-Sir Henry Baskerville -dijo el doctor
Mortimer.
-A su disposición -dijo Sir Henry-, y lo más extraño, señor
Holmes, es que si mi amigo, aquí presente, no me hubiera propuesto
venir a verlo hoy por la mañana, habría venido yo por iniciativa
propia. Según creo, resuelve usted pequeños rompecabezas y esta
mañana me he encontrado con uno que requiere más sustancia gris de
la que yo estoy en condiciones de consagrarle.
-Haga el favor de tomar asiento, Sir Henry. ¿Si no entiendo
mal ya ha tenido usted alguna experiencia notable desde su llegada
a Londres?
-Nada de importancia, señor Holmes. Tan sólo una broma,
probablemente. Se trata de una carta, si es que se la puede llamar
así, que he recibido esta mañana.
Sir Henry dejó un sobre en la mesa y todos nos inclinamos
para verlo. Era de calidad corriente y color grisáceo. Las señas,
«Sir Henry Baskerville, Northumberland Hotel», estaban escritas
toscamente, en el matasellos se leía «Charing Cross» y la carta se
había echado al correo la noche anterior. -¿Quién sabía que fuese
usted a alojarse en el Northumberland Hotel? -preguntó Holmes,
mirando con gran interés a nuestro visitante.
-No lo sabía nadie. Lo decidí después de conocer al doctor
Mortimer.
-Pero, sin duda, el doctor Mortimer se alojaba allí con
anterioridad.
-No -dijo el doctor-; estuve disfrutando de la hospitalidad
de un amigo. No existía la menor indicación de que fuésemos a
elegir ese hotel. -¡Hummm! Alguien parece estar muy interesado en
sus movimientos -Holmes sacó del sobre medio pliego doblado en
cuatro que procedió a abrir y extender sobre la mesa. Una sola
frase, escrita por el procedimiento de pegar en el papel palabras
impresas, ocupaba el centro de la hoja y decía lo siguiente: «Si da
usted valor a su vida o a su razón, se alejará del páramo». Tan
sólo la palabra «páramo» estaba escrita a mano.
-Ahora -dijo Sir Henry Baskerville- quizá pueda usted
decirme, señor Holmes, cuál es, por mil pares de demonios, el
significado de todo esto y quién es la persona que se interesa
tanto por mis asuntos. -¿Qué opina usted, doctor Mortimer? Tendrá
usted que reconocer, al menos, que no hay nada de sobrenatural en
ello.
-No, desde luego, pero podría venir de alguien convencido de
que existe una intervención sobrenatural. -¿De qué están hablando?
-preguntó Sir Henry con aspereza-. Tengo la impresión de que todos
ustedes, caballeros, están más al tanto que yo de mis propios
asuntos.
-Le haremos partícipe de todo lo que sabemos antes de que
abandone esta habitación, Sir Henry, se lo prometo -dijo Sherlock
Holmes-. Pero por el momento, con su permiso, nos ceñiremos a este
documento tan interesante, que debe de haberse compuesto y echado
al correo anoche. ¿Tiene usted el Times de ayer,
Watson?
-Está ahí en el rincón. -¿Le importa acercármelo…, la tercera
página, con los editoriales? -Holmes examinó los artículos con
rapidez, recorriendo las columnas de arriba abajo con la mirada-.
Un editorial muy importante sobre la libertad de comercio.
Permítanme que les lea un extracto. «Quizá lo engatusen a usted
para que se imagine que su especialidad comercial o su industria se
verán incentivadas mediante una tarifa protectora, pero si da en
utilizar la razón comprenderá que, a la larga, esa legislación
alejará del país mucha riqueza, disminuirá el valor de nuestras
importaciones y empeorará las condiciones generales de vida en
nuestras tierras.» ¿Qué le parece, Watson? -exclamó Holmes, con
gran regocijo, frotándose las manos satisfecho-. ¿No cree usted que
se trata de una opinión admirable?
El doctor Mortimer miró a Holmes con interés profesional y
Sir Henry Baskerville volvió hacia mí unos ojos tan oscuros como
desconcertados.
-No sé mucho sobre tarifas y cosas semejantes -dijo-, pero me
parece que nos estamos apartando un poco de la
cuestión.
