31
Las llamaban «Flores Sociales» y su única misión era dar placer sexual a los invitados del emperador.
Pequeño Gorrión, hermosa hija de la nobleza, se hallaba entre esas jóvenes damas de la corte real de Luoyang instruidas en las artes eróticas, como las Veintinueve Posturas entre el Cielo y la Tierra. Su especialidad era «compartir el melocotón» y «cortar la manga», y con esas artes exquisitas había mantenido satisfechos a los invitados del emperador desde que tenía trece años.
Ahora tenía veinte y durante esos siete años había conseguido no quebrantar la regla número uno de las Flores Sociales: no enamorarse nunca. En el dormitorio común, sus hermanas la habían prevenido contra ello y jamás imaginó que pudiera ocurrirle. Pero cuando Pequeño Gorrión yacía en los brazos de Tigre Heroico, sentía que podía pasarse la noche oyéndole hablar.
No importaba que no entendiera una palabra de lo que decía. Amaba el sonido de su voz, el rico timbre, las exóticas sílabas que brotaban de sus labios, su idioma completamente indescifrable. Siempre hablaba un rato después de gozar, llenando la perfumada noche de palabras traídas de muy lejos mientras ella descansaba en sus brazos fuertes y deseaba que la noche no terminara nunca.
Yacían en un colchón relleno de plumones de ganso, las sábanas eran de seda y un esclavo ciego mantenía el aire en movimiento mediante el balanceo constante de un magnífico abanico de plumas. Por lo demás, los amantes se hallaban solos en el aposento, si bien podían oír la música y las voces de la casa real que se elevaban por encima del muro del jardín. Tigre Heroico hablaba, suponía, de su casa en el remoto oeste. Y ella daba gracias a los dioses por aquel hombre de cabello broncíneo al que había entregado su corazón.
La función de las Flores Sociales era digna y respetada, y constituía un gran honor vivir en la corte real y servir como muchacha de placer a visitantes importantes. Solo las hijas de las familias más nobles eran elegidas para ello. La selección era rigurosa: se tenía en cuenta el físico de la muchacha, su comportamiento, su salud y su destreza para complacer a un hombre. Pequeño Gorrión poseía un delicado rostro redondo, una tez suave y sin tacha, un cuerpo fino y esbelto y manos y pies pequeños. Su familia se llevó una gran alegría cuando fue escogida entre cien candidatas. Las normas eran complejas y las chicas eran rigurosamente educadas en la modestia, la discreción y el decoro. El placer de su invitado debía ser su objetivo principal. Lo que ella sintiera carecía de importancia. Una vez elegida, la chica se trasladaba a un dormitorio común supervisado por eunucos, donde llevaba una vida de lujo y comodidades sin otra preocupación que adornarse el cabello o mejorar la pintura de las cejas. Cuando era solicitada para un invitado, iba el tiempo estipulado, no hablaba a menos que le hablaran y regresaba luego a su cama del dormitorio.
Pequeño Gorrión no era su verdadero nombre. Cuando el jefe de los eunucos la presentó al honorable invitado procedente de un lugar llamado Roma, este fue incapaz de pronunciar su nombre porque era largo y significaba «la que espera un hermano pequeño», pues sus padres habían deseado un varón. Así pues, dijo al eunuco que diera al occidental su «nombre de leche», que era el que se utilizaba con los bebés durante su primer año de vida porque muchos no sobrevivían. Sus padres le habían puesto Pequeño Gorrión, y ahora solo el hombre de Occidente la llamaba así.
Tampoco ella podía pronunciar el nombre del extranjero, Sebastiano, de modo que le llamaba Tigre Heroico, pues así se comportaba en el lecho.
Mas no se había enamorado de él por su destreza sexual. A diferencia de los demás invitados del emperador a los que había hecho gozar, Tigre Heroico la trababa con amabilidad. Le sonreía, le acariciaba el cabello, le preguntaba cómo estaba. Para los demás hombres, embajadores y príncipes que gozaban de la hospitalidad real cuando iban a Luoyang, Pequeño Gorrión era solo un mueble, algo con lo que aliviar el cansancio del viaje y desechar después. Las demás chicas le habían advertido del peligro de enamorarse, y había llegado a los veinte años sin haber tomado cariño alguno a los hombres que complacía.
Hasta que un día, seis meses atrás, la eligieron para ser la compañera de lecho de Tigre Heroico y le entregó su corazón. No obstante, mantenía su amor por el extranjero en secreto. No se lo contaba a sus amigas. Ni siquiera ante Tigre Heroico desnudaba su corazón.
