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15 de Octubre de 1998, Callao, Perú.
El principal puerto de mar del Perú, Callao, fue fundado por Francisco Pizarro en 1537 y en poco tiempo se convirtió en el punto más importante para el transporte del oro y la plata que los españoles robaron al imperio inca. Como no podía ser de otro modo, sir Francis Drake se ocupó a su vez de saquear el puerto 41 años más tarde. La conquista española del Perú acabó casi en el mismo lugar donde había dado comienzo. La fuerzas españolas se rindieron definitivamente a Simón Bolívar en Callao en 1825; a partir de entonces Perú se convirtió en un país soberano por primera vez desde la caída de los incas. Las poblaciones de Callao y de Lima, ciudad que ya estaba alcanzando las proporciones de una gran área metropolitana, sumaban entonces un total de casi seis millones y medio de habitantes.
Situadas en la vertiente occidental de los Andes, ambas ciudades tienen una precipitación anual de 41 milímetros, hecho que convierte toda la región en uno de los desiertos más fríos y secos de las latitudes bajas. La niebla invernal apenas da para mantener el mantillo y unos cuantos mezquites. La única agua que hay, aparte de la humedad excesiva, llega de los Andes a través del río Rimac y unas cuantas corrientes.
Después de dar la vuelta al cabo norte de San Lorenzo, la gran isla que protege Callao, el capitán Stewart ordenó frenar cuando vio que una lancha se acercaba al Deep Fathom. El capitán de puerto saltó a la escalera y subió a bordo para dirigir la entrada del barco al canal principal. Una vez hecho esto, el capitán Stewart volvió a tomar el mando y hábilmente logró que el barco se detuviera al lado del muelle para el desembarco de pasajeros. Ordenó entonces que se sujetaran las amarras a unos grandes y oxidados bolardos y llamó al ingeniero jefe para decirle que apagara los motores.
Todas las personas que habían presenciado las maniobras desde la barandilla del barco se sorprendieron al ver el muelle abarrotado por un grupo de más de mil personas. Aparte de una unidad armada de seguridad del ejército y de un numeroso contingente de la policía, había una gran cantidad de cámaras de televisión y fotógrafos que trataban de encontrar una buena posición cerca de la escalera de desembarco. Detrás de esa aglomeración, se podía ver al grupo de los padres de los estudiantes saludando alegremente.
—Otra vez me voy a quedar sin la banda de Dixieland tocando Esperando a Robert E. Lee —dijo Pitt en un fingido tono de decepción.
—No hay nada como el griterío de la muchedumbre para quitarte la depresión de encima —replicó Giordino con la mirada fija en el inesperado comité de bienvenida.
—No me esperaba que hubiera tanta gente —declaró Shannon un tanto asustada—. Parece mentira que la voz se haya corrido tan rápido.
Miles Rodgers levantó una de las tres cámaras que llevaba colgando del cuello y empezó a hacer fotos.
—Yo diría que incluso ha venido buena parte del gobierno peruano.
En el muelle se vivía un momento de gran emoción. Había niños ondeando banderas, peruanas y estadounidenses. De repente, la multitud lanzó un grito al unísono: los estudiantes habían aparecido en el puente y habían empezado a saludar y a hacer señales a los familiares a medida que los iban reconociendo. Stewart era el único que parecía intranquilo.
—Dios mío, espero que no tengan la intención de abordarnos.
—Son demasiados como para oponer resistencia —Giordino se encogió de hombros—. Será mejor que arríes la bandera y pidas compasión.
—Ya os avisé que mis estudiantes pertenecen a familias influyentes —recordó Shannon con alegría.
Sin llamar la atención de la muchedumbre, un hombrecillo con gafas oscuras y un maletín en la mano se escurrió entre los periodistas y logró pasar a través del cordón de seguridad formado por los guardias. Subió rápidamente por la escalera antes de que nadie pudiera decirle nada y se presentó en la cubierta con la expresión de un lateral que acaba de meter un gol. Entonces se acercó a donde estaban Pitt y Giordino.