-Pues yo opino, por el contrario, que la estamos siguiendo
muy de cerca, Sir Henry. Watson, aquí presente, sabe más que usted
acerca de mis métodos, pero me temo que tampoco él ha captado del
todo la importancia de esta frase.
-No; confieso que no veo la relación.
-Y, sin embargo, mi querido Watson, existe una conexión muy
estrecha, dado que la primera está sacada de ésta. «Usted», «su»
«su», «vida», «razón», «valor», «alejará», «del». ¿Ve usted ahora
de dónde se han tomado esas palabras? -¡Por todos los demonios,
tiene usted razón! ¡Que me aspen si no es de lo más ingenioso!
-exclamó Sir Henry. -Y por si quedara alguna duda, no hay más que
ver cómo «alejará» y «del» están en el mismo recorte. - Cierto,
¡así es!
-A decir verdad, señor Holmes, esto sobrepasa cualquier cosa
que hubiera podido imaginar -dijo el doctor Mortimer, contemplando
a mi amigo con asombro-. Entendería que alguien dijera que las
palabras han salido de un periódico, pero precisar cuál y añadir
que se trata del editorial, es una de las cosas más sorprendentes
que he visto nunca. ¿Cómo lo ha hecho?
-Imagino, doctor, que usted distinguiría entre el cráneo de
un negro y el de un esquimal.
-Sin duda.
-Pero, ¿cómo?
-Porque es mi pasatiempo favorito. Las diferencias son
evidentes. El borde supraorbital, el ángulo facial, la curva del
maxilar, el…
-Pues éste es mi pasatiempo favorito y las diferencias
también son evidentes. A mis ojos es tanta la diferencia entre el
tipo de imprenta grande y bien espaciado de un artículo del Times y
la impresión descuidada de un periódico de la tarde de medio
penique como la que pueda existir para usted entre sus negros y sus
esquimales. La detección de caracteres de imprenta es una de las
ramas más elementales del saber para el experto en delitos, aunque
debo confesar que, en una ocasión, cuando era muy joven, confundí
el Leeds Mercury con el Western Morning News. Pero un editorial del
Times es inconfundible y esas palabras no se podían haber tomado de
ningún otro sitio. Y puesto que se hizo ayer, era más que probable
que las encontráramos donde las hemos encontrado.
-Hasta donde soy capaz de seguirle, señor Holmes -dijo Sir
Henry Baskerville-, afirma usted que alguien cortó ese mensaje con
unas tijeras…
-Tijeras para uñas -dijo Holmes-. Se puede ver que eran unas
tijeras de hoja muy pequeña, ya que quien lo hizo tuvo que dar dos
tijeretazos para «alejará del».
-Efectivamente. Alguien, entonces, recortó el mensaje con
unas tijeras muy pequeñas, lo pegó con engrudo…
-Goma -dijo Holmes.
-Con goma en el papel. Pero me gustaría saber por qué tuvo
que escribir la palabra «páramo».
-Porque el autor no la encontró en letra impresa. Las otras
palabras eran sencillas y podían encontrarse en cualquier ejemplar
del periódico, pero «páramo» es menos corriente.
-Claro, eso lo explica. ¿Ha descubierto usted algo más en ese
mensaje, señor Holmes?
-Hay uno o dos indicios, aunque se ha hecho todo lo posible
por eliminar cualquier pista. La dirección, si se fija usted, está
escrita con letra muy tosca. The Times, sin embargo, es un
periódico que prácticamente sólo leen las personas con una
educación superior. Podemos deducir, por consiguiente, que quien
compuso la carta es una persona educada que ha querido hacerse
pasar por inculta y que su preocupación por ocultar su letra
sugiere que quizá alguno de ustedes la conozca o pueda llegar a
conocerla. Fíjense, además, en que las palabras no están pegadas
con precisión, sino unas mucho más altas que otras. «Vida», por
ejemplo, se halla completamente fuera de su sitio. Eso puede
indicar descuido o tal vez agitación y prisa. En conjunto me
inclino por esto último, ya que se trata de un asunto a todas luces
importante y no es probable que el redactor de la carta descuidara
su tarea voluntariamente. Si es cierto que tenía prisa, surge la
interesante pregunta de por qué tenía tanta prisa, dado que Sir
Henry habría recibido antes de abandonar el hotel cualquier carta
que se echara al correo por la mañana temprano. ¿Acaso temía su
autor una interrupción y, en ese caso, de quién?
