«Mansión de los Baskerville,13 de octubre »Mi querido Holmes:
»Mis cartas y telegramas anteriores le han mantenido al día sobre
todo lo que ha ocurrido en este rincón del mundo tan olvidado de
Dios. Cuanto más tiempo se pasa aquí, más profundamente se mete en
el alma el espíritu del páramo, su inmensidad y también su terrible
encanto. Tan pronto como se penetra en él, queda atrás toda huella
de la Inglaterra moderna y, en cambio, se advierte por doquier la
presencia de los hogares y de las obras del hombre prehistórico. Se
vaya por donde se vaya, siempre aparecen las casas de esas gentes
olvidadas, con sus tumbas y con los enormes monolitos que, al
parecer, señalaban el emplazamiento de sus templos. Cuando se
contemplan sus refugios de piedra gris sobre un fondo de laderas
agrestes, se deja a la espalda la época actual y si viéramos a un
peludo ser humano cubierto con pieles de animales salir a gatas por
una puerta que es como la boca de una madriguera y colocar una
flecha con punta de pedernal en la cuerda de su arco, pensaríamos
que su presencia en este sitio está mucho más justificada que la
nuestra. Lo más extraño es que vivieran tantos en lo que siempre ha
debido de ser una tierra muy poco fértil. No soy experto en
prehistoria, pero imagino que se trataba de una raza nada belicosa
y frecuentemente acosada que se vio forzada a aceptar las tierras
que nadie más estaba dispuesto a ocupar. »Todo esto, sin embargo,
nada tiene que ver con la misión que usted me confió y
probablemente carecerá por completo de interés para una mente tan
estrictamente práctica como la suya. Todavía recuerdo su completa
indiferencia en cuanto a si el sol se movía alrededor de la tierra
o la tierra alrededor del sol.
Permítame, por lo tanto, que vuelva a los hechos relacionados
con Sir Henry Baskerville. »El hecho de que no haya usted recibido
ningún informe en los últimos días obedece a que hasta hoy no tenía
nada importante que relatarle. Luego ha ocurrido algo muy
sorprendente que le contaré a su debido tiempo, pero, antes de
nada, debo ponerle al corriente acerca de otros elementos de la
situación. »Uno de ellos, al que apenas he aludido hasta este
momento, es el preso escapado que rondaba por el páramo. Ahora
existen razones poderosas para creer que se ha marchado, lo que
supone un considerable alivio para aquellos habitantes del distrito
que viven aislados. Han transcurrido dos semanas desde su huida, y
en esos quince días no se le ha visto ni se ha oído nada
relacionado con él. Es a todas luces inconcebible que haya podido
resistir en el páramo durante tanto tiempo. Habría podido
esconderse sin ninguna dificultad, desde luego. Cualquiera de los
habitáculos de piedra podría haberle servido de refugio. Pero no
hay nada que le proporcione alimento, a no ser que capture y
sacrifique una de las ovejas del páramo. Creemos, por lo tanto, que
se ha marchado, y el resultado es que los granjeros que están más
aislados duermen mejor. »En esta casa nos alojamos cuatro varones
en buen estado de salud, de manera que podemos cuidarnos sin ayuda
de nadie, pero confieso que he tenido momentos de inquietud al
pensar en los Stapleton, que se hallan a kilómetros del vecino más
próximo. En la casa Merripit sólo viven una criada, un anciano
sirviente, la hermana de Stapleton y el mismo Stapleton, que no es
una persona de gran fortaleza física. Si el preso lograra entrar en
la casa, estarían indefensos en manos de un individuo tan
desesperado como este criminal de Notting Hill. Tanto a Sir Henry
como a mí nos preocupa mucho su situación, y les sugerimos que
Perkins, el mozo de cuadra, fuese a dormir a su casa, pero
Stapleton no ha querido ni oír hablar de ello. »Lo cierto es que
nuestro amigo el baronet empieza a interesarse mucho por su hermosa
vecina. No tiene nada de sorprendente, porque para un hombre tan
activo como él el tiempo se hace muy largo en este lugar tan
solitario, y la señorita Stapleton es una mujer muy hermosa y
fascinante. Hay en ella un algo tropical y exótico que crea un
contraste singular con su hermano, tan frío e impasible. También
él, sin embargo, sugiere la idea de fuegos escondidos. Stapleton
tiene sin duda una marcada influencia sobre su hermana, porque he
comprobado que cuando habla lo mira continuamente, como si buscara
su aprobación para todo lo que dice.