—¿Por qué la prudencia y la discreción no forman parte de vuestras virtudes?
—Procuramos no volar en presencia de la opinión pública —declaró Pitt al tiempo que sonreía y abrazaba al hombre—. Me alegro de verte, Rudi.
—Parece que no hay forma de deshacernos de ti —dijo Giordino cálidamente.
Rudi Gunn, vicedirector de la ANS, estrechó la mano de Stewart y fue presentado a Shannon y Rodgers.
—¿Me perdonarán si hablo unos minutos con este par de rufianes antes de que comience la ceremonia de bienvenida? —preguntó cortésmente.
Sin esperar respuesta, Gunn se metió por una escotilla y empezó a bajar por un pasillo con tranquilidad absoluta. Gunn había colaborado en el diseño del Deep Fathom y estaba perfectamente familiarizado con la disposición de la cubierta. Se detuvo ante la puerta de la sala de reuniones, la abrió y fue directamente hacia el sillón que presidía la gran mesa central al tiempo que Pitt y Giordino se sentaban en un par de sillones de cuero.
Aunque Giordino y Gunn eran de baja estatura, su parecido acababa ahí. Gunn era liviano como una muchacha, mientras que Giordino semejaba un enorme músculo en movimiento. En cuanto a capacidad intelectual, las diferencias también eran evidentes. Si Giordino tenía la astucia del pícaro, Gunn tenía el talento de un genio. Tras conseguir la mejor nota de su promoción en la escuela naval y llegar al rango de capitán, Rudi Gunn podría haber ascendido a un puesto de responsabilidad en el ministerio si no hubiera optado por la ciencia submarina que le ofrecía la ANS antes que por la ciencia bélica. A pesar de sufrir una fuerte miopía que le obligaba a usar gruesas gafas de concha, estaba al tanto de todo de lo que pudiera ocurrir en un radio de cien metros.
Pitt fue el primero en hablar.
—¿Qué locura os ha entrado para mandarnos de nuevo a esa maldita poza en busca de un cuerpo?
—El Servicio de Aduanas de los Estados Unidos hizo una petición urgente al almirante Sandecker para que pusiera a su disposición a sus mejores hombres.
—Y eso te incluye a ti.
—Podría haberme quedado fuera aduciendo que los proyectos que están a mi cargo en este momento tendrían que suspenderse en mi ausencia. El almirante no habría vacilado en mandar a otra persona. Pero un pajarito me contó algo sobre la misión no autorizada que os traéis entre manos…, algo relacionado con la búsqueda de un galeón perdido en la selvas del Ecuador.
—Hiram Yaeger —concluyó Pitt—. Debería haberme acordado de que estáis más unidos que los hermanos James.
—No pude resistirme a la tentación de dejar la rutina de Washington durante una temporada ante la posibilidad de combinar el trabajo y la aventura. De manera que me ofrecí voluntario para este desagradable asunto y ahora formo parte de vuestro equipo en el nuevo proyecto.
—Así que le has contado a Sandecker lo que te ha dado la gana y te has largado de la capital.
—Afortunadamente para todos, no sabe nada sobre la búsqueda del galeón. Al menos, todavía.
—No es nada fácil engañarle —advirtió Giordino seriamente.
—No durante mucho tiempo —añadió Pitt—. Seguro que ya está detrás de ti.
Gunn hizo un movimiento con la mano en señal de indiferencia.
—No tenéis de qué preocuparos. Mejor que esté yo aquí que algún pobre tonto que no sepa de qué van vuestras aventurillas. Cualquier otro burócrata de la ANS podría sobrestimar vuestras aptitudes.
Giordino hizo un gesto malhumorado.
—¿Y todavía le consideramos amigo nuestro…?
—¿Qué puede hacer la ANS que al Servicio de Aduanas le parece tan importante?
Gunn extendió sobre la mesa una serie de papeles.
—El asunto es bastante complicado, pero para ir entrando en materia, os adelantaré que tiene relación con el robo de antigüedades.
—¿No se sale eso un poquito de nuestro ámbito? Lo nuestro es la exploración e investigación submarina.