-Estamos entrando en el terreno de las conjeturas -dijo el
doctor Mortimer.
-Digamos, más bien, en el terreno donde sopesamos
posibilidades y elegimos la más probable. Es el uso científico de
la imaginación, pero siempre tenemos una base material sobre la que
apoyar nuestras especulaciones. Sin duda puede usted llamarlo
conjetura, pero estoy casi seguro de que estas señas se han escrito
en un hotel. -¿Cómo demonios puede usted saberlo?
-Si las examina cuidadosamente descubrirá que tanto la pluma
como la tinta han causado problemas a la persona que escribía. La
pluma ha emborronado dos veces la misma palabra y se ha quedado
seca tres veces en muy poco tiempo, lo que demuestra que había muy
poca tinta en el tintero. Ahora bien, raras veces se permite que
una pluma o un tintero personales lleguen a esa situación, y la
combinación de las dos ha de ser bastante rara. Pero todos ustedes
conocen las plumas y los tinteros de los hoteles, donde lo raro es
encontrar otra cosa. Sí: afirmo casi sin lugar a duda que si
pudiéramos examinar el contenido de las papeleras de los hoteles de
los alrededores de Charing Cross hasta encontrar el resto del
mutilado editorial del Times podríamos descubrir a la persona que
envió este singular mensaje. ¡Vaya, vaya! ¿Qué es
esto?
Sherlock Holmes estaba examinando cuidadosamente el medio
pliego con las palabras pegadas, colocándoselo a pocos centímetros
de los ojos. -¿Y bien?
-Nada -respondió Holmes, dejándolo caer-. Es la mitad de un
pliego totalmente en blanco, sin filigrana siquiera. Creo que hemos
extraído toda la información posible de esta carta tan curiosa.
Ahora, Sir Henry, ¿le ha sucedido alguna otra cosa de interés desde
su llegada a Londres?
-No, señor Holmes, me parece que no. -¿No ha observado que
nadie lo siguiera o lo vigilara?
-Tengo la impresión de haberme convertido en personaje de
novela barata -dijo nuestro visitante-. ¿Por qué demonios habría de
vigilarme o de seguirme nadie?
-Estamos llegando a eso. ¿No tiene usted que informarnos de
nada más antes de que hablemos de su viaje?
-Bueno, depende de lo que usted considere digno de
mención.
-Creo que todo lo que se salga del curso ordinario de la vida
es digno de mención.
Sir Henry sonrió.
-No sé aún mucho acerca de la vida británica, porque he
pasado la mayor parte de mi existencia en los Estados Unidos y en
Canadá. Pero supongo que tampoco aquí perder una bota es parte del
curso ordinario de la vida. -¿Ha perdido una bota?
-Mi querido señor -exclamó el doctor Mortimer-, tan sólo se
ha extraviado. Estoy seguro de que la encontrará a su regreso al
hotel. ¿Qué sentido tiene molestar al señor Holmes con
insignificancias como ésa?
-Me ha preguntado por cualquier cosa que se saliera de lo
corriente.
-Así es -intervino Holmes-, aunque el incidente pueda parecer
completamente estúpido. ¿Dice usted que ha perdido una
bota?
-Digamos, más bien, que se ha extraviado. Anoche dejé las dos
fuera y sólo había una por la mañana. No he conseguido sacar nada
en limpio del sujeto que las limpia. Y lo peor de todo es que las
compré precisamente anoche en el Strand y aún no las he
estrenado.
-Si no se las había puesto, ¿por qué las dejó fuera para que
se las limpiaran?
-Eran unas botas de cuero y estaban sin charolar. Por eso las
saqué. -¿Tengo que entender entonces que al llegar ayer a Londres
salió inmediatamente a la calle y se compró un par de
botas?