Espero que sea afectuoso con ella. El brillo seco de los ojos
de Stapleton y la firme expresión de su boca de labios muy finos
denuncian un carácter dominante y posiblemente despótico. Sin duda
será para usted un interesante objeto de estudio. »Vino a saludar a
Baskerville el mismo día en que lo conocí y a la mañana siguiente
nos llevó a los dos al sitio donde se supone que tuvo origen la
leyenda sobre el malvado Hugo. Fue una excursión de varios
kilómetros a través del páramo hasta un lugar que pudo, por sí
solo, haber sugerido la historia, dado lo deprimente que resulta.
Encontramos un valle de poca longitud entre peñascos escarpados,
que desembocaba en un espacio abierto y verde salpicado de juncias.
En el centro se alzaban dos grandes piedras, muy gastadas y bien
afiladas por la parte superior, de manera que parecían los enormes
colmillos, en proceso de descomposición, de un animal monstruoso.
El lugar se corresponde en todos los detalles con el escenario de
la antigua tragedia que ya conocemos. Sir Henry manifestó gran
interés y preguntó más de una vez a Stapleton si creía realmente en
la posibilidad de que los poderes sobrenaturales intervengan en los
asuntos humanos.
Hablaba con desenfado, pero no cabe duda de que sentía mucho
interés. Stapleton se mostró cauto en sus respuestas, aunque se
comprendía enseguida que decía menos de lo que sabía y opinaba, y
que no se sinceraba por completo en consideración a los
sentimientos del baronet. Nos contó casos semejantes de familias
víctimas de alguna influencia maligna y nos dejó con la impresión
de que compartía la opinión popular sobre el asunto. »A la vuelta
nos detuvimos en la casa Merripit para almorzar, y fue allí donde
Sir Henry conoció a la señorita Stapleton. Desde el primer momento
Baskerville pareció sentir una fuerte atracción y, si no estoy muy
equivocado, el sentimiento fue mutuo. Nuestro baronet habló de ella
una y otra vez mientras volvíamos a casa y desde entonces apenas ha
transcurrido un día sin que veamos en algún momento a los dos
hermanos.
Esta noche cenarán aquí y ya se habla de que iremos a su casa
la semana que viene. Cualquiera pensaría que semejante enlace
debería llenar de satisfacción a Stapleton y, sin embargo, más de
una vez he captado una mirada suya de intensísima desaprobación
cuando Sir Henry tenía alguna atención con su hermana. Sin duda
está muy unido a ella y llevará una vida muy solitaria si se ve
privado de su compañía, pero parecería el colmo del egoísmo que
pusiera obstáculos a un matrimonio tan conveniente. Estoy
convencido, de todos modos, de que Stapleton no desea que la
amistad entre ambos llegue a convertirse en amor, y en varias
ocasiones he observado sus esfuerzos para impedir que se queden a
solas. Le diré entre paréntesis que sus instrucciones, en cuanto a
no permitir que Sir Henry salga solo de la mansión, serán mucho más
difíciles de cumplir si una intriga amorosa viniera a añadirse a
las otras dificultades. Mis buenas relaciones con el baronet se
resentirían muy pronto si insistiera en seguir al pie de la letra
las órdenes de usted. »El otro día -el jueves, para ser más
precisos- almorzó con nosotros el doctor Mortimer. Ha realizado
excavaciones en un túmulo funerario de Long Down y está muy
contento por el hallazgo de un cráneo prehistórico. ¡No ha habido
nunca un entusiasta tan resuelto como él! Los Stapleton se
presentaron después, y el bueno del doctor nos llevó a todos al
paseo de los Tejos, a petición de Sir Henry, para mostrarnos
exactamente cómo sucedió la tragedia aquella noche aciaga. El paseo
de los Tejos es un camino muy largo y sombrío entre dos altas
paredes de seto recortado, con una estrecha franja de hierba a
ambos lados. En el extremo más distante se halla un pabellón de
verano, viejo y ruinoso. A mitad de camino está el portillo que da
al páramo, donde el anciano caballero dejó caer la ceniza de su
cigarro puro. Se trata de un portillo de madera, pintado de blanco,
con un pestillo. Del otro lado se extiende el vasto páramo. Yo me
acordaba de su teoría de usted y traté de imaginar todo lo
ocurrido. Mientras Sir Charles estaba allí vio algo que se acercaba
atravesando el páramo, algo que le aterrorizó hasta el punto de
hacerle perder la cabeza, por lo que corrió y corrió hasta morir de
puro horror y agotamiento. Teníamos delante el largo y melancólico
túnel de césped por el que huyó. Pero, ¿de qué? ¿De un perro pastor
del páramo? ¿O de un sabueso espectral, negro, enorme y silencioso?
