6
Por segunda vez, el reducido espacio de la sala retumbó con el ruido ensordecedor de un disparo. Giordino se abalanzó con todas sus fuerzas sobre el sorprendido guarda, le embistió con la cabeza y los hombros y le aplastó contra la pared; mientras tanto Amaru caía al suelo con el rostro demudado por la agonía y el horror. Sus ojos parecían estar a punto de salirse de las órbitas. Tenía la boca abierta de par en par, como si fuera a proferir un grito que no saldría nunca, mientras su mano dejaba caer la Heckler Koch para cubrir desesperadamente la mancha roja que se estaba formando con gran rapidez entre sus piernas. Giordino propinó un puñetazo al guarda y le arrebató el rifle automático casi de un solo movimiento. Sin que mediara un segundo, se dio la vuelta y apuntó con el arma a la entrada de la sala.
Shannon había dejado de gritar. Después de arrastrarse hasta una esquina de la estancia se había quedado quieta, como si constituyera una representación de cera de sí misma, observando la serie de manchas que la sangre de Amaru había dejado sobre sus brazos y piernas. Si antes se había sentido aterrorizada, ahora se encontraba sencillamente descompuesta. Tenía los labios tensos, la cara pálida y la melena sucia de sangre. Levantó la cabeza y se fijó en Pitt.
Rodgers también se había quedado mirando a Dirk con expresión de asombro. Esos ojos, esos movimientos felinos, le recordaban a alguien, le resultaban familiares.
—Usted es el submarinista que nos encontró en la cueva —declaró aturdido.
—El mismo.
—Le suponíamos en la poza —murmuró Shannon con voz temblorosa.
—No tengo nada que envidiar a sir Edmund Hillary —dijo Pitt con una sonrisa—. Entro y salgo de todo tipo de socavones como si fuera una mosca humana. —Empujó a un lado al aterrorizado Amaru como si se tratara de un borracho tirado en la calle y apoyó la mano en el hombro de Giordino—. Tranquilízate, Al. Los demás guardas han visto ya la luz de la virtud y la decencia.
Giordino, esbozando una sonrisa de oreja a oreja, dejó el rifle en el suelo y abrazó a Pitt.
—Dios mío, pensaba que jamás volvería a ver tu cara de momia.
—La de cosas que me haces pasar. Es una verdadera vergüenza. No te puedo dejar ni media hora sin que me metas en la crónica de sucesos del lugar.
—¿Y por qué has tardado tanto? —soltó Giordino ni corto ni perezoso—. Hacía horas que te esperábamos.
—Se me ha escapado el autobús…, lo cual me recuerda que no he visto ninguna banda de Dixieland esperándome para darme la bienvenida.
—No suelen tocar en pozas. Pero, en serio, ¿cómo leches te las has arreglado para subir las paredes y seguirnos por la selva?
—No es una historia muy divertida que digamos. Ya te lo contaré en otra ocasión con una cerveza en la mano.
—¿Y los guardas? ¿Qué ha pasado con los otros guardas?
Pitt se encogió de hombros como queriéndole restar importancia al asunto.
—Andaban un tanto despistados y han sufrido una serie de desgraciados accidentes…, conmociones y fracturas de cráneo principalmente. —Su cara se ensombreció de repente—. Me topé con uno de ellos mientras sacaba el cuerpo del doctor Miller por la entrada principal. ¿Quién se encargó de la ejecución?
Giordino señaló a Amaru con la cabeza.
—Este amigo nuestro le atravesó el corazón por las buenas. También fue el encargado de tirarte la manga de seguridad a la cabeza.
—Entonces no merece la pena sentir remordimientos —dijo Pitt fijándose en Amaru, quien se retorcía agónicamente en el suelo sin atreverse a comprobar el alcance de la herida—. Hasta cierto punto no deja de agradarme la idea de que su vida sexual haya llegado ya a su fin. ¿Responde este tipo a algún nombre?