-Compré muchas cosas. El doctor Mortimer, aquí presente, me
acompañó. Compréndalo usted, si voy a ser un terrateniente
destacado, he de vestirme en consonancia con mi categoría social, y
puede ser que me haya hecho un poco descuidado en América. Compré,
entre otras cosas, esas botas marrones (pagué seis dólares por
ellas) y he conseguido que me roben una antes de
estrenarlas.
-Parece un robo particularmente inútil -dijo Sherlock
Holmes-. Confieso compartir la creencia del doctor Mortimer de que
la bota aparecerá dentro de poco.
-Y ahora, caballeros -dijo el baronet con decisión- me parece
que he hablado más que suficiente de lo poco que sé. Ya es hora de
que cumplan ustedes su promesa y me den una información completa
sobre el asunto que a todos nos ocupa.
-Su petición es muy razonable -respondió Holmes-. Doctor
Mortimer, creo que lo mejor será que cuente usted la historia a Sir
Henry tal como nos la contó a nosotros.
Al recibir aquel estímulo, nuestro amigo el hombre de ciencia
se sacó los papeles que llevaba en el bolsillo y presentó el caso
como lo había hecho el día anterior. Sir Henry le escuchó con la
más profunda atención y con alguna exclamación de sorpresa de
cuando en cuando.
-Vaya, parece que me ha tocado en suerte algo más que una
herencia -comentó, una vez terminada la larga narración-. Por
supuesto, llevo oyendo hablar del sabueso desde mi infancia. Es la
historia preferida de la familia, aunque hasta ahora nunca se me
había ocurrido tomarla en serio. Pero, por lo que se refiere a la
muerte de mi tío…, bueno, todo parece arremolinárseme en la cabeza
y todavía no consigo verlo con claridad. Creo que aún no han
decidido ustedes si hay que acudir a la policía o a un
clérigo.
-Exactamente.
-Y ahora se añade el asunto de la carta que me han mandado al
hotel. Supongo que eso encaja con lo demás.
-Parece indicar que hay alguien que sabe más que nosotros
sobre lo que pasa en el páramo -dijo el doctor
Mortimer.
-Y alguien además -añadió Holmes- que está bien dispuesto
hacia usted, puesto que lo previene del peligro.
-O que quizá quiere asustarme en beneficio propio. -Sí, por
supuesto, también eso es posible. Estoy muy en deuda con usted,
doctor Mortimer, por haberme presentado un problema que ofrece
varias alternativas interesantes. Pero tenemos que resolver una
cuestión práctica, Sir Henry: la de si es aconsejable que vaya
usted a la mansión de los Baskerville. -¿Por qué tendría que
renunciar a hacerlo?
-Podría ser peligroso. -¿Se refiere usted al peligro de ese
demonio familiar o a la actuación de seres
humanos?
-Bien; eso es lo que tenemos que averiguar.
-En cualquiera de los dos casos, mi respuesta es la misma. No
hay demonio en el infierno ni hombre sobre la faz de la tierra que
me pueda impedir volver a la casa de mi familia, y tenga usted la
seguridad de que le doy mi respuesta definitiva -frunció el
entrecejo mientras hablaba y su rostro enrojeció
vivamente.
No cabía duda de que el carácter fogoso de los Baskerville
aún seguía vivo en el último retoño de la estirpe-. Por otra parte
-continuó-, apenas he tenido tiempo de pensar sobre todo lo que me
han contado ustedes. Es mucho pedir que una persona entienda y
decida a la vez. Me gustaría disponer de una hora de tranquilidad.
Vamos a ver, señor Holmes: ahora son las once y media y yo voy a
volver directamente a mi hotel. ¿Qué le parece si usted y su amigo,
el doctor Watson, se reúnen a las dos con nosotros y almorzamos
juntos? Para entonces estaré en condiciones de decirle con más
claridad cómo veo las cosas. -¿Tiene usted algún inconveniente,
Watson?
-Ninguno.
-En ese caso cuenten con nosotros. ¿Debo llamar a un coche de
alquiler?
-Prefiero andar, porque este asunto me ha puesto un poco
nervioso.
-Y yo le acompañaré con mucho gusto -dijo el doctor
Mortimer.
-En ese caso volveremos a reunirnos a las dos. ¡Hasta luego y
buenos días!