¿Hubo intervención humana en el asunto? ¿Acaso Barrymore, tan
pálido y siempre vigilante, sabe más de lo que contó? Todo resulta
muy confuso y vago, pero siempre aparece detrás la oscura sombra
del delito. »Desde la última vez que escribí he conocido a otro de
los habitantes del páramo. Se trata del señor Frankland, de la
mansión Lafter, que vive a unos seis kilómetros al sur de nosotros.
Es un caballero anciano de cabellos blancos, rubicundo y colérico.
Le apasionan las leyes británicas y ha invertido una fortuna en
pleitear. Lucha por el simple placer de enfrentarse con alguien, y
está siempre dispuesto a defender los dos lados en una discusión,
por lo que no es sorprendente que pleitear le haya resultado una
diversión costosa. En ocasiones cierra un derecho de paso y desafia
al ayuntamiento para que le obligue a abrirlo. En otros casos rompe
con sus propias manos el portón de otro propietario y afirma que
desde tiempo inmemorial ha existido allí una senda, por lo que reta
al propietario a que lo lleve a juicio por entrada ilegal. Es un
erudito en el antiguo derecho señorial y comunal, y unas veces
aplica sus conocimientos en favor de los habitantes de Fernworthy y
otras en contra, de manera que periódicamente lo llevan a hombros
en triunfo por la calle mayor del pueblo o lo queman en efigie, de
acuerdo con su última hazaña. Se dice que en el momento actual
tiene entre manos unos siete pleitos que, probablemente, se
tragarán lo que le resta de fortuna, por lo que se quedará sin
aguijón y será inofensivo en el futuro. Aparte de las cuestiones
jurídicas parece una persona cariñosa y afable y sólo hago mención
de él porque usted insistió en que le enviara una descripción de
todas las personas que nos rodean. En el momento actual su
ocupación es bien curiosa ya que, por su afición a la astronomía,
dispone de un excelente telescopio con el que se tumba en el tejado
de su casa y escudriña el páramo de la mañana a la noche con la
esperanza de ponerle la vista encima al preso escapado. Si
consagrara a esto la totalidad de sus energías las cosas irían a
pedir de boca, pero se rumorea que tiene intención de pleitear
contra el doctor Mortimer por abrir una tumba sin el consentimiento
de los parientes más próximos del difunto, dado que extrajo un
cráneo neolítico del túmulo funerario de Long Down. Contribuye sin
duda a alejar de nuestras vidas la monotonía y nos proporciona
pequeños intermedios cómicos de los que estamos muy necesitados. »Y
ahora, después de haberle puesto al día sobre el preso fugado,
sobre los Stapleton, el doctor Mortimer y el señor Frankland de la
mansión Lafter, permítame que termine con lo más importante y
vuelva a hablarle de los Barrymore y en especial de los
sorprendentes acontecimientos de la noche pasada. »Antes de nada he
de mencionar el telegrama que envió usted desde Londres para
asegurarse de que Barrymore estaba realmente aquí. Ya le expliqué
que el testimonio del administrador de correos invalida su
estratagema, por lo que carecemos de pruebas en un sentido u otro.
Expliqué a Sir Henry cuál era la situación e inmediatamente, con su
franqueza característica, hizo llamar a Barrymore y le preguntó si
había recibido en persona el telegrama. Barrymore respondió que sí.
»-¿Se lo entregó el chico en propia mano? -preguntó Sir Henry.
»Barrymore pareció sorprendido y estuvo pensando unos momentos.