—Se hace llamar Tupac Amaru —contestó Shannon—. Es el nombre del último rey inca. Es muy probable que se lo pusiera para impresionar a la gente de las montañas.
—Los estudiantes peruanos… —les recordó Giordino—. Los llevaron a algún sitio en los sótanos del templo.
—Ya los he liberado. Son unos chavales muy valientes. Supongo que ya habrán atado y empaquetado a los guerrilleros. Ahora sólo queda esperar a las autoridades.
—Yo no les llamaría guerrilleros, ni siquiera revolucionarios. Son sólo una banda de profesionales de la rapiña que se hacen pasar por terroristas de Sendero Luminoso. Se dedican a robar antigüedades para luego venderlas en los mercados clandestinos internacionales.
—Amaru no es sino uno más en todo el tinglado —añadió Rodgers—. Los distribuidores para los que trabaja son los que se sacan la mayor parte de los beneficios.
—No tienen mal gusto —advirtió Pitt—. Por lo que he podido ver, aquí debe de haber almacenadas suficientes obras de arte como para dejar contentos a la mitad de los museos y coleccionistas privados del mundo.
Tras un momento de vacilación, Shannon dio un paso adelante, rodeó el cuello de Pitt con sus manos y le besó suavemente en los labios.
—Nos has salvado la vida. Muchas gracias.
—Y no una, sino dos veces —añadió Rodgers, dándole la mano vigorosamente mientras Shannon seguía abrazándole.
—Ha sido una cuestión de suerte —dijo Pitt manifestando una turbación poco habitual en él. A pesar de que tenía el pelo sucio, no iba maquillada y la camisa que llevaba estaba llena de manchas y rota. Shannon le seguía pareciendo una mujer realmente sensual.
—Menos mal que llegaste en el momento justo… —dijo la arqueóloga temblando.
—Siento profundamente no haber llegado a tiempo para salvar la vida del doctor Miller.
—¿A donde le han llevado? —preguntó Rodgers.
—Detuve al desgraciado que lo estaba arrastrando cerca de la entrada del templo. El cuerpo del doctor está fuera, en el rellano superior.
Giordino inspeccionó a Pitt de pies a cabeza y observó que tenía la cara y los brazos cubiertos de un sinfín de arañazos y cortes, producto seguramente de la carrera nocturna por la selva. Parecía mentira que se pudiera mantener en pie.
—Tienes el aspecto de haber acabado un triatlón y de acto seguido haberte caído encima de un alambre de espino. En mi calidad de médico de cabecera, te recomiendo unas cuantas horas de descanso antes de emprender el viaje de vuelta al campamento.
—Tengo ánimo suficiente como para olvidarme del cansancio —explicó Pitt con alegría—. Ya habrá tiempo luego de echar una cabezada. Lo primero es lo primero. Por lo que a mí respecta, no tengo la intención de volver a hacer de Tarzán, así que voy a coger el próximo vuelo que salga de aquí.
—Qué locura —murmuró Giordino medio en broma—. Se pasa unas horas en la selva y ya empieza a desvariar.
—¿Realmente crees que podemos salir de aquí volando? —inquirió Shannon en tono de escepticismo.
—Sin lugar a dudas —respondió Pitt—. De hecho, os lo puedo asegurar.
Rodgers le miró de hito en hito.
—Sólo un helicóptero podría entrar en el valle y sacarnos de aquí.
Pitt sonrió.
—No hay otra manera. ¿Cómo si no consigue Amaru, o como se llame, transportar los objetos robados a un puerto de mar para sacarlos del país? Necesita un sistema de comunicaciones y su radio correspondiente. Con ella podemos hacer una llamada de socorro.
Giordino hizo un gesto de aprobación.
—Buena idea, pero antes hemos de encontrar la radio. Si se trata de una portátil, puede estar escondida en cualquiera de los edificios que hay por aquí. Puede costarnos días encontrarla.
Pitt miró inexpresivamente a Amaru.
