser cobarde, Watson, pero ese sonido
me ha helado la sangre. ¡Tóqueme la mano! »Estaba tan fría como un
bloque de mármol.»-Mañana se encontrará usted perfectamente. »-No
creo que la luz del día consiga sacarme ese aullido de la cabeza.
¿Qué le parece que hagamos ahora? »-¿Quiere que regresemos? »-No,
voto a bríos; hemos salido a capturar a nuestro hombre y eso es lo
que haremos. Nosotros vamos tras el preso y es probable que un
sabueso del infierno vaya tras de nosotros. Adelante. Haremos lo
que nos hemos propuesto hacer aunque corran por el páramo todos los
demonios del averno. »Proseguimos lentamente nuestro camino en la
oscuridad, con la borrosa silueta de las colinas cubiertas de
peñascos a nuestro alrededor y el punto de luz amarilla brillando
delante de nosotros. No hay nada tan engañoso como la distancia de
una luz en una noche oscura como boca de lobo, y unas veces el
resplandor parecía estar tan lejano como el horizonte y otras
encontrarse a pocos metros. Pero finalmente vimos de dónde procedía
y entonces supimos que estábamos muy cerca. Una vela ya muy
derretida estaba clavada en una grieta entre las rocas que la
flanqueaban por ambos lados para protegerla del viento y también
para lograr que sólo fuera visible desde la mansión de los
Baskerville. Una roca de granito nos ocultó mientras nos
acercábamos y pudimos asomarnos por encima para contemplar la luz
de la señal. Era extraño ver aquella vela solitaria ardiendo allí,
en mitad del páramo, sin el menor signo de vida a su alrededor: tan
sólo la llama amarilla y el brillo de las rocas a ambos lados. »-¿Y
ahora qué hacemos? -susurró Sir Henry.»-Esperar aquí. Tiene que
estar cerca. Quizá podamos verlo. »Apenas pronunciadas aquellas
palabras lo vimos ambos. Sobre las rocas, en la grieta donde ardía
la vela, surgió un maligno rostro amarillo, una terrible cara
bestial, toda ella marcada y arrugada por las pasiones más viles.
Manchada de cieno, con una barba hirsuta y coronada de cabellos
enmarañados, podía muy bien haber pertenecido a uno de aquellos
antiguos salvajes que habitaban en los refugios de las colinas. La
luz de abajo se reflejaba en sus ojillos astutos, que escudriñaban
con fiereza la oscuridad a derecha e izquierda, como un animal
taimado y salvaje que ha oído pasos de cazadores. »Sin duda algo
había despertado sus sospechas. Puede que Barrymore acostumbrara a
darle alguna señal privada que nosotros habíamos omitido, o bien
nuestro hombre tenía alguna otra razón para pensar que las cosas no
marchaban como debían: en cualquier caso el miedo era visible en
sus perversas facciones y de un momento a otro podía apagar la luz
de un manotazo y esfumarse en la oscuridad. Salté hacia adelante y
Sir Henry me imitó. En el mismo instante el preso nos lanzó una
maldición y tiró una piedra que se hizo añicos contra la roca que
nos había cobijado. Aún vislumbré por un momento su silueta
rechoncha y musculosa mientras se ponía en pie y giraba en redondo
para escapar. Por una feliz coincidencia la luna salió entonces de
entre las nubes. Alcanzamos a toda prisa la cima de la colina y
vimos que nuestro hombre descendía a gran velocidad por la otra
ladera, saltando por encima de las rocas que hallaba en su camino
con la agilidad de una cabra montés. Con suerte tal vez habría
podido detenerlo con un disparo de mi revólver, pero la finalidad
de aquel arma era tan sólo defenderme si se me atacaba y no
disparar contra un hombre desarmado que huía. »Tanto el baronet
como yo somos aceptables corredores y estamos en buena forma, pero
pronto descubrimos que no teníamos posibilidad alguna de
alcanzarlo. Seguimos viéndolo durante un buen rato a la luz de la
luna, hasta que se convirtió en un puntito que avanzaba con
celeridad entre las rocas que salpicaban la falda de una colina
distante. Corrimos y corrimos hasta quedar completamente agotados,
pero la distancia era cada vez mayor. Finalmente nos detuvimos y
nos sentamos, jadeantes, en sendas rocas, desde donde seguimos
viéndolo hasta que se perdió en la lejanía. »Y en aquel momento,
cuando nos levantábamos de las rocas para darnos la vuelta y
regresar a casa, abandonada ya la inútil persecución, ocurrió la
cosa más extraña e inesperada. La luna quedaba muy baja hacia la
derecha, y la cima dentada de un risco de granito se alzaba hasta
la parte inferior de su disco de plata.
Allí, recortada con la negrura de una estatua de ébano sobre
el fondo brillante, vi, encima del risco, la figura de un hombre.
No piense que fue una alucinación, Holmes. Le aseguro que en toda
mi vida no he visto nada con mayor claridad. Hasta donde se me
alcanza, era la figura de un hombre alto y delgado. Mantenía las
piernas un poco separadas, estaba cruzado de brazos e inclinaba la
cabeza como si meditara sobre el enorme desierto de turba y granito
que quedaba a su espalda. Podía haber sido el espíritu mismo de
aquel terrible lugar. Desde luego no era el preso. Aquel hombre se
hallaba muy lejos del sitio donde el otro había desaparecido.
Además era mucho más alto. Con una exclamación de sorpresa quise
mostrárselo al baronet, pero durante el momento en que me volví
para agarrarlo del brazo, la figura desapareció. La cima dentada
del risco seguía cortando el borde inferior de la luna, pero ya no
quedaba el menor rastro de la figura silenciosa e inmóvil. »Quise
marchar en aquella dirección e investigar los alrededores del
risco, pero quedaba bastante lejos. Los nervios del baronet seguían
en tensión a consecuencia de aquel aullido que le había recordado
la oscura historia de su familia y no estaba de humor para nuevas
aventuras. Tampoco había visto al hombre solitario sobre el risco y
no sentía la emoción que su extraña presencia y su aire de
autoridad me habían producido.
"Un vigilante del penal, sin dudó' dijo. "Abundan en el
páramo desde que se escapó ese sujeto". Cabe que esa explicación
sea la justa, pero me gustaría tener pruebas más concluyentes. Hoy
nos proponemos hacer saber a las autoridades de Princetown dónde
tienen que buscar al huido, pero sentimos no haberlo capturado
nosotros.
Tales son las aventuras de la pasada noche y tendrá usted que
reconocer, mi querido Holmes, que no le estoy fallando en materia
de información. Mucho de lo que le cuento no tiene, sin duda, mayor
importancia, pero sigo pensando que lo mejor es transmitirle todos
los hechos y dejarle que elija usted los que le resulten más
útiles. No hay duda de que estamos haciendo progresos. Por lo que
se refiere a los Barrymore, hemos descubierto el motivo de sus
acciones, y eso ha aclarado mucho la situación. Pero el páramo con
sus misterios y sus extraños habitantes sigue tan inescrutable como
siempre. Quizá en mi próxima comunicación esté también en
condiciones de arrojar alguna luz sobre eso. Aunque lo mejor sería
que viniera usted a reunirse con nosotros.»