Oímos los pasos de nuestros visitantes en la escalera y el
ruido de la puerta de la calle al cerrarse. En un instante Holmes
había dejado de ser el soñador lánguido para transformarse en el
hombre de acción. -¡Enseguida, Watson, póngase el sombrero y las
botas! ¡Ni un momento que perder! -Holmes se dirigió a toda prisa
hacia su cuarto para quitarse la bata y regresó a los pocos
segundos con la levita puesta.
Descendimos apresuradamente las escaleras y salimos a la
calle. El doctor Mortimer y Baskerville eran todavía visibles a
unos doscientos metros por delante de nosotros en dirección a
Oxford Street. -¿Quiere que corra y los alcance?
-Ni por lo más remoto, mi querido Watson. Su compañía me
satisface plenamente, si a usted no le desagrada la mía. Nuestros
amigos han acertado, porque sin duda es una mañana muy adecuada
para pasear.
Sherlock Holmes aceleró la marcha hasta que la distancia que
nos separaba quedó reducida a la mitad.
Luego, siempre manteniéndonos unos cien metros por detrás,
seguimos a Baskerville y a Mortimer por Oxford Street y después por
Regent Street. En una ocasión nuestros amigos se detuvieron a mirar
un escaparate y Holmes hizo lo mismo. Un instante después dejó
escapar un leve grito de satisfacción y, al seguir la dirección de
su mirada, vi que un cabriolé de alquiler que se había detenido al
otro lado de la calle reanudaba lentamente la marcha. -¡Ahí está
nuestro hombre, Watson! ¡Venga! Al menos tendremos ocasión de
verlo, aunque no podamos hacer nada más.
En aquel momento me di cuenta de que una poblada barba negra
y dos ojos muy penetrantes se habían vuelto hacia nosotros por la
ventanilla del coche de alquiler. Inmediatamente se alzó la
trampilla del techo, el cochero recibió una orden a gritos y el
vehículo salió disparado Regent Street adelante. Holmes buscó
ansiosamente con la vista otro coche desocupado, pero no había
ninguno. Luego echó a correr desesperadamente entre la corriente
del tráfico, pero la ventaja era demasiado grande y muy pronto el
cabriolé se perdió de vista. -¡Qué contrariedad! -dijo Holmes con
amargura al apartarse, jadeante y pálido de indignación, del flujo
de vehículos-. ¿Ha existido nunca peor suerte y también mayor
torpeza? Watson, Watson, si es usted honesto ¡tendrá que apuntar
esto en el debe, contraponiéndolo a mis éxitos! -¿Quién era ese
individuo?
-No tengo la menor idea. -¿Un espía?
-Por lo que hemos oído era evidente que a Baskerville lo han
estado siguiendo muy de cerca desde que llegó a Londres. De lo
contrario, ¿cómo habría podido saberse tan pronto que se alojaba en
el hotel Northumberland? Si lo habían seguido el primer día, era
lógico que también lo siguieran el segundo. Quizá se percató usted
de que me llegué dos veces hasta la ventana mientras el doctor
Mortimer leía el texto de la leyenda.
-Sí, lo recuerdo.
-Quería ver si alguien merodeaba por la calle, pero no he
tenido éxito. Nos enfrentamos con un hombre inteligente, Watson. Se
trata de un asunto muy serio y aunque no he decidido aún si estamos
en contacto con un agente benévolo o perverso, constato siempre la
presencia de inteligencia y decisión. Al marcharse nuestros amigos
los seguí al instante con la esperanza de localizar a su invisible
acompañante, pero nuestro hombre ha tenido la precaución de no
trasladarse a pie sino utilizar un coche, lo que le permitía
rezagarse o adelantarlos a toda velocidad y escapar así a su
detección. Ese método tiene la ventaja adicional de que si hubieran
tomado un coche ya estaba preparado para seguirlos. Pero tiene, sin
embargo, una desventaja.
-Lo pone a merced del cochero.
-Exactamente. -¡Es una lástima que no tomáramos el
número!
-Mi querido Watson, aunque haya obrado con torpeza, no
pensará usted seriamente que he olvidado ese pequeño detalle.