—La destrucción del medio submarino con el propósito de saquear yacimientos arqueológicos sí que está dentro de nuestro ámbito —afirmó Gunn con seriedad.
—¿Dónde encaja la recuperación del cuerpo del doctor Miller en todo esto?
—Ésa es sólo la primera etapa de nuestra colaboración con el Servicio de Aduanas. El asesinato de un antropólogo de fama mundial es fundamental en este caso. El Servicio sospecha que el asesino puede ser un pez gordo de una banda internacional de ladrones, pero necesita pruebas para la acusación. Por otro lado, confía en que el asesino se convierta en la clave que les conduzca a los cerebros que rigen las operaciones de robo y contrabando. Por lo que respecta a la poza sagrada, tanto el Servicio de Aduanas como las autoridades del Perú creen que la organización ha sacado una importante partida de obras de arte y ya la ha introducido en el mercado negro mediante los puntos de contacto que tiene por todo el mundo. Miller descubrió lo que estaba pasando y fue asesinado para que no abriera el pico. Nuestra misión, y sobre todo la vuestra, es buscar pruebas en el fondo del cenote.
—¿Y qué ocurre con el galeón que teníamos planeado buscar?
—Haced el trabajo de la poza y daré mi permiso para que la ANS financie vuestra expedición con un pequeño presupuesto. Eso es todo lo que os puedo prometer.
—¿Y si el almirante te deja fuera de juego?
Gunn se encogió de hombros.
—Es nuestro jefe… Yo no soy más que un viejo marinero y obedezco órdenes.
—Y yo un viejo aviador —replicó Pitt— y las discuto.
—Ya nos preocuparemos de eso cuando llegue el momento —intervino Giordino—. Acabemos con el registro del socavón lo antes posible.
Pitt respiró hondo y se relajó sobre la silla.
—Sí, más vale que hagamos algo útil mientras Yaeger y Perlmutter van investigando. Es muy posible que ya tengan alguna pista importante que darnos para cuando salgamos de la selva.
—El Servicio de Aduanas nos ha pedido un cosa más —puntualizó Gunn.
—¿Qué más tienen en su puñetera lista de necesidades? —preguntó Pitt bruscamente—. ¿Una bacanal submarina en busca de todo lo que hayan podido tirar los turistas asustados por los inspectores de aduanas?
—Nada que resulte tan mundano como eso —explicó Gunn con paciencia—. Han insistido en que volváis al Pueblo de los Muertos.
—Deben de pensar que las obras de arte que hay a la intemperie entran en el apartado de los objetos robados bajo el agua —comentó Giordino con sarcasmo.
—Los de Aduanas necesitan un inventario urgentemente.
—¿De los objetos del templo? —preguntó Pitt con incredulidad—. ¿Esperan que les demos un catálogo con índice incluido? Debe de haber cerca de un millar de objetos dentro del templo…, o de lo que quede de él, porque los mercenarios no habrán dejado títere con cabeza. Lo que les hace falta no es un par de submarinistas, sino un equipo de arqueólogos que se encargue de organizarlo todo.
—El departamento de investigación de la policía peruana nos ha informado que la mayoría de los objetos desaparecieron del templo poco después de que lograseis escapar —explicó Gunn—. Los agentes del Servicio de Aduanas necesitan descripciones que les ayuden a identificar los objetos en caso de que empiecen a aparecer en subastas, colecciones privadas, galerías y museos de los países desarrollados. En su opinión, regresar al lugar de los hechos os refrescará la memoria.
—Las cosas iban demasiado deprisa como para uno se pudiera detener a contemplar lo que tenían allí almacenado.
Gunn asintió para indicar que lo entendía.
—Pero tiene que haber algún objeto que se os haya quedado grabado en la mente, sobre todo las obras más sobresalientes. ¿Y tú, Al? ¿Puedes recordar algo?
—Estaba demasiado ocupado buscando una radio entre las ruinas —recordó Giordino—. No tuve tiempo de examinar el alijo.