—Éste sabe dónde está.
Amaru lanzó una mirada maligna a Pitt mientras trataba de combatir el dolor.
—No tenemos ninguna radio —dijo susurrando entre dientes.
—Perdóname si no me creo ni una palabra de lo que dices. ¿Dónde la tenéis?
—No os voy a decir nada —le espetó el jefe de los terroristas con una mueca.
—¿Preferirías morir entonces?
—Me harías un favor si me mataras.
Los verdes ojos de Pitt sólo expresaban frialdad.
—¿Cuántas mujeres has violado y asesinado?
Amaru le miró con desdén.
—Tantas que he perdido la cuenta.
—¿Quieres que acabe perdiendo la paciencia y te cosa a tiros? ¿Es eso lo que quieres?
—¿Por qué no me preguntas cuántos niños he matado?
—No te lleves a engaño. —Pitt cogió su Colt 45 y apoyó el cañón contra la sien del ladrón—. ¿Matarte? No sé qué saldría ganando con ello, pero un tiro en los ojos no te vendría nada mal. Seguirías viviendo, pero a tu condición actual habría que añadir la ceguera.
Amaru trató de mostrarse arrogante, pero no podía ocultar ni el temblor de sus labios ni el miedo que denotaban sus ojos.
—Estás de farol.
—Después de los ojos, pasaremos a las rodillas —dijo Pitt en tono de charla—. Luego podríamos pasar a las orejas, o tal vez sería mejor la nariz. Si estuviera en tu lugar, me retiraría de la partida lo antes posible.
Consciente de que quien le amenazaba hablaba totalmente en serio y de que ya había quemado su último cartucho, Amaru se rindió.
—Encontraréis lo que andáis buscando en un edificio que hay a cincuenta metros del templo en dirección oeste. Sobre la entrada veréis el relieve de un mono. Pitt se volvió a Giordino.
—Llévate a uno de los estudiantes peruanos para que traduzca. Ponte en contacto con las autoridades peruanas, dales nuestra posición e infórmales sobre nuestro estado. Pídeles que manden una unidad del ejército: es posible que todavía haya alguno más de estos desgraciados merodeando por los alrededores.
Giordino se quedó pensativo mirando al líder de los malhechores.
—Si lanzo un S.O.S. por una frecuencia abierta, cabe la posibilidad de que los amigotes de este maníaco asesino nos localicen y manden un grupo de gorilas antes de que llegue el ejército.
—Fiarnos del ejército puede ser peligroso —añadió Shannon—. Quizá haya algún oficial de rango metido en todo esto.
—El mundo entero —concluyó Pitt filosóficamente— gira en torno a la corrupción. Rodgers asintió.
—Shannon tiene razón. La partida de antigüedades que tenemos aquí es resultado de un montaje a gran escala. Los beneficios que estarán sacando estos tipos es muy posible que igualen a los de cualquier operación de narcotráfico. Sea quien sea el cerebro de este asunto, no creo que pueda llevarlo a cabo sin sobornar a los funcionarios del gobierno.
—Podríamos utilizar nuestra propia frecuencia y ponernos en contacto con Juan —sugirió Shannon.
—¿Juan?
—Juan Chaco, el coordinador del gobierno peruano de nuestro proyecto. Es el responsable de nuestro centro de aprovisionamientos más cercano.
—¿Se puede confiar en él?
—Creo que sí —contestó Shannon sin vacilar—, Juan es uno de los arqueólogos más respetados de Sudamérica y uno de los principales investigadores de las culturas andinas. Además es el perro guardián del gobierno en todo lo referente a excavaciones ilegales y el contrabando de antigüedades.
—Parece el hombre que necesitamos —dijo Pitt a Giordino—. Busca la radio, llámale y pídele un helicóptero que nos pueda llevar de una puñetera vez a nuestro barco.
—Iré contigo e informaré a Juan de la muerte del doctor —se ofreció Shannon—. Además me gustaría observar con más detenimiento las estructuras que hay alrededor del templo.
—Coged un par de armas y manteneos ojo avizor —les advirtió Pitt.
—¿Y el cuerpo del doctor? —preguntó Rodgers—. No podemos dejarlo ahí de esa manera.
—Es cierto —dijo Dirk—, hay que evitar que le dé el sol. Metedlo en el templo y envolvedlo en una manta. Trataremos de que lo vea un forense lo antes posible.
—Dejadme eso a mí —dijo Rodgers enfadado—. Es lo menos que puedo hacer por el buen hombre.
Amaru no dejaba de sonreír a pesar de la agonía que estaba sufriendo.
—Estúpidos, sois unos estúpidos… —se mofó—. Nunca saldréis vivos del Pueblo de los Muertos.
Todos miraron con asco al jefe terrorista. Tenía el aspecto de una serpiente de cascabel demasiado maltrecha para retorcerse y morder. Pítt, con todo, pensaba que seguía siendo tan peligroso como antes y no estaba dispuesto a cometer el error de subestimarle. Además, no le gustaba nada la malvada expresión de sus ojos, por lo que se arrodilló a su lado y le dijo:
—Demuestras demasiada seguridad para tu situación actual.
—Seré yo quien se ría el último. —El malhechor torció el gesto como consecuencia de una punzada de dolor—. Os habéis cruzado en el camino de gente muy poderosa y su reacción será terrible.
Pitt sonrió para indicar su indiferencia.
—No es la primera vez que me cruzo en el camino de gente poderosa.
—Habéis metido las narices en donde no os llaman y con ello habéis puesto en peligro a Solpemachaco. La gente de la que hablo hará todo lo posible por evitar que sigáis adelante, incluso si eso significa la destrucción de toda una provincia.
—No te relacionas con personas lo que se dice amables. ¿Cómo has dicho que se llaman?
Amaru decidió callarse. Había perdido mucha sangre y empezaba a sentirse débil. Con gran dificultad, levantó el brazo y señaló a Pitt.
—Maldito seas. Tus huesos descansarán en Chachapoyas por el resto de los días.
—El ladrón cerró los ojos y se desmayó.
Pitt miró fijamente a Shannon.
—¿Quiénes son los chachapoyas?
—Se les conoce como el pueblo de las nubes —explicó la arqueóloga—. Se trata de una cultura anterior a los incas que floreció en los Andes desde el 800 antes de Cristo hasta 1480, año en el que fueron dominados por los incas. Fueron ellos los constructores de esta compleja necrópolis.
Dirk se puso de pie, cogió el sombrero del guardia y lo dejó caer sobre el pecho de Amaru, a continuación se fue a la sala principal del templo para examinar la increíble partida de objetos chachapoyanos durante unos minutos. Cuando se encontraba admirando una gran vasija de arcilla, Rodgers entró precipitadamente en la sala con cara de preocupación.
—¿Dónde dijiste que estaba el cuerpo del doctor Miller? —le preguntó jadeando.
—Fuera, en el rellano superior.
—Será mejor que me lo indiques tú mismo.
Pitt siguió a Rodgers hasta el arco de la entrada. En el suelo de piedra había una gran mancha de sangre. Miró al fotógrafo y preguntó:
—¿Quién ha movido el cuerpo?
—Como no me lo digas tú… —contestó Rodgers con el mismo tono de estupefacción—. Yo, desde luego, no tengo ni idea.
—¿Has mirado alrededor de la base del templo? Es posible que se cayera…
—Les he dicho a cuatro de los estudiantes que bajen a mirar, pero no han encontrado ni rastro del doctor.
—¿No lo habrá movido alguno de los estudiantes?
—Ya les he preguntado. Están tan perplejos como nosotros.
—Los muertos no se levantan y se echan a andar —dijo Pitt tajantemente.
Rodgers miró a su alrededor y se encogió de hombros.
—Uno parece haberlo hecho.