Nuestro hombre es el 2704. Pero por el momento no nos sirve de
nada.
-No veo qué más podría usted haber hecho.
-Al descubrir el coche de alquiler debería haber dado la
vuelta y haberme alejado, para, a continuación, alquilar con toda
calma un segundo cabriolé y seguir al primero a una distancia
prudente o, mejor aún, trasladarme al hotel Northumberland y
esperar allí. Después de que el desconocido hubiera seguido a
Baskerville hasta su casa habríamos tenido la oportunidad de jugar
a su mismo juego yver a dónde se dirigía él. Pero, debido a una
impaciencia indiscreta, de la que nuestro contrincante ha sabido
aprovecharse con extraordinaria celeridad y energía, nos hemos
traicionado y lo hemos perdido.
Durante esta conversación habíamos seguido avanzando
lentamente por Regent Street y ya hacía tiempo que el doctor
Mortimer y su acompañante se habían perdido de
vista.
-No tiene objeto que continuemos -dijo Holmes-. La persona
que los seguía se ha marchado y no reaparecerá. Hemos de ver si
disponemos de otros triunfos y jugarlos con decisión. ¿Reconocería
usted el rostro del hombre que iba en el cabriolé?
-Sólo reconocería la barba.
-Lo mismo me sucede a mí, por lo que deduzco que, con toda
probabilidad, era una barba postiza. Un hombre inteligente que
lleva a cabo una misión tan delicada sólo utiliza una barba para
dificultar su identificación. ¡Venga conmigo,
Watson!
Holmes entró en una de las oficinas de recaderos del
distrito, donde el gerente lo recibió de manera muy
afectuosa.
-Ya veo, Wilson, que no ha olvidado el caso en que tuve la
buena fortuna de poder ayudarle.
-No, señor; le aseguro que no lo he olvidado. Salvó usted mi
reputación y quizá también mi vida.
-Exagera usted, amigo mío. Si no recuerdo mal, cuenta usted
entre sus empleados con un muchacho apellidado Cartwright, que
mostró cierto talento durante nuestra
investigación.
-Sí, señor; todavía sigue con nosotros. -¿Podría usted
llamarlo? ¡Muchas gracias! Y también me gustaría que me cambiara
este billete de cinco libras.
Un chico de catorce años, de rostro despierto y mirada
inquisitiva, se presentó en respuesta a la llamada del encargado y
se quedó mirando al famoso detective con aire
reverente.
-Déjeme ver la guía de hoteles -dijo Holmes-. Muchas gracias.
Vamos a ver, Cartwright, aquí tienes los nombres de veintitrés
hoteles, todos en las inmediaciones de Charing Cross. ¿Los
ves?
-Sí, señor.
-Vas a visitarlos todos, uno a uno.
-Sí, señor.
-Empezarás, en cada caso, por dar un chelín al portero. Aquí
tienes veintitrés chelines.
-Sí, señor.
-Le dirás que quieres ver el contenido de las papeleras que
se vaciaron ayer. Dirás que se ha extraviado un telegrama
importante y que lo estás buscando. ¿Entiendes?
-Sí, señor.
-Pero, en realidad, lo que vas a buscar es un ejemplar del
Times de ayer en cuya página central se hayan hecho unos agujeros
con tijeras. Aquí tienes el periódico. Ésta es la página. La
reconocerás fácilmente, ¿no es cierto?
-Sí, señor.
-El portero te mandará en cada caso al conserje, a quien
también darás un chelín. Aquí tienes otros veintitrés chelines. Es
posible que en veinte de los veintitrés hoteles los papeles
desechados del día de ayer hayan sido quemados o eliminados. En los
otros tres casos te mostrarán un montón de papel y buscarás en él
esta página del Times. Las posibilidades en contra son
elevadísimas. Aquí tienes diez chelines más para una
emergencia.
Mándame un informe por telégrafo a Baker Street antes de la
noche. Y ahora, Watson, sólo nos queda descubrir mediante el
telégrafo la identidad de nuestro cochero, el número 2704; luego
pasaremos por una de las galerías de Bond Street y ocuparemos el
tiempo viendo cuadros hasta el momento de nuestra cita en el
hotel.