Y como sabía que nunca le permitirían salir de Luoyang, rogaba para que cuando envejeciera y ya no fuera deseable en la cama, Tigre Heroico la conservara como compañera.
Un gong lejano anunció la medianoche y supo que había llegado la hora de marcharse. Como siempre, Tigre Heroico la besó dulcemente en la frente y luego se dio la vuelta para dormir. Pero mientras se vestía, Pequeño Gorrión oyó que llamaban a la puerta, y cuando Tigre Heroico se levantó a abrir, escuchó un cruce de palabras que sonaba apremiante.
Cuando vio al feo romano llamado Primo entrar en la estancia seguido de uno de los traductores de Tigre Heroico y de un hombre que lucía las vestiduras y los colores propios de un noble de una provincia del sur, se cubrió el pecho con la ropa y se ocultó detrás de un biombo para escuchar.
Reconoció al cuarto hombre del grupo. Era Dragón Audaz, y todo el mundo le conocía por sus ambiciones políticas.
La familia de Dragón Audaz era rica y poderosa y contaba con muchos amigos. Pequeño Gorrión no tardó en comprender que estaba ahí para ofrecer un plan de huida a los occidentales. Enseguida sospechó que, más que un acto de amabilidad, se trataba de una vía para minar el poder del emperador, pues si los «invitados» extranjeros lograban escapar tan fácilmente de las garras del emperador, supondría un desprestigio para Ming.
Pequeño Gorrión contuvo la respiración mientras oía cómo emergía una confabulación de palabras y frases de los labios del traductor. Dragón Audaz aseguraba que sabía cómo sacar a Tigre Heroico de Luoyang y devolverlo a las fronteras de Occidente, pero que el precio sería alto. No necesitaba oro ni riquezas, dijo el joven noble. Y dado que estaba corriendo un gran riesgo personal, la recompensa tenía que ser algo verdaderamente atractivo.
Cuando Tigre Heroico le ofreció un potente afrodisíaco, Pequeño Gorrión vio que de repente había conseguido toda la atención de Dragón Audaz.
Y presenció una escena curiosa. Tigre Heroico caminó hasta un arcón y sacó una bolsa de tela. La abrió y mostró el contenido a Dragón Audaz, dejándoselo olfatear y tocar con las yemas de los dedos. A renglón seguido, Tigre Heroico cogió la tetera, vertió el agua caliente que contenía en una taza y la mezcló con un pellizco del contenido de la bolsa.
Mientras dejaba reposar la mezcla, Tigre Heroico dijo:
—Conocí a un hombre en Babilonia. Me contó que tenía una granja en la lejana Etiopía, próxima al nacimiento del Nilo. Un día reparó en que sus cabras estaban muy retozonas y se pasaban el día apareándose. Pasó varios días observándolas y descubrió que comían las bayas de un arbusto que siempre creyó inútil. Cogió algunas e intentó comérselas, pero eran imposibles de ingerir para un hombre. Las asó al fuego y las trituró hasta conseguir un polvo arenoso. Hirvió el polvo en agua y obtuvo un brebaje amargo, pero se lo bebió de todos modos, preguntándose si las bayas tendrían el mismo efecto en él que en las cabras. Y el experimento funcionó. Al poco rato el granjero empezó a sentirse más joven, más tonificado y con más energía de la que había tenido en años. Corrió en busca de su mujer y estuvo días dándole placer. El etíope llevó su descubrimiento a Babilonia, que fue donde le conocí. Probé el brebaje y no hay duda de sus efectos estimulantes. Y ahora tú, mi honorable invitado, experimentarás personalmente el extraordinario elixir.
Tigre Heroico le tendió la taza, no sin antes beber un sorbo para demostrarle que no era veneno.
Dragón Audaz bebió y torció el gesto.
—Bébetelo todo —dijo Tigre Heroico mientras el hombre feo llamado Primo y el traductor contemplaban expectantes la escena.
Dragón Audaz apuró la taza, se relamió y dijo:
—No noto nada.
—Tarda un rato.
Desde detrás del biombo, Pequeño Gorrión observó cómo los cuatro aguardaban en silencio. En un momento dado Dragón Audaz bajó la vista y se pasó una mano por la ingle.
—No he bebido más que agua marrón.
—Paciencia, amigo mío. ¿Cómo piensas sacarnos de la ciudad?
—Podemos hacerlo mañana mismo. Tú y tu compañero os reuniréis conmigo en…
—No quiero que nos saques solo a Primo y a mí. Quiero que saques a todos mis hombres.
Las cejas de Dragón Audaz saltaron disparadas hacia arriba.