»-No -dijo-; me hallaba en el ático en aquel momento y me lo trajo
mi esposa. »-¿Lo contestó usted mismo? »-No; le dije a mi esposa
cuál era la respuesta y ella bajó a escribirla. »Por la noche fue
el mismo Barrymore quien sacó el tema. »-No consigo entender el
objeto de su pregunta de esta mañana, Sir Henry -dijo-. Espero que
no signifique que mi comportamiento le ha llevado a perder su
confianza en mí. »Sir Henry le aseguró que no era ése el caso y lo
aplacó regalándole buena parte de su antiguo vestuario, dado que
había llegado ya el nuevo equipo encargado en Londres. »La señora
Barrymore me interesa mucho. Es una mujer corpulenta, no demasiado
brillante, muy respetuosa y con inclinación al puritanismo. Es
difícil imaginar una persona menos propensa, en apariencia, a
excesos emotivos. Y, sin embargo, tal como ya le he contado a
usted, la oí sollozar amargamente durante nuestra primera noche
aquí y desde entonces he observado en más de una ocasión huellas de
lágrimas en su rostro. Alguna honda aflicción le desgarra sin
tregua el corazón. A veces me pregunto si la obsesiona el recuerdo
de alguna culpa y en otras ocasiones sospecho que Barrymore puede
ser un tirano en el seno de su familia. Siempre he tenido la
impresión de que había algo singular y dudoso en el carácter de
este hombre, pero la aventura de la noche pasada ha servido para
dar cuerpo a mis sospechas. »Y, sin embargo, podría parecer una
cuestión de poca importancia. Usted sabe que nunca he dormido a
pierna suelta, pero desde que vivo en guardia en esta casa tengo el
sueño más ligero que nunca. Anoche, a eso de las dos de la
madrugada, me despertaron los pasos sigilosos de alguien que
cruzaba por delante de mi habitación. Me levanté, abrí la puerta y
miré. Una larga sombra negra se deslizaba por el corredor,
producida por un hombre que avanzaba en silencio con una vela en la
mano. Se cubría tan sólo con la camisa y los pantalones e iba
descalzo. No pude ver más que su silueta, pero su estatura me
indicó que se trataba de Barrymore. Caminaba muy despacio y tomando
muchas precauciones, y había un algo indescriptiblemente culpable y
furtivo en todo su aspecto. »Ya le he explicado que el corredor
queda interrumpido por la galería que rodea la gran sala, pero que
continúa por el otro lado. Esperé a que Barrymore se perdiera de
vista y luego lo seguí. Cuando llegué a la galería ya estaba al
final del otro corredor y, gracias al resplandor de la vela a
través de una puerta abierta, vi que había entrado en una de las
habitaciones. Ahora bien, todas esas habitaciones carecen de
muebles y están desocupadas, de manera que aquella expedición
resultaba todavía más misteriosa. La luz brillaba con fijeza, como
si Barrymore se hubiera inmovilizado. Me deslicé por el corredor lo
más silenciosamente que pude hasta asomarme apenas por la puerta
abierta. »Barrymore, agachado junto a la ventana, mantenía la vela
pegada al cristal. Su rostro estaba vuelto a medias hacia mí y sus
facciones manifestaban la tensión de la espera mientras escudriñaba
la negrura del páramo. Por espacio de varios minutos mantuvo la
intensa vigilancia. Luego dejó escapar un hondo gemido y con un
gesto de impaciencia apagó la vela. Yo regresé inmediatamente a mi
habitación y muy poco después volví a oír los pasos sigilosos en su
viaje de regreso. Mucho más tarde, cuando estaba hundiéndome ya en
un sueño ligero, oí cómo una llave giraba en una cerradura, pero me
fue imposible precisar de dónde procedía el ruido. No soy capaz de
adivinar el significado de lo sucedido, pero sin duda en esta casa
tan melancólica está en marcha algún asunto secreto que, más pronto
o más tarde, terminaremos por descubrir. No quiero molestarle con
mis teorías porque usted me pidió que sólo le proporcionara hechos.
Esta mañana he tenido una larga conversación con Sir Henry y hemos
elaborado un plan de campaña, basado en mis observaciones de la
noche pasada, que no tengo intención de explicarle a usted ahora
mismo, pero que sin duda contribuirá a que mi próximo informe
resulte muy interesante.»