Pitt se puso la cabeza entre las manos y empezó a darse un masaje en las sienes.
—Tal vez pueda recordar unos quince o veinte objetos que llamaban bastante la atención.
—¿Podrías dibujarlos?
—No valgo nada como artista, pero supongo que puedo dibujar algo que se parezca mínimamente a lo que vi. De todas formas, no hace falta que volvamos al templo. Puedo dibujar igual de bien en la tumbona de la piscina de un hotel.
—Eso me parece muy sensato —dijo Giordino con alegría.
—No —replicó Gunn—, no es nada sensato. Vuestro trabajo tiene mucha más transcendencia de la que os figuráis. Por mucho que os desagrade, pareja de golfos, os habéis convertido en los héroes nacionales del Perú. Y no sólo os requiere el Servicio de Aduanas, sino también el Ministerio de Asuntos Exteriores.
Giordino miró a Pitt de hito en hito.
—Un nuevo artículo para el conjunto de leyes de Giordino. Quienquiera que se ofrezca voluntario para una misión de rescate acabará convirtiéndose en víctima.
—¿Qué tiene que ver el Ministerio de Asuntos Exteriores con nuestra segunda visita al templo? —preguntó Pitt.
—Desde el momento en el que el Tratado de Libre Comercio entró en vigencia, se han ido privatizando varias empresas petroleras y mineras. En este momento ciertas empresas estadounidenses están a punto de cerrar varios acuerdos con el objetivo de ayudar al Perú a sacar el mayor partido de sus recursos naturales. Al país le hace falta la inversión extranjera desesperadamente, y el dinero está llamando a sus puertas. El problema es que los sindicatos y los partidos de la oposición de esta legislatura están en contra de la intervención del capital extranjero. Al salvar la vida de los hijos e hijas de varios peces gordos, habéis influido indirectamente en la intención de voto de unas cuantas personas.
—Vale, podemos dar una conferencia en alguna sociedad benéfica y llevarnos una medalla al mérito.
—No me parece mal —dijo Gunn—, pero los expertos del ministerio y del comité del Congreso sobre asuntos sudamericanos piensan que lo que deberíais hacer es quedaros por aquí para colaborar en la protección del patrimonio nacional del Perú y así borrar la imagen del «cerdo yanqui» que puedan tener algunas personas.
—Es decir, nuestro querido gobierno quiere chupar todo lo que pueda de nuestra buena imagen, valga lo que valga —resumió Pitt fríamente.
—Algo por el estilo.
—Y Sandecker está de acuerdo.
—No hace falta ni que lo diga —aseguró Gunn—. El almirante no pierde ocasión para tocar las teclas del Congreso que sean necesarias si ello puede traer consigo más subvenciones para las futuras operaciones de la ANS.
—Si no disponemos de un tipo de protección fiable, acabaremos metiéndonos en algún lío.
—Los peruanos nos han asegurado que van a mandar una fuerza de seguridad especial para controlar el valle.
—¿Pero es de fiar? No me apetecería enfrentarme a otro ejército de mercenarios.
—A mí tampoco —afirmó Giordino con firmeza.
Gunn hizo un gesto de impotencia.
—Sólo puedo transmitiros la información que me han pasado.
—Vamos a necesitar un equipo mejor que el del último viaje.
—Prepárame una lista y yo mismo me ocuparé de ello.
Pitt se volvió a Giordino.
—¿No tendrás tú también la impresión de que nos la han vuelto a dar?
—Si mis cálculos no me fallan —replicó el robusto italiano—, ya van unas cuatrocientas treinta y siete veces que nos ocurre lo mismo.
A Pitt no le apetecía lo más mínimo volver a zambullirse en el cenote. El lugar tenía un hálito extraño, algo maligno que llegaba hasta sus aguas más profundas. La poza se le abrió en la imaginación como si fuera la misma boca del diablo. La imagen resultaba tan irracional que no podía permitir que se le quedara grabada. Aun así, y a pesar de sus intentos, seguía aferrada a su memoria como si de una repugnante pesadilla se tratara.