—¿A todos tus hombres? Si no me equivoco suman más de un centenar.
—No dejaré a nadie aquí.
Mientras lo meditaba, Dragón Audaz levantó la mano para rascarse la nariz, pero la mano le temblaba. La extendió y el temblor aumentó. Murmuró un juramento que el intérprete no tradujo. Después dijo:
—¡Noto algo! ¡Me siento… lleno de energía!
Sebastiano sonrió.
—Es un brebaje potente.
—¡Y que lo digas! ¿Cómo se llama?
—El etíope dijo que no tenía nombre porque las bayas crecen de una planta que todo el mundo considera inútil, pero de todos modos lo llamó qahiya, que en su lengua significa «falta de apetito», pues este brebaje quita el hambre.
—Quitará el hambre del estómago, pero no hay duda de que estimula otro tipo de apetito. ¡Siento que podría yacer con diez mujeres y no pegar ojo en toda la noche! Muy bien, por esta bolsa de qahiya entera os sacaré a ti y a tu gente de Luoyang. He aquí mi plan…
Pequeño Gorrión tembló al escuchar los detalles de la huida de Tigre Heroico.
Iba a dejarla. El único hombre al que había amado.
Nadie conocía la edad de la emperatriz viuda. Cada mañana su equipo de asistentes personal le frotaba la cara y le extraía hasta el último pelo, incluidos los de las cejas. Acto seguido, con suma destreza, le maquillaba el rostro sobre una base blanca de polvos de arroz. A fin de mantener intacta la imagen, la emperatriz controlaba las expresiones faciales y hablaba sin mover apenas los labios y la mandíbula, lo que le daba un aire de muñeca de porcelana.
—Te he concedido esta audiencia, Pequeño Gorrión —dijo con una voz tan suave e intachable como las vestiduras de seda que vestía— porque llamo a tu padre mi amigo. Pero habla deprisa que el tiempo corre.
Pequeño Gorrión se postró nueve veces ante la madre del emperador y, cuando recibió autorización para hablar, relató la reunión mantenida a medianoche entre el comerciante de Roma y un noble llamado Dragón Audaz, así como el plan para ayudar a escapar a los occidentales.
—Dragón Audaz llevará una compañía de artistas itinerantes al Festival de la Luna Plateada —dijo Pequeño Gorrión mientras temblaba de miedo ante la poderosa presencia de la mujer. Pero no tenía elección. ¡Debía mantener a Tigre Heroico en Luoyang!—. Y mientras Su Resplandor Sublime, el emperador, se mantiene distraído de ese modo, los artistas serán sustituidos, uno tras otro, por hombres de Occidente. El reemplazo se hará cada vez que un número termine y los artistas abandonen la pista. Intercambiarán las ropas y los extranjeros se introducirán en la ciudad y cruzarán las puertas. Una vez que todos los occidentales se encuentren fuera de Luoyang, los cuatro invitados personales del Hijo del Cielo serán rescatados en mitad de la noche para llevarlos junto a sus camaradas. Planean estar muy lejos para cuando se descubra el engaño.
El grillo chirrió en su jaula de bambú y las damas de honor permanecieron quietas como estatuas. La emperatriz estaba inmóvil. Las borlas de oro y los pájaros de papel que adornaban su tocado eran agitadas únicamente por la brisa que corría por el pabellón.
A Pequeño Gorrión se le aceleró al corazón al preguntarse si había cometido un terrible error.
Finalmente, la viuda habló.
—Al contarme este secreto has llevado la deshonra a tu familia.
La muchacha cayó de rodillas y se postró.
—¡Pensaba que a Su Sublime Majestad le complacería estar al tanto de la artimaña y rodear de guardias a los extranjeros! —«Retenerlos aquí. Retener a mi Tigre Heroico para siempre».
—Insensata por pensar que mi hijo sería tan fácilmente engañado. Insensata por olvidar una de las reglas de tu oficio, a saber, que está prohibido hablar de los asuntos que los invitados tratan en el dormitorio. Regresarás a casa, con tu familia, y le dirás a tu padre que su nombre no volverá a ser pronunciado en la corte del emperador.
—Pero… ¡me mandará ejecutar!
—Como padre, está en su derecho.
Obedeciendo a una rauda señal de la emperatriz, los guardias se acercaron para llevarse a rastras a Pequeño Gorrión. La muchacha no suplicó clemencia. Mantuvo la dignidad hasta el final, incluso en el momento último, consciente de la cruel ironía de lo que había hecho: al desvelar el plan de huida de Tigre Heroico para que no pudiera marcharse, había perdido su derecho